jueves, 31 de diciembre de 2020

Libros aparecidos durante 2020 que merecen más visibilidad


Jon Bilbao continúa su sigiloso y seguro camino hacia la consolidación de una obra llamativamente poderosa e imaginativa, en la que se siguen a distancia algunos modelos (creo ver, estoy casi seguro de ver, al Mircea Cărtărescu de Lulu), pero son absorbidos por el cada vez más reconocible y singular mundo literario del autor. Su tratamiento de los espinosos linderos entre materiales reales y ficción en algunas partes de Basilisco es, por resumir, el de un virtuoso de la técnica narrativa. Y su originalidad al levantar este oscuro edificio es la prueba de que los libros que rondan la autoficción -o el trabajo con materiales tomados de la realidad- no tiene por qué ser costumbrista, ni ralo, ni mostrenco, ni zafio, ni exhibicionista, ni menesteroso. 

En lo temático, me parece que Bilbao aquí exorciza al basilisco que tiene dentro todo escritor, esa fiera inconsolable que juzga al mundo desde la discordancia entre la realidad del reconocimiento actual y el deseo de reconocimiento que se entiende como merecido, que sufre por el abismo entre el libro soñado y el escrito. Y el resultado de dejar libre a esa araña interior (ahí es donde veo aparecer la araña cerebral de Lulu) es algo parecido a una hecat(h)omb(r)e. No se lo pierdan: se disfruta, se sufre, pero se aprende.

 

 

En un universo paralelo, presenté esta novela en marzo en una librería malagueña. Pero lo relevante es que en esta dimensión, donde ese acto fue suspendido por la pandemia, Nación Vacuna (Candaya, 2020) apareció y merece lectura. Muchas son sus dimensiones literarias, críticas, políticas, incluso de reflexión sobre lo nacional desde el lugar de la extrañeza. Su planteamiento es tan original como la progresiva decantación de sus personajes, que sufren tantas alteraciones epidemiológicas como narratológicas. Como ya dije en otro lugar, si Ballard escribía desde un "visionary present", la narradora argentina Fernanda García Lao adopta aquí una perspectiva interesante: el pasado visionario. Una especie de ángel histórico de Klee con el futuro por delante y la distopía a sus espaldas.

 

 

 Nieves Chillón, Arborescente. Valencia: Pre-Textos, 2020.

No es sencillo, varias veces se ha expuesto en estas mismas pantallas el argumento, aglutinar en una misma lengua poética la calidad expresiva y la expresión de una crítica social a la altura de las circunstancias. Los fiordos del esteticismo a un lado y de lo panfletario (que es, como expusiera con talento Sophia de Mello Breyner Andersen, la mayor traición que puede hacerse a un texto comprometido) al otro, asustan ante la profundidad de su abismo.

El único libro que había leído hasta el momento de Nieves Chillón, El asa rota (Diputación de Granada, 2015), contenía destellos sueltos, perlas de interés, pero no permitía adivinar el hallazgo de Arborescente. Lo cual implica un salto cualitativo y es muestra de una maduración en el proceso de escritura. Dividido en partes muy distintas, algunos temas y tonos atraviesan el libro, insistiendo su acerada lengua en obsesiones lingüísticas y reales. Conviene leer Arborescente, que anima a prestar más atención a lo que la autora escriba en adelante.

 

  

 

Gonzalo Torné continúa su saga sobre la familia Montsalvages, que se está convirtiendo por derecho propio en uno de los proyectos narrativos más sólidos y ambiciosos de la narrativa actual en castellano, al que sería difícil buscar parangón. La inteligencia social de un Bellow o un Roth se canalizan a través de una especie de Comedia humana a lo Balzac, con un desarrollo técnico y una ambición poco comunes en nuestro panorama. El corazón de la fiesta, con su desborde estilístico y sus hábiles estrategias narrativas, puede ser una magnífica puerta de entrada al mundo narrativo estatuido ya por otras novelas como Hilos de sangre, Divorcio en el aire o Años felices (quizá mi favorita, si tuviese que elegir una). De Torné no es que recomiende esta novela, es que recomiendo recorrer todos los textos escritos, así como los que escriba y publique, porque garantizan agudeza, brillantez y calidad en dosis a las que estamos poco acostumbrados.

 

 

 

 
Noche y océano de Raquel Taranilla, es una novela singular, inteligente, sarcástica, abrumadora y nada fácil de resumir. Podríamos decir que es como si la Odisea estuviera narrada por Penélope. O podemos leerla como una reapropiación de las historias de mujeres emparedadas de la baja Edad Media. O como la crítica de la acumulación de la mercancía intelectual fetiche. O como el empleo de la tumoración como estructura. O como la suma de todas las posibilidades anteriores. Recomiendo la reseña que ha escrito sobre esta novela la joven sabia Cristina Gutiérrez Valencia, quien destripa con su contundencia y habilidad -e incluso sentido del humor- las características este sugerente mamotreto, que no se pelea, como Cristina ha visto con agudeza, contra Vila-Matas, sino contra autores de la talla de Lawrence Sterne o William Gaddis. 
 
