viernes, 29 de junio de 2007

Escritura, ideología, cultura de masas


[Texto leído en el encuentro Atlas Literario Español, celebrado esta semana en Sevilla, durante la mesa redonda sobre tradición y cultura de masas]




Creo en el progreso. Creo en la evolución, creo que el único diseño inteligente es el del genoma, y que la sociedad puede y debe mejorar. Si el arte de una sociedad no avanza, es índice indicativo de su parálisis general, como lo sería el estancamiento de su ciencia, su tecnología o su medicina.

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El arte sólo avanza si se abren nuevas puertas, si hay nuevos umbrales. De otro modo hay estancamiento y detención. Y eso es involutivo o acabará siéndolo en breve plazo.

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Por ello creo que es necesario –me lo digo a mí, y sólo a mí– un arte nuevo, innovador. Experimentador y no experimentalista; original y no originalista. Si les asusta la palabra vanguardia, no la usen. Pero no olviden que es la única actitud ante el arte (ya clásica y tradicional, tiene un siglo de vida) que intenta llevarlo más allá, preguntarse y responderse a la vez. El que sigue la tradición cerrilmente no se pregunta nada, no aporta nada, no dice nada.

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Me llama mucho la atención que personas que se definen como progresistas elaboren un arte conservador y estanco. Me sorprende bastante que escritores que se declaran públicamente socialistas e incluso comunistas utilicen en sus libros fórmulas decimonónicas de narración, modelos burgueses de escritura, técnicas de narrador omnisciente que responden a epistemologías de corte divinista o pertenecientes a un concepto de sujeto laminado y absolutamente destrozado por la ciencia, la filosofía, el psicoanálisis o la psicología, no ya contemporáneas sino incluso modernas. La obra de Freud es de finales del XIX, lástima que ésa se cite tanto y se comprenda tan poco. Hasta alguien considerado conservador como Harold Bloom cree que es uno de los mayores escritores de todos los tiempos. Hay quien prefiere los ensayos de un tal Juan de Mairena. También me fascina que esos mismos escritores comunistas o socialistas utilicen personajes que responden a esquemas sociológicos y psicológicos anacrónicos y de Ancien Régime, estructuralmente reaccionarios desde una –cualquiera– lectura ideológica. No digo que no se pueda hacer. Digo que me sorprende.

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También me sorprende ver a personas que se jactan públicamente de ideología progresista adoptar en su obra estrategias de mercado, y demostrar allá donde van una marcadísima preocupación (he borrado obsesión) por los temas económicos de la literatura, poniendo en segundo plano ésta última, u olvidándose de ella. No digo que no se pueda hacer, sólo digo que me escandaliza.

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Todo esto se solucionaría, quizá, si los escritores en particular y no pocos en general dejaran de jactarse de su ideología en público, esgrimiéndola como arma arrojadiza, en vez de mostrarla como una simple opción cívica, que es lo que es. Yo por eso nunca hablo en público de mi ideología. Me ahorra contradicciones.

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Dicho esto, abogo por un arte proyectivo, en el doble sentido temporal y arquitectónico de la palabra. Un arte de escribir que lance el lector hacia delante, y que sea un proyecto, esto es: algo complejo –no complicado–; ambicioso –no soberbio–, útil, hermoso y, sobre todo, habitable. Un texto que no dé la razón a los fukuyamas críticos que sancionan el fin de la historia literaria, cuando el único final que ha llegado es el suyo.

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A mí lo que me interesa de la tradición es reventarla. Pero, obviamente, para destruir algo, y de esto saben los ingenieros que derriban casas, hay que conocerlo bien. A fondo. Hay que saber dónde están los cimientos, para colocar las cargas explosivas en el lugar exacto. Una bomba literaria colocada en un tejado no produce efecto alguno. Pero una sacudida en algunos cimientos de la novela, como el narrador omnisciente impersonal, o la linealidad del tiempo narrativo, es significativa. Alguien decía que en España se sigue haciendo novela como si Joyce, Musil o Beckett no hubiesen existido. Y tenía razón, así es. No hay que imitarles, hay que imitar su ejemplo, su capacidad innovadora, su reflexión crítica acerca de la tradición precedente. Suelo repetirlo: el 90% de lo que hoy consideramos clásicos indiscutibles eran autores que en su tiempo eran experimentales o fueron incomprendidos.

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Escribe Flaubert en Bouvard y Pécuchet: "Por otra parte, en ese tiempo una retórica nueva anunciaba que hay que escribir como se habla y que todo estará bien con tal de que haya sido sentido, observado. Como habían sentido y creían haber observado, se juzgaron capaces de escribir. Una obra de teatro es incómoda por la estrechez del marco; pero la novela permite más libertades. Para escribirla buscaron en sus recuerdos" (Montesinos, Barcelona, 1993, p. 130). Cualquiera puede escribir, porque los medios identifican novela y memoria, como si todo lo que se parezca a Las cenizas de Ángela fuera narración literaria. Lo íntimo y lo banal, la confesión sensiblera y melodramática, escritos en tono menor y con absoluta carencia de ambición narrativa, son hoy el pan nuestro de cada día, el nuevo panem et circus con que muchas editoriales entretienen a las masas. Historias comunes para gente común, se nos dice. Hace poco leía un ensayo de Gore Vidal, escrito en los años 50, donde apuntaba que lo bueno de la televisión es que se había apropiado de toda esa basura sentimentaloide y vacua, dejando a los narradores el campo expedito para hablar de cosas más profundas. No sé qué dirá ahora, cuando multitud de novelas parecen libros de autoayuda y, quizás, lo sean.

