Ayer estuvo por aquí Carlos Monsiváis, a mi juicio una de las mentes más lúcidas de toda Hispanoamérica. Transcribo varias frases que dejó caer durante dos entrevistas y la conferencia, por si os interesan:
"Ya no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo"
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"Nunca como hasta ahora se ha hablado tanto de lo nacional, a costa de la muerte del nacionalismo".
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"La región más transparente es como un mural de Diego Rivera. No digo que la comparación sea justa, lo digo para ganar tiempo".
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"La gran burguesía necesita llevarse bien con Dios para tener resuelto el pecado".
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"Blade Runner es el pasado, lo que sigue es la lluvia radioactiva sobre Los Ángeles".
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"Hay salidas. En este momento domina la idea de cierre, de imposibilidad de solucionar los problemas, que son (sin orden jerárquico) el agua, la corrupción, el desempleo , la contaminación, el narcotráfico, la inmigración, la destrucción de los pequeños pueblos y los ecosistemas, la desaparición de los últimos referentes y de los símbolos indígenas..."
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"Pensar Hispanoamérica es intentar llegar a un optimismo a pesar de una situación que parece no permitirlo".
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"No se puede abrir la economía y no abrir la sociedad".
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"La izquierda política es un conjunto de ruinas negociables. Pero la izquierda social, por fortuna, la de los movimientos sociales y la ciudadanía activa, es aún muy poderosa".
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"La estadística ha sustituido a los oráculos".
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"Mi esperanza es que el sentimiento crítico que veo florecer venza al gozo apocalíptico que veo imponerse".
sábado, 12 de julio de 2008
viernes, 4 de julio de 2008
Videovigilancia: la edad de la cámara

[Grafiti de Banksy: "¿Qué estás mirando?"]
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En el condado de Orange, Nueva York, los SWAT (una especie de cuerpo especial de la policía, conocido en España por las películas), llevan desde hace poco una cámara incorporada a la pistola. Para evitar encañonamientos innecesarios, un dispositivo titulado PistolCam, adherido al cañón por debajo, graba todo lo que ocurre desde que el agente desenfunda. La justificación del sheriff es predecible: “será una herramienta efectiva para una protección fiable”. Puede grabar una hora de vídeo y audio, lleva flash incorporado para grabaciones nocturnas y la información es encriptada para que no pueda ser manipulada por agentes bajo investigación[1].
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“Para quienes hayan visto las urbanizaciones valladas y estrictamente vigiladas de las clases acomodadas californianas, no parece demasiado inverosímil el llamado Securitree, del mexicano Raúl Cárdenas, un conjunto de cámaras de vídeo en forma de árbol. En realidad, es una escultura crítica. Fue montada en San José (California) para averiguar hasta qué punto los residentes acomodados de la ciudad más segura de Estados Unidos estaban dispuestos a sacrificar su intimidad en el nombre de la seguridad”[2].
