lunes, 9 de julio de 2012

Afasia parlante



Diamela Eltit, Jamás el fuego nunca; Periférica, Cáceres, 2012




A esta época, como sabemos, le gustan los huesos. No todos los huesos, se aseguran de elegir bien, disputan y a veces se matan por esta elección: solamente los huesos que se pueden recubrir con un texto
Pierre Michon, Abades

En varias ocasiones he mencionado en este blog el nombre de la narradora chilena Diamela Eltit, a mi juicio uno de los grandes nombres de la narrativa en castellano, que sigue siendo aún bastante desconocida por los lectores españoles. La búsqueda en el ISBN no arroja mucha luz, por lo que es posible que Jamás el fuego nunca (Periférica) sea la primera novela publicada en nuestros lares de la fabulosa autora de Los trabajadores de la muerte. De hecho, para poder leerla tuve que comprar sus libros en Estados Unidos en ediciones latinoamericanas.

Pero nunca es tarde para internarse en el mundo fascinante y áspero de las historias de Eltit, y no se me ocurre mejor modo de comenzar viaje que esta magnífica novela, publicada en Chile en 2007 y ahora presentada en España, construida a través de la voz en primera persona de una mujer luchadora que masca su doliente paciencia en una crispación estructural, formalizada en una primera persona que a veces deviene segunda. La voz ha sobrevivido a la lucha ideológica contra la dictadura de Pinochet dentro de una célula comunista, a la prisión, a la pérdida de un hijo y a una relación de pareja que se sostiene sólo por la costumbre o por la lealtad debida a un pasado compartido de clandestinidad. A partir de estos marcos referenciales, el universo de Jamás el fuego nunca (el título es un verso de César Vallejo) presenta un durísimo y desangelado retrato de la vida de esta mujer sin nombre, que no ahorra la deshumanización habitual en las novelas de Eltit, una de las características por las que más conocida es su narrativa. Eltit va ahondando psicológicamente en las cosas y en las personas hasta que las deja en su estructura menor, en su esqueleto, en su chasis. En la dialogía entre lo carnal y lo óseo se establece, entiendo, una de las claves de la novela. Respecto al primer extremo, lo celular, el doble juego entre la célula como unidad mínima de lo vital y la célula política comunista ha sido bien visto por Mónica A. Ríos, quien escribía con acierto en su reseña a la edición chilena: “en esta novela, Eltit presenta una imagen ya conocida en su escritura: el cuerpo padece lo que la sociedad. Ese reelaboración –en negativo– de la metáfora organicista que los políticos del Iluminismo usaron para describir el comportamiento de los individuos en la sociedad moderna es trasladada aquí a partir de su unidad mínima: la célula, que vincula la unidad biológica de los cuerpos con la base de la jerarquía revolucionaria y el aislamiento moderno”. Algo explícito en la novela: “para asumir que estamos fundidos en la misma célula, en la célula que somos y que nos dispara ya hacia la crisis, una crisis celular o un deteriorado estado celular” (p. 81). Esta es una de las puertas de apertura de sentido, pero la otra es desde luego lo óseo, por no decir lo osificado. Para la narradora (y, me permiten la extrapolación, para toda la narrativa de Eltit), lo esencial de lo humano no está en lo celular (lo vital), sino en la osamenta, en la estructura medular de resistencia: “sí, un poder que había ofendido la única consistencia del cuerpo que, sabíamos, era primordialmente óseo” (p. 145). Eltit es consciente del dicho mallarmeano de que la carne es triste y a su juicio el consuelo no son tanto los libros como los huesos, la parte que dota de firmeza y estabilidad ese sujeto feble que somos y que sólo alcanza dignidad en cuanto (se) resiste.

Uno de los grandes aciertos de este libro es el tiempo fantasmal y ucrónico desde el que está narrado, como si la larga noche de piedra de la dictadura hubiese anulado el tiempo y lo hubiera vuelto eterno; por momentos la habitación donde conviven la protagonista y su pareja parece una Comala rulfiana llena de espectros del pasado, compañeros del viaje revolucionario devenidos símbolos de la decadencia y desaparición de una resistencia. José Antonio Rivera Soto ha relacionado este tiempo utópico con el tiempo histórico del materialismo dialéctico y ha esclarecido algunos puntos de relación entre la novela y la obra de Marx, que funciona a veces como hipotexto del monólogo de la protagonista[1].

Como vemos, hay numerosas capas de significación en esta novela soberbia y devastadora, cuyos temas son pasados por el rodillo de un lenguaje narrativo preciso, óseo, seco y despojado; un lenguaje afilado que lejos de decir menos dice todavía más del despojamiento emocional, ideológico, verbal y de esperanzas sufrido por una generación de izquierdistas chilenos. Frente a esa mostrenca realidad histórica, Jamás el fuego nunca “puede ser leída como el peregrinaje de una comunidad (…) des/amparada del lenguaje”, según dijo Julio Ortega sobre otra novela de Eltit, Mano de obra. En cierto lugar de la novela leemos: “es que ya no sentía mientras copiaba una a una las palabras que yo misma había seleccionado. De pronto empezaban a perder su propósito o sencillamente se alejaron de mi mano” (p. 73). La afasia como síntoma de la rendición ante el poder, como le sucede a Calibán en La tormenta de Shakespeare, que pierde su lengua en detrimento de la del usurpador, o “la renuncia silenciosa de Grillparzer y de Mörike a seguir trabajando (…) el callar sobre el callar por el sentimiento de empecatamiento, la culpa metafísica, o la culpa humana, culpa en la sociedad por indiferencia, por defecto. (…) En nuestro siglo me parece que esas caídas en el silencio, los motivos para ello y para el retorno desde el silencio, son de mayor importancia para la comprensión de las realizaciones lingüísticas que las preceden o siguen porque la situación se ha agudizado”[2]; sí, tenía y aún tiene razón Ingeborg Bachman: se han hecho más intensas que nunca las formas del silencio ante el poder, frente a las cuales se levanta, arisca y atronadora, esta novela brutal. Jamás el fuego nunca politiza y hace estruendoso el silencio social culpable, interiorizado y comunal a la vez, simbolizado en una habitación marital osificada, poblada de muertos, donde las frases han perdido el afecto y la emoción y el único discurso con sentido es el de los ralos números con que la protagoniza retrata su pobreza cotidiana. Estamos ante una obra monumental de obligada lectura porque a nadie puede dejar indiferente ni el dolor colectivo que narra ni la excelsa forma con que está contado.


