Valeria Correa Fiz, La condición animal. Madrid:
Páginas de Espuma, 2016.
La condición
animal pone sobre la mesa un viejo debate
respecto a los libros de cuentos: la añeja discusión acerca de si deben ser
volúmenes orgánicos, donde un mismo clima (o tema) y parecido tono sostienen
todos los relatos, o si es suficiente con que sean una buena recolección de
relatos dispares entre sí, carentes de un aire de familia aglutinador. El libro
de la argentina Valeria Correa Fiz pertenece al último grupo, y a pesar de que
la autora ha tejido mañosamente entre los relatos el hilo de lo animal que
mueve -como es natural- a todo lo humano, no es difícil detectar que La condición animal acoge cuentos
pertenecientes a distintas épocas, e incluso, sospechamos, a diferentes
geografías emocionales y estéticas (las variantes de castellano utilizadas en
los relatos también nos invitan a pensar en esos términos). La disparidad de
cronología, aludida en los “Agradecimientos” de la autora, incluidos en la
página 163, influye en el diverso valor de los mismos, pero bastan tres piezas,
los relatos “Una casa en las afueras”, el excelente “Nostalgia de la morgue” y
el maravilloso “Criaturas”, para justificar la existencia del volumen, que
además se acompaña de otras piezas más que eficaces, como “La vida interior de
los probadores”, “Regreso a Villard” o “Leviatán”. Hay que destacar la versatilidad
técnica de los relatos y la capacidad de la autora para crear ambientes,
atmósferas y espacios visibles para el lector, así como para introducir
destellos que resumen en una frase una idea o detalles reveladores: “eran unos
ojos candorosos (ya lo dije), pero no sé cómo describirlos. Eran sin
telarañas.” (p. 101). Los mundos que recrea Valeria Correa Fiz son enfermizos y
no poco crueles, pero están oximorónicamente llenos de belleza y de compasión
humana. “Criaturas” será una distopía terrible, sí, pero su horror fascinante
ha iluminado un buen rato de mi existencia y volverá a hacerlo en el futuro.
Son los minúsculos milagros que depara la buena literatura.
Miguel Serrano Larraz, Réplica; Candaya, Canet de Mar, 2017.
“Hay algo de ideal en todo lo real (social), lo que
no implica que todo sea ideal en lo real. Las ideas no son una instancia
independiente de las relaciones sociales, sino que las representan
retrospectivamente al pensamiento. Lo ideal es el pensamiento en todas sus
funciones, presente y actuante en todas las actividades del hombre, el cual
sólo existe en sociedad. Lo ideal no se contrapone a lo material, puesto que
pensar es poner en movimiento la materia, el cerebro: la idea es una realidad,
aunque una realidad no sensible”, escribió Maurice Godelier en Lo ideal y lo material. Podría haber
escogido esta reflexión por la lucha que hay en Serrano Larraz entre el
humanista actual y el antiguo materialista que estudió Física antes de pasarse
al lado oscuro de las ideas no demostrables científicamente. Pero lo que me
interesa en realidad de la frase de Godelier para hablar de Réplica, el último libro de relatos de
Serrano Larraz, es la expresión “poner en movimiento la materia”. Cuando la
crítica se refiere a algunos grandes poemas del XX, como Zona de Apollinaire, los denomina “poemas en movimiento”, imagen
dirigida a recoger su capacidad de dirigir una estrategia semántica variable a
través de una canalización formal que asuma la digresión, la atención al detalle
casual y pasajero, la anécdota que no da la impresión de venir del todo “a
cuento”, lo crudo y lo cocido, lo importante entreverado con lo secundario.
Serrano Larraz ha logrado en dos piezas de Réplica
(“La disolución” y el magistral cuento que da título al volumen) esa misma
artesanía del relato-en-movimiento en el que puede incluirse cualquier cosa sin
disfunción ni sensación inarmónica, donde los elementos encajan con naturalidad
en el argumento o ausencia de argumento, de la misma manera que el personaje de
Réplica tiene claro que “en la vida hay que hacer lo que sea para encajar” (p.
167). Son dos relatos de gran altura en un conjunto que, como su primer libro
de relatos, Órbita (2009), también
tiene altibajos y piezas menos acertadas, como “Logos”. Pero, como hemos dicho
más arriba, bastan un puñado de buenos textos para hacer recomendable un libro
de relatos, y además de las dos excelentes piezas ya dichas Réplica aporta “Recalificación” y “La
frontera” (dos relatos notables que dan una original retorsión a temas muy
trillados por la narrativa de la crisis),
así como “El payaso” (una inteligente reflexión metaliteraria) y “Central”, una
extraña y sugerente relatonovela o cuenovela.
*
Al margen, pero al mismo tiempo indisolublemente unido
a lo ya dicho: gracias a Candaya y Páginas de Espuma por sus continuas
aportaciones al panorama de ediciones alternativas que siguen ofreciendo gran parte
de la narrativa en castellano más interesante de la actualidad.
[Relación con las editoriales: ninguna. Relación con los autores: limitada a correspondencia sobre sus libros.]
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