Las
fiestas reconstruidas. Formas literarias de recobrar el espacio-tiempo
(perdido)
Si no lo encuentro, no hay repetición.
La memoria es un barco que se hunde y que exige una continua disciplina de rescate.
Adolfo Bioy Casares, El sueño de los héroes
La memoria es un barco que se hunde y que exige una continua disciplina de rescate.
Ismael Grasa, De Madrid al cielo
Sí,
la literatura es una intrincada red de Pasadizos
y de senderos que se bifurcan, ya lo sabemos; y sí, cualquier persona tiene
o tendrá inclinaciones a la nostalgia, la recapitulación existencial y la recuperación
del tiempo perdido, lo que limita la existencia de casualidades inesperadas. Pero
hay algunas insistencias, algunas obsesiones literarias tan concretas que hacen
posible tejer tapices que superan la coincidencia para convertirse, ellas mismas,
en otra obsesión que produce espesores, recopilaciones y reencuentros productivos.
1. Juan Carlos Onetti, El
pozo (1939):
Entonces tuve aquella idea idiota como una obsesión. La desperté,
le dije que tenía que vestirse de blanco y acompañarme. Había una esperanza,
una posibilidad de tender redes y atrapar el pasado y la Ceci de entonces. Yo
no podía explicarle nada; era necesario que ella fuera sin plan, no sabiendo
para qué. Tampoco podía perder tiempo, la hora del milagro era aquella, en
seguida. Todo esto era demasiado extraño y yo debía tener cara de loco. Se
asustó y fuimos. Varias veces subió la calle y vino hacia mí con el vestido
blanco donde el viento golpeaba haciéndola inclinarse. Pero allá arriba, en la
calle empinada, su paso era distinto, reposado y cauteloso, y la cara que
acercaba al atravesar la rambla debajo del farol era seria y amarga. No había
nada que hacer y nos volvimos.[1]
Quedémonos con que el personaje de Onetti no sólo quiere
recuperar a aquella Ceci; lo que
intenta es, en realidad, revivir un instante de plenitud, como quien busca
regresar a una fiesta en la que se fue feliz. Quiere recuperar a aquel que amaba a aquella Ceci, al convocar
—fantasmáticamente, al modo del microcuento de Juan José Arreola— su lugar de
aparición. El ansia de recobrar la plenitud hace que revivir el instante puede volverse
obsesiva, y éste de Onetti es sólo un de los varios ejemplos posibles.
—Supongo que alguien habrá asociado ya esta breve y conocida
escena del uruguayo a la película Vértigo de
Hitchcock, que también plantea otra reconstrucción tridimensional del pasado:
la de una mujer amada—.
Once años después, en La vida breve (1950), el personaje de Elena Lagos persigue a un antiguo amante, y llega buscándolo hasta un hotel; mientras sube la cuesta hasta la entrada, Onetti la retrata “ascendiendo ágil y regular hacia su necesidad, deseosa de forzar la reproducción de un pasado”.
Once años después, en La vida breve (1950), el personaje de Elena Lagos persigue a un antiguo amante, y llega buscándolo hasta un hotel; mientras sube la cuesta hasta la entrada, Onetti la retrata “ascendiendo ágil y regular hacia su necesidad, deseosa de forzar la reproducción de un pasado”.
2. Jonke. En 2002, el
escritor alemán Gert Jonke publicó Schule
der Geläufigkeit, un extraño libro dividido en dos partes muy diferentes.
La primera de ellas, “La presencia de la memoria”, es una nouvelle donde el protagonista describe su reencuentro con dos
personajes obsesivos, el fotógrafo Anton Diabelli y su hermana Johanna, quienes
preparan una fiesta. Al llegar, el protagonista observa cómo Johanna está
colgando un cuadro que representa una vista general del jardín tal y como se
encuentra en ese momento. Curioso por la sensación de mise en abyme, el narrador se interesa por la situación y descubre
que la intención del fotógrafo Diabelli es repetir, exactamente, la fiesta que hubo en ese mismo lugar, un año antes:
Compara,
respondió Johanna, las fotografías que hizo el año pasado por toda la fiesta
con la posición de los objetos que se colocan para esta noche. [...] Lo que
tendrá lugar entre nosotros esta noche, continuó Johanna, no será una típica
fiesta de verano, sino un exacto reflejo, no, mucho más que un reflejo: una
REPETICIÓN DE LA FIESTA que celebramos el año pasado en la misma época en el
mismo día a la misma hora.[2]
El
narrador opone a Johanna el argumento de que “confundes [...] el transcurso de
nuestra existencia con un papel fotográfico donde tu hermano puede copiar una y
otra vez la misma imagen, siempre que quiera” (p. 22). Pero le sorprende la
respuesta de Johanna: los invitados a la fiesta ignoran sus planes, y lo que
desean en realidad su hermano y ella es saber si los invitados pueden dejarse
llevar por la situación y disolverse “en la misma imbecilidad que rigió la
fiesta del año pasado sin llegar a darse cuenta de ello en absoluto” (p. 23).
El fotógrafo Diabelli comienza a tomar instantáneas de la fiesta que, en
efecto, se desarrolla como la del año anterior con exactitud, incluyendo sentimientos y recuerdos de los
protagonistas. En una escena que recuerda a En
busca del tiempo perdido, uno de los personajes incluso roza el clímax
sensual al escuchar un tema musical tocado de la misma forma sublime que el año
anterior. Un detalle que está literalmente en Proust.
