Juan Andrés García Román, El fósforo astillado; DVD Ediciones, Barcelona, 2008
1. No lo entiendo, de modo que continúo; sigo sin entenderlo, así que sigo (sin entenderlo). Vamos a buscar algún punto de apoyo, porque uno necesita (lo sabían las serpientes de Horacio Quiroga y lo supo Arquímedes) un punto de apoyo para proyectar la fuerza. Buscaremos el apoyo en Rilke. / Primer error: Álvaro García se posa sobre mi conciencia y me dice que no debe juzgarse la obra de un poeta por la de los poetas que traduce; que consideraba errados a los críticos que juzgaban su Intemperie a partir de la poesía de Larkin, por ejemplo. Nada que decir. O sí, algo: 1.1. La crítica literaria es un error sistémico que genera nuevas dimensiones de acierto, aciertos mutantes. 1.2. Lo importante no es pensar qué puede haber de un poemario concreto traducido en la obra del traductor. Eso –de acuerdo con García– puede ser intrascendente. Pero hay una pregunta mucho más importante, más necesaria: ¿qué mueve a un poeta a traducir y/o estudiar a otro durante años? ¿Qué concita su atención como para dedicarle tanto tiempo? ¿Qué impele a Jordi Doce a volver, de un modo u otro -como al propio García-, sobre T. S. Eliot? ¿Qué fuerza impulsa a Riechmann a traducir a Brecht o a consagrar buena parte de su tiempo y su energía creativa a traducir por entero la obra de René Char? ¿Qué encaminó a Valente de forma fatal hacia Celan, qué amistad procura Rilke a Juan Andrés García Román para insistir con tanto cuidado en el trato continuo con el autor de las Elegías de Duino? No le demos más vueltas: una afinidad esencial. Esencial es una palabra peligrosa. Una afinidad. Ah, ya tenemos punto de apoyo, lancémonos, equivoquémonos, abracemos el error pues somos críticos. 1.3. Error segundo: toda crítica se hace a la intemperie. 1.4. Cien años después, los temas de Rilke y de Juan Andrés García Román son los mismos: la belleza como tema, la preocupación por la muerte, la belleza como problema, la desaparición en el otro, los límites del conocimiento como límites de la expresión. La categoría de sublime como objetivo a discutir (“Aún debes explicarme porque alternas tus tonterías con tus ‘sublimidades’ / Compréndeme. Es que, ¿sabes? cuando estás / a punto de decir, a las palabras que rodean la palabra / les entra la risa floja”, El fósforo astillado, p. 56). ¿Puedo seguir? // 2. La no renuncia como transformación (¿posmoderna?) de la ambición moderna de totalidad. El paso del Todo a los todos. 2.1. Cuando leí Perdida latitud (Hiperión, 2004), de García Román, pensé: “he aquí un poeta moderno alemán”. No era un hecho rigurosamente dañino ése, buena parte de lo que más me gusta es moderno y alemán, desde Nietzsche a Murnau pasando por Marlene Dietrich o la Bauhaus. Pero apuntaba mi impresión a que la poesía de García Román era en aquel entonces más un eco que una voz. Había unos modelos maravillosos (Bachmann, el propio Rilke), pero la voz propia del autor estaba agazapada –por modestia, quizá– tras ellos. Nos pasa a todos, no hay problema, sólo que los modelos de García Román eran mejores que los de la mayoría (tupido velo aquí, disculpen). Aquel era un libro moderno, o tardomoderno, como lo era Las canciones de Lázaro (2005), escritos por un autor español que miraba, en cierta manera, hacia el pasado. 2.2. Pero en El fósforo astillado García Román ha decidido mirar hacia su época, y lo ha hecho mediante un modo personal de entender lo posmoderno. No renunciar. Adirlo todo, no dejar(se) nada atrás. Esto es muy del siglo 21, muy del capitalismo desatado de nuestro tiempo. No hay moralina en esta aseveración, sino un recordatorio, para el autor, para cualquiera, para mí mismo: mis críticas pecan también de intentar no dejar nada fuera, dejadme, sigo. La buena crítica debiera ser una selección válida para definir lo imprescindible de un libro. ¿No había dicho que seguía? La crítica debiera ser no un carrito de supermercado, sino una ronda de reconocimiento: mirar a todos, llevarse sólo a uno. Soy incapaz de este tipo de crítica, siempre los veo a todos culpables. ¿Puedo seguir? Sí, por favor. 