lunes, 7 de marzo de 2011

Despertando del sueño: Tao Lin



«Creo que estoy jodida si quiero entrar en la universidad. No sé a dónde ir. Y sólo tengo 1.100 puntos en la prueba de acceso.»

«No te preocupes por eso. Probablemente te suicidarás este mismo año.»

«Ajá. Tienes razón», dijo Dakota Fanning.

Tao Lin, Richard Yates; Alpha Decay, Barcelona, 2011. Traducción de Julio Fuertes Tarín.

Despertando del sueño

Cualquiera que haya vivido los últimos años en Estados Unidos sabe que es, a día de hoy, un país triste. Una nación desubicada, que comienza a perder irremisiblemente su lugar de privilegio en el mundo, o que en algunas facetas ya lo ha perdido frente a China, y que no sabe cómo digerir ese cambio. La preeminencia era uno de los núcleos de la cultura popular norteamericana, y su evacuación more economico crea tales desajustes identitarios que ha puesto a parte del país de la cafeína a tomar té. Desde mediados de los sesenta tenemos novelas estadounidenses que critican el “sueño americano”, numerosas narraciones que anuncian su decadencia. Pero quizá Richard Yates es la primera que narra en tiempo real, en presente, el despertar de ese antiguo sueño de supremacía sin límites temporales. Casi todos los símbolos estadounidenses de referencia aparecen en la novela y son despachados con apatía o indiferencia; en algunos casos, con cruda ironía:

“Dónde está nuestro premio Nobel. Todos los antiguos ganadores del Premio Nobel eran existencialistas deprimidos. Ahora todos son sociólogos o algo así, desde que Norteamérica ha ido ganando poder” (p. 86; ver también p. 105)

Y el hecho de que el Día de Acción de Gracias tenga un lugar importante en la novela, con su carga vaciada de simbolismo y llena de convencionalidad festiva (es decir, su conversión en una antifiesta) refuerza aún más ese discurso resquebrajado e inquietante sobre el futuro de un país y la sensación de desamparo que tienen sus ciudadanos, sobre todo los más jóvenes. Desde el año 2001 algo se ha roto en EEUU, y no parece haber medio de recuperarlo. Permítanme citar a Douglas Coupland, un narrador experto en esto de detectar sensaciones colectivas: “Bueno, tal vez a la gente le guste la idea de las cosas estadounidenses... de antes del 2000”[1]. La descripción de Estados Unidos que resulta de leer Richard Yates es la de un monumental tanatorio. Creo que uno de los grandes valores de este libro es su dimensión sociológica, a la que volveremos después de dar un rodeo por la…

Dimensión psicológica

Los personajes de Tao Lin parecen estúpidos, pero el mérito del narrador es su capacidad de plasmar esos momentos íntimos en los que estamos a solas y, realmente, somos estúpidos. Esa nutrida panoplia de supersticiones, tics, pensamientos sin salida, temores injustificados, retazos de inmadurez, entrevistas ante el espejo, rencores sonrojantes ante cosas dichas o hechas por la pareja, crueldades afectivas, miserias internas, recriminaciones ominosas, etc., que tienen o tenemos las personas y que jamás reconocerían o reconoceríamos ante los demás, suponen gran parte del difícil y sombrío entramado psicológico que es Richard Yates. Un libro terriblemente profundo y complejo disfrazado de cínica sencillez. A pesar de que el despojamiento de Lin a muchos críticos les ha parecido incorrección, una muestra de carencia de calidad literaria, a mí me ha recordado, y disculpen la blasfemia, a los personajes de Beckett, sobre todo a los de la trilogía Molloy, Malone muere y El innombrable. Dakota y Haley tienen la misma incapacidad para expresarse, escucharse y comprenderse; y si en la prosa de Beckett la descomposición personal se advierte en el lenguaje, palabra por palabra, en Lin se reflejaría en la estructura frasal, párrafo a párrafo. Disculpen que haga esta comparación, pero creo que puede aclarar las cosas:

«No te he enviado nada todavía», dijo Dakota Fanning. «Lo he guardado por si venías. Te he robado crema para los pies, de limón. Creo que tiene que ser agradable ponérselo en la cara. Una vez me puse crema para pies en la cara y fue agradable.»

«Ojalá me hubieras mandado algo para tenerlo hoy.»

«Ya», dijo Dakota Fanning. «Lo tendrías mañana si lo hubiera enviado antes de hoy.»

«Recuerdas cuando dijiste que me mandarías algo cada día.»

