lunes, 26 de octubre de 2009

Bosones y versos


Parece ser que en diciembre se retoma uno de los proyectos científicos que más me ha interesado en los últimos años, el Large Hadron Collider del CERN de Ginebra, que también aparece mencionado en textos de Javier Moreno o Agustín Fernández Mallo. Es un viaje al fondo de la materia, tan radical que hay científicos como Holger Bech Nielsen o Masao Ninomiya que han publicado artículos advirtiendo de que el proceso tomado para la búsqueda del Bosón de Higgs es tan aberrante que puede producir que se retroceda en el tiempo y que el colisionador de partículas no llegue nunca a producir el choque. Hay mucha información sobre esto en Internet, para posibles interesados. El caso es que la noticia de que se retoma (para bien o para mal) el experimento me recordó que aludí a él en la presentación de Tiempo que hice en Palma de Mallorca el mes pasado. Como algunas personas allí presentes me dijeron que podía ser interesante colgar aquí el texto que preparé para la ocasión, aquí lo dejo. Disculpen si puntualmente es un poco, o demasiado, personal, pero los libros son algo muy personal para sus autores.


Presentación de Tiempo

“En cualquier desierto hay dos caminos: uno lleva a la estética y otro a la moral”, escribía hace poco Manuel Vicent
[1]. Yo no estoy muy de acuerdo con esto. Para mí la palabra estética, que tiene dentro de sí la palabra ética, si se fijan, es un conjunto plural de elementos que no pueden vivir los unos sin los otros. Por eso en mi visión del desierto no hay dos caminos. Tampoco hay un camino. Un desierto es un desierto precisamente porque no hay caminos, cuando los hay es un parque natural, o una reserva. Un desierto es otra cosa.

A mí el desierto me llamó desde muy pronto. Mucho antes de ir por primera vez a uno de verdad. Durante lustros alimentaba en mí la pasión de lo desértico sin entender muy bien por qué me llegaba. Creo que caí fascinado por Borges porque él también estaba fascinado con el tema, y sus relatos y poemas están plagados de arena. Había varias cosas, supongo, en mi obsesión, y muchas las he descubierto con este poemario. Otras las fui entendiendo antes. Por ejemplo, el poder de la arena como metáfora. Para Eva Lootz, una artista a cuya sensibilidad me siento muy próximo, “arena es el nombre de lo que continuamente se deshace. (…) Arena es cuanto está expuesto a las corrientes y a la caída, es lo que se encuentra tan suelto de sí que obedece a las fuerzas ajenas: arrastre, magnetismo y gravedad. Partículas erráticas donde la ley de la cohesión ha desaparecido... Arena es la incesante ramificación de las líneas simples, la permanente distracción que aleja de toda meta, la inevitable proliferación de desvíos y bifurcaciones, el resquebrajamiento de los conductos, la aparición de derrames en los sistemas”
[2]. Ahí, al final, aparece el mayor punto de engarce con mi preocupación. Para mí la arena siempre ha sido la pura imagen del caos. De la entropía. Porque la arena es lo terminal, donde acaba todo lo sólido. Otro artista, Giusepe Penone, lo ha explicado bien, así que yo no lo estropearé diciéndolo mal: “para mí, todos los elementos son fluidos. Incluso la piedra es fluida: una montaña se desmorona, se convierte en arena. Sólo es cuestión de tiempo. Es la corta duración de nuestra existencia la que hace que llamemos ‘duro’ o ‘blando’ a éste u otro material. El tiempo echa a perder esos criterios”[3].

Tiempo habla de muchas cosas. Un libro escrito durante seis años, que además fueron para mí especialmente complicados, acaba siendo una summa de temas, preocupaciones, líneas de investigación intelectual, sentimientos y afectividad. Desde que lo comencé hasta este momento se han producido muchos cambios en mi vida, algunos dramáticos. Todo eso, muy oculto, laminado, hecho arena, está en este poemario. Todo ese tiempo está ahí, en las partes en blanco, disuelto entre las dudas, quiero decir entre las dunas.