Es
destacable la forma en que Jonke hace descansar en el documentalismo
fotográfico la homogeneidad no temporal, pero sí semántica, del suceso: “estaba
a punto de preguntar al fotógrafo qué refinada ejecución técnica de su cámara
le permitía que cada disparo produjera una doble exposición simultánea, cuando
me di cuenta de que una de las fotografías de la fiesta del año anterior y su
gemela de la fiesta reciente eran por completo idénticas, no ya hasta el punto
de confundirse, sino de ser indistinguibles una de la otra” (p. 111). Un
desplazamiento también anunciado en Proust:
Cuando sus miradas tropezaban con la fotografía de Odette que tenía
encima de la mesa, o cuando la propia Odette iba a verle, le costaba trabajo identificar
la figura de carne o de cartulina con la preocupación dolorosa y constante que en
su seno sentía. Exclamaba con asombro: “¡Es ella!”[3]
El
testimonio fotográfico ayuda a la vez a diferenciar y a no diferenciar las dos fiestas de Jonke, pues ambas son
indistinguibles; así, una vez terminada la celebración actual, el protagonista
es incapaz de discernir cuáles de sus recuerdos pertenecen a la última y cuáles
a la primera, “como si en mi cabeza ambas
fiestas se hubiesen dibujado idénticas en un folio transparente y luego se
superpusieran hasta hacerlas coincidir” (p. 113). Las fotografías de las
dos celebraciones acaban produciendo la identidad, en vez de la distinción.
La
trama termina de un modo confuso y onírico, algo no extraño a la narrativa de
Jonke, con Johanna recibiendo llamadas “que le confirmaban la insuperable
unicidad del evento” (p. 118), y con un poema político que nos abre la duda de
si la narración del autor alemán es plantear una parábola sobre la capacidad de
los sistemas políticos de crear situaciones que, lampedusiana y eternamente,
nos mantienen dentro de temporalidades donde los sucesos parecen repetirse una
y otra vez, con levísimos cambios.
3. En Nadja (1928, versión retocada de 1963), André Breton narra la
recuperación de una relación que tuvo en la vida real. El relato,
metaliterario y consciente de sí, se completa con numerosas ilustraciones
(fotografías, dibujos, etc.) que, según señala Breton en el Proemio, deberían
sustituir a las descripciones en la obra —y añadir, por supuesto, un aura documental para reforzar la
verosimilitud—. Pero, del mismo modo que la experiencia personal es recordada
tiempo después, y, en consecuencia, aparece contaminada de invención, las
supuestas imágenes documentales son también ulteriores y sufren de idéntica
falta de identidad con lo sucedido:
Comencé por volver a visitar algunos de los
lugares por los que conduce este relato; en efecto, quería proporcionar, al
igual que de algunas personas y de algunos objetos, una imagen fotográfica suya
tomada bajo el mismo ángulo especial bajo el que yo los había considerado. Con
tal motivo, pude comprobar que, con escasas excepciones, en mayor o menor
medida no se prestaban a mi propósito, de manera que la parte ilustrada de Nadja resultó insuficiente para mi
gusto: Becque rodeado de siniestras vallas, la dirección del Teatro Moderno
sobre aviso, Pourville muerta y decepcionante como ninguna otra ciudad de
Francia [...] Pero así son las cosas del mundo exterior, ¿verdad? Esa patraña.
Cosas que hace el tiempo, un tiempo de perros.[4]
Tomar la imagen bajo el mismo ángulo.
4. Residuos. Tom McCarthy
(Londres, 1969) describe en la excelente novela Remainder (2005) cómo una persona que ha devenido millonaria decide
rescatar un déjà-vu y reconstruir en
un edificio londinense un instante, una sensación, vivida muchos años atrás. Algo
sentido ante una determinada imagen, mirada desde un concreto ángulo. Millones de libras, varios
turnos de albaniles, grupos de actores y un equipo de colaboradores son puestos
al servicio de este capricho recreativo, que persigue recuperar un instante
—por lo demás, no demasiado brillante ni feliz, peculiarmente insulso— de
forma obsesiva. La voluntad de rescate encuentra una segunda parte —una reviviscencia—
en la reconstrucción de otra concreción espacio-temporal, en este caso el
atraco de una entidad bancaria. El protagonista reconoce: “¿Por qué había
decidido trasladar la re-creación del robo al banco mismo? Por la misma razón
que había hecho todo lo que había hecho [...]: para ser real; para volverme
fluido, natural, para cortar el desvío que nos aleja de la ruta fundamental de
los sucesos, impidiéndonos tocar su esencia”[5]. Su intento,
que según Horacio Muñoz encaja en una línea de reconstrucciones artísticas[6], esconde una
pulsión de muerte.
5. La taxidermia temporal de
Cebrián. Dentro de La nueva taxidermia (2011) Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) incluyó dos
nouvelles, cuyo tema en común era la
identidad. La que nos interesa aquí, en cuanto forma extrema de reelaboración
de la memoria, es la primera novela corta, “Qué inmortal he sido”, planteada de
un modo semejante al Remainder de
McCarthy. En la narración de Cebrián el propósito argumental es similar:
reconstruir veraz y materialmente un momento del recuerdo personal de la
protagonista. Una fiesta, como en el caso antes citado de Jonke. El primer
trabajo de la narradora es seleccionar “el evento que merece ser reconstruido”[7], esa celebración algo “noña, sí –gente de treinta, de
cuarenta y tantos” (p. 18), que tuvo lugar en casa de una amiga, y luego
seleccionar algo más importante: el instante
que debe ser recuperado: “no caigamos en el error de recrear sus restos
apagados, lo que ve la anfitriona al día siguiente [...] Se trata de
reconstruir la fiesta en el momento en que su nombre no ha sido aún estrenado:
los ceniceros limpios, las copas impolutas sin manchas de pintalabios, la
bandeja de pasteles todavía intactos [...] y nosotros, los recién llegados,
igualmente intactos y con la sensación de merecernos algo extraordinario” (p.