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No podemos evitar la influencia de la cultura de masas. Todos estamos afectados por ella y la publicidad, la televisión, la prensa y las tecnologías digitales han formateado nuestro cerebro llegando su impacto, según algunos científicos que cito en La luz nueva, a niveles neuronales. Incluso escritores que no ven televisión, como nuestra estupenda Lolita Bosch, definen su postura literaria por oposición a ella, lo que denota, oblicuamente, su importancia. Lo único que importa aquí es conocer las leyes de los mass media para ser sólo afectado por ellos, pero no manipulado. Los narradores sois técnicos en manipulación, y los media son tanto inspiración como competencia. Tenemos que aprender mucho de ellos, de cómo atrapan al espectador y lo enganchan. Aprender, no reproducir acríticamente sus procedimientos. El objetivo es tomar sus técnicas y sublimarlas, darles consistencia literaria, algo mucho menos fácil de lo que parece, por dos motivos. Uno, obvio, es que están pensados para la imagen, y no para la palabra, con lo cual hay que hacer algún tipo de salto expresivo. Otro, que sus procedimientos técnicos están en perpetua mutación y desarrollo, de modo que hay que separar el grano de la paja para no confundir lo estable con lo puramente transitorio y coyuntural. Me explico: el reality show, a mi juicio, tiene poca resistencia, pero la reciente necesidad general de exhibir públicamente los sentimientos, siendo capaces algunas personas de confesar a una cámara y a cientos de miles de espectadores lo que no suelen decirle a su pareja o a su familia, sí es un material duradero y sobre lo que merece la pena escribir. En ello estamos.


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Se han mojado:

  1. Luis Gámez
  2. Luis Vea García
  3. Vicente Luis Mora
  4. Miguel Espigado
  5. Administrador
  6. Bydiox
  7. Emilio Calvo de Mora
  8. Administrador
  9. Carlos Gámez Pérez
  10. Administrador
  11. Gabriel Francisco
  12. Administrador
  13. Carlos Gámez Pérez
  14. Administrador
  15. Jorge Carrión
  16. Toto
  17. Administrador
  18. Carlos Gámez Pérez
  19. Toto
  20. Administrador
  21. Antonio Jiménez Paz
  22. Administrador
  23. Vicente Luis Mora - Respuesta a Jordi Carrión
  24. Jordi / Jorge Carrión
  25. Jordi / Jorge Carrión
  26. Toni Montesinos
  27. Yahoo News (sin desperdicio)


jueves, 21 de junio de 2007

Blogs: las nuevas tertulias literarias

[A solicitud de un posteador, cuelgo este artículo, aparecido en un número reciente de la revista Mercurio]


Una bloguera llamada Miriam dice en su bitácora Literalmente, dentro de un post titulado “Ficción en un blog o la apología del engaño”: “por suerte, hasta ahora, la verdadera literatura no pasa por las bitácoras”. Esta es una opinión muy extendida (a la que me sumo, y también otras personas más inteligentes que yo[1]), pero quizá no lo sea dentro de unos años. Es cierto que los blogs están comenzando a revolucionar la literatura pero, como luego veremos, están revolucionando la analógica, la publicada en libro. Lo que sí han hecho ya los blogs es cambiar el mundo literario. Los blogs han resucitado las antiguas tertulias de principios del XX, como la del café Pombo, y están configurando microespacios culturales donde escritores, críticos y lectores charlan sobre sus gustos literarios, comentan novedades y, puntualmente, ponen a caldo a otros escritores. En fin, lo que viene siendo la vida literaria desde que Simmias asiera el cálamo.

La estudiosa Elena Carpi, en un artículo incluido en Covadonga López Alonso y Arlette Séré (eds.), Nuevos géneros discursivos: los textos electrónicos (Biblioteca Nueva, 2003), incluye un texto descriptivo sobre los weblogs o blogs o bitácoras, donde analiza uno de sus aspectos menos estudiados, los enlaces: “la tipología de enlaces utilizada, los llamados deep link, simboliza eficazmente su capacidad introspectiva: los log permiten, en efecto, alcanzar las páginas más internas de los sitios en donde los motores de búsqueda no pueden llegar, formando comunidades conectadas entre sí”. Esos deep link o enlaces profundos, de cierta problemática, como supimos gracias a José Antonio Millán (el gran Académico del ciberespacio), están creando redes alternativas a las que generan los chats, que reproducen en Internet las redes de escritores o grupos literarios que pululan fuera de ella. Por ejemplo: mediante estos links permanentes, un grupo de poetas con afinidades comunes como Jesús Beades, Enrique Baltanás, José Mateos o Enrique García-Máiquez sostienen una amigable conversación, casi diaria, en Internet. De la misma manera, las referencias y citas comunes entre los blogs de Álvaro Valverde y Jordi Doce, entre los diversos blogs del colectivo “La Palabra Itinerante” o entre los comentaristas “oficiales” de los blogs de Arcadi Espada y Félix de Azúa, o las discusiones (a veces airadas) que se generan en mi blog de crítica literaria, Diario de Lecturas, van creando “tertulias” que han sublimado su condición local, de pequeño conciliábulo nocturno, para abrirse a un mundo donde no es extraño recibir de cuando en cuando la visita y las palabras de lectores argentinos, norteamericanos, peruanos o españoles “exiliados” en diversas universidades del mundo. Antes me reía cuando escuchaba a algunos decir que habían conocido a sus novias chateando. Pero lo cierto es que, a día de hoy, estoy haciendo más amigos a través del blog que de ninguna otra forma; también a través del blog decenas de chicos jóvenes (y no tan jóvenes) me envían sus libros inéditos, o publicados, para pedirme opinión, de modo que gracias a Internet… estoy leyendo más papel que nunca.

