domingo, 22 de marzo de 2020

Versión actualizada del dispositivo Aira


La revista Penúltima, que organiza un interesante Archivo Pringles sobre Aira, me propuso republicar mi texto-mosaico construido a partir de citas más o menos autoexplicativas de la obra del argentino. Y se me ocurrió actualizarlo. No es fácil volver a un engranaje tan vasto, pero aquí está de nuevo esta locura, con 85 libros o textos diferentes de Aira incorporados:

http://revistapenultima.com/la-literatura-de-cesar-aira-explicada-por-ella-misma-por-vicente-luis-mora/

sábado, 14 de marzo de 2020

Poliantea 3


En este país hay una secular tendencia a pedir la dimisión de cualquiera que cometa una gorda. Especialmente, somos recalcitrantes peticionarios de dimisión cuando se trata de cargos que no suelen tener importancia para la marcha particular de nuestras vidas aunque sí para el bien general de la sociedad. Fíjense en la cantidad de entrenadores de fútbol que dimiten en cuanto fracasan los equipos que dirigen. En cambio, considérese el caso de los escritores. Publican novelas. En su mayoría malas novelas. Fracasos absolutos. En buena lógica, los lectores, al igual que hacen los forofos del fútbol, deberíamos pedir su dimisión como escritores, ¿no?

Víctor Moreno, Fuera de lugar (2009)

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Sí, esta novela es un abismo sin fondo; dondequiera que la toquemos, se abre ante nosotros una infinidad de caminos (la sistemática de las comas en el capítulo VI, por ejemplo, corresponde al trazado del mapa de Roma). 

Stanislaw Lem, Vacío perfecto (1971)

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El pobre Greg [hijo de McEwan] tuvo que estudiar Enduring Love en el colegio. Tenía una maestra. Y tu tuvieron que escribir una redacción: ¿quién es el centro moral del libro? Le dije a Greg: “Bueno, creo que Clarissa lo entendió todo mal”. Suspendió. La profesora pensó que Joe era demasiado varón en su modo de pensar. Bien, quiero decir, yo sólo escribí el maldito libro.

Ian McEwan, en New Yorker[i]

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Os voy a contar una anécdota que no conoce nadie y que es una preciosidad. [...] Se refiere a Chagall. [...] un día estábamos sentados él, Baba, su mujer, Pili  y yo, en la entrada de la Fundación de Saint-Paul-de-Vence, que es como un puentecito con dos pequeños muros. Y de repente aparece un individuo extrañísimo. Un tipo de una edad intermedia e indefinible, y se pone de rodillas delante de Chagall. Chagall le miraba con extrañeza y le dice el individuo: “Maître, maître”. “Maître” es maestro en francés, pero se pronuncia casi igual que “mètre”, que quiere decir metro. Y Chagall le miró con una cara de falsa modestia tremenda y le dijo: “Pas mètre, centimètre”.

Eduardo Chillida, Elogio del horizonte


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El caballo clama por el ojo del amo.

Rafael Pérez Estrada

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-Sí, doctor –dijo el director con orgullo–, el cuerpo está bien elegido. Aquí no hay ni un solo cuerpo agradable, simpático, normal y humano, son sólo cuerpos pedagógicos, como ya ve, y si la necesidad me obliga a tomar algún nuevo maestro, siempre me cuido mucho de que sea profunda y perfectamente aburridor, estéril, dócil y abstracto.

Witold Gombrowicz, Ferdydurke (1937)

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            El enemigo está en todas partes. Sólo es necesario poner algo de buena voluntad y ya se los encuentra uno.

Theodor Fontane, Antes de la tormenta (1878)


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En nuestra Unión Soviética, por supuesto, sólo se puede ser apolítico de la manera más entusiasta y militante. Se dice que, en una ocasión, Vlásov, cuando acababa de criticar la brutalidad hipócrita e insufrible de determinado artículo del Pravda, fue interrumpido por la visita de un apparátchik del Partido. En un santiamén se puso a elogiar el mismo artículo. Cuando el invitado se hubo marchado por fin, la esposa de Vlásov, de pie y aturdida en el umbral de la cocina, le dijo: “Andrei, ¿de verdad puedes vivir así?”.
William T. Vollmann, Europa Central (2005)

 
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Los perezosos representan lo más bajo de la existencia en el orden de los animales de carne y sangre: un sólo defecto más y su existencia hubiese sido imposible.

Georges Louis Lecrerc, Conde de Buffon

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Estos días pensaba que es una estupidez por parte de todas estas mujeres temer tanto a la muerte ya todo cuanto tiene que ver con ella, hasta el punto de ocultarles todo y llevar el Santo Sacramento a los moribundos cuando ellas están comiendo. ¡Eso es pueril! ¿A ti no te gusta ver un ataúd? A mí me encanta ver alguno de vez en cuando. Me parece que un ataúd es un mueble hermoso, incluso cuando está vacío [...]

