"Contra el contenido (escribir no es informar)", conferencia inaugural del Máster en Escritura creativa de la Universidad de Sevilla, impartida en la Facultad de Comunicación ayer día 29/11/2024.
"Contra el contenido (escribir no es informar)", conferencia inaugural del Máster en Escritura creativa de la Universidad de Sevilla, impartida en la Facultad de Comunicación ayer día 29/11/2024.
Luis Rodríguez, Visaje. KRK Ediciones, Oviedo, 2024.
Si no… ¿cómo consigues trascender? Probando con las esquirlas.
Luis Rodríguez, Visaje
Puede que Visaje sea la historia que escribe una narrador consciente de que no va a ser leído, contada por un escritor que sabe que será leído con dificultad, en el sentido de que no da por supuesta la lectura de su obra por otras personas. Es decir, es el cruce de una posibilidad con una rareza. El periodista que escribe el diario en que consiste Visaje ha tenido vedado el acceso a la publicación durante años, por motivos que se explican en la novela, y en consecuencia la publicación de los textos no le resulta esencial para escribir. La motivación es otra, autotélica, “se encuentra a sí misma” (p. 93), se consume en la propia búsqueda, y en ese sentido no es imposible pensar que se corresponde con la radical idea que tiene Luis Rodríguez de la escritura literaria, que podríamos simbolizar en una radio submarina que emite constantemente, despreocupada de si hay buzos por los alrededores.
Aunque sus primeros libros apenas gozaron de lectores con escafandra, su difusión mejoró con la editorial Tropo y la posterior llegada a Candaya, donde consolidó lectores y obtuvo el merecido premio Tigre Juan por Mira que eres (2021). Cada uno de sus libros es un experimento singular, aunque hay algunos elementos (e incluso algunos personajes) comunes a varios títulos, y diría que Visaje tiene a la vista el proyecto literario de las últimas novelas de David Markson, además del proyecto propio de Rodríguez. Fragmentos preparatorios de una historia se mezclan con curiosidades, estupendos aforismos propios (“De no haber sido mis padres, no me habría fijado en ellos”, p. 45), paradojas, juegos lógicos, frases ajenas intercaladas o datos históricos o científicos, boicoteando la progresión diegética —lo cual trae a la memoria Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa (2007), de Luis Chitarroni—. El origen exacto de las frases breves intercaladas se puede encontrar en el apéndice final (hay apéndices similares en 8.38 y Mira quién eres, pero mucho más breves), donde se reconocen los préstamos, que para el periodista son síntoma de su inoperancia: “¿Debe escribir alguien que reconoce que se expresa mejor por boca ajena?” (p. 104). Los crímenes que va investigando y escribiendo el periodista-narrador son en sí mismos relatos breves o microrrelatos que van ramificando la historia principal, conectada a veces con la Historia en mayúsculas, a cuyos horrores se va aludiendo mediante menciones más o menos explícitas (p. 100). Sin embargo, esta silva de varia lección parece plantear qué relaciones existen entre el escritor que actúa como “pequeño dios” (Huidobro) sobre sus criaturas y el asesino que decide sobre vidas ajenas.
A lo largo del libro se saltean menciones de nombres propios, sin más aclaración, que invitan a quien lee a convertirse en una nueva especie del “curioso lector” al que se dirigía el Guzmán de Alfarache (1599) de Mateo Alemán, mediante la búsqueda digital en línea. Quien lee, suspicaz por la aparición aislada en una página en blanco de un nombre, como “Alec Cawthorne”, en la p. 103, entra rápidamente en un buscador para saber quién es, o quién no es Cawthorne, y tanto en ese caso como en otros (pp. 21, 137, 234) el resultado de esas búsquedas extradiegéticas harán que vuelva a la historia con aún más desconfianza que tenía cuando la abandonó momentáneamente, porque los acólitos de las novelas de Rodríguez ya saben que en sus libros no puede uno fiarse de nada, y mucho menos de su propia lectura.
Esta inesperada actualización del “curioso lector” barroco o prebarroco en una versión 2.0, implica que Visaje pide una figura lectora conectada, un lector activo que ya no solo debe investigar el texto hacia dentro, sino también extramuros. El sentido del texto ya no reside siquiera en el receptor final, sino en un lector colectivo: hay que leer con todo, con todos, con la época. El resultado es un experimento que impugna que lo inconcluso tenga conclusión, en el sentido de que lo finito no excluye lo infinito, tanto en los modelos matemáticos de Gödel como en los narrativos de Rodríguez.