Sí, todo acaba en la arena. Pero decíamos antes que la arena es la imagen del caos, de modo que también, en cierta forma, todo empieza en la arena. Se supone que el primer animal que respiró en toda la historia del Cosmos lo hizo en una playa de este planeta. Eso fue hace 438 millones de años. Nadie piensa en este tipo de cosas, pero a mí no me dejaba dormir cuál fue el primer animal que inhaló oxígeno, que abrió sus poros (pues no tenía pulmones ni branquias), recibió el alimento del aire y pensó vaya, parece que sobrevivo. Ese animal que salió del mar del Período Silúrico y respiró por primera vez lo hizo sobre la arena. De aquél pequeño animal vino el modo de relacionarnos con la atmósfera que tenemos ahora mismo. A mí suelen preocuparme las cosas que no le interesan a nadie, en las que nadie piensa, pero que me parecen fundamentales. Por ejemplo, ¿qué animal fue aquel? ¿Alguien lo sabe? Uy, les va a encantar la imagen. No se lo van a creer. La entropía se reserva estos chistes para contárselos en el duro invierno de la antimateria, cuando se instala más allá de los agujeros negros. El primer animal con respiración aérea fue una pequeña variedad del escorpión. Ahora se entiende todo mejor, ¿verdad?

Tiempo habla mucho sobre otra preocupación que desde niño que atosiga y me deja sin dormir por las noches. El origen y sentido último de la materia. ¿Saben? Yo iba para científico. Horribles profesores de matemáticas me lo impidieron. Hicieron que las aborreciera. Pero yo hubiera sido un científico decente. Mi inclinación a la ciencia se debe a que me horroriza la incertidumbre. Hace unos días me escandalizaba cuando leía en un libro de César Aira: “lo sé ciegamente, por entero, sin fallas, como la materia se sabe sus átomos”
[4]. Ay, don César, cómo puede usted decir eso. La materia ignora por completo su composición. La mayoría de las personas, por ejemplo, cree que está compuesta de células, lo que sólo es una aproximación interesada. Las células evocan algo vivo, y por eso la gente sonríe pensando en su identidad de compuestos celulares. Bueno, supongo que ustedes piensan a veces en eso, en qué son, más allá de si son hombre o mujer; porque lo que son es aquello que les forma, no aquello que les preocupa. Yo llegué un día del colegio lleno de alegría, gritándole a mi madre que era un organismo multicelular. Mi madre me miró sin comprenderme. Esa es la imagen de mi vida, creo: lo que a mí me preocupa deja a los demás indiferentes. Termino con esto: señores, ustedes no son células. Ustedes son fermiones y bosones ordenados. Estas partículas forman los átomos de carbono, oxígeno, silicio, hidrógeno, calcio, nitrógeno y fósforo que les componen en un 98’5; el resto son trazas de hierro y yodo, y minúsculas cantidades de hierro, sodio, magnesio y otros minerales. Sí, todo eso se organiza luego en células, de acuerdo. Si son más felices pensándolo así, bien, por mí perfecto. Pero no olviden que ustedes son químicamente más parecidos al desierto que a una gota de agua. Les dijeron en la escuela, como a mí, que somos un setenta por ciento de agua, ¿verdad? Otra verdad interesada. El agua es un concepto hermoso, cálido, da la vida, refresca, alivia la sed. En realidad, señores, ustedes sólo comparten dos elementos con el agua, pero casi diez con los átomos que componen el Sáhara. ¿Se emparejarían ustedes con una persona con la que comparten dos cosas en común o con otra con la que comparten esas dos mismas cosas, y otras ocho más? No se engañen, ustedes serían felices con el desierto, en el desierto, como yo lo fui. Noté que mi composición orgánica estaba en su elemento. En cierta forma, estaba en casa. Yo era otro animal de respiración aérea que llegaba a la arena, insuflaba aire y se sentía muy vivo. Vivo como pocas veces me he sentido. Es una cuestión de partículas. Era un modo de canalizar mi obsesión por los elementos subatómicos. Llevo años durmiendo mal porque no termina de despejarse la incógnita del bosón de Higgs. Estoy a punto de hacer una colecta para que se terminen los problemas económicos y de otro tipo que han paralizado las pruebas del CERN, el Laboratorio Europeo de Física de Partículas, para llegar hasta el final en este tema. Desde niño me han fascinado los átomos y sus complicadas proposiciones teóricas. Y esta preocupación por las partículas subatómicas responde a una metafísica precisa, a una pregunta por el origen cabal de la realidad. Las partículas son lo incuestionable. A eso creo que se refiere el filósofo Víctor Gómez Pin cuando dice que “el electrón representa una suerte de reencuentro con lo sustancial”[5]. Aquí lo sustancial debe ser entendido en su anfibología, en su polisemia. Es la sustancia como materia, pero también lo sustancial en el sentido de lo importante, de lo fundamental. Me causa una tremenda tranquilidad saber que soy el resultado azaroso de un proceso subatómico, una explosión nuclear en miniatura, una implosión. Eso me hace entender mi combustión interna, mi inestabilidad, la radiación y el calor desprendidos inútilmente durante todos estos años. Para mí cada libro es una terapia, y Tiempo es una terapia química cuya causa original, disculpen el autoanálisis, pudo ser la quimioterapia de mi padre. Porque la muerte del padre, como ya dijo Lacan, nos deja solos ante el tiempo, nos coloca en la terrible lista de los siguientes aguardando turno ante la muerte. Ahí se sale del paraíso de la juventud y se entra en el desierto de la madurez. Tiempo habla un poco de todas estas cosas. Quizá las preguntas no les interesen, espero que al menos las respuestas sean de su agrado.
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Notas
[1] M. Vicent, “Sáhara”, El País, 17/05/2009, contraportada.
[2] Eva Lootz, en Arena Internacional del Arte, nº 0, enero 1989, p. 94. Citado en Mª Carmen África Vidal, “Y… ¿Después de la postmodernidad? La escritura femenina”; en Rosa María Rodríguez Magda y Mª. Carmen África Vidal (eds.), Y después del postmodernismo, ¿qué?; Anthropos, Barcelona, 1998, p. 260.
[3] Giuseppe Penone, citado en G. Didi-Huberman, Ser cráneo. Lugar, contacto, pensamiento, escultura; Cuatro Ediciones, Valladolid, 2009, p. 53
[4] C. Aira, Diario de la hepatitis; Bajo la Luna, Buenos Aires, 2007, p. 20.
[5] V. Gómez Pin, Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen; Espasa, Madrid, 2008, p. 84.