[Relación con autora y editorial: ninguna]


[1] José Antonio Rivera Soto, “La muerte del tiempo utópico en Jamás el fuego nunca de Diamela Eltit”, Analecta literaria, n. 39, II. Sem, 2009.
[2] Ingeborg Bachmann, Problemas de la literatura contemporánea; Tecnos, Madrid, 1990, p. 8.

domingo, 24 de junio de 2012

Fragmento Dijon

Transcribo una parte de la conferencia impartida en el marco del II Congreso Internacional de la Red de Investigación sobre Metaficción en el Ámbito Hispánico (Université de Borgoña; Faculté de Langue et Communication; Maison des Sciences de l’Homme de Dijon)



Cambio de vida: ser otro. La vida doble en las redes

El nuevo historiador no será humano.
J. P. Zooey, Sol artificial

A continuación vamos a ahondar en el estatuto digital de la imagen privada y en las consecuencias para la identidad, para luego recalar en sus consecuencias autoriales.

El reconocimiento social es una parte del proceso constructivo de la identidad muy importante, y desde el primer momento constituye, como apunta Honneth, no una libertad –como podría pensarse, en el sentido de fundar un espacio político de influencia– sino todo lo contrario, una limitación: “una persona o un grupo es reconocido mediante la aplicación de determinaciones de cualidades o atribuciones de identidad que son experimentadas por las personas o los miembros del grupo como restricción del espacio de juego de su autonomía”[1]. Internet, como exponíamos en Pangea y El lectoespectador, ha terminado con esa identidad cercenada, plantea el reconocimiento en la forma berkeleyana del esse est percipi y propone una posibilidad infinita de recomenzar el juego identitario y de reinventarse desde la otredad digital (seudónimos o avatares) o desde la notredad digital (anonimato). Desde ese punto de vista el ciberespacio aparece como un campo de juegos identitario aunque el juego, en estos temas, suele ser bastante en serio:

En estos tiempos el hombre disuelve su identidad de barro en fluidos perfiles informáticos. Deshace su único nombre en múltiples nicks. Su sexualidad deviene en identificación provisoria con emoticones mutantes. Y cuando el punto G se pulsa en un joystick, en la pantalla explota extasiado un ser que no es ni hombre ni mujer. El retrato estable se disgrega en granos de Photoshop hasta ser otro, y luego otro, en constante devenir.[2]

El estatuto digital, por su volatilidad, por el hecho de estar sometido a la dictadura de lo nuevo y estar marcado por la dificultad de concitar la atención debido a la vastedad de la oferta, necesita ser continuamente renovado. Uno debe actualizarse, contarse mediante updates o actualizaciones de su estado. Como ha explicado Raúl Minchinela, “la narración mediante updates no es sólo una nueva herramienta literaria: es un indicador de nuestro tiempo; el arma que enarbolamos como la modernidad mientras simultáneamente nos borra el pasado inmediato. Convertir tu vida en titulares te aplica el conocido adagio sobre los diarios: no hay un periódico más viejo que el de ayer. Nos estamos quedando sin historias. Eso cabe en un update[3].

Erving Goffman describió tempranamente en Presentation of Self in Every Day Life (1959), los procesos performativos por los que nos presentamos en público y nos singularizamos identitariamente. A su juicio, el modo de re-presentarnos es muy similar a lo que sucede en la representación teatral: “whatever it is that generates the human want for social contact and for companionship, the effect seems to take two forms: a need for an audience before to try out our vaunted selves, and a need for teammates with whom to enter into collusive intimacies and backstage relaxation”[4]. Interpretación de un papel + interacción personal relajada, estos parecen ser también los resortes que mueven la comunicación en las redes sociales. De hecho, hay incluso aplicaciones informáticas que permiten la creación de una película del yo (http://www.timelinemoviemaker.com/) y de un museo de mí partiendo de la información volcada en Facebook. En la descripción del programa The Museum of Me (http://www.intel.com/museumofme/r/index.htm), se lee: “Esta exposición es un viaje de visualización que explora quién soy”. La impresión que intenta generarse en el internauta / consumidor es que tu vida no sólo es novelable, como decían los antiguos, sino que también es rodable, convertible en espectáculo cinematográfico, y que es digna de guardarse en un museo, como formas santificadoras máximas del egocentrismo de archivo.

El aspecto de la comunicación con los demás apuntado por Goffman, incluso íntima, es más importante de lo que parece. Ya en los primeros tiempos de Internet, Howard Rheingold declaraba que la red “será asimismo un lugar en el que las personas frecuentemente terminen por revelarse a sí mismos de una forma más íntima que aquella a la que les invitan a hacer otras sin la intermediación de pantallas y seudónimos”[5]. Y así parece ser, recordemos el estudio antes citado de Lanchester sobre los blogs y la descarada exhibición de intimidades que caracteriza la parte menos literaria y más relacionada con el diario íntimo de la blogosfera. El resultado de esta intimidad devenida exterioridad o extimidad (Paula Sibilia) es la gestión de la subjetividad propia como si el individuo fuese un Estado y las redes sociales el lugar de la gestión de sus foreign affairs. En este sentido, el poeta e investigador Juan Andrés García Román escribió en Facebook una reflexión crítica con notable carga de profundidad: “curioso que muchos particulares emitan comunicados en plan: mis condolencias para... o expreso mi malestar por... de repente todo el mundo es alto comisionado de las naciones unidas por un minuto, ministros de exteriores de sí mismos”[6]. Un mal uso de las redes sociales puede potenciar, por lo tanto, la hipertrofia de la personalidad. Estudiando el arte digital, Juan Martín Prada ha aportado el concepto de “egología”; a su juicio,

Se trata de reclamar una democratización de las posibilidades del yo expresivo, de la subjetividad que se hace pública, que se muestra y exhibe, como catalizadora de otras muchas voces interiores que se animarán a seguir ese ejercicio de un yo, dando palabra pública a la conciencia personal que se expresa y se investiga, que se ensaya en la escritura, en la colección e interrelación de cosas y aspectos que le interesan. (…) Propuestas las del “blog art” que no dejarán tampoco de plantear intensos cuestionamientos acerca de si el mundo es, como muchos blogs parecen mostrar, en su extrema intensificación de la presencia de un ego, correlato de aquello que “percibo yo”, “siento yo”, “creo yo”. [7]

