Rubén Martín Giráldez, Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios; Alpha Decay, Barcelona,
2010.
Rubén Martín Giráldez, “Prólogo a Centauros extirpados”; en VVAA, Doppelgänger. Ocho relatos sobre el doble;
Jekyll & Jill, Zaragoza, 2011.
Rubén Martín Giráldez, Menos joven; Jekylll & Jill Editores, Zaragoza, 2012.
Y hay más mentiras: mi cortesía con vosotros, por
ejemplo.
R.M.G., “Prólogo a Centauros extirpados”
En serio.
R.M.G., Menos
joven
[a] Un autor como éste, portador de un programa para la (auto)destrucción
carnavalesca y feliz de la literatura, merece una reseña suicida o cuanto menos
dispersa y contradictoria. Si usted es un lector normal, alguien que busca
hallazgo, entretenimiento y –a ser posible– ideas interesantes sobre las que
reflexionar, esta reseña termina aquí, en la quinta línea: cómprese estos
libros. Si usted es un lector al que, además, le interesa morbosamente la
literatura, y para quien los libros son puertas a otros mundos sobre los que le
interesa saber del más perverso y obsesivo, no lo dude y siga leyendo, le
prometo que aquí descubrirá –y con aquí no
me refiero a la reseña, sino a los textos mencionados en ella– más de lo que
esperaba encontrar. Comencemos por la primera frase de Menos joven (MJ en
adelante), del inefable, ditirámbico y aún joven Rubén Martín Giráldez
(Cerdanyola del Vallès, 1979), que reza así: “Bogdano sabe que su padre ya no
es capaz de distinguir entre trabajo y
realidad” (p. 11). Parece una declaración
fácil, ¿verdad? Sí, lo es, podemos leerla de forma convencional y pasar a la
segunda. Pero como usted, que llegó hasta aquí, es lector que gusta de
complicarse, le insto a permanecer en esta frase inaugural un momento, porque
la lectura de la pequeña obra completa hasta la fecha de Martín Giráldez complicará
la cuestión. Para empezar, se esquiva en ella al protagonista y se habla de su
padre, quiebro que nos advierte que el merodeo y la perífrasis serán parte
constitutiva del esqueleto narrativo. Para seguir, está el nombre de Bogdano:
¿erudita alusión al escritor albano Bogdani, referencia al cineasta Peter
Bogdanovich, maestro en el uso de la metareferencialidad? Incluso imaginando
que nada de lo expuesto es cierto, centrémonos en esta frase de apertura y
veamos que alude a “realidad”, ahí es nada, abrir una novela con ese término, y
a “trabajo”. Y aquí, como esbozábamos antes, la referencia a otros escritos de
Martín Giráldez nos juega una mala pasada, porque a lo mejor –a lo peor, a lo
más difícil–, con “trabajo” el autor nos habla de otra cosa: “Uno no puede
evitar la sospecha de que cada vez que aparecen en Arco Iris o en The Crying of
Lot 49 las palabras esfuerzo, prueba,
trabajo, se habla en realidad (o Pynchon tiene en mente, uno teme) de otra
cosa que la que el relato necesita para su movimiento, de una cosa constante, si se me permite así”,
decía en su blog.
La mención no es baladí por cuanto la frase inicial de MJ se repite en bastantes ocasiones a lo largo del texto, como
dándole un ritmo, marcando un tempo al
movimiento discursivo, oponiendo a lo real lo absurdo literario, y da la
impresión de que este trabajo dinámico (el del texto) es la realidad misma del libro, que como Bogdano y su encabalgadura no
dejan de moverse en todo momento durante la novela. Bueno, no es poco para una
primera frase, a ver si somos capaces de pasar a la segunda.
