La enorme carga de trabajo que
tengo no me impide leer, pero sí me impide reseñar libros. La impartición de
clases y la redacción de artículos, capítulos de libro, conferencias y libros es
una vía de hablar de la obra de otras personas, por supuesto, pero echo de
menos la posibilidad de dedicar horas de lectura y escritura a un solo libro para
comentarlo aquí por lo menudo. Sé que es una fase pasajera y espero llegar de
nuevo a períodos en los que encuentre la tranquilidad antigua para reseñar libros,
y para elaborar pasadizos entre ellos o vincularlos con películas, edificios o
exposiciones. Hace unas semanas, al buscar una cita en el archivo de este blog,
llegué hasta esta entrada, que me genera más melancolía que asombro; añoro esos
años con contratos a tiempo parcial, penosos para tantas cosas, pero que me dejaban
tiempo para textos como este:
https://vicenteluismora.blogspot.com/2019/03/paseos-por-algunos-libros.html
Como digo, ya que no puedo
reseñar, podré al menos correr a buen ritmo entre algunos libros que he leído y
me han gustado. Por ejemplo, el ensayo de Mar García Puig, Esta cosa de tinieblas (Debate,
2025), un acercamiento al poder performativo de los lenguajes en nuestra
sociedad, estructurado a partir de tres elementos: la reflexión sobre la
presencia omnipresente de la metáfora en nuestro lenguaje común –la autora
sigue de cerca los razonamientos de Lakoff y Johnson–; la experiencia afectiva personal,
tratada de una forma íntima y no exhibicionista, que en felices ocasiones eleva
la entidad femenina a categoría, y la pervivencia en nuestro tiempo de espectralidades
de distinto signo que nos impiden liberarnos, pese a todos nuestros racionalismos,
de ciertos miedos atávicos. García Puig demuestra que “más que una forma de
hablar, la metáfora es una forma de vivir” (p. 21), y que pocos actos de habla
más performativos que una ruptura amorosa (p. 87). Una breve pero intensa
reflexión sobre la forma en que nos construimos desde el lenguaje.
Los cuentos de Rodrigo Blanco
Calderón recogidos en Venecos (Páginas de Espuma, 2025) muestran a
contados sorbos las virtudes del novelista hispano venezolano: su habilidad verbal
y compositiva, la sabia variación de narradores, la capacidad para observar los
comportamientos ajenos y darles vida y, sobre todo, esa plasticidad
característica de su prosa de recrear en pocas páginas no ambientes, sino
mundos completos, con su geografía, su lenguaje y su antropología, donde
paisaje y paisanaje se funden hasta ser uno. Hay relatos en Venecos de
distintas épocas y tonos, con la experiencia de la diáspora venezolana casi siempre
en el centro, y del mismo modo en que Blanco Calderón intenta reapropiarse de
lo que fuera un término algo despectivo (veneco) para trascenderlo, también persigue
en estos cuentos la recuperación de diversos espacios como lugares habitables,
ya sea desde la nostalgia o desde la mirada extraterritorial e incluyente.
El poeta mexicano Julio Trujillo,
tempranamente desaparecido, navega entre un tono reflexivo y otro grave en Detrás
de la ciudad y antes del cielo (Pre-Textos, 2025). Trufados de referencias
y homenajes, los versículos de Trujillo construyen un sujeto sensible e
intelectualizado, que diserta sobre diversas cuestiones a partir del territorio
de la ciudad, entendida como palimpsesto más que como hormiguero. El lenguaje
incorpora más capas sobre la urbe ya existente, que a su vez se vuelve una
metáfora sobre la complejidad interna que habitamos. Lo cual nos permite
asistir a algunos hallazgos: “Éramos otros hace cinco minutos, somos los mismos
que hace cinco milenios” (p. 15).
Aunque hablaré de ellos en otro
lugar, no quería terminar sin apuntar el curioso diálogo más psicosocial que generacional
que establecen entre sí Debajo del lenguaje solo hay niñas llorando (Hiperión,
2024), de Paula Escrig Peris, y San Sebastián de los Reyes (Ultramarinos,
2025), de Alejandra Arroyo. Una nueva sensibilidad urbana, con una mirada
descarnada y suave a la vez, puede apreciarse en estos dos libros, que cumplen –solo
en el aspecto temático, preciso– un papel similar al que en su momento
desempeñó Las afueras (1996), de Pablo García Casado. Quizá a la luz de
estos dos libros pueden releerse de distinta forma algunos poemarios españoles de
los últimos años, escritos por voces jóvenes, que intentan conjugar
precariedad, tradición cultural, desamparo y búsqueda insatisfecha de un amor
entendido ya sin ningún resquicio postromántico. Si el trabajo nos deja tiempo,
ahondaremos en ello.
Seismil, de Laura C. Vela (Editorial Niños gratis, 2025) es
un libro estremecedor, durísimo, pero permite asistir a un acontecimiento: cómo
alguien que no puede superar una atrocidad –porque no se puede, porque
es imposible–, es capaz, al menos, de hacer algo importante y valioso para ella:
recuperar la voz, construir el relato de una identidad habitable gracias a la
escritura, la edición y la fotografía, es decir, gracias a la cultura y su
inmenso poder performativo. Este de Laura C. Vela es uno de esos libros que nos
recuerdan que hay cosas infinitamente más importantes que la literatura.
En otro orden de cosas, escribió D’Alembert
en su entrada de la Enciclopedia dedicada a la conversación y la
discusión que “mucho mejor que una conversación que parezca un libro sería
intentar escribir un libro que suene como una conversación”.
Eso es lo que ha hecho Raquel F. Cobo en su sugestivo ensayo El arte de la
conversación literaria (Barlin Libros, 2025), un diálogo con cada uno de
sus lectores y también con voces antiguas y actuales, en aras de acercarse a la
literatura y la lectura de una forma conversacional, próxima, donde el rigor
intelectual no está reñido con la amenidad. Cobo aúna una serie de textos sobre
cuestiones generales relacionadas con la lectura con otra serie de ahondamientos
en escritores concretos, que enlaza con soltura y perspicacia: Duras le lleva a
Pizarnik, Pizarnik a Pavese, etc., como si la literatura mundial fuese –y lo es–
un hilo de continuidades. Curiosamente, el ensayo de Raquel F. Cobo termina con
una reflexión sobre la espectralidad femenina, sobre esos lugares literarios en
los que todavía “el cuerpo femenino es invisible” (p. 204), lo que nos lleva de
vuelta al ensayo de Mar García Puig. Y en la página 70 reflexiona sobre el
escaso tiempo que las tareas académicas nos dejan para la lectura realizada por
puro gusto, sin un fin práctico. Lo que nos devuelve al comienzo de este post.
Gracias por llegar hasta aquí y que
tengan buen fin de semana.