miércoles, 16 de septiembre de 2020

Poliantea 9


Todas aquellas novelas eran obras de perfectos idiotas y el Sr. Folantin pasaba por ellas deprisa, para detenerse sólo ante los libros de versos, que, estremecidos, aleteaban a todas las brisas. Estaban éstos menos despellejados, menos mancillados, pues nadie los abría.

Karl Huysmans, A la deriva (1882)


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            M. G. le regaló a su madre una novela que describía la relación entre una hija maravillosa y su malvada progenitora. M. G. me dijo: “Así se va a enterar por fin esa bruja de lo que pienso de ella. Se va a ver exactamente retratada en la novela”. Unos días más tarde, cuando la madre terminó de leer el libro, le comentó encantada a M. G.: “Qué novela tan estupenda me regalaste, hija. Refleja exactamente la relación que yo tuve con mi madre”.

Iñaki Uriarte, Diarios (2014)


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Todas las ciudades alemanas tienen una calle que se llama Hermann-Riedel-Strasse que siempre es inconfundible: chalets adosados a ambos lados, construidos por gente que odia la arquitectura, sin color, sin plantear un elemento de adorno, sin vergüenza por su fealdad y sin la esperanza de fuerzas transformadoras, a no ser que sea la clemente fuerza de una catástrofe.
Wolfgang Hidesheimer, Tynset (1965)

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Quise marcharme a Alemania porque, viviendo entre austríacos, uno aprende a no odiar a los alemanes tanto como sería necesario.

Karl Kraus, La antorcha

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            Estaba descalzo y de ese modo no se puede actuar ni decidir nada.

Javier Marías, Mañana en la batalla piensa en mí (1994)

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Además, en la frontera se tiene que odiar a los gringos, y para tal efecto lo mejor es trabajar para ellos.
Heriberto Yépez, 41 Clósets (2005)

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En sus Cuadernos de Recienvenido, Macedonio Fernández aprovechó un momento de distracción para anotar que las visitas más largas son al principio breves. No lo creemos así: las visitas largas son desde el principio muy largas y siguen siéndolo, aunque su duración cronológica no pase de unos pocos minutos. Lo mismo ocurre con los libros. Algunos (la afirmación es de Novalis) son exactamente infinitos, por la suficiente y simple razón de que no llegamos al fin... Tal es el caso de la mayoría de los cuentos de este volumen. El título (corroborado por dos prólogos, de los cuales uno es superrealista y el otro es abominable, también) asegura que son los mejores cuentos norteamericanos e ingleses de 1938.

Jorge Luis Borges, reseña de
 The Best Short Stories of 1938, en Textos cautivos


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ARTE POÉTICA

                               A Victorugo

Es evidente que el poeta escribe
A golpes de inspiración
Pero hay gente a quien no les afectan los golpes.


Boris Vian, Cantilènes en gelée (1949)
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El libro suyo que él [José Ferrater Mora] más apreciaba era De la materia a la razón. Le molestaba un poco que su fama se basara sobre todo en el Diccionario de filosofía; «a ver si van a pensar que soy solo un lexicógrafo, que me dedico a hacer fichas de palabras». Quería que se le reconociera como filósofo sistemático. Entonces, yo publiqué una recensión amplia, detallada y bastante crítica del libro De la materia a la razón, y él se quedó encantado. Cuando le preguntaba un periodista cómo le había tratado la crítica, él contestaba: “Bueno, solo ha habido una”.

Jesús Mosterín[i]

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            Delfina cambió las sábanas de la cama de la difunta por otras igualmente sucias y la habitación fue ocupada ese mismo día por un joven que estudiaba filosofía. Nadie le dijo que en esa misma cama se había muerto una persona pocas horas antes. Andando el tiempo este estudiante se volvió loco, pero por otras causas.

Eduardo Mendoza, La ciudad de los prodigios (1986)

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Era una de esas fiestas tan aburridas que el aburrimiento mismo pronto comienza a ser el principal asunto de la conversación. Uno se mueve de un grupo a otro y oye la misma frase una docena de veces. “Es como una película de Antonioni”. Pero las caras no eran tan interesantes.