19). Después comienza su “proyecto de recuperación”, constituido como una
“pequeña empresa para recuperar situaciones vividas” (p. 29), a partir de sus
recuerdos y de algunas imágenes rescatadas de esa fiesta. Para tantear las
posibilidades recrea primero, con cierto éxito, el dormitorio del novio que
tenía cuando cumplía 19 años, y de esa primera experiencia extrae ya una
conclusión: “una vez emprendida la reconstrucción han de asumirse todas las
consecuencias, como en la investigación policial de un asesinato, como en un
psicoanálisis en condiciones” (p. 37; v. también p. 47), una reflexión que
también podía extraerse, aunque no de forma explícita, de la novela de
McCarthy, donde los protagonistas llevan hasta el final las posibilidades
recreativas de la trama. La protagonista de Cebrián lleva a cabo un complejo
proceso de búsqueda de objetos, telas, muebles, etc., que permitan la total
suplantación del espacio en un semisótano, en un proceso que dura meses. La
trama se completa cuando aparece por sorpresa la anfitriona de la fiesta real,
y contempla perpleja una reconstrucción al natural de su propia casa.
La diferencia con la novela de McCarthy es que mientras el
protagonista de Remainder perseguía
la mera reconstrucción espacial del recuerdo para contemplarlo y lograr la reviviscencia artificial del déjà vu, la heroína de Qué inmortal he sido quiere también
volver a ser la de entonces para
recrear la experiencia por completo, encarnándola. Es decir: el protagonista de
Remainder es un espectador, la
narradora de “Qué inmortal he sido” es en puridad una viajera en el tiempo, que
se traslada mediante la reconstrucción virtual
–entendiendo esta expresión en un sentido “analógico”– de la situación
vivida. De ahí que decida perder peso, recuperar la ropa descartada y volver a
cortarse el pelo según el estilo ya desfasado que por entonces lucía,
generándose en ella diversos mecanismos de recuperación física de la identidad
anterior. Uno de los personajes de Remainder
dice que la “meta final” del recreador parece ser la de “acceder a una especie de autenticidad a
través de extraño residual sin sentido” (McCarthy, Residuos, p. 261); en el caso de Qué inmortal he sido la legitimación es muy otra; en realidad no
parece existir una ansiedad justificante; incluso en la rememoración normal
“tampoco queda claro si el recuerdo es una mera suma de fotografías, anécdotas,
objetos y bandas sonoras de un acontecimiento, o si es más bien de índole
sinérgica y la suma de todo lo citado no da ni por asomo un resultado
equivalente a la escena rememorada” (p. 16). En la obra de McCarthy, sus
caracteres creen en la fidelidad del
recuerdo, y por lo tanto en la posibilidad de la restitución del sentido, en el
sentido apuntado por T. S. Eliot en sus Four
Quartets; del mismo modo, el fotógrafo Diabelli de Jonke cree necesario
comprobar “si, a un año de distancia, se puede aún experimentar, pensar,
apreciar y conocer exactamente lo mismo en su orden temporal” (Jonke, La escuela del virtuoso, p. 22). En
cambio, Cebrián es posmoderna pura, entiende que el recuerdo es en sí una
falsificación más, de modo que la reconstrucción espacial de un episodio
acontecido con anterioridad no es menos arbitraria y legítima que la que
aparece “en una pantalla como de cine de verano improvisada en mi propio
cerebro” (p. 15) en forma de remembranza. Para su personaje ni siquiera existe
la palabra autenticidad, lo cual le
permite operar con toda libertad y sin ninguna cortapisa de índole moral.
6. Reconstruir el
decorado de La soga.
pero la reconstrucción en realidad no es difícil si se la
va haciendo paso a paso
César Aira, Varamo
En su extraña novela Segunda
parte (2010), Javier Montes (Madrid, 1976) construye el personaje de
Patricia Lins, una cineasta experimental española de los años 60-70, que vive
obsesionada por Farley Granger, actor que trabajó con Hitchcock en La soga y Extraños en un tren, y a quien Lins habría conocido en persona,
según la ficción de Montes. La directora Lins vive en una casa levantada en la
terraza de uno de los edificios más nobles de Madrid —una casa sobre otra casa—.
Hasta allí arriba conduce a Miguel, el protagonista de la novela, tras una serie
de azares que ahora no vienen al caso. Miguel, al penetrar en una de las
habitaciones, acusa una extraña sensación: “los ojos se le abrieron de golpe y
el corazón le latió fuerte en el pecho [...] Él ya había visto antes el rincón
aquél. Y al mismo tiempo estaba seguro de no haberlo pisado nunca hasta ese
día”[8]. Cuando recorre, fascinado, el cuarto, se da cuenta de que
casi todos los objetos incluidos en él son de imitación: el hielo es de
plástico, la fruta es falsa. “Miguel [...] entendió por fin: no había estado
nunca en aquel cuarto, pero sí que lo había visto por primera vez mucho antes,
no de niño pero casi. Y acababa de volver a encontrárselo en las fotos del otro
lado del salón. No era un cuarto aunque lo parecía: era el decorado de La soga” (p. 142). Un espacio sobre otor espacio. La excéntrica
directora había buscado durante años todos los muebles del decorado de la
película, o había ordenado realizar copias exactas de los mismos. Patricia Lins
no puede, ni quiere, liberarse del recuerdo de Granger; por el contrario, las
fotografías del actor que llenan las paredes de la casa, la reconstrucción
idéntica del decorado donde el actor estuviera —y en las que fuese a su vez fotografiado, como en las reproducciones
en abismo de Jonke— son el modo de perduración de su espíritu en un déjà-vu bidi y tridimensional
permanente. “El decorado de verdad. Miguel se quedó atascado en la frase, que
mezclaba palabras que no se podían mezclar” (p. 143). Y eso no es todo: lo que
se propone la directora no es sólo la reconstrucción del decorado; también
quiere que Miguel y Fred, el nuevo amante de su novio, rueden en él otra
película, porque ambos se parecen físicamente a Granger y así “estará ya todo y
os quedaréis ya tú y todos en la película para siempre donde estáis” (p. 143).