domingo, 18 de octubre de 2009

Fragmentos para entender un anuncio


Ésta es la nuevapublicidad de Gran Turismo:







“Estamos más estrechamente ligados a lo invisible que a lo visible. (...) Realmente, el mundo espiritual está ya abierto para nosotros, ya es visible. Si cobrásemos de repente la elasticidad necesaria veríamos que estamos en medio de este mundo” (Novalis) “Lo real comienza cuando ya no se comprende nada de lo que se hace, de lo que se sabe” (Matisse), “La realidad es un tejido de muchas películas transparentes” (Guy Davenport, ¡Tatlin!) “La realidad es un asunto muy subjetivo. Sólo puedo definirla como una suerte de acumulación gradual de información; como una especialización. (...) Se puede ir uno acercando más y más a la realidad, por así decir; pero nunca puede uno acercarse lo suficiente porque la realidad es una sucesión infinita de pasos, de niveles de percepción, de falsos sondeos, y por ende, inextinguible, inalcanzable” (Vladimir Nabokov, Opiniones contundentes) “Lo que está escondido es más real que lo que se manifiesta, y esto es verdad en toda la escala que lleva de lo menos escondido a lo más escondido” (Simone Weil) “La realidad en que viven los seres humanos, y aun la sola realidad externa que tanto preocupaba a aquellos narradores, es infinita, tiene raíces que se extienden en todas las direcciones, sufre el reflejo de todas las luces y los efectos de las más remotas causas: todo corte es automáticamente falsificador” (Ernesto Sábato, El escritor y sus fantasmas) “Una imagen es sólo el punto donde la mente, el ojo y la mano se detienen entre varias incertidumbres. En ese punto todas ellas confluyen, se niegan y se destruyen, metamorfoseadas en una realidad desconocida” (Roa Bastos) “La realidad mantiene todavía un aire de familia, pero ya no es precisamente el rostro que conocíamos” (Alejandro Rossi, Manual del distraído) “¿Un arroyo? Corre hacia él, pero era un espejismo… / ¡Muere de sed hundido en el torrente del que bebe!” (Lucrecio, De rerum natura) “La realidad es un espesamiento de la imaginación” (Juan José Millás) “La realidad es una potencia ciega, acéfala; poco podremos con fundamento decir de ella, por cuanto ella es lo primero, lo elemental e indefinible, lo creador del mundo de la representación, del sueño búdico en que vivimos sumergidos. Nuestra representación no podrá servirnos –si pensamos lógicamente- para penetrar en lo real. (Antonio Machado, Los complementarios) “Como debe ocurrir en la creación, / la realidad se alcanza de milagro, / de la menos real de las maneras” (Álvaro García, Intemperie) “La realidad es la nada con formas” (Clemente Palma, “La Granja Blanca”, 1904)