Don DeLillo, Americana (1971)

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-¿Es que no tiene dinero? –Preguntó Hans Castorp [...]
-No. No debe de tener –dijo Joachim-. Como mucho, lo justo para pagar su estancia aquí. Su padre ya era escritor, ¿sabes?, y creo que también su abuelo.
-Siendo así…

Thomas Mann, La montaña mágica (1924)

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Cuando le mencioné que Briony y yo habíamos estado leyendo en voz alta a Mark Twain, movió la cabeza y dijo: ¿Qué opina del final de Huckleberry Finn, profesor? Es un desastre total, ¿no? Me arruinó toda la historia. [...] Sé algo de las crueldades de la vida y se lo digo: es una vergüenza, Twain con muchísima prisa para finalizar el relato de cualquier forma, cagándola en lo que podría haber sido una gran historia intemporal.
            ¿Sabías, Bill, que dejó de trabajar en ese libro durante siete años hasta encontrarle un final?
            Claro que lo sabía, es justo lo que estoy diciendo. No pudo resolverlo y dijo: A la mierda, sólo quiero sacar esta cosa de mi escritorio. ¿Más café?

E. L. Doctorow, Andrew’s Brain (2014)

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            Un día, en el umbral de una yurta mogola, en pleno desierto del Gobi, me hago traducir una hermosa frase gutural de un lama errante [...]: “El hombre nace en la casa, pero muere en el desierto”. Durante días y días, en el transcurso de largas cabalgatas silenciosas, mastico y mastico esa frase, deleitosa para el paladar de un occidental que nunca está bastante seguro de haberse enjuagado lo suficiente la boca de todo resabio romántico… En un templo de lamas a la salida del desierto, se me da la explicación trivial: el moribundo debe ser colocado fuera de la tienda, para no ensuciar la morada de los vivos.

Saint-John Perse, carta de 1942 a Archibald McLeish[ii]


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            Morirse es muy imprudente en la corte, porque ya nadie se preocupa en hablar de uno.

Víctor Hugo, El hombre que ríe (1869)

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Cierta mañana de 1976 el titular de primera plana del Review Journal de Las Vegas rezaba así: ¡LOS JUGADORES PROFESIONALES PIERDEN Y TENDRÁN QUE PAGAR A HACIENDA! En el último rincón de la página había un taciturno párrafo con este encabezamiento: JIMMY CARTER NUEVO PRESIDENTE.

Martin Amis, La guerra contra el cliché (2001)

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Domingo, 8 de noviembre. Come en casa Borges, que mañana dará una charla sobre Schiller. Borges: “Tengo gran curiosidad en saber qué diré. No se me ocurre nada”.

Adolfo Bioy Casares, Borges (2006)

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Salté de la cama, para dar nudillos en la pared, acaso por respeto al pudor universal, acaso por el maligno deleite de interrumpirlos. (...) Resolví, cuerdamente, regresar al lecho, no sin antes aplicar, una última vez, la oreja. La suavísima peruana se había vuelto más ronca, en una interminable frase, que no tenía pausas y que era como un suspiro, repetía: “Te juro te juro te juro te juro”. Con una mueca sardónica, murmuré: “Nunca juramento tan sentido se habrá olvidado tan pronto”.

Adolfo Bioy Casares, Un viaje o el mago inmortal (1962)

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Ayer se murió mi hijo. ¡Pero nos reímos…!

Gila
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Plutarco, en sus reglas para los recién casados, advierte a las casadas que no admitan extraños por la puerta de atrás pues éstos tratarán de meter sus folletos sobre religiones ajenas y esto puede acarrearles disgustos con sus maridos.

Werner Jaeger, Cristianismo primitivo y paideia griega (1961)

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Muchas ganas de mascar mierda tiene quien se come el saco que la envuelve.

François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel (circa 1535)

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Existe la física, después existe la química, que es una especie de física; después, existen las colecciones de sellos.