Una réplica humana, dentro de una réplica espacial.
7.
El palacio de la memoria de Rodrigo Fresán. En todos los volúmenes de mnemotecnia se recoge
la famosa anécdota de Simónides de Ceos, quien fue capaz de reconocer los
cadáveres de un edificio derrumbado por el lugar que habían ocupado los
comensales. Simónides había abandonado un poco antes el almuerzo —¿la fiesta?—
y su memoria le permitió moverse sobre las ruinas como si el espacio caído
siguiera siendo el original. Desde entonces se usa en las técnicas de
memorización el truco del “Palacio de la memoria” (véase el libro homónimo de
Matteo Ricci) para imaginar habitaciones mentales donde guardar argumentos e
ideas y recuperarlos a voluntad. Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), en su novela La parte inventada (2014), reproduce
este parlamento de Penélope, la hermana del Escritor protagonista de la novela:
Aquí, perdida, en esta especie de museo de mi hermano que mi
propio hermano construyó, eso sí, con mi dinero, con mis diamantes de sangre. [...]
En realidad, seamos justos, no es un museo, ni una pirámide. Nada faraónico o
con ánimo de inmortalizar al sujeto. Mi hermano no era tan obvio y vulgar. Lo
suyo fue algo más humilde y, al mismo tiempo, mucho más soberbio. Lo que mi
hermano alzó aquí (con financiación mía, digámoslo) es una especie de parque
temático de su propio pasado para uso privado. “El palacio de mi memoria”, le
decía. Esta casa es exactamente igual, en sus recuerdos, a la que había en una
playa en la que él pasó unas vacaciones junto a nuestros padres, cuando era un
niño. Yo no estuve allí. O sí: yo estaba por nacer. “El origen, la primera
línea”, le decía el muy tonto. El sitio exacto donde había empezado todo y al
que quería volver, y quedarse, para que todo continuara…[9]
Un “palacio de la memoria” que
quizá, hasta cierto punto, sea una poética de esta novela de Fresán, que parece
reconstruir otro palacio memorioso con trazos de la infancia (¿del Escritor,
del autor, del narrador, de todos?). Si se reproduce el espacio, parece pensar
el Escritor de Fresán, se regresa a la existencia original perdida. La casa es
la reencarnación de la infancia, del mismo modo que el volumen impreso es la
reencarnación tridimensional en palabras de la memoria.
.
.
8.
La reconstrucción de la casa de los Rosell.
Todo cuanto alguna vez ocurrió está destinado a repetirse. [...]
Predecimos lo que ya ha ocurrido.
Agustín Fernández Mallo, Limbo
Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), en la última parte de La ciudad de los prodigios (1986),
detalla el empeño, en apariencia excéntrico, de Onofre Bouvila en reconstruir
la finca de los Rosell, para lo cual invierte toda su inimaginable fortuna:
“Así iba viendo resucitar paulatinamente la casa y el jardín, las cuadras y los
cobertizos, el lago y el canal, los puentes y los pabellones, los macizos de
flores y el huerto”[10]. Pero no sólo en lo arquitectónico se quedaba el propósito de
Bouvila, también su ánimo reconstructor llegaba a detalles como la vajilla:
“distribuyó entre sus agentes los añicos de porcelana y cristal y los envió por
todos los rincones del mundo en busca de objetos gemelos de aquéllos”. La
minuciosidad del millonario se hace incomprensible para los demás:
En este punto nadie podía llevarle la contraria; ni la
conveniencia ni la comodidad ni la economía eran argumentos que estuviese
dispuesto a considerar: cada cosa tenía que ser exactamente como había sido
antes, en tiempos de la familia Rosell [...] Cuando alguien manifestaba
sopresa, le preguntaba cómo él [...] se empeñaba ahora en recrear algo reñido
con el progreso, algo que el progreso mismo había dejado atrás
irremisiblemente, se limitaba a sonreír y respondía: Precisamente. (pp. 447-48)
Sin embargo, el resultado no es habitable. La familia de Bouvila se
resiste al traslado y a dejar Barcelona para vivir en una mansión extraña: “[...]
la mansión les infundía temor y desagrado. Aunque la reconstrucción podía
considerarse perfecta había algo inquietante en aquella copia fidelísima, algo
pomposo en aquel ornato excesivo, algo demente en aquel afán por calcar una
existencia anacrónica y ajena” (p. 481). La obsesión en el detalle acaba por
generar un monstruo. En la casa reconstruida la familia se disuelve
rápidamente, ante la indiferencia de un Bouvila recluido en el espacio
recuperado, ajeno a la huida de sus hijas y la deriva compulsiva de su mujer.
9. Pron: la memoria como
proyecto de futuro.
Me
quedo en tus pupilas; sin convite a tu fiesta de fantasmas.
Gilberto Owen, “Día tres,
al espejo”
En el relato “Repetición”, una pieza central de Lo que está y no se
usa nos fulminará (2018), Patricio Pron
(Rosario, 1975) también asume la reescritura temporal y tridimensional de una
fiesta del pasado. Al revivir un momento de su juventud, Paulo, un profesor
brasileño afincado en Nueva York desea averiguar si su existencia puede
“bifurcarse”, en el sentido de asomarse a los acontecimientos no ocurridos
desde entonces, mediante el regreso al instante (el año 1965) en que el futuro
pudo ser otro. El cuento de Pron es virtuoso desde el punto de vista formal, al
montarse a través del desdoblamiento subjetivo de Paulo, acaecido poco después
de jubilarse de su universidad; una escisión que tiene lugar en el entorno habitual
del Doppelgänger: los espejos, como hemos estudiado en La literatura egódica y El
sujeto boscoso. Encarado a un azogue el profesor recuerda, gracias a las
palabras de su esposa, que ya no tiene que ir a la facultad, que su vida ha cambiado (pp. 46-47); frente
a su reflejo en el cristal de un autobús, ya en Brasil —adonde ha viajado para
un congreso—, el profesor es consciente de que ha tomado la decisión de llevar
a cabo su proyecto, y por ese motivo “su rostro le parece ya el de otra
persona”[11]. El relato, constituido hasta entonces por fragmentos anunciados
por letras, pasa en adelante a tener ordenación numérica, comenzando por el 1.