Los blogs son vida literaria, sí; pero también son literatura, porque la literatura se nutre del comentario y la glosa, y la teoría sobre literatura –digan algunos lo que quieran– es literatura en estado puro. Y también se incorpora en los blogs a veces creación original, ya sea propia (como en el caso del blog de Jorge Carrión, donde narra los “viajes literarios” que luego recoge en sus libros) o ajena (Jordi Doce suele colgar en su blog, de cuando en cuando, traducciones de poetas ingleses). Esto genera, como decía Ángel Petisme, otro poeta con blog, de los más veteranos, una concepción del trabajo literario como obra en marcha, ya que una vez colgada la obra, ésta recibe los comentarios (publicados o no, dejados en el blog o hechos de palabra) de amigos y enemigos, y el autor puede pulirla o completarla de cara a su ulterior publicación. Porque no nos engañemos: del mismo modo que todo futbolista quiere estar en el Real Madrid (no en el de ahora, pero ustedes me entienden), todo bloguero literario quiere publicar en libro. El fetichismo del objeto libro es aún demasiado tentador, se tiene la sensación de que si no se le publica a uno en rústica, no existe. Y, sin embargo, los datos desmienten tal afirmación: si es cierto que algunos meses mi blog ha sido leído por quince mil personas, según datos de la empresa que lo aloja, ¿cuándo escribiré una novela que venda 15.000 ejemplares? ¿Cuántos novelistas tienen el número de lectores que tiene, en un solo día, Arcadi Espada? ¿Qué novela de Félix de Azúa será tan consultada como su blog, con el que ha tenido tanto éxito que se ha visto obligado a volver, tras pretender en vano dejarlo?

Hace unos meses Technorati.com, el buscador de blogs más poderoso, tenía contabilizados más de 53 millones de blogs, aunque la tercera parte de los blogueros abandona sus andanzas cibernéticas a los seis meses de comenzadas. Los blogs son fáciles de crear y usar, y como se adaptan perfectamente a nuestra tendencia narcisa de mostrarnos ante el mundo, han tenido un éxito espectacular, sobre todo entre los ya narcisos por naturaleza, como los escritores. Y esto comienza a generar cambios en la concepción de su literatura. El excelente crítico J. M. Pozuelo Yvancos publicaba hace poco (06/01/2007) en ABCD de las Letras una interesante reseña sobre la novela de Agustín Fernández Mallo Nocilla Dream. Aunque no estoy de acuerdo con Pozuelo en que la obra (uno de los éxitos de esta temporada, lo cual es muy saludable, tratándose de una novela muy literaria y experimental) tenga estructura de blog, creo afortunadas otras reflexiones de la reseña, como ésta, con la que termino: “No puede pasar mucho tiempo sin que Internet vuelva a convulsionar la fisonomía de los géneros. Es inútil adoptar en tales ocasiones alternativas de apocalípticos o integrados. La literatura, que es una necesidad no dependiente del medio, ha sobrevivido a cada cambio profundo del canal de su difusión. Y lo hará igualmente en el siglo XXI. Pero no será la misma. Ni siquiera es deseable que lo sea”.



Notas
[1] “Por otra parte los blogs son una forma de periodismo de intimidad compartida, directo, sin inmediaciones (…) Pero también podrían ser los blogs un caso de lo que podría denominarse vida reactiva, primero reaccionas, luego piensas. Es decir, como una serie de ocurrencias sobre lo que está ocurriendo”; José Luis Molinuevo, La vida en tiempo real. La crisis de las utopías digitales; Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, p. 35.

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Han dejado comentarios:
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Gabriel Francisco
Sr. Molina
Christian Supiot
Maps
Ultimocenista
Tipo de incognito
Baudrillard
Escarola
Vicente Luis Mora
Bydiox
Xavie
Toto
Rafael Reyes
Carlos
Alvy Singer
Francisco Sianes
Miguel Espigado




