Roque Larraquy, La comemadre. Logroño: Fulgencio Pimentel, 2022.
Roque Larraquy, La telepatía nacional. Logroño: Fulgencio Pimentel, 2021.
En un artículo de 2014 publicado en Letras Libres, disertaba Damián Tabarovsky sobre el panorama narrativo argentino, y apuntaba lo siguiente: “Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975) escribió La comemadre e Informe sobre ectoplasma animal, en el que, con gran sentido del humor, inventa una pseudociencia que desemboca en una crítica frontal al positivismo ambiente”. Esas líneas llamaron mi atención y cuando apareció en Turner La comemadre (2010) se convirtió para mí en un descubrimiento. Con posterioridad, la editorial Fulgencio Pimentel ha publicado en España La comemadre (2022) y La telepatía nacional (2021). Larraquy anda estos días por Madrid (martes 21 en Espacio Telefónica, miércoles 22 en Tipos Infames), y no deberían perdérselo, si tienen oportunidad.
El autor argentino tiene una particularidad que genera su mundo narrativo y que lo hace inconfundible: su obra muestra la indistinción entre tecnología y magia cuando una técnica da sus primeros pasos de forma errónea, y cómo la ciencia deviene pseudociencia en manos de cretinos. Si alguien visualiza mentalmente una idea científica peregrina y da los primeros pasos para materializarla, nos explica Larraquy, su comportamiento no es diferente del de cualquier esoterismo, pero viene respaldado por la presunción metodológica del rigor, lo que puede convertir cualquier ocurrencia disparatada en terror sistémico homologado con sello de calidad. ¿Registrar los sentimientos de una persona recién degollada, para que en sus restantes nueve segundos de vida cuente qué ve de la muerte? Ningún problema, se dicen los médicos de La comemadre (2010). ¿Hacer fotografías ectoplasmáticas y construir extraños enjambres de criaturas mezcladas con ellas, para unir muerte y vida en una forma simbólica? Vamos allá, se dicen los hauntólogos trans(animal)humanistas de Informe sobre ectoplasma animal (2015). ¿Construir en Buenos Aires un zoológico humano con tribus indígenas de todo el mundo, a mayor gloria de la nación? Enseguida, proponen los antropólogos aficionados de La telepatía nacional (2020).
Su cronología narrativa, anclada en los principios del XX, lanza sus consecuencias argumentales sobre el XXI y resulta perfecta para abordar esa mezcla de cientifismo y superchería, radicada en unos ideales tecnocientíficos que, por supuesto, tienen su trasunto político. Y ahí está una de las claves de la obra de Larraquy: su lectura de algunos males del aquí (ubicuo) y el ahora mediante un estratégico rodeo histórico. Como dice con su agudeza habitual Valeria de los Ríos sobre las dos primeras novelas de Larraquy, “se sitúan desde el presente y proyectan la lectura biopolítica sobre el pasado que ficcionalizan, dando cuenta de jerarquías y de la disponibilidad de los cuerpos para la vida y/o la muerte. El cuerpo, lo material, es lo que persiste e interrumpe el tiempo, siendo capaz de transformarlo, de allí su potencia fantasmal sobre las políticas del presente”. El ideal estético de Larraquy podría hallar su parangón en una fotografía donde veamos a la vez a la persona retratada, a sus antepasados y a su fantasma post-mortem, con los espectros nacionales al fondo.
Algunas virtudes literarias de Larraquy:
-Su habilidad para proporcionar gradualmente la información a quien lee sin tomarle por tonto, evitando el abuso de un narrador heterodiegético omnisciente, dejando que sean los diálogos entre los personajes, los narradores alternos, los epígrafes y algunos documentos añadidos —por lo común amenos informes paracientíficos— los que vayan situándonos en el mundo narrativo. Un arte discursivo, este de conducir con naturalidad al lector al mundo propio, más difícil de lograr de lo que pueda parecer en un primer momento.
-La perfecta adecuación entre la semántica y la estructura en sus novelas. Por ejemplo, el ensayista y crítico argentino Martín Cristal señaló que “se puede decir que La comemadre [...] existe como un cerebro: un órgano dividido en dos partes, una ligada a la investigación científica, y la otra, a la búsqueda artística [...] esos cruces también unen los dos hemisferios que integran la novela de Larraquy”. La elección de la(s) forma(s) en sus novelas es siempre la más adecuada a sus propósitos, parece imposible imaginar otra.
-Un fino sentido del humor, capaz de mezclar registros con precisión inaudita:
Un humor que también se maneja bien en el registro del ingenio y la irrisión: “La mayoría de los donantes maneja un vocabulario de no más de cien palabras, preposiciones y artículos incluidos, y bajo esas condiciones es difícil no incurrir en la poesía” (La comemadre).
-Agudas reflexiones sobre el lenguaje, el arte y sobre el arte del lenguaje, sabiamente espigadas entre fraseos esotéricos de tecnofantasías que delatan la estupidez estructural de quienes las columbran.
-La entrada a fierro en los mitos nacionales argentinos, con sus consiguientes hauntologías y espectros, mediante el escalpelo de la ficción.
-Su capacidad para construir mundos narrativos comunicados de formas distintas (por la trama, por reverberación, por telepatía psiconatural), cuya extricación requiere de la actitud activa e imaginativa de quien lee.
En resumen, un autor diferente, no clónico ni clonable, al que conviene seguir, porque su habilidad para acceder a nuestras mentes y adivinar qué nos gustaría leer sí es demostrable con sólidas evidencias.
[Relación con autor y editorial: ninguna.]
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