Muy recomendable: quizás, probable, seguramente, la mejor novela del año, el tiempo dirá.

 

 

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Primero leí con interés Las hogueras azules (Candaya, 2020), el libro misceláneo o actualización del haibun (俳文) japonés -unión de verso y prosa- de Juan F. Rivero. Me llamó la atención la referencia que hacía el autor a Wen fu. Prospoema del arte de la escritura (Cátedra, 2010, traducción de Pilar González España) de Lu Ji, un libro del siglo III que no conocía. Así que busqué el libro de Lu Ji, y pese a los 17 siglos de distancia, encontré entre sus recomendaciones para escribir algunos preceptos de notable belleza y otros de sorprendente actualidad. Por poner un solo ejemplo: "Intentando que de la No-Existencia surja la Existencia, llamando a la puerta del silencio para que responda el sonido" (p. 91). 

 Entonces, tras leer a Lu Ji, regresé a Las hogueras azules de Rivero y entendí mejor su propuesta de revisitación y de reintegración de lo oriental (tanto china como japonesa) a nuestra literatura, a través de una mirada contemporánea y antigua a la vez, que es capaz, por ejemplo, de disolverse en lo contemplado a través de la ventana de un tren. Una propuesta poco frecuente en el panorama, realizada con seriedad y delicadeza y, en consecuencia, muy interesante.

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Son lógicas e incluso previsibles las controversias que ha despertado el debut narrativo de Andrea Abreu, Panza de burro (Editorial Barrett, 2020), como cualquier libro de éxito carente de contornos reconocibles. No es un libro comercial. Tampoco es un libro experimental. Se parece a pocas cosas. A mí, ya puestos a provocar, me recuerda un poco a la Comedia del recibimiento, un poema de 1582 del canario Bartolomé Cairasco de Figueroa, donde se recogen rastros de la lengua indígena canaria del pasado. Pues Abreu hace un poco lo mismo, pero con la lengua española del futuro -en parte ya presente-. Sus valores no son sólo lexicográficos y morfosintácticos, ni sólo sociológicos, hay partes de auténticos poemas en prosa que denotan un voltaje literario que la autora ha preferido dosificar, para dar protagonismo a las dos antiheroínas de la historia. Intento decir que la precariedad narrativa de algunas de sus partes no es consecuencia de la falta de opciones, sino de una clara deliberación, estrategia con la que se intenta -creo- convocar a las otras y más preocupantes carencias de recursos humanos, económicos o afectivos de las chicas. No sé si estamos ante un acierto puntual, ante una obra menor de una gran autora por crecer, o ante una obra mayor, adelantada a su tiempo. Carezco aún de la perspectiva. Sólo sé que me alegra infinito que una editorial independiente se haya apuntado este tanto y, sobre todo, me hace muy feliz que Abreu haya tenido el inmenso coraje de escribir esta historia tal y como la ha escrito. Apúntenme en su equipo.


 [P. D.: Ya sé que el libro ha tenido mucha visibilidad. Pues así tiene más.]

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Todos tenemos una idea intuitiva y bastante exacta de lo que significa “eco”, pero acudir al diccionario es útil para recorrer las distintas acepciones. Por ejemplo, eco es también “cosa que está notablemente influida por un antecedente o procede de él”, sentido feraz para entender Eco, la novela de Carlos Frontera sobre demonios familiares (“todas las familias un sótano”, p. 92) y personales, con esa relación tan antagónica entre el protagonista y su padre, esto es, su antecedente. También eco es “persona o cosa que imita o repite servilmente aquello que otro dice o que se dice en otra parte”, lo que apela a un lugar secundario (por ejemplo, frente a la persona amada y perdida), reverberante, y un habla constituida por una ecolalia de ritornelos. Y, también, y de modo nada baladí en esta historia sobre la debilidad de la memoria y su capacidad de alterar todo, incluido lo más importante, eco puede ser “resonancia o repercusión de una noticia o suceso”, lo que tiene sentido unido a la primera y conocida acepción, “repetición de un sonido producida al ser reflejadas sus ondas por un obstáculo”, cuando el obstáculo es uno mismo (por ejemplo, el personaje en primera persona que nos narra Eco). Porque nosotros, “nuestras propias palabras”, como decía Pedro Casariego Córdoba, somos nuestro mayor obstáculo para tejer fielmente el relato de la memoria que nos constituye. Querríamos borrar algunas cosas del recuerdo, y fijar otras con toda la atención, y no podemos hacer ni una cosa ni otra. Hay quien lo lleva bien, y quien, como el protagonista anónimo e inclusivo de Eco, a veces no podía soportarlo.