La suspicacia es, como antes decía, el modo de lectura por defecto de las obras de Rodríguez. Al estar el escaso texto del periodista-narrador sumergido en citas ajenas, que a veces llenan páginas enteras, pero que no son explicitadas como tales, se produce una desestabilización lectora, una excesiva ambigüedad que deviene desconfianza receptiva. Se tiene la impresión de que el discontinuo textual aprovecha el talento ajeno no para escoltar la logomaquia propia, sino para justificarla, de modo que hay que buscar las pepitas autoriales de Rodríguez entre la lluvia de párrafos prestados. E incluso la brillantez de las citas, de tan seguidas y abundantes, acaba empañándose, por un “efecto gabinete de pinturas” o síndrome Stendhal que satura y produce la sensación de que nada puede ser ya valorado, por la indistinción y la falta de contexto.
[David Teniers, El archiduque Leopoldo Guillermo en su galería de pinturas en Bruselas (1647-1651). Muse de El Prado]
En el fondo, necesitamos saber quién dice qué, para que el brillo refulja. El motivo lo explica una cita de Ernesto Sabato que Rodríguez incluye en la página 215 y que creo que ha tomado, curiosamente, de aquí (esta reseña también requiere un curioso lector conectado). A mi juicio, discutible, el libro mejoraría con añadir la atribución autorial de las citas debajo de cada una, así se vería el diálogo, desambiguando las procedencias se materializaría la confrontación de diferentes estéticas que súbitamente pueden conversar entre ellas. El borrado de los nodos impide leer la red. Los fantasmas no viajan si trasladas el castillo.
[Apunte al margen: frente a los defensores de la “escritura no creativa” (Goldsmith, Mata, Dworkin), creo que la autoría sí tiene un sentido: no hacer lo mismo que los algoritmos de procesamiento informático masivo conocidos como IA, no borrar el origen, no crear una sopa o pulpa indistinta de lenguaje, no actuar como si todo valiera lo mismo; no hacer, en fin, lo que el mercado de los “grandes modelos de lenguaje” informáticos hacen con nuestras obras para enriquecerse. Un libro de literatura quizá pueda definirse como un minúsculo modelo de lenguaje identificable y no susceptible de intercambio.]
En resumen, creo que Visaje constituye una inflexión experimental dentro de la ya de por sí arriesgada obra de Rodríguez, algo siempre saludable dentro de un panorama normalizado. Con sus riesgos y apuestas, es un libro de lectura interesante y recomendable, primero porque la mirada de los fragmentos firmados por Rodríguez tiene su brillantez habitual y, segundo, porque es sugerente saber qué considera el autor valioso gracias a su remezcla.
[Relación con el autor: amistad. Relación con la editorial: ninguna]
Reproduzco el vídeo de la última sesión del Centro Cultural La Malagueta, dedicado a El mono gramático (1970) de Octavio Paz.
Sesión del Club de lectura del Centro Cultural de La Malagueta sobre Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite.
Asombrología
Jürgen Habermas aseveraba en Pensamiento postmetafísico que “no es posible una ruptura innovadora con las formas de saber acreditadas y las costumbres científicas sin innovación lingüística”; sea o no la poesía una forma de saber –que lo es, sobre todo en cuanto al conocimiento que el mismo poema produce, como precisa Valente–, es obvio que no cabe forma alguna de ruptura estética sin ese trabajo de raíz con el lenguaje. Julio Prieto lleva ya tiempo embarcado en ese empeño; en este último libro, Mínimos informes, el autor ahonda inteligentemente en la anfibología de la palabra informe en español, que apela tanto a un escrito con forma determinada como a lo que carece de ella. Pero de su gusto por la plurisigificación de los términos y de los títulos sabíamos ya por Sedemas (2006), poemario donde se agolpaban los sentidos “sé de más” y “sed de más”. Las palabras tienen en su mundo lírico una hiperextensión significante, que el tratamiento formal acrecienta por conexión, amalgama, derivación morfológica, calambur o uso de neologismo, entre otros procedimientos. Y el resultado no solo es más lenguaje; es, sobre todo, más poesía.