*

El espectador del anuncio cae en la tentación de pensar que la imagen pequeña del videojuego es menos real que la que tiene el piloto que conduce el coche, sin caer en la cuenta de que las dos son imágenes, igual de reales o irreales una que la otra.





jueves, 15 de octubre de 2009

Los lectores eligen a Juan Goytisolo como deseable Premio Cervantes

Bien, se ha cerrado la consulta, después de 16 días, y aquí están los resultados. Estas son las votaciones de los lectores de Diario de Lecturas, tras consultarles quién debería ser el próximo Premio Cervantes:

1. Juan Goytisolo: 86 votos.
2. Rafael Cadenas: 51 votos.
3. José Manuel Caballero Bonald: 49 votos.
4. César Aira: 48 votos.
5. Carlos Edmundo de Ory: 47 votos.
6. Pere Gimferrer: 45 votos.

A más distancia quedan Tomás Segovia, con 35, y Fernando Vallejo, con 31. De los candidatos propuestos por los lectores, el más votado ha sido, sorprendentemente, el canario Isaac de Vega, un autor muy poco conocido fuera de las islas, con 36 menciones. Después, Nicanor Parra con 25 votos y Leopoldo María Panero con 21.

Revelo ahora mis propios votos: primero voté, para probar el sistema, por todos los candidatos; después, ya seleccionando, voté por Goytisolo, Gimferrer y Eltit. Evidentemente, todos los candidatos que yo propuse tienen calidad, a mi juicio, para recibir el premio y lo merecen; sólo que considero que estos tres nombres son más premiables, por diversas circunstancias, no que sean necesariamente mejores que los otros. Por lo demás, sería muy complejo y polémico comparar a un poeta con un narrador, o establecer juicios de preferencia entre ambos. Ya es complicado y polémico hacerlo entre practicantes de las mismas artes; entre escritores cuyos géneros no se tocan hacerlo es introducirse en un jardín donde los senderos te ensartan.

Es difícil hacer una valoración de estos resultados, por varios motivos. Primero, porque desde la misma IP podía votarse varias veces, lo que altera la consulta. Segundo, porque no tengo acceso al origen geográfico de los votos, que hubiera contribuido a aclarar algo más las cosas. Tengo la impresión, por ejemplo, de que se ha votado mucho más desde España que desde Latinoamérica, por el hecho de que 4 de los 6 candidatos más votados son españoles, algo inconcebible si el grueso de los votantes fuera de este lado del Atlántico (el americano, desde donde escribo).

Sin embargo, no podemos obviar que, votando una o varias veces, cada voto supone un apoyo a un nombre. Por ese motivo, mientras podemos dudar razonablemente de si los lectores prefieren más a Cadenas, Caballero Bonald o Aira, separados por 3 minúsculos votos, no cabe duda de que había una actitud favorable y claramente mayoritaria hacia Juan Goytisolo. De los 455 votos totales, 86 han recaído sobre Goytisolo, lo que supone que uno de cada cinco votantes ha elegido al autor de Señas de identidad, solo o en compañía de otros.

Parece que los votantes han preferido también a los autores de más edad y de más obra, algo lógico, ya que aquí no se está votando –desde luego no era mi intención– al autor más valioso, al “mejor”, sino al que pueda reunir los difusos requerimientos que deberían acompañar al ganador del Premio Cervantes. No sé cuáles sean éstos en la práctica, pero sí sé cuáles deberían ser: el premiado debería ser una figura de larga trayectoria, conocida y respetada en todas las orillas del idioma; su obra debería ser representativa de un concepto elevado del idioma común (esto es: debería ser una obra caracterizada por el uso completo, complejo, problemático y ambicioso del castellano; una obra que aumente y mejore el idioma, como lo hizo la de Cervantes), debería ser una obra de gran o indiscutible calidad literaria, y debería suscitar el consenso de lectores, escritores, críticos y académicos de todos los países donde nuestra lengua se utiliza. Estoy seguro de que eso ocurre con todos y cada uno de los candidatos que yo postulaba; en los de los lectores, lamento decirlo, ocurre en muy pocos casos, porque se han postulado muchos autores que son demasiado jóvenes o de obra aún escasa como para tener la condición de “premiables”. El Cervantes premia a una trayectoria, no a un proyecto inconcluso de trayectoria. También se han postulado otros nombres que me parecen de escasa calidad o simplemente ridículos, aunque no me apetece destacarlos.