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La edad de la cámara
Nietzsche en Also spracht Zarathustra habla de un hombre que era "un enorme ojo"; Suso del Toro en La sombra cazadora nos planteaba un aterrador imaginario de la Imagen omnipresente; y nos vienen a la cabeza imágenes de Cíclopes y de ojos dentro de triángulos para intentar describir la sensación de observación, de pérdida de soledad, de alienación (alienus, "lo otro") que nos embarga. Frente a los programas de formato Gran hermano o parecido hay otra experiencia de convivencia social transparente, en el que somos nosotros diariamente los protagonistas. Luis Ignacio Parada destripaba hace tiempo, a lo largo de un ingenioso artículo, a este respecto[1] diez o quince emplazamientos conocidos de cámaras desde las cuales se graba nuestra actuación de modo más o menos consciente por nuestra parte; Luis Joyanes, en Cibersociedad, se hacía eco del amplio debate que provocó un proyecto del gobierno español de videovigilancia, que se saldó, en uno de sus ensayos, con varios agentes contemplando y grabando cómo una pareja hacía el amor en presunta intimidad. En otro lugar, hacemos referencia a otros emplazamientos de los que se ha tenido conocimiento accidentalmente, pero que además de secretos son prohibidos. Y sin embargo, ese recuento no es más que un flaco redondeo. Un grupo norteamericano de intelectuales, resistente a las violaciones del derecho de la intimidad y llamado Surveillance Camera Players, se fundó en noviembre en New Cork en 1996. Sobre esquemas del teatro de la crueldad de Artaud, protestan desde entonces contra la instalación de cámaras en sitios privados por la violación que suponen de la privacidad de los individuos. Dice Bill Brown, su creador y máximo activista:
Muchos americanos están preocupados por su vida privada de cara al exterior (...) y yo no creo que los americanos o la mayor parte de la gente entienda qué significan las cámaras de vigilancia, creo que significan algo del futuro para ellos, y lo que nosotros intentamos es que se den cuenta de que su vida privada en público es menos importante de la que tienen frente al ordenador, porque sólo la gente con dinero tiene un ordenador, pero todo el mundo se mueve por la calle (...) Ahora debe haber cinco o seis mil cámaras sólo en Nueva York y no es lo peor... la pionera de la vigilancia es Londres, ya que en Londres no sólo hay cámaras independientes, sino que están unidas en un sistema integrado. Así que si salgo de mi casa, cojo el coche y conduzco hasta el trabajo, puedo ser seguido por todas las cámaras. Y esto es lo que puede empezar a pasar en Nueva York; que todos los sistemas de vigilancia, que ahora son independientes, se unan en un gran sistema donde todos puedan estar controlados, sin que importe dónde estén.
Es decir: es ya inimaginable la cantidad de cámaras a la que puede ser sometido en la actualidad, consciente o inconscientemente, con o sin su consentimiento, cualquier ciudadano medio de una gran ciudad, o todos[2], en recintos públicos y aún privados[3]. En esta observación también participan, como en 1984, los propios ciudadanos, mediante las nuevas tecnologías: ya hay páginas web llamadas "Famosos a la vista" mediante las cuales quien vea a un famoso paseando por Nueva York puede ponerse en contacto por teléfono móvil con los otros miembros del club para localizarlo al instante por toda la ciudad; mediante el programa televisivo America’s most wanted, pueden localizar y coadyuvar a la detención de los delincuentes más buscados. Si esto les parece surrealista, esperen a leer lo siguiente: en enero 2001, gracias a la colaboración de los televidentes, se detuvo a siete evadidos de una cárcel de máxima seguridad del Estado del presidente Bush, Tejas. Dos de los fugados se rinden con la condición de aparecer en la televisión para denunciar el sistema penitenciario, “tan corrupto –dicen– como nosotros”. La emisora se llama KKTV. Genial. A esta conversión del público en periodista, puede añadirse, gracias a los nuevos teléfonos móviles con cámara de fotos o vídeo, en la conversión en chismosos o periodistas rosas: en 2005, la modelo Kate Moss fue el objeto de un escándalo periodístico por haber sigo fotografiada consumiendo cocaína… mediante el móvil de un amigo; en 2006 expertos en blogoperiodismo como Enrique Dans alertan de la tendencia de los medios de comunicación a alimentarse de grabaciones privadas, que convierten a cualquier ciudadano en insospechado free lance[4].
