jueves, 30 de septiembre de 2010

Novedades en editoriales independientes











Seguimos fieles a nuestra vocación de defensa y difusión de aquello -mucho- que de valor hacen las ediciones independientes. Aquí van algunas novedades que me han parecido de interés.






Nikolai Gógol, Por qué se pelearon los dos Ivanes; Ático de los Libros, Barcelona, 2010, traducción de Diana Petrova.

No estamos ante una de las grandes obras de Gógol, como Tarás Bulba o Almas muertas, pero tampoco es necesario. La descripción de una interminable pelea entre amigos en el ámbito de un pueblo ruso de finales del XIX (que por momentos recuerda a la disputa de El duelo de Joseph Conrad) realizada en esta nouvelle tiene varios valores que la hacen recomendable. Uno de ellos es la terrible ironía con que Gógol realiza la descripción de costumbres, a medias rurales y a medias urbanitas, de los residentes de Mirgorod. Otra es su penetración psicológica en lo relativo a la necesidad de estatus social de los personajes, que nos revela la oscuridad que el autor intenta ahuyentar al principio de la obra, pero que se deja caer en la última y célebre frase de este relato. Afea a la edición alguna errata, como "impolorar" (p. 75), pero lo importante es el rescate de esta conocida obra

a través de la excelente traducción de Diana Petrova.


Pierre Michon, Abades; Alfabia, Barcelona, 2010.

Soy adicto a la prosa minimal y microscópica de Pierre Michon, seguramente porque no se parece a nadie más que a sí mismo y tiene un mundo narrativo pequeño, característico y no intercambiable. Leo sus libros con asombro, no tanto o no sólo por el exquisito cuidado de prosa, bien reproducido en esta versión de Nicolás Valencia Campuzano, sino por el singular microcosmos del autor, quien disfruta con la narración histórica o más bien microhistórica, con pequeñas e intrascendentes tramas situadas en entornos del Medievo rural, llenas de bosques, castillos, damas, caballos, riachuelos y todo tipo de variaciones vegetales. Nada que ver con Ivanhoe, aviso a no iniciados, más bien todo lo contrario. No hay aquí como no había en Mitologías de invierno (Alfabia, 2009) estereotipos medievales, novelas de caballerías o pavorosas historias de amor con damas encaramadas a torres o alanceados y lanceolados galanes. Lo que hay en Abades son pequeñas situaciones localizadas en una cronología antigua, donde los personajes sufren parecidas cuitas a las nuestras, vividas con una creíble ambientación histórica y una serena y memorable precisión narrativa. El narrador de Abades muestra su cansancio ante las crónicas de Pierre (seudónimo literario de
Petrus Malleacensis) guardadas del período recobrado (p. 80) y se lanza a su creación, a su recreación, al rescate del trazo humano que muchas veces los testimonios medievales olvidan, censuran o tachan. Es ahí, en esa milagrosa reconstrucción de lo pequeño, donde encontramos la grandeza de Michon. Michon es un autor sin parangón, inclasificable, no apto para lectores ávidos de emociones fuertes o rápidas, poseedor de un mundo que solo suelen compartir ese grupo de extraños conjurados conocidos como lectores de Pierre Michon.



Milo Krmpotic, Las tres balas de Boris Bardin; Caballo de Troya, Madrid, 2010. 

Negra, densa, bien localizada en Argentina, algo misántropa, bastante desesperanzada, brillante por cómo dice lo que dice y cómo oculta lo que calla, esta novela de Milo Krmpotic revela varias cosas: la primera, que al autor no le gusta repetirse, ya que Las tres balas de Boris Bardin no tiene nada en absoluto que ver con Sorbed mi sexo. Las vidas de Paul Boissel (Caballo de Troya, 2005), la anterior obra narrativa del autor, construida como la biografía falsa de un divertido personaje inexistente, el cocinero Paul Boissel (en el falsificado número 322 de Quimera escribíamos una disparatada continuación de este libro aparecida en Francia). La segunda verdad que obtenemos de la lectura confrontada de estas dos obras es que Krmpotic es capaz de hacer algo que no siempre logramos quienes detestamos repetirnos: su dominio de la técnica es tal que es capaz de abandonar la prosa preciosista de Sorbed mi sexo y lanzarse a un estilo duro, despojado, realista y contundentemente preciso, dirigido a dejar a la historia deslizarse intramuros. Esto no quiere decir que no haya estilo, sino que está ocultado a la perfección, apareciendo en escasos y vibrantes momentos, para no entorpecer el desarrollo de una historia cruda y amarga, poco amiga de preciosismos innecesarios. No les entretengo más: lean todo lo que puedan del croata/español/argentino Milo Krmpotic, en el orden que quieran, y descubrirán siempre cosas que andaban buscando.