No voy a hurtar un factor que a mí mismo me parece polémico, como es el de la inclusión –me extraña que no se haya producido debate sobre esto– de Gimferrer en la primera lista. Polémico no por el hecho de que no sea un escritor extraordinario, sino porque (buena) parte de su obra esté escrita en catalán. Puse su nombre casi sin pensar, de modo inconsciente, porque me parece un escritor hispanoamericano o hispánico indiscutible, en el sentido de “nacido en un Estado donde el castellano es lengua oficial”. Hasta una semana después no caí en la cuenta de que el Cervantes juzga obra realizada sólo en castellano. Pensamos los españoles en Gimferrer como en una figura única, cuando en realidad es un escritor de lengua doble, o esquizofrénica, o dos escritores. Yo le he leído en español, en catalán y en catalán traducido al castellano, y para mí es una figura sola, pero eso no tiene por qué ser así para los lectores del otro lado (este) del océano. Ignoro asimismo qué recepción han tenido las obras de Gimferrer en Latinoamérica; no sé si es un poeta conocido o no, supongo y espero que sí, ya sea su indispensable obra en castellano o la muy importante en catalán. A mi juicio, la obra en castellano de Gimferrer es más que suficiente para postularle al Cervantes, como en su momento la catalana pareció ser suficiente para convertirle en un serio candidato al Premio Nobel. Creo que el mayor premio de Gimferrer es ése, la rotunda necesidad de su existencia, la imposibilidad de “olvidarle” o de no tenerle en cuenta. El hecho de que sus últimas obras hayan sido controvertidas no es óbice para hacer como si la inmensa mayoría de su producción no existiera y fuera incontrovertible.

Para terminar, mi valoración sobre el resultado final, que coincide además con uno de mis votos, es obviamente favorable. Goytisolo es un autor que merece, desde cualquier punto de vista, este galardón. Sus posiciones políticas, ideológicas, religiosas, las críticas a su patria de origen, su personalidad, sus gustos estéticos, su extraterritorialidad o cualquier otro factor externo a la literatura no deberían ser tenidos en cuenta para nada; menos aún para la concesión de un premio literario. En España tenemos la detestable costumbre de juzgar la obra literaria por lo bien o mal que nos cae su autor, o por sus posiciones ideológicas o sociales. A Goytisolo, a la hora de valorarle como escritor, hay que atenerse a sus libros, a su trayectoria. Y pocas obras literarias hispanoamericanas han tenido la buena valoración universal que la suya ha tenido durante décadas. Esto es lo único que puede y debe contar.

Ahora sólo queda por saber qué decide el jurado.


miércoles, 7 de octubre de 2009

Un importante rescate


Ricardo Gullón, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez; Sibila / Fundación BBVA, Sevilla, 2008.

La Fundación BBVA y Sibila están reeditando, con el título de “Biblioteca de Poesía en Español”, volúmenes de gran interés de y sobre poesía hispanoamericana. Estos últimos días he leído Poesía y caracol (2008), del uruguayo Rafael Courtoisie, algunas de cuyas piezas me han interesado, y este otro libro –entiendo– fundamental para acercarse a la obra y la figura de Juan Ramón Jiménez, a mi juicio el poeta más sobresaliente, junto con Federico García Lorca, de la poesía española del siglo XX. Estas conversaciones, inaccesibles editorialmente durante décadas (creo que la última edición de Taurus era de 1958), suponen un rescate literario de gran importancia, como intentaremos explicar a continuación.

