Julián Herbert
Cocaína (Manual de usuario); Almuzara, Córdoba, 2007
[Banda sonora: Tori Amos, She's your cocaine: http://www.youtube.com/watch?v=ijuf4EXBMDM&mode=related&search=]
Estamos ante un libro extraño, personal, inclasificable y necesario. Hemos leído Cocaína (Manual de usuario) en su segunda edición, ya que el libro fue publicado por Almuzara en 2006, después de su éxito en México tras obtener el V Premio Nacional de cuento Juan José Arreola. Lo hemos hecho por recomendación de un lector de este blog (Vitorino), que nos animaba a tener en cuenta a Herbert como una referencia inexcusable, y debo darle la razón al lector, además de las gracias. Porque Cocaína es un conjunto de textos (quizá llamarlo libro es darle una homogeneidad que el autor combate) que es a la vez del siglo XX y del 21, profundamente imbricado en la mejor tradición anglosajona, como ahora veremos, pero también lanzado hacia el futuro-presente de la globalización pangeica.
Tradiciones, tensiones y estilo
Las referencias culturales más utilizadas por Herbert son aquellas de la tradición culta que tienen relación con la droga porque Cocaína, digámoslo ya, es un libro sobre la droga, sobre la experiencia de la droga observada desde todos los puntos de vista: el consumo, el entorno social y familiar del adicto, el síndrome de abstinencia, la vida de los dealer o camellos (díler, escribe Herbert), y la del simple consumidor ocasional. De su vocación de insertarse en una tradición culta que puede llevar de Sigmund Freud al Eric Clapton de Cocaine habla que Cocaína se abra con una cita de Sherlock Holmes y situada en Baker Street, lugar simbólico donde la distinción intelectual y el consumo del polvo blanco pueden parecer aliados. “Llámenme Mr Sherlock Holmes. Estoy sentado en Baker Street alternando una semana de cocaína con otra de ambición” (p. 13). Este comienzo, con ese “Llámenme”, remite a su vez a otra referencia fundamental, la de Moby Dick. La cocaína se asocia, durante todo el libro, con la gran Ballena Blanca que se convierte en una obsesión para todos los tripulantes de la realidad, sobre todo para Ismael, ese protagonista metamorfoseante que nos cuenta una historia mientras encubre otra, la suya. Aira escribió un excelente ensayo sobre la complejidad de ese legendario comienzo de Melville: “Llamadme Ismael”, que era una forma de encubrimiento deliberado de la personalidad y una apertura a las posibilidades ficcionales de la narración. Herbert conoce esas posibilidades y las utiliza con sabiduría; Ismael y sus rotaciones dispersivas de identidad van apareciendo en diversas piezas, como en la dedicada al mono psicológico titulada “De lo que sucede cuando Ismael se aleja de las ballenas”, hasta cerrar, en la última página del libro –que recordemos se abre con la mención a Ismael-, con la contundente declaración: “Llámenme Ismael. Mi cuerpo es una farmacia” (p. 102).
Como en Trainspotting, de Welsh, o el ensayo de Ann Marlowe, Cómo detener el tiempo. La heroína de la A a la Z (Anagrama, Barcelona, 2002) o la película Traffic de Soderberg, Cocaína trata el tema de la droga sin trampas ni contemplaciones. No hay moralinas, no hay condenas explícitas, ni tampoco defensas o discursos complacientes. La droga y su mundo aparecen reflejadas tal y como son, intentando hacer una literatura a partir de ese fenómeno, como podría haber elegido cualquier otro, aunque siempre rozando el límite de la inefabilidad que surge en cuanto aparece este tema. Me explico: cuando apareció Cómo detener el tiempo, escribí en mi reseña del ensayo:
Marlowe defiende en el apartado “Ficción” la necesidad de esta postura para tratar el tema de la droga: “la droga es la antificción. (...) la heroína existe obras que no sean de ficción: memorias, hechos verídicos. Pero, incluso en ese caso, el truco consiste en ser más listo que la droga; en introducir algo que la droga no introducirá: sorpresa” (p. 131). Una de las causas de que la literatura sobre temas relacionados con la heroína no haya encontrado su obra maestra es la incapacidad de los autores de definir qué se siente exactamente en el éxtasis provocado por una dosis. Siempre se alude a la comparación, sobre todo aritmética: Welsh, en Trainspotting, hablaba de algo parecido a “un millón de polvos”; Marlowe lo define así: “era como los mejores aspectos de un colocón de hongos mágicos, pero multiplicado por diez: eufórico, cálido, reconfortante, y también controlado” (p. 30). La droga es el reino del como literario. Quizá el secreto del colocón sea precisamente eso, el mismo del momento del clímax sexual: la inefabilidad, el ser invulnerable a las palabras, ahí reside su dudoso atractivo, y su impenetrabilidad artística.
