viernes, 29 de junio de 2007

Escritura, ideología, cultura de masas


[Texto leído en el encuentro Atlas Literario Español, celebrado esta semana en Sevilla, durante la mesa redonda sobre tradición y cultura de masas]




Creo en el progreso. Creo en la evolución, creo que el único diseño inteligente es el del genoma, y que la sociedad puede y debe mejorar. Si el arte de una sociedad no avanza, es índice indicativo de su parálisis general, como lo sería el estancamiento de su ciencia, su tecnología o su medicina.

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El arte sólo avanza si se abren nuevas puertas, si hay nuevos umbrales. De otro modo hay estancamiento y detención. Y eso es involutivo o acabará siéndolo en breve plazo.

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Por ello creo que es necesario –me lo digo a mí, y sólo a mí– un arte nuevo, innovador. Experimentador y no experimentalista; original y no originalista. Si les asusta la palabra vanguardia, no la usen. Pero no olviden que es la única actitud ante el arte (ya clásica y tradicional, tiene un siglo de vida) que intenta llevarlo más allá, preguntarse y responderse a la vez. El que sigue la tradición cerrilmente no se pregunta nada, no aporta nada, no dice nada.

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Me llama mucho la atención que personas que se definen como progresistas elaboren un arte conservador y estanco. Me sorprende bastante que escritores que se declaran públicamente socialistas e incluso comunistas utilicen en sus libros fórmulas decimonónicas de narración, modelos burgueses de escritura, técnicas de narrador omnisciente que responden a epistemologías de corte divinista o pertenecientes a un concepto de sujeto laminado y absolutamente destrozado por la ciencia, la filosofía, el psicoanálisis o la psicología, no ya contemporáneas sino incluso modernas. La obra de Freud es de finales del XIX, lástima que ésa se cite tanto y se comprenda tan poco. Hasta alguien considerado conservador como Harold Bloom cree que es uno de los mayores escritores de todos los tiempos. Hay quien prefiere los ensayos de un tal Juan de Mairena. También me fascina que esos mismos escritores comunistas o socialistas utilicen personajes que responden a esquemas sociológicos y psicológicos anacrónicos y de Ancien Régime, estructuralmente reaccionarios desde una –cualquiera– lectura ideológica. No digo que no se pueda hacer. Digo que me sorprende.

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También me sorprende ver a personas que se jactan públicamente de ideología progresista adoptar en su obra estrategias de mercado, y demostrar allá donde van una marcadísima preocupación (he borrado obsesión) por los temas económicos de la literatura, poniendo en segundo plano ésta última, u olvidándose de ella. No digo que no se pueda hacer, sólo digo que me escandaliza.

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Todo esto se solucionaría, quizá, si los escritores en particular y no pocos en general dejaran de jactarse de su ideología en público, esgrimiéndola como arma arrojadiza, en vez de mostrarla como una simple opción cívica, que es lo que es. Yo por eso nunca hablo en público de mi ideología. Me ahorra contradicciones.

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Dicho esto, abogo por un arte proyectivo, en el doble sentido temporal y arquitectónico de la palabra. Un arte de escribir que lance el lector hacia delante, y que sea un proyecto, esto es: algo complejo –no complicado–; ambicioso –no soberbio–, útil, hermoso y, sobre todo, habitable. Un texto que no dé la razón a los fukuyamas críticos que sancionan el fin de la historia literaria, cuando el único final que ha llegado es el suyo.

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A mí lo que me interesa de la tradición es reventarla. Pero, obviamente, para destruir algo, y de esto saben los ingenieros que derriban casas, hay que conocerlo bien. A fondo. Hay que saber dónde están los cimientos, para colocar las cargas explosivas en el lugar exacto. Una bomba literaria colocada en un tejado no produce efecto alguno. Pero una sacudida en algunos cimientos de la novela, como el narrador omnisciente impersonal, o la linealidad del tiempo narrativo, es significativa. Alguien decía que en España se sigue haciendo novela como si Joyce, Musil o Beckett no hubiesen existido. Y tenía razón, así es. No hay que imitarles, hay que imitar su ejemplo, su capacidad innovadora, su reflexión crítica acerca de la tradición precedente. Suelo repetirlo: el 90% de lo que hoy consideramos clásicos indiscutibles eran autores que en su tiempo eran experimentales o fueron incomprendidos.

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Escribe Flaubert en Bouvard y Pécuchet: "Por otra parte, en ese tiempo una retórica nueva anunciaba que hay que escribir como se habla y que todo estará bien con tal de que haya sido sentido, observado. Como habían sentido y creían haber observado, se juzgaron capaces de escribir. Una obra de teatro es incómoda por la estrechez del marco; pero la novela permite más libertades. Para escribirla buscaron en sus recuerdos" (Montesinos, Barcelona, 1993, p. 130). Cualquiera puede escribir, porque los medios identifican novela y memoria, como si todo lo que se parezca a Las cenizas de Ángela fuera narración literaria. Lo íntimo y lo banal, la confesión sensiblera y melodramática, escritos en tono menor y con absoluta carencia de ambición narrativa, son hoy el pan nuestro de cada día, el nuevo panem et circus con que muchas editoriales entretienen a las masas. Historias comunes para gente común, se nos dice. Hace poco leía un ensayo de Gore Vidal, escrito en los años 50, donde apuntaba que lo bueno de la televisión es que se había apropiado de toda esa basura sentimentaloide y vacua, dejando a los narradores el campo expedito para hablar de cosas más profundas. No sé qué dirá ahora, cuando multitud de novelas parecen libros de autoayuda y, quizás, lo sean.

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No podemos evitar la influencia de la cultura de masas. Todos estamos afectados por ella y la publicidad, la televisión, la prensa y las tecnologías digitales han formateado nuestro cerebro llegando su impacto, según algunos científicos que cito en La luz nueva, a niveles neuronales. Incluso escritores que no ven televisión, como nuestra estupenda Lolita Bosch, definen su postura literaria por oposición a ella, lo que denota, oblicuamente, su importancia. Lo único que importa aquí es conocer las leyes de los mass media para ser sólo afectado por ellos, pero no manipulado. Los narradores sois técnicos en manipulación, y los media son tanto inspiración como competencia. Tenemos que aprender mucho de ellos, de cómo atrapan al espectador y lo enganchan. Aprender, no reproducir acríticamente sus procedimientos. El objetivo es tomar sus técnicas y sublimarlas, darles consistencia literaria, algo mucho menos fácil de lo que parece, por dos motivos. Uno, obvio, es que están pensados para la imagen, y no para la palabra, con lo cual hay que hacer algún tipo de salto expresivo. Otro, que sus procedimientos técnicos están en perpetua mutación y desarrollo, de modo que hay que separar el grano de la paja para no confundir lo estable con lo puramente transitorio y coyuntural. Me explico: el reality show, a mi juicio, tiene poca resistencia, pero la reciente necesidad general de exhibir públicamente los sentimientos, siendo capaces algunas personas de confesar a una cámara y a cientos de miles de espectadores lo que no suelen decirle a su pareja o a su familia, sí es un material duradero y sobre lo que merece la pena escribir. En ello estamos.


