miércoles, 27 de agosto de 2008

La crítica como venus mutilada

Germán Gullón
Una venus mutilada. La crítica literaria en la España actual; Biblioteca Nueva, Madrid, 2008.

[Nota previa]
Germán Gullón me menciona positivamente, como narrador, en cierto momento de este libro, algo que quiero hacer constar por si hay lectores quisquillosos -y es sano que los haya-. Como ya hablé bien de su anterior ensayo, en el que no se me citaba en absoluto, me gustaría que fueran ambas cosas (aclaración y precedentes) en mi descargo.



Sobre una imagen de Proust, para quien la crítica era una venus mutilada que debía completarse con el pensamiento de los lectores (algo que tenemos muy claro en este blog), y como “libro de conducta para la crítica literaria” (p. 16) presenta Germán Gullón este ensayo, continuador en parte de las tesis de su excelente Los mercaderes en el templo de la literatura (Caballo de Troya, 2004). Y, en efecto, a lo largo de sus páginas se van desgranando recomendaciones para ejercer este extraño oficio de crítico, unas de tipo técnico, otras de tipo ético. Entre las primeras, sugiere el autor no llevar a cabo vendettas personales aprovechando el espacio crítico disponible (p. 58), elaborar la aportación personal con autenticidad y coherencia (p. 59), o tener en cuenta que “vivimos atravesados por una cultura multimediática, a la que es imposible volver la espalda” (p. 70). La posición de “francotirador” de Gullón, profesor en una universidad holandesa, le permite hablar con una infrecuente libertad de los problemas y taras tanto de la literatura española como del modo en que nuestros críticos hablan o hablamos de ella. Lo que no significa que Gullón utilice un tono pontificador o condescendiente, sino todo lo contrario, ya que también se llevan a cabo sugestivas autocríticas a la profesión: “una obligación ineludible del crítico es cortar el patrón interpretativo con holgura de formato para que la obra examinada (…) reciba un tratamiento abierto. Muchas veces, cuando el contexto de una obra nos elude, los críticos pecamos de injustos por ignorantes” (p. 61). De esto hemos tenido recientemente numerosos ejemplos, cuando los vetustos críticos de los suplementos al uso intentan acercarse a la obra de narradores jóvenes, por ejemplo. No siempre es el autor tan concreto, por desgracia; en numerosas ocasiones se ponen ejemplos, abstractamente descritos, de malos usos críticos, de corruptas actuaciones públicas, de errores de gestión cultural, etc., que quizá por no completarse con los necesarios nombres propios y fechas pierden por completo su eficacia. En un ambiente viciado como el español, sólo la acusación hecha ya con sus destinatarios precisados puede tener algún tipo de efecto; en los demás casos, los posibles descritos se sacuden la solapa y alegan el consiguiente está hablando de otro, no de mí.

Uno de los puntos más brillantes del libro es precisamente el análisis, a medias entre el ejercicio crítico y el análisis de campo literario, de los suplementos literarios nacionales, esos apéndices semanales que por estar asociados a los principales periódicos, tienen bastante incidencia –aunque según los distribuidores, no tanta como ellos creen– en las tendencias estéticas y las inercias del mercado literario. El examen de Gullón es preciso y claro; en este tema no ahorra ejemplos concretos, y pone los puntos sobre las íes a la hora de esclarecer sus limitaciones: así, los críticos de estos suplementos suelen carecer de una visión general de la cultura (p. 84), son suplementos cuya ideología, objetivos y fines (a diferencia de los periódicos que los acogen) no están explicitados ni son transparentes y donde los cambios directivos se producen en sospechosa oscuridad (p. 86), tienen estrechas relaciones mercantiles con las editoriales a las que pertenecen los grupos editoriales del diario huésped (p. 135), y un largo etcétera de limitaciones que el lector común desconoce, creyendo que estos suplementos son válidos como interlocutores, al seleccionar los libros que merece la pena leer, o creyendo que todos los suplementos valen lo mismo, o que sus críticos son igualmente prestigiosos. Como bien apunta Gullón, “el poder del suplemento se acrecienta a la par que la responsabilidad” (p. 140). Los suplementos deberían, a su juicio, ser más transparentes y fiables en su actuación, aplicando, ni más ni menos, que las reglas generales del periodismo: en Estados Unidos es muy frecuente que los diarios serios reconozcan sus errores, depurando responsabilidades (Gullón cita algún caso); esa misma política, así como la de esclarecer mediante editoriales, fijos o de periodicidad variable, su línea de ideología literaria, deberían ser prácticas constantes en los suplementos al uso, que actualmente operan como oscuros reinos de taifas dentro de los periódicos a los que pertenecen.