Como no soy consumidor de drogas, no sé si Cocaína logra o no traspasar ese límite, pero sí es cierto que lo intenta convincentemente, esto es, a través de medios literarios. La relajación sensorial y los fenómenos de confusión de formas y colores están extrapolados mediante líneas o párrafos de expresiones sincopadas y breves, tejidas al modo del cut-up de Burroughs –una referencia inexcusable, por tantos motivos-, cuya carencia de solución o cesura a través de signos de puntuación alude al continuo indistinto del delirio (cf. páginas 100 ó 102). Son además los escasos momentos de irracionalidad dentro de un conjunto realista, lo que estilísticamente quizá sea apropiado para abordar este fenómeno químico donde de los momentos de éxtasis se pasa rápidamente a instantes de la la más parca y cruda realidad (aunque los juegos de lenguaje de Herbert le hagan utilizar la palabra cruda con irónicas anfibologías). El estilo de Cocaína es tan confuso y problemático como su naturaleza genérica; es bastante revelador a este respecto un pequeño párrafo de Herbert hacia la mitad del volumen: “Lo sublime es antiguo, ya no es noticia, no importa. En estos días es difícil que algo consiga ser sublime e interesante al mismo tiempo” (p. 50). Consecuencias: Herbert pone por encima el interés, sí, pero no lo opone inevitablemente al sublime artístico, solo explica que es difícil compatibilizarlos. De ahí que la referencia sea Moby Dick, cima del sublime artístico de la novela anglosajona, y no Trainspotting o Naked Lunch, de ahí que bajo la dureza o la rudeza expresiva de algunas partes, asomen párrafos donde el brillo estilístico es de una notable pureza, de ahí que Herbert nos parezca el punto medio entre narradores mexicanos del estilo tardomoderno de Fernando León o Juan Villoro, y otros posmodernos como Mario Bellatín o Adrián Curiel Rivera. Porque, como él mismo dice:
De ahí la droga, la necesidad de escapar. Y de ahí, también, la explicación del estilo, realista pero que sabe abandonar a tiempo el despojamiento para vestirse, ya sea rítmicamente, ya mediante el estilo, de otras complejidades y horizontes, quizá en la órbita de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, pero con otro contexto epistemológico que acoge el nuevo contexto comunicacional de la globalización (véase el relato “Satélite porno”).Hay que contemplar nuestra invisible figura en el espejo, apretar la dignidad, afilar la dentadura, renunciar al disfraz de cadáver despierto. No hay peor sobredosis que la realidad. El hombre no soporta demasiada realidad. (p. 51)
Droga y consumo
La droga es un intento de disolución del alguien en el Nadie, o de los uomo qualsiasi de Agamben en un alguien, o en una forma reconocible –socializada– de Nadie. Es decir: supone un intento de dilución de lo singular en la experiencia de la intercambiabilidad, para quienes tienen presencia social, y un intento de encontrar un sustitutivo para la ausencia de esa pertenencia social, para aquellos que están excluidos del sistema; o sea: “el inmigrante que no tiene otra cosa que su nuda vida… y su ansia de convertirse lo antes posible, también él, en un consumidor anónimo, en un uomo cualunque”[1], como explica Félix Duque, hablando de la universalización del individuo contemporáneo, en unos términos que aquí nos resultan de utilidad. La droga despersonaliza, algo que parece sugerir ese Ismael desustanciado y sin nombre fijo cuya existencia sólo cobra sentido, precisamente, a través de las sustancias, a través del consumo, entendido en su esencial doble sentido. De hecho, uno de