La sublimación de ese narcisismo electrónico tiene que ver no sólo con la exposición exhibidora de las dudosas bondades del yo, sino también con un inflado del ego en aras de una mayor influencia en los demás, sea con finalidad crematística o sentimental, como decíamos antes. Es decir, todas estas formas avatáricas de identidad trabajan lo que la pensadora María Rodríguez Magda ha denominado el márketing existencial[8] o se amparan en lo que Paula Drenkard ha denominado “espectacularización de la propia vida”[9]. Algo de lo que los autores son conscientes, como demuestra este explícito texto de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza:

En su lugar se ha configurado el homo technologicus: un ser post-humano que habita los espacios físicos y virtuales de las sociedades informáticas para quien el yo no es ni secreto ni una hondura ni mucho menos una interioridad, sino, por el contrario, una forma de visibilidad. Conectado a digitalidades diversas, el technologicus escribe esa vida que sólo existe para que aparezca inscrita en fragmentos de circulación constante. Una extraña pero sugerente combinación entre el culto a la personalidad y una noción alterdirigida del yo dentro de un régimen de visibilidad total ha provocado que miles de seres post-humanos se lancen raudos y veloces a transmitir mensajes escritos sobre lo que les acontece en ese justo y pompéyico instante.[10]


[1] Y continúa: “Esto significa que un reconocimiento normalizante no puede motivar el desarrollo de una imagen de sí mismo positiva que conduzca a una asunción voluntaria de tareas y privaciones decididas por otros”; Axel Honneth, “El reconocimiento como ideología”, Isegoría nº 35, julio-diciembre 2006 [pp. 129-150], pp. 141-42.
[2] J. P. Zooey, Sol artificial; Paradiso, Buenos Aires, 2009, pp. 42-43.
[3] Raúl Minchinela, “Las actualizaciones y el sacrificio de las historias”, La Vanguardia, 16/12/2009.
[4] Erving Goffman Presentation of Self in Every Day Life; Doubleday, New York, 1959, p. 206.
[5] Howard Rheingold, The virtual community: homesteading on the electronic frontier; HarperCollins, New York, 1994, p. 27.
[6] Juan Andrés García Román en su muro de Facebook, 13/08/2011.
[7] J. Martín Prada, “La ‘web 2.0’ como nuevo contexto para las prácticas artísticas”, en VV.AA., Inclusiva-net #1. Nuevas dinámicas artísticas en modo web; Media Lab Prado, Madrid, 2007, pp. 18ss.
[8] R. M. Rodríguez Magda, La transmodernidad; Anthropos, Barcelona, 2004, p. 153.
[9] “Desde un planteo atravesado por el discurso psicoanalítico, retomando también el mito de Narciso, uno de los síntomas que se suman a la descorporeización y a la anteriormente mencionada “dispersión del yo” en distintos roles -vía las pantallas y el mundo digital- es la espectacularización de la propia vida, la exhibición de las máscaras mediante imágenes luminiscentes y planas, y al mismo tiempo el goce de ver y verse en esa reproducción. Estamos planteando no sólo el fenómeno del voyeurismo sino una repetición -como vuelta atrás, hacia adelante- de la etapa especular de la constitución subjetiva que S. Freud (…) llamó narcisismo primario y J. Lacan (…) estadio del espejo, en la que los sujetos quedan “pegados” a la imagen del espejo-imago-”; Paula Drenkard, “El cuerpo estallado o el espejo roto”, en Sandra Valdettaro (coor.), Mcluhan: plieges, trazos y escrituras-post; Universidad Nacional de Rosario Editora, Rosario, 2011, pp. 97-98. http://es.scribd.com/doc/76789612/eBook-McLuhan-Pliegues-Trazos-y-Escrituras-post-2
[10] Cristina Rivera Garza, “El escritor en Ciberia”, El País, 19/11/2011, http://www.elpais.com/articulo/portada/escritor/Ciberia/elpepuculbab/20111119elpbabpor_3/Tes. “Y sin embargo la identidad regresa aún en su versión mediatizada. Los roles y los códigos de conducta no desaparecen sino que se adaptan a las circunstancias. La identidad, esa enfermedad del nombre, no desaparece con la aparición de los metamedia, sino que se flexibiliza: las redes sociales explicitan como, lejos de ser una mónada autosuficiente, el individuo es un campo de fuerzas modulado específicamente por los otros”; Ernesto Castro Córdoba, “Mallas de protección. La codificación del yo en la Era Comunicativa”, en VVAA. Redacciones; Caslon, Valladolid, 2011, p. 38.
 

domingo, 3 de junio de 2012

La línea ballardiana y otras hierbas




La línea ballardiana

Sergi de Diego Mas, E-mails para Roland Emmerich; Honolulu Books, Barcelona, 2012
Rubén Martín, Radiografía del temblor; Renacimiento, Sevilla, 2007.
Raúl Quinto, Ruido blanco; La bella Varsovia, Córdoba, 2012

Hay ruido
demasiado ruido
Javier Moreno, Cadenas de búsqueda

Pero donde hay asombro, hay esperanza.
Rubén Martín, Radiografía del temblor

¿No es este el tiempo de la razón ardiente?
Guillaume Apollinaire

Aunque muchos somos los ballardianos, es extraño ver huellas del visionario inglés en textos actuales, aunque sí parecen rastreables en los casos de Rubén Martín (Granada, 1980), Luis Gámez (Córdoba, 1981), Raúl Quinto (Cartagena, 1978) y Sergi de Diego Mas (Barcelona, 1975), que como puede comprobarse tienen una edad muy similar. Aunque todos ellos tienen presente al autor británico en sus trabajos, es Sergi de Diego Mas quien lleva a cabo en su poemario E-mails para Roland Emmerich (2012) un homenaje en toda regla. Numerosas influencias son rastreables en este primer poemario (de David Foster Wallace a David Lynch, de las letras de Sonic Youth al cine de Tarkovski), pero la ballardiana destaca sobre todas: si Ballard habla de “ese elaborado holograma llamado realidad”[1], S. de Diego Mas completa diciendo que “la única realidad es que ya todo es ficticio” (ERE, p. 69), y cita también hologramas, como luego veremos. Simulacro referencial, sexo degradado, residuos de la era tecnológica y poesía devastada se encuentran remezclados en un primer libro prometedor y diferente.