2.3. Hablábamos de acaparar, de quedarse (con) todo, en medio de todo. El fósforo astillado es un poemario al que le salen brotes -¿de ahí el título, un tronco central con esquirlas?, hum-, esquejes: al final de los poemas aparecen, introducidas como “Cuaderno del apuntador”, diversas piezas que agrupan una colección de maravillosos microcuentos y un racimo de afortunados aforismos, fósforos incandescentes: “los huevos son huecos convexos, florecidos. Huecos que han saltado como palomitas” (p. 41). La brillantez, por tanto, rodea a los poemas, los completa, pero la cuestión es: ¿necesita el poemario esos añadidos a cada texto? Desde una lógica economicista, de esencialismo poético, quizá no, pero: a) dijimos que la esencia es un concepto bomba; b) ¿por qué los poemarios deben ser despojados, como si fueran muebles minimalistas? ¿Acaso, desde otro punto de vista –malvado, de acuerdo, pero es mi trabajo– no son los muebles de Ikea lo más economizado del mundo, a la vez que lo más despojado, no son el paradigma de la globalización? ¿No ha escrito Eloy Fernández Porta que la pulsión consumista desmaterializada de nuestra época comparece bajo la forma de una Ikea sumergida[1]? Podemos concluir que bien vayamos hacia el barroco de acumulación o hiperconstructivo (el estilo perfumería del que hablo en Pasadizos), o bien hacia el despojamiento minimal, caemos fatalmente en el mercado. El mercado es la intemperie de la metafísica, sí, pero García Román hace maravillas quedándose con todo, acumulando materia, mercancía poética, que al cabo debe ser lo que buscamos cuando compramos un libro (gesto mercantil, no se me olviden; es difícil estar al margen del mercado, este blog lo consigue, de momento. Mi hiperconsumo es de mi propio tiempo libre). 2.4. El fósforo astillado crece, pues, entendido como diálogo entre materiales diversos, imposibles, que crecen con la contradicción y la polemología (oh, sí, el moderno alemán de Perdida latitud murió, cada página de este libro es una lápida). // 3. Una reseña que reflexiona sobre sí misma y sobre el proceso analítico, ¿es posmoderna? ¿Es posible una metareseña? Me gustaría pensar que no, que en este caso es una aplicación pangeica y desmaterializada que intenta ajustarse a un libro, El fósforo astillado, que también reflexiona sobre sus propios procedimientos de expresión, cuestionándolos en el mismo momento en que aparecen. Como si el poeta, al escribir, se dijese a sí mismo: “¡Achtung!, momento retórico”. Veamos casos: “La ficción se mece. El lenguaje tranquiliza” (p. 36); “hasta aquí la mímesis” (p. 39); “¿Pero no te das cuenta? Ésta es ya otra edad. / Escribir sobre la lluvia es hacer poesía social para mineros que se pintan los labios. / ¿Lo ves? Es sólo historia literaria” (p. 40); “te interesaban las elipsis” (p. 82). Termina nuestra autojustificación crítica. Esa es la diferencia entre el autor (autor de primera) y el crítico (autor de segunda: al final, necesitamos justificarnos, encontrar un apoyo, suelo firme. Ellos no. Por eso intento ser de ellos). // 4. En alguna poética ha escrito García Román: “La verdadera poesía se balancea, por tanto, en todos los límites de los lugares de la enunciación”. Esto me gusta mucho. // 5. Teatro. 5.1. El teatro y la poesía mantienen desde antiguo un fructífero diálogo. Desde los pentámetros griegos a los yámbicos de Shakespeare, desde los monólogos dramáticos de Browning a los dramas en verso de Eliot, desde el Teatro de operaciones (1967) de Martínez Sarrión hasta el Cara Máscara (2007) de Álvaro Tato. García Román estructura los poemas con apuntador y tenores, operísticamente, mientras que Tato llevaba personajes a la dramaturgia dialogada de su libro. Pero, ¿algo cambia? Sí, por fortuna, lo dramático ha evolucionado en su recepción por la poesía, ya no es meramente discursivo, sino que la dialogía se extiende a lo espacial: son máscaras en movimiento, espacio paginal en tensión, re-presentación. Como explica el autor al comienzo, “la ‘representación’ para ser fiel tiene que deslumbrar como lo hace la vida; y para estar viva ha de dar el salto al vacío de la performance” (p. 14). La cuarta pared es en El fósforo astillado la del inconsciente de cada personaje, la salida del escenario no es hacia fuera, sino hacia dentro. Ya no hay sólo voces enmascaradas, como en la dramaturgia poética moderna, sino máscaras caminando y alguien –otra máscara– que sostiene el discurso y les deja espacio para que fluyan: “Como viento invisible / delante de un espejo transparente / vamos de tela negra a tela negra / sin detenernos nunca”, escribe Tato en “Los figurantes”. “Mi poética / hace que lleve a cuestas el paisaje como el bosque dinámico de Macbeth”, responde García Román. En todo caso movimiento: de fuera a dentro, de la sociedad del espectáculo al interior vacío del sujeto. 