sábado, 19 de marzo de 2011

Dos (o tres) libros singulares

Publicidad y poesía, pasadizos a partir de David Refoyo

¿Te gusta conducir?

Alejandro Céspedes, Flores en la cuneta

¿Te gusta conducir?

Óscar Gual, Fabulosos monos marinos

¿Te gusta conducir?

David Refoyo, Odio

En los últimos años han publicado poemarios en los que la publicidad es importante de algún modo (como tema, como estructura, como intertexto) numerosos autores: Julián Herbert, Pablo García Casado, Gioconda Belli, Javier Moreno (Cortes publicitarios), María Eloy García, Diego Doncel[1], Aurora Luque, Ariadna G. García, Elena Medel[2], entre otros. José Manuel Lucía Megías recomendaba al lector “pensar en verde”, a partir del por entonces omnipresente anuncio televisivo de Heineken en su poemario Libro de horas (Calambur, 2000). No hace mucho apareció el libro de Alejandro Céspedes Flores en la cuneta (Hiperión, 2009), un poemario en prosa con momentos interesantes y un par de excelentes textos. El resultado final parecía un poco forzado, debido a la obligación autoimpuesta de que todos los textos tuviesen algo que ver con los accidentes de coche, pero era muy destacable el uso que hacía el autor de la publicidad de coches para crear una tensión dramática entre la feliz superficialidad de los eslóganes y el fúnebre contenido de los versos. David Refoyo presenta en Odio (La Bella Varsovia, Córdoba, 2011) un tratamiento extremo y algo despiadado de las leyes de la publicidad enfrentadas a la desolación cernudiana de la quimera. La publicidad entendida como la distancia entre la realidad y el deseo. La quiebra entre las pretensiones de una sociedad de consumo empeñada en comprar un mundo feliz a cualquier precio, pero incapaz de manejar su intimidad de un modo razonable y satisfactorio. Organizado como un hipermercado, con secciones de temas presentados como “productos”, encontramos en el poemario ecos de Pablo García Casado (“placer adulto”) o de David González, dentro de un tono general descarnado, hiperrealista y directo, sin concesiones ni retórica, que puede entenderse como una poesía en prosa de puro combate.


Exposición de virtudes mecánicas

Avilés, Constatación brutal del presente; Libros del Silencio, Barcelona, 2011.

En un momento de esta extraña novela leemos: “¿Se puede plantear una narración elaborada por un autor infidente y expresada por un autor fiel o fidedigno?” (p. 90). Constatación brutal del presente es la precisa demostración de lo contrario, de que se puede narrar fidedignamente lo que un autor falaz nos propone como narración. El propósito del libro es demostrar que no se puede narrar, y en efecto ése es el resultado; en esta primera novela de Javier Avilés (Barcelona, 1962) hay literatura pero no hay narración strictu sensu. Hay una armazón técnica que sostiene un texto en el que los mejores momentos se deben a las partes ensayísticas, a los instantes en que el autor reflexiona sobre otros autores, sobre todo cuando se divaga sobre cineastas y sus creaciones. En la línea del Vila-Matas de la “tetralogía literaria”, la narración sobre desaparición del yo y el culturalismo referencial bajo la especie de ensayo se alternan para crear un libro que se alimenta a sí mismo.

En ese sentido Constatación brutal del presente es inversamente contraria a otra novela que la misma editorial acaba de publicar, astillas (Libros del Silencio, 2011), de celso castro (respetamos la voluntad del autor de que se cite su nombre y el título de su libro con minúsculas). Ambas novelas son contadas en primera persona por un narrador homodigiético protagonista; las dos están, en consecuencia, afectadas por la posibilidad de infidelidad estructural del narrador respecto a la historia; en ambas el sujeto es masculino, nihilista y está en proceso de descomposición; sus dos antihéroes han hablado, como dijo Lowell, la extinción hasta la muerte; las dos obras ocupan un lugar perimetral, raro, dentro de nuestra literatura (ni son experimentales, ni son convencionales, son singulares); hay en ellas un hueco para lo irracional y lo paranoico; ambas son fragmentarias y dejan exhausto al lector pese a ser breves, ambas supuran talento. Y sin embargo, como dejaba apuntado antes, son absolutamente opuestas: castro opta por una expresión literaria de cortos vuelos (con las excepciones necesarias para demostrar que lo ha hecho conteniéndose) para dar credibilidad a un joven bibliotecario adicto a las drogas y los pensamientos suicidas; Avilés no se preocupa para nada de crear un personaje creíble, no siente la necesidad de introducir vida en la historia –sólo muerte–, y deja en manos de su sólido estilismo la razón de ser del libro. Ambas novelas son incompletas; una de las formas de un imaginario novelista perfecto podría ser aquel que construyese un personaje de celso castro con el voltaje literario de Javier Avilés.