Rubén Martín, en Radiografía del temblor (2007) y Raúl Quinto en Ruido blanco (2012) llevan a cabo lo que podría entenderse como un diálogo directo, que por la línea ballardiana encuentra un tercer interlocutor en de Diego Mas. Entre los tres poemarios se ven algunos puntos de contacto: la desconfianza hacia la ciudad como núcleo humano afectivo y acogedor; la denuncia de la videovigilancia y la deshumanización técnica, y la conversión socioeconómica de los seres humanos y sus cuerpos en máquinas productivas: “el alma es un parásito en la maquinaria perfecta del cuerpo” (RQ, Ruido blanco, p. 33); “en el parque hay hologramas en blanco / y negro jugando al baloncesto” (SDM, ERE, p. 23) “somos máquinas que duermen su temor a sí mismas” (RM, Radiografía del temblor, p. 29). Utilizan un ambiente descriptivo donde el tono visionario o la razón ardiente mencionada por Apollinaire se imponen como ejes discursivos. Además se advierte un generalizado uso de la terminología quirúrgica, la imagen de las ondas de radio (“tranmisiones de radio: una señal / emite todas las frecuencias”, RQ, RB, p. 11; “una emisora perdida / retransmite lo que somos / en el limbo de las interferencias”; RM, RT, p. 40), de las estrellas muertas aún visibles (SDM, ERE, p. 58; RQ, RB, p. 43); y de los límites entendidos como cicatrices y las cicatrices como límites. A lo anterior hay que sumar los denominadores comunes del tono apocalíptico, la imagen violenta, la estética televisiva, la omnipresencia de residuos técnicos y de basura, así como la semántica de la radiación nuclear, estilemas todos marcadamente presentes en la obra de Ballard y casi señas de identidad de su narrativa.

Teniendo en cuenta la potencia simbólica de la obra ballardiana, cuya recepción en la literatura en castellano (pienso en Rodrigo Fresán, Javier Fernández[2] o Javier Calvo[3], por ejemplo, además de en los autores citados) aún está por estudiar, entiendo que esta línea ballardiana de la poesía española representa en la lírica, con notable acierto, la parte más negra y desesperanzada de nuestra realidad actual, los excesos de la tecnología y el sistema de consumo y la angustiosa sensación terminal y de fin de época que nos rodea.




Carlo Padial  
Erasmus, orgasmus y otros problemas; Libros del Silencio, Barcelona, 2012

No pude tener acceso a Dinero gratis, el primer libro de Carlo Padial (Barcelona, 1977), pero voces autorizadas me hicieron saber que era un debut notable. En Erasmus, orgasmus y otros problemas, su primera novela, Padial demuestra tener varias dotes infrecuentes: un sentido del humor polifacético y hondo que podría emparentarle con una escogida tradición de estilistas de la mofa (Mihura, Jardiel Poncela); una fina capacidad de análisis social y de observación caracteriológica, e inteligencia para encarnar ideas y ponerlas a chocar unas con otras en situaciones descacharrantes. Padial es algo más que un humorista y el acertado capítulo final del libro, un monólogo balbucido por un desharrapado que abandonó su vida pequeñoburguesa, le sirve para distanciarse de su facilidad para la broma y demostrar que, ante todo, es un escritor culto, dotado y consciente. Su ironía y corrosión no están puestos de forma simple al servicio de una retranca avasalladora (que tiene algunos clímax desopilantes, como la relación entre la orgasmática Karla y el “poeta español contemporáneo”), sino que tiene un trasfondo ético, moral: la descripción del cul de sac de la sociedad europea en general y española en particular, perfectamente simbolizada a través de la inteligente relación que teje Padial entre la idea de Europa y las angustias sexuales de los protagonistas. Europa como trauma sexual: una idea bergmaniana que emparenta a Padial más con el humor exquisito de un Chesterton que con las bromas tipo club de la comedia con que algunos, inexplicablemente, le emparentan. El humor español está alcanzando gracias a nuevas voces como Miguel Noguera o Carlo Padial unas saludables cotas de excelencia y complejidad, capaces de dejarnos desnudos ante la realidad brutal y frustrante en la que nos hemos ido introduciendo sin ser del todo conscientes –o sí–. Padial es el narrador que con más convicción e inteligencia está contando el Despertar del Sueño Europeo en el que hemos vivido hasta ahora. Leánle, disfruten de su agudeza, despierten del ensueño al menos con una sonrisa.






Mario Crespo
Biblioteca Nacional; Eutelequia, Madrid, 2012.

Biblioteca Nacional es un libro atractivo para los amantes de los estudios de campo literario, en la línea de Pierre Bordieu. Es curioso cómo en esta novela Mario Crespo intenta desundergroundear el underground español, tejiendo sagaces relaciones de campo: la introducción de Vila-Matas y Jorge Carrión como personajes de la trama, por ejemplo, o solicitando a Eloy Fernández Porta un texto para contraportada. De esta forma se busca legitimación para que su propia literatura y la de algunos sus amigos llegue al centro del mundo literario en igualdad de condiciones. Este es uno de los aspectos más curiosos de esta novela, centrada en el tema del doble y con un exceso de meta-referencias que a veces lastra, por el juego autoficcional, la resolución literaria. Crespo narra bien, pero quizá sería deseable más ambición compositiva y estilística. A su favor, la creación efectiva de personajes y la ambientación de escenas, que hacen el libro legible y creíble, lo que no es poco teniendo en cuenta que Biblioteca Nacional es una extraña especie de realismo fantástico o con pinceladas de literatura fantástica.




Bruno Galindo
El público; Lengua de Trapo, Madrid, 2011

Meritoria esta novela de Bruno Galindo, donde el autor demuestra que sabe narrar y que posee unas dotes poco comunes para la observación sociológica. La historia es interesante aunque peca de aquello que busca denunciar: la sobreabundancia de elementos “brillantes”, que conforman su novela como un objeto de consumo de lujo. Los guiños posmodernos, el cuidado diseño, la fría y brutal autoconsciencia con que la obra está escrita son piezas de relumbrón que tejen un collar suntuoso junto a hallazgos de lenguaje y de descripción colectiva. Un ajuar esplendente que acaso deslumbra más que cautiva. Dejando de lado esta inquietante contradicción, El público es una novela notable, bien escrita y construida (quizá demasiado construida, hubiera sido deseable que los engranajes de la ficción permaneciesen más invisibles), con caracteres reconocibles pero nunca estereotipados, que será más que útil en el futuro para entender la sociedad de principios del siglo 21. Muy recomendable por su mirada fresca y diferente y por su voltaje discursivo.