Thomas Mann, La montaña mágica (1924)

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La cuarta vez que recogemos dinero en la taberna, el camarero me dice:
-Vosotros, los extranjeros, siempre estáis haciendo colectas para las coronas, vais a entierros sin parar.
Yo le respondo:
-Cada uno se divierte como puede.

Agota Kristof, Ayer (1995)

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Los antiguos no han existido nunca, porque también los antiguos tenían, a su vez, sus propios antiguos.

Ardengo Soffici
                                             
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Conservamos todavía un ejemplo divertido de la actualidad que seguía teniendo la idea de la teofanía de los hombres. Un grupo de agrigentinos beodos, a los que les daba tales vueltas la casa donde se encontraban que creían hallarse en un barco, en medio de la tormenta, arrojaron toda la basura de la casa a la calle, y cuando los estrategos (es decir, los agentes de policía) llegaron para imponer orden, los tomaron por tritones, y les prometieron honrarles en lo futuro como a las demás divinidades marinas.

Jacob Burkhardt, Historia de la cultura griega (1898-1902)


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            Todos los traductores llevaban puesto un auricular y un micrófono, y parecían haber adquirido, a lo largo de su carrera, o quizás de su vida entera, un tinte verdoso semejante al de las pantallas de computadora que tenían delante.

Daniel Alarcón, The King Is Always Above His People (2009)

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¿En qué momento la poesía se convirtió en una repostería deliciosa, en un manjar? ¿Se han vuelto las lecturas de poesía la forma canónica de la animación de fiestitas infantiles? ¿Será ése su nuevo lugar? ¿Será que la suerte del poeta ya no se juega en el texto, sino en integrar elemento estable de la festividad? ¿Acaso se equivocan los diarios cuando cada seis meses publican una nota llamada “La movida de la poesía”? Que cada semana haya en Buenos Aires decenas de lecturas de poesía, ¿es estimulante o simplemente una desgracia? ¿No tiene el poeta joven que va de lectura en lectura algo en común con el visitador médico que va de consultorio en consultorio? Al menos al visitador le cabe la figura del explotado, en cambio el aspirante a poeta del momento parece adherir al discurso de la servidumbre voluntaria.
Damián Tabarovsky, Autobiografía médica (2007)

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¿Dante?, aventuró Plotzbach sin demasiada ilusión de haber disimulado su ignorancia. No, D’Annunzio, dijo el capitán. Y añadió: Créame, amigo Plotzbach, nunca confíe en un pueblo capaz de dar al mundo tan buenos poetas.

Ignacio Padilla, La Gruta del Toscano (2006)

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[...] y me encaminé hacia la literatura inglesa, a la que tantos poetas frustrados acababan dedicándose como profesores vestidos de tweed con la pipa en los labios.

Vladimir Nabokov, Lolita (1955)

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            Tanta ciencia sólo podía desembocar en la hambruna.

Víctor Hugo, El hombre que ríe (1869)

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Tiene facilidad para crearse relaciones personales, y suspira por el amor como un poeta suspira por un auditorio.

Iris Murdoch, Bajo la red (1954)

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Entre los viajantes de comercio, los industriales errantes, los promotores de negocios y comandita y los poetas absorbentes hay una sola diferencia: aquella que existe entre la propaganda y la prédica; el vicio de estos últimos es absolutamente desinteresado.
Charles Baudelaire, La Fanfarlo (1847)

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            Verdugo era, si va a decir la verdad, pero un águila en el oficio; vérsele hacer daba gana a uno de dejarse ahorcar.

Francisco de Quevedo, El Buscón (1626)

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            El notable telegrama que Dorothy Parker envió a su agente, que por desgracia pierde la genialidad al ser traducido: “Tell the editor I’ve been too fucking busy –or vice versa”.

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Una mujer apareció por la tienda. Compró unos cables para el teléfono y nos dijo que los militares habían destituido al Presidente. “A lo mejor lo que viene es una guerra”, dijo la mujer. “Coño, va a empezar una guerra justo el día en que consigo trabajo”, pensé yo, y me vi de nuevo en la casa mirando la televisión y escuchando los gritos de mi mamá y de mi esposa.

Juan Carlos Méndez Guédez, Hasta luego, míster Salinger (2007)

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            Ceslaw Milosz escuchaba en sus lecturas californianas las preguntas post-estructuralistas de los estudiantes estadounidenses sobre reificación y objetividad y respondía, según Robert Hass, de forma muy calmada: “eso es muy sofisticado para mí, prefiero leerles un poema de Li Po”.