Eduardo Moga, Bajo la piel, los días; Calambur, Madrid, 2010
Durante la lectura de este inclasificable libro asoma la patética (en el sentido de persecución de pathos y, puntualmente, en el otro sentido) sensación de que el autor se halla en un cul de sac existencial ante el que la escritura no sólo no es salvación, sino parte del problema. La cuestión es saber hasta qué punto esa sensación responde o no a un propósito planificado de Eduardo Moga. Tras haber abandonado la escritura en verso, después de constatar que ni la propia ni la ajena le da ya satisfacción, el autor se refugia en la poesía en prosa con la terrible sensació
n de no tener nada que decir (que no es lo mismo, como bien apuntaba Octavio Paz en El arco y la lira hablando de Mallarmé que decir la nada). Su angustia se traslada al lector en las primeras páginas, atascadas deliberadamente en la incapacidad de hablar, en las dificultades de encontrar una escritura válida, sobre la que además se incorporan incluso las dudas de las correcciones sucesivas posteriores, incluidas entre paréntesis. El texto se conforma como un patchwork estratigráfico, con capas de imágenes superpuestas, donde el periplo del acto escriturario se retroalimenta, girando sobre sí mismo, creando una extenuación deliberada, un laberinto sin salida que traslada textualmente el mismo laberinto vital en el que parece encontrarse el autor. Hablamos con esta libertad de los propósitos del autor porque no hay distanciamiento alguno, no hay autoficción; es significativa al respecto la crítica a Gil de Biedma en cierto momento del libro. Moga habla sin complejos de sí incluso en momentos que sólo John Updike y algunos realistas sucios habían inoculado en la literatura: así, se incluye un autorretrato del escritor defecando con pelos y señales, por ejemplo. Lo presuntamente antipoético y lo elevado, la meditación escatológica y el fino apunte intelectual se presentan juntos e indistintos, como en la propia existencia (deducimos), donde uno puede estar leyendo a Virgilio en la taza. El resultado de todo este proceso de desacralización poética es sugerente; si bien en ciertos momentos hay caídas, como es lógico, en otros el brutal triturado de lo cotidiano a la vista de la imaginación poética nos deja páginas, detalles, reflexiones y momentos memorables. Moga siempre me ha parecido uno de esos ocultos buenos poetas que abundan en España y que están opacados por otros más conocidos y de muchos menos méritos. Ojalá este libro ayude a darle a su autor el singular y creo que exótico sitio que merece en los gustos de los lectores.



Ludwig Hohl, Camino nocturno; Minúscula, Barcelona, 2010.

A pesar de las reiteradas admoniciones de Alan Sokal, en parte por gusto y en parte por gusto de contrariar, sigo leyendo textos científicos por su alto poder metafórico y/o simbólico, según casos. Un amigo de Facebook me lleva a la teoría matemática de grafos, donde después de perderme por artículos sobre algoritmos de Kruskal de los que no entiendo una sola palabra, acabo encontrando la joya: el camino de Hamilton. Segín la sabia Wikipedia, "se habla también de
camino hamiltoniano si no se impone regresar al punto de partida, como en un museo con una única puerta de entrada. Por ejemplo, un caballo puede recorrer todas las casillas de un tablero de ajedrez sin pasar dos veces por la misma: es un camino hamiltoniano". El Camino nocturno de Hohl es algo así, una hamiltoniana y asombrosa colección de cuentos que no pasa dos veces por la misma idea y que goza de la diversidad incluso en la repetición. Hohl, de cuya genialidad ya tuvimos noticia gracias al Matices y detalles traducido por Ibon Zubiaur y aún recomendado en la parte inferior izquierda de esta página, oximorónicamente despliega sencillez, implosiona fugas y comprime multiplicidad en estos relatos donde lo humano queda al descubierto sin compasión ni exhibición, sin crudeza ni almíbar, en el estado puro de deriva de las cosas. Leves toques de metaliteratura, imágenes alucinantes como la de un hombre que se balancea como las algas en el lecho marino, misantropía marca de la casa ("para usted es fácil decir 'los otros' ¡No hay otros!", p. 51), implacable penetración psicológica, configuran el singular universo de un autor que no se concedió nunca, por suerte, el derecho a la facilidad.




