miércoles, 4 de julio de 2007

Notas de lectura

1. W. H. Auden, Los señores del límite; Círculo de Lectores, Galaxia Gutenberg, 2007.
2. Dimitris Calokiris, El museo de los números, Berenice, Córdoba, 2007.
3. Gore Vidal, Ensayos (1952-2001); Edhasa, Barcelona, 2007.


1. W. H. Auden, Los señores del límite; Círculo de Lectores, Galaxia Gutenberg, 2007.

http://www.lotofago.com/numeros/lotofago11/critica.htm



2. Dimitris Calokiris, El museo de los números, Berenice, Córdoba, 2007.

Fragmentos para una presentación
(CAC, Málaga, 25 de junio de 2007)

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Grecia es la infancia. La nuestra y la de Occidente.

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La filosofía como linterna y la religión como escudo.

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Este libro de cuentos del narrador, poeta y ensayista griego Dimitris Calokiris (1948) contiene uno de los cuentos más breves de la historia de la literatura. Se titula “Vita brevis”, y el texto es: “ÒV, OFF”. Los esforzados traductores, Vicente Fernández y Ioanna Nicolaidou, han tenido que alargarlo un poco para que se entienda en castellano: “ONtología / OFF”. En griego, hay homofonía de sentido entre la primera palabra del original y el término inglés on. De modo que es un complejo chiste metafísico en tres idiomas, latín, griego e inglés. Según la Metafísica de Aristóteles, "hay una ciencia que estudia lo que es, en tanto que algo que es y los atributos que, por sí mismo, le pertenecen" (IV, 1003a21-22). Esto se dice tò òn hê òn en griego clásico. Òn es el participio de einai, ser, y por tanto la mención en el cuento de Calokiris no es anglófila, sino ontológica. Estando al final del libro, y con no pocas bromas acerca de la identidad del sujeto en general y de los personajes en particular (en no pocos cuentos el personaje va cediendo su protagonismo, en otros nunca lo tiene, en otros no hay nadie en el texto), el relato hiperbreve tiene, además de profundidad filosófica, una notable carga de corrosivo regodeo nihilista.

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“El hecho es que me encontraba en el punto de resonancia de un elaborado discurso poético, cuyas inquietudes –algunas al menos– eran las que precisamente me esforzaba en formular por cuenta propia. En otras palabras, una literatura, para mí, ajena al tedio”[1].

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A la adscripción de este libro a la línea más pura de Posmodernidad europea cabe oponer pocas reservas, basta con recorrer las primeras páginas. La decanonización constante, la ironía metaliteraria, la condición de puzzle, la dispersión identitaria (véase el relato titulado “Quién”), y el juego –borgiano, sciasciano- de erudiciones fingidas y verdaderas no nos deja cuartel, llevándonos de sorpresa en sorpresa. Cuando la erudición es fingida, Calokiris roza la ciencia-ficción; sabemos que es verdadera cuando la disfraza: el personaje que abre “Ardoroso oficiante” está descrito de esta manera: “Decían que de su boca entraban y salían enjambres porque un día, a los nueve años, se escapó de su csa en el pueblo cuando un mediodía su madre se desnudó entera, sin razón aparente, estrechó a su bebé entre sus brazos y los dos juntos se tiraron al pozo para siempre” (p. 123). No puede ser casualidad la mención, cuando los vecinos de quien luego sería San Ambrosio descubrieran, precisamente cuando éste tenía esa edad, que de la boca aquel niño tan especial entraban y salían abejas sin picarle. Calokiris conoce la anécdota erudita, pero la disfraza, la olvida, la oblitera en ficción. No nos fiamos de él, renuncia a la fiabilidad. Por ejemplo, cuando menciona a un producto herbicida llamado “Cioran”, por debajo de la broma filosófica a costa del nihilismo nos asalta la duda: ¿la mención del herbicida es casual o no? ¿Caminan detrás las cuatro hierbas curativas de Epicuro, aquello de que no debemos temer a los dioses, que la muerte no nos concierne, es fácil conseguir lo bueno y lo terrible es fácil de soportar? La respuesta es sí. A lo de que lo terrible es fácil de soportar, me refiero, se lo asegura un crítico literario; la otra cuestión, la posible retorsión epicúrea de la broma rumana de Calokiris, nunca la elucidaremos.

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“En el fondo del espejo, apareció sonriente el poeta Andreas Embiricos” (p. 141). Embiricos (1901-1975) fue un poeta griego, introductor del Surrealismo y el psicoanálisis en Grecia. [Durante la presentación, Calokiris dice: "me propongo la creación de un sueño real, tangible". Apunten eso] Algunas referencias especialmente emotivas de Calokiris remiten a personas que han intentado poner algo de magia, de misterio y de búsqueda en la cotidianidad arenosa de nuestros días, o en el légamo de la mala literatura realista.

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Calokiris no narra una historia, sino que deriva de unas a otras, parece elegir azarosamente (pero Borges lo dijo, no hay azar, y Calokiris aprendió bien del argentino que el azar es sólo una ley de la causalidad que aún no conocemos), y sus hilos narrativos se enrejan, enredan y enrocan los unos en los otros. Un ejemplo confeso, página 128:


Ahora bien, en este punto se nos plantea la cuestión puramente técnica de si debemos seguir el dessarrollo de la historia del perro, del busto, de la planta, de la anciana que aunque vivió como mormona pasó a mejor vida con toda normalidad o, simplemente, combinar todo eso en una comedia de enredo. Volvemos, pues, a los mormones (p. 128).
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En un panorama, como el europeo, de literaturas normalizadas y aterradas en el estómago castrante de sus propias tradiciones, es un placer encontrarnos con la narrativa griega, que en casos como los de Calokiris, Zomás Scasis o Michel Fais, es capaz de ejecutar sabios, divertidos y excelentes actos de terrorismo literario; tanto más y con mayor mérito aún, que lo hagan cuando justo ellos son los que tienen a sus espaldas la más seria, completa e inmortal tradición de todo Occidente. Tenemos aquí una gran lección que aprender los otros pueblos de Europa, acomplejados y grises, plagados de narradores que enrojecen de ira si alguien osa tocar las líneas de Sterne o Rabelais y lleno de poetas que se consideran vejados si se menta en vano el nombre de Machado.

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Creo que, para terminar y pasarle la palabra al propio Calokiris, nada mejor que esta frase suya, con la que comienza su relato “Geografía”, y que da la talla de la rareza, el atrevimiento y el valor, en todos los sentidos, de esta literatura: “No sé cómo termina esta frase; ni siquiera puedo decir cómo empieza” (p. 133).

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Nota
[1] D. Calokiris, “Borges: el laberinto de la traducción”, Trans nº 1, 1996.




3. Gore Vidal, Ensayos (1952-2001); Edhasa, Barcelona, 2007.

Un inmenso suspiro

Qué se puede decir sobre un libro de casi mil páginas que resulta corto, interesante y ameno; qué mejor forma de defenderlo que recomendarlo. Esta recopilación parcial, aunque amplia, de los ensayos de Gore Vidal (West Point, EEUU, 1925), está dividida en dos partes: una donde se recogen ensayos literarios y otra, a mi juicio más valiosa, donde se agrupan parte de los cientos de textos y artículos que Vidal ha dedicado a materias políticas o sociológicas.

Respecto al primer grupo, debemos apuntar que Vidal, como buen escritor ególatra, únicamente está capacitado para hablar con inteligencia de literatura si la obra del autor examinado se parece a la propia. Sólo un escritor generoso y escasamente soberbio puede salirse de sí y de su concepción de lo artístico para apreciar con objetividad la obra literaria de los demás y valorarla sin arrojar sobre ella luz íntima. Vidal, uno de los mayores exhibicionistas y egocéntricos ejemplares de un mundo de por sí poco capacitado para la autocrítica, es incapaz de ese gesto de generosidad, lo que empaña –y mucho– sus análisis literarios, que suelen acoger el enganche, la rastrojera o la ojeriza, por no decir la envidia. Los insultos dedicados a los teóricos del noveau roman podríamos haberlos imaginado antes de leer el ensayo: es imposible que Vidal pudiera llegar a simpatizar con algo tan alejado a su encantado de conocerse modo de escribir/se, siempre lindando lo autobiográfico, siempre haciéndonos sospechar que uno de los personajes podría llamarse Gore Vidal. Esto no es necesariamente malo (sin esa vertiente literaria, no tendríamos a Proust, ni a Montaigne, por ejemplo), sólo digo que hay que tenerlo en cuenta para morigerar el alcance de ciertos juicios de valor.

Y cuando éstos se adentran en aspectos literarios, Vidal no se caracteriza precisamente por su timidez. En “Novelistas y críticos de los años cuarenta” revela a Carson McCullers, Bowles y Tennessee Williams como “los tres escritores más interesantes en Estados Unidos”, postergando al último Faulkner (p. 57). Se ceba con los autores que puntualmente han hecho sombra a su infatigable ego, como Mailer, Sontag o Salinger. Pero Vidal es un autor notable, y no son pocas las veces en que sus opiniones son tan justas como necesarias: “los escritores no compiten entre ellos. El auténtico enemigo es el público, cada vez más indiferente a la literatura, un público al que sólo se puede llegar por medio de fenómenos, pornografía de grado superior o narraciones voluntariamente huecas de la vida que llevamos hoy en día”. También nos tranquiliza saber que también “con cada generación, la prosa norteamericana va empeorando, lo que refleja caos a la hora de pensar, una deficiente educación y la insuficiente asimilación del inglés inmigrante al antiguo idioma” (p. 97).

Sin embargo, en la segunda parte asoma el fino crítico y moralista cuyos juicios desafían, con toda razón, lo políticamente correcto: “tenemos más de un millón de personas en la cárcel y más de dos millones en libertad condicional. Todos los años son violados muchos más hombres dentro del sistema carcelario estadounidense que mujeres fuera de éste, pero a nadie le importa” (p. 888). En general, hay que reconocerle un valor notable; no debe ser nada fácil hablar de asesinatos del FBI y permanecer incólume como ciudadano (quizá por eso pasa parte del año en su palacio italiano). Hace poco leía una entrevista al autor, donde Vidal negaba que el gobierno norteamericano pudiera haber participado en los atentados del 11-S, por la sencilla razón de que estaban planeados con inteligencia. Vidal es así, capaz de alturas y bajuras al mismo tiempo; pero la cuestión es que es un personaje valioso, valiente, que representa lo mejor de los Estados Unidos (la inteligencia, el talento, la capacidad de trabajo, la perseverancia, la cultura humanística global), y lo peor (cierta prepotencia, cierta desatención por los de abajo). En fin, qué puede decirse de un hombre capaz de frases como “no basta con triunfar: los otros deben fracasar”. Seguramente, que su triunfo siempre será relativo. Pero indiscutible.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, Vicente, por la pista sobre el amigo griego. Lo buscaré donde esté.

Y gracias por tu entrada sobre el libro del amigo Gore Vidal, siempre admirado por mí y extrañado de que sus textos no se tengan más en cuenta. Da muchísimo juego

Antonio Jiménez Paz

Anónimo dijo...

El siempre polémico y voluminoso Vidal, siempre dado a escribir mamotretos, algunos memorables como "Burr" "Creación" y "Juliano el Apóstata"...