«Sí», dijo Dakota Fanning.

«Voy a suicidarme pronto», dijo Haley Joel Osment. (Tao Lin, Richard Yates, p. 135)

Yo seguía esperando. Nada más. ¡Una bicicleta!, exclamé. ¡Pero en Hole hay millones de bicicletas! ¿Qué clase de bicicleta? Reflexionó. Barata, se aventuró a decir. ¿Y si no la encuentras barata?, dije. Tú me has dicho barata, dijo. Permanecí un rato en silencio. Y si no la encuentras barata, dije finalmente, qué vas a hacer. No me lo has dicho, dijo. Cómo le descansa a uno un breve coloquio de vez en cuando. (Samuel Beckett, Molloy[2])

La comunicación se convierte en un intercambio de absurdos, inteligentemente repetidos, que producen irritación al lector; un enfado no dirigido hacia el narrador, que orquesta armónicamente la ira, sino hacia esos personajes tan incomprensiblemente ineptos para hacerse entender. Cómo esta escritura, prácticamente de grado cero, logra esta resonancia en ciertos lectores (en otros produce un brusco rechazo), entre los que me cuento, es un misterio en el que merece la pena ahondar.

Como defecto a apuntar, creo que hay una falta de precisión de Lin a la hora de enfocar personajes femeninos, que me parecen algo estereotipados. Aunque la novela se narra en tercera persona, sólo se narran los pensamientos de Haley (cf. p. 39), pero no los de Dakota. Como si Lin no pudiera entrar en la cabeza de una mujer. Hay un momento en que leemos esta frase: “En una escena aparecía un hombre haciendo un monólogo, la cámara giraba alrededor de su cabeza con un movimiento continuo de trescientos sesenta grados” (p. 167); al llegar a ella pensé que era una precisa descripción de la propia novela, que parece un primer plano agotador, si bien virtuoso, de un abominable personaje que lleva el nombre de Haley Joel Osment.

Dimensión metafísica

Dijo que había paseado ese día y que se había dado cuenta de que pensaba «La vida es estúpida. Soy estúpido». (p. 8)

«La vida me aburre», pensó Haley Joel Osment. «O, espera. No sé. Da igual.» (p. 9)

«Dakota Fanning señaló una casa y dijo que la persona que vivía allí ya no tenía que ir a la escuela por padecer una profunda depresión. Habló sobre otras personas de su ciudad que no tenían que ir al colegio porque estaban profundamente deprimidas. Dijo que ella estaba profundamente deprimida y aun así tenía que ir a la escuela. Haley Joel Osment le dijo que ella necesitaba intentar suicidarse. Dakota Fanning dijo que las otras personas no intentaban suicidarse. Haley Joel Osment dijo que quizá ella necesitaba tomar antidepresivos. Haley Joel Osment dijo «¿Por qué todo el mundo está tan jodido aquí?». Dijo que ése era el mejor sitio para vivir porque estaba lleno de gente jodida y el clima era muy bueno. Dijo que la ciudad debería hacerse publicidad con el lema «Gente jodida, clima estupendo». (p. 19)

«Cuando Haley Joel Osment pensó en el padre de Dakota Fanning visualizó a un hombre aparentemente normal sentado en el borde de la cama por la mañana, de pie en una oficina con el rostro inexpresivo, caminando hacia su apartamento por la noche, caminando hacia su dormitorio, cerrando la puerta con cuidado, gritando de jagonía, lavándose los dientes, durmiendo. (p. 20)

Pensó en cosas sin sentido. Se sintió él mismo como un sinsentido. La vida no tenía sentido. Pensó un poco en la aceptación. Se centró en la aceptación. Se calmó. (p. 48)

Que le jodan a todo el mundo. Odio todo. Estoy confusa” (p. 63)

«No tenemos que suicidarnos», dijo Haley Joel Osment. «Todavía no. Genial. Pospuesto.» (p. 67)

He escogido algunos fragmentos; si tuviera que reproducirlos todos el resultado es Richard Yates. Los personajes creados por Lin son crueles y egoístas hasta límites inconcebibles (cf. pp. 72-79). Casi todos están deprimidos y toman medicación, o drogas, o ambas cosas, y la mayoría tiene pensamientos suicidas. “Si no estás deprimido es que estás loco” (p. 81), dice Julia, uno de los caracteres secundarios. Hacen a veces cosas absolutamente absurdas (“Haley Joel Osment caminó hasta la oficina de correos. Envió algunas pilas metidas en sobres a México y Tennessee por correo ordinario”; p. 173), dicen frases inanes y nadan en el completo sinsentido. Están sometidos a una deriva completa; comen basura, beben basura, están sin trabajo o con trabajos basura, viven basura. “«Yo quiero un bebé que conduzca un camión de la basura por mi casa y pase sobre mi cama mientras duermo», dijo Haley Joel Osment”; he ahí toda una filosofía que, disculpen de nuevo mi atrevimiento, también me recuerda a Beckett, en concreto a esos personajes de Fin de partida, Nagg y Nell, que pasan toda la obra dentro de cubos de basura.