Un nuevo comienzo, una nueva identidad: una bifurcación
en la ordenación del texto y de la vida del personaje.
El proyecto (p. 54)
que Paulo busca acometer es la reconstrucción de una fiesta que tuvo lugar en su
ciudad natal en 1965, y que quedó registrada en una fotografía de juventud que
conserva en su dormitorio. Con tal intención, Paulo esquiva a los
organizadores del Congreso en Río y viaja a Florianópolis, para reencontrar el
galpón donde se organizó la fiesta fotografiada; el espacio, avejentado, sigue
en pie y Paulo debe alquilarlo por un mes, aunque su intención es utilizarlo
apenas por un día. Durante algunas jornadas, en las que evita como puede las
recriminaciones telefónicas de su mujer, intenta conseguir todos los elementos
(música, ropa, comida, muebles) de la fiesta original, aunque sabe que va a ser
imposible reunir a las mismas personas. En la foto aparece con su mujer, que también
se desdobla (“sim”, contesta en portugués Paulo a su mujer cuando le pregunta más
adelante si está con otra mujer: y sí que está mentalmente con otra, con su esposa
de joven). El final del relato, que no destriparé, introduce una sorpresa en el momento preciso de
la recreación. Subrayo “recreación”
porque es un término subrayado a su vez por el autor argentino, quien trenza
hábilmente en el cuento algunas menciones de reproducción de lo real mediante
la falsificación, como los animales embalsamados o resucitados por la
taxidermia con los que trabaja su hija: formas incompletas de reproducir lo real (p. 52). Según leemos más
adelante, “Paulo ha pensado mucho en el tema, y cree que la palabra clave en
ese razonamiento es ‘recreación’, es decir, una cierta forma de repetición con
distancia crítica, que es la forma también en que opera el arte en su relación
con la realidad” (p. 69). El énfasis en la distancia crítica es esencial,
porque, a diferencia de otros nostálgicos espacio-temporales que hemos visto
con anterioridad, Paulo no es un obsesivo, no está cegado por la voluntad a
ultranza de reconstruir la escena. En todo momento es consciente de las
dificultades del proyecto (véase p. 68), y acepta con estoicismo la posibilidad
de que todo acabe en una escenificación meramente aproximada de la fiesta. Pero
eso no es lo importante: “La repetición de todas las circunstancias es
imposible, piensa, pero la acumulación de la mayor parte de ellas ofrece algo
parecido a un nuevo comienzo, a una segunda oportunidad, se dice, aunque esa
oportunidad siga la lógica de las imágenes mentales o de los sueños” (p. 83),
apunta el narrador, antes de dejar paso al hermoso final.
10. Bioy Casares y la fiesta
borrosa.
En alguna oportunidad reconoció que esas incursiones eran
vanas: los mismos sitios, vistos separadamente y sin el cansancio y las copas y
la locura de aquella vez, no le despertaban evocaciones.
A. Bioy Casares, El
sueño de los héroes
Pron, en la nota final de su libro, hace constar que
“Repetición”, su relato, “abreva de las fuentes de la nouvelle de Mercedes Cebrián ‘Qué inmortal he sido’ y, por
supuesto, de la novela de Adolfo Bioy Casares El sueño de los héroes” (p. 170). Había leído varios libros de Bioy,
pero no ése, de modo que al terminar el de Pron busco el de Bioy.
El sueño de los héroes, que mejora conforme avanza, también parte de una fiesta que se quiere recuperar —no
repetir, aunque la repetición será inevitable consecuencia de la recuperación—, porque está parcialmente difuminada en la memoria. Emilio Gauna, un chico humilde que
trabaja en un taller, gana dinero en las carreras y se lo funde con sus
amigos en tres noches de carnaval bonaerense de 1927. Amanece junto a un lago y con
algunas imágenes confusas de lo que le ha sucedido la noche anterior (una mujer
entrevista, una máscara, un duelo a cuchillo). Aunque no parecen grandes
acontecimientos, se obsesiona con ellos, llegando a visitar a un brujo,
Taboada, que le recomienda que no investigue más, que no vuelva al pasado.
Durante un tiempo, coincidente con el enamoramiento y posterior enlace con Clara, la hija
del brujo, Gauna se olvida del asunto hasta que una noche de insomnio se lo trae
funestamente de vuelta. Un domingo de 1930 se resuelve a desentrañar qué pasó en esa oscura
noche de 1927, y justo ese día tiene lugar la muerte del brujo Taboada, hecho que le permite, con cierto fatalismo
narrativo, volver a las andadas arrojadizas de antaño: “Para Gauna, el hecho
tenía una sola interpretación posible: él debía emplear el dinero como en el
año veintisiete; debía salir con el doctor y con los muchachos; debía recorrer
los mismos lugares y llegar, la tercera noche, al Armenonville y, después, al
alba, en el bosque: así le sería dado penetrar de nuevo las visiones que había
recibido y perdido esa noche” (La invención y la trama: una antología; ed. de Marcelo Pichón Rivière, FCE, México D.F., 1988,
p. 208.). Pese a que Gauna, como el Paulo de Pron,
es consciente de la irrepetibilidad de los actos, sigue adelante. La novela pertenece al género fantástico porque, pese a todo, el tiempo acaba repitiéndose con absoluta exactitud. El resultado
es, hasta cierto punto, predecible: la obsesión de Gauna con la reconstrucción
de las imágenes fragmentarias de su recuerdo acaba causándole la muerte en una
riña especular a la que recordaba de forma borrosa.