5.2. García Román y Tato tienen una cara que se la pisan. Se quitan la personae y la tiran al suelo. Hacen lo que quieren, sin prejuicios. Tienen más cara que los demás, y ese plus de jeta, esa más cara dinamita desde dentro el discurso poético y lo regenera, hace crear un nuevo recinto poético, condición indispensable para que pueda hacer un nuevo acontecimiento (Valente), otra forma de organizar la representación. Un nuevo arte para un nuevo espacio. Cuenten conmigo. [Añadir a 1.2.: el poeta es consciente de que lucha todavía con(tra) la idea rilkeana de sublime estético: “¿Juraste decir la belleza, toda la belleza y nada más que la belleza? / ¿Es ésa tu poética?” (p. 35)] [Añadir a 4.1.: ya no podemos salir de lo económico: somos capital subjetivado. Para que la poesía no sea ideológicamente ingenua, basta con que no olvide esta obviedad. García Román lo tiene muy claro, como demuestran poemas como “Per capita”. Dentro de la ingenuidad hay grados, desde el grado cero de la poesía de la normalidad, que no se pronuncia, hasta los grados de ignición de la poesía de combate ideológico; esta última sólo deja de ser ingenua cuando es consciente de que es parte también del sistema, aunque sea la parte crítica: una parte tóxica, como la glándula venenosa es parte de la cobra o del escorpión. ¿Que qué tiene todo esto que ver con El fósforo astillado? Sólo quien no lo ha leído puede hacerse la pregunta]. 6. Un hombre se ha citado con la mujer a la que ama en una cafetería. Camina alegremente hacia el encuentro, cuando se da cuenta de que sus manos se están derritiendo, convirtiéndose en agua. Se mira aterrado en un escaparate, pero el líquido que cae de su frente transforma el cristal en una cascada. Acelera el paso mientras su ropa se empapa. Al llegar a la cafetería, ella está limpiándose las gafas, de forma que no puede ver cómo él llega apenas a tiempo de verter lo que resta de su corazón en su vaso de agua. Ella se pone las gafas, bosteza, toma el vaso y bebe el agua. Esta historia no está en El fósforo astillado, pero podría estarlo. 7. García Román se enmarca con este libro dentro de una corriente de poetas que llamaríamos “metaepistemológicos”, caracterizados por hacer obras muy conscientes de la episteme o marco socio-intelectual en el que aparecen sus obras; un marco que se incorpora a los poemas, por lo común críticamente, como parte del propio discurso. En este extraño grupo de poetas contaríamos a Jorge Gimeno, Carlos Pardo, el Abraham Gragera de Adiós a la época de los grandes caracteres (Pre-Textos, 2005; metaepistemológico ya en el título), Mariano Peyrou o Sandra Santana. También algún libro mío, como Construcción, puede incluirse en esa línea. Ahora que lo pienso, todos estos autores han o hemos sido publicados por Pre-Textos, de modo que esta línea poética es, en realidad, una creación de Manuel Borrás. Vamos, que la culpa es suya, no nuestra. 8. Qué pide un libro del crítico literario. Si lo pide todo, si exige del crítico todos sus recursos y capacidades analíticas y expresivas, es que ese libro excelente: el crítico pone a prueba el texto, sí, pero también se somete a prueba con su lectura, es juzga al poner su ambición a la altura de la del libro. Creo que esto se entiende con facilidad. ¿Alguien tiene hora? 9. “En la televisión, con una estilográfica / sobre el mapa del tiempo, muestra el hombre las plagas, / los focos de conflicto, ¿no lo ves? / Tantas cosas nos han venido así: / igual que una pistola camuflada en una Biblia. / Pero aún así no debes preocuparte. En el fondo, los tanques son herbívoros. / Por otra parte, estamos en un tiempo en que los pájaros / van a volver a ser creados: / saldrán en bandada de los jerséis de los niños, / los pequeños jerséis / que las madres tendieron con el resto de la ropa esta mañana. // Cuaderno del apuntador. / Los muertos son buzos de la tierra. Hay un estrato de la tierra en el que están todos los muertos. No existen los cementerios: es sólo ese estrato. Los muertos lo ocupan y recorren como si fuese el interior de un dragón chino” (Juan Andrés García Román, “Quieres escribir las ocasiones”, El fósforo astillado; DVD Ediciones, Barcelona, 2008, p. 36). // 10. [Añadir a 6.: que no se nos olvide decir que El fósforo astillado es un poemario excepcional, y que puede convertirse en una referencia inexcusable de nuestra creación poética reciente. Eso, que no se nos olvide].
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Nota
[1] Eloy Fernández Porta, Homo sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop; Anagrama, Barcelona, 2008, pp. 29ss.