Mientras que la obra de Lorca está más o menos fijada y esclarecida, el gran problema de recepción de la obra de JRJ es siempre el mismo: la inaccesibilidad de su corpus, la imposibilidad de fijar el canon de una obra con decenas de variantes auténticas del mi
smo poema; problema tanto más grave si tenemos en cuenta que hablamos de un escritor prolífico, que legase miles de textos publicados e inéditos. En ese sentido, estas Conversaciones sostenidas con el profesor Ricardo Gullón (foto inferior) durante 1953 y 1954, casi al final de sus días, suponen un valioso texto para los historiadores e investigadores de la figura de JRJ, precisamente por el abundante material que contienen acerca de las preocupaciones del poeta sobre la publicación de su (im)posible “obra completa”. En cierto momento se habla de la conversación con los editores de Aguilar para publicarla en siete volúmentes, titulados: “Leyenda –verso-, Historia –prosa lírica-, Política –prosa crítica-, Ideología –aforismos-, Traducción -¡tantas versiones, miles de versiones como llevo hechas!-, Carta particular –sobre temas literarios, prólogos, entrevistas, etc.- y Complementos –los alrededores de mi obra”, dice el propio JRJ (p. 117). Algunos de estos volúmenes como Ideolojía (Anthropos), Música de otros (Galaxia Gutemberg, que sería Traducción) o Leyenda (Cupsa, 1978; Visor, 2009) han sido publicados, aunque sería difícil esclarecer si hubieran sido aprobados por la exigente y revisora pluma de Juan Ramón, siempre volcado en la rescritura y reconstrucción incesante de su trabajo. Frente a quienes piensan en JRJ como una persona soberbia y egolátricamente orgullosa de su obra, esa constante voluntad de pulimiento y mejora a mí me parece una prueba más bien de su humildad y de su clara conciencia de que todo es mejorable. A este respecto comentaba Monterroso en uno de los ensayos de La letra e: “T. S. Eliot, Julio Cortázar. Dos autores auténticamente modernos, en estas dos publicaciones de sus manuscritos que se llevan apenas más de una década y en las que se puede ver algo (nunca puede verse todo) de encarar eso que algunos llaman creación y que tal vez no sea sino un simple ordenamiento; su respeto, o su irrespeto, qué diablos, por la palabra escrita; o su humildad, finalmente, ante la inmensidad de un sí o de un no que a nadie le importa; de un párrafo que se conserva o que se suprime, las enormes minucias que diría Chesterton y que el lector, ese último beneficiario o perdedor invisible, apenas sospecha”. En efecto: tachar y corregir son muestras de humildad, rastros de la grandeza de un autor que, aun consciente de su valía o precisamente por esa consciencia, decide que su obra es un borrador perpetuo, un texto que jamás hallará la perfección. Es lo que Jordi Doce llamaba “la insatisfacción del deber cumplido
[1]; lo que Gamoneda quería decir al expresar que “el trabajo se inicia y fundamenta en la eliminación, en la tachadura (…) La tachadura crea el valor de ‘un no saber’; bajo la tachadura tendría que haber algo que desconozco y que conviene a la revelación[2]; y lo que el propio JRJ expresaba así: “yo no soy quién para condenar por mal poeta a nadie. He escrito mal, mejor y bien; poco bueno. Prueba de que lo pienso así es que me corrijo constantemente. Nunca publico un poema sin algún cambio” (La corriente infinita). Esa voluntad de perfección, que para mí es un gesto de grandeza por lo que tiene de humildad, ha sido también –hay que reconocerlo– uno de los grandes impedimentos para la difusión cabal y completa de su obra. Por supuesto, prefiero esta actitud dispersa a la increíble y avara autoconciencia de, pongamos, un Jorge Guillén, dedicado en cuerpo y alma a fijar su corpus en su última época, para fabricarse a medida una posteridad cada vez más discutible.

Estas Conversaciones tienen también el inestimable valor de acercarnos a los propósitos e interpretaciones de Juan Ramón sobre la poesía ajena y sobre la propia. En este último sentido, me parece muy preciso el párrafo donde JRJ da su versión sobre la creación de Espacio, a mi juicio –y creo que también al de Octavio Paz– el poema más importante de la poesía española del pasado siglo:

-¿Conoce usted Miami? –me pregunta Juan Ramón–. Es un arrecife de coral que se presenta como una línea horizontal, recta. Pues bien: esa línea y ese paisaje me hicieron concebir según es el poema Espacio, en cuya revisión estoy trabajando. El poema quiere ser también algo de horizontes ilimitados, sin obstáculos; dar la impresión de que podría seguir sin fin, continuamente. (pp. 120-21).