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Se han mojado:

  1. Luis Gámez
  2. Luis Vea García
  3. Vicente Luis Mora
  4. Miguel Espigado
  5. Administrador
  6. Bydiox
  7. Emilio Calvo de Mora
  8. Administrador
  9. Carlos Gámez Pérez
  10. Administrador
  11. Gabriel Francisco
  12. Administrador
  13. Carlos Gámez Pérez
  14. Administrador
  15. Jorge Carrión
  16. Toto
  17. Administrador
  18. Carlos Gámez Pérez
  19. Toto
  20. Administrador
  21. Antonio Jiménez Paz
  22. Administrador
  23. Vicente Luis Mora - Respuesta a Jordi Carrión
  24. Jordi / Jorge Carrión
  25. Jordi / Jorge Carrión
  26. Toni Montesinos
  27. Yahoo News (sin desperdicio)


28 comentarios:

Anónimo dijo...

No hay nada que me agrade más al leer tú blog (vuestro blog o cómo diablos deba decirlo para no herir anónimos egos) que las discusiones (esto explicaría el plural) sobre literatura y porvenir, especialmente cuando tan pocos están dispuestos a reflexionar (y sé que tú si lo haces) sobre el pasado de la literatura y, por descontado, sobre su presente. Aceptando el fin de los fines, que no lo acepto, aunque entiendo la literatura -en su vertiente de expresión- como una manifestación de crisis (no quiero decir que esté en crisis, sino que la literatura supone una crisis, una crítica no siempre constructiva, ni podemos exigírselo, pues es al lector a quien le corresponde dicha hipotética -re-contrucción, crítica al o crisis del marco cultural que le corresponde, decía), lo que mejor podría exigirse a sí mismo un escritor hoy en día es la contemporaneidad, sin caer en el presentismo (y sin que esto implique necesariamente temas, argumentos o personajes contemporáneos, si bien sí valores, motivaciones y reflexión sobre el presente). No hay nada que me agrade más y no digo esto sin cierta ironía. Las discusiones sobre «nueva literatura» (obviando ya todo lo dicho antes, que se refería al adjetivo entre comillas y centrándome en el sustantivo) no dejan de sonrojarme en cierta medida también, porque, ¿qué cosa sea la literatura de la que hablamos? ¿Por qué lo llaman literatura cuando quieren decir escritura (dicho sin querer ser deconstructivista)? Cierto que podemos o debemos medir la calidad de las manifestaciones artísticas, como productos humanos, con la calidad del pensamiento filosófico, científico o técnico, pero, entonces, hemos de aceptar que lo que las defina desde aquí será aquello que las separa, aquello que las individualiza desde al marco general de la expresión humana. Desde la sociología de Bordieu o los trabajos de Itama Even Zohar, se trabaja por una comprensión de la literatura como construcción compleja, sistema de sistemas -polisistema-, constructo conceptual en cuya definición se ven implicados múltiples agentes: Mercado, consumidor, productor, instituciones... Lo interesante, pues, bajo mi punto de vista, no es la previsión de una nueva literatura por venir, sino la definición de la escritura como el ámbito propio del escritor (productor), o el sistema en el que actúa.
Siento que quizá todo esto queda un poco difuso. Claro que me gustaría tirar a dar, pero lo cierto es que ni siquiera sé si puedo hacerme entender con lo dicho hasta ahora, porque, al final, más que una reflexión propia, este post no es sino una serie de preguntas indirectas que os lanzo. Qué entendemos por literatura, qué entendemos por nuevas tecnologías, qué escritura nos pertenece a los lectores de hoy en día, cómo definiríamos nuestro papel de escritores como herederos de una tradición cultural una vez que se diluye el concepto de masa (unidad necesaria de enfrentamiento a) y surge el (¿de nuevo romántico?) individualismo de la singularidad.
Originalidad y tradición, aceptamiento social, ideología y política, reponsabilidad y reflexión...
Al final, lo más preocupante en el análisis de la escritura no es la forma, sino el fondo. Una vez que destruyas (analíticamente, se entiende) desde el exterior en busca del interior, en el centro de la nuez podría haber un universo o tal vez un fruto podrido.
Salud

Anónimo dijo...

Podías comentar algunas conclusiones del congreso. Por cierto, ¿sirven para algo los congresos literarios? Y una cosa más, ¿qué te parece el nombrecito que os han colgado de "GEneración Nocilla"? Saludos.

luisveagarcia.blogia.com

Vicente Luis Mora dijo...

Querido Luis G., tu comentario es demasiado serio y profundo para contestarlo aquí y hoy, con la mente agotada que tengo en este instante.

Respecto al de Luis Vea, mis conclusiones sobre el congreso son éstas, que envié a los editores de Seix, quienes me pidieron un par de párrafos sobre mi visión del encuentro:

"Creo que ha sido Álvaro Colomer uno de los que mejor definió el espíritu del encuentro: cada uno de los narradores invitados es no un hombre-libro de Bradbury, sino un hombre-tradición; cada uno responde a una selección personal aunque transferible de referencias e influencias, y lleva su propia línea de antecedentes a cuestas. La atomización de estéticas y la oposición a la idea de grupo me parecen otras señas de identidad o más bien de no-identidad entre los invitados al Atlas Literario Español. Me ha tranquilizado ver que estos jóvenes, en absoluta unanimidad, descreen del anacrónico concepto de generación y se ríen de él de forma pública.

Las pocas notas comunes entre estos autores no responden a factores textuales, sino a coordenadas más bien sociológicas: tienen una edad similar, reconocen el poder de los medios de comunicación sobre ellos, siguen de cerca las nuevas tecnologías y les interesan, carecen de 'padres tutelares' y de referencias literarias recientes, ya sea para seguirlas o para insultarlas, y muestran una saludable voluntad de ser libres, de guiarse por sí solos, de hacernos el caso justo a los críticos y de querer escribir, en consecuencia, lo que les dé la gana.
Y que dure".

Dicho esto, pues, lo de generación nocilla es una estupidez, pues si en algo ha existido consenso -y en pocas cosas lo ha habido- es que el concepto de "generación" sólo lo usan ya ciertos académicos anacrónicos. Pensemos que en vez de "Generación" fuera "Grupo Nocilla". El periodista y escritor Alejandro Luque se lo dijo bien claro a alguien en una mesa redonda: "si los periodistas nos ponemos de acuerdo, y nos da por poner tal o cual etiqueta, vosotros no podéis hacer absolutamente nada". Tenía más razón que un santo, mi amigo gaditano. De modo que si nos quieren llamar "Grupo nocilla", pueden hacerlo, aunque yo haría una consideración previa:

Si por grupo "nocilla" se entiende un grupo de escritores cuyas referencias estéticas y técnica narrativa están cercanas a la novela Nocilla dream de Agustín Fernández Mallo, la mayoría de los que estuvieron en Atlas Literario no responderían a ese marbete; en tal caso lo serían más bien aquellos narradores a los que agrupo en La luz nueva bajo las rúbricas de "escritores mutantes" y "escritores pangeicos"; es decir: el propio Fernández Mallo, Jorge Carrión y un modesto servidor, que sí estuvimos, pero también Eloy Fernández Porta, Manuel Vilas, Juan Francisco Ferré, Robert-Juan Cantavella, Javier Fernández, Mercedes Cebrián, Javier Calvo, Germán Sierra, y un corto etcétera.

