domingo, 24 de junio de 2012

Fragmento Dijon

Transcribo una parte de la conferencia impartida en el marco del II Congreso Internacional de la Red de Investigación sobre Metaficción en el Ámbito Hispánico (Université de Borgoña; Faculté de Langue et Communication; Maison des Sciences de l’Homme de Dijon)



Cambio de vida: ser otro. La vida doble en las redes

El nuevo historiador no será humano.
J. P. Zooey, Sol artificial

A continuación vamos a ahondar en el estatuto digital de la imagen privada y en las consecuencias para la identidad, para luego recalar en sus consecuencias autoriales.

El reconocimiento social es una parte del proceso constructivo de la identidad muy importante, y desde el primer momento constituye, como apunta Honneth, no una libertad –como podría pensarse, en el sentido de fundar un espacio político de influencia– sino todo lo contrario, una limitación: “una persona o un grupo es reconocido mediante la aplicación de determinaciones de cualidades o atribuciones de identidad que son experimentadas por las personas o los miembros del grupo como restricción del espacio de juego de su autonomía”[1]. Internet, como exponíamos en Pangea y El lectoespectador, ha terminado con esa identidad cercenada, plantea el reconocimiento en la forma berkeleyana del esse est percipi y propone una posibilidad infinita de recomenzar el juego identitario y de reinventarse desde la otredad digital (seudónimos o avatares) o desde la notredad digital (anonimato). Desde ese punto de vista el ciberespacio aparece como un campo de juegos identitario aunque el juego, en estos temas, suele ser bastante en serio:

En estos tiempos el hombre disuelve su identidad de barro en fluidos perfiles informáticos. Deshace su único nombre en múltiples nicks. Su sexualidad deviene en identificación provisoria con emoticones mutantes. Y cuando el punto G se pulsa en un joystick, en la pantalla explota extasiado un ser que no es ni hombre ni mujer. El retrato estable se disgrega en granos de Photoshop hasta ser otro, y luego otro, en constante devenir.[2]

El estatuto digital, por su volatilidad, por el hecho de estar sometido a la dictadura de lo nuevo y estar marcado por la dificultad de concitar la atención debido a la vastedad de la oferta, necesita ser continuamente renovado. Uno debe actualizarse, contarse mediante updates o actualizaciones de su estado. Como ha explicado Raúl Minchinela, “la narración mediante updates no es sólo una nueva herramienta literaria: es un indicador de nuestro tiempo; el arma que enarbolamos como la modernidad mientras simultáneamente nos borra el pasado inmediato. Convertir tu vida en titulares te aplica el conocido adagio sobre los diarios: no hay un periódico más viejo que el de ayer. Nos estamos quedando sin historias. Eso cabe en un update[3].

Erving Goffman describió tempranamente en Presentation of Self in Every Day Life (1959), los procesos performativos por los que nos presentamos en público y nos singularizamos identitariamente. A su juicio, el modo de re-presentarnos es muy similar a lo que sucede en la representación teatral: “whatever it is that generates the human want for social contact and for companionship, the effect seems to take two forms: a need for an audience before to try out our vaunted selves, and a need for teammates with whom to enter into collusive intimacies and backstage relaxation”[4]. Interpretación de un papel + interacción personal relajada, estos parecen ser también los resortes que mueven la comunicación en las redes sociales. De hecho, hay incluso aplicaciones informáticas que permiten la creación de una película del yo (http://www.timelinemoviemaker.com/) y de un museo de mí partiendo de la información volcada en Facebook. En la descripción del programa The Museum of Me (http://www.intel.com/museumofme/r/index.htm), se lee: “Esta exposición es un viaje de visualización que explora quién soy”. La impresión que intenta generarse en el internauta / consumidor es que tu vida no sólo es novelable, como decían los antiguos, sino que también es rodable, convertible en espectáculo cinematográfico, y que es digna de guardarse en un museo, como formas santificadoras máximas del egocentrismo de archivo.