Y no son los referentes a la propia obra los únicos hallazgos. Me ha gustado mucho, por ejemplo, encontrar una frase que yo utilizo sistemáticamente para explicar los problemas endémicos de la literatura española actual: “un poeta no puede escribir hoy un poema como a fines del XIX o comienzos del XX (…) volver a la forma tradicional es confesar que se carece forma propia.” (pp. 125-26). Cómo me alegra ver escrita una obviedad tan grande, una verdad tan irrefutable, por un autor de la talla de Juan Ramón, que para colmo no fue un poeta experimental y siempre se constituyó como un gran defensor de la tradición bien entendida (: aprendizaje sin imitación).

También aparece, por supuesto, el JRJ Mr. Hyde, malicioso y puntualmente cruel, que puede verse otros lugares como las transcripciones de Juan Guerrero Ruiz (Juan Ramón de viva voz) y en sus propios textos de Españoles de tres mundos. Sería poco honesto desconocer esta faceta del autor, o ignorarla, ya que (le) hizo mucho daño durante mucho tiempo, y quizá se lo siga haciendo. Pero junto a ese personaje severo y distante, hipocondríaco y egoísta, hay también y sin solución de continuidad con él una persona generosa que se dedicó durante muchos años a alentar, publicar, difundir y alabar el trabajo de los poetas más jóvenes, entre los que se encontraron casi todos los vates del grupo del 27. En estas páginas se recogen testimonios de Juan Ramón hablando con mucha generosidad de poetas mayores, como Machado o Rubén Darío, así como iniciativas de publicación de nuevos nombres, tanto españoles como puertorriqueños; también habla con admiración el moguereño de poetas más jóvenes como José Luis Hidalgo, Delmira Agustini o Pilar Paz Pasamar. Juan Ramón era, como hemos explicado en otro lugar, una persona que un día editaba un libro a Pedro Salinas y el siguiente insultaba a Cernuda sin miramientos. Podemos opinar mucho al
respecto, pero los primeros libros publicados de varios de los poetas españoles más importantes del XX se deben a la acción directa y generosa de Juan Ramón, y eso es lo que permanece en los estantes
[3]. Las palabras se las lleva el viento, los libros no. En este mismo sentido, habría que enfatizar igualmente la ejemplar generosidad de Ricardo Gullón, quien, a pesar del arduo, riguroso y exigente trabajo realizado, no duda en ningún momento en situarse en segundo plano, dejando en todo instante el máximo protagonismo al poeta. Sus apuntes sobre la isla y su ambiente contribuyen a entender mejor el contexto biográfico de Juan Ramón y Zenobia, y sus inteligentes opiniones literarias –con las que no hay que estar siempre de acuerdo, pero que son juiciosas y argumentadas– nos ayudan a situar históricamente los temas de las charlas con el autor de Animal de fondo.

Resumiendo, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez es un libro imprescindible para conocer mejor la persona y la obra del poeta andaluz, y también, y por añadidura, un interesante fresco de la poesía española y latinoamericana de la época, vista con la distancia del exilio, a través de la inteligencia creadora de Juan Ramón y de la crítica de Ricardo Gullón. Un auténtico lujo que llevaba mucho tiempo inaccesible, ahora disponible para todos.




[Relación del crítico con la editorial: ninguna.
Relación con Rafael Courtoisie: ninguna.
Relación con Juan Ramón Jiménez y Ricardo Gullón: ninguna, para mi desgracia]




Notas

[1] Jordi Doce, Hormigas blancas; Bartleby Editores, Madrid, 2005, p. 77.
[2] Antonio Gamoneda, Reescritura; Abada, Madrid, 2004, p. 6.
[3] El propio Gullón se solaza al final del volumen comentando un ejemplo: “En la Biblioteca de la Universidad se conserva un ejemplar de este libro [habla de Unidad y diversidad, de Cernuda], cuya dedicatoria dice: ‘A Juan Ramón Jiménez, el autor de Poesía, Belleza, Unidad, al poeta que me alentó en mis comienzos y que alentó a mis compañeros de generación, y cuya fuerza y delicadeza yo no olvidaré nunca’. Y firma: Luis Cernuda” (p. 148). La cursiva es mía.

sábado, 3 de octubre de 2009

Pasadizos de vidrio: los hombres de cristal

1. El comienzo

Seis meses estuvo en la cama Tomás, en los cuales se secó y se puso, como suele decirse, en los huesos, y mostraba tener turbados todos los sentidos. Y, aunque le hicieron los remedios posibles, sólo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no de lo del entendimiento, porque quedó sano, y loco de la más estraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto. Imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían; que real y verdaderamente él no era como los otros hombres: que todo era de vidrio de pies a cabeza.