Si se quiere aunar bajo una sola rúbrica a los participantes en el Atlas Literario sevillano, sólo se me ocurren dos posibilidades, si se desea utilizar un poco de rigor: "Grupo Atlas Literario" o "Grupo Planeta / Seix Barral".

Y eso es todo.

Saludos

Miguel Espigado dijo...

En la innovación artística no subyace necesariamente una reivindicación social, pero si tenemos en cuenta que todo discurso entraña relaciones de poder, un discurso artístico conservador denota un poder conservador que lo controla. Quizás muchos autores progresistas declinan la responsabilidad de innovar formalmente porque no son conscientes de las connotaciones ideológicas de su forma artística.
Parece inevitable que un autor de cierta relevancia no se posicione ideológicamente. La sinergia empresarial ha dado lugar a grandes grupos editoriales que publican tanto libros como periódicos. El escritor pertenece a la editorial y está llamado a crear opinión en el periódico, y el periódico está llamado a promover una línea política que gana prestigio y hondura gracias a la labor del escritor. La columna del escritor atrae lectores hacia sus libros, y los libros atraen lectores hacia el periódico. Ningún escritor implicado en esa dinámica editorial podrá escapar del encasillamiento político- ideológico.
No comprendo que a estas alturas se cuestione el valor de la cultura de masas como influencia positiva para la literatura. El propio binomio cultura / cultura de masas carece de sentido. Una jota aragonesa, ¿es cultura de masas? ¿Y los toros? Ni siquiera hay un término para nombrar lo que no es cultura de masas. ¿Cultura intelectual? ¿Cultura elevada? ¿Cultura selecta? No lo hay porque resulta vergonzoso y elitista, y nadie lo quiere.
No entiendo la disección entre lo que sucede a uno y otro lado de la pantalla. Todo es vida. La literatura siempre ha aportado una versión de cada momento histórico. Dos Passos encontró una nueva forma novelesca tejiendo su Manhattan Transfer de la misma manera que se tejían los caminos de los habitantes de la ciudad moderna. Repudiar la literatura que se contagia de la televisión o Internet es un acto de nostalgia conservadurista tan abocado al fracaso como lo fue en su momento renegar de las relaciones entre cine y literatura. Hammet, Fiztgerald o Faulkner hicieron saltar ese tabú por los aires, y nuevos escritores de nuestra generación están destinados a hacer lo mismo.
Muchos consideran la literatura como un código de prestigio que hay que preservar de manifestaciones culturales de baja estofa. Pero Guerra y Paz fue un folletín publicado por entregas en un periódico, y Alexandre Dumas un millonario que hizo fortuna produciendo libros comerciales que hoy se consideran obras maestras. La novela en la época de Cervantes se consideraba un género menor.
Los nuevos escritores seguirán escribiendo sobre el mundo sin restricciones, y de entre toda la mierda surgirán un puñado de libros geniales que zanjarán este debate para siempre.

Vicente Luis Mora dijo...

Estoy de acuerdo con tu estupendo comentario, Miguel. Sólo remitiría a Afterpop, de Fernández Porta, para aclarar que hay dos categorías dentro de la cultura popular, que es posible un "alto" arte pop, pero que no con todo el monte es posible hacer orégano, a menos que el tratamiento sobre el material sea absolutamente exquisito. Muchas gracias.

bydiox dijo...

Una revolución en la literatura no nace de la nada, las fórmulas que rompen con todo son directamente rechazadas. Por ello hay que conocer bien la literatura e ir un paso más allá, como por ejemplo hizo Carroll con los cuentos infantiles.

Y coincido bastante con el comentario de Miguel Espigado, salvo por un detalle: la oposición de cultura de masas / cultura, existe y es un hecho. No todo el mundo está preparado para leer a Joyce, pero seguro (y es el primer ejemplo que se me ha venido a la mente y no quiero decir menospreciar a la autora) que cualquier puede leer y comprender Manolito Gafotas. No todo el mundo tiene la cultura o la capacidad o lo que sea de comprender todo (al igual que a mí, por ejemplo, la rama más teórica de las matemáticas se me escapa) y, aunque tal vez suene mal, existe una CULTURA y una cultura menor, es decir, la dicotomía de lo canónico y lo no canónico (y vuelta a empezar).

Emilio Calvo de Mora dijo...

Sólo es nuestro lo que perdimos, apuntó Borges.
La pérdida como inicio de toda indagación cultural.
El debate sobre si es legítimo entrar en toda discusión metalingüística ( esto! ) con ausencia absoluta de cualquier seña de identidad.
Come sano, lee sano, habla sano: así la pureza.
Pero qué bonito es negarlo todo cuando algo nos asombra y arrumba todas las ideas que habíamos traido de casa, de cuando éramos jóvenes o ahora, ya más talluditos. En fin, voy a tomar un café. Saludos a todos.

Vicente Luis Mora dijo...

Otra visión sobre el encuentro, de José Andrés Rojo, en su blog:

http://blogs.elpais.com/el_rincon_del_distraido/2007/06/el-entierro-de-.html#more

Lástima no haber podido quedarme a esa última mesa, sobre crítica literaria.

Anónimo dijo...

Me parece muy acertado el contenido de esta entrada, así como el de buena parte de los comentarios subsiguientes. Pero, ¿existe un verdadero progreso más allá del progreso tecnológico? ¿O los problemas morales de las personas son los mismos ahora que hace 1000 años?

Estoy totalmente de acuerdo sobre la necesidad de buscar nuevas técnicas narrativas. Pero si la esencia del hombre continúa siendo la misma (y yo creo vehementemente en ello), tal vez lo necesario sea adpatar la escritura al nuevo contexto tecnológico en el que nos movemos, como hizo la novela aprovechándose de la imprenta.

Un saludo.

Vicente Luis Mora dijo...

No, Carlos, no estoy de acuerdo:

1. El hombre de hace 1.000 años no podía destruir el planeta.
2. El hombre de hace 1.000 años no podía elegir la raza, el color de ojos o tocar el genoma de sus hijos.
3. El hombre de hace 1.000 años no podía elegir entre rompero o no la capa de ozono.
4. El hombre de hace 1.000 años no podía boicotear la economía de otro país a distancia.
5. El hombre de hace 1.000 años no podía robar sin acercarse a menos de un metro del agredido.
6. El hombre de hace 1.000 años no podía manipular a la opinión pública global.
7. El hombre de hace 1.000 años podía violar a un niño, pero no compartir su crimen con pederastas de todo el mundo.
8. El hombre de hace 1.000 años tenía muchas dificultades para violar el derecho al honor de otros desde el anonimato.
9. El hombre de hace 1.000 años no podía construir armas químicas de destrucción masiva.