Estos Mínimos informes se construyen gracias a un proceder que al creador Prieto siempre le ha interesado tanto como al notable investigador de literatura latinoamericana que también es: la hibridez genérica, el entendimiento del hecho literario como un espacio libre de reglas y vallados de género, o donde la única regla es la de cautivarse (asombrarse + quedar preso) al escribir como única posibilidad de que quien lee caiga también en la trampa conceptual. Prieto mezcla en este libro poema y prosa, apunte onírico y reflexión aforística, narración y microensayo, sombra y sueño, delirio, derelicción y deliquio, en aras de una expresividad desbordante. Francisca Noguerol, comentando el libro que Prieto dedicase a la obra (anti)narrativa de Macedonio Fernández, De la sombrología. Seis comienzos en busca de Macedonio Fernández (2010), escribe que Prieto abandona el marco académico y “contesta a su amigo Daniel Attala en relación a la objeción que este le hizo sobre el recurso del ‘maquillaje’ en Adriana Buenos Aires. Para ello, imagina una conversación de café entre los dos utilizando como base de su explicación la huella del Quijote en el proyecto novelístico macedoniano”. No es poco atrevimiento dentro de los estrechísimos márgenes que la monografía universitaria deja a la imaginación, así que imaginemos las posibilidades de Prieto cuando se inventa un tipo de escritura con campo abierto por delante: un logos asombroso, una asombrología epistémica.
No hay más reglas ni órdenes en la escritura de Prieto que los que él mismo se impone, por ejemplo en la estructura del libro. En la primera sección, la ausencia de punto final en los poemas expresa una suspensión de la temporalidad, la intención de mostrar que el poema no termina, vinculado a la indefinición cronológica del sueño: un texto en suspenso, interminado, abierto. Un espacio textual donde todo puede ser otra cosa o darse la vuelta por completo, como en el brutal poema “Campo”, una pieza extraordinaria. En la segunda parte, “Del amor y los verbos performativos”, la escritura compacta de la anterior se rompe, quebrantando también el antropocentrismo (apréciese la sabiduría del poema “Copernicano”) y problematizando la expresión y la necesidad de expresión (“Culinaria”). Del onirismo pasamos a una reflexión en parte metapoética sobre las capacidades limitadas de creación de un código lingüístico que ha perdido parte de su poder a causa del adocenamiento verborreico de una era histórica de tantos mensajes como escaso contenido. La tercera sección, “Inframínimos (Absurdos consentidos)”, comienza con una poética del “auto-stopismo”, que enlaza por el sonido las ideas de la errancia deambulatoria, la autopsia y la necesidad de parar al yo. De ahí se pasa a algunos experimentos texto-autoriales, como el “Google Translate Poem” y otros ejercicios de apropiacionismo, en la senda de la literatura contemporánea más conceptual, para terminar en roturas erráticas y en inusitados y jugosos juegos de palabras.
Otro aspecto fascinante de Mínimos informes es lo que denominaríamos su visión metamórfica, su juego de capas de observación que van mutando de forma biológica, como en los poemas “Simbiosis”, “Metamorfosis” o “Pasado”. Analicemos la estratigrafía óptica de este último texto: el sujeto poético está en un lecho compartido con más personas; un joven guionista le alcanza una revista, en ella hay una tira gráfica, que se convierte en un dibujo animado, que se transforma “en otra cosa” y luego deviene película, proyectada en la pared frente al lecho; la película es parte de una trilogía que el sujeto parlante ha “visto en otro sueño”, una filmografía exclusivamente onírica que revela que el sueño mismo es algo visible y que su argumento acontece en pantallas alternativas, “como si viviéramos una vida onírica paralela”. La capacidad de ver de estos poemas de Prieto no cae en la hipertrofia visual o la “locura de ver” (Christine Buci-Glucksmann) característica de la posmodernidad, que Prieto ha traído a colación en un excelente trabajo sobre la poesía de Mario Montalbetti (de hecho, es muy posible que el poema “Cajas” de Prieto dialogue con las Cajas de Montalbetti, publicadas en esta misma editorial). Nada hay aquí de rendición al espectáculo global: la visualidad de Mínimos informes está cuestionada, se pone en duda por la enmarcación onírica y por una temprana prevención respecto al sujeto elocutorio, definido en estos términos: “la fugaz Unidad perceptivo-afectiva que por ahora y sin que sirva de precedente llamaré Yo”. Si nos damos cuenta, muchos de los poemas carecen de yo, y cuando lo hay, lo que le sucede es inaudito, imposible, no plausible, y el narrador no entiende lo que ocurre. Es una realidad no informable, no hay un testimonio veraz que transmitir. Lo que se nos comunica es la forma –informe, proteica, variable– en que el lenguaje se va encarnando en cada caso. Y lo que “ven” mente y lenguaje es también cuestionado: “¿El pensamiento se puede ver o es lo que hace ver?”.