Lina Meruane
Las infantas (Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2010)
Sangre en el ojo (Caballo de Troya, Madrid, 2012)

Dos de las narradoras en castellano que más me gustan son chilenas; una es la enorme Diamela Eltit; la otra es una de sus sucesoras naturales, Lina Meruane. He leído con bastante retraso Las infantas (Eterna Cadencia, 2010, publicada en Chile en 1998), que me ha interesado mucho por su hibridez genérica, su visión enfermiza y degradada de la sexualidad y su cuidada escritura en carne viva. Aunque está presentada como un conjunto de cuentos, por el tono común y la presencia repetida de las dos hermanas lúbricas e incestuosas puede ser entendida también como una novela “rota”, sincopada, que resiste una lectura desde las narrativas oposicionales de Ross Chambers, en cuanto re-cuento alternativo de viejas historias y mitos avistados desde una feminidad muy diferente a la tradicional. Algunas de sus partes son soberbias.

Sangre en el ojo es una autoficción dura, con momentos devastadores, donde la presencia de Eltit es más perceptible. Pero a diferencia de la clásica deshumanización que se ha apuntado como característica de Eltit, Meruane rehumaniza el dolor y dota de sentimentalidad al cuadro clínico presentado (una tremenda dolencia ocular), hasta rescribir desde la afectividad una vida entera a través del sufrimiento. Supongo que esta imagen habrá sido usada hasta la saciedad para este libro, pero la ceguera puntual de Meruane le obliga a ver, a verse, de un modo mucho más minucioso y completo, sub aespecie universalis, revisando cuidadosamente su realidad desde todos los ángulos y bajo diversas lentes, percibiendo con todo el cuerpo. Sangre en el ojo es una novela spinoziana, de pulidora no ya de lentes sino de retinas, con una habilidad asombrosa para unir extremos y objetos y sentimientos aparentemente lejanos dentro del mismo relato. He aquí un párrafo magistral donde describe su sensación ante el Palacio de la Moneda, el lugar donde fue abatido Allende: “le dije también que estaba pensando en las esquirlas del golpe, tantas esquirlas carcomiendo el hormigón con su ácido. Y pensé también, pero esto ya no se lo dije, que esos muros lo habían presenciado todo pero estaban ahora vendados por una gruesa capa de hollín que se desprendía, apenas, cada muchos años, durante los terremotos” (p. 77). Esta obra está llena de hallazgos como éste. Es una joya consistente, hecha de sangre y vísceras como un ojo, pero que como un ojo nos ayuda a mirar. 


[Relación del crítico con todos los autores reseñados: ninguna o mera correspondencia sobre sus libros. Relación con las editoriales: ninguna]


[1] J. G. Ballard, Fiebre de guerra; Berenice, Córdoba, 2008, p. 151.
[2] Javier Fernández (Córdoba, 1972), no sólo muestra influencias de la obra ballardiana en Cero absoluto (2005), sino que además ha sido editor y traductor del narrador británico.
[3] Manuel Vilas y Albert Fernández han visto el legado ballardiano en el escritor barcelonés; confróntense http://manuelvilas.blogspot.com/2008/11/el-texto-de-javier-calvo-en-odio.html y http://www.go-mag.com/es/cultura/libros/javier-calvo_r2457/.

viernes, 11 de mayo de 2012

Loros, logos y coros. Objetividad narrativa en La Saga / Fuga de J.B.




Loros, logos y coros. Objetividad narrativa en La Saga / Fuga de J.B.


Previa: objetividad y narración

Decía José-Carlos Mainer en su ensayo La escritura desatada que “no hay palabras que den la objetividad absoluta a una representación” (2000:168). Siendo esto exacto con carácter general, también es cierto que hay maneras narrativas que se aproximan mucho a una presentación distanciada de los hechos en una narración o, si se quiere, a una presentación con la menor dosis de subjetividad posible. En estos casos no es que la objetividad sea absoluta, pero desde luego la subjetividad es mínima. Son varias las posibilidades de aumentar esa objetividad en la narrativa; una de las más conocidas es la focalización externa, “una técnica muy vinculada al modo cinematográfico, asumiendo la literatura del cine esa capacidad de representación pura, objetivista, donde se niega la introspección y la evaluación subjetiva, en una forma próxima también al relato periodístico de noticias” (Vallés 2008:215). Otras, más habituales, serían la heterodiegesis genettiana, las narrativas de ojo de cámara y las técnicas dialogadas descritas por Stanzel (Fludernik 2009:96) la utilización de la tercera persona en la elocución (Provencio 1993:122), así como el narrador ausente o impersonal (R. de la Flor y Pujals 1995:11; Vallés 2008:225) y en general cualquier modo narrativo que espante al narrador omnisciente (limitado o no) y/o autodiegético de la narración.