Dimensión social

«Te gustan los Kill Your Idols.» «No», dijo Haley Joel Osment. «Vale», dijo Dakota Fanning, y le mandó una canción.

Tao Lin, Richard Yates

los sentimientos poderosos de éxito acaban siendo prácticamente imperceptibles

Tao Lin, en un poema traducido aquí

Decía que la virtud más importante de Richard Yates es, a mi erróneo y disparatado juicio, su dimensión figurada como retrato colectivo y metonímico. A pensar que Lin ha intentado hacer una novela epocal, sociológica, me lleva el dato de la implacable distancia que produce el nombre de los personajes. Dakota Fanning y Haley Joel Osment son los nombres de los protagonistas, pero en la “vida real” hay dos célebres actores de Hollywood involucrados en superproducciones blockbuster como La guerra de los mundos o El sexto sentido, llamados Dakota Fanning y Haley Joel Osment. Incluso el fallecido escritor Richard Yates, que da título al libro, es una figura bien conocida en la cultura común estadounidense, tras la premiada adaptación cinematográfica de su novela Revolutionary Road. Que los anónimos y mediocres personajes del libro de Lin tomen el nombre de estrellas de Hollywood es, de por sí, muy significativo. Pero aún lo es más que, en ningún momento de la novela, por muchas que sean las veces en que se les menciona, dejen de ser “Dakota Fanning” y “Haley Joel Osment”, en vez de pasar a ser Dakota y Haley, como sucedería en cualquier narración normal. Veamos un ejemplo:

Era amiga del editor de una revista que había publicado poesía de Haley Joel Osment. El teléfono móvil de Haley Joel Osment vibró. Era Dakota Fanning. Haley Joel Osment se puso el teléfono en la oreja. Dakota Fanning dijo… (p. 79).

El procedimiento es forzado, pero hay que preguntarse el por qué de una elección narrativa así de radical. Y atisbo dos posibilidades: la primera, menos arriesgada, es que Lin desea que el lector mantenga siempre una distancia con los personajes que le haga imposible sentir empatía hacia ellos y llegar a ponerse en su piel. Para entender esto bien desde fuera de los Estados Unidos, imaginémonos que los personajes de la novela se llamaran Shakira y Cantinflas. Por concentrado que uno leyera la novela, no podría dejar de ver en ningún momento a la cantante y al actor: su celebridad y sus reconocibles rostros habrían de imponerse sobre la capacidad de cualquier narrativa de crear personajes sólidos. De este modo, Lin obliga al lector a sostener una tremenda distancia frente a lo leído; lejos de sentir compasión o afinidad con los jóvenes protagonistas, el lector se convierte en un continuo juez que evalúa sus acciones, ya que no puede valorar una subjetividad que perennemente es hurtada, castrada, por Lin.

Hay otra posible interpretación, en la que me tomaré más libertades, por no decir riesgos. Pensemos en el hecho de utilizar no un personaje famoso, sino el “nombre” de un personaje famoso. Una celebridad es una especie de marca publicitaria subjetivada, una etiqueta que, por sí misma, genera eco, expectativas. Recordemos, como anécdota, que uno de los personajes de la citada Generation A, de Douglas Coupland, crea un sitio web con tonos de llamada de móvil consistentes en el silencio de las habitaciones de famosos[3]. La habitual agudeza de Coupland convierte aquí el absurdo en símbolo de nuestra sociedad; los famosos brillan hasta en/por su ausencia, del mismo modo que Dios atruena por su silencio en el conocido poema de Blas de Otero. Aquí aparecen asimismo los famosos en fantasma; ellos no están, pero su nombre es como un emblema, un logo narrativo, que despersonaliza por completo a los personajes. Muchas veces hemos conocido o imaginado a personas que viven traumatizadas o molestas por llamarse igual que algún famoso; pueden tener la tentación de sentir en ocasiones que no son nadie, que su identidad ha sido vaciada porque su nombre pertenece a alguien más conocido que ellos, por cuyo rasero se mide siempre el suyo. Y es que las cuestiones de apelación tienen su alcance. Pensamos como Wagner, el personaje de Ignacio Vidal-Folch, quien “sostenía que no saber nombrar las cosas es no entender su esencia, y si algo le molestaban eran las cosas confusas”[4]. El Cratilo, que seguramente ronda tras el texto de Vidal-Folch, nos dejó clara la importancia del nombre para entender un concepto, y una persona no deja de ser un concepto bio-identitario cárnico individual.