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Uno que antes de morir reparte su dinero entre quienes le caen bien a primera vista. Sale a la calle y los va eligiendo. En cuanto alguien le agrada, le da al instante lo que otro sólo legaría. Esta ocupación, que lo hace feliz, lo llena durante un tiempo; él la prolonga y se vuelve más ahorrativo. Le hace falta mucho tacto para no herir a la gente. Las mujeres le creen enseguida, y algunas se decepcionan de que no espere nada de ellas a cambio del dinero. Pero en líneas generales sus candidatos desaparecen pronto, por miedo a que pueda volver a pensárselo.

Cuando el azar vuelve a llevarlo al mismo sitio, todos fingen no conocerlo.

Elías Canetti, Hampstead (1994)

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            Me acordé de Tom Sawyer en el extranjero cuando el negro Jim cree que Virginia tiene que ser eso que abajo de porque Virginia en uno de los pocos mapas que está pintada de rosa.

Luis Chitarroni, Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa (2007)


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Vista a cierta distancia, cualquier vida es de pena.

Francisco Brines






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[i] En Daniel Zalewski, “The Background Hum”, 23/02/2009, traducción nuestra, accesible en http://www.newyorker.com/reporting/2009/02/23/090223fa_fact_zalewski

domingo, 1 de marzo de 2020

Desv(ar)íos







Le doy mi palabra de que cumpliré mi palabra.

Joseph Roth, La leyenda



¿Existe algo así como el juego de palabras de un juego de palabras?

Anne Carson, “Posesivo usado…”



A primera vista podría resultar chocante unir en una misma entrada de blog a una poeta canadiense viva, Anne Carson, y a un austriaco de principios del XX, Joseph Roth. Pero hay al menos dos motivos para hacerlo; el primero, la relación —diferente— de ambos con la clasicidad; el segundo, que son dos personas que han hecho todo lo posible para mentir en sus biografías. Joseph Roth, como recuerda en su excelente e informado epílogo Ibon Zubiaur, fue un consumado artífice de su propia peripecia biográfica, hasta el punto de engañar a sus amigos y a las mujeres que le amaron. Por su parte, Anne Carson incluye como información biográfica en sus libros, incluido Flota, esta declaración, quizá algo jactanciosa: “Anne Carson nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo”. Sin contener ninguna falsedad, este resumen constituye una mentira atroz, una mentira tan superlativa en su reducción como la de Roth en su laboriosa proliferación.



Joseph Roth. La leyenda del santo bebedor. Traducción y epílogo Ibon Zubiaur. Madrid: Alianza, 2020.



Zubiaur presenta en Alianza su traducción de La leyenda del santo bebedor (Die Legende vom heiligen Trinker, 1939), una de las obras más conocidas de Roth, perteneciente a su última etapa narrativa. En ella asistimos al desvarío urbano de Andreas Kartak por París, contado por un extraordinario narrador en tercera persona cuyo mayor mérito es no asombrarse de lo que está describiendo, lo que genera una sensación onírica sin abandonar el objetivismo total. Quienes hayan leído los periplos urbanos de los protagonistas La rosa (Die Rose, 1925) de Robert Walser, o los paseos afiebrados de los personajes de Benjamín Jarnés, coetáneos a los de Walser, apreciará un cierto aire de familia. La traducción de Zubiaur, según aclara él mismo en su epílogo, actualiza algunos pasajes y no huye de las deliberadas repeticiones léxicas —también las hay argumentales— que dan ese tono característico a La leyenda del santo bebedor. La novela es tan breve que esta reseña comienza a desafiarla en tamaño, así que prefiero ceder la última palabra al sabio Claudio Magris, quien lo explica todo mejor que mis parcas aproximaciones:



El gran éxito de Roth [...] se debe a la odisea que se obstina en narrar, a esa resistencia que sus héroes, tránsfugas y desperdigados tras la derrota, oponen al mecanismo que pretende desposeerlos. El exiliado o repatriado rothiano, en su fuga sin fin, se sitúa al margen de la historia y de la existencia para defender frente al mecanismo de lo idéntico un residuo extremo de irreductible individualidad, algo inconfundiblemente suyo.[1]








Anne Carson. Flota. Madrid: cielo eléctrico, 2020. Traducción de Andrés Catalán y Jordi Doce.