Hay otras tres formas de objetivación menos utilizadas pero que, curiosamente, sustentan buena parte de los propósitos narrativos de Gonzalo Torrente Ballester en La saga / fuga de J. B. (1972), novela considerada como una de las cimas técnicas de la narrativa española de finales del siglo XX, por su complejidad y variedad de recursos estilísticos. Estas tres formas de objetivación serían la cosificación, la incomunicabilidad y la animalización. Luego volveremos sobre ellas, examinando sus distintas apariciones en el texto, pero deberíamos enfatizar antes hasta qué punto la novelística de Torrente Ballester tiene, de forma característica, el virtuosismo técnico y la variedad de recursos expresivos como grandes señas de identidad. Ángel Loureiro ha explicado que si bien la terminología narratológica propuesta por Gerard Genette tiene gran interés para examinar esta novela del autor gallego, sus límites teóricos quedan desbordados, entre otras razones porque las voces narrativas “no presentan menos heterogeneidad” que las narraciones intercaladas; de hecho, amén de los personajes heterodiegéticos y homodiegéticos (Bastida como principal, como autodiegético en buena parte de la obra), además hay que contar “desde anónimos autores de códigos medievales hasta un loro” (Loureiro 1990:75); amén de voces seudónimas, metamórficas y de “narradores complementarios” (Gil González 2003:64). El tejido de voces, perspectivas y polifonía de la novela tiene pocos parangones no sólo en la literatura de la época, sino también en la posterior y anterior. El lector asiste maravillado a una amplia e imaginativa panoplia de recursos narrativos que hacen que la larga novela parezca mucho más breve de lo que realmente es, convirtiéndose en un prodigio de maestría narrativa. Como se ha dicho, para resumir la importancia de esta novela dentro de la obra de su autor y de la novelística española de finales del XX, La saga/fuga de J.B. en cualquier caso, supone la decantación de ese Torrente mayor, en la plenitud de sus facultades creativas, en la que se concitarán las características más propias de esa época central y de madurez de su narrativa: el humor, el torrente verbal, el dominio técnico y expresivo y la complejidad estructural, la subversión del realismo por lo maravilloso, la parodia, la sátira, el experimentalismo, la problematización de la identidad, el mito, el erotismo, el tratamiento de la historia, la religión, el arte o la propia literatura” (Gil González y Becerra 2010). Pasamos por tanto a examinar los tres procedimientos de objetivación más destacables en la novela de Torrente Ballester.



1) La cosificación. Hablar con labios inmóviles

El caso era encontrar una clave que me permitiera entender cualquiera de los sistemas e identificar a aquellos sujetos
G. Torrente Ballester, La saga / fuga de J. B.

El primer procedimiento sería la objetivación narrativa por cosificación, dejando la voz narrativa a las cosas, como cuando se dice: “en las estrellas se guarda la clave de los secretos y están cifrados los destinos” (Torrente 1998: 462, en adelante citaremos por esta edición), reconociendo la posibilidad de una escritura y de una lectura no humanas. Es obvio que esta licencia de Torrente Ballester está relacionada con su voluntad de huir de un realismo chato y alicorto, que ya le hacía reflexionar en Los cuadernos de un vate vago que diluir una ciudad en la niebla “sería demasiada coña, una cosa así, en una novela realista” (1982:82); más tarde no sólo disolverá la urbe, sino que se atreverá a hacer volar a Castroforte, llegado el caso. Para Torrente la libertad narrativa es un desiderátum, pero paradójicamente puede conjugarse ese libertinaje narrativo con la existencia de textos prescritos y pre-escritos, aquellos que desde su dictum estático arrojan mensajes a las siguientes generaciones.  Esta técnica es especialmente visible en el capítulo II de La saga / fuga, sobre todo dentro del largo apartado “¡Guárdate de los Idus de marzo!”. En este capítulo los relieves de los coros y de los capiteles de los templos de Castroforte, los remates de las gárgolas, los parteluces de la Capilla de Santiago, ofrecen con su imaginería pétrea historias y narraciones congeladas que son descifrados gracias a la hermenéutica de Perfecto Reboiras o de José Bastida. Según el primero, “el arquitecto y escultor (…) que había o habían edificado la Colegiata y dejado en ella todo un libro de signos, símbolos y alegorías para que las leyera quien pudiera o supiese, dejaron o dejó convenientemente profetizado el episodio” (p. 388). Relieves de pájaros y peces (es frecuente en la novela la visión de los pájaros como mensajeros o Hermes alados) son interpretados para resolver el episodio de los estorninos y las lampreas, sobre el que luego volveremos. En otro coro pétreo, una escena esculpida aparentemente baladí y decorativa resulta ser “una representación de los siete planetas conjuntados” que alienta una nueva interpretación de los gestos que debe ejecutar el próximo J.B. (p. 389). Bastida, por su parte, no cesa de encontrar retratos de coetáneos en los rostros de los relieves de la Colegiata (p. 385-86), a veces en actitudes deshonrosas que explican o simbolizan sus actos presentes, aunque las esculturas resulten ser muy antiguas. Pero en el capítulo I ya habíamos tenido antecedentes del mismo comportamiento: don Perfecto Reboiras se dedica a la Mántica (“o adivinación por señales”, p. 210), y, en consecuencia, declara sin rubor: “yo he aprendido a leer los signos del Universo y los jeroglíficos de las catedrales, que me convencen de que la palabra existe. Más aún, de su necesidad urgente” (p. 207). El resultado es que se dedica a intentar escudriñar las señales que anuncian la llegada del nuevo J.B. en los lugares más insospechados, un comportamiento similar al de otros personajes exégetas, que operan por diversas vías. Los personajes de La saga / fuga, por tanto, observan las figuras de los edificios y extraen lección de ellas, les añaden sentido, las convierten en símbolos, leyendo y descifrando significados en una hermenéutica socio-histórica del relato detenido en piedra. Escribe Gadamer, pensando sobre cómo leer un edificio, que “la lectura me parece, de hecho, un prototipo de la exigencia que se le hace a cualquier contemplación de obras de arte, precisamente también de obras de artes plásticas (…) interpretar no es otra cosa que leer” (1998:144). Torrente y sus personajes no cesan de leer para entender y descifrar el mundo; en otros momentos de la novela, elementos inanimados como un cañonazo (p. 120), la distribución de los lunares en el cuerpo de Lilaila Souto (cuya interpretación planetaria es discutida por los protagonistas en la página 404), o el color de la niebla (p. 214) también pueden hacer las veces de símbolos o presagios y son definidos como tales[1].

En este sentido, La saga / fuga de J. B. puede entenderse como una novela hermenéutica, que tiene al hecho mismo de la exégesis como uno de sus leitmotiv. Uno de los momentos en que esto resulta más claro es cuando Torrente Ballester reproduce los delirantes intentos paracientíficos de explicar “racionalmente” los vericuetos insondables del ser humano e interpretarlos; varias veces se oponen razón y vida y la ciencia a la magia como modelos explicadores: así sucede en el hilarante “esquema de componentes de la personalidad humana” descrito en las páginas 126 y siguientes, o en el episodio de la resurrección de la carne, cuando el canónigo Balseyro consigue despertar los pudendos restos del capitán Barallobre (p. 530). Los códigos hermenéuticos de anclaje esotérico quedan al descubierto mediante la navaja de Ockham empuñada por Torrente, que siempre prefiere la explicación más simple, mientras que sus personajes se inclinan, jocosa  e indefectiblemente, por la más abstrusa y complicada.