Y por ello, en este caso Tao Lin es implacable con sus caracteres: les obliga a pasar siempre por el filtro hollywoodiense del brillo de otros, lo que agrava más, si cabe, su nadería e insustancialidad. Tras esa utilización, a mi juicio tan arriesgada como hábil, Tao Lin parece estar diciéndonos que nuestra contemporaneidad ajusticia a las personas “normales” cada vez que santifica a un famoso, y que la hagiografía de la celebridad que ya cala hasta el tuétano de nuestras superficiales sociedades occidentales nos está obligando a todos de forma inconsciente a ser famosos, al menos durante los warholianos 15 minutos, para no parecer fracasados. Este insensato círculo vicioso es especialmente preocupante en los Estados Unidos, como saben quienes conocen bien el país. Por citar un solo y dramático ejemplo, Joyce Carol Oates recalcaba en un lejano artículo[5] la recurrente fijación de una multitud de jóvenes estadounidenses, marginales o dentro ya de la pura delincuencia, que sueñan con ser de mayores estrellas de cine, deportistas millonarios: famosos, en suma. Piensan en modelos como Capone o Dillinger y creen que también se puede llegar a la fama crimen mediante. Alguien que tiene a Capone como modelo puede ser un alienado, pero también puede serlo un varón que se llame Al Capone y que pase toda su vida preso de bromas sobre su nombre, porque el modelo ha caído sobre él con todo su asfixiante peso mediático, de por vida. Lin pone nombres célebres a sus personajes para impedir que se levanten, para no dejarles ser ellos, y también para recordarnos que los estereotipos de la fama nos presionan constantemente, empujándonos bien a ser otros que no somos, bien a no ser nadie, puesto que apenas nadie nos conoce. En este sistema cruel de estrellatos obligatorios, sólo puedes querer nadie sin ser un fracasado cuando eres tan famoso que persigues volver al anonimato. Es como en el juego de la oca; sólo gana el que está en el punto de salida después de haberla abandonado en algún momento.

Todo esto es aún más significativo si añadimos el dato, sobre el que no abundaremos ahora porque una reseña no es lugar para hacerlo, de que Lin es, con toda seguridad, el escritor joven que ha hecho las cosas más increíbles y absurdas para intentar ser famoso a toda costa.


Concluyendo

No querría terminar sin mencionar la ajustada traducción de Julio Fuertes, que ha lidiado con templanza un toro bastante complicado, precisamente por la calculada simpleza de expresión; he tenido acceso al original inglés y creo que el traductor ha entendido a la perfección el espíritu del texto de Lin y ha sabido recrearlo en castellano. Esto revaloriza aún más la edición de Alpha Decay, lastrada apenas por alguna pequeña errata (“Dije que yo no quiero interrumpir a al gente” p. 140), pero que ofrece al público español un libro valioso.

Esta reseña, haciendo justicia al final de la novela de Lin, termina sin protocolarias e innecesarias grandilocuencias.

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(Relación del crítico con el autor o la editorial: ninguna)



[1] Douglas Coupland, Generación A; El Aleph Editores, Barcelona, 2011, p. 143.

[2] S. Beckett, Molloy; Círculo de Lectores, Barcelona, 1969, traducción de Pere Gimferrer, p. 169.

[3] Douglas Coupland Generation A; Scribner, New York, 2009, p. 28.

[4] Ignacio Vidal-Folch, La cabeza de plástico; Anagrama, Barcelona, 1999, p. 26.

[5] Joyce Carol Oates: “Una generación perdida”, Revista de Occidente nº 235, diciembre de 2000, pp. 119ss.

30 comentarios:

Tao Lin dijo...

thank you for the thoughtful, comprehensive, interesting review

i liked reading this in translation (via google translate)

Vicente Luis Mora dijo...