Algunas hipótesis, sin embargo, necesitarían matizaciones. Por ejemplo, este diagnóstico sobre la crítica literaria en Internet: “Nada conseguirá en el inmediato futuro, y mi convicción es firme y fundamentada en la mejor investigación sobre el tema, sustituir a nuestros mejores periodistas y críticos, que llevan tiempo leyendo y enjuiciando libros” (p. 11). Si no sustituir, creo que está bastante claro que el espacio que aquellos detentaban en solitario se ha ampliado, y que si bien nadie ha hablado de sustituir, desde luego aquellos críticos ya no son los únicos a los que se tiene en cuenta. E incluso parte de la crítica tradicional ya sólo es leída (pienso en el Times Literary Supplement, por ejemplo) gracias a su accesibilidad on line. Además, tal opinión conjuga mal con otra del propio autor: “cuando el editor de una revista o de un suplemento cultural permite al crítico subirse a un podio y airear opiniones literarias en términos absolutos y sin las matizaciones aconsejadas por el respeto al trabajo ajeno, resulta probable que levanten un revuelo, por la quiebra de tolerancia (…) La culpa del fracaso recae sobre quien legitima el desaguisado; el editor” (pp. 17-18). Así es, en efecto, y siempre hemos defendido que esa crítica en blogs que el propio Gullón desvaloriza es, precisamente, el medio más abierto y democrático posible para combatir esa falta de tolerancia (por no hablar de la falta de debate intelectual). Gullón plantea la utopía de “la apertura de las páginas de las revistas y los suplementos culturales” (p. 14). Dudo mucho que Gullón ignore que esos medios, precisamente por el poder alcanzado, no tienen ningún interés en abrirse. Y además, ¿para qué malgastar las fuerzas cuando hay medios, como los blogs, que son abiertos de nacimiento, democráticos por esencia? El blog es, estructuralmente, la “forma” que más presente tiene que “el patrimonio cultural se defiende mejor desde un nosotros que partiendo del yo” (p. 20).

Las puntualizaciones posibles son, como vemos, escasas. Con otras aseveraciones, por el contrario, no puedo estar más que de acuerdo: “las instancias culturales dependientes de la financiación pública deberían establecer criterios para sondear si en el programa de conferencias, congresos y exposiciones, de cada temporada, se equilibran los actos aconsejados por la oferta comercial o por la política cultural, y aquellos con contenidos auténticamente responsables” (p. 15). Así debe ser, en efecto. Como vemos, Una Venus mutilada, aunque lastrado por una deficiente edición (que merecía un mayor cuidado en la corrección textual), es un ensayo valiente, responsable y necesario, que contribuye a hacer transparentes algunas opacidades que a muchos interesaría que siguieran en la sombra.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay, esa crítica literaria en los suplementos...

Recordarás, Vicente, la embestida de Ainhoa Saenz de Zaitegui con "Hilos", de Chantal Maillard: lo tildó de poesía vacua, muerta, amanerada; acusó a la autora de frivolidad, "porque no hay mayor frivolidad que la profunidad fingida", y otras tantas cosas más, en un estilo encarnizado, abrupto, sin concesiones, que buscaba la erosión directa mediante la descalificación y el argumento ad hominem. Una reseña absolutamente brutal que ya no se encuentra en internet, pues El Cultural, al parecer, ha tenido buen cuidado en retirarla de la web.