Etc. Nuevos tiempos, nuevas tecnologías, nuevos problemas humanos y éticos muy graves que nunca jamás se habían planteado.

Saludos.

Anónimo dijo...

no entiendo hacia dónde apuntan. pareciera una contradicción en términos. Hablar de vanguardia (movimiento) y vanguarida (como modernidad) supone que el el primero es ya un resultado "fosilizado de literatura" por lo tanto ya no está en la modernidad. En segudo te refieres al viejo flaubert y su novela realista (qué ejemplo tan burgués y tan contemoráneo ) ha pasado más de un siglo y se escribe como flaubert. je.
literatura comunista. supongo que lezama lima no se le ocurrio ese nombre para hablar de su prosa. Ni si quiera reinaldo arenas. sólo con leer "celestino antes del alba" y te darás cuenta, nada que ver con flaubert... y eso que es literatura del siglo pasao.
Acepto que no leí mucho tu post, y me disculpo, y acepto que a algunas personas le va ser muy ilustrativo ese artículo, pero no es la misma cosa que se ha estado hablando en mucho tiempo... por cierto, de nuevo confunid modernismo con modernidad, moderlatría, moderkish? uf...

Vicente Luis Mora dijo...

En efecto, Gabriel, no te has leído el texto, y creo que no has visto por dónde iban las cosas. Saludos y gracias por visitarnos.

Anónimo dijo...

Lo siento Vicente pero discrepo de tu respuesta:

1. Una de las razones de la decadencia de la cultura griega fue el mucho daño que se causó al campo con una agricultura agresiva focalizada en la obtención de excedente y su posterior comercialización. los griegos se cargaron su mundo.

2. Los incas se ataban a la cabeza unas placas metálicas desde niños para que su cráneo creciera de forma alargada por motivos meramente estéticos. Evidentemente, la decisión era de los padres.

3. Me remito a 1 (pudieron cambiar su agricultura los griegos? Podría extenderme a los romanos).

4. Es bien sabida la leyenda de dos monjes bizantinos que robaron de China sus preciados gusanos de seda, acabando con la hegemonía china del comercio de seda, caravanas incluidas.

5. Aquí te doy la razón, pero el problema ético, el de robar al prójimo, es el mismo, y eso aparece ya en el Antiguo Testamento (ahora pienso que los hindús que sufrieron la dominación británica no pensarían lo mismo, ni la mayoría de países que sufrieron el colonialismo). SIGO

Anónimo dijo...

6. Los romanos lo hacían. Que se lo pregunten a los cristianos.

7. Los libertinos del siglo XVIII compartían sus experiencias y hasta las publicaban en texto (véase Sade).

8. Los anónimos mancillando el honor no son de ahora, son del Siglo de oro, de la época de los billetes de Stendhal,... (para evitar ser ofensivo, mi nombre es Carlos Gámez Pérez, no lo puse antes porque el primer comentario lo firma Luís Gámez, que no es familiar mío que yo sepa, y me pareció de guasa escribir mi apellido.

9. En los sitios a las ciudades medievales, una de las prácticas comunes para conquistar la ciudad sitiada, era envenenar los suministros de agua...

Es evidente que el mundo ha cambiado mucho en 1 000 años (y en 100). Te doy toda la razón en muchos de los ejemplos que das. Pero habría que matizar el concepto de progreso (científico). La historia y la sociología de la ciencia anglosajonas, una de las ramas más desconocidas en España del pensamiento posmoderno, ha trabajado mucho el tema. No creo que sea ahora el momento de ver el mundo como lo veía Jules Verne. A fin de cuentas, el acabó renegando de la ciencia y preveyendo las futuras guerras mundiales. Y eso, desgraciadamente, es algo que nosotros conocemos por los testimonios de ambas guerras.

Un saludo.

Vicente Luis Mora dijo...

No esto de acuerdo con tu desacuerdo, Carlos, tus contraejemplos para nada tienen la gravedad ni la trascedencia de los míos. El envenenamiento de un río no tiene nada que ver con la mutación deliberada de un virus tipo ébola, ni un modo de sembrar con el holocausto nuclear. Sabes perfectamente a lo que me refiero. Y creo que nadie está pensando como Julio Verne, sinceramente, ni siquiera creo que lo parezca. De todas formas, agradezco tu visita y tu interés. Saludos y vuelva cuando quieras.

Anónimo dijo...

Tablones, La Alpujarra, 1 de julio de 2007.

Apreciado José Andrés Rojo:

No he entendido tu visión de la mesa sobre la crítica del encuentro de narradores de Sevilla; tampoco entendí ayer tu crónica de El País. Aprovecho que mencionas mi nombre en tu blog para acogerme al derecho a réplica. Lo cierto es que pensaba mantenerme al margen de esta discusión, como hice en Sevilla, donde llegué el penúltimo día y donde me invitaron como crítico y no como creador (publico en una editorial minoritaria y practico la auto-edición), y donde no quise mostrar públicamente mi desacuerdo con las supuestas coincidencias que existen entre los “jóvenes narradores españoles”, porque no me parecía de recibo hacerlo. Los protagonistas eran Fernández Mallo, Bosch o Menéndez Salmón: si ellos estaban de acuerdo con el comunicado oficial de la organización, no iba a ser yo (que no soy nadie) quien discrepara. Pero la verdad es que no creo que les interese tanto el dinero, no creo que exista una “atomización” radical de los caminos y las poéticas, no creo que no se lean entre ellos, no creo que a los jóvenes escritores no les interese la política, no creo que los emparente el cine y tengo algo también que decir sobre la diferencia de edad y sobre por qué casi no se mencionaron a autores que escriban en español como referentes. Espero que te parezca bien que desgrane esas cuestiones, que son las que tú recoges en tu crónica de ayer y que, de un modo u otro, aparecieron en las conclusiones del encuentro. Precisamente al dedicar parte de mi viaje por La Alpujarra a este cybercafé y a este texto, intento dejar claro que sigo creyendo en el espíritu crítico que heredamos de la Ilustración, que la crítica cultural no está muerta (y es más necesaria que nunca), que no soy enterrador (sino escritor) y que me interesan más los teclados (la construcción) que las palas (la sepultura).
Anem a pams, que decimos en Cataluña.
El problema –en los cimientos del encuentro, y en la cultura en general– es la amalgama (unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria o distinta). La amalgama indiscriminada produce confusión y evita, a priori, la posibilidad de alcanzar conclusiones más o menos productivas. En el caso que nos ocupa, pese a las buenas intenciones de Seix Barral y de la Fundación Lara (la organización fue muy buena en la logística), se entrelazaron varias estrategias de amalgamamiento, a causa de motivaciones que tienen que ver con la industria, y por la ausencia de un comisario o de un comité de expertos, que hubiera asegurado la independencia del proyecto, al tiempo que hubiera obstaculizado los objetivos comerciales o empresariales. Por un lado, se invitó a demasiada gente (a mí, por ejemplo). Por el otro, no se dejó claro si existían criterios sobre la selección. Aunque en ella pudieran entrar por edad (nacidos a finales de los sesenta y principios de los setenta) De Prada, Mañas, Santos o Freire, está claro que por trayectoria (todos ellos tienen una carrera consolidada, nutrida de premios desde hace más de diez años), no se pueden poner en paralelo a Fernández Mallo, Mora, Bosch, Menéndez Salmón o Martínez, que tan sólo tres años atrás todavía no habían sido considerados por la crítica ni seguramente hubieran sido invitados a un congreso de estas características.
No he escogido esos nombres, como adivinarás, sólo por ser representativos de mi argumento anterior (en la mesa defendí que, en la escritura, cada página es crítica –literaria). Como creador y como crítico, no me interesa particularmente la obra que esos y el resto de autores multipremiados está llevando a cabo en estos momentos. Para mí no son “nuevos narradores españoles”. El caso de De Prada, a la luz (o la penumbra) de sus dos textos de ayer en ABC, me va a permitir ir desarrollando el resto de ideas que he anunciado en el primer párrafo de esta carta que, me temo, se va a alargar. El caso de Freire sólo lo voy a utilizar para ilustrar el primero de los temas.
El primer tema es el dinero. Es muy cierto que se habló de industria en demasía, quizá a causa de la amalgama (había algunos autores que sí están acostumbrados a negociar), quizá a causa de la precariedad laboral (muchos autores y periodistas son mileuristas). Como sabes, la organización del encuentro financiaba el avión, el hotel y las comidas, pero no pagaba por la participación en las mesas; pese a ello, sin otra actividad económica para esos días en Sevilla, la mayoría fuimos, para conversar y conocer gente con afinidades (y en mi caso, hacer un viaje personal por la tierra de mis padres). Si el dinero fuera –más allá de la conversación sobre él– un tema tan importante, la mayoría no hubiera ido. Freire, no obstante, aprovechó la ocasión para dar una conferencia sobre la bulimia en el Colegio de Farmacéuticos (23 de junio), para “liberar” 41 ejemplares de Cuando comer es un infierno y de Mileuristas (24 de junio), para participar en el encuentro (y promocionar sus cursos de creación) y para recoger el premio de novela Ateneo de Sevilla, dotado con 42000 euros (26 de junio). No digo que eso no sea “correcto”, que evidentemente lo es, según el perfil, la personalidad y las virtudes y defectos de cada cual; sólo digo que dentro de los participantes en el encuentro coexistían estatus y actitudes muy diferentes, hacia la literatura y hacia la “vida literaria”, hacia la creación y hacia su industria, que pensé que tendrías en cuenta y que lamenté no encontrar en tus crónicas.
En ellas tampoco has mencionado el caso de Quimera, que apareció en alguna de las mesas. La revista la pensamos y la gestionamos un consejo de dirección que no recibe retribución económica alguna por ello; y la escribe un grupo de colaboradores que tampoco cobra por sus artículos. Entre ellos, regularmente, Vicente Luis Mora, y de vez en cuando Agustín Fernández Mallo o Lolita Bosch, entre los presentes en el congreso, y Eloy Fernández Porta, Juan Francisco Ferré, Robert Juan-Cantavella, Javier Fernández o Juan Trejo, entre los ausentes.
En su reseña de ayer del último libro de David Foster Wallace, Juan Manuel de Prada no hacía más que evidenciar su incapacidad como lector crítico para comprender el proyecto de no-ficción del escritor norteamericano. Con largas citas y metáforas rurales y castizas (“patatal”, “pedregosa”), De Prada llenaba los caracteres de su reseña sin decir nada más que “no me gusta este autor y escribe demasiado”. Si lees los textos que Ferré, Trejo, Fernández Porta, Martínez o Juan-Cantavella han escrito sobre Foster Wallace te darás cuenta de que esos dos “tipos “ de escritor “joven español” que comentaba pueden existir. Es más: si leemos también la columna de opinión de ayer en ABC, donde la metáfora es bélica: “El pensamiento hegemónico, esa plasta progre que cae sobre los cerebros cual bombardeo de NAPALM”, nos damos cuenta de que esos dos “tipos” también pueden ser leídos desde una perspectiva “política”.
Efectivamente, en Sevilla no se habló de política. Sin embargo, cuando en la mesa de periodismo y literatura Ricard Ruiz, Álvaro Colomer y Gabi Martínez defendieron la existencia en España de revistas y de editoriales que publiquen crónicas de no-ficción, estaban adoptando una posición política. Tal vez, como ha ocurrido tradicionalmente en América Latina, ha llegado el momento de que los escritores españoles digamos por escrito lo que los medios de comunicación audiovisuales o los periodistas textuales se niegan a decir. Cada vez más superado el compromiso con un partido, queda el compromiso con una cierta idea de progreso, que obviamente De Prada no comparte, pero que puede rastrearse en los autores que he mencionado (o en Javier Fernández, Isaac Rosa o Mercedes Cebrián, por mencionar otros ausentes en el encuentro). Y sobre todo puede verse un compromiso con el análisis de la imagen, de las cortinas de humo, de las realidades virtuales, de los constructos socio-políticos, y de todo lo que tiene que ver con nuestra modernidad líquida, hiperreal e hiperviolenta. Por eso te decía que no creo que a los jóvenes autores españoles les una el interés por el cine; porque eso ya era un vínculo en la Escuela de Barcelona y hasta en la Generación del 27. Les une el interés por la imagen: su análisis semiótico y político, ya sea en la pantalla cinematográfica, en la televisión, en la política o en Internet.
Los que comparten esos intereses, se leen entre ellos. Yo leo, sobre todo, a escritores jóvenes cuya problematización del lenguaje me interesa; y a algunos que más bien trabajan en “el placer por narrar historias”. El blog es en este sentido una zona de encuentro fundamental. Ocupa el lugar del café literario hasta la llegada de la democracia; y de los bares y pubs de la Transición. Se leen en los blogs; se leen en las revistas (en papel, como Quimera; o virtuales, como The Barcelona Review o Kiliedro); y a menudo también se leen en el formato de libro impreso (Nocilla Dream en el caso del congreso).
Todo eso particulariza a los ”jóvenes narradores españoles”. El blog no es sólo una plataforma, tiene sus propias características narratológicas y sociológicas. Internet ha cambiado nuestra percepción del tiempo y del espacio, y ya hay una narrativa trabajando en esas metamorfosis. También hay una joven crítica pensándola (La luz nueva, de Vicente Luis Mora, y Afterpop, de Eloy Fernández Porta, de momento). Espero que los críticos de otras generaciones, como Pozuelo Yvancos, pronto aporten también sus conocimientos a la disección de lo que está ocurriendo. Pero para ello habrá que pensar que la historia existe y que, por tanto, las nuevas “generaciones” (me refiero al sentido biológico del término) no hacen lo mismo que las anteriores. Me alarmó lo que dijo Juristo en nuestra mesa: ahora no se hace lo mismo que en los años 30, sencillamente porque después llegaron la guerra civil, la segunda guerra mundial, la guerra fría, la llegada a la Luna, la democracia a España, la caída del Muro, Internet y el 11 de Septiembre. Hay que pensar la diferencia. Y hay que informarse sobre ella. Juristo dijo que sabía que ahora hay autores que se llaman “neopops o algo así”: “pop” es una etiqueta muy vieja, “Neo3” es una revista de tendencias y un congreso de literatura que se hizo este año en Barcelona”, con una búsqueda en el Google se “desface el entuerto”; y el “algo así” es imperdonable en la crítica literaria del siglo XXI.
Me doy cuenta ahora de que no he respetado el orden en que enumeré los temas que quería comentarte. Será el calor, o que me espera afuera de este cybercafé un Seat Ibiza de alquiler y varias entrevistas por hacer a personas que conocieron a mi abuelo, al que llamaban El Rojillo (no me satisface el modo como el PSOE y el PP han tratado la “memoria histórica”, de modo que voy directamente a las fuentes). Termino esta carta o post con el tema de los referentes españoles. Fíjate en quien se escogió como “padrino” del encuentro: Caballero Bonald. No hay nada más que decir.
Espero tu opinión sobre estas cuestiones.
Recibe un cordial saludo desde el Sur.