[b] Es broma. Pero el problema es
precisamente ése, que bajo un artefacto legible sin dificultad, humorístico y
amable, acechan innúmeros niveles y subniveles y metaniveles de complejidad, frase por frase, así como
en Thomas Pynchon. Un escritor sin
orificios (desde ahora nos referiremos a él como TPUESO), su libro anterior y tan inclasificable como Menos joven. Su autor escribe desde la
tradición literaria más exigente y culta (Joyce, Mallarmé, Faulkner, Gide,
Valéry, Ceronetti, Schmidt, Pynchon), pero sin propósitos santificadores sino,
más bien, corruptores. Martín Giráldez de(con)struye la tradición más álgida,
dentro de una operación que muestra tanto sentido del humor como respeto, pues
no se molesta en importunar o desquebrajar a escritores que no lo merecen: los
autores pequeños no parecen interesarle, y las referencias a baja cultura son siempre de cine (Mad Max,
gore) o musicales, pero nunca literarias. Es cierto que la “educación híbrida”
que reciben Bogdano y su hermano de su padre parece esconder un juego
destructivo de lo canónico, pero me inclino más por considerarlo una especie de
ácida crítica de cierta posmodernidad y su igualadora escala de valores. El
padre de Bogdano cambiaba de tapas los libros para que sus hijos creyesen que
leían a Dickens siendo el texto interior de Kunta
Kinte, etcétera, pero lo cierto es que Bogdano, al descubrir de mayor el entuerto,
comienza a leer los libros auténticos. A considerar que hay una carga de profundidad
contra la ligereza posmoderna y no una invitación al todo vale me anima la elección de la palabra “híbrida” por el
autor, ya que en TPUESO (p. 54, nota
al pie) se calificaba precisamente así, “híbrida”, la escritura del joven
Pynchon, autor poco sospechoso de no tener un cualificado sentido de la
exigencia literaria. Se plantea el rescate, pues, de lo sublime literario, de
las “Obras Magníficas” (MJ, p. 49)
pero con la clarísima conciencia de que “todo este lenguaje se va cayendo. Todo
este lenguaje se está cayendo” (MJ, p.
123), sostenida desde una lúgubre –por negra– nostalgia. Por ese motivo estoy de
acuerdo con Javier Avilés cuando dice en su reseña
que el libro de Martín Giráldez nos obliga a plantearnos de nuevo “qué es lo
que entendemos como Cultura y de nuestra incapacidad de librarnos de todos sus
aspectos, de los sublimes, sí, que nos disminuyen, pero también de los más
populares, denigrados algunos, denigrantes otros”. La misma consideración de la
existencia de una alta cultura o alta literatura (postura que comparto con
Martín Giráldez y con el propio Avilés) frente a otras más bajas o
superficiales, por dialéctico y revisor que sea el planteamiento, implica una
toma de postura frente al nefasto todo
vale lo mismo que intenta sostener un democratismo cultural mal entendido.
La democracia no significa que todos seamos iguales y “valgamos” lo mismo: la
democracia significa que somos todos iguales ante la ley. La literatura y el arte pertenecen a otro orden de
cosas, por fortuna no preceptivos, y sus leyes son darwinistas y profundamente
injustas: el talento vale más. Y punto. A mí no me miren, no lo he inventado
yo.
[c] Cita. “se acercó y dirigió a ella, sola en medio de las filas de
asientos vacíos, y le murmuró
palabras que no habría deseado oír”; Thomas Pynchon, La subasta del lote 49 (1965).