martes, 12 de junio de 2007



Diario de Lecturas en libro
Hará unos meses, el editor de Berenice me preguntó que por qué no tomaba algunos de los contenidos del blog, los contextualizaba y lo publicaba aparte, con los comentarios de quienes soléis visitar este rincón alternativo. Tras pensarlo, le dije que sí, pero que no veía claro lo último, es decir, introducir vuestros comentarios, ya que vosotros los hacéis desinteresadamente, y me parecía improcedente incluirlos en un libro que va a venderse. Ni siquiera, en muchos casos, he introducido mis propios comentarios, porque creo que el blog es un espacio que debe mantener su singularidad. Una cosa son los textos que yo cuelgue en él, que muchas veces provienen de colaboraciones en medios publicados (gratuitas unas veces, pagadas otras), y otra mi intervención sobre esas reseñas, completándolas con notas o aumentándolas, para hacer la crítica tal y como yo quiero que finalmente aparezca, gusto que no siempre comparten o pueden compartir, por formato, las publicaciones al uso. En La luz nueva aparecen aún más completas, en algunos casos, porque el tiempo no sólo da más perspectiva... sino también más lecturas.
Seleccioné del blog la línea narrativa, ya que no suelo leer en los ensayos publicados líneas de fuga o tendencias nuevas, y la completé con otras cosas inéditas que aguardaban su lugar, como un largo ensayo sobre la obra de José Ángel González Sainz, o una lectura cruzada de la escasa narrativa posmoderna digna del nombre. Mi intención es situar en un lugar en el foco de atención las líneas narrativas que no ocupan el sospechoso centro de nuestra narrativa (ya sea en ventas o en atención crítica o mediática), y proponer una lectura alternativa de aquellas propuestas que entiendo han sido entendidas deficiente o incompletamente.
También he escrito varios textos ex profeso para esta edición. Espero que os guste. Os dejo con alguna parte y con el índice. Los que habéis estado con este blog desde el principio reconoceréis debates o discusiones en las que habéis participado. Gracias por ello; es vuestra aportación, y no la mía, la que hace de Diario de Lecturas algo distinto.
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Del prólogo
"¿Dónde viven los narradores españoles? ¿Qué leen? ¿Qué les preocupa? ¿En qué piensan? ¿Qué concepto tienen de su mundo, y de su tiempo? Pero, sobre todo, ¿en qué tiempo viven, en qué época creen que viven los narradores españoles? Leyendo la mayoría de las novelas o relatos actuales, parece que viven en 1980, o finales de los 70. Una situación pre/posmoderna. Una modernidad alargada, estirada y agónica. Una España recién salida de una dictadura, y detenida en el tiempo, en una operación de sostenimiento de constantes vitales no muy distinta de la que sufrió el dictador. Hay un capítulo muy divertido de South Park, donde los (terribles) niños protagonistas retienen al “Hombre de 1980”, que sigue anclado en aquella época, escuchando a Snap y los primeros éxitos de Dire Straits, y vistiendo vaqueros Lee. Si una cita de serie televisiva les parece de inaceptable baja cultura, vayamos al séptimo arte y pensemos en Goodbye Lenin! (2003), esa película donde un joven intenta recrear la Alemania socialista del Este para su madre amnésica, como si no hubiera caído el Muro de Berlín. Si este contubernio de literatura y cine tampoco les parece serio (aunque, háganselo mirar, eso ya estaba superado), piensen en El retrato de Dorian Gray, ahora sí, y la máscara joven suspendida en el tiempo, mientras el rostro real –el del cuadro, el de la representación– se pudre en la planta de arriba. Gran parte de la novela española actual sigue en su sueño letárgico, hibernada como Disney o la leyenda de Disney, ajena al simulacro de los tiempos, detenida antes de la globalización, paralizada en el consenso, estancada en una economía de mercado de primera fase, en una sociología de llamarse por teléfonos fijos, en una psicología de hablar con las madres, en una cultura de la Movida, como si sus personajes no fueran sociedad del espectáculo, sino que la contemplaran en sus televisores (Telefunken), obstinada en su obliteración de las nuevas tecnologías, no sólo en sentido sociológico, sino también narrativo: pues igualmente hay nuevas tecnologías de la prosa, e idéntica resistencia."
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De "Importancia de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías"
"En efecto, la constitución de nuestro mundo (y del mundo, por tanto, de los escritores y sobre el que los literatos escriben), viene determinado noseológicamente por la intervención de los medios: “la revolución tecnológica en curso refuerza aún más el papel de la tecnología en nuestra cultura hasta poder considerarla como uno de los principales determinantes, si no el principal, de nuestra relación pragmática y cognoscitiva con el mundo”[1] y si esto es así para la carga mediática que aceptamos conscientemente, es difícil calcular los efectos de la inconsciente y subliminal.[2] El imaginario social ya no es distinto de lo percibido, todos los arquetipos colectivos son ahora inconscientes, puesto que se ha perdido el contacto directo completo con la realidad, completándose sus resquicios con la ficción realista que ofrecen los mass media. Y esto tiene un efecto claro sobre nuestra actuación (como personas o como artistas) en esta nueva situación psicológica: “si el universo moderno es el universo de bytes, cables, chips y corriente eléctrica que se oculta detrás de la pantalla, el universo posmoderno es el universo de la confianza ingenua en la pantalla que vuelve irrelevante cualquier examen de lo que hay detrás de ella. Tomarse las cosas por lo que valen como interfaz supone una determinada actitud fenomenológica, la actitud de confiar en los fenómenos”[3]. El realismo, en estas condiciones, no es muy diferente de un idealismo ingenuo. Esto no quiere decir que no haya posibilidad de un realismo eficaz, sino que la postura realista tendrá que reajustar la percepción a las condiciones de la misma, mediante una corrección fenomenológica: hacerse uno consciente de las limitaciones de los sentidos, de la manipulación constante de los medios, de la falta global de información veraz, no debe ser el resultado del pensar, sino el suelo mismo del pensamiento, a partir del cual la reflexión –y la escritura como consecuencia– parta para reinterpretar nuestro concepto de realidad y aquilatarlo.
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[1] José Antonio Pérez Tapias, Internautas y náufragos. La búsqueda del sentido en la cultura digital, Trotta, Madrid, 2003, p. 18. Véasetambién Langdon Winner, La ballena y el reactor. Una búsqueda en la era de los límites de la alta tecnología, Gedisa, Barcelona, 1987, p. 19.
[2] James Lull, Medios, comunicación, cultura. Aproximación global, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1997, p. 38.
[3] Slavoj Zizek, op. cit., p. 219.
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Índice

Descripción del simulacro 7

PRIMERA PARTE: EL MAPA NÁUTICO 19

Mapa de líneas estéticas de la actual narrativa en castellano 21
Los tres grupos de adscripción estética (y el espacio intermedio) 21

