miércoles, 16 de mayo de 2018

Ensayos a la intemperie 3




Esta semana ha aparecido el último número de Chuy. Revista de Estudios Literarios Latinoamericanos (n.º 4, 2018), dedicado a Josefina Ludmer, donde la conocida teórica argentina comenta su idea de lo que es el activismo cultural:

El activismo cultural no sólo piensa la literatura sino, sobre todo, la industria cultural: la producción de ideas, de obras, de acontecimientos, de libros y de teorías. Y no sólo piensa la industria cultural sino que trata de intervenir y actuar con otras tácticas, medios y recursos.

Bueno, en eso estábamos con estos ensayos a la intemperie, que hoy ahondan en dos conceptos: la parcial desmaterialización de las obras y la progresiva desaparición de la “clase media” literaria.


La parcial desmaterialización de las selvas

Y lo inmaterial envolvió los días, y probamos lo insustancial y era bueno.
José Luis Zárate[1]

            En un brillante artículo de 2009, el narrador Andrés Ibáñez daba algunos elementos para explicar la falta de tradición del pago a escritores: a diferencia de otros creadores, como los artistas plásticos, que producen objetos, los escritores sólo generan textos inmateriales que otros (los editores) se encargan de convertir en cosas: “[...] cuando un escritor entrega un libro a su editor, no recibe ni un céntimo. Lo que le pagan es un tanto por ciento de las ventas del libro. Normalmente, un ‘adelanto’ sobre las ventas de ese libro”[2]. Es decir, hasta que el libro no se materializa no se considera algo de valor. Esta es la diferencia entre un pintor, o un escultor, que reciben el total del precio de venta del objeto (o el 40 o 50%, si venden a través de una galería), mientras que el escritor nunca puede aspirar por ley a más del 8 ó 10% de los rendimientos económicos de su creación. Otra forma clara de verlo serían los artículos de prensa redactados por escritores, que sólo se pagan, dice Ibáñez, cuando se publican (por experiencia personal sé que hay excepciones, pero es la regla mayoritaria), luego no tienen ningún valor hasta que aparecen publicados por otros. “En una ópera, por ejemplo, el escenógrafo, que trabaja un mes, cobra mucho más que el compositor, que trabaja dos años. El compositor no crea objetos, el escenógrafo y el figurinista, sí”, completa Ibáñez. Todo esto es discutible, claro, porque como veíamos en El lectoespectador la desmaterialización -quizá sería más preciso decir “desobjetualización”[3]- digital de la cultura está subvirtiendo este orden económico de cosas, pero precisamente Ibáñez termina su artículo refiriéndose a esa cuestión: “Internet está produciendo una desmaterialización de la cultura. [...] La gran pregunta es ¿quién nos pagará, ahora que los objetos desaparecen?”.

En efecto, esa es la pregunta. Y es relevante teniendo en cuenta que algunos productos, tanto literarios como musicales o cinematográficos, son consumidos sin haber pasado jamás por un soporte físico. Otra cosa es que podamos considerar objetos digitales a los ítems circulantes por las redes, ya que, por supuesto, han tenido que sufrir un arduo camino de producción para convertirse en “canciones”, “películas” o “libros”. Es decir, aunque no sean tridimensionales son productos, que han requerido una inversión –a veces millonaria– para ser terminados y estar en condiciones óptimas para el visionado, lectura o escucha. No siempre se aprecia ese esfuerzo de muchos profesionales, que late detrás de la obra circulante; al permanecer invisible ese trabajo colectivo tangible, con sus largos créditos y listas de colaboradores, parece que no existe e invita a pensar que la cultura es un bien gratuito, que surge sin esfuerzo. Pero existe ese esfuerzo colectivo, cuyo único eslabón indispensable es el que aporta el creador. Y esa energía corre el riesgo que quedarse sin pagar; esto es, corre el riesgo de desaparecer, como las especies que se extinguen cuando las selvas quedan devastadas.

            Del mismo modo que los progresivos recortes sociales han provocado en los últimos años en España se haya reducido hasta estrechos límites la clase media, también comienza a desaparecer la clase media editorial: esos escritores jóvenes que de cuando en cuando se colaban, como promesas, en los catálogos de las grandes editoriales. Hoy estas ya publican ya casi con exclusividad a extranjeros traducidos y autores españoles con un público notorio (por más que se haya reducido): Muñoz Molina, Marías, Gopegui, Vila-Matas, seguidos de una segunda división de escritores de baja calidad literaria, pero de ventas seguras. Para el resto: editoriales alternativas o autoedición. En medio, nada. Salvo contadas excepciones, ligadas a las tendencias comerciales de moda (la autoficción, la autobiografía descarnada, etc.), la clase media de la literatura ha desaparecido.