André Gide, Paludes; Alba, Madrid, 2003, traducción de Cecilia Yepes.

De las varias y agudas autofefiniciones de Paludes incluidas dentro de la propia obra, ninguna me parece más asombrosa que aquella en la que Gide explica que es "la historia de la tercera persona, ésa de la que se habla, que vive en cada uno, y que no muere con nosotros" (p. 54). Quizá se ha utilizado mucho la imagen del libro sobre nada que Flaubert apuntase en su correspondencia, pero yo nunca la había utilizado hasta ahora, porque hasta hoy no he visto ningún libro como Paludes donde la definición encaje tan perfectamente. Ignoro si Gide conocía o no las cartas de Flaubert -seguro que sí, Gide es uno de los autores más conscientes y autoconscientes de la literatura universal, como dejan claro sus diarios- y la mención al inespecífico libro en ellas, pero da igual. Paludes es una obra de arte precisa por su imprecisión, cerrada por su apertura, intemporal por su intolerable modernidad. Llena de frases rotundas y pensamientos notables (ojo a la fabulosa imagen sobre el tiempo en la "Disyuntiva" final), es el libro que deberían leer todos los aprendices de escritores para no perder el tiempo imitando inconscientemente en sus inicios lo inimitable. La traducción de Cecilia Yepes es ajustada y certera, aunque podría haber sido más valiente intentando reproducir el ritmo octosilábico de la página 75, para mantener el tono satírico del original. Hay alguna caída, como en todos los libros que abren puertas a todos los que vienen después. Lo demás es cielo.







[Relación con los autores: con los extranjeros, ninguna; con Krmpotic y Moga he mantenido correspondencia sobre libros enviados o leídos. Relación con las editoriales: ninguna]




12 comentarios:

Francisco Daniel Medina dijo...

Hola, Vicente. Me he colado en tu blog nuevamente y me he tropezado con una grata coincidencia (no sé si podríamos emplear el término pasadizo). Nunca había oído hablar de Nikolái Gógol hasta que, el otro día, uno de mis mejores amigos que está haciendo una mudanza, se plantó en mi casa con una bolsa llena de libros más o menos antiguos, más o menos deteriorados (ni que decir tiene que a los yonkis de las letras esto nos hace una tremenda ilusión, aunque entre esa pila de libros haya también literatura de usar y tirar). La cuestión es que, entre los libros de esta bolsa concreta, había uno cuyo título me llamó especialmente la atención; se trataba de Almas muertas de un tal Nikolái Gógol en una edición de Biblioteca Edaf con traducción de Rodolfo Arévalo y prólogo de Guillermo Suazo. La cuestión es que pensaba leer el libro y, ahora que me he encontrado con tu reseña acerca de otro título de este autor, dispongo de una razón más para creer que no me decepcionará. Pero, como aún no lo he leído, no puedo hacer ninguna valoración objetiva al respecto. El argumento pinta bien: tal y como reza en la contraportada, el aventurero Chichikov, ávido por aumentar su riqueza, recorre varias regiones de Rusia para adquirir ilegalmente un elevado número de almas muertas, para hacer pasar a su lista de propiedades nombres de siervos muertos, cuya defunción no ha sido constatada todavía por las autoridades oficiales.