2) Incomunicabilidad: logias y logos

El segundo procedimiento de objetivación sería la persecución de un idioma incomunicable, aquel cuyo sentido es deliberadamente apartado del giro o tráfico normal de la inteligibilidad común[2]. En la novela la idea de un lenguaje sólo para iniciados parece ya como consustancial a la Logia jotabesca, aquella consagrada al descubrimiento de quién será el próximo J. B., ya que la tía Celinda tenía el “convencimiento de que la Logia necesitaba un lenguaje propio (me recuerda esta manía o esta preocupación suya la de don Prudencio Pedrosa, que, en el Lazareto, se entretenía en la invención de un idioma para uso de los reclusos; un idioma que nos permitiera comunicarnos delante de los guardianes sin que ellos los entendiesen” (p. 106). Mucho más adelante, José Bastida comunica a Barallobre que estuvo a punto de ser ajusticiado a causa de escribir en el 36 un poema al Frente Popular. “Después, cuando me metieron en la cárcel, el dichoso soneto para cualquier ocasión fue decisivo como cargo (…) En la cárcel, a pesar de lo mal que estaba, podíamos contemplar unos preciosos atardeceres, y usted debe saber lo que ayuda a pensar un buen conjunto de nubes y colores. Decidí que, en lo sucesivo, escribiría mis versos en un alfabeto con clave, pero lo pensé mejor y, como tenía mucho tiempo libre, inventé un idioma.” “¿Y no le da pena que su poesía no la pueda leer nadie?” “Eso es precisamente lo que busco” (p. 391). Gil González y Becerra han visto en esta lengua inventada un “recuerdo del trampitán de Juan de la Coba” (2010), el poeta gallego cuya búsqueda de la palabra justa en un idioma sin sentido (similar al del poema “Jabberwocky” de Lewis Carroll), ha sido recordada por autores como Eduardo Berti, Carlos Casares o José María Merino en sus Leyendas españolas de todos los tiempos (2000).

José Bastida tiene numerosas funciones en la novela; es uno de los personajes centrales, pero además es el narrador de buena parte de la misma. Su función es la de narrador homodiegético, pero también es la de intérprete y descifrador de claves. Incluso desempeña alimenticiamente durante cierto tiempo el trabajo de médium, como transmisor falsario de mensajes entre los vivos y los muertos (pp. 42-44), que es otra forma de intermediación idiomática. No tiene desperdicio a este respecto ver la desopilante “paráfrasis relativamente aproximada al texto original” que Bastida en las páginas 242 y 243 hace de uno de sus propios poemas, alternando en el lado izquierdo el poema en su lenguaje incomprensible y en el derecho su “traducción” al castellano, bastante improbable y contradictoria en sí misma.

El procedimiento recuerda un poco al utilizado por Witold Gombrowicz en Ferdydurke:


Y después de meditar un largo rato logré traducir a un idioma comprensible el contenido de la siguiente estrofa:
EL VERSO
Los horizontes estallan como botellas
la mancha verde crece hacia el cielo
me traslado de nuevo a la sombra de los pinos
y desde allá
tomo el último trago insaciable
de mi primavera cotidiana.

MI TRADUCCION

Los muslos, los muslos, los muslos,
Los muslos, los muslos, los muslos, los muslos,
El muslo.
Los muslos, los muslos, los muslos. (2001:187)


Si hay aquí una más de las numerosas andanadas que Torrente lanza contra los poetas a lo largo de la novela, es difícil de saber, pero también fácil de imaginar. Lo importante es que la incomunicabilidad, la existencia de lenguajes propios e incomprensibles, surge en La saga / fuga de J. B. como medio constante de añadir algo objetivo, inverificable, inaccesible a la apropiación del yo ajeno, que introduce un elemento de distancia no transferible cuando al autor le parece necesario.


3) Animalización: logos y loros
Los loros eran verdes
José Viñals

El tercer procedimiento para buscar la objetividad, y uno de los más repetidos en la novela de Torrente, sería la animalización elocutiva o elocutoria. La animalización elocutiva (no confundir con la habitual animalización de personajes o cosas en obras literarias mediante metamorfosis), consiste en ceder la voz narrativa o parte de ella a un animal, que cuenta la historia. Con larga tradición histórica, en su mayor parte centrada en las fábulas de la Antigüedad, la animalización puede ser un recurso muy válido y en nuestro tiempo puede ser relacionado con la experimentación literaria, como ha visto Cristina Rivera Garza: “resulta así claro que el hipopótamo de Pizarnik no sólo es cuestión de tópico humorístico y transgresor, sino también, y acaso sobre todo, cuestión de forma. Materia de exploración formal. Un método” (Rivera Garza 2008:184). Dentro de La saga / fuga de J. B. tiene especial importancia el uso animalizado de los loros, que dejamos para después, pero hay otra larga serie de animales que se comportan del modo preciso para generar algún tipo de mensaje o simbolismo. Por ejemplo, los estorninos que entran en masa en el pueblo y luego combaten con las lampreas, dejando estupefactos a los habitantes (p. 381). En este caso el diario local hace un llamamiento para que “los doctos respondan” (p. 384), aclarando las posibles causas del hecho. Otro ejemplo vendría casi al término de la novela, en el episodio marino, cuando la aparición del féretro con el Cuerpo Santo genera una especie de milagro; su emersión hace salir a la superficie toda clase de peces, crustáceos y celentéreos que “entre todos, disciplinados y seguros, iban formando una vistosa alfombra, ornamentada de ramajes laterales, en la que se representaban muy a lo vivo y con verdadero arte las principales escenas de la Vida y la Muerte de Santa Lilaila de Éfeso, doncella especialmente vinculada a la mar” (p. 667). A esta “verbena” se suma además la “procesión de ahogados que pedían perdón con sus labios inmóviles” (ibídem) y los gatos que acuden al espiritista (p. 477).

Respecto a los loros, no ha sido Torrente el único en utilizarlos como “instrumento extraordinario” (p. 197) de investigación: en su novela The Broom of the System (1987), el narrador estadounidense David Foster Wallace también incluía lo que Juan Francisco Ferré ha llamado “una cacatúa logomáquica” (2008:32); también está el loro disecado de Flaubert del que habla Julian Barnes en El loro de Flaubert (1984) y Daniel Kehlmann, muy recientemente, ha escrito: “aquel pájaro enjaulado, en casa de su abuela (…) sabía decir claramente varias palabras. En el fondo, en los setenta y dos años siguientes, nada la ha fascinado tanto como aquel animal parlante” (2009:69). En el caso de Torrente, se ha apuntado que su utilización puede estar relacionada con el folclor pontevedrés, donde ya aparecen loros memoriosos con síndrome de Funes (Gil González 2001:214).