Atropellos como éste no son muy comunes, pero demuestran que a veces el podio de un suplemento puede servir exhibir las propias purulencias y negarse a un análisis serio y riguroso. Curiosamente, "Hilos" recibió, después, el premio de la crítica de Andalucía y el Nacional de la Crítica, amén de premios virtuales de lectores de poesía en la red, como el del colectivo Addison de Witt. Tú mismo, Vicente, hiciste un análisis riguroso del libro en este mismo blog (aunque yo tampoco estaba de acuerdo en el asunto -espinoso- de la forma poética, que creo puede admitir estructuras que dinamitan el verso y el sentido convencional, retorciendo la sintaxis y operando por sustracción y laceración hasta la nausea, y esto es tan válido como una construcción más clásica).

En fin, disculpas porque me he ido enrrollando de mala manera. Creo sinceramente que la crítica literaria debería ser más exhaustiva, no limitarse a ser una extensión de las técnicas de márketing y ventas y no ser tan (esta es una opinón quizá refutable) conservadora y anquilosada.

saludos

El Miope Muñoz dijo...

Me apunto la lectura y llamo a los suplementos a nombrar gente inteligente en cargos de responsabilidad, en vez de dejar la muy sucia y desagradable tarea de la metacrítica a esos críticos que si podrían ejercerla bien. ¿Hay algún buen ejemplo, no? Si mi memoria no falla Martin Amis y James Wood estuvieron en suplementos ejerciendo gustosamente, creo.

Fruela dijo...

pues en esta ocasión no estoy de acuerdo contigo, Vicente.

no he leído este último libro de Gullón, tan sólo el anterior, "Los mercaderes en el templo de la literatura": me pareció muy flojo, además de muy "español" en sus vicios. más que un ensayo, me pareció un conjunto de apuntes interesantes, pero mal hilvanados, sin una base clara o coherente; las opiniones eran, en numerosas ocasiones, totalmente azarosas y no hacía un esfuerzo por justificarlas (caía, por tanto, en algunos errores que criticaba, como el personalismo y el "argumento de autoridad"); y muchas de las ideas importantes que planteaba -la crítica literaria está anticuada, hay muchos intereses grupales de por medio, los críticos aprovechan a menudo sus reseñas para atacar a sus enemigos, etc, etc- eran, sobre todo, reiterativas: nada que no supiéramos desde hace tiempo y que no hayamos leído en otros muchos autores.

y aunque se le puede agradecer la franqueza con que dice ciertas cosas que muchos otros de su quinta callan, no recuerdo yo que hubiera en "Los mercaderes..." ni un solo reparo al suplemento en que Gullón colabora, "El Cultural", aunque sí haya (merecidas) críticas a "Babelia" y a ciertos escándalos recientes. con lo que, al final, la honestidad demuestra que está "sesgada" y deja, por tanto, de ser honestidad para convertirse en "interés".

procuraré ver este nuevo libro, de todas formas, aunque sólo sea para contrastar.

Un abrazo,

Fruela

Vicente Luis Mora dijo...

Fruela, sería el autor del libro quien debiese contestar, pero me imagino que si Gullón no critica al suplemento con el que colabora a lo mejor es porque piensa -imagino, se me ocurre como respuesta- que es el único que ve como plausible para sostener una relación profesional con él. Colaborar con un suplemento significa o que se comulga con él o que se le ven posibilidades de cambio, y se las quiere apoyar con la actuación propia. Yo llevo desde hace casi quince años colaborando con el suplemento del periódico de mi provincia, y lo hice -y aun a veces puntualmente lo hago- porque creí que era mejor participar en él y mejorarlo que dedicarse a denostarlo sin hacer nada positivo. A lo mejor Gullón tiene una opinión parecida con El Cultural.

Gonzalo Muro dijo...

Fascinante comentario de un libro que parece realmente necesario en estos tiempos.

Un saludo agradecido por la información.