My pleasure, Tao. Thanks for your kind words.

pié negro dijo...

Precioso intercambio al fin de la partida entre reviewer y reviewed

cgamez dijo...

No deja de ser curioso que el autor que disecciona ese espíritu de decadencia que comentas tenga un nombre de origen asiático (algo de lo que no estoy seguro, no conozco sus orígenes y EEUU es multicultural). Precisamente, la zona del mundo que parece haberle quitado la primacía a EEUU.

Abrazo.

Vicente Luis Mora dijo...

Hay estadounidenses de origen oriental en USA desde principios del siglo XIX. Trabajadores chinos levantaron el ferrocarril en el medio Oeste. Una de las mayores concentraciones de chinos del mundo vive en San Francisco. Pero es cierto que en la novela de Tao Lin pueden verse todavía algunas menciones a comidas o costumbres orientales. Un abrazo, Carlos.

Francisco Daniel Medina dijo...

No he leído aún ninguno de los libros de Tao Lin. He leído acerca de lo que podríamos llamar el fenómeno Tao Lin en la red. Tao se ha convertido en el estandarte de una generación de autores que ha empleado la red como medio de difusión fundamental de sus obras, y que, en plena crisis del modelo tradicional de edición y promoción de la literatura, ha sabido emplear herramientas de autopromoción totalmente originales y subversivas. Ahora cabe plantearse lo siguiente: cuánto hay de extraliterario en el encumbramiento de este autor, teniendo en cuenta que lo que hay de literario lo presupongo y lo doy por sentado. O, dicho de otro modo, cuántos autores jóvenes pueden estar creando cosas realmente interesantes pero se quedarán fuera de la ola y de todo lo que se está generando ahora en torno a New wave vomit, etcétera. Me gustaría saber tu opinión al respecto, Vicente. Al margen de todo lo dicho, estoy deseando leer Richard Yates. Intuyo por lo que se desprende de tu reseña que me va a gustar. Otra cosa que me parece increíble y que dice mucho a favor de Tao y de un nuevo perfil de escritor, es que se pase por el sitio en el que comentan su obra y deje un post de agradecimiento. Está claro que el escritor está bajando del Olimpo de los dioses para interactuar con el resto de los mortales. Un saludo, Vicente. Un saludo Tao.

Vicente Luis Mora dijo...

Francisco, a mí las olas me dan igual, salvo los tsunamis, que son dolorosos para todos. Lo que intento decir es que a mí me interesan los textos, mientras que los autores como personajes me dan un poco igual, no nutren mi campo de interés.

De modo que los movimientos van y vienen, como las mareas, y en ellos hay de todo, y quedarán aquellos nombres que, dentro o fuera de las ondas, escriban bien. Ningún poeta joven de auténtica calidad se quedará "fuera" de nada realmente importante: más bien se quedan fuera los que escriben mal. Un joven con una obra valiosa acabará publicado y, más tarde o más temprano, le leeremos. Saludos y gracias por venir.

Otto Van Infirmitas dijo...

o

Ángel Muñoz dijo...

me parece una lectura muy interesante y más después de hacercarnosla, vicente.

Mario Crespo dijo...

"Lo que intento decir es que a mí me interesan los textos, mientras que los autores como personajes me dan un poco igual, no nutren mi campo de interés".

Interesante apunte, Vicente. Esto de preocuparnos más por el "continente que por el contenido" es tan español como la paella. Pongo un símil deportivo: a la gente le da igual si Fernando Alonso es buen piloto o no, la mayoría lo juzga por ser antipático (delante de las cámaras). Y eso es todo.

Abrazos.

Vicente Luis Mora dijo...

Gracias, Ángel, Mario.

Mario, hace poco leí un artículo que decía, con razón, que los famosos españoles con talento tienen comportarse a lo Nadal, con timidez y humildad, porque si no son rápidamente odiados. Como si tuvieran que pedir perdón por su talento. Creo que algo de eso hay, por desgracia. Por mi parte, lo que preocupa de ellos es el talento; con su simpatía y su tiempo libre pueden hacer lo que quieran. Saludos.

Francisco Daniel Medina dijo...