Sherry Turkle relacionaba esta situación con el Panopticum de Jeremías Bentham, un sistema penitenciario (bien estudiado por Foucault) basado en una curiosa arquitectura que "posibilitaba a un guardia de prisión ver a todos los prisioneros sin ser visto. En cualquier momento, podía ser o no que un prisionero fuera observado. Los prisioneros tendrían que asumir que estaban siendo observados y por consiguiente tendrían que actuar de acuerdo con las normas que el guarda impondría, si estuviese mirando". En la novela de Ricardo Menéndez Salmón Panóptico, el psicópata le dice al director de la prisión: “Todo son hoy panópticos, doctor. Donde quiera que uno reposa la vista, se encuentra con la infección del utilitarismo: manicomios, hemiciclos, púlpitos, el unvierso dispuesto de modo y manera que el inmenso policía que ustedes tienen por sosias puede ver, oler y tocar la fibra más íntima de cada hombre”[5]. Bentham vuelve a cobrar protagonismo recientemente, desde que un sheriff norteamericano ha decidido prevenir el crimen grabando veinticuatro horas a los presos de su condado y colgando en Internet las imágenes en directo[6]. Análogamente Orwell, en 1984, narra cómo Winston tiene que sonreír cada vez que pasa por delante de la telepantalla, para no despertar sospechas (ambas ideas pueden estar influidas por la idea cristiana del Dios omnisciente que siempre está contemplando cada uno de nuestros actos). Sin embargo, como ha apreciado Ramón Román Alcalá, desentrañando el texto de Reg Whitaker El fin de la privacidad, no pocas veces el control surge, para más inri, de la propia petición de los ciudadanos, alarmados ante la pérdida de seguridad y el incremento exponencial de la violencia. Como apunta este autor, "los beneficios son directos, reales y tangibles. Mientras que los inconvenientes son menos tangibles, más indirectos y complejos". Pero el poder esgrime siempre el mismo falaz argumento: las personas decentes no tienen nada que temer. Y, por otro lado, “el conformismo oculta el mundo en que se vive. Es un producto del miedo”, según Benjamin; al conformismo habría que añadir la comodidad[7]. El escritor joven David Eloy Rodríguez ha expuesto el fenómeno en un excelente poema:
El problema ahora
es que hay muchos vigilantes
y pocos locos.
El problema ahora
es que la jaula está
en el interior del pájaro.
El personaje de Terapia, la novela de Ariel Dorfman, utiliza para defenderse del miedo el mismo medio: "Estoy forzado a filmar secretamente el mundo secreto que me amenaza (...) ahora me paso el día devorando imágenes, pensando cómo pudo presenciar lo que hacen, todo lo que hacen, los que me rodean" (Seix Barral, Barcelona, 2001, p. 109). Lo que viene a decir Luis Ignacio Parada, con quien concordamos, es que no tiene sentido criticar los programas televisivos de tipo Gran Hermano cuando nosotros participamos todos los días en programas parecidos, sin cobrar, y quizá para nuestro perjuicio. Protestamos –yo el primero– ante hechos que otros asumen de forma voluntaria, sin percatarnos de la viga en nuestro ojo, de nuestra existencia publicada y grabada, de nuestras voces registradas, de nuestra biografía en ficheros flotantes[8], de nuestras líneas pinchadas por la ASN, de nuestros móviles atrapados en el aire por el CESID, de nuestros desnudos ocasionales, de nuestras aventuras en hoteles y prostíbulos convenientemente recogidas por policías, morbosos o Dios sabe quién. Siempre creímos que no estamos solos en el Universo. Ni en nuestro dormitorio (sonría, quizá le estén grabando), ni en nuestro dormitorio.
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[El Roto: Vigilancia vigilada]
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Emmanuel Carrère: “la trama del libro (se refiere a Una mirada a la oscuridad, de Philip K. Dick) se decanta cuando sus superiores encargan a Fred que investigue a Bob Arctor, o sea, aunque ellos lo ignoran, que se autoinvestigue. Dócil, Arctor esconde en su casa cámaras y grabadoras que funcionan continuamente. Era el sueño de Dick, pero no sólo el suyo: el 16 de julio de 1973, en uno de los momentos cruciales del Watergate, un asiduo de la Casa Blanca reveló que, desde hacía muchos años, el presidente grababa todas sus conversaciones sin que los interlocutores lo supieran. Apenas resonaba una voz en el despacho oval, las grabadoras se ponían en marcha. (...) este episodio, que horrorizó a los Estados Unidos, no asombró mucho a Dick y hasta despertó en él una corriente de simpatía por su viejo enemigo. Lo que para la opinión pública era una técnica de extorsión, para Phil era el signo de una inquietud que él conocía bien: Nixon, en su opinión, no quería conservar un rastro de lo que decían los que le visitaban, sino de lo que podía llegar a decir él. Se espiaba así mismo tanto como espiaba a los demás”; Emmanuel Carrère, Yo estoy muerto y vosotros estáis vivos. Philip K. Dick 1928-1982; Minotauro, 2002, p. 215.