            En una loable reflexión, Txetxu Barandiarán comentaba que quizá los autores debiéramos detener un año nuestra producción (como hicieron en 2015 los productores de leche) para hacer entender a la industria que somos la única piedra insustituible de la misma[4]. Recordé al leerlo la “moratoria” que alguna vez ha pedido Antonio Orejudo, para que los escritores dejemos de publicar un año y podamos, de esa forma, leernos los unos a los otros. La humorada de Orejudo cobra ahora un tinte trágico: quizá debiéramos hacerlo, además, para tener la posibilidad de poder volver a ser leídos por los demás.



El escritor también invierte para publicar

            Un editor me respondía en una red social a mi primer post, alegando que hay una enorme diferencia entre los escritores, que puede que no ganen nada si publican un libro, pero tampoco pierden con ello, y los editores, que se juegan su inversión si el libro no se vende. Tiene razón, por supuesto, pero —lo he pensado después— sólo parte. Porque he recordado el nada barato trabajo de documentación que puede conllevar un libro, especialmente ciertas novelas, todos los ensayos y todos los libros de viajes.

Son multitud los escritores que viajan para documentarse, o para consultar archivos o registros; son muchos los que invierten un capital en libros para escribir un solo libro —no quiero pensar en los centenares o miles de euros que he invertido para escribir algunos de mis textos, por los que luego no he recibido ningún pago—, y no faltan incluso quienes se ven obligados a adquirir volúmenes para escribir un solo artículo académico, pues no todos los investigadores están amparados por una universidad y sus bibliotecas, ni éstas suelen ni pueden tener todo lo que todos los investigadores necesitan. Por no hablar del lucro cesante —término jurídico que apela al dinero no obtenido— que en sí mismo supone la escritura, tiempo dedicado a un esfuerzo que debería ser productivo, pero que al sistema no le conviene que lo sea.

Así que concluyamos del siguiente modo: el editor es quien pierde más dinero si el libro no vende.

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[1] J. L. Zárate, “Apocalipsis”; Tierra Adentro, México D. F., n.º 175, abril-mayo 2012, p. 47.
[2] A. Ibáñez, “Pero ¿existe de verdad la propiedad intelectual?”, ABCD las letras y las artes; 26/09/2009, p. 18.
[3]Cabría así hablar, frente a los precipitados discursos sobre la desma­terialización que supuestamente caracteriza a la era digital, de nuevas materialidades digitales.” Alberto López Cuenca, Los comunes digitales: nuevas ecologías del trabajo artístico; Centro de Cultura Digital, México D.F., 2016, libro digital, p. 26. El mismo autor propone como alternativa a desmaterialización (p. 46) el término “desobjetualización”.
[4] T. Barandiarán, “Los creadores y los ganaderos, quizás debieran unirse y dejarnos durante una temporada sin leche y sin creación”, Cambiando de tercio, 03/10/2015, accesible en https://cambiandodetercio.wordpress.com/2015/10/03/los-creadores-y-los-ganaderos-quizas-debieran-unirse-y-dejarnos-durante-una-temporada-sin-leche-y-sin-creacion/.

15 comentarios:

https://javierenriquezserralde.com/ dijo...

Magnifico ensayo. Verídico y bien fundamentado. Estoy de acuerdo con tu conclusión. El editor es el que pierde más dinero si el libro no se vende. Pero no las grandes editoriales, ya que tienen toda infraestructura y un “hedging strategy” en las obras que publican. Las editoriales que arriesgan más son las pequeñas, las editoriales alternativas que con contados ejemplos, como la de Diego Rabasa, que salen adelante con obras de alta calidad literaria.

Félix Maocho dijo...

La gran pregunta es ¿quién nos pagará, ahora que los objetos desaparecen?

En efecto, esa es la gran pregunta, la “pregunta del millón”, nunca mejor dicho. Un libro tiene un coste apreciable en cuanto se refiere a la confección del origina. Como dices, no solo son horas de trabajo, que es razonable querer cobrar, sino ademas los trabajos de documentación, corrección, formateo, diseño, ilustraciones, etc. …

Sin embargo, hacho el original, una copia, del segundo ejemplar al último, tienen un valor mínimo, prácticamente nulo si es un objeto digital y esto lo sabe el lector, razón por la cual, no solo lo lee, sino que si así lo quiere, lo duplica para sus amigos y familia, cuando no lo sube a la red para el uso de cualquiera.

Y no es solo el libro digital, desde la aparición de las impresoras POD, el precio de un segundo volumen es muy bajo, y cuantos más libros se confeccionan con este medio, más bajo, acabando prácticamente por ser sólo el coste del papel y la tinta.

Esto es así actualmente, y habremos de considerar que en el futuro seguirá siendo así, por tanto el autor sólo tiene posibilidad cierta de cobrar por el original. ¿Quién pagará?