Frente a tanta literatura del yo caracterizada por su exhibicionismo de naderías y dirigida a fortalecer la figura autorial, Eco se presenta como una saludable ínsula extraña, dirigida como un misil a destruirla. Lo que se muestra es una fragilidad, lo que se cuenta es la incapacidad del yo para tener una voz firme y una voluntad decidida. “Mi voz no sonaba a mí. […] le faltaba yo” (p. 128). No hay Montaigne, ni Rousseau, en estas páginas, sino acaso el Kafka de la Carta al padre. Las personas atentas a las oscilaciones de la masculinidad sabrán apreciar los hilos tenues de esta novela breve, donde la debilidad de la memoria y la inestabilidad del carácter se asocian y encuentran en la expresión clara y diáfana de las propias impotencias el mejor camino para una confesión que no molesta, que no disuena, sino que incluye al lector y le conmueve. Eco es un libro sobre el decir y el redecir, sobre el deshacerse, el derrumbarse y el desdecirse, frágil y emotivamente hermoso, como una rosa al salir del nitrógeno líquido.

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Como he tenido la suerte de hacer una introducción a la poesía reunida de Jesús Aguado (El fugitivo, 2011) y de antologarlo, no hace falta que añada más palabras para festejar este libro. Creo que lo mejor es añadir las suyas, como muestra:

 


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Lo digo como lo pienso: una parte interesante (no la única, ni falta que hace) de la poesía del siglo XXI transitará (ya está transitando) los senderos que atraviesa con solvencia Nihiloma (Ed. Liliputienses) de Rubén Martín. Expandan su mente, láncense de cabeza a la nada.




Estos dos libros de poemas de Olalla Castro (Inventar el hueso, Pre-Textos) y Olga Novo (Felizidad, Olifante) son muy diferentes entre sí, pero les unen indagaciones comunes, como la re-construcción de una subjetividad a través de la reflexión explícita sobre el lenguaje, o una decidida voluntad de renovar o al menos repensar la imagen poética. Invito con toda la contundencia imaginable a leerlos y apreciar sus diferentes arquitecturas y propósitos.

 


Otros libros aparecidos este año que me han gustado, y que a mi juicio merecieron más lecturas: Los años invisibles (Literatura Random House), de Rodrigo Hasbún; Fulgentius (Literatura Random House), de César Aira; Gestar un tópico (RIL), de Azahara Alonso; Filosofía y ficción (E.d.a. Libros), de Ignacio Gómez de Liaño; Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones (Olifante), de Ángel Guinda; Temporada alta (Sloper), de Nadal Suau, del que hablaré en un texto que preparo sobre el turismo en la narrativa actual; Aflicción y equilibrio (Calambur), de Carlos Alcorta; Cáscara (Luces de Gálibo), de María Beleña; Sentido y melancolía (RIL Editores), de Luciano Feria, especialmente la parte titulada "De la ribera"; Sans Soleil (trad. Patricio Grinberg, ed. Kriller7), de Chris Marker; El valor desconocido (trad. Isabel García Adánez, Sexto Piso), de Hermann Broch; W. G. Sebald en el corazón de Europa (WunderKammer), de Cristian Crusat; El escapista (Alianza), de Javier Sebastián; la recopilación de cuentos Mire a cámara, por favor. Antología de relatos sobre tecnología y simulacros (Prensas de la Universidad de Zaragoza), editada por Teresa Gómez Trueba; o el volumen colectivo con el que Vaso Roto ha celebrado su libro número 150 (el 100 fue mi antología La cuarta persona del plural, por cierto), titulado ¡Oh! Dejad que la palabra rompa el vaso, una forma sugerente y novedosa de agavillar poemas y poetas. Por último, estoy leyendo a cortos y deliciosos sorbos Poder del sueño. Relatos antiguos y modernos (Atalanta), compilados por Roger Callois.

Además de todos los ya reseñados en este blog, claro: Confía en la gracia (Tusquets), de Olvido García Valdés; Tensión y sentido (Taurus), de Mariano Peyrou; Rewind (Aristas Martínez), de Bruno Galindo; El príncipe encantado (Pálido Fuego) de Robert Coover; Breve historia del marcapáginas (Fórcola), de Massimo Gatta; Glosa (Rayo Verde) de Juan José Saer; El artefacto (Deconatus), de Germán Sierra; El conocimiento perdido de la imaginación (trad. Isabel Margelí, Atalanta), de Gary Lachmann; Historia de la imaginación. Del antiguo Egipto al sueño de la Ciencia (Espasa), de Juan Arnau; Dadas las circunstancias (Jeckyll&Jill), de Paco Inclán; La leyenda del santo bebedor (traducción y epílogo de Ibon Zubiaur (Alianza), de Joseph Roth; Flota (cielo eléctrico, traducción de Andrés Catalán y Jordi Doce), de Anne Carson.

También he disfrutado otros libros que sí han tenido visibilidad, como Un amor (Anagrama), de Sara Mesa; Lo viral (Galaxia Gutenberg), de Jorge Carrión; Poeta chileno (Anagrama), de Alejandro Zambra, el libro colectivo Escribir cuento. Manual para cuentistas (Páginas de Espuma); El silencio (Seix Barral), de Don DeLillo o La segunda mano (Acantilado), de Antoine Compagnon, entre otros.

Y he leído muchos más, claro, publicados en otros años (sobre todo libros de los siglos XIV a XVII), pero basta por hoy. 

Feliz año nuevo a quienes pasáis por aquí.