Alfredo Saldaña, No todo es superficie. Poesía española y posmodernidad; Universidad de Valladolid, Servicio de Publicaciones, Valladolid, 2009, 258 pp.
Yo quizá vivo en 1908; mi vecino, sin embargo, hacia 1900; y el de más allá, en 1880.
Adolf Loos, Ornamento y delito (1908)
1929 parece un tiempo único; pero es 1929 vive un muchacho, un hombre maduro y un anciano, y esa cifra se triplica en tres significados diferentes (…) es la unidad de un tiempo histórico de tres edades distintas.
José Ortega y Gasset, ¿Qué es Filosofía? (1929)
En un libro reciente, la profesora Mª del Pilar Lozano Mijares encuadraba al profesor y poeta Alfredo Saldaña en una dirección teórica que caracterizaba como “la posmodernidad esperanzada”[2], caracterizada por la deconstrucción crítica del sistema acompañada de propuestas de reconstrucción. En efecto, Saldaña es uno de los investigadores más sistemáticos y tenaces en la persecución de un concepto actualizado y consistente de Posmodernidad, sobre todo cuando el término se vincula con la poesía española contemporánea. Después de varios trabajos ya publicados al efecto, y cerrándolos en más de un sentido, aparece ahora No todo es superficie, que ahonda en ese esclarecimiento y desarrolla alguna de sus líneas de trabajo.
Saldaña se enfrenta, como advierte en la primera frase del ensayo, a un esfuerzo titánico que puede correr (quien lo probó, lo sabe) la suerte de la mayoría de los atrevimientos: “pensar un tiempo y un lugar desde sus propias coordenadas” (p. 15). Es cierto que el riesgo es tan grande como necesario; la buena salud de una literatura, de una cultura, se contrasta por su nivel de compromiso autorepresentacional, en el modo en que esa episteme se contempla y examina a sí misma, de un modo realmente crítico, cuestionando sus principios epistemológicos y no sólo los resultados concretos de su producción artística. Un estudio del presente limitado a las obras y que no bucee en los presupuestos que soportan y en parte (sólo en parte) explican aquellas obras, es un panorama falso, que se deja llevar por lo que esa producción tiene de tendencia. Hay que hacerlo incluso aunque pueda llegarse a la conclusión a que llega Germán Labrador en su completo estudio sobre poesía y drogas en la transición española, Letras arrebatadas: “avanzando hacia el cierre de este discurso, cabe participar una contradicción sustancial: el mismo discurso que pretende hallar su motor de búsqueda en una movilidad y proximidad esenciales de los textos en los que se fundamenta ha señalado, en su articulación, el cierre y la lejanía de los mismos”[3]. En suma, si el análisis del estado de cosas quiere hablar, como No todo es superficie, de las relaciones de un entorno textual con la posmodernidad, la presencia constante de la idea de autoconsciencia tiene que ser nuclear en la construcción del estudio, y éste debe correr los riesgos de esa over-selfconsciousness. Saldaña lo sabe y por eso selecciona para abrir el libro una de las citas más autoconscientes de la literatura mundial: los versos del Autorretrato en un espejo convexo de Ashbery en que Vasari describe el momento en que el Parmagianino toma el pincel y la esfera de cristal para retratarse, gesto que Ashbery utiliza para enfocar su propio autorretrato y los límites de la poesía como representación.