los mejores momentos del libro es el relato “Manual de usuario”, construido como un prospecto farmacéutico, conteniendo la posología y contraindincaciones del consumo de droga, a través de un medio mercantil: la receta[2]. La ironía termina con una sobreironía genial: “Agradecemos de antemano su preferencia y esperamos que disfrute de los beneficios que este maravilloso artículo le ofrece. Somos, orgullosamente, una empresa nacional” (p. 28), donde la descripción de un México colonizado por la droga y dominado por sus narcos (sacralizados incluso por formas culturales como Los Tigres del Norte, cuyos narcocorridos aparecen aquí citados alguna vez) es tan siniestra como precisa. Los personajes de Herbert no se cuestionan la droga, la cocaína está ahí, es una de las formas del estar, para lograr una clase de ser condicionado por el no-ser; ontologías aparte, pero sin dejar de lado esa perspectiva identitaria (porque Herbert no la deja), la droga es algo con lo que se vive, algo posmedicinal ante lo cual los personajes de Cocaína sólo pueden adoptar dos posturas: ser o no ser (es decir: o consumir, o ser adicto). En otras palabras: individuación débil + consumo = ser social satisfecho y conectado; individuación débil + consumo incontrolado = no-ser, en cuanto ser desconectado de los demás, drogadicto, apartado, marginal voluntario. El paso del consumo a la adicción puede explicarse con los términos psicoanalíticos de deseo y pulsión: una vez que el deseo de obtener el estado se sustituye por el rito del consumo sin más, mecanizado hasta convertirse no en un estar sino en un ser poblado de estares indistinguibles, una situación puntual abandonada por una obcecación, la pulsión gobierna al individuo y destruye el criterio[3]. De ahí que el entorno obligue al adicto a dominarse, no por él mismo, sino por el mejor funcionamiento del sistema, ya que cuanto menor es la alteración social, más fácil resulta funcionar por debajo del radar:
Una vez tuve un supuesto conato de neumonía. En realidad me había vuelto, sin notarlo, adicto a la cocaína. Como era regalada y la compartíamos entre todos en la ambulancia… El doctor Jiménez me citó en su consultorio. Me dijo que no me preocupara demasiado, que muy seguido sucedía con los camilleros novatos; pero que a partir de ahora iba a tener que vigilarme. Algunos colegas (…) alertas pero discretos, habían decidido reportarme con mi médico padrino. Por eso él meEs decir, ni los propios médicos recomiendan en el libro de Herbert el abandono del consumo de la sustancia, a pesar de que todos los estudios son concluyentes respecto a los devastadores efectos del consumo prolongado de cocaína. Pero así están las cosas, parece decirnos el rudo diagnóstico de Herbert, cuya crudeza, sin embargo, no llega al nihilismo: la cursiva impuesta al demasiado pronunciado por el doctor Jiménez y recogido por el adicto nos avisa de que ahí se ha vulnerado un límite. Luego alguno hay, algo es algo. No vamos a caer en la moralina, aunque desde luego no compartimos la naturalidad de un sistema de cosas –el mexicano– tal y como a veces se desprende del texto de Cocaína. Y como preferimos no hacerlo desde el punto de vista de la relación con la droga, lo haremos ideológicamente y desde otra perspectiva. Como recordaba en Afterpop Eloy Fernández Porta, el drogadicto es el consumidor perfecto; dejando de lado juicios éticos sobre el consumo de droga (que no compartimos, pero tampoco combatimos: ni siquiera la legislación española pena el consumo individual), no queremos dejar de lado que, en el caso de la drogadicción, un