Tardomodernidad 25

Posmodernidad 28
-Posmodernistas españoles: la narrativa mutante 30
-El término 30
-Importancia de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías 32
-La pérdida del sentido de realidad 40
-Recepción y crítica del espectáculo 60
-Ultraviolencia y superficialidad 64
-Quiénes 68

Pangea 69
-El hueco de la entropía: de la no-modernidad a Pangea 70
-La narrativa de Pangea 72

SEGUNDA PARTE: LA BITÁCORA
Diario de lecturas 79
El blog 81
La crítica (que queremos) 85

Narrativa tardomoderna: Tres reseñas y un estudio 89
-Llámame Gal: Eduardo Lago 89
-La literatura del agotamiento: Enrique Vila-Matas 93
-Testamentos sin traicionar: José María Merino 100
-Volver al mundo (del lenguaje): José Ángel González 104

Mutantes 131
-Hay dos alcaldes tuertos en Canciones Tristes: Rodrigo Fresán 131
-Ángulos: Diego Doncel 143
-Mal de altura: Juan Francisco Ferré 146
-La misa negra: Manuel Vilas 150
-Narrativa de la imagen: Salvador Gutiérrez Solís 154

Pangeicos 159
-Presente visionario: Javier Fernández 159
-La razón cúbica: el ursa 164
-Phantasmas: Javier Moreno 169
-El realismo aumentado: Agustín Fernández Mallo 179
-El Google-Art: Julián Jiménez Heffernan 185
-Blogolalia 191
-Angustias posmodernas 191
-Más angustias posmodernas 194
-Hamburguesas y poesía 197
-Llamadas telefónicas 201
-Aeropuertos 218

Coda: la noche de las vacas ideológicas

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Comentarios:
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Tipo
Vicente Luis Mora
Paco Torres (editor de e.d.a. libros)
Baudrillard
Vicente Luis Mora
Anónimo
Sergi Bellver
J. A. Montano









sábado, 9 de junio de 2007

Escatológica



[Este texto es la presentación del libro Poemas de culo, de Raúl Pérez Cobo, recién publicado en e.d.a. libros; como no pude asistir por un viaje de trabajo, fue leído amablemente por Mario Cuenca]






El Suplemento Literario del Times era excelente a tal efecto, de una solidez e impermeabilidad a toda prueba. Ni los pedos lo rompían.
Samuel Beckett, Molloy
en los ojos de la cara suele haber por mil leves accidentes, telillas, cataratas, nubes y otros muchos males; mas en el del culo nunca hubo nubes, que siempre está raso y sereno
F. de Quevedo, Gracias y desgracias del ojo del culo


El añorado Vicente Núñez nos legó que “La poesía es delito”. Deleuze dijo que escribir es algo sucio; Gerald Manley Hopkins tuvo que dejarlo porque lo consideraba incompatible con el sacerdocio; Paz en Los hijos del limo le completó al exponer que “el saber del poeta es un saber prohibido y su sacerdocio es un sacrilegio”. Pablo García Casado ha escrito sobre "eyacular el poema"; Alexis Díaz-Pimienta tiene una pieza, "Poeta en el aeropuerto", donde también compara la escritura con la eyaculación. Sus últimos versos dicen: "la diferencia está en que el hombre solo / no se lava después de la última palabra". Leopoldo María Panero ha declarado en algún sitio sentirse "cagando poemas", y José Ángel Valente escribió: "Implacable desprecio por el arte / de la poesía como vómito inane" (El inocente). Gil de Biedma decía que "El juego de hacer versos / (...) es algo / parecido en principio / al placer solitario". Monterroso tiene esto en algún sitio: "Escribir es un acto pecaminoso. Al principio, contra los grandes modelos, en seguida contra nuestros padres, y pronto, indefectiblemente, contra las autoridades". En fin, que comienzo a pensar que esto de escribir es algo bastante indecente.

Y sin embargo, como sentencia Juan Villoro en El disparo de Argón (1991), “la mierda tiene proporciones alarmantemente humanas”. El psicoanálisis se ha acercado a la relación entre lo fecal y la conformación psicológica, bastará con recordar la consideración de la defecación como oro en Freud, o la fase anal en la construcción de la psique del niño definida por Jacques Lacan; igualmente tiene un nutrido registro en psicobiografía literaria
[1]. En lo tocante a la literatura también la relación con lo excrementicio es un tema universal: Hodgart, en La sátira, recuerda la “obsesión cloacal” de Swift que, a su vez, sólo seguía “una antigua tradición”[2], la cual pasa por los condenados a nadar en un mar de mierda por Dante en su Divina comedia y llega vía Satiricón y los poemas chaperos de Catulo hasta la creación del mundo a base de ventosidades en Las nubes de Aristófanes[3]. Sin embargo, es nuestro Siglo de Oro (período literario que, a juzgar por sus citas de apertura y por su blog de significativo nombre, Inculatorias[4], Pérez Cobo conoce bien) un período especialmente rico en literatura de contenido escatológico, sobre todo en dos de nuestros principales poetas, Quevedo y Góngora[5]. Ignacio Arellano critica que en su edición de las prosas del primero, Fernández Guerra eliminase “Gracias y desgracias del ojo del culo”, porque “no se trata de una ‘degradación de lo cómico’ como afirma Sánchez; es precisamente un tipo de comicidad especial, basada en la turpitudo et deformitas que aparece en todos los tratadistas áureos como la forma más eminente de lo risible”[6]. En efecto, lo que se busca en algunos poemas de Quevedo no es el sonrojo del lector, sino el del retratado en el poema, como en este soneto, de mucho parecido a algunos poemas de Pérez Cobo:
Que tiene ojo de culo es evidente,
y manojo de llaves tu sol rojo
y que tiene por niña en aquel ojo
atezado mojón duro y caliente.