Puede sorprender al lector que espera encontrar un libro sobre poesía española que No todo es superficie no comience a hablar de este tema hasta la página 103. La primera parte se dedica por completo a ahondar en el concepto de posmodernidad, intentando hacer por un lado una descripción y por otro un diagnóstico. La introducción es larga, pero quizá es necesario para situar el concepto antes de lanzarse a estudiar sus matices y su repercusión en la poesía actual. Tanto cuidado se debe a que la posmodernidad es una categoría muy discutida, donde todo está en cuestión, y donde laten fuerzas contradictorias; no en vano dice Eagleton en The Illusions of Posmodernism que “posmodernism (…) is both radical and conservative together”[4], por poner un simple ejemplo en cuanto al enfoque ideológico de la posmodernidad, algo de lo que se habla mucho en las páginas de Saldaña. Una categoría, esta de posmodernidad, sobre la cual siguen siendo más abundantes las visiones negativas que las positivas. Para Roger Bartra, poniéndolo como ejemplo de la primera visión, The Waste Land de Eliot es una metáfora “para describir la crisis que va fracturando la modernidad durante el siglo XX hasta alcanzar la tierra baldía de la posmodernidad”[5]. Sin embargo, Saldaña muestra una actitud favorable ante cierto entendimiento de lo posmoderno. Apunta, con mucha razón, que “la posmodernidad ha sido menos beligerante con su pasado inmediato que la modernidad con el suyo” (p. 85), y que pueden encontrarse varias líneas argumentales y numerosas líneas prácticas que darían una imagen de la posmodernidad como un discurso capaz de ser crítico, rigurosamente estético y poéticamente feraz. Lo único reprochable a esta larga introducción es que parece construida como un patchwork de textos diferentes, lo que explicaría algunas repeticiones innecesarias (vgr., el debate sobre la posmodernidad como continuación de la modernidad, la idea de Historia según Benjamin, el potencial crítico de las vanguardias), que se deslizan a lo largo de la exposición.
Uno de los propósitos centrales del libro es analizar la presencia de lo que llama Saldaña “sensibilidad crítica posmoderna” en una serie de textos representativos, en su opinión, de la poesía española posterior a 1960. El concepto de lo que sería una “poesía española posmoderna” es, desde luego, complejo y polémico; en realidad, casi cada autor que lo ha estudiado tiene sus propias ideas al respecto, que van desde las visiones amplias y generalistas hasta las más estrechas. En este último flanco, el poeta Agustín Fernández Mallo ha dado su propia respuesta, algo radical: “la poesía que en este país se dio en llamar, y aún se da entre la crítica especializada y determinados antólogos, poesía postmoderna, poesía que surge en un momento muy determinado, a principios de la década de los 80 con la consolidación de la democracia, poco o nada tiene que ver con las acepciones sociológicas, filosóficas y estéticas comúnmente aceptadas por este término; diríamos aún más: es absolutamente contraria a los presupuestos de éstas”[6]. Esta aseveración, sin embargo, no es del todo desencaminada si pensáramos en un concepto riguroso de posmodernismo, caracterizado no por uno sino por todos o la mayoría de los caracteres que la doctrina tradicional ha ido señalando: metaliteratura, autoreferencialidad, intertexto, ironía, pastiche, parodia, post-genericidad, ideología débil, hibridez, cuestionamiento del poder y de los grandes relatos, etc. La postura de Saldaña, por el contrario, se limita al estudio de aquellos textos que para él representan líneas de sensibilidad crítica posmoderna que, a su juicio, tienen la fuerza estética suficiente como para representar una excepción al estado general apuntado por Fernández Mallo. Prescinde así, con acierto, de criterios generacionales, para examinar la literatura en estudio buscando ciertas líneas de tensión. La más significativa, a su juicio, es la que viene constituida por lo que llama estética de la otredad, que se caracteriza por tocar de cierta manera (renuncia al discurso unificador, discontinuidad, prosaísmo deliberado, actitudes transgresoras, cf. p. 109) ciertos temas (sexualidad, erotismo, lo grotesco, la crítica al lenguaje establecido y a los discursos de poder; cf. pp. 193ss), y por una sensibilidad “que se aprecia tanto en la disolución del canon clásico de belleza como en la quiebra y descomposición de la unidad y totalidad de la estructura orgánica de la obra de arte” (p. 230). Asimismo, también destaca, en las que son para mí las mejores páginas del ensayo (221ss) la relación entre fragmento y silencio y su huella en las poéticas contemporáneas, como nota principal de la posmodernidad poética más reseñable. En este sentido, los autores que destaca más reiteradamente Saldaña son Leopoldo María Panero y Jenaro Talens, seguidos a mucha distancia por Eduardo Hervás, Fernando Merlo, Ángel Petisme, Ignacio Prat, Riechmann, etc. Este tipo de cánones alternativos, con selecciones de nombres diferentes a las (casi) siempre utilizadas, enriquecen el panorama y apuntan a su consideración como un todo, en vez de a una metonímica y dominante porción del mismo, algo muy frecuente en los estudios al uso.