Jorge Carrión

Anónimo dijo...

Hola a todos.

Hace días que llevo leyendo lo último que se ha publicado en este blog y hallo mucha confusión. Confusión entre los puntos de partida y los puntos de llegada, como entre los mismos puntos de partida y los mismos puntos de llegada. No entiendo bien, la mayoría de las veces, qué es lo que se quiere pronosticar: y me refiero ya, por ejemplo, a la misma entradilla del amigo Luis donde coloco este comentario mío, pareciéndome un punto de partida un tanto ligero, pues creo que se hacen afirmaciones excesivamente contundentes, faltando a mi modo de ver muchísimas matizaciones. Y no digo ya nada sobre la última frase con que rematas el texto, Luis, donde te parece bien que mi madre –tu madre- vaya a contar a la tele lo que no es capaz de contarme cuando estoy a su lado en casa. Lamentable, digo, que se acepte que esto tenga que suceder para una posible reconversión literaria, cuando muy bien podría ser pura ficción sin permitir darse en la realidad, un reality que lucra los bolsillos en base a audiencias. ¿Estamos confundiendo “formas de” con “contenidos” cuando defendemos una contaminación literaria de los media como síntoma de modernidad, o acaso sólo sea síntoma de “modernez”? Los avances literarios vienen solos, por lo que no creo sea necesario anticiparlos ni exigirlos de la manera que se están haciendo aquí. Ahora bien, los avances tecnológicos sí que no vienen solos, hay que desearlos y exigirlos únicamente por el bien de nuestra civilización. Pero según tu planteamiento, ¿qué literatura obtendríamos con ello? ¿Acaso una literatura sometida a los cambios tecnológicos? ¿Y eso qué sería? ¿No podría ser, tal vez, lo mismo que denuncias en tu texto introductorio, Luis, cuando hablas de la jactancia de los escritores progresistas en público? ¿Qué quieres decir? ¿Que los que no se jactan ni permiten traslucir su ideología no cuentan sus ganancias ni persiguen cobros sustanciosos, por ejemplo? ¿Qué niñada es esta? Bien, Luis, por una parte a esos “habladores” se les puede acusar de lo que hacen. Pero no caes en la cuenta que a los “no ladradores” nos va a ser muy difícil conocer cuáles son sus estrategias o entresijos para acusarles. Según tu planteamiento tenemos una salida: convertir todo este “reality progresista” en novela, y con ella la literatura adelantada del siglo XXII: ¡vaya por dios!. Y eso que dices de que “el arte solo avanza si se abren nuevas puertas” el problema estaría en lo que se entienda por “puerta”, ahí necesaria la matización ya de entrada (nunca mejor dicho), pues hay puertas que mejor no abrir nunca como la de la bomba atómica en Hiroshima (por poner un ejemplo histórico) donde seguro desapareció un potencial escritor anónimo que nunca pudo llegar a plasmar en papel o en blog la novela que tenía en su mente. “Mente” es la palabra clave de todo este discurso que has propuesto. “Mente”, no tecnología. Y junto a “mente”, si fuera posible (por exigir que no quede), un poco más de “nobleza”. Esto sí que sería revolucionario.

Toto.

Vicente Luis Mora dijo...

Querido Toto, vaya manera de mezclar churras con merinas, he tenido que leer tres veces tu texto y todavía no me he enterado de lo que quieres decir, de modo que la confusión está o debe estar en tu "forma", además de tu "contenido". Y, para seguir con confusiones, no me llamo "Luis". Y claro que creo en la literatura de la mente: con televisores, al menos de momento, no se hace literatura. Y sí, es mejor no abrir puertas como la de Hiroshima, pero no sé qué tiene que ver esa obviedad con lo otro: desgraciadamente, la apertura (pero no ya, sino desde los tiempos de Manuel Puig) de la novela a los medios de comunicación de masas no depende ni de ti ni de mí, es un hecho, y mi obligación es valorarlo. Y creo que determinada forma de relación está muy bien. Y creo que es peor jactarse de una cosa y hacer la contraria que sólo hacer esa cosa: a la posible falta de moralidad -habría que valorar casos- se añade en el primer supuesto la falta de coherencia. Respondería a más cosas, pero de lo demás no me he enterado mucho. Te animo a reescribir tu post, siguiendo un método lógico, o algún método. Así nos ahorraremos confusiones. Saludos, Toto, y gracias las lecciones gratis, debe ser genial eso de estar siempre en posesión de la verdad. Qué envidia.

Anónimo dijo...

Perdon por el retraso.

Ante todo reconocer que mi respuesta del otro dia fue un poco tonta, Propia de un calenton dialecto. Estoy bastante de acuerdo en tu preocupacion por el contexto tecnologico en el que nos movemos. De hecho, he seguido tu blog fervientemente desde el moemnto desde que lo descubri en las paginas de Quimera y he aprendido muchas cosas, de literatura, de arte, de filosofia, de derecho,...

Solo comentar que mis anteriores intervenciones, las primeras en tu blog, pretendian una reflexion mas profunda sobre el concepto de progreso en las sociedades del siglo XXI, y espero que se vea como eso, una contribucion al debate.

Saludos y perdon por los acentos (estoy en Inglaterra y aqui no se llevan).

Vicente Luis Mora dijo...

Ningún problema, Carlos, un abrazo.