El aspecto de la comunicación con los demás apuntado por Goffman, incluso íntima, es más importante de lo que parece. Ya en los primeros tiempos de Internet, Howard Rheingold declaraba que la red “será asimismo un lugar en el que las personas frecuentemente terminen por revelarse a sí mismos de una forma más íntima que aquella a la que les invitan a hacer otras sin la intermediación de pantallas y seudónimos”[5]. Y así parece ser, recordemos el estudio antes citado de Lanchester sobre los blogs y la descarada exhibición de intimidades que caracteriza la parte menos literaria y más relacionada con el diario íntimo de la blogosfera. El resultado de esta intimidad devenida exterioridad o extimidad (Paula Sibilia) es la gestión de la subjetividad propia como si el individuo fuese un Estado y las redes sociales el lugar de la gestión de sus foreign affairs. En este sentido, el poeta e investigador Juan Andrés García Román escribió en Facebook una reflexión crítica con notable carga de profundidad: “curioso que muchos particulares emitan comunicados en plan: mis condolencias para... o expreso mi malestar por... de repente todo el mundo es alto comisionado de las naciones unidas por un minuto, ministros de exteriores de sí mismos”[6]. Un mal uso de las redes sociales puede potenciar, por lo tanto, la hipertrofia de la personalidad. Estudiando el arte digital, Juan Martín Prada ha aportado el concepto de “egología”; a su juicio,

Se trata de reclamar una democratización de las posibilidades del yo expresivo, de la subjetividad que se hace pública, que se muestra y exhibe, como catalizadora de otras muchas voces interiores que se animarán a seguir ese ejercicio de un yo, dando palabra pública a la conciencia personal que se expresa y se investiga, que se ensaya en la escritura, en la colección e interrelación de cosas y aspectos que le interesan. (…) Propuestas las del “blog art” que no dejarán tampoco de plantear intensos cuestionamientos acerca de si el mundo es, como muchos blogs parecen mostrar, en su extrema intensificación de la presencia de un ego, correlato de aquello que “percibo yo”, “siento yo”, “creo yo”. [7]

La sublimación de ese narcisismo electrónico tiene que ver no sólo con la exposición exhibidora de las dudosas bondades del yo, sino también con un inflado del ego en aras de una mayor influencia en los demás, sea con finalidad crematística o sentimental, como decíamos antes. Es decir, todas estas formas avatáricas de identidad trabajan lo que la pensadora María Rodríguez Magda ha denominado el márketing existencial[8] o se amparan en lo que Paula Drenkard ha denominado “espectacularización de la propia vida”[9]. Algo de lo que los autores son conscientes, como demuestra este explícito texto de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza:

En su lugar se ha configurado el homo technologicus: un ser post-humano que habita los espacios físicos y virtuales de las sociedades informáticas para quien el yo no es ni secreto ni una hondura ni mucho menos una interioridad, sino, por el contrario, una forma de visibilidad. Conectado a digitalidades diversas, el technologicus escribe esa vida que sólo existe para que aparezca inscrita en fragmentos de circulación constante. Una extraña pero sugerente combinación entre el culto a la personalidad y una noción alterdirigida del yo dentro de un régimen de visibilidad total ha provocado que miles de seres post-humanos se lancen raudos y veloces a transmitir mensajes escritos sobre lo que les acontece en ese justo y pompéyico instante.[10]