Ernest Rutherford, citado en Gérard Genette, Nuevo discurso del relato (1993)


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            John Lambie fue entrenador del Partick Thistle escocés. ¿Lo conoces? En una ocasión hizo seguir jugando a un delantero que aún estaba aturdido, después de perder el conocimiento tras un fuerte encontronazo con un defensa, en el área rival. Ante la insistencia de Lambie para que su jugador se incorporase al juego, el médico que atendía al futbolista le dijo: “Pero es que ni recuerda quién es”. “Perfecto –respondió el entrenador–, dile que es Pelé y mándalo al centro del campo”.

Juan Tallón, El váter de Onetti (2013)

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Estamos contra todas las leyes, empezando por la ley de gravedad.

Augusto Lunel (poeta peruano), Manifiesto


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            Siempre he sentido una especial predilección por un chiste, el del tipo que cada día se sitúa al lado de su bañera mientras sujeta entre sus manos una caña de pescar. El psiquiatra le pregunta si alguna vez ha pescado algo, a lo que el tipo responde: ¿Cómo voy a pescar, si es una bañera?

Álex Chico, Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas (2016)

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De qué sirven todas las salidas del Sol si nos levantamos.

Lichtemberg, Breviario de aforismos

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 Había llegado a detestar a la gente que pide descafeinados. La cosa había empezado en la época en que comencé a invitar a las chicas al restaurante con la esperanza de follármelas después (ésa es la segunda etapa en la vida de un hombre, la de la seducción sentada, luego de la primera, que es la de la seducción de pie, o sea la que se practica en las discos y en las fiestas. A eso de los cuarenta se pasa a la etapa horizontal, es decir que se pasa de preliminares, conoces a una mujer y venga, a la cama, y a los cincuenta se vuelve al encanto de la buena mesa preliminar antes de regresar definitivamente, ya en plena vejez, a la seducción de pie, por obra y gracia de los bailes de salón y de los tés danzantes).

 Philippe Jaenada, El camello salvaje (1997)

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Si hubiera buscado mi placer y hubiera elegido aquello para lo que decididamente tengo talento: informador de la policía, habría sido mucho más feliz de lo que finalmente fui.

Soren Kierkegaard, Diarios (1843)

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Treinta años sugiriendo que menos es más; treinta años leyendo en las pantallas y escuchando en los altavoces no te conformes con menos.

Jorge Riechmann, Largo recorrido

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Cage habría podido responderle como contestó a la anciana señora que, después de un concierto suyo en Roma, se levantó para decirle que su música era escandalosa, repugnante e inmoral: “había una vez en China una señora muy hermosa que hacía enloquecer de amor a todos los hombres de la ciudad; cierta vez cayó al fondo de un lago y asustó a los peces”.

Umberto Eco, Obra abierta

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            Gorgias, con la intención de escarnecer a Pródico porque hablaba sobre temas manidos y repetidos muchas veces, se entregó a la improvisación. Y no pudo evitar las envidias. Efectivamente, había en Atenas un tal Querefonte. Este Querefonte, para burlarse del intento de Gorgias, le dijo: “Gorgias, ¿por qué las habas inflan el vientre y no inflan el fuego?” El sofista, sin turbarse en nada por la pregunta, le respondió: “Dejo para ti la investigación de esta cuestión; yo, desde hace tiempo, sé lo siguiente: que la tierra produce estacas para los hombres de tu ralea”.

 Filóstrato, Vida de los sofistas, proemio

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 El lenguaje se venga de quienes lo mutilan. Un ejemplo notable es el de O'Neill, un dramaturgo entregado, de manera sombría y conmovedora, al deporte de escribir mal. Hay pasajes de Swinburne entre el cenagal de Largo viaje hacia la noche. Los versos son románticos, flameante verborrea. Están destinados a desenmascarar la inadaptación adolescente de quienes los recitan. Pero, de hecho, cuando se representa la obra, sucede lo contrario. La energía y el resplandor del lenguaje de Swinburne abren con fuego una tronera en la armazón que lo rodea. Elevan la acción por encima de su mezquino nivel y en vez de denunciar al personaje denuncian al dramaturgo. Los autores modernos rara vez pueden citar impunemente a sus superiores.