A mi juicio solo hay las siguientes fuentes de financiación.

a) El propio autor que “paga” por tener la vanidad de que le lean. Algo que puede ser ridículo pero era ya una realidad, Había una serie de editoriales que cobraban al autor por transformar su texto en libro, Por tanto no nos debe extrañar que muchos libros autoeditados se ofrezcan gratuitos, pues lo que quiere el autor no es dinero sino lectores.

b) El mecenazgo, alguien que paga al autor por los gastos de hacer el original, También existía, hay una serie de editoras de organismos de todo tipo, que editan obras que jamás editaría un editor profesional, basta ver las publicaciones del BOE, Estadística, Ministerios, Ayuntamientos, etc...

c) La publicidad, puesto que una copia no vale nada, una empresa puede estar interesada en la difusión de ejemplares que posean “product placemen”, el protagonista pasea por una ciudad y se lo financia la alcaldía de esa ciudad, o bebe una ginebra, o compra en un hipermercado. Nada nuevo, así se hace en el cine y la televisión y así ha hecho en su vejez algunas de sus películas Woody Allen y así eran las novelas negras que regalaban en los hoteles subvencionadas por Jack Daniels. El ejemplo más claro de esto, ha sido la financiación de las Páginas Amarillas de Telefónica, que por muchos años fue fuente de pingües beneficios pese a lo laborioso de su confección.

d) El micro mecenazgo, o que el autor consiga financiación antes de ponerse a escribir la novela, mediante pago de pequeñas aportaciones de los lectores interesados en conseguir que la obra vea la luz, Hay muchos ejemplos de este tipo de financiación de este tipo aunque lo veo siempre como anecdótico, pero recuerdo que “El Astronauta” ha sido la primera película financiada por este sistema

Honestamente no se me ocurre para el futuro, otras vías de financiación sino las derivadas de mezclar estas. Personalmente creo que dada la mínima participación del autor en el beneficio de la venta del libro, es posible y razonable encontrar una financiación similar por estas vías y sólo se trata de cambiarse el “chip” de buscar un editor que nos edite a un “pagano” que nos financie.

Félix Maocho dijo...

En una loable reflexión, Txetxu Barandiarán comentaba que quizá los autores debiéramos detener un año nuestra producción (como hicieron en 2015 los productores de leche) para hacer entender a la industria que somos la única piedra insustituible de la misma.

Pese a lo que pudiera parecer. veo absolutamente inútil la medida, los escasos editores que quedan en activo, pueden seguir con un volumen igual de ediciones, con sólo echar mano de autores extranjeros, re ediciones de autores de renombre cuyos derechos de re edición posean, e incluso el relanzamiento de libros de auténtica calidad que en su momento pasaron por las librerías sin pena ni gloria.

A mi juicio la única forma de hacerles “pupa” es la autoedición de éxito, pero volvemos al punto inicial ¿Quien paga?

Vicente Luis Mora dijo...

Gracias por la visita y los comentarios, Félix. Lo de la "moratoria" es parcialmente una broma, pero me pareció una broma oportuna, dado lo oscuro del tema.

Respecto a las posibles formas de pago, es curioso que propongas 4 y ninguna de ellas sea que el lector pague por lo que compra; lo del micromecenazgo es una posibilidad de pago adelantado, sí, pero ¿por qué excluir el pago directo e inmediato? Supongo que cuando vas a la panadería pagas en efectivo en el momento, como cuando llevas el coche o el ordenador a reparar al taller. Yo he comprado libros electrónicos, no muchos porque prefiero leer en papel para no cansar la vista, y no veo el problema para hacerlo. Creo que también hay que apoyar las formas culturales que a cada uno le gustan. Hay personas que ven caro un libro de bolsillo de 10€ o 12$, pero se gastan 70 u 80 en la entrada a un concierto de su grupo favorito. Un concierto que va a durar mucho menos que la lectura del libro, a no ser que hablemos de novelas muy breves.

Pero está bien plantear nuevas fórmulas y nuevos escenarios, y favorecer la conversación. Creo que hacemos mal no tocando nunca estos temas.

Un saludo y de nuevo gracias por participar.

marisa dijo...

El trimestre pasado escogí unos textos para leer con mis alumnos, con los que estoy haciendo un trabajo sobre educación; uno de los textos fue El chico de la última fila, de J, Mayorga; la obra está llena de paralelismos, especialmente relevante para traer aquí son los que se hacen entre arte y decoración, y, literatura y mercado; ya sé que es un viejo asunto, igual que lo es el de la “reproductibilidad técnica” en la obra de arte, pero eso no impide la actualidad, dada la cada vez mayor reducción, en aquellos paralelismos, de lo primero a lo segundo.
Por eso está bien hablar de estas cosas que hablas, y veo claro que cuando comentas la situación del escritor en el proceso de edición, estás describiendo la enajenación del autor respecto a su obra, supongo que no es necesario explