El pasado lunes presenté Construir lectores en la librería Letras Corsarias de Salamanca, y durante el turno de preguntas, a raíz de un comentario del poeta y profesor Luis Arturo Guichard, se me ocurrió esta idea -que expongo algo retocada, salvando las dudas y repeticiones habituales es en cualquier respuesta oral improvisada-:
La literatura, cierto tipo de literatura de calidad especialmente descarnada, produce en tu interior un tipo de marca imborrable. Una fisura o herida fundacional, porque sus páginas te hacen ver cosas que tú casi preferirías no haber visto, porque las has metido tú. Ante el texto escrito, levantas una imagen tridimensional en tu cabeza cuyo autor eres tú, en parte. El horror lo pone el libro, pero tú lo llevas aún más allá. El resultado es una experiencia que nada más que los libros pueden proporcionarte. Cuando contemplas una escena desagradable en el cine, o en televisión, puede que se te quede en la cabeza, pero la recibes de forma pasiva, y puedes defenderte éticamente, diciéndote: “eso no es mío, me han agredido”. En cambio, cuando estás leyendo un libro y algo te hace daño, parte de la culpa es tuya, y parte de lo que hay en ese dolor lo has puesto tú. Por ello, la marca es más profunda de la que puede causarte cualquier producto audiovisual. Y esa es la potencia de la literatura. Entonces, si consigues marcar, esperemos que para bien, a jóvenes lectores, y consigues hacerles ver que existen cierto tipo de sensaciones y, sobre todo, cierto género de autoconocimiento que solo van a tener mediante la lectura de libros, una vez que lo tienen ya no pueden renunciar a ello, porque ¿quién renuncia a conocerse mejor? ¿Cómo vas a renunciar al autoconocimiento, si tú lo que quieres es, sobre todo, conocerte a ti, saber quién eres? Cuando has descubierto que algunos libros te ponen contra la pared y sacan de ti cosas que tú ni siquiera sabías que tenías, ya no puedes renunciar a ello. Porque nunca vas a encontrar eso nunca en ningún otro sitio, ni en la familia, ni en los amigos; quizá solo, si vives el suficiente tiempo en pareja, esta puede confrontarte también con eso, pero en ningún otro lugar. Pero la ventaja con los libros es que puedes hacer eso cuando quieras, cada novela de Tolstoi o de Dostoievski, por poner dos casos especialmente claros, va a producirte ese efecto. En Crimen y castigo, es tu crimen potencial el que estás leyendo, enfrentándote a la posibilidad de haberlo cometido; en Los demonios de Dostoievski, los demonios son los tuyos, puestos a luchar contra los del ruso. Esa experiencia no tiene rival, no tiene competencia. Pero si tú nunca la has vivido, o no la has vivido un número suficiente de veces, no llegas a descubrirlo. También es cierto que hay personas a las que no le interesa ese autorreconocimiento, esa anagnórisis, y no es necesario que todo el mundo lea, no soy proselitista de la lectura hasta ese punto. Pero creo que hay muchísima gente que sería, no más feliz, sino más infeliz con motivos, si leyera. Y creo que eso no es poco.
Aquí está el vídeo de la sesión; la respuesta arriba transcrita comienza en 1:01:57:
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