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En 1999, una empresa japonesa puso a la venta cámaras de vídeo dotadas de infrarrojos, muy caras y de las que se vendieron pocas unidades... hasta que se supo que utilizándolas de día podía contemplarse desnudas a las personas vestidas. Los fabricantes ni siquiera habían pensado en esa posibilidad de uso. Se vendieron cien mil cámaras en tres días, hasta que fueron retiradas de las tiendas. Sospeche si le graba un turista japonés.
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Notas:
[1] Información tomada del artículo de Vince Beiser “Ready, Aim, Say Cheese”, Wired, julio 2008, p. 34.
[2] Andy Robinson, “Diseños para la era del miedo”, La Vanguardia, 18/10/2005.
La edad de la cámara
[1] Luis Ignacio Parada, "La otra historia de Gran Hermano", ABC, 25-4-2000.
[2] Desde 1998 está en el mercado (pero funcionaba antes) la cámara japonesa Jai, que puede tomar fotografías de todos los participantes en una manifestación, uno a uno y en segundos. Cámaras parecidas permitieron a las autoridades chinas detener a los manifestantes en Tiannamen.
[3] Y con aquiescencia judicial, por lo menos en nuestro país. En 12/2000, el Juzgado de lo Penal nº 3 de Barcelona admitió el uso de cámaras de vídeo ocultas en un quirófano de un centro sanitario para controlar a los empleados, calificando el ámbito como un "espacio privado de uso público", jocosa denominación tratándose, como parece por el nombre de la clínica (Platón) de una empresa privada, lo que va en contra del concepto de bienes de uso público del 339 del Código Civil. V. Noticiario Jurídico Aranzadi, nº 91, 21/12/2000. Los atentados del 11/S/01 han contribuido a flexibilizar aún más la resistencia contra las vigilancias.
[4] Y en 2007 el narrador Javier Azpeitia se hace eco del hecho: “Se vieron las imágenes de la catástrofe. Me quedé embobado, buscándome entre los espectadores que salían en tomas de videoaficionados. ¿Por qué había tantos vídeos, tanta gente filmando, tantas tomas de la propia explosión desde todos los puntos imaginables?” (Nadie me mata; Tusquets, Barcelona, 2007, p. 39).
[5] R. Menéndez Salmón, Panóptico; KRK Ediciones, Oviedo, 2001, p. 109.
[6] Cf. www.crime.com. El 84% de sus vecinos aprueba los métodos del sheriff.
[7] Se están creando medios de control del ciudadano mucho más peligrosos e invisibles, que comienzan –astucia de los institutos tecnológicos como el MIT– con la apariencia de una revolución beneficiosa para la humanidad. Por ejemplo, los ordenadores adheridos a la ropa, las zapatillas deportivas, broches o dispositivos que almacenan nuestros datos de salud y pueden ponerlos en contacto con otras personas. Independientemente del jugoso partido que puede sacar la policía de tales datos, del abuso que las compañías médicas y de seguros pueden patrocinar, imaginamos cómo se frotan las manos las empresas pensando en utilizar del modo que fuere unos datos tan interesantes como, por ejemplo, la esterilidad de una mujer joven, la fácil dependencia al trabajo de un chico prometedor, etc.
[8] Denunciaba con tino Xavier Duran que quienes habían alzado la voz contra la Ley de Seguridad Ciudadana (1992) no lo hubieran hecho contra la LORTAD, más peligrosa para las libertades civiles (Las encrucijadas de la utopía; Labor, Barcelona, 1993, p. 110).
