El
Cuaderno ha publicado en cinco entregas durante esta semana de septiembre un Cuestionario sobre realidad y relato en el
siglo XXI, con preguntas de las profesoras Teresa Gómez Trueba y Carmen Morán, a raíz de su libro Hologramas, que comentamos aquí hace pocos meses. Los encuestados somos Francisca Noguerol, Ricardo Menéndez Salmón, Mercedes Cebrián, Jorge Carrión, Cristina Gutiérrez Valencia, Agustín Fernández Mallo y moi. Creo que el resultado es muy interesante por la mezcla variopinta de respuestas-propuestas recogidas por las dos autoras. Aquí los enlaces, y, a continuación, reproduzco las cinco preguntas y mi contestación a cada una:
https://elcuadernodigital.com/2017/09/23/cuestionario-sobre-realidad-y-relato-en-el-siglo-xxi-5/
Pregunta de las
encuestadoras: En las últimas décadas,
buena parte de la narrativa ha seguido el camino de los experimentos
intermediales entre la página y la pantalla (búsqueda de conexiones e
interferencias entre los discursos literario, cinematográfico, televisivo,
cibernético, etc.) Paralelamente, la crítica –pero también el receptor— se
interesa cada vez más por los procedimientos compositivos –retóricos, cabría
decir— de formas como las series televisivas o los videojuegos. ¿Significa esto
que es pertinente un concepto de narrativa que rebase lo literario y comprenda
también otras formas, como las mencionadas?
¿Es únicamente una cuestión de moda o de influencias extraliterarias que
no modifican el concepto de literatura heredado y vigente hasta el siglo XX?
Respuesta: El concepto de narrativa, en el sentido de acto de contar una
historia, es muy anterior al nacimiento de la literatura, término que apela a la decantación o sofisticación
retórica de algunos modos de contar acaecidos en los últimos tres milenios -y
que se acuña como lo que hoy entendemos por literatura hace pocos siglos-. Son
también narrativos algunos fenómenos (comunicativos, artísticos, judiciales,
etcétera) que no tienen que ver con la literatura de un modo estricto. Lo
narrativo es más antiguo y más amplio que lo literario, y una de las líneas de
fuga de la literatura actual (especialmente de la narrativa, pero también de la
poesía), entra en colisión directa con otras formas de narratividad, sobre todo
audiovisual. Este proceso es paralelo al que ya atisbara Horacio respecto a la
poesía y la pintura, hace 2050 años, nada menos. Son evoluciones lógicas, en las
que los sectores más avanzados de la literatura se cuestionan, se autocritican,
se ponen en crisis e intentan dilucidar su situación respecto a otras artes de
su tiempo. Ha pasado siempre y es normal que suceda ahora de nuevo.
Pregunta: En Hologramas hemos
tratado de plantear una explicación única para fenómenos literarios que
aparentemente poco o nada tienen que ver entre sí, tales como pueden ser las
autoficciones y la intertextualidad, la fragmentación extrema, las estrategias
narrativas (y comerciales) de literatura expandida, etc. En nuestra opinión,
todas estas formas apuntan en última instancia a una visión de la vida como un
relato-marco más, que incluye a otros (la novela, las novelas dentro de la
novela… ) y puede ser, a su vez, incluida en una mise en abyme infinita. Creemos ver en ello una corriente
neoplatónica, en el sentido de que conciben la vida y el universo humanos como
una ilusión, ficción o caverna dentro de otra. ¿Considera plausible esta
interpretación?
Respuesta: Son innumerables las obras que, en efecto, respaldarían esta
visión; en La luz nueva (2007),
apunté que el mito de la caverna es central en el imaginario contemporáneo. No
obstante, me parece entrever que esa imagen tecnológica del simulacro de
realidad está dejando paso, poco a poco, a otra metáfora, con raíz en los
Vedantas, usada por Shakespeare, formulada por Schopenhauer y recogida por
Nietzsche, entre muchos otros pensadores y artistas: la imagen hindú del Velo
de Maya, según la cual hay un engaño interpuesto entre nosotros y el mundo,
pero a fuerza de pensar podemos llegar a romperlo o a ver a su través. Marco
Aurelio lo formuló a su manera: “Las cosas están cubiertas, por decirlo así, de
un velo que hace que los principales filósofos las consideren incomprensibles,
y que incluso a los estoicos les resulten difíciles de comprender” (Meditaciones, V, 10). La diferencia con
el relato platónico es que el que sufre el ardid sabe que se le intenta engañar. Gran parte de la mejor narrativa
actual, de Coetzee a Pynchon, pasando por Juan Goytisolo o Margaret Atwood,
tiene que ver con la hiperconsciencia respecto a la construcción del relato, la
consideración del escritor como hermeneuta que descubre conspiraciones, la
escritura como representación parcial del mundo y la necesidad de trascender
los recursos para llegar a la realidad de las cosas. Gran parte de la narrativa
crítica española actual se inserta en esta visión, y, como escritor, intento
anclarme también en ella.