[d] Infidelidad narrativa. Entre los
tres textos que estudiamos hay varios elementos en común: en el relato “Prólogo
a Centauros extirpados” (“PACE” desde
ahora) y en TPUESO (cf. p. 81), la
narración viene sostenida por un nosotros
que cambia súbitamente a primera persona en ambas, advirtiendo de que su voz es
poco fiable. Desde el principio de “PACE” los dos narradores Lundgren nos
advierten de la peculiaridad de escribir a cuatro manos y sus consecuencias: “Está
claro que con nuestro libro intentaremos llevaros a otro tipo de engaños, a
engaños del tipo «deseado»” (“PACE”, p. 39), aludiendo a un pacto amistoso de
lectura que no es tal: es impuesto al lector con o su consentimiento. Así, cuando
en TPUESO leemos “El autor de la
carta se ríe de nosotros” (p. 38) ya tenemos claro que el narrador venía
haciéndolo desde el principio. El narrador de las dos novelas es un impostor y
su relato es infiel (véase MJ, p. 69);
los narradores “siameses” de “PACE” se confiesan embaucadores desde el comienzo
y el lector debe desconfiar de quien desconfía de sí mismo: no en vano se
aclara en MJ que “¿Quién puede creer
a un siamés, a dos siameses (…) a gente doble por definición?” (p. 64). Como
vemos, preguntas lanzadas desde unos textos se responden en otros. Recordemos
que al comentar An Autobiography of an
Ex-coloured Man (1912) de James Weldon Johnson, Martín Giráldez había dejado
caer que una de las frases del libro que más le había interesado era esta: “would
not my story sound fishy? Would it not place me in the position of an impostor
or beggar?” La obra crítica de un prosista a veces nos dice tanto sobre su visión
de la narrativa como sus propios libros; algo natural, por otra parte, pues son
parte del mismo impulso creativo.
[e] Hay otros elementos en común entre
las obras, ahora los veremos, pero los puentes
o conexiones entre ellos llegan incluso a la repetición de alguna frase (la de
la llegada de la justicia en TPUESO,
p. 43, y en MJ, p. 36). El entramado
rizomático de estructuras narrativas diferentes, sean de la alta cultura (vgr.,
monólogos dramáticos) o de la cultura audiovisual (los párrafos en cursiva de MJ siguen la mecánica publicitaria), es
otra característica de estos textos, que los convierte en patchworks poliformos, donde las piezas están situadas para
destruir su aportación natural: el chocarrero monólogo “shakespeariano” al
final de MJ está sostenido
elocutoriamente por… un caballo, en un retorcimiento kafkiano, similar al del “Informe
para una academia” del checo.
[f] El Archilector. A lo largo de Menos
joven aparecen numerosas anotaciones marginales que parecen hechas a lápiz,
aunque son parte del tejido textovisual del libro. Estas anotaciones, que me
parecen un hallazgo, suponen la aparición de un lector previo del texto,
alguien que ha leído nuestro ejemplar
antes que nosotros, y que ha dejado sus impresiones por escrito. La confusión
entre copia y original (tranquilos, no esperen citas de Walter Benjamin), entre
lectura primigenia y de “segunda mano” produce una interesante descompensación,
pues nos convierte en los segundos receptores del texto. Se nos dice
oblicuamente que el libro no estaba
esperándonos, que su horizonte de sentido ya se desplegó ante alguien quizá
más dotado que nosotros para desentrañarlo. Este lector previo que ha glosado –con
no poca socarronería– Menos joven es
además el instrumento mediante el cual se nos advierte de la infidelidad del
narrador y de la necesidad de poner en cuestión cada aserto del texto. De ahí
que la categoría de este hermeneuta esté muy próxima a la del archilector descrito por Riffaterre[1]:
ese lector interpuesto que señala los énfasis estilísticos de un texto, que
analiza su efecto en el lector y que, en nuestro caso, los deja conveniente e
irónicamente señalados, convirtiéndose en el primer crítico del texto.
[g] Lenguaje. La condición de traductor
de Martín Giráldez puede explicar en parte (pero sólo en parte), su infrecuente
dominio del idioma. Su experiencia profesional en busca de la palabra idónea
para verter el sentido de una lengua a otra parece encarnarse en el similar
cuidado que muestra en la persecución de le
mote juste para trasladar las palabras de su mente a la pantalla (antes se
diría “de su mente al papel”, pero los autores jóvenes escriben
mayoritariamente utilizando el ordenador). A ello hay que sumar su constante
experimentación con el idioma, creando neologismos, así como las
interpolaciones de palabras de otras lenguas, vivas o muertas, y el sabio
empleo del espacio paginal a la hora de representar textovisualmente la censura
(MJ, pp. 44, 62, 122)
[h] Pero de qué demonios habla Menos joven. De la inconmensurabilidad
del lenguaje. De las relaciones padre-hijo, como una kafkiana Carta al padre legible en los actos de
Bogdano, y de la construcción cultural del niño como proyección (quién sabe si
libidinal, el deseo de saber perdido) de sus progenitores. De la potencia y radicalidad
expresiva de las literaturas del absurdo. De la agonía perenne de la alta
cultura y su incapacidad para ser analizada en términos inatacables, de su
imposibilidad para constituirse como objeto científico. Menos joven es el antilibro
o libro especular a Ferdydurke; si
éste es un cuento de adultos narrado en un lenguaje deliberadamente infantiloide,
Menos joven es un libro dirigido en
teoría a niños pero elaborado en un lenguaje adulto y parcialmente críptico.