La lectura de Bioy me acaba trayendo recuerdos de su soberbia La invención de Morel (1940),
donde, desde diferente perspectiva, hay otra reconstrucción tridimensional del
pasado: los hologramas espectrales de los antiguos habitantes de la isla. Esos
hologramas nos llevan a un corto inciso científico.
11. La realidad sustituida frente a la cognición de la realidad. En un tan esperanzador como inquietante experimento de 2012, unos científicos consiguieron recrear experiencias en personas con problemas de metacognición (reconocimiento de su capacidad de reconocer lo real), mediante medios tecnológicos, que resultaron indistinguibles para los pacientes de la realidad fenoménica. Como describían al comienzo de su artículo, es como si uno estuviese soñando y pensase que no se trata de tal sueño, sino que ya ha despertado del sueño anterior, dando la realidad onírica por válida. Más adelante explican el funcionamiento de esta SR o subtitutional reality en relación con el CR o proceso de Cognición de lo Real:
However to introduce the SR system, we first consider
an example of SR-based reality manipulation with
CR maintained, that is easily achievable by the SR system, but would be
technically very difficult or, in some cases, impossible with any other
methods, including VR/MR systems. In our example, we can present a realistic
experimental room with experimenters working to set something up or even
speaking to the subject, without the subject noticing that the entire scenario
is in fact not happening. Additionally, we can cause participants to experience
inconsistent or contradictory episodes, such as encountering themselves.
Another example is experiencing identical episodes repeatedly (e.g.,
conversations or one-time-only events, such as breaking a unique piece of art).
Such episodes create a déjà vu-like rare situation in that participants
experience the same event repeatedly in their live reality, and they are sure
that the same event happened before. Visual experience of the world with
different natural laws (i.e., weaker gravity or faster time) can also be
implemented. If we consciously experience these events and yet believe them to
be real, how do we perceive/recognise them? How does our brain manage the
inconsistencies? Do we deceive ourselves with confabulations or somehow
discover the substitutions and lose a CR? Even if a CR is maintained in these
episodes, we may experience an uncertainty about the reality of the situation.
How is this uncertainty manifested, both behaviourally and in terms of
physiological signals? Using the SR system, these important questions can be
investigated, allowing the SR system to be a novel and affordable method for
studying metacognitive functions.[12]
La referencia que se hace a una obra de arte me resultó, al
leer el artículo, aterradora. La unicidad
de la experiencia artística o de cierta experiencia artística era una de
las piezas claves del experimento de sustitución de lo real. Otra conclusión
espeluznante: en algún caso, aunque la persona sometida al experimento detectase
algo contradictorio con su intuición (por ejemplo, si pasa la mano por delante
de su rostro, pero no la ve porque el visiocasco le proyecta la SR, o se ve a
sí mismo entrar en la habitación[13]), prefiere creer en
aquello que está viendo y no en lo que su razón le proyecta como plausible.
Esa creencia en un acontecimiento imposible, recofigurado
tridimensionalmente en un decorado erigido para
engañarse, constituye la médula de la experiencia que buscan todas estas
fiestas recobradas y estos momentos reconstruidos por la literatura que hemos recopilado. La
inmersión SR se sustituye por la inmersión en esa RV textual que son, según
Mary-Louise Ryan[14], las ficciones.
12.
Reconstruir reconstrucciones.
Tú no tienes que entender la vida,
entonces será como una fiesta.
Rainer M. Rilke
La literatura es una reconstrucción de la memoria, sea de la
memoria creativa, inventada, o de la propia y personal. Es como aquel poema de Borges, "1964", que confiesa la querencia del autor que le "inclina / al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina". Algo
curioso y bello acontece cuando un personaje –mediante la ficción– quiere
reconstruir un espacio de su memoria. Y una escena más exótica, y más bella
aún, sucede cuando la figura protagonista desea recrear ese espacio a través de
otro espacio tridimensional, mediante un lugar
exacto a aquel que su memoria le presenta, para recobrarlo, para recuperar lo
que sucedió, para revivir quien era cuando tuvo lugar el recuerdo. Lo dijo Goethe
en el Fausto: “Entonces podría decir
al momento: ‘Detente, pues, ¡eres tan bello!’”[15]. Construir un lugar es detenerlo, petrificarlo, erigir una pieza de hermosura para su goce eterno,
como decía el poema de Keats. Hacer de la nostalgia del instante fugaz una
escultura permanente. Conservar
mediante el “resurrectine” del Locus
Solus de Roussel una fiesta para siempre.
Este texto, cuya primera versión publicada se remonta a 2012, y a cuyo original en mi ordenador he regresado varias veces en los últimos años para reconstruirlo, reavivarlo y ampliarlo, es la fiesta, la foto, la casa, la puerta, la esquina, el escenario y la noche que me veo obligado a revivir, fatal y felizmente, una y otra vez.
Este texto, cuya primera versión publicada se remonta a 2012, y a cuyo original en mi ordenador he regresado varias veces en los últimos años para reconstruirlo, reavivarlo y ampliarlo, es la fiesta, la foto, la casa, la puerta, la esquina, el escenario y la noche que me veo obligado a revivir, fatal y felizmente, una y otra vez.
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[1] Juan Carlos Onetti, Novelas cortas; Monte Ávila, Caracas, 1968, p. 33.
[2] G. Jonke, La escuela del
virtuoso; Ediciones del Subsuelo, Barcelona, 2012; traducción de Fruela
Fernández, p. 21. El énfasis en mayúsculas es del original.
[3] Marcel
Proust, En busca del tiempo perdido. 1.
Por el camino de Swann; Alianza, Madrid, 1979, p. 365, raducción de Pedro
Salinas.