[1] Y continúa: “Esto significa que un reconocimiento normalizante no puede motivar el desarrollo de una imagen de sí mismo positiva que conduzca a una asunción voluntaria de tareas y privaciones decididas por otros”; Axel Honneth, “El reconocimiento como ideología”, Isegoría nº 35, julio-diciembre 2006 [pp. 129-150], pp. 141-42.
[2] J. P. Zooey, Sol artificial; Paradiso, Buenos Aires, 2009, pp. 42-43.
[3] Raúl Minchinela, “Las actualizaciones y el sacrificio de las historias”, La Vanguardia, 16/12/2009.
[4] Erving Goffman Presentation of Self in Every Day Life; Doubleday, New York, 1959, p. 206.
[5] Howard Rheingold, The virtual community: homesteading on the electronic frontier; HarperCollins, New York, 1994, p. 27.
[6] Juan Andrés García Román en su muro de Facebook, 13/08/2011.
[7] J. Martín Prada, “La ‘web 2.0’ como nuevo contexto para las prácticas artísticas”, en VV.AA., Inclusiva-net #1. Nuevas dinámicas artísticas en modo web; Media Lab Prado, Madrid, 2007, pp. 18ss.
[8] R. M. Rodríguez Magda, La transmodernidad; Anthropos, Barcelona, 2004, p. 153.
[9] “Desde un planteo atravesado por el discurso psicoanalítico, retomando también el mito de Narciso, uno de los síntomas que se suman a la descorporeización y a la anteriormente mencionada “dispersión del yo” en distintos roles -vía las pantallas y el mundo digital- es la espectacularización de la propia vida, la exhibición de las máscaras mediante imágenes luminiscentes y planas, y al mismo tiempo el goce de ver y verse en esa reproducción. Estamos planteando no sólo el fenómeno del voyeurismo sino una repetición -como vuelta atrás, hacia adelante- de la etapa especular de la constitución subjetiva que S. Freud (…) llamó narcisismo primario y J. Lacan (…) estadio del espejo, en la que los sujetos quedan “pegados” a la imagen del espejo-imago-”; Paula Drenkard, “El cuerpo estallado o el espejo roto”, en Sandra Valdettaro (coor.), Mcluhan: plieges, trazos y escrituras-post; Universidad Nacional de Rosario Editora, Rosario, 2011, pp. 97-98. http://es.scribd.com/doc/76789612/eBook-McLuhan-Pliegues-Trazos-y-Escrituras-post-2
[10] Cristina Rivera Garza, “El escritor en Ciberia”, El País, 19/11/2011, http://www.elpais.com/articulo/portada/escritor/Ciberia/elpepuculbab/20111119elpbabpor_3/Tes. “Y sin embargo la identidad regresa aún en su versión mediatizada. Los roles y los códigos de conducta no desaparecen sino que se adaptan a las circunstancias. La identidad, esa enfermedad del nombre, no desaparece con la aparición de los metamedia, sino que se flexibiliza: las redes sociales explicitan como, lejos de ser una mónada autosuficiente, el individuo es un campo de fuerzas modulado específicamente por los otros”; Ernesto Castro Córdoba, “Mallas de protección. La codificación del yo en la Era Comunicativa”, en VVAA. Redacciones; Caslon, Valladolid, 2011, p. 38.
 

10 comentarios:

sociedaddediletantes.blogspot.com.es dijo...

Siempre interesante

Iván Alarcón Tortajada dijo...

Hola.
Interesante y atractiva entrada.
Sobre este tramo un apunte, con su permiso: “será asimismo un lugar en el que las personas frecuentemente terminen por revelarse a sí mismos de una forma más íntima que aquella a la que les invitan a hacer otras sin la intermediación de pantallas y seudónimos”.
Es cierto que mediante digamos comunicación virtual nos es posible expresarnos de una manera en apariencia mucho más íntima que presencialmente; pero digo "en apariencia" porque igualmente, si sólo hay relación virtual no hay la consolidación de códigos propios del lenguaje corporal y gestual, igualmente necesarios e íntimos.
Un saludo.

Vicente Luis Mora dijo...

Algo me dice que vamos a tener que comenzar a acostumbrarnos a formas no completas de comunicación a partir de ahora. Lo que siempre ha sucedido, desde los monjes con voto de silencio a las personas tartamudas o a quienes mantenían solo correspondencia postal, por no poner ejemplos tan extremos. Más vale cierta comunicación, por incompleta que sea, que ninguna. Saludos y gracias por venir

Arrowni dijo...

Varias reflexiones se me hacen posibles, desde que señalamos precisamente cierta legitimidad del que comunica en internet. Podemos entender que la identidad siempre es fragmentaria y que la multiplicidad de nicks o de interacciones virtuales no son sino una expresión de algo que siempre ha estado ahí de facto; que la expresión de la intimidad es una catársis para algo que permanecía socialmente reprimido y es liberador; que sencillamente la pretención virtual se acerca más a lo que conceptualmente podría ser nuestra vida, potencialmente siendo más real que determinadas estructuras sociales.

Señalamos igual un problema: la necesidad de surénchere. Lo que es una confesión liberadora para los primeros usuarios de internet solo es un gesto común para los que siguen, y el rebelar lo que antes era la intimidad va a efectivamente desplazar el sentimiento de lo propio a un espacio más reducido. Y por otro lado está la cuestión de la respuesta, el flujo de enunciación en internet propone un acceso controlado a los interlocutores, entiéndase, no hay verdadero diálogo, tan solo monólogos intercalados. Pongo un ejemplo claro: en un blog pueden publicarse solo los comentarios moderados y no cualquier expresión espontánea. No solo se desvanece de este modo la línea de la propia identidad, sino la comprensión y empatía por los otros, que no solo se vuelven más lejanos por su propia práctica de discurso, sino que además tenemos el lujo de tomar por dósis.