[i] La crítica ficticia de los anónimos
reseñistas de Pynchon aporta una pista: “La escritura mata su lectura. El esfuerzo
de interpretar, la exigencia de una lectura tan central continua, agota” (TPUESO, pp. 67-68); también en la obra
de Martín Giráldez la espesura referencial de la obra, sobre todo en TPUESO, convierte la lectura crítica en
una continua interrupción, para valorar la veracidad de una obra o cita, para
atisbar resonancias en los nombres propios (juegos a veces autoficcionales:
Reuben, rubenette), para investigar
en las imágenes ofrecidas al lectoespectador. Todo está alterado: las
fotografías de ambos libros están retocadas por el ilustrador Alfonso Rodríguez
Barrena, para despistar y para mi(s)tificar; Menos joven está encuadernada como si fuera un volumen de la
editorial gala Les Éditions de Minuit, bajo la sobrecubierta amarilla; algunas citas
se falsean jocosamente. Si hay algo parecido a la verdad, comparece disfrazado:
onomatopeyas en apariencia casuales como “JIZI-CRI” (MJ, p. 77) son en realidad citas ocultas de Antonin Artaud; “no
somos los muertos” (“PACE”, p. 49) niega al Orwell de 1984 sin decirlo; bromas como “bestia de tres espaldas” (MJ, p. 123; cf. “PACE”, p. 42) retuercen
a Othello. Otras citas explícitas, en
cambio, están traducidas con estudiada infidelidad. Gabinete de apócrifos, Wunderkammer, retablo de maravillas, el
tejido narrativo de estos libros recuerda al estudio de Ramón Gómez de la Serna[2];
obras esenciales y rarezas, genios y freaks,
imágenes y palabras, comparecen de manera indistinta en esta maraña referencial
a la que el lector puede asistir tranquilo, siguiendo el curso de la delirante
historia, o sumergido entre libros, páginas web y enciclopedias intentando
localizar las referencias, claras u ocultas, reverenciales o irónicas,
maquiavélicamente dispersadas por Martín Giráldez. Sí, es cierto, toda esta
alquimia polifónica es un repertorio, secreto a medias, de los gustos
personales del autor, pero “¿hasta qué punto los gustos de una persona no son,
en algún momento, su voz, de manera inevitable?” (Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios, p. 88).
[j] Desde hace tiempo vengo oyendo
quejas, endechas y plantos, desde diversas esferas, reclamando un narrador español
joven que: 1) tenga respeto por la tradición, pero sea capaz de aportar una voz
propia y natural, diciendo cosas nuevas; 2) no confunda la originalidad con el
originalismo; 3) no se ajuste a ninguna escuela, o grupo, o tendencia,
manteniéndose al margen y dedicado a la literatura y no a la vida literaria. 4)
Posea un talento indiscutible y real, a la altura de cualquiera de los mayores.
Pues bien. No se angustien.
Ya lo tienen.
.
[Relación con el autor: no nos conocemos personalmente; hemos intercambiado correspondencia sobre sus libros y es contacto de Facebook. Relación con la editorial: ninguna]
[1] Cf. M. Riffaterre, Ensayos de estilística estructural; Seix
Barral, Barcelona, 1976.
[2] Repleto de innumerables imágenes
que Rrose
Sélavy intenta, heroicamente, desentrañar e identificar desde hace años
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