 George Steiner, Lenguaje y silencio (1967)

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 Así las cosas, esa vacuidad y esa imposibilidad de realización han de ser tomadas como consigna y como valor con solidez de roca; y por esa razón precisamente, yo, al escribir el Prólogo a mi Pequeña Antología de Prólogos, actúo de buena ley, ya que propongo introducciones que no introducen en ninguna parte, prólogos que no preceden a ningún logos y prefacios después de los cuales no suena una sola palabra.

 Stanislaw Lem, Magnitud imaginaria (1973)

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Hay algo en lo que estoy totalmente de acuerdo contigo: lo que más abunda en la atmósfera es oxígeno e hijos de puta.

 Julián Herbert, Cocaína (Manual de usuario) (2007)

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 No conozco a nadie que sea tan segundo milenio…

 Vicenç Pagès Jordà, Los jugadores de whist (2009)

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            El rey de Francia Enrique IV (1553-1610) estaba a cuatro patas en el suelo, haciendo de caballo para su hijo, cuando entró en la sala el embajador de España en París. Al ver su rostro estupefacto, el monarca le preguntó: “¿Tiene usted hijos?”, y, al responderle el diplomático afirmativamente, sentenció: “Entonces puedo seguir”.

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 Con Manolo, el eléctrico, descubrí el placer del bocadillo de mortadela con margarina. (...) A Manolo le debo mis preferencias futbolísticas; desde entonces soy un “indio” del Atlético de Madrid, menuda gracia. Nunca he echado tanto en falta la ausencia de padre. Un buen padre me habría guiado por la senda del madridismo. ¿No? Si la vida ya es dura y tortuosa, ¿por qué complicarla de esa manera?

 Salvador Gutiérrez Solís, Spin Off (2001)

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 Seguramente no soy el único que tiene amigos con quienes odio ver la tele porque la odian de forma tan evidente –les ponen a cien los argumentos trillados, los diálogos inverosímiles, los finales ingenuos, la condescendencia insulsa de los presentadores de noticias, los halagos chabacanos de los anuncios–, y sin embargo están obsesionados con ella, de alguna forma necesitan odiarla durante seis horas al día, todos los días.

 David Foster Wallace, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (1997)

 
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Asistían al festival [de poesía, en Cuba] [...] verdaderos reincidentes. Uno de ellos contó cómo había sido secuestrado en una cita anterior: lo obligaron a subir a un camión en compañía de otros dos poetas, encapuchados y maniatados los tres, y, cuando el traqueteo del viaje terminó y vieron de nuevo la luz del día o lo que quedaba de esa luz, se encontraron en medio de una tropa que los había hecho traer sólo para escuchar sus poemas. Tan rara hospitalidad incluyó un banquete, atención multitudinaria a la lectura, varias preguntas acerca del oficio de escribir, vuelta a ser encapuchados, y traslado hasta el centro de la ciudad, hasta la misma esquina donde fueran interceptados.

Antonio José Ponte[iii]

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La llegada a Formentor nos deslumbró: el hotel disfruta sin duda de una de las mejores vistas del mundo, y la acogida del director a aquellos turistas singulares y a veces extravagantes (“¡poetas, gilipollas!”, gritó un muchacho en el centro de la isla al paso de un minibús con una docena de invitados), sorprendió gratamente a todos.

Juan Goytisolo[iv]







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[i] Jesús Mosterín, entrevista en Jot Down Magazine, octubre de 2013, accesible en http://www.jotdown.es/2013/10/jesus-mosterin-una-filosofia-al-margen-de-la-ciencia-es-la-cosa-mas-aburrida-y-menos-sexy-que-uno-pueda-imaginar/
[ii] Tomado de Eduardo Moga, Bajo la piel, los días; Calambur, Madrid, 2010, p. 119.
[iii] Antonio José Ponte, “Un festival de poesía (y una bomba dentro de él)”, Cuadernos Hispanoamericanos nº 687, septiembre 2007, p. 17.
[iv] J. Goytisolo, “El contubernio literario de Formentor”, Babelia, 19/09/2009.