A juzgar por las intervenciones posteriores, intuyo que se ha malinterpretado el contenido o más bien el tono o las pretensiones de mi intervención, presumiendo cierta frivolidad donde lo que había era justamente todo lo contrario. Cuando decía que daba por sentada la calidad literaria del autor (no habiendo leído aún la novela en cuestión) me refería precisamente a que entiendo que no se encumbra a ningún autor -por fortuna- ni corren ríos de tinta en torno a su obra si éste no escribe bien: lo contrario sería aberrante y prefiero ni pensarlo pero, aún así, sucede a veces y se da mucho gato por liebre tal vez porque, por desgracia, la mayor parte de los lectores no son expertos en literatura y sus gustos son bastante subjetivos. Por tanto, negar que eso pasa y decir que siempre ganan los buenos me parece simplemente demagógico, aunque se diga que ello termina ocurriendo a medio/largo plazo: la historia de la literatura está llena de injusticias y desaciertos. Pero yo, y muy a mi pesar, quería ir un poco más lejos de lo literario en el caso de Tao -no por capricho- sino precisamente porque ahora está en boca de todo el mundo y se ha convertido en un autor de referencia o en el paradigma de una generación. Puedes escribir de puta madre pero para que eso ocurra se tienen que dar otra serie de circunstancias que no dependen exclusivamente de ti. Es algo así como estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Por ejemplo, había más escritores buenos cuando Kerouac escribió On the Road pero él se convirtió en el estandarte de la beat generation incluso a pesar de no haberlo buscado ni deseado. No sé a qué viene lo de Fernando Alonso ni lo de Nadal ni el comentario relativo a que los españoles somos así: como si lo que estoy comentando pasase solamente en España. Yo no soy así y detesto que a los profesionales que destacan en su profesión se les juzgue a partir de criterios ajenos a ésta y a su talento y, precisamente por ello, pretendía abrir una brecha de debate relativo a estas cuestiones que ahora están de tan candente actualidad. Yo no me estoy inventando nada y prueba de ello es que Patricio Pron, sin ir más lejos, se refería recientemente en un artículo publicado en su blog titulado "Nuevas formas de circulación de la literatura en el capitalismo tardío" a los nuevos roles del escritor en el mundo actual y a cómo, paradójicamente, es el escritor y el interés que despierte su imagen pública lo que hace posible a veces la existencia de un futuro libro así como su visibilidad y no al contrario, como venía siendo lo habitual además de lo saludable. Pero son cosas que están pasando nos guste o no. Y a mí precisamente no sólo no me gusta, sino que me da pánico. Esto jamás sucedería si la literatura pudiera medirse de una manera tan objetiva y científica como la Formula 1 o el tenis o el atletismo. En ese caso este debate no tendría sentido y yo no tendría que leer a Tao para saber si es bueno o no porque me bastaría con saber que ha sido el primero en atravesar la línea de meta.


Un saludo.

Mario Crespo dijo...

Francisco, yo he extraído un fragmento del comentario de Vicente, porque me pareció interesante, lo he citado y lo he sacado del hilo de la conversación casi sin ser consciente de ello. Con la contestación posterior hemos abierto un debate paralelo. Mi intervención no tenía nada que ver con tu comentario.
Saludos

Francisco Daniel Medina dijo...

Gracias por la aclaración, Mario, a la que por descontado no estabas obligado. He releído mi post y, probablemente también de manera inconsciente, admito que me ha salido un poco beligerante o a la defensiva, si se quiere.

En cualquier caso, siempre es un placer pasar por aquí y hablar de buenos libros: porque una de las cosas que me ha hecho presuponer que el libro de Tao me gustaría es que lo ha recomendado Vicente que, al menos por el momento, aún no ha tenido ningún gatillazo conmigo. Y eso dice mucho a su favor y también a favor de los que abogamos por una crítica literaria cuasi-científica y objetiva.

Postada: los hay que se encienden y pierden los papeles cuando dice algo Mourinho. Yo me enciendo cuando se habla de literatura que es lo que me apasiona.

Un saludo.

Vicente Luis Mora dijo...

Os agradezco a ambos los exquisitos modales que habéis tenido en vuestra conversación. Qué lujo de lectores, muchísimas gracias por venir.

La Medicina de Tongoy dijo...

Muy interesante la reflexión de Francisco con la que no puedo estar más de acuerdo. De todos modos al final siempre nos encontramos frente al mismo problema: somos los únicos capaces de juzgar y decidir si una obra merece nuestro respeto o no.

Yo en cambio, al contrario que Francisco, creo que no me va a gustar pero es sólo una sensación extraída de la impresión que me produce el artículo de Quimera y de este de Luis. A pesar de todo lo leeré en cuanto tenga oportunidad. Es todo lo que puedo hacer.

Emilia S dijo...