La poesía de Anne Carson es la feliz consecuencia de un talento irradiado sin autolimitaciones. Carson, una de las voces poéticas actuales más celebradas mundialmente, tiene la particularidad de haber entendido que existen dos posibles síntesis de tradición y vanguardia; una, menos arriesgada, consiste en adoptar una actitud algo innovadora, mientras la obra acoge guiños al legado histórico, o se mira en el espejo de la tradición. Otra síntesis, más valiente, y que ella borda con selecto esmero experto, es radicarse en la tradición, adoptarla como torrente de aire pulmonar y someterla al proceso laríngeo de creación de la voz, donde las cuerdas vocales moduladoras son distintas variantes de la experimentación literaria. Carson parte de la gracia basal de la Grecia clásica para deconstruir el canon —a Jacques Derrida le gusta esto, Derrida pondría corazoncitos a Carson—, sometiéndolo a diversos tipos de procedimientos y protocolos de mala lectura dirigida, que mueven los signos a un ámbito de rotación e irradiación diferentes de los originales, pero quizá no infieles a ellos. Carson hace con Eurípides o Íbico lo que la prima donna hace con los cerebros, o el crítico con las cursiladas de Neruda. Lo que le da la gana, sin más. Porque el mayor mérito de Carson no reside exclusivamente en su innegable talento, sino en la carencia de restricciones a la hora de plantear las estrategias discursivas en las que ese talento puede volcarse, desparramarse, desbordarse, errar, incluso equivocarse, porque tan difícil es no encontrar un poema de nuestro gusto como no hallar un texto que nos haga llevar las manos a la cabeza. Pero Carson piensa como El profesor inútil (1926) de Benjamín Jarnés, para quien el tono medio es siempre un tono mediocre. La poeta acierta o se equivoca a lo bestia, a lo grande, sin menudear, sin pedir perdón ni ampararse en licencias poéticas. Carson desvaría, esto es [DRAE]: 1. Delira, dice locuras; 2. Diferencia, varía, desune, se desvía. 3. Se aparta del orden regular.



Y lo hace mediante multitud de procedimientos, a los que somete o sujeta otros textos, no siempre clásicos, no siempre “válidos” para el estrecho radar de lo aceptable literariamente, como las instrucciones de su horno microondas. “If prose is a house, poetry is a man on fire running quite fast through it”, reza una de las frases más conocidas de Carson. Entre los procedimientos de desvarío, de desvío del logos clásico, empleados en Flota, estarían el poema en prosa, el listado alfabético (“Pilas”, “L.A.”), la conferencia erudita y la falsa traducción (“Variaciones sobre el derecho a permanecer en silencio”), la recreación irónica (“Piezapín”), el epigrama (“Trozeus”), el monólogo dramático retorcidamente desdoblado (“Perro fiel I, II y III”), la oda surrealista, la reflexión metalingüística (“Envidia del pronombre”, entre otros), el soneto arqueado de 15 formas diferentes (“Posesivo usado para beber[me]”), el falso realismo (“Salvajemente constante”), la anáfora obsesiva (“Épocas de Yves Klein”), la conferencia teatral (“Tío cayendo”), y un largo etcétera de posibilidades. El origen performático de la mayoría de estas piezas les imprime además un aspecto de animal fantasioso cazado al vuelo, de fotograma aislado de una historia más amplia en movimiento.



La traducción a cuatro manos de Jordi Doce y Andrés Catalán intenta verter toda esta logomaquia anti-falogocéntrica —Derrida también esto— a nuestro idioma, y el resultado es excelente, porque créanme que no es fácil traducir una escritura tan polisémica y ambigua, donde las capas de sentido, incluyendo las etimológicas, se proyectan sobre un inglés fluido y capaz de integrar fuerzas procedentes de orígenes muy distintos. Como tengo las dos versiones, la original de 2016 editada por Jonathan Cape, y la virtuosa traslación impresa de la nueva editorial cielo eléctrico, he comparado línea a línea un par de cuadernillos y he admirado el cuidadoso trabajo de traducción efectuado por Doce y Catalán. La labor editorial de cielo eléctrico, que ha recreado a la perfección los cuadernillos independientes y la caja transparente dentro de la que flotan la veintena de piezas que componen Flota, hace que la obra de llegada a nuestra lengua no sea en absoluto desmerecedora de la original, algo que, en el caso de Carson, suele ser siempre un desafío.



Katherine Berta dice que en Flota, como en las traducciones y estudios que Carson ha publicado sobre Safo, la poeta canadiense “se vincula con la falta de control inherente a todo acto de escritura —y la amplifica—”. Nina MacLaughlin entiende que para Carson la traducción, o el intento de traducción, es el punto no mediocre entre el orden y el caos. Flota, me gustaría añadir, presenta de forma convincente esta obviedad: cualquier sentido poético sólo puede conservarse si flota sobre un mar de sinsentido. No sé qué más decir para convencerles de que Flota es el libro que más eficazmente puede volarles la cabeza y devolverles la esperanza en la poesía como la forma más extrema y libre de literatura.








[1] C. Magris, El anillo de Clarisse; Barcelona, Península, 1993, p. 434.