[Miguel de Cervantes, El licenciado vidriera, Novelas ejemplares]




2. Mr. Glass en El protegido:








3. Hombre-poema

Y eso es el licenciado hombre-poema, alma suelta, transparencia, objeto de constante irrisión popular. Pero conviene recordar que Garcilaso había anticipado el esquema con su peculiar y problemática caracterización de Albanio en la Égloga II (...) que busca la transparencia mediante una versión o emisión literal del alma (...) La temeridad de Albanio se extrema cuando postula su conversión final en agua: cuando se enamora de su reflejo en la fuente. Así debe interpretarse esta irrupción de la leyenda de Narciso. No es que Albanio se enamore de sí mismo. Sencillamente se alarma ante su propia persona desomatizada: “Espíritu soy, de carne ya desnudo, / que busco el cuerpo mío” (...) Albanio queda, pues, en un estado de transparencia radical. En este sentido, el licenciado vidriera no es sino un narciso liberado de la dialéctica especular, un narciso que ha interiorizado el espejo (la imagen) hasta el punto de volverse transparente. Por decirlo en plata, Tomás es un Narciso que se ha tragado el espejo, un Albanio con la fuente dentro: un sujeto radicalmente animizado, espectralizado, transformado en su propio fantasma. Y la ocasión es error y peligro: “más cercano peligro, y más presente, / hay siempre en el espejo que en la fuente” (Hernando de Acuña, “La fábula de Narciso”).[1]




4. "El hombre de cristal", en Atenas, Grecia:


http://www.greecetravel.com/photos/athens/everyday-athens/PhotoAlbum1/glassman.jpg

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEinjo4rh7PGfqxxA41eP7OKaVh9tC1sVqbvj-kanhEUbqHhaSwC-EdinbXC7thSSuo6aA20IP6R_uxH8oEDEsRP9CVPsAvGm-fz1y5Y-c_tcatCuhg-_8ipU9GVG1Y_RDE-mwWm/s1600/Glass+man.jpg





5. Teste.

“Tan recta es mi visión, tan pura mi sensación, tan desgraciadamente completo mi conocimiento, y tan sutil mi representación, tan nítida, y mi ciencia tan consumada, que desde la extremidad del mundo hasta mi palabra silenciosa me penetro; y levantándose de la cosas informe que se desea, a lo largo de fibras conocidas y centros ordenados, yo me soy, me respondo, me reflejo y repercuto, me estremezco en el infinito de los espejos –soy de cristal”

[Paul Valéry, Monsieur Teste; Visor Distribuciones, Madrid, 1999, p. 46.]



6. T-1000

http://www.youtube.com/watch?v=jg7e9WeYg8M&feature=fvw



7. Francisco de Quevedo, "El reloj de arena":

¿Qué tienes que contar, reloj molesto,
en un soplo de vida desdichada
que se pasa tan presto?
¿En un camino que es una jornada
breve y estrecha de este al otro polo,
siendo jornada que es un paso solo?
Que si son mis trabajos y mis penas,
no alcanzaras allá, si capaz vaso
fueses de las arenas,
en donde el alto mar detiene el paso.
Deja pasar las horas sin sentirlas,
que no quiero medirlas,
ni que me notifiques de esa suerte
los términos forzosos de la muerte.
No me hagas más guerra,
déjame y nombre de piadosa cobra,
que harto tiempo me sobra
para dormir debajo de la tierra.
Pero si acaso por oficio tienes
el contarme la vida,
presto descansarás, que los cuidados
mal acondicionados
que alimenta lloroso
el corazón cuitado y lastimoso,
y la llama atrevida
que amor, ¡triste de mí!, arde en mis venas
(menos de sangre que de fuego llenas),
no sólo me apresura
la muerte pero abréviame el camino:
pues con pie doloroso,
mísero peregrino,
doy cercos a la negra sepultura.
Bien sé que soy aliento fugitivo;
ya sé, ya temo, ya también espero
que he de ser polvo, como tú, si muero;
y que soy vidrio, como tú, si vivo.






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Notas:

[1] Julián Jiménez Heffernan, “Pequeño, claro y libre. Una poética para el poema lírico en la España del siglo XVI”, en Studi Ispanici, Pisa-Roma, 2002, pp. 78-79.