Pregunta: Esa misma explicación podría aplicarse a la utilización de la
Historia (por ejemplo, la Historia reciente de España) como argumento narrativo
o materia de ficción. ¿Existen límites a la expresión artística políticos y
éticos en ese uso? ¿Cuáles son?
Respuesta: He respondido a la pregunta anterior antes de leer ésta, y
creo que está parcialmente contestada en mi reflexión previa: si pensamos en
los casos de Elvira Navarro, Isaac Rosa, Belén Gopegui, Sara Mesa o Gonzalo
Torné, nos damos cuenta de que sus novelas suelen girar alrededor de cómo se
han construido los discursos históricos y la representación de las identidades
geográficas y políticas de nuestro país. No soy muy partidario de marcar
límites a la expresión artística, ya intentan otros ocuparse de ello. Prefiero
pensar que los discursos que traspasen ciertas fronteras acaban desactivándose
por sí solos: por desgracia, la literatura cada vez tiene menos calado social,
con lo que las tonterías puestas por escrito cobran cada vez menos importancia.
Pregunta: La consideración de la vida como marco ficcional de la obra (y
particularmente la vida del escritor, con sus registros fotográficos, sonoros,
vídeos, etc.), junto con los juegos intertextuales, reescrituras, copias,
plagios, etc., parecen desembocar en una literatura concebida como gran libro
de arena, una Obra única que contiene todas las obras, escritas y reescritas
por todos, con todas sus variables escritas y por escribir. Ante una noción
así, ¿dónde queda el autor? ¿su identidad se diluye hasta hacerse líquida? ¿o,
a pesar de ser uno más en la gran reescritura colectiva de La Obra, se exacerba
merced a una presencia hipertrofiada en fotografías, perfiles y comentarios de
redes sociales?
Respuesta: Quizá
habría que preguntarles a los autores que practican ese tipo de literatura,
entre los que no me cuento. Como partidario acérrimo de la imaginación y
defensor de la potencia estética y política de la fábula, creo que el escritor
debe preocuparse por la obra, y no por su persona dentro de la obra. Me temo
que cada vez somos menos lo que pensamos de este modo. Respecto a la identidad
del autor, es un tema muy complejo, al que he dedicado quince años de mi vida,
destinados en dos libros, La literatura
egódica y El sujeto boscoso, a
los que me remito.
Pregunta: La historiografía de la literatura española del siglo XX nos
habla de varios momentos álgidos en relación con el afán experimental (las
Vanguardias en los años veinte, el boom de experimentación de los sesenta, la
narrativa mutante del siglo XXI…). Pero naturalmente esos momentos han ido seguidos
de las voces críticas que se empeñan en denunciar, tras la apariencia de total innovación,
las irremediables conexiones con el pasado y la tradición. En relación con este
último boom de narrativa experimental, ¿qué función cumplen la tradición y el
canon de la literatura española? ¿Tiene todavía sentido, en el mundo global, el
concepto de literatura nacional o son ya otros los contextos de influencia? Es
más, ¿conserva en la actualidad el concepto de canon la misma vigencia que tuvo
en el pasado? O, por el contrario ¿este, al igual que supuestamente el autor,
se ha vuelto irremediablemente líquido e inasible?
Respuesta: La posmodernidad tuvo cosas buenas, pero ha legado también bastantes
ideas nocivas; entre estas últimas, la negativa a aceptar cualquier idea de
canon estético me parece de las peores en el campo de la teoría de las ideas.
En la introducción a La cuarta persona
del plural (2016) ya expuse que una idea abierta, plural, sociológica y
crítica de canon es indispensable si queremos seguir pensando que la teoría
literaria en general y la crítica en particular tienen algún sentido nuestros
días. El canon actual de libros clásicos, en muchos casos, se compone de obras
en su tiempo lucharon contra la tradición existente, con la intención de
superarla o, por lo menos, de ir más allá de sus planteamientos. Galdós era
literariamente mucho más avanzado y valiente que los numerosos imitadores de
Galdós. Creo el papel de la literatura nuestros días debe seguir parámetros de
actuación similares, de otro modo cae inmediatamente en el peligro de la
repetición y el eco involuntario -que es la peor forma posible de eco-.
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