[4] André Breton, Nadja;
Cátedra, Madrid, 2004, pp. 234-34, edición y traducción de José Ignacio
Velázquez.
[5] Tom McCarthy, Residuos;
Lengua de Trapo, Madrid, 2007, p. 266; traducción de Andrea Vidal Escabí.
[6] “Las reconstrucciones del protagonista de Remainder (2015) guardan
similitudes con la obra de artistas como Rod Dickinson, Jeremy
Deller, Iain Forsyth y Jane Pollard o el mismo Omer Fast
y cineastas como Peter Watkins o
Rithy Pahn, entre otros. La
denominada práctica del re-enactment se utiliza como una forma de
arqueología del pasado que sirve para exhumar sucesos traumáticos de la
Historia que no han sido asimilados por los individuos o que permanecen ocultos
en la memoria.”; Horacio Muñoz Fernández, “Remainder
(Residuos), de Tom McCarthy y Omer Fast”, en su blog La primera mirada, 18/10/2017, http://laprimeramirada.blogspot.com.es/2017/01/remainder-residuos-de-tom-mccarthy-y.html.
[7] Mercedes Cebrián, La nueva
taxidermia; Mondadori, Barcelona, 2011, p. 17.
[8] Javier
Montes, Segunda parte; Pre-Textos,
Valencia, 2010, p. 140.
[9] Rodrigo
Fresán, La parte inventada; Random
House, Barcelona, 2014, p. 92.
[10] Eduardo
Mendoza, La ciudad de los prodigios;
Seix Barral, Barcelona, 2008, p. 447.
[11] Patricio
Pron, Lo que está y no se usa nos
fulminará; Random House,
Barcelona, 2018, p. 55.
[12] Keisuke Suzuki, Sohei Wakisaka y
Naotaka Fujii, “Substitutional Reality System: A Novel Experimental Platform
for Experiencing Alternative Reality”; Scientific
Reports, n. 2, June 2012,
http://www.nature.com/srep/2012/120621/srep00459/full/srep00459.html.
[13]
http://www.nature.com/srep/2012/120621/srep00459/extref/srep00459-s1.mov
[14] Mary-Laure Ryan, La
narración como realidad virtual. La inmersión y la interactividad en la
literatura y en los medios electrónicos; Paidós, Barcelona, 2004.
[15] J. W. von Goethe, Fausto; Cátedra, Madrid, 2011, p. 423, edición de Manuel José
González y Miguel Ángel Vega.
muy interesante y completo, gracias.
ResponderEliminarlos ejemplos que mencionás me recordaron a la película After Life, de Hirokazu Koreeda: allí, "a mitad de camino entre el Cielo y la Tierra, los que acaban de morir son recibidos por unos guías que les ayudan a examinar sus recuerdos [...] Cada uno de los muertos debe escoger un único recuerdo para que sea plasmado en una película y poder así llevarlo con ellos cuando vayan al Cielo", según lo explica filmaffinity.
el recuerdo escogido se recrea minuciosamente, con actores y decorados, tal como en algunas de las novelas que citás.
muchos saludos desde Buenos Aires.
Virginia
Gracias, Virginia. Desconocía la película, haré por buscarla. Un abrazo y muchas gracias por la lectura.
ResponderEliminarExcelente artículo. Lo disfruté enormemente y tomé nota de algunos libros que no he leído. Te lo agradezco.
ResponderEliminarMuchas gracias, Javier, un placer.
ResponderEliminarSaludos
ResponderEliminarEl gran relato "Vera" de Villiers de L'Isle-Adam, va de un hombre que siente la presencia real de su amada muerta y se deleita como si estuviera viva, manteniendo intactos todos los objetos de la casa compartida.
El cuento de Ballard, "Las tumbas de tiempo", si no recuerdo mal, va de unos saqueadores de tumbas del futuro, tumbas en cuyo interior hay instalaciones virtuales de las personas fallecidas, para recrearlas en el futuro. A los saqueadores solo les interesan los aparatos reproductores y materiales para vender.
A mi estos dos relatos me sugieren la fragilidad de la posible reconstrucción de la memoria, por un lado la necesidad de mantener cada paño, cada copa, cada silla, exactamente en su lugar, para que no se rompa el hechizo; y por otro lado, la imposibilidad de mantener las tumbas virtuales libres de saqueo exterior.
En cierta manera también las tumbas de los faraones, reyes chinos y otras costumbres funerarias, como las que vemos en la tumbas etruscas... tienen algo de todo esto, de la creencia de que se pueden reproducir unos momentos de vida. Va a resultar que este tipo de literatura tiene mucho de funerario, en general toda la literatura.
Todos seremos tumbas virtuales saqueadas..jeje
Gracias, Manuel. No recordaba ese relato de Ballard, lo buscaré. También tengo pendiente "Glosa", la novela de Juan José Saer, que me apuntó un crítico argentino como posible fiesta reconstruida.
ResponderEliminarYo más que con lo funerario, prefiero quedarme con lo festivo :)
Un abrazo.
Bueno, los actos funerarios pueden ser festivos.
ResponderEliminarOtra obra que se me ocurre es "El museo de la inocencia" de Orhan Pamuk, que lleva por caminos insospechados lo que estás planteando.. Hasta convertirlo en Museo, incluso.
https://elpais.com/cultura/2012/04/27/actualidad/1335545219_747274.html
http://en.masumiyetmuzesi.org/
"el libro, que de manera minuciosa reconstruye los instantes en que fue feliz Kemal y también los muchos instantes en que fue tan desdichado como Füsun. “Ese momento dorado en una profunda paz espiritual envolvió todo mi ser quizá durara solo unos segundos, pero me pareció que la felicidad lo convertía en horas, años. El 26 de mayo de 1975, lunes, hubo un instante, hacia las tres menos cuarto…”
Así de minucioso es el recuento de la lucha por la felicidad que hace Kemal, quien, en el epílogo, se encuentra con Pamuk para contarle la historia que empieza ese día, “a las tres menos cuarto”, y para encargarle que, como sumo homenaje a la mujer amada, construya con todos los objetos que fue robando en la casa de Füsun hiciera un museo que la convierta en inolvidable. Carpintero, el traductor, dice que el museo es la suma de los instantes que aparecen en el libro, como si Pamuk llevara a sus últimas consecuencias el encargo del personaje de ficción y él se convirtiera en heredero de la misma locura."