Las citas y referencias más o menos ocultas (Ionesco, Vallejo, Lope, Ulises Carrión), siempre dirigidas a nombres que quisieron expandir las fronteras de la literatura; los deslizamientos deliberados de lugares comunes (“la vida es un baile de lágrimas”, “un ignorante ilegal”); las dudas léxicas (“¿encajando? ¿cajeando?”); la escritura como campo minado, las erratas taxonomizadas, así como las traducciones infieles (“Reverso”, “Traducciones del sueco”), configuran una escritura tortilógica (Jiménez Heffernan), desviada, deliberadamente equívoca (en la línea de las malas escrituras latinoamericanas estudiadas por Prieto), que entiende que el error puede ser más fructífero que el acierto. En la lectura que hice en mi blog Diario de lecturas del anterior libro de Julio Prieto, Marruecos (2018), decía que las materias abolidas y los trabajos de filología perdidos que componían la secuencia lírica parecían “la descripción de una pérdida, pero en realidad señala[n] el comienzo del hallazgo”. Creo que Mínimos informes va en esa misma senda de logro fortuito y deliberado a la vez, mitad encuentro surrealista y mitad pesquisa benjaminiana de lo (aparentemente) banal y quebradizo. Hay una poética de la quiebra aquí; una estética de quebranto familiar, de quiebra semántica, de falla subjetiva, de grieta sintáctica, de quiasmo, de cómo deshacer quinientos libros, de quiénes, de quién sabe. Quienquiera que sea el sujeto poético de este libro, escribe mejor y peor que Julio Prieto, y el descubrimiento de que esas dos operaciones que parecen opuestas resultan ser una y la única posible, es el gran acierto de este libro.
[Relación con el autor: no nos conocemos personalmente. Relación con la editorial: ninguna]
Hace siete años decidí sentarme a reflexionar sobre varias cuestiones que me rondaban: si en este y otros países el analfabetismo prácticamente ha sido erradicado; si hay, según las estadísticas, más personas lectoras que nunca, ¿por qué me daba -y me da- la impresión de que cada vez hay menos mentes capaces de leer textos densos, llenos de ideas -ensayos poderosos, novelas ambiciosas, libros de poemas verbal y estructuralmente complejos, artículos de enjundia- y que disfruten leyéndolos? (la parte del goce es la más importante de la frase) ¿Por qué, pensaba y pienso, muchas lecturas obligatorias de enseñanza secundaria y bachillerato -no todas- tienden hacia la nadería más absoluta y privilegian libros simplones? ¿Son tontos los alumnos, o más bien los tratamos como tontos? ¿Es verdad que estamos más distraídos que antes? ¿Es cierto que no nos concentramos, o quizá es que nos concentramos de otro modo -o en otras ocupaciones-? ¿Les gusta leer a los profesores de lengua y literatura? ¿Hay mucha pose lectora en redes sociales, que no se corresponde con un crecimiento paralelo del nivel intelectual de la sociedad? ¿Estamos formando lectores correctamente? ¿Qué ideas podrían darse para mejorar esa formación?
Comencé a pensar, escribir, leer y a conversar con docentes, bibliotecarios y editores, y llené 500 folios, de los cuales he quitado y eliminado material hasta dejarlos en los 105 que aparecen publicados en este pequeño tomo de Vaso Roto Ediciones (he colocado un lápiz para comparar el tamaño), que se distribuye en librerías la semana que viene. Creo que sus propuestas no os dejarán indiferentes.
Entrevista en Canal Sur Radio, con Manuel Mateo Pérez: https://www.canalsur.es/radio/programas/la-mirada-desatada/detalle/14600339.html?video=2083278
Entrevista en La Opinión de Málaga, con Víctor A. Gómez: https://www.laopiniondemalaga.es/cultura-espectaculos/2024/09/25/vicente-luis-mora-escritor-textos-108502929.html
"Construir Construir lectores": https://www.zendalibros.com/construir-construir-lectores/
Reseña de Jimy Ruiz Vega: https://jimyruizvega.blogspot.com/2024/10/fomento-de-la-lectura.html
Reseña de José María Matás: https://www.fronterad.com/construir-lectores-salvar-mundos/
Reseña de Miguel Urda: https://lospapelesolvidados.blogspot.com/2024/11/construir-lectores-vicente-luis-mora.html?m=1
Reseña de Álex Chico: https://republicadelasletras.acescritores.com/2024/11/25/una-lluvia-en-el-desierto-por-la-lectura/
Nota de Andrea López Montero: https://lecturasylecturas.blogspot.com/2024/11/construir-lectores-de-vicente-luis-mora.html
En el último número de Cuadernos Hispanoamericanos se publica este artículo, donde intento explorar las líneas de fuga renovadoras de la narrativa española contemporánea, ahondando en algunas voces concretas.
Se puede leer también en la web de la revista: https://cuadernoshispanoamericanos.com/estrategias-de-renovacion-de-la-narrativa-espanola/
“Estrategias de renovación de la narrativa española”, Cuadernos Hispanoamericanos, 888, septiembre de 2024, pp. 48-51.