La primera mención a los loros de La saga / fuga de J. B. está en el capítulo I, en la presentación de don Perfecto Reboiras. Ahí se dice que se tienen noticias del loro desde la fundación de la botica en 1849, y se añade: “sobre la ancianidad del loro corrían varias leyendas. El loro, a veces (…) dejaba escapar frases en gallego medieval, frases guerreras de aliento, órdenes de ataque y de defensa; otras veces se dirigía a personas desconocidas u olvidadas: las llamaba por su nombre y les preguntaba por su salud y por su fortuna. Se decía que la inmensa memoria del loro de Reboiras había almacenado los recuerdos de la ciudad desde su fundación” (p. 57). En el mismo lugar se habla de otro loro, perteneciente a Clotilde Barallobre, “que hablaba en latín y al que llamaba su dueña Obispo y don Jerónimo indistintamente”, aunque “no era más que copia sin valor, verdadero pastiche del de Reboiras” (ibídem). Más adelante se hace referencia a un tercer psitácido, el de don Acisclo, que tuvo una confrontación abierta con el de don Perfecto de la que salió malparado. Según cuenta la historia, don Perfecto desafió a don Acisclo a un debate entre sus loros, ya que pensaba que el de don Acisclo “debía ser un loro oligofrénico y zampatortas, porque aguantaba al preste” (p. 305), frente a la memoria precisa y la vetusta longevidad del suyo. Don Acisclo dio muchas vueltas a la derrota de su loro: “ducho en toda hermenéutica, intentaba averiguar su sentido, bien aisladamente, bien en conexión con otros hechos aparentemente insignificantes” (ibídem), y más tarde “extrapolaba, y volvía a interpolar” (p. 310) los mensajes en latín de su loro. También son exegéticos los fines de don Perfecto con su ave: “él estaba buscando la palabra clave que le hiciese recordar [al loro] los hechos pasados en una serie ordenada, al mismo tiempo cronológica y temática (…) y que por ese procedimiento lograría averiguar la verdadera historia de la ciudad y, asimismo, lo concerniente a los Jota Be” (pp. 305-306). El loro como voz en off, el loro como oráculo (como loráculo), como emisario objetivo, animalizado, de fines y destinos anteriores y en cierta manera superiores a los hombres. El loro como don, o “superdon”, superdotado, ya que el loro de don Perfecto avisa a éste de la llegada de clientes, insulta a las putas, aclara filiaciones (p. 192) o canta himnos inconvenientes; sin embargo, la importancia simbólica del loro no reside tanto en su don de lenguas como en un hecho fundamental para los conspiradores de la Tabla Redonda: el ave psitácida atesora en su memoria oral el discurso que don Emilio Salgueiro, último Rey Artús “había inútilmente intentado pronunciar ante el tribunal que iba a condenarlo”, y que sólo repite cuando don Perfecto pone en el gramófono la Marcha Turca de Mozart (pp. 58-59), o cuando los milites la tocan para variar el repertorio. En varios lugares, por tanto, se apela a que su longevidad puede ser de 500 años (p. 244) y que ha sido testigo y recipiendario de toda la historia de Castroforte, y en consecuencia el único capaz de reconstruirla, de darle sentido. Don Acisclo intenta cruzar su loro con el de Clotilde, pero no con fines de perpetuar la especie, sino para cruzar datos, para obtener de sus parlamentos conjuntos claves para la interpretación de los hechos históricos y de las señales para desentrañar quién será el próximo J.B.


Conclusión

Cosificar, incomunicar, animalizar: en cualquiera de estos casos, Torrente Ballester propone el conflicto entre un mensaje y sus diversas interpretaciones como eje de la narración. En el caso de los coros congelados en piedra, se impone el deber de descifrar la leyenda oculta en sus “relieves proféticos” (p. 523); en el supuesto de la incomunicable lengua poética de Bastida, queda patente la inclinación de ocultar el mensaje mediante la corrupción de los signos, una especie de hermenéutica inversa en que la dirección interpretativa va desde el sentido al sinsentido. Por último, los loros representan la voz atávica y secular de la historia oral, el mensaje conservado durante siglos, de padres a hijos, tan inherente a la cultura rural gallega, cuyas tradiciones y transmisiones conoce a la perfección el autor de La saga / fuga de J. B. Un legado oral que la novela de Torrente Ballester viene a ajusticiar en cierta manera, entregándola a la modernidad, puesto que la tradición ancestral no requiere de exégesis ni descifrado: “la interpretación mata al mito, o al menos revela su muerte; ningún miembro de una sociedad oral hubiera tenido la idea de interpretar sus relatos” (Pardo 2006:47). En esa tensión entre mensaje y silencio, entre modernidad y pasado, entre mito y logos, transita la valiosa y diversa objetividad narrativa de La saga / fuga de J. B. y el importante legado novelístico de Gonzalo Torrente Ballester.



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[1] No es La saga / fuga la única obra de Torrente donde la interpretación tiene importancia en el desarrollo de la trama; en Filomeno a mi pesar (1988), la reseña de un crítico literario sobre el único poemario publicado (bajo seudónimo) por el protagonista, sugiriendo la tensión homosexual del autor, desconcierta por completo a Filomeno, quien se obliga a un profundo examen de conciencia para ver si el crítico pudiese tener razón y pudiese él no conocerse a sí mismo tan bien como pensaba.
[2] Algo con su tradición literaria: “James Joyce dio un paso más, creando palabras completamente nuevas, completamente suyas; y Francesco Paolo Michetti, aunque no comprendamos el motivo que le indujo a sentir esa necesidad, dio un paso más aún, creándose una lengua suya que únicamente él comprendía, y que, después de él, nadie comprende ya”, narra Alberto Savinio (2010:262). “Mirko Floo, al que expulsaron de su cátedra universitaria en una ciudad alemana cuando se puso a dar las clases en una lengua de su invención” (Aguado, 2010: 200).