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Lecturas visuales de Pangea
jueves, 3 de julio de 2008
La soledad de las vocales

José María Pérez Álvarez
La soledad de las vocales; Bruguera, Barcelona, 2008
No hace mucho, un importante periódico español dedicó un artículo a escritores raros, que publican cada mucho tiempo con notable exigencia literaria, pero cuya dificultad les ha impedido llegar al gran público. Al final del artículo, el autor definía como “escritor Bartleby” al orensano José María Pérez Álvarez (1952), cuando la realidad es que Pérez Álvarez no deja de escribir y publicar regularmente desde 1988, siendo La soledad de las vocales su séptima novela, y contando con varios premios en su trayectoria. Precisamente La soledad de las vocales obtuvo el III Premio Bruguera de Novela, concedido –como es habitual en este galardón– por un jurado individual, Esther Tusquets en esta edición. Podríamos aprovechar para elaborar una hipótesis sobre la conversión natural en escritor de culto, para nuestros medios de comunicación, de todo aquel novelista que no venda más de diez mil ejemplares por novela (es decir, el 98% del total) pero me temo que esa hipótesis no interesaría a nadie, ni su desarrollo va a tener ningún efecto para cambiar las cosas. Así que nos centramos en la novela en cuestión.
Si en la penúltima novela de Pérez Álvarez, Cabo de Hornos (DVD, 2005), la casa de un hombre solitario se convierte en la pensión de un atorrante, en La soledad de las vocales la sensación metafísica de arrojamiento existencial se acrecienta convirtiendo el mundo en una pensión. La angostura vital se extrema de una a otra novela, y el espacio narrativo de la última se estrecha hasta el angustioso margen de la habitación propia, aunque el narrador, el inquilino de la habitación 9, narre algunos viajes y desplazamientos pasados que sólo acrecientan su melancolía continua. A esa sensación de claustrofobia y de angst existencial contribuye también la inteligente construcción de la novela, un monólogo compuesto por medio centenar de párrafos, aproximadamente de tres páginas cada uno. Esta continuidad estructural, así como el énfasis en la enumeración de los mismos objetos, intensifica la sensación de monotonía vital, la expresión cíclica de las mismas obsesiones del protagonista –pero qué es la existencia, sino una serie cíclica de obsesiones insatisfechas–, a las que hay que unir la del resto de personajes de la pensión Lausana, único escenario de la obra –en el sentido literal y en el metafórico de Gil de Biedma–. Esos personajes, más o menos secundarios, son: un escritor, identificable por diversas menciones con Manuel Vilas, un pintor, una mujer algo ida, un tapicero serbio, el fantasma de una suicida, el dueño de la pensión y un corto etcétera de personajes, cuyos delirios y reflexiones se van mezclando en el tapiz textual de La soledad de las vocales, tejiendo un mosaico de buenas frases, sustentadas en la variación en fuga, el name dropping y el asunto circular; un tapiz que –deduzco– busca recrear la vida, remedar con su lenguaje el propio, repetitivo, monótono, rudimentario y circular sonido de nuestra propia existencia. A ello hay que añadir que la novela es también una pensión literaria por la que van pasado numerosos escritores: Joyce, Mann, Borges, el citado Vilas o Javier Pastor, dejando rastros de su huella en la vida del autor.
En realidad, la protagonista impensada de esta novela es la vida contemporánea, la vida apagada de lo cotidiano, de las personas normales (es decir, de nosotros), reelaborada por el excelente estilo de Pérez Álvarez, que a su buen hacer literario une una ética a mi juicio irreprochable: la de la compasión real, sustentada en la preocupación lingüística y semántica, por todas aquellas personas que en algún momento sufren mucho, o que sufren poco, pero siempre. Una humanidad muy necesaria y sana recorre La soledad de las vocales, y coloca a la novela en un lugar extraño, como todas las de Pérez Álvarez, en el panorama actual. Un humanismo que emociona por su sinceridad, y por su capacidad de ponerse en la piel de quienes están solos, perdidos, cansados o al margen, en la piel de esos “millones de personas que malviven en esos espacios agobiantes y penosos –solitarios putas enfermos inmigrantes artistas-” (p. 55), capaz de hablar en nombre del largo cortejo de los invisibles. Es la única novela que me ha generado un sentimiento que ni siquiera sospechaba, hasta hoy, que pudiese tener al cerrar un libro: las ganas de darle un abrazo un autor y de decirle gracias por hacer el esfuerzo de entendernos.
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Narrativa española contemporánea
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