Tu blog está excelente, me encantaría enlazarte en mis sitios webs. Por mi parte te pediría un enlace hacia mis web y asi beneficiar ambos con mas visitas.

me respondes a munekitacate@gmail.com

besoss

Catherine

javi dijo...

Respeto el trabajo como escritor de Tao Lin, pero no comparto el gusto del señor Mora. Quien por otra parte tiene un blog bien interesante.

Aunque como se suele decir en estos casos, si no te gusta no lo compres.

Lo único que no me parecería ético es que se estuviese promocionando a un autor que en realidad no aporta mucho. Que se hiciese por intereses espurios. Eso sí que me jodería, porque los lectores como yo, los que leemos a diario, los que nos interesamos por cosas que supuestamente valen la pena, los que sostemos la industria de los libros que no son best-sellers, nos merecemos el respeto de la crítica seria, aunque se haga desde un blog. Y, sinceramente, no digo que este libro desprende el tufillo desagradable de la mercadotecnia por la mercadotecnia porque en este blog pueden leerse artículos interesantísimos y, a mi juicio, acertados.

Y me alegro, no obstante, de que publiquen en España a Tao Lin. Cuanta más oferta supongo que mejor. Sólo quiero apelar desde aquí a la sinceridad, a la honestidad de la crítica, porque de un tiempo a esta parte -no me refiero a Vicente Luis Mora, repito-, creo que se ha acrecentado la falta de rigor en la crítica literaria española. Algo inevitable y tolerable hasta cierta medida, ya que hay que vender, pero estresante para el lector.

Un saludo.

Vicente Luis Mora dijo...

Estimado Javi, intento siempre ser sincero en mis comentarios. No tengo ningún interés ni en este ni en otros libros que comento, y si pudiera haber algún elemento de interferencia (amistad, pertenencia a la misma editorial), están cuidadosamente consignados al final de mis críticas. Intento ser honesto y no engañar a nadie.

Lo advierto en la propia reseña: este es un libro que o te encanta o te desespera. He visto algunas reacciones indiferentes, pero son las menos. De forma que si a usted no le gusta el libro, lo entiendo perfectamente. Es una aventura bastante "in the edge".

Un cordial saludo y gracias por venir.

logiciel dijo...

Perdona, Vicente, pero lo del 'edge' me ha hecho mucha gracia.
Supongo que soy de las pocas personas, como tú dices, a quienes les deja indiferente.
Saludos

Vicente Luis Mora dijo...

No pasa nada, Logiciel, sé que tienes un gusto exquisito... ;) Abrazos.

logiciel dijo...

Ese comentario se merece una segunda oportunidad ; )

Nella Bergsing dijo...

Me parece que entra dentro de la corriente estética de los escritores del vacío. Curiosamente la vida en las ventanas, de Neuman, la vida de Pablo, de Carlos Pardo, y muchos otros, son claro ejemplo de esta joven sociedad donde los autores que aún no han llegado a la cuarentena nos ilustran el vacío y la deshumanización que ha venido de la mano del capitalismo económico e intelectual. Bien tirada su reseña, Sr. Mora.

Vicente Luis Mora dijo...

Sobre ese mismo tema que usted apunta, Sra. Bersing, va el próximo post. No se lo pierda. Saludos.

Custard on the rocks dijo...

Te leí, lo compré y la verdad, vencí y lo acabé. No sé cómo pero lo acabé.
Desafortunadamente no veo nada, ni frió ni calor.
Será el hecho de llevar a la vez "las teorías salvajes" de la guapísima Pola o que lo empecé después de leer a Pablo Gutiérrez y su enorme “Nada es crucial”, o que mi intelecto sufría ya el "calentamiento cultural" de la campaña del personaje-autor, pero es cierto que el libro se me hizo largo para su escaso contenido.
Las cuatro primeras páginas me sedujeron, el no-lenguaje que bien se apunta, la frescura de los pensamientos descarnados que enfrentan el uno al otro, el final de ciertas frases que denotan una plasticidad más cercana a la poesía que al relato, el retrato vivo que personifica de millones de jóvenes actuales... Había algo y seguí leyendo pero me empaché de un estilo cuyo código está hecho para no más de tres o cuatro "pantallas de conversación" de cualquier medio electrónico.
Me faltan sentimientos de una parte y me sobran datos que son irrelevantes dentro de la personalidad de la otra. Demasiados personajes paralelos para algo que es tan personal como la interacción que puede darse entre una adolescente marginal (de un pueblo marginal y con una familia marginal) y un graduado de la Universidad de New York al que publican libros y tiene "editora". Eso es sin duda lo que más me ha impresionado del libro, la crítica a la pose cultural, la decadencia de él como persona, su fracaso (que en cualquier otro contexto hubiera sido tomado como símbolo de éxito) y que no obstante, sea realmente lo único que parece importar al personaje principal. Que alguien preparado intelectualmente pueda llegar a la misma conclusión vital que cualquiera de las millones de “Dakota Fanning” que subsisten en el mundo no habla muy bien de la cultura como símbolo de crecimiento personal. Malvivir con la comida orgánica, dos colchones de diferente tamaño, robar “símbolos culturales” tales como Dvds de Woody Allen o las obras completa de Beckett de una Virgin Megastore, hablar continuamente sobre lo jodido que están ellos y el resto de su mundo, sus respectivas deposiciones o disertar sobre cuántos millones de hormigas harían falta para devorar a Bruce Lee no dice mucho de las esperanzas que poseen aquellos a los que sin duda representan como la “juventud media norteamericana”.

