Presentación de Tiempo
“En cualquier desierto hay dos caminos: uno lleva a la estética y otro a la moral”, escribía hace poco Manuel Vicent[1]. Yo no estoy muy de acuerdo con esto. Para mí la palabra estética, que tiene dentro de sí la palabra ética, si se fijan, es un conjunto plural de elementos que no pueden vivir los unos sin los otros. Por eso en mi visión del desierto no hay dos caminos. Tampoco hay un camino. Un desierto es un desierto precisamente porque no hay caminos, cuando los hay es un parque natural, o una reserva. Un desierto es otra cosa.
A mí el desierto me llamó desde muy pronto. Mucho antes de ir por primera vez a uno de verdad. Durante lustros alimentaba en mí la pasión de lo desértico sin entender muy bien por qué me llegaba. Creo que caí fascinado por Borges porque él también estaba fascinado con el tema, y sus relatos y poemas están plagados de arena. Había varias cosas, supongo, en mi obsesión, y muchas las he descubierto con este poemario. Otras las fui entendiendo antes. Por ejemplo, el poder de la arena como metáfora. Para Eva Lootz, una artista a cuya sensibilidad me siento muy próximo, “arena es el nombre de lo que continuamente se deshace. (…) Arena es cuanto está expuesto a las corrientes y a la caída, es lo que se encuentra tan suelto de sí que obedece a las fuerzas ajenas: arrastre, magnetismo y gravedad. Partículas erráticas donde la ley de la cohesión ha desaparecido... Arena es la incesante ramificación de las líneas simples, la permanente distracción que aleja de toda meta, la inevitable proliferación de desvíos y bifurcaciones, el resquebrajamiento de los conductos, la aparición de derrames en los sistemas”[2]. Ahí, al final, aparece el mayor punto de engarce con mi preocupación. Para mí la arena siempre ha sido la pura imagen del caos. De la entropía. Porque la arena es lo terminal, donde acaba todo lo sólido. Otro artista, Giusepe Penone, lo ha explicado bien, así que yo no lo estropearé diciéndolo mal: “para mí, todos los elementos son fluidos. Incluso la piedra es fluida: una montaña se desmorona, se convierte en arena. Sólo es cuestión de tiempo. Es la corta duración de nuestra existencia la que hace que llamemos ‘duro’ o ‘blando’ a éste u otro material. El tiempo echa a perder esos criterios”[3].
Tiempo habla de muchas cosas. Un libro escrito durante seis años, que además fueron para mí especialmente complicados, acaba siendo una summa de temas, preocupaciones, líneas de investigación intelectual, sentimientos y afectividad. Desde que lo comencé hasta este momento se han producido muchos cambios en mi vida, algunos dramáticos. Todo eso, muy oculto, laminado, hecho arena, está en este poemario. Todo ese tiempo está ahí, en las partes en blanco, disuelto entre las dudas, quiero decir entre las dunas.
Sí, todo acaba en la arena. Pero decíamos antes que la arena es la imagen del caos, de modo que también, en cierta forma, todo empieza en la arena. Se supone que el primer animal que respiró en toda la historia del Cosmos lo hizo en una playa de este planeta. Eso fue hace 438 millones de años. Nadie piensa en este tipo de cosas, pero a mí no me dejaba dormir cuál fue el primer animal que inhaló oxígeno, que abrió sus poros (pues no tenía pulmones ni branquias), recibió el alimento del aire y pensó vaya, parece que sobrevivo. Ese animal que salió del mar del Período Silúrico y respiró por primera vez lo hizo sobre la arena. De aquél pequeño animal vino el modo de relacionarnos con la atmósfera que tenemos ahora mismo. A mí suelen preocuparme las cosas que no le interesan a nadie, en las que nadie piensa, pero que me parecen fundamentales. Por ejemplo, ¿qué animal fue aquel? ¿Alguien lo sabe? Uy, les va a encantar la imagen. No se lo van a creer. La entropía se reserva estos chistes para contárselos en el duro invierno de la antimateria, cuando se instala más allá de los agujeros negros. El primer animal con respiración aérea fue una pequeña variedad del escorpión. Ahora se entiende todo mejor, ¿verdad?