Retomemos, para terminar, el asunto del narrador infidente, que creo es la almendra de la novela de Avilés. El libro se entronca con una parentela de narradores homodiegéticos deshonestos en primera persona, que podría arrancar en el Lazarillo, pero que en el caso de Avilés entronca más bien con La conciencia de Zeno (1923), la novela de Italo Svevo, así como con obras de Nabokov, Beckett o Roussel. Ascendencia más que respetable, todo hay que decirlo, aunque quizá hay que reprocharle al autor su machacona insistencia en señalarla, en apuntarla desde dentro del texto, como si pensara que el lector o el crítico no fueran a darse cuenta. La paradoja que se produce es la siguiente: de tanto avisarle al lector la infidelidad narrativa a la que está asistiendo, el texto acaba volviéndose sincero, desactivando su mecanismo de engaño. El lector recorre una serie de imposturas narrativas y subjetivas, pero lo hace siendo acompañado de alguien, de una voz en off, que le avisa que todo lo que ve es pura falsedad, giros literarios en el vacío, un cul de sac perpetrado por un mago virtuoso, pero que cuenta el truco a la vez que lo realiza. Cámaras rodando a cámaras rodando, como el plano de Kubrick bien traído al hilo (p. 103). Por ello, cuando leemos “todo esto no es más que un lugar frío e inhumano en el que la técnica ha suplido los sentimientos y las máquinas a las personas” (p. 104), no podemos evitar sentir que la frase puede aplicarse al propio libro, archivable como “exposición de virtudes mecánicas” (p. 105). Asombrosa, es verdad, pero gélida. Si vamos a deshumanizar, hagámoslo, pero entonces lleguemos hasta el final. Constatación brutal del presente hubiera sido un libro arduo, casi ilegible, sin ese narrador que defiende que nada es narrable, sin ese jugador de cartas que compite con los naipes del revés, vueltos hacia el contricante. Hubiera sido una novela durísima, mineral, inextricable, como Oficio de tinieblas, 5 (1973), de C. J. Cela, un libro al que la novela de Avilés me ha recordado en algún instante (pp. 22-27). Hubiera sido un libro de culto, un acto de resistencia salvaje ante nuestros febles tiempos de corrección política y concesiones al lector. Sin ese narrador, sin ese yo elocutorio difractado, sin ese espejo cóncavo a lo largo del camino, Constatación brutal del presente hubiera sido una novela imposible, maldita, joyciana, un engendro demoníaco, una abominación narrativa, una antinovela. Me hubiera encantado leerla.

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(Relación del crítico con los autores reseñados: ninguna. Relación con Libros del Silencio: ninguna. Relación con La Bella Varsovia: actualmente ninguna, hace dos años fui jurado en uno de los premios que convocan)

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Notas

[1] “esa máscara que paseo por Lower East Side / bajo nubes rosadas de apariencia televisiva y los pájaros eléctricos de la publicidad”, En ningún paraíso; Visor, Madrid, 2005, p. 43.

[2] “Por ser la vencedora en la batalla diaria de Zara: (...) / Por liderar el ranking de los cuerpos más apetecibles, / más llamativos, por una cosa u otra, a la cabeza / de las sedas varoniles, los mentones perfectos, / el vello hermoso enmarcando sus labios”, Elena Medel, Mi primer bikini, DVD, 2002, p. 19.

5 comentarios:

Jean Sol Partre dijo...

Recuerdo un recital de Pablo García Casado en Ciudad Real, en la universidada y hablaba de la handycam sony.
Saludos

Anónimo dijo...

Tengo que decir que muchas gracias. Ante lo difícil que puede llegar a ser deshumanizar la narrativa, das un paso más: pues hay que hacerlo. (Cambiando de tema: ¿conoces el género Glicht del que Fennesz es su más fiel representante. Pues eso.)

Vicente Luis Mora dijo...

Estimado Malvisto, no conocía a Fennesz, pero acabo de escuchar esto

http://www.youtube.com/watch?v=lGcPwGqPHO0&feature=list_related&playnext=1&list=MLGxdCwVVULXdJJz2pAywSnAEPikGbGkk8

y me ha gustado. Gracias por la pista.

Luis Lucena Canales dijo...

Mira esto:

http://luislucenacanales.files.wordpress.com/2010/12/periferia-o-muerte_luis-lucena-canales.pdf

A ver qué te parece.
¿Crees que habría alguien interesado en publicarla?

Vicente Luis Mora dijo...

No lo sé, Luis, no son buenos momentos para el mundo editorial, como sabes. Espero que tengas suerte y que tu novela encuentre editor. Un cordial saludo