Vicente Luis Mora dijo...

Es que eso que dices al final es justo lo que el autor persigue describir, Custard, o así lo entiendo. De todas formas, gracias por hacer el esfuerzo de comentar tu opinión y bienvenido.

DasChipotle dijo...

Qué tal Vicente, te felicito por lo bueno de la reseña, he leído el libro en inglés y me parece una prosa brillante que, más allá de la intertextualidad, logra crear atmósferas tan sórdidas como llenas del spleen decimonónico, así como de una carga del sinsentido posmoderno. Me gustaría dársela a leer a mis alumnos pero no he conseguido la versión traducida en México, si tú sabes dónde puedo te lo agradecería mucho. Saludos!!

Vicente Luis Mora dijo...

Hola, querido amigo de más allá del charco. Te agradezco tus palabras. Desconozco si podrás encontrar esta novela en México; quizá puedas pedirla vía Gandhi o directamente solictarla a la editorial. Un cordial abrazo

Manuela Córdoba Aguilera. dijo...

Llego extremadamente tarde al debate. Estoy trabajando en este señorito. ¿Qué sentido tiene esta literatura marcadamente depresionista? Richard Yates, y su obra en general, no es, yo creo, en sentido estricto, una crítica a ese cierto tedio existencial propio de nuestro tiempo, no es una crítica al absurdo de nuestra época, sino justamente una aceptación del mismo, o incluso una apropiación cultural por parte del autor. Tao Lin no presenta ninguna apertura, ninguna salida a ese sinsentido, realiza una mera descripción autocomplaciente del estado de las cosas. Richard Yates no supone, así, una interrupción, una ruptura a nuestro tiempo. ¿Cómo va a serlo si desde Houellebecq a Luna Miguel todos ponen el foco en un ser humano profundamente deprimido? Es la confirmación, una vez más, del mito del hombre en soledad, imagen típica de la contemporaneidad. En esto, como la mayoría de sus compinches de generación, tiene algo de victimista. Es más, tengo la sensación de que Lin encuentra placer en esos personajes indiferentes, depresivos; son representaciones "idealizadas" de sí mismo.

En fin, la novela me gustó, pero donde a mi me falla es ahí: Tao Lin es uno más de esos descriptores pasivos y autocomplacientes de nuestra (triste) época.

Vicente Luis Mora dijo...

Respeto tu opinión. Pero la depresión es, en efecto, la moneda psicológica de cambio de nuestra época y -como sabes- es una de las enfermedades estadísticamente más extendidas y universales. En cualquier caso, ¿cuál es el tratamiento "correcto" ante la depresión como tema literario? ¿Hablamos de ética social o de ética literaria? ¿Sería contradictorio hacer una literatura dinámica sobre algo pasivo? Quizá sí, quizá no, depende del talento invertido.

En todo caso es la elección de Lin, y es lo que tenemos para valorar. Para estos casos, siempre (me) digo: si no te gusta el tratamiento utilizado, siéntate y escribe tu propia novela sobre el tema con otro tratamiento. Si el libro de Lin genera una o varias novelas de respuesta, eso que ganamos todos. En cualquier caso, como a ti, el libro me gustó y le encuentro aspectos valiosos y otros significativos de esta época. Lo cual no es poco, teniendo en cuenta que muchas novelas que aparecen publicadas ahora parecen hablar de los problemas psicológicos de 1932.
Saludos y gracias.