Tiempo habla mucho sobre otra preocupación que desde niño que atosiga y me deja sin dormir por las noches. El origen y sentido último de la materia. ¿Saben? Yo iba para científico. Horribles profesores de matemáticas me lo impidieron. Hicieron que las aborreciera. Pero yo hubiera sido un científico decente. Mi inclinación a la ciencia se debe a que me horroriza la incertidumbre. Hace unos días me escandalizaba cuando leía en un libro de César Aira: “lo sé ciegamente, por entero, sin fallas, como la materia se sabe sus átomos”[4]. Ay, don César, cómo puede usted decir eso. La materia ignora por completo su composición. La mayoría de las personas, por ejemplo, cree que está compuesta de células, lo que sólo es una aproximación interesada. Las células evocan algo vivo, y por eso la gente sonríe pensando en su identidad de compuestos celulares. Bueno, supongo que ustedes piensan a veces en eso, en qué son, más allá de si son hombre o mujer; porque lo que son es aquello que les forma, no aquello que les preocupa. Yo llegué un día del colegio lleno de alegría, gritándole a mi madre que era un organismo multicelular. Mi madre me miró sin comprenderme. Esa es la imagen de mi vida, creo: lo que a mí me preocupa deja a los demás indiferentes. Termino con esto: señores, ustedes no son células. Ustedes son fermiones y bosones ordenados. Estas partículas forman los átomos de carbono, oxígeno, silicio, hidrógeno, calcio, nitrógeno y fósforo que les componen en un 98’5; el resto son trazas de hierro y yodo, y minúsculas cantidades de hierro, sodio, magnesio y otros minerales. Sí, todo eso se organiza luego en células, de acuerdo. Si son más felices pensándolo así, bien, por mí perfecto. Pero no olviden que ustedes son químicamente más parecidos al desierto que a una gota de agua. Les dijeron en la escuela, como a mí, que somos un setenta por ciento de agua, ¿verdad? Otra verdad interesada. El agua es un concepto hermoso, cálido, da la vida, refresca, alivia la sed. En realidad, señores, ustedes sólo comparten dos elementos con el agua, pero casi diez con los átomos que componen el Sáhara. ¿Se emparejarían ustedes con una persona con la que comparten dos cosas en común o con otra con la que comparten esas dos mismas cosas, y otras ocho más? No se engañen, ustedes serían felices con el desierto, en el desierto, como yo lo fui. Noté que mi composición orgánica estaba en su elemento. En cierta forma, estaba en casa. Yo era otro animal de respiración aérea que llegaba a la arena, insuflaba aire y se sentía muy vivo. Vivo como pocas veces me he sentido. Es una cuestión de partículas. Era un modo de canalizar mi obsesión por los elementos subatómicos. Llevo años durmiendo mal porque no termina de despejarse la incógnita del bosón de Higgs. Estoy a punto de hacer una colecta para que se terminen los problemas económicos y de otro tipo que han paralizado las pruebas del CERN, el Laboratorio Europeo de Física de Partículas, para llegar hasta el final en este tema. Desde niño me han fascinado los átomos y sus complicadas proposiciones teóricas. Y esta preocupación por las partículas subatómicas responde a una metafísica precisa, a una pregunta por el origen cabal de la realidad. Las partículas son lo incuestionable. A eso creo que se refiere el filósofo Víctor Gómez Pin cuando dice que “el electrón representa una suerte de reencuentro con lo sustancial”[5]. Aquí lo sustancial debe ser entendido en su anfibología, en su polisemia. Es la sustancia como materia, pero también lo sustancial en el sentido de lo importante, de lo fundamental. Me causa una tremenda tranquilidad saber que soy el resultado azaroso de un proceso subatómico, una explosión nuclear en miniatura, una implosión. Eso me hace entender mi combustión interna, mi inestabilidad, la radiación y el calor desprendidos inútilmente durante todos estos años. Para mí cada libro es una terapia, y Tiempo es una terapia química cuya causa original, disculpen el autoanálisis, pudo ser la quimioterapia de mi padre. Porque la muerte del padre, como ya dijo Lacan, nos deja solos ante el tiempo, nos coloca en la terrible lista de los siguientes aguardando turno ante la muerte. Ahí se sale del paraíso de la juventud y se entra en el desierto de la madurez. Tiempo habla un poco de todas estas cosas. Quizá las preguntas no les interesen, espero que al menos las respuestas sean de su agrado.
[1] M. Vicent, “Sáhara”, El País, 17/05/2009, contraportada.
[2] Eva Lootz, en Arena Internacional del Arte, nº 0, enero 1989, p. 94. Citado en Mª Carmen África Vidal, “Y… ¿Después de la postmodernidad? La escritura femenina”; en Rosa María Rodríguez Magda y Mª. Carmen África Vidal (eds.), Y después del postmodernismo, ¿qué?; Anthropos, Barcelona, 1998, p. 260.
[3] Giuseppe Penone, citado en G. Didi-Huberman, Ser cráneo. Lugar, contacto, pensamiento, escultura; Cuatro Ediciones, Valladolid, 2009, p. 53
[4] C. Aira, Diario de la hepatitis; Bajo la Luna, Buenos Aires, 2007, p. 20.
[5] V. Gómez Pin, Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen; Espasa, Madrid, 2008, p. 84.