En cualquier libro que se acerque a la posmodernidad es fácil encontrar elementos con los que disentir, por la misma inasibilidad y fluidez de la categoría. Me gustaría discutir algunos elementos planteados por Saldaña. El primero de ellos la consideración de que “habrá que aceptar con Gianni Vattimo (1987) que el fin de la vanguardia es un acontecimiento que impone transformaciones radicales las relaciones sociales del ser humano y que el propio concepto de vanguardia resulta inoperante para –desde él–teorizar sobre el arte actual” (p. 16). Estamos asistiendo últimamente a una tendencia, a mi juicio más que necesaria, de redefinición de términos y conceptos en nuestro tiempo. Steven Shaviro está trabajando en un libro para redefinir el tradicional concepto de “lo bello” y ajustarlo a nuestra perspectiva temporal; D. Driedichsen intenta actualizar el concepto de “valor añadido”, y Boris Groys hace excelentes esfuerzos para intentar esclarecer qué sea en nuestros días “lo nuevo”. Estos tres conceptos tienen varias centurias de antigüedad; el más reciente es el de surplus value y se retrotrae a las teorías de Marx, de forma que también va cumpliendo años. Creo que más que considerar inoperante el concepto de vanguardia lo que hay que hacer es redefinirlo, haciendo reelaboraciones (tan serias como las citadas, obviamente) destinadas a saber qué puede significar vanguardia en nuestros días; pero hay un hecho obvio, y es que la vanguardia sigue funcionando y buena prueba de ello es que, como ha señalado Gustavo Guerrero, parte de la mejor renovación de la narrativa latinoamericana (Bellatin, Aira, o Tabarovsky, entre otros) está pasando, precisamente, por la reelaboración de las técnicas vanguardistas, actualizándolas al presente[7]. Miguel Casado utiliza el término poesía dilatada (próximo al anglosajón de expanded poetry) para describir aquella poesía actual que, de una fórmula próxima al surrealismo, hace que el concepto de pensamiento poético tenga que ensancharse hasta incluir dentro de sí al irracionalismo, configurado no como un no-pensamiento, sino como un pensamiento otro[8]. Como vemos, la vanguardia en general y el surrealismo en particular[9] tienen una importante vida en la actualidad, lo único que necesita es un replanteamiento terminológico –no un entierro– . En otro orden de cosas, a la pregunta formulada por Saldaña, “¿aconseja la variedad de formas que presenta esa poesía prescindir del canon y apreciar su singularidad específica en la suma de sus diferencias?” (p. 19), la respuesta es que, paradójicamente, cuando uno acumula un número de singularidades, el resultado es un canon. Llámese el resultado “antología”, “lista de lecturas”, o “autores que uno considera relevantes”, lo canónico es siempre el resultado de una destilación de singularidades. Sí es cierto que el de canon es otro término que habría que redefinir para no confundirlo con ciertas visiones estrechas que se han hecho populares en los últimos lustros.
Este libro de Alfredo Saldaña, que en realidad corona casi quince años de estudios dedicados al tema por el autor (sea mediante visiones generales o acercamientos a poéticas concretas), es una aportación bibliográfica ineludible; a partir de ahora, estudiar la poesía posmoderna española tiene que partir (sea para concordar con sus ideas, sea para refutarlas) de No todo es superficie, por la sólida argumentación de la parte teórica y la definición del marco posmoderno, y por el rigor de la aplicación concreta con la que luego particulariza las premisas antes establecidas. En efecto, como el mismo autor apunta, los estudios que tocan el tema suelen hacerlo de forma superficial (p. 103); frente a esa tendencia, y haciendo caso al título del ensayo, Saldaña ha demostrado que hay mucho que rascar, mucho que profundizar, sobre la aparentemente delgada cáscara de lo posmoderno, y que en el fondo, ocultada tras pilas de papel de crítica anacrónica, crítica mezquina y poesía normalizada, había poesía posmoderna que valía la pena revisitar.
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[Relación con el autor reseñado: escasa y epistolar, aunque cordial. Relación con la editorial: ninguna]
[1] Reseña publicada con el título de "Prospecciones" en la Revista de Literatura del CSIC, vol. 72, n. 144 (2010).
[2] M. del Pilar Lozano Mijares, La novela española posmoderna; Arco Libros, Madrid, 2007, p. 112.
[3] G. Labrador, Letras arrebatadas. Poesía y química en la transición española; Devenir, Madrid, 2009, p. 450.
[4] T. Eagleton, The Illusions of Postmodernism; Wiley-Blackwell, New Jersey, 1996, p. 132.
[5] Roger Bartra, Culturas líquidas; Katz Editores / CCCB, Barcelona, 2004, p. 9.
[6] Agustín Fernández Mallo, Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma; Anagrama, Barcelona, 2009, p. 55
[7] G. Guerrero, “La desbandada. O por qué ya no existe la literatura latinoamericana”, Letras libres, nº 93, junio 2009, pp. 24-29.
[8] M. Casado, “Apuntes del exterior: poesía y pensamiento”, Deseo de realidad; Ediciones Universidad de Oviedo, Servicio de Publicaciones, Oviedo, 2006, pp. 20ss.
[9] Cf. nuestro “Diccionario irracional de surrealistas”, Quimera nº 304, marzo 2009, pp. 51-55.
9 comentarios:
Muy interesante, Vicente. ¿Podrías citar a tres o cuatro poetas posmodernos actuales, aparte de los ya mentados y contarnos qué tienen de singulares y qué tienen de canónicos? ¿Qué premisas contiene el canon de lo posmoderno? Un saludo. Sara
A ver qué te parece esta respuesta, Sara:
http://www.vicenteluismora.bitacoras.com/archivos/2005/10/11/pequena-antologia-posmodernista, y los 199 comentarios...
Gracias y saludos
Da gusto abrir tú página. Es como encontrar un cogollito de yerba en aquellos viejos pantalones el día que se queda a dormir esa chica. Agradecido por las Ítacas de tus reseñas. Creo que serás [eres] el cicerone más interesante de la última literatura española, pero mi opinión no deja de ser un paraguas roto.
Agradecido también por tu colaboración en un blog que montamos en la U.S.C hace unos meses a cargo de A. Gil.
Me gustó tu poemario Tiempo. Y me gustó más leerlo a la par que los escritos de Chillida. Espacio/tiempo.
Mañana "perderé" otra vez dinero en libros por tu culpa. Bienaventurada tu publicidad críticamente constructiva.
Apertas desde Compostela.
Intentaré arreglar las varillas, Oli, aunque la lluvia refresca. Saludos y bienvenido.
"Aportación bibliográfica ineludible; a partir de ahora, Estudiar la poesía posmoderna española tiene que partir (sea para concordar con sus ideas, sea para refutarlas) de No todo es superficie."
La postmodernidad "aplicada" a la poesía sigue, para muchos, siendo un interrogante o una superposición de prejuicios confusos. Gracias por coger el machete y lanzarte a buscar referencias con las que orientarse en esta selva.
Saludos,
VD
Gracias, Vanity, saludos y bienvenida
He leído tu "Construcción".
Enhorabuena.
He leído tu "Construcción".
Enhorabuena.
Pues muchas gracias, José María. Un saludo cordial
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