Tendrá legañas necesariamente
la pestaña erizada como abrojo,
y guiñará con lo amarillo y flojo
todas las veces que a pujar se siente.

¿Tendrá mejor metal de voz su pedo
que el de la mal vestida mallorquina?
Ni lo quiero probar ni lo concedo.

Su mierda es mierda y su orina, orina,
sólo que ésta es verdad y esotra enredo,
y estánme encareciendo la letrina.
[7]


En el caso de Góngora, lo pestilente para algunos era la innovación y osadía de sus novedades técnicas; Juan de Jáuregui, en su impagable Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, escribía: “así, las más de las veces dejan a V.m. por señor de el campo, viéndole empuñar un soneto merdoso y otro pedorro. Y al menorete un monóculo o un cagalarache”
[8]. Ni Jáuregui ni muchos otros, de su tiempo o posteriores, supieron ver el intento de elevación del cuerpo que hay en ciertas inmersiones escatológicas. Bajtin, más talentoso, sí las vio; en su ensayo sobre Rabelais, escribe: “el cuerpo no revela su esencia, como principio que crece y traspasa sus límites, sino en actos como el acoplamiento, el embarazo, el parto, la agonía, el comer, el beber, la satisfacción de las necesidades naturales”[9]. Un ejemplo: en el famoso poema de Góngora sobre el río Esgueva, al que retrata como cloaca, por la cantidad de mierdas que arrastraba, el objetivo de Góngora no es insultar al río, sino insinuar “que la misma corte vallisoletana, por su contacto cotidiano con el río convertido en albañal, sufría una contaminación que no perdonaba a ninguna faceta de la vida cortesana”[10], con lo que vemos que el uso de la torpeza en la poesía del siglo de Oro suele responder siempre a un intento de sublimación simbólica, un ataque por arriba disfrazado de una andanada por debajo… o por detrás; no faltan alusiones a la trasera y a las partes menos nobles en la obra satírica gongorina, no pocas veces de la misma altura y complejidad formal que la más seria.

Eduardo Lago, en su novela Llámame Brooklyn, dice que la poesía hay que buscarla “en la inmundicia, manchándote el alma. Sólo así encontrarás lo que estás buscando. Sangre, mierda y semen, no lo olvides (…) Lo que cuenta es poder rozar la eternidad, aunque sólo sea un instante. Que nos quemen. A Dios le da exactamente igual”
[11]. En ese espacio de abandono teológico[12] y derrelicto constructivo la poesía desde la modernidad viene buscando su inspiración[13], y no pocas veces a través de la transgresión fecal, desde Lautréamont a Bataille[14]. Precisamente abordando la obra de Bataille, escribe Foucault: “la transgresión es un gesto que concierne al límite; es ahí donde, en la delgadez de esa línea, se manifiesta el resplandor de su paso, y tal vez también su trayectoria en su totalidad, su origen mismo (…) La transgresión se abre a un mundo brillante y siempre afirmado, un mundo sin sombra”[15], y con razón apunta a una filosofía del límite, en cuyo borde lo escatológico, como poética habitual de lo trasgresor, está siempre caminando. No es casual que otro agudo lector de Bataille, el peruano Vargas Llosa, haya escrito que para que “para que esta sublimación [del sexo al erotismo] ocurra, es imprescindible, como lo explicó George Bataille, que se preserve ciertos tabúes y reglas que encaucen y frenen el sexo, de modo que el amor físico pueda ser vivido -gozado- como una trasgresión”[16]
. En una cabal antología de la filosofía literaria del límite encontraríamos a Bataille, pero también a Sade, a Rabelais, a Pietro Aretino, a Sacher-Masoch, a Céline, a Lautréamont, a Joyce, al Apollinaire de Las once mil vergas, a Henry Miller, a Anaïs Nin, a Burroughs, a J. G. Ballard, a Camilo José Cela, a Julián Ríos, a Juan Francisco Ferré, a Manuel Vilas y, en general, a todos los psicopatólogos de la transgresión literaria que podríamos agrupar, usando un concepto de Auden, como los “Señores del límite”. El objetivo último de esta filosofía literaria del límite es la que contiene el maravilloso párrafo final de El erotismo de Bataille:
El lenguaje no se da independientemente del juego del interdicto y de la transgresión. Es por lo que la filosofía, para resolver, de ser posible, el conjunto de los problemas, debe retomarlos a partir de un análisis histórico, del interdicto y de la transgresión. Es impugnando, a partir de la crítica de los orígenes, como la filosofía, transgrediendo la filosofía, accede a la cumbre del ser. La cumbre del ser no se revela por entero más que en el movimiento de trasgresión en el que el pensamiento fundamentado, por el trabajo, en el desarrollo de la conciencia, supera al fin al trabajo, sabiendo que no puede subordinarse a él.[17]


En nuestra poesía reciente, hay algunos poetas cuyo tratamiento del tema daría para algún artículo; Pérez Estrada tiene este curioso poema en Diario de un tiempo difícil:

También había un poeta
al que habían de practicarle la cesárea,
era preciso extraerle un pedo inconmensurable,
un pedo que venía en mala postura.
Era preciso actual con diligencia,
con prisa,
con toda la prisa del mundo,
antes de que el gran pedo se malograra.
Ya un encuadernador de urgencia esperaba al pedo.
Ya un bibliófilo esperaba a aquel pedo,
no a otro.
De la misma manera, podemos encontrar los versos coprofágicos de Gimferrer en Mascarada (Edicions 62, 1996), el poema a un moco de Sarrión en Cordura (1999) y los poemas culifágicos y coprofílicos habituales en la obra de Leopoldo María Panero, todo él un ejercicio de transgresión permanente. Tras el boom escatológico novísimo, llegó la políticamente ultracorrecta normalidad, de extraña moral izquierdista y conservadora a un tiempo, pero parece que en estos últimos tiempos se detecta una vuelta a un cierto tono exasperado y turbio en la poesía española. Amén del ya clásico recitativo Leche de camello de Eladio Orta, podemos destacar algún poema de Enrique Cabezón

[18], le hemos leído a Chantal Maillard en Hilos: “Las heces: lo más cálido de mí”[19], y encontramos estos versos en Diego Medrano: “Caga el culo y caga el hombre / pero la mierda no caga (…) La mierda no caga, estamos seguros, / pero sabe por lo menos sabe / lo que otros ignoramos: / de dónde sale y adónde va / de donde viene y quién es”[20]. Pero seguramente se lleva la palma el libro que hoy presentamos, Poemas de culo, de Raúl Pérez Cobo, publicado por Ediciones de Aquí.

Escribe con mucha razón en su blog Pérez Cobo: “Si la mitología puede volver a escribirse desde nuestro siglo, he aquí una muestra. La ironía, la sátira, hacen posible la nueva escritura de viejos modelos. Es la eterna paradoja: ya no es posible la imitación, practica leal de los antiguos y nada deshonrosa, pues para nosotros seria poco mas que un pastiche, la falta de voz, una copia -que aun es menor que un plagio, puesto que una copia tiene un significado mas prosaico, menos hermoso, mas vulgar, sin el arte de la elegancia del plagio, de la belleza, quedándose en mera reproducción-. Pero una nueva lectura del mito posibilita una nueva escritura: le da vida, lo hace actual.” Los códigos lingüísticos del Siglo de Oro, durante un corto espacio de tiempo, permitían ciertas alegrías satíricas configuradas como código de escape o desgaste de modelos no literarios, pero sí psicológicos, despreciables. Reírse indigna(da)mente de un miserable no contaminaba al poeta con la porquería expulsada, sino que suponía volcar de un modo retórico la agresividad moral de la época, atacar a lo peor con lo peor. El resultado nos sigue sorprendiendo hoy por su dureza unas veces, por el ingenio otras, en cualquier caso por ser capaz de unir lo más humano con lo más divino, como la misma palabra escatología, que igualmente designa el católico “Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba”, y el más procaz “Tratado de cosas excrementicias”, según nuestro imparcial DRAE. Justo en ese límite, en el de no decidirse entre ambas lides, entre la función humana y fisiológica del culo y otros posibles tratamientos, semánticos o sexuales, entre la condición de fin cabal del cuerpo y principio aleve del atrevimiento, es donde los giros retóricos sobre el trasero y su codificación poética alcanza mayor riqueza. Sabedor de ello, Raúl Pérez Cobo insiste e incide en la condición de lo cular como finis terrae mundi de lo lírico, y como principio metafísico de alcance, puesto que a él con esa trascendencia, la del espíritu de la ventosidad después de lo digestivo, según se lee en su blog, le basta. El poemario de Pérez Cobo tiene la habilidad de hacernos ver la obviedad de que lo alimentario, lo nutricio de nuestra vida, acaba en el culo; del mismo modo, y para según qué o quiénes, puede también empezar por ahí. Pérez Cobo escribe que “la vida es un proceso escatológico”, vindica el culo-en-sí e intenta recuperarlo como parte del ser humano: “el culo comprendiendo ser persona”, se lee por algún lado. Esta ontología anal, que vindica el culo como ente, como objeto de reflexión filosófica exenta, tiene pocos parangones en una poesía preocupada ocasionalmente por la basura o por la mierda (esto es, por el producto), pero rara vez distraída en el productor, en el ser causante. Pérez Cobo recupera el mito áureo (en los dos sentidos, el de Freud y el de nuestra Filología) de lo torpe, reproduciendo incluso sus códigos estróficos y métricos, sus sonetos y silvas, para darle vida de nuevo al tema que sigue siendo, pasados los siglos y siendo tan modernos como somos, aún bastante prohibidos. Durante toda esta semana, no se imaginan la cantidad de personas que me han llamado o escrito mails diciéndome: “Vicente, ¿qué es eso del culo que presentas el viernes?”. Supongo que a estas alturas Mario Cuenca, que es quien lee esto en voz alta, ya les habrá dicho que no he podido acudir por trabajo, pero no por vergüenza, seguramente porque no me queda ninguna. Pero decir “culo” en voz alta es aún en ciertos círculos como decir “caca, pedo, culo, pis”, y sigue estando mal visto, sigue estando fuera de las normas de buen gusto (salvo del gusto gay, supongo) y sigue estando prohibido. De modo que este libro de Pérez Cobo y su denuncia de la hipocresía física y moral, a pesar de su deliberado y muy consciente anacronismo, sigue estando vigente en la sociedad globalizada y casi posmoral del siglo XXI. Increíble pero cierto.

