domingo, 28 de julio de 2019

Libros de poemas recomendados



Rocío Cerón, Observante. Cáceres: Liliputienses, 2019. Todo el libro de Cerón es un ejercicio observante de imagen trasladada al texto, con un lenguaje poético capaz de ver y oír al mismo tiempo. La autora siempre recuerda que las palabras llevan en sí todas las posibilidades de significación (son imagen, sonido y reverberación semántica), y este libro es buen ejemplo de ello. Un conjunto de prosas poéticas llenas de fulguraciones y acierto.









José Luis Gómez Toré, Llamarse nadie. Ed. Óscar Curieses. Madrid: Polibea, 2019. Gómez Toré presenta en esta antología una excelente muestra de su obra, no muy conocida pese a su variedad y acierto. Diversos tonos -el apunte de observación, la crítica social, la elegía sin "egolamiento", el poema que dialoga con la tradición- se van sucediendo en esta reunión espigada y veraz, coordinada de modo no cronológico, sino temático, por Óscar Curieses. Una voz honda en la que se cuelan por igual el culturalismo germánico y la verdad espinosa de la vida.










Melchor López, Según la luz. Gijón: Trea, 2018. Los libros de poemas basados en viajes no suelen tener demasiado interés, y sólo una mano poética firme y capaz de atrapar lo esencial en la anécdota puede salvarlos. Es el caso de Según la luz, que reúne seis cuadernos poéticos escritos por Melchor López en varios lugares y distintas épocas, y con similar diversidad tonal y aun estrófica. El brillo clasicista de este poeta de culto, a quien leemos con provecho desde sus comienzos, sigue siendo capaz de extraer belleza del menor gesto o del lugar más yerto.








Miriam Reyes, Sardiña. Santiago de Compostela, Chan da Pólvora, 2018.
La poética del non-finito, donde la elaboración del poema queda presente en la escritura concebida como proceso, rige esta recuperación lingüística y semántica de los orígenes a cargo de Miriam Reyes. Su voluntad de escribir como poner(se) a prueba se extiende a su idea de convertir cada libro en un proyecto interartístico que incluye también las fotografías realizadas por la autora y un vídeo al que se accede con el código QR al final del libro. El libro está escrito en un gallego consciente de sus límites, un sofisticado balbuceo que supone una renuncia, a la vez que el descubrimiento de un nuevo lenguaje. Reyes va cada vez más lejos y, al tiempo, cada vez más hondo: en su propuesta, la horizontalidad de las propuestas formales no está reñida con la verticalidad de la preocupación por la palabra poética, última Thule de todo su planteamiento.







Gema Palacios, Lumbres. Madrid: Polibea, 2019. Tres partes, correspondientes a tres espacios situados en tres alturas diferentes (madriguera, invernadero, nido), tres edades, tres profundizaciones en distintas dimensiones de la palabra y su corporalidad: los estratos que edifican Lumbres -palabra que hace referencia a luz, hogar y calor, pero también, según el diccionario, al "espacio que una puerta, ventana, claraboya, tronera, etc., deja franco a la luz" y al "sentido de la razón"- configuran una poética del ajuste de la palabra al pensamiento. Cada poema es un modo de decir un modo de pensar. La de Palacios es una voz cuidada, sugestiva y feraz, en la que nada sobra y en la que, en los mejores momentos, tampoco nada falta.












Doménico Chiappe, Abrazar el aire, apretar los dientes. Obra digital, 2019. Accesible en http://www.lagranausencia.com/.