Saludos
Wow, I didn't see that coming. Lo buscaré, Manuel, muchísimas gracias. Qué lujo de colaborador :)
ResponderEliminarAbrazos
De nada. Me alegro que te resulte interesante. Yo tengo el libro, otra cosa es leerlo, que no lo he hecho por su enorme volumen "de reconstrucción" del mínimo instante :)
ResponderEliminarEstimado sr. Mora.
ResponderEliminarSoy estudiante de Grado en Lengua y Literatura Españolas y es un honor ser lector de su blog.
Últimamente apenas consigo que me sobre tiempo y he venido a leerle menos de lo que me gustaría (que es siempre). Aún así, volver es para mí una obligación amén de un gran placer. Y una de mis maneras de reproducir, con toda la exactitud posible, uno de esos recuerdos anhelados de los que habla Vd. en su exposición. A veces, la reproducción es prácticamente exacta porque vuelvo a leer algo suyo que ya había leído. Yo para entonces ya no soy el mismo, claro. Ni usted tampoco. Es posible que de alguna manera el artículo tampoco sea el mismo, ni siquiera siéndolo formalmente.
Opino que a su manera todo el mundo se pasa la vida intentando reeditar sus particulares fiestas en el jardín, aunque obviamente es más notable cuando el dolor aparece, o sea, cuando ya no es posible o es prácticamente imposible la reedición. Cuando ya no se es joven, cuando esa persona murió, cuando el blog cerró.
Creo que los personajes a los que se refiere llevan todos más o menos al extremo de lo patológico su intento de recuperación de lo irrecuperable (o sea, del pasado), cosa frente a la que cada uno se maneja de una forma. Efectivamente, algunos lo hacen de manera enfermiza y febril. O puede que todos, alguna vez. Le confieso que mi novia es psiquiatra y a propósito de la lectura de su entrada le pregunté: ¿cómo se maneja la nostalgia? Su respuesta fue: «Mal».
Con todo, intuitivamente he empatizado con los personajes literarios que usted dice que sentían como si hubiera algo de siniestro en las perfectas réplicas del pasado. O como mínimo algo de fantasmagórico, y de aséptico. Tal vez estemos biológicamente preparados para entender que el pasado no puede ser más que eso. Por otra parte, me recordó a cuando se mira a un difunto, en el que el presente ya no existe, sino solo el pasado. Aunque la forma no podría ser más exacta, no puede haber ninguna reviviscencia en la relación con él en ese momento.
Seguramente lo mejor que podamos hacer con el pasado sea no recuperarlo. Planteado así por lo menos nos regalamos una vaga ilusión de que elegimos, y es posible que a muchos nos consuele.
Un saludo.
Iván A.T.
Estimado Iván,
ResponderEliminarGracias por su largo y reflexivo comentario. Supongo que a mí todas estas prosas recuperadoras me atraen por su exotismo: jamás perdería yo un solo minuto de mi vida en recobrar al detalle un momento del pasado. Manejo la melancolía no sintiéndola. Por eso me asombra tanto esfuerzo, tanta dedicación.
Gracias por dedicar su tiempo a leerme; sé que en estos tiempos en que todo el mundo cree que no tiene tiempo para leer es un hermoso gesto.
Saludos y hasta pronto,
Vicente.
Interesante artículo, aunque llego tarde a la fiesta… lo cual es otra forma de revivir su sensación, imaginándola cuando uno ni siquiera estuvo allí, y además ya solo quedan asientos vacíos y confeti. Cuando ya no queda nadie en el lugar, y te figuras cómo pudo ser aquello y cómo fueron los que estuvieron disfrutándolo en tu ausencia mientras la música aún sonaba.
ResponderEliminarEl problema con la nostalgia del paraíso, es que uno lo idealiza (como la infancia) ignorando que, como mucho, solo puso un pie en él. De modo que (por meticuloso que uno sea) no hay manera de reconstruir entero lo que nunca estuvo entero sin que la mitad quede postiza.
Estimado Bonifacio, gracias por tu comentario. Aquí no se llega tarde, sino cuando se puede; el primero que no puede venir al blog y actualizarlo todo lo que querría soy yo, saturado de trabajo. Gracias por tu comentario y, en efecto, la reconstrucción total es imposible, y quizá por eso los escritores la acometan. Supongo que a cada uno le mueve una causa distinta. Saludos.
ResponderEliminarLeí su "Fred Cabeza de Vaca" y me gustó. Más que cualquier otra cosa de un escritor español en activo que haya caído en mis manos últimamente. Aún así no lo terminé. Tuve que devolver el ejemplar a la biblioteca. En quince días se puede leer, pero como me empeño en leer varias cosas a la vez..., pues... En fin, enhorabuena por su trabajo. Me gustaría, como usted, tener la fuerza para compaginar los escritos en la red con los escritos de ficción destinados a (lamentablemente pero es lo que hay a no ser que... Me callo para no dar ideas, lo siento) publicarse en papel siguiendo el sistema comercial de turno. Saludos desde Chile de un joven andaluz.
ResponderEliminarEstimado anónimo, lamento que no la terminase, porque las últimas páginas son de lo menos malo de la novela y brindan muchas claves. Pero todo lector es libre, faltaría más, para decidir hasta dónde llega en su lectura. Gracias por el esfuerzo de leer hasta donde haya llegado, y gracias por escribirme. Un atento saludo.
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