Postdata: en 35 años no había oído hablar de Nikolái Gógol y en apenas una semana me he tropezado con él en dos ocasiones. No sé si Jung podría aclararme algo al respecto. Un saludo.

Vicente Luis Mora dijo...

No sé si Jung escribió algo sobre sincronicidades rusas, pero me enteraré... ;) Disfruta de Gógol, para mí fue una hermosa lectura juvenil Tarás Bulba.

Vicente Luis Mora dijo...

Yes, Mark, you can.

VÓMITOS dijo...

Vicente, me ha encantado el libro de Krmpotic, "Las tres balas de Boris Bardin". Haces bien en recomendarlo. Gracias por la labor que haces. Un saludo.

Anónimo dijo...

Lees demasiado, Vicente. De verdad, hay que poner freno a ese canibalismo literario. Tratar de estar "a la páge" es contraproducente para el equilibrio mental. Lo cierto es que ese intento nos anima a seguir buscando los hallazgos que citas; unos nos satisfacen, otros nos entretienen pero ninguno defrauda. Gracias por indicarnos algunas de las posibilidades que tenemos a la hora de enfrentarnos a la literatura, al cine, al ensayo al teatro y demás. Pero lees demasiado.
Fdo.:Un Exadicto feliz.

Vicente Luis Mora dijo...

Leo mucho menos que antes, exadicto... Felices aquellos años de la carrera cuando podía leer un libro al día, e incluso más. Ahora, para mi desgracia, he tenido que reducir las dosis al mínimo.

logiciel dijo...

Yo con la crisis - que al menos en mi caso no es una entelequia sino que la sufro en carnes- me tengo que racionar. 7 euracos y medio me parecen una pasta, y si la peli no me mola, pues me cabreo. Lo mismo me pasa con los libros. Una media de 15 a 20 euros por algo que al final dices 'ejem', pues ahora mismo no. Antes, como me los pagaban mis padres porque supuestamente entraban 'bibliografia', pues leía un montón. Aun así se agradadece el esfuerzo que a menudo haces.

Manuel G. dijo...

Vicente, ¿no crees que entre las muchas toneladas de babosería de estos días atrás, la situación está piendo a gritos ya que alguien diga que Vargas Llosa no es tan bueno?... Si no lo dice nadie, lo diré yo.

Vicente Luis Mora dijo...

Todas las trayectorias largas tienen momentos irregulares, Manolo, pero a mí Vargas Llosa me ha parecido siempre un gran escritor. Pero si tienes una opinión diferente al respecto, encantado de leerla.

logiciel dijo...

No, si malo no es. Lo que pasa es que un pedazo de premio como es el Nobel se supone que debería tener otras ambiciones, que en alguna edición anterior la ha demostrado - aunque algunos califiquen de 'horrorosos', 'comunistas' y otras lindezas por el estilo a ganadores anteriores- y no mostrarse tan conservador y cauteloso con un escritor que digamos que está ya más que suficientemente reconocido.
Pero es mi opinión personal. Escribe bien. Punto.

Manuel G. dijo...

Es curioso, pero lo de buen escritor, burocrático, ordenado, buen constructor... son elogios que más bien se pueden usar "en contra" de un escritor.

Y eso es lo que me parece, que construye correctamente sus libros, pero resultan aburridos, no tiene intensidad, y sus argumentos y temas parecen de segunda mano. Aunque se documenta bien, a sus mundos y personajes les falta vida, no pasan de construcciones literaturescas de oficio, que plantea desde la documentación, no desde la imaginación o la vida.

Como Chirbes ha colado en su correspondiente artículo de elogio.. "Es cierto que, en sus narraciones, resuelve lo político en el espacio de los sentimientos y las pasiones..."

Con todo esto se ha retratado la mayoría del estamento literario español, completamente adocenado, subyugado por los premios y la respetabilidad, por la corrección y la poltrona de la vida social.

Durante unas semanas parece que todo el estamento ha vendido su espíritu crítico a las más abyectas ensoñaciones de respetabilidad.

Ángel Cerviño dijo...

Creo que "Conversaciones en la catedral" es una de las grandes novelas del siglo XX, quizá el amigo Manuel debería echarle un vistazo.