Por cierto, creo se deduce claramente, pero aclaro que el comentario de Jordi Carrión se ha hecho en referencia a un post de José Andrés Rojo en su blog, precisamente a él hago referencia en mi tercer comentario a este post, donde copio el link. Estoy de acuerdo con la mayoría de cosas que Jordi propone, con otras no. A ver si tengo un poco de tranquilidad y las comento. Un abrazo a todos.

Anónimo dijo...

Perdona, Vicente, por lo de tu nombre. Escribí mi post de madrugada. Aún así, ciertamente imperdonable. Lo siento.

No estoy en posesión de la verdad, ni estoy dando lecciones. Pero me parece que tu texto propuesto no permite otra salida más que el "respingo" ante lo que planteas y su cómo.

No puedo volver a reescribir mi post, bastante esfuerzo tuve que hacer para sintetizarlo, pues era mucho lo que tenía que replicar.

No voy a seguir con esto porque si no los dos acabaríamos mal por lo que veo. Juego a tu juego pero veo que siempre me sale mal. Me gusta tu papel de agitador, aunque a veces te pasas -me parece a mí-, pero aún así lo acepto.

Me gustaría conocerte un día y hablar cara a cara, pero no sé cuándo podrá ser. Estoy odiando esto del blog (en contra tuya, no me resulta un ideal de conversación)

Ante mi silencio venidero nombro portavoz de lo que pudiera decir a un tal Carlos que se expone aquí. Es con quien siento más consaguineidad dialéctica.

Vicente, si lo mío siempre lo entiendes como lecciones, lo tuyo son exposiciones magistrales.

Vaya por delante de todo esto el afecto que sabes te tengo.

Un abrazo.

Toto o Antonio Jiménez Paz

Vicente Luis Mora dijo...

Con esto de los seudónimos, Antonio, se me olvida a veces quién está detrás, y no te he relacionado con Toto. Estamos, por otras charlas digitales que hemos tenido, de acuerdo en muchas cosas, pero no en otras. Eso no es malo, de hecho, es sanísimo. Sólo que en tu post utilizas calificativos como "niñadas" o algo así, que suelen ponerme algo nervioso, espero que lo entiendas, aunque sólo sea para pensarlo dos veces antes de utilizarlas, con cualquier persona, no sólo conmigo. Seré agitador, mucho o poco, pero intento no faltar al respeto a nadie, a no ser que me lo falten, como todo hijo de vecino. Dicho esto, te pido disculpas si te he molestado, aunque yo me molesté primero, y te ruego olvidemos nuestros dos últimos posts, corriendo un tupido velo. Un abrazo.

Anónimo dijo...

No te preocupes, hombre. No pasa nada.

No sé si te habrás dado cuenta que yo también soy un tizón encendido y ejerzo esa labor donde estoy, aunque con otros matices. Creo que por eso chocamos tanto.

No te preocupes, Luis... digo, Vicente jejejejejee

Un abrazo.

Antonio Jiménez Paz

Vicente Luis Mora dijo...

Respuesta a Jordi Carrión:

Estimado Jordi, no tengo que decirte que en muchas cosas de las que dices en tu post tienes más razón que un santo. Por desgracia, no pude asistir a la última mesa redonda del Atlas Literario, sobre crítica, y no puedo responder a lo que allí se dijo, aunque me preocupan -si es que las cosas ocurrieron como me han dicho, y no tengo motivo para dudarlo- algunas de las cosas que se dijeron sobre el papel de la crítica y su presunta "defunción". Es algo paradójico que eso se diga cuando la mesa estrella del encuentro, la más importante y con más ponentes, era precisamente la de crítica literaria. Por algo será. La crítica está muy viva, y buen reflejo de ello es este blog, no por la calidad de la mía, sino por el debate constante que tiene un blog única y exclusivamente dedicado a eso, a la crítica. Creo que esto habla por sí solo y que lo que puede haber muerto es cierto tipo de crítica literaria, de pura eutanasia pasiva, entre otros factores.

Pero Jordi, me temo que sí hay, en contra de lo que dices, demasiado interés por el dinero. Y me temo que los narradores jóvenes no se leen entre ellos: lo reconocieron todos públicamente, a mano alzada, en una mesa redonda el miércoles por la mañana, antes de que tú llegaras. Sabes bien que sólo hay tres autores jóvenes (+ ó -) que nos dedicamos a leer sistemáticamente a leer a los demás jóvenes lo hacemos porque somos críticos literarios: Eloy Fernández Porta, tú y un servidor. Se habló algo de política, pero no lo suficiente. Y lo de la atomización es cierto: que haya algunos narradores con rasgos comunes no significa que, a la hora de la verdad, cada cual escoja su camino, renunciando a adscripciones, liderazgos o antecedentes comunes. Hablamos de ese encuentro en Sevilla. Seguramente las conclusiones de Neo3 o de Kosmópolis eran muy distintas, pero también lo eran los narradores invitados. E incluso, en este último encuentro, recuerdo claramente la mesa de cierre de Neo3, donde quedó patente que los caminos y modos y maneras y estilos de entender el pop y la renovación eran muy diferentes, incluso contradictorios en algunos casos.

Pero es que entiendo que esto es bueno, Jordi; a mí me preocuparía más bien lo contrario, puesto que eso supondría la existencia de una Norma, de una imposición institucional de escritura, que es la herida de muerte que sigue teniendo la poesía española en estos momentos, al menos la más visible. Esa atomización no es un defecto, es justo lo que concede a la narrativa española cierta esperanza, un futuro, una posibilidad de huir del anquilosamiento y de la anestesia general en que está anclada la mayor parte de nuestra poesía.

Gracias por tu aportación, Jordi, porque en las otras cosas que dices, salvo alguna excepción concreta, tienes mucha razón. Saludos y un abrazo.

Anónimo dijo...

Gracias, Vicente.
Rojo, en su blog, también ha respondido. Está muy bien que se responda, que se opine, que se digan las cosas. Al menos, de esta manera, se me diluye un poco la sensación de que ese congreso, y todos, no mueran con la comida de despedida.
Un matiz: me consta que Robert Juan-Cantavella, Agustín Fdez Mallo o Lolita Bosch leen a autores jóvenes, afines o no, en una búsqueda lectora que es también una ética personal.
No conozco a Javier Pastor, pero me parece un caso interesante en la línea contraria: lo imagino aislado, en su torre de marfil, durante mucho años, y de pronto ha emergido con una novela que, a mi entender, es muy inferior a su debut con Fragmenta.
La interacción, siempre y cuando no sea excesiva, es buena. No se puede perder el pulso de lo contemporáneo.
La seguimos, como dicen en uno de mis otros países.
Jordi/Jorge

Anónimo dijo...

Sigo dándole vueltas al tema del dinero, los agentes, los adelantos, la industria. Sería interesante rastrear en qué momento de la literatura española contemporánea aparece ese fantasma (seguro que no está en el 27 poético, que publican ediciones minoritarias y viven de rentas, ¿empezará con el periodismo de la época; ¿será un efecto más del Boom y la superagente Balcells, como la llamara Vázquez Montalbán?; ¿tendrá que ver con nuestra Transición a Europa?). Lo que sí tengo claro es que a la generación biológica anterior a la nuestra sí que le preocupaba y le preocupa ese fantasma. Ellos (los que ahora tienen entre cuarenta y sesenta años) sí que hablaron de la profesionalización, inventaron un modelo de gestión cultural y editorial, negociaron libros propios y de encargo. Pero ¿hablaron de ello en sus congresos?, ¿o prefirieron hacer "como si no fuera importante"? ¿En qué se basa el prestigio de García Márquez? ¿Tiene algo que ver con ser un best-seller?
Son sólo preguntas, por si alguien quiere contestarlas. Las ha motivado el descubrir que en la solapa de la última novela de Javier Marías se dice que ha vendido más de cinco millones ejemplares de sus novelas en todo el mundo.
A un euro de derechos de autor por ejemplar...


www.jorgecarrion.com

Anónimo dijo...

Toni Montesinos en "Caballo Verde", de La Razón:

Individualistas, jóvenes y escritores

¿Hay una nueva generación de escritores? ¿Ya están aquí los autores que van a interpretar este tiempo? Escritores, críticos y periodistas se han reunido en Sevilla para responder a éstas y más incógnitas. Lo único claro es que forman individualidades no homologables como generación, con lecturas eclécticas y atraidos por la cultura de masas.



En el Encuentro de Nuevos Narradores celebrado en Sevilla del 25 al 28 de junio, y que bajo el título de Atlas Literario Español, organizaron la Fundación José Manuel Lara y la editorial Seix Barral, sucedió lo que apuntaba al final de su discurso de bienvenida José Manuel Caballero Bonald: «Me complacería mucho que estas reuniones no cuenten con ningún atril académico ni alcancen conclusiones severas». No hubo, en efecto, posturas ampulosas ni ideas concluyentes, o tal vez las conclusiones radicaron en poner de manifiesto la heterogeneidad y libertad creadora de cuantos acudieron a la cita, un grupo variado en el que se vieron desde escritores premiados, como José Ángel Mañas, Juan Manuel de Prada y Espido Freire, pasando por fenómenos en géneros concretos, como Care Santos en la narrativa juvenil, hasta autores con mucha presencia en los medios culturales, caso de Félix Romeo o Paula Izquierdo. Asimismo, hubo otros de trayectoria más discreta pero igualmente firme, como Ignacio del Valle, Ricardo Menéndez Salmón o Joaquín Pérez Azaústre, y otros de escasa obra aún. Es decir, lo que se espera de este tipo de eventos, un «totum revolutum» artístico-estético de gentes que escriben y publican con mayor o menor fortuna. Ganarse de la vida. De arte y estética, sin embargo, se habló poco. Las propuestas de las mesas redondas se orientaban a asuntos de gran interés, aunque no estrictamente propios de lo narrativo: la influencia de los nuevos lenguajes (cine, cómic, publicidad); los géneros literarios en Internet, en lo que destacó Vicente Luis Mora; la crítica como impulsora de las nuevas generaciones; los premios y las revistas... En temas de esta índole, se acaba cayendo en generalidades de forma inevitable, o se buscan pretextos para el debate ya muy enquistados, como el que rezaba «¿Cómo se gana la vida un cuentista? Presente y futuro de un género maldito», mesa en la que participaron Hipólito Navarro, Guillermo Busutil y Félix Palma, entre otros. Me pregunto qué pensaría alguien que entrara en una de esas sesiones –aunque apenas hubo público salvo el de los propios congresistas, más la presencia de un joven y emprendedor librero de El Ejido–: ¿qué impresión se llevaría de los jóvenes narradores españoles? Tal vez la de una gente sanamente individualista, en el sentido de no adherirse a una tradición específica o alguna tendencia; alejada de la realidad sociopolítica, pues tal cosa no se abordó en absoluto como una preocupación que tratar de forma literaria; y además muy diplomática, ya que se eludió algo tan alarmante como el declive de las humanidades y la transformación del libro en mero producto y el autor en marca. Uno mismo creyó oportuno reflexionar de forma seria sobre semejante realidad, además asentándose en criterios tan sabios como los de Germán Gullón en «Mercaderes en el templo de la sabiduría», pero con eso se despertaron reacciones llenas de agria susceptibilidad. De ello, deduzco que la autocrítica brilla por su ausencia, y que el triunfalismo que se respiraba era un gigante de pies de barro: se afirmó que existe una gran literatura joven, pero nadie ha leído a su prójimo, según se reconocía. No se trataba tampoco de levantar polémicas, pero tal vez no hubiera pasado nada si el conformismo hubiera sido sustituido por algo que, a priori, se espera de los jóvenes: un talante crítico, cuando no rebelde, de algunas situaciones. ¿Bienestar o indiferencia? Quién sabe. En cualquier caso, tiene razón Agustín Fernández Mallo al decir que si ciertas cosas no se hablaron, es que no había interés por ellas, y sanseacabó. Las conclusiones, expuestas por la editora Elena Ramírez, eran ciertamente muy adecuadas: «Una plural influencia de la literatura norteamericana contemporánea»; «no hay “plurales”, no se habla de “nosotros”, a la hora de posicionarse frente al panorama narrativo general»; «literatura híbrida que tan sólo reconoce los cánones tradicionales para poder renovarlos». Esta idea de reinvención es clave, y ojalá hubiera habido oportunidad de escuchar a cada participante mediante una ponencia individual donde estableciera sus propósitos literarios, lo que, a veces, damos en llamar con pedantería, su «poética». Realidad y ficción. Con todo, los árboles no impiden ver el bosque: se trató lo que, a mi juicio, es el asunto hoy más importante, la relación entre realidad y ficción, en torno al periodismo y la novela, por ejemplo. Álvaro Colomer y Toni Sala son dos casos interesantísimos en los que el reportaje se confunde con el relato ficticio; Milo Kromptic se inventa un autor que firma por él; Luis García Jambrina señala que la crítica es un género de ficción más; un libro que circula de Mario Cuenca, «Boxeo sobre hielo», funde de modo fragmentario lo novelesco y ensayístico con varios puntos de vista... En suma, todos ellos, todos nosotros, escritores libres de ataduras, tolerantes con el otro y con un mismo lugar de encuentro: la mirada libre de prejuicios frente a la literatura, que sólo cabe ver con ojos modernos, cosmopolitas, interculturales. Toni MONTESINOS

Vicente Luis Mora dijo...

"Zhang Zhengrong, un médico que supervisa el teléfono de primeras ayudas para adolescentes preñadas de la ciudad, dijo que el 46 por ciento de las más de 20.000 jóvenes que llamaron al 'teléfono rojo' en los dos últimos años habían mantenido relaciones sexuales con chicos que habían conocido por Internet (...) Zhang responsabilizó de la situación a las páginas web para adultos, los vídeos y los libros y apeló a los padres, profesores y a la sociedad a prestar más atención a la educación sexual".