Esta es una obra difícil de comentar, pero creo que merece la pena intentarlo, por su interés. Doménico Chiappe es más conocido por su obra narrativa, tanto digital como publicada en libro —como la novela Entrevista a Mailer Daemon (2007), reseñada aquí en su momento—, pero en Abrazar el aire, apretar los dientes ha escrito una pieza de poesía digital de gran dureza y sensibilidad. Una pieza que, entre muchos valores, cuenta con la grandeza del acto de universalizar las experiencias hasta hacerlas habitables por todos, estableciendo un vínculo entre el dolor social y la tragedia propia. Por ese motivo, la cuidada presentación es correlato de un no menos cuidado proceso conceptual y estético a la hora de contar mediante la poesía un relato demoledor, que, no por casualidad, busca el símbolo del derrumbe. En un texto explicativo de algunos propósitos de la obra, el propio Chiappe aclara:



En Abrazar el aire, apretar los dientes pido al público que se sumerja en esa neblina del derrumbamiento a través de la ‘lectura’ del código de las llamadas y mensajes de texto que se produjo desde el momento exacto de la caída del segundo rascacielos del World Trade Center. Un registro crudo y real que he intervenido, reescrito y repletado de símbolos que sólo tienen un significado profundo en mi propia historia y que sustituye frases, nombres, números de aquellos que sintieron ese dolor y esa desesperación por la pérdida de vidas amadas antes de completar su ciclo vital, sin que pudieran evitarlo. Gritos semejantes ante el desamparo, ante la devastación que avanza en la fragilidad de la vida.



Como puede verse al leer la obra en http://www.lagranausencia.com/, el larguísimo scroll descendente, que va sumergiendo al lector en una interminable caída o descenso al maelström, va mezclando partes en apariencia asémicas o ilegibles —pero que un experto en protocolos técnicos como Chiappe sí puede descifrar— con los poemas, combinados sin solución de continuidad con el terrible código de las llamadas telefónicas y mensajes de preocupación enviados aquel funesto 11 de septiembre. 


Si he escrito antes “aparentemente”, es porque el flujo de información alfanumérica, al ser leído con cierta detención, sí que deja traslucir algunas pistas o claves. Por ejemplo, llama la atención que la palabra “mom”, que en inglés es el modo afectivo de llamar a la madre, aparece salpicada entre el tejido alfanumérico en más de 1.000 ocasiones, que parecen demasiadas para ser fruto de la casualidad. También despierta la alerta lectora el hecho de que haya algunas expresiones supuestamente deslizadas por el código, como “teamom”, cuyo cómputo asciende a 90 apariciones, y que pueden leerse como juegos de palabras entre el español y el inglés. También pueden computarse 81 usos de “dad”, el equivalente para el padre, aunque casi todas, salvo un “dad, i love you” y otro sms de un padre a su hijo, se esconden —espero no sobreinterpretar— en los numerosos sustantivos abstractos de cualidad que salpican de continuo los poemas: realidad, enfermedad, fatalidad, oscuridad, oquedad, necesidad, verdad, fragilidad, eternidad, felicidad, bondad, etc., o en algunos indiciarios giros casi onomatopéyicos: “en esta ciudad sin costa, / inundada por aguas de tuberías”. Puedo estar llevando demasiado lejos la búsqueda de claves, pero leer es eso: descifrar claves, y quizá nuestro exceso interpretativo contrarreste la voluntad explícita del autor de encriptar el dolor y alterar el código original. Chiappe nos invita a la vez a perdernos en el sinsentido y a buscar orientación en esta selva gongorina de signos informáticos, y quizá en mi lectura extremo la búsqueda, pero la voluntad de leer y de entender se abre camino entre los restos del derrumbe.



Chiappe es, además de escritor, un artista multidisciplinar. Como en otras obras suyas que entienden lo estético como un registro expandido, el autor ha compuesto además las piezas musicales que suenan mientras se leen las tres partes y asimismo toca la guitarra, acompañado de otros músicos. Las disonancias y ruidos —aquí prefiero no precisar, quien recorra la obra entenderá por qué— están perfectamente acompasados al tono, entre rabioso y desgarradoramente emotivo, de los poemas. No sé si he dicho ya en algún lugar que esta pieza es excelente desde el punto de vista estético y absolutamente estremecedora en cuanto experiencia de lectura.