Eliot dijo en The Hollow Men que el mundo no terminaba con una explosión, sino con un gemido. Pérez Cobo tiene muy claro a qué tipo de gemido lastimero no termina de referirse Eliot, el mismo gemido con el que terminaba la película de Berlanga Todos a la cárcel (1993): “el mundo es un agujero, / y se extingue” (p. 56), sentencia el poeta. Así culminará, al menos desde el punto de vista físico, toda forma de vida: con una ventosidad del Universo. Desde esa gravedad corporal escribe Pérez Cobo, que desde un magnífico humor traba los temas solemnes: “humores negros forman cacas serias”, dice en persecución de Descartes, con un estilo muy personal que el lector recibe confundido: sabe que el autor está hablando, a la vez, de cosas muy altas y muy bajas, por esa dualidad esencial de lo escatológico a la que antes hacía referencia. De modo que estamos ante un libro que dará contento a todos (aquí se me ocurre un chiste, que prefiero callar), ya que tanto los metafísicos como los físicos a solas encontrarán en Poemas de culo sus diversos placeres, puestos al lado o encima los unos de los otros. Y esas mentes que puedan, como la del autor y la mía, ser capaz de aprehender ambos discursos al mismo tiempo disfrutarán, pues, el doble, “pues hay quien se define como par, / -allí donde se juntan mis mitades-” (p. 50). Sí, es cierto. “Los poetas son la mierda del barrio”, como escribía el vate cubano Alexis Díaz-Pimienta
[21]. Sólo espero que esta mierda de presentación, al menos, les haya entretenido. Les dejo con Raúl Pérez Cobo.

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Notas
.[1] Maurice Molho, en Semántica y poética (Crítica, Barcelona, 1977), encuentra en cierta literatura picaresca la relación “con fantasías ligadas a la fase anal de la formación del individuo” (p. 116). Janine Chasseguet-Smirgel advierte contra el peligro de extremar sus posibilidades en “A propósito de El año pasado en Marienbad: para una metodología de la aproximación psicoanalítica a la obra de arte”, en VVAA, Psicoanálisis y crítica literaria, Akal, Madrid, 1981, p. 124.[2] M. Hodgart, La sátira; Guadarrama, Madrid, 1969, p. 27.[3] Es curioso ver http://elrincondelalfarero.blogspot.com/2007/01/aproximacin-la-literatura-_116903621843278039.html.[4] http://www.raulperezcobo.blogspot.com.[5] Y sin embargo, falta por escribir, como se ha dicho en algún lugar, una monografía completa y compleja sobre este asunto, común en nuestro Siglo de Oro; según Joaquín Roses, en términos no reducibles sólo a Góngora, “el objetivo central de ese último encuentro era llamar la atención sobre una faceta esencial de la poesía de Góngora que, por extraño que parezca, sigue carente de una atención más detenida y estudios más profundos”; Joaquín Roses, “Góngora prohibido”, en Joaquín Roses (ed.), Góngora Hoy VIII. Góngora y lo prohibido: erotismo y escatología; Diputación de Córdoba, Colección de Estudios Gongorinos, Córdoba, 2006, p. 13.[6] I. Arellano Ayuso, Poesía satírico burlesca de Quevedo. Estudio y anotación filológica de los sonetos; Universidad de Navarra / Iberoamericana / Vervuert, Madrid, 2003, p. 73.[7] Edición de I. Arellano Ayuso, op. cit., pp. 566-567.[8] Véase la edición de José Manuel Rico García para la Universidad de Sevilla en 2002. El término “cagalarache” aparece en el poema jocoso de Góngora a la toma de Larache.[9] M. Bajtín, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento; Alianza, Madrid, 1995, p. 38.[10] Mercedes Blanco, “Góngora o la libertad del ingenio”, en Joaquín Roses (ed.), Góngora Hoy VIII. Góngora y lo prohibido: erotismo y escatología; op. cit., p. 34.[11] E. Lago, Llámame Brooklyn; Destino, Barcelona, 2006, p. 310.[12] Juan Goytisolo, en “Quevedo: la obsesión excremental”, Disidencias; Seix Barral, Barcelona, 1977, sitúa el discurso escatológico del autor del Buscón en la trama espiritual y sociológica de su época, como un odio al cuerpo consecuencia de la situación religiosa.[13] Véase Claudio Guillén, “La expresión total: literatura y obscenidad”, Múltiples moradas; Tusquets, Barcelona, 1998, pp. 235ss; Julián Jiménez Heffernan, “Derelictos: materiales para una poética”, epílogo a la antología de César Antonio Molina, El rumor del tiempo, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2006, p. 303ss; y del propio C. A. Molina, confróntese Regresar a donde no estuvimos, Península, Barcelona, 2003, p. 301.[14] En los Cantos de Maldoror, aparece la transgresión extrema en aquel momento: la defecación en la cara de Dios.[15] Michel Foucault, “Prefacio a la transgresión”, Obras esenciales, I. Entre filosofía y literatura; Paidós, Barcelona, 1999, pp. 167-169.[16] M. Vargas Llosa, “El sexo frío”, Piedra de Toque, Caretas nº 1.506, 05/03/1998. Véase también el prólogo de Vargas Llosa a la edición de 1978 de Tusquets de Historia del ojo de Bataille, una novela cuyo tema esencial es la escatología como mística no trascendente.[17] G. Bataille, El erotismo; Tusquets, Barcelona, 1985, 4ª ed., p. 378.[18] E. Cabezón, Dios cabalga a lomos de las muchachas; El Árbol Espiral, Béjar, 2005.[19] C. Maillard, Hilos; Tusquets, Barcelona, 2007, p. 95.[20] D. Medrano, “La mierda no caga”, El viento muerde; La Garúa, Santa Coloma de Gramenet, 2007, p. 131.[21] Alexis, Díaz-Pimienta, Yo también pude ser Jacques Daguerre, Pre-Textos, Valencia, 2001. p. 77.
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Carlos
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