Casi caemos en un paradigma cognitivo de la intimidad. Sabemos que este concepto se reescribe muy fácilmente, bastan los close ups del cine, los retratos que cargaban los amantes del medievo, el pudor bajo la ropa. Poseer una identidad propia o ajena, nunca ha sido más fácil. La intimidad por el contrario, parece volverse cada día más un lujo.

Vicente Luis Mora dijo...

Bueno, no estoy muy seguro respecto a que el verdadero diálogo sea imposible vía redes sociales. Es como decir que la correspondencia durante los siglos XIX y XX no originó en ningún caso un verdadero diálogo. Imagino a Flaubert muy en contra de tal opinión.

De todas formas estos fenómenos son abiertos, mutantes, y requieren de nosotros atención crítica y reticente. Gracias por tu comentario, Arrowni. Saludos

Arrowni dijo...

No rebato la observación, que es justa, respecto al diálogo. Pero habría que mostrarle a Flaubert un wall de Facebook y ver que opina. Dos variables del contexto son inconturnables: la correspondencia se practicaba en una época donde el pudor público era generalizado y se trataba del espacio de la confidencia, lo mismo que dije a favor del internet pero cuya desaparición inminente "temo"; y segundo, cualquier partisano de la literatura tiene como dogma considerar que el diálogo escrito es fundamentalmente posible. Ejemplo: la conversación que tenemos.

Una enunciación más adecuada tal vez sería decir que el formato, la velocidad y el control de la información que existe en internet no es "propicio" para entablar un diálogo. Ejemplo: este diálogo que acaso por formar parte de una rúbrica de comentarios o por resultarnos de fugaz interés será tal vez mas trunco ahora de lo que sería en viva voz.

Saludos.

Vicente Luis Mora dijo...

Lo interesante no sería darle un muro de FAcebook a Flaubert y ver qué diría, sino qué haría con él.

Esa es la cuestión.

REspecto a la velocidad de la conversación, como ves, puede ser todo lo lenta que uno quiera :)

Abrazos y gracias

Arrowni dijo...

Desconozco si sería interesante darle un Wall a Flaubert -ni me imagino que haría con un helicóptero o una videocámara-, pero que use una Wall sin haber visto una se me figura impracticable. La práctica de internet, tan buena o mala que pueda ser, transformaría a Flaubert. Pensaba que evaluar el giro paradigmático y como nos afectó era parte del asunto. Pero si me equivoco -pasa seguido-, o si comento algo que no tiene interés -pasa mucho más seguido-, es una falta personal y no de paradigma alguno.

Querer. Asunto complicado.

Vicente Luis Mora dijo...

No, claro, tienes razón en eso; justo de evaluar el flujo entre nosotros y la tecnología va el asunto (ya no uso el inadecuado término de "impacto" de las técnicas sobre nosotros). Está claro, Internet cambiaría a Flaubert, como nos cambió a todos. Pero -intento explicarme- hay un espacio interesante, tanto más interesante cuanto más autocrítico, donde el uso de las TICS puede producir efectos beneficiosos cuando se materializa, como espero sea nuestro caso, en un diálogo razonado y razonable sobre sus pautas y límites. Disculpa si di por sentadas algunas cosas y no me expliqué bien. Lo que las redes sociales hacen con nosotros es, en buena medida, lo que les dejamos hacer, lo que nos dejamos hacer mediante esta operación performativa de ser como "estar", llegando al "to be" inglés como símbolo unificador. Somos en tanto que estamos y de la forma en que decidimos estar. Tú y yo, por ejemplo, decidimos estar aquí mediante la sola escritura y de forma (auto)crítica. Sin fotos de perfil, sin enlaces, sin "ruido", sólo dos espacios textuales conversando.

Creo que eso es bueno y no se me ocurre cómo pueda ser malo.

Abrazos de nuevo y gracias por venir.

Anónimo dijo...


Thank you a lot for sharing this with all of us you actually realize what you are speaking approximately!