espacio estético demasiado comprensivo con la adicción (no con el adicto, que es muy otra cosa) nos resulta ideológicamente muy sospechoso, por no ir más allá. Queremos pensar que Herbert no escribe desde ese espacio estético, y que lo que ahorra son las también execrables moralinas sociales que hacen como si la droga no estuviera ahí, como si no estuviera por todas partes. Hay que recuperar el monólogo final de Traffic, cuando el ex responsable de la lucha federal contra la droga interpretado por Michael Douglas hace un discurso final donde reconoce que la droga está entre nosotros; hay que recordar el arranque de la Historia General de las Drogas, de Escohotado, que vincula a todas las formas culturales e históricas conocidas con el consumo (medicinal o no) de drogas. Eso es cierto, y es así; otra cosa es resignarse, sin más, a un descontrol absoluto de las sustancias psicotrópicas; no hay nada malo en una sociedad con droga, sí lo hay en una sociedad de drogadictos, porque quienes han perdido la voluntad ya no son ciudadanos. Podría aportar una batería de argumentos jurídicos, pero espero que baste con el sentido común.
llamaba ahora.
-Tienes que dejarla –ordenó-. Aunque sea por un tiempo. Y aprender a controlarte antes de volver a consumir. (p. 74)
Conclusiones
Volviendo a lo literario estricto –porque lo político, lo social y lo ético son, constitutivamente, literarios–, Cocaína (Manual de usuario) es un libro en la frontera, un texto híbrido, donde relatos fragmentarios pululan mezclados con poemas y estructuras provenientes de la publicidad, como el citado prospecto, cuyo única dificultad para el disfrute proviene de su recepción de la jerga juvenil mexicana, no siempre inteligible para otros hispanohablantes (no hubiera estado de más un glosario final, o alguna nota a pie para expresiones realmente herméticas). Posmoderno, irónico, lleno de talento y deseo[4], con páginas memorables (pp. 77-78, 102), un gran sentido del ritmo, un sabio despojamiento descriptivo y un elocuente uso de los diálogos, el libro de Herbert es un retrato de nuestro tiempo, un preciso diagnóstico social y un notable ejercicio literario.
.
[Respuesta de Julián Herbert en comentarios, pinchad abajo]
.
Notas.
[1] F. Duque, El cofre de la nada. Deriva del nihilismo en la modernidad; Abada, Madrid, 2006, p. 15.[2] “Habría que etiquetar cada sustancia con una descripción precisa de los efectos –buenos y malos– que produce sobre quien la ingiriera. Para ello, haría falta una honestidad heroica”; Gore Vidal, “Droga”, Ensayos (1952-2001); Edhasa, Barcelona, 2007, p. 699.[3] Perfectamente explicado en Slavoj Zizek, Visión de paralaje; Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006, p. 17.[4] Sobre la escritura discursiva como droga, véase E. Fernández Porta, Afterpop. La literatura de la implosión mediática; Berenice, Córdoba, 2007, pp. 101ss.
17 comentarios:
Sólo una cosa, Vicente... en mi opinión TRAFFIC tiene una carga moral importante, y además, bastante reaccionaria. Embellece el consumo norteamericano, culpa a México de una manera sutil, y adoctrina al más propio estilo estadounidense: en el consumo está la penitencia. TRAINSPOTTING, quien sabe si por ser de la anti-maniquea Europa, sí da una versión menos "comprometida" y más lúdica de la drogadicción. Otra película que puede nombrarse es la boba REQUIEM POR UN SUEÑO, y toda esa corriente hollywoodiense del Yonki Bellísimo pero Desnortado, con películas color metálico. No hay cosa que les guste más que la redención.
Dicho esto, leeré el libro. Y aprovecho para saludarte.
Razón tienes, Antonio, pero yo no he hecho una lectura global de la película, sino que sólo quería rescatar el hecho de que hasta una película moralizante como ésa reconoce el estado de cosas. Cómo afronte luego ese estado es otra cosa. Gracias por venir, Antonio. [Por cierto: droga dura para adictos a la poesía ardiente: El incendio cerise, de Antonio Agredano, Plurabelle, 2007]
La verdad que todo esto me huele a metaliteratura "drogada". Habrá que leer el libro para juzgar pero, así presentado, no me parece nada nuevo. Creo que el tema de la droga en la literatura ya está más que tratado y maltratado desde Huxley, Artaud, Michaux, Benjamin,Lowry,etc...Será que -como no soy consumidor-me cansa el tema. De todas formas, gracias por la recomendación y tan buen artículo.
Gracias por tu comentario, Chema, pero el libro merece la pena, precisamente por lo que tiene de novedad respecto al tratamiento del tema. Un saludo.
Una anécdota; hace poco, en una tienda de ropa de Granada, encontré unos panfletos de un colectivo que recuerdan a una de las técnicas de Cocaína que menciona VLM; cada uno de estos panfletos tomaba forma de prospecto médico dedicado a sendas drogas que habitualmente se consumen en nuestro país. Me sorprendió el rigor y la falta de intención alarmista y moralizante con que estaban construidos. También me pareció (extraño en publicidad) de esa clase de textos que uno se encuentra en la vida y que no se ofrecen como literatura, pero que sin embargo lo son, al menos para algunos.
No quiero desbarrar mucho, porque no he leído la novela, pero se me antoja que el publicista y Julián Herbert dan una solución pareja porque sitúan al consumidor (de publicidad, de literatura, y también de droga) en unas mismas coordenadas. En concreto, al usar el código legal de la droga (¿no son los prospectos el papel de ley de la droga?) para hablar de la droga ilegalizada, se desactiva tal diferencia. Y esa es la nueva sensibilidad general, creo yo, de millones de personas en el mundo para las que la línea trazada por los Estados entre unas y otras ha dejado de tener sentido. No es que el ciudadano haya dejado de creer que todo debe ser legal (la mayoría piensa lo contrario, sobre todo los adictos, me consta), sino que, si normalmente existe una relación entre la ética interna del individuo y la ley a la que se somete el individuo, esa relación, en el caso de las drogas, se está resquebrajando. Es muy difícil, por no decir imposible, reprobar moralmente a los que fabrican y distribuyen la droga que tú consumes (por no decir a ti mismo, como sería el caso de un consumidor en Estados Unidos que puede hasta ir a la cárcel). Un número creciente de personas muestra cada vez una posición más ambigua y compleja respecto a las drogas.
Es, no me cabe ninguna duda, uno de los grandes dilemas morales de nuestro tiempo (aunque siempre más clandestino, como todo con las drogas lo es). Y como tal, debería generar toda la literatura, el arte y el pensamiento que sean posibles, tal y como han demandado todos los grandes dilemas morales de cada momento histórico. Supongo que es el gran periodo para que la literatura aborde el tema de la DROGA, porque la DROGA está pasando ( o nos la están pasando,) todos los días-semanas-meses más que nunca jamás en la historia.
Ojalá que la droga se normalice como asunto literario, que no deribe necesariamente en un relato extremo de marginalidad, autodestrucción y hedonismo salvaje, ni tampoco en la soflama a la católica tan acostumbrada, y que ocupe en la literatura el lugar que ocupa en la vida, que actualmente es considerable. Simplemente. Se preguntaba VLM en la encuesta para escritores qué clase de autocensura se imponía cada uno. Y qué duda cabe que la droga también está “ilegalizada” desde dentro como tema literario. Porque (esa es mi percepción) cuando un escritor describe con minuciosidad la rutina de un ladrón o un asesino, el lector, ¿piensa que el escritor es un asesino? Pero cuando un escritor describe con minuciosidad la rutina de la droga, ¿qué piensa el lector? En fin, a lo mejor son cosas mías, pero creo algo de eso hay en la mordaza que impide que la droga salpique la literatura con más naturalidad, y no a través de salvajes monográficos a todo color como parece ser la meritoria Cocaina de Helbert.
En primer lugar, agradecera VLM la referencia de un libro que me ha parecido muy interesante y que leeré en cuanto caiga entre mis manos.
En segundo lugar, y en conexión con los dos últimos comentarios, contribuir al debate entre drogas, literatura y discurso moral.
¿Cuál debería ser la posición del escritor ante una situación de importantes consecuencias sociales como es el consumo de drogas (generalizado?)? En mi opinión, la misma que tomo Flaubert al escribir Madame Bovary para plasmar la decadencia moral de la Francia de la Restauración, o la que han utilizado autores como Franzen, DeLillo o Pynchon para analizar la sociedad posmoderna norteamericana: la ausencia de juicio moral en la narración, el no posicionamiento del narrador.
De hecho, eso es lo que hace Welsh en Trainspotting, mostrando la hipocresía del sistema de ayudas sociales (mínimas) de la sociedad británica posthatcheriana. narrados las historias de quienes, aprovechando esas migajas, se convierten en seres marginales en un mundo donde abunda la droga. Pero eso es lo que sucede en ese contexto (y no me interesas las actitudes infantiles de un sector del público que ve guay eso de drogarse. A fin de cuentas, no se hicieron yonquis después de ver la peli).
Observo cierto puritanismo en los sectores literarios españoles respecto a un tema quizá repetido como es el de drogas y literatura, más propio de la tradición anglosajona. A fin de cuentas, España es el primer consumidor de drogas de Europa, el primero de cocaína a nivel mundial, y uno de los países donde los jóvenes empiezan a consumir drogas más pronto. Por tanto, la droga en España es FÁCIL de conseguir. Es un hecho. ¿Dónde están entonces las novelas españolas contemporáneas en las que la droga juegue un papel importante? Creo que el comentario de Manuel Espigado iba por ahí (parece que en México ya se han dado cuenta).
Es evidente que existe un problema social con las drogas, aunque el problema esté en la sociedad y no en las sustancias. La opinión de Fdez. Porta afirmando que el drogadicto es el consumidor perfecto, evidencia el problema. En la sociedad de consumo la droga es un producto más, sin consecuencias sociales o morales. Un producto con un margen de beneficio muy grande. Por tanto, cuanto más adictivas sean las sustancias mejor, y cuanto más joven se empiece a consumir, aún mejor. Pero no creo que sea la literatura quien deba denunciar esto. En todo caso, la literatura debería sacar a la superfície el problema para ESCANDALIZAR (hacer reflexionar) a la sociedad. A fin de cuentas y a mi modo de ver, Madame Bovary y Trainspotting son novelas morales en ese sentido. Y espero que la recomendada por VLM también vaya por ahí.
Por alguna razón oculta mi vista me ha hecho un extraño y en lugar de leer adictiva, he leído DELICTIVA. Será algún mensaje subliminar...
Ja, ja, no es para tanto, Luis. Un saludo.
Interesantes algunas de las reflexiones. Otro que escribió hace poco sobre cocaína, aunque tangencialmente, fue Beigbegder (¿se escribe así?) en "11'99 Euros". No está del todo mal el spot sobre la droga que introduce como pausa publicitaria entre los capítulos.
Sobre lo que dice Carlos Gámez, y la "novela sobre la cocaína en España", no sé, es complicado. En México es, o parece, más fácil. No en vano están esos tres mil kilómetros de frontera y la cultura que ha generado en el norte del país, con su épica: la de los ya mentados Tigres del Norte y otros muchos, (a mi los que más me gustan son Grupo Exterminador, los más exagerados) y con su tragedia social mil veces mencionada: con todo eso de "pobre Tijuana, tan cerca de Estados Unidos etcétera etcétera".
En España, dadas las circunstancias, no creo que se pueda extraer un "producto cultural" de la cocaína. Es una droga huidiza. La consumen directores de cine en sus fiestas, yonkis en sus parques y peones de la construcción en sus horas de trabajo. Es, de hecho, lo contrario al LSD y descubrimientos sicotrópicos posteriores, que identificaban generaciones en el "secreto de la droga". Incluso los efectos de la cocaína son tan variables como sus usuarios. Camioneros que la usan para no dormirse y adictos que esnifan para poder follar. Incluso politoxicómanos que la fuman para relajarse y conseguir dormir. En cualquier caso, parece que es una droga empeñada en cerrar aquellas "puertas de la percepción" que abría el LSD de la mano del pesado de Huxley.
Si engolamos un poco la voz podríamos llegar a decir: es una droga refractaria, transversal, posmoderna.
Releyendo lo que he escrito me da la impresión de que me ha quedado bastante sentencioso. No era la intención. De todas maneras, igual me he salido del debate. Será culpa de la droga, supongo.
Gracias, Julio, bienvenido.
Me equivoqué de entrada (las vacaciones)
Vitorino al habla,
no nos conocemos Vicente pero celebro que te haya gustado Herbert. Por cierto tenías cierta deuda con tu editor.
Por otro lado creo que es hacerle un flaco favor al libro enmarcarlo en la tradición de literatura-sobre-drogas-y-drogadictos. Aunque veo que has insistido a un comentarista en que el libro vale la pena. Mucha gente que crea que el libro es para lectores gustosos del tema, optará por no leerlo, entiendo que el subgénero tiene sus tótems pero Herbert lo trasciende. Herbert se acerca a la poesía, de hecho es poeta, de hecho el libro empieza como una bella poesía. La intención de Herbert es tender casi siempre a lo póético aunque el emboltorio sea del lumpen y la juventud marginal. Entiendo que Herbert utiliza el material que le conviene para crear, pero sus textos no son panfletos pro, ni, puesto que no hay moralina, exigen un razomiento social más que cualquier otra obra literaria. El autor invita al lector a un juego poético, literario, en el que fuerza los límites del género hasta el extremo de hacer literatura con una receta de coca.
En fin creo que Herbert sabe muy bien lo que hay que hacer y lo hace a la perfección.
Por lo que veo la mayoría de los comentarios analizan el tema haciendo incápié en lo moral/amoral del libro; en si el autor es o no consumidor; en la postura que un escritor debería tener///
Esto es literatura y no un reportaje de la CNN o de Callejeros. Y es desde esa perspectiva como hay que acercarse
a la obra.
Vitorino
No estoy en absoluto de acuerdo contigo, Vitorino. Creo que he abordado Cocaína desde una postura literaria, pero es que para mí lo literario es todo, como verás por el último post que acabo de colgar hace un rato. Además, tienes aspecto de ser un lector bastante hecho, y por ello consciente de que el "protocolo" de las reseñas tiene varias leyes no escritas, entre ellas una principal:
Nadie dedica cinco folios a un libro si éste no es importante y valioso.
A no ser que sea para hacer anticanon, claro. Pero éste no es el caso aquí. Si hubiera querido abordar el libro de Herbert desde la perspectiva que dices, lo hubiera despachado en dos líneas. Creo que se habla en la reseña de bastantes cosas, aparte del consumo de drogas.
Un abrazo y gracias por participar.
hola vicente,
no creo que la literatura relacionada con la heroína no haya encontrado su obra maestra. "i'm waiting for my man", de lou reed, es una canción preciosa y fabulosa sobre un aspecto muy concreto de este tema, la relación (nerviosa, ansiosa) del usuario con el dealer. lou reed tiene algunos otros temas bastante importantes en este aspecto. pero hay una canción, quizá la mejor de lou reed y con toda seguridad la mejor en el género (se titula "heroin", ahí no hay sorpresas) que me parece una obra maestra y que expresa, como sugerías en tu comentario, tanto la fenomenología como la metafísica de la jugada. no es un libro, eso es cierto. per es literatura, y en último término, arte. con este comentario no trato de rebatir el tuyo, está claro que esta canción desborda el ámbito estricto de la escritura. pero por otra parte, también demuestra que el consumo de esta droga no rebasa, o puede no rebasar, no someter, no anular, el ámbito de la creación, y esta canción (que el lector curioso encontrará tras este link: http://www.youtube.com/watch?v=AMsGvYzedjA) lo demuestra.
saludos
Saludos desde México, Vicente Luis. Un agradecimiento emocionado por la amplitud y precisión de tu lectura: este manual ha tenido poca circulación en México (algunas empresas no quieren ponerlo en los mostradores debido al título), así que es de lo más gratificante haberle encontrado interlocuitores al otro lado del mar. La polémica sobre las drogas me parece, la verdad, pertinente; no estoy ni a favor ni en contra de su uso (al menos no de manera apriorística y absoluta), pero considero que el discurso (sociológico, legislativo, estético) enfatiza demasiado su condición marginal, cuando el consumo es ya incluso, al menos en algunos países de América, una práctica social en proceso de asimilación: apenas uno o dos grados bajo el cero de nuestro costumbrismo.
Un saludo también a Vitorino: la generosidad de los compañeros de viaje es impagable. Respecto a la última opinión de éste, me parece, sí, que algunos de los comentarios de los lectores de Vicente ponen más énfasis en el fenómeno de las drogas que en el libro en sí, pero a mi parecer la reseña es amplia y toca todas las zonas del libro. Quizá la acumulación posterior de mensajes es la que enfatiza el tema por sobre el texto. Por supuesto, esta última impresión lleva inevitablemente la veta de mi agradecimiento.
He citado algunas de sus (vuestras) opiniones en una entrevista reciente, porque deveras es poco el comercio de ideas que he tenido con otros lectores del volumen acá en mi país. Ojalá podamos tener un contacto más amplio. Yo estaré en Barcelona entre el 28 de septiembre y el 9 de octubre pero, por si ustedes viven en otra ciudad, les dejo aquí mi dirección electrónica: trespatines500@hotmail.com
También, si tienen obra publicada (Vicente, me habló Ruth Darnell de un libro tuyo que se titula "Circular", o algo parecido) les pido que me digan si es posible conseguirla en Barcelona.
De pronto me siento torpe: no quisiera que este mensaje les suene inoportuno. En fin, les dejo mi acuse de recibo, mi abrazo y las ganas de continuar charlando.
Julián
Estimado Julián, qué bueno leerte a través del océano. Gracias por tus palabras y por tu interesante comentario. El libro del que te habló Darnell, en efecto, se llama Circular 07. Las afueras y aparecerá en una o dos semanas, y es una novela en marcha compuesta por cientos de microfragmentos. Supongo que te lo comentó porque hay elementos que, en efecto, dialogan con tu propuesta. Supongo que estará en Barcelona en las fechas que dices.
Un cordial abrazo desde España y enhorabuena por tu libro.
Enhorabuena a Julian, creo que libros así empiezan a hacer falta, así como también a Vicente. lo único que quería aportar al hilo de la droga y la literatura, en concreto sobre la heroína, es que he echado en falta una referencia fundamental, no sólo en la temática que nos toca, sino en la literatura moderna, actual, como se la quiera llamar: HUBERT SELBY jr. Creo que en cualquiera de sus novelas se ofrecen visiones que se han echado en falta aquí, entre los comentarios y entre los análisis. Son obras donde, efectivamente la droga está y se convierte en el motor del no ser. os animo a todos a leer a hubert selby. por supuesto, en cuanto pueda me haré con un ejemplar de Cocaína. un saludo y enhorabuena!!
Acuso recibo de esa carencia. No he leído a H. Selby Jr. todavía. Mis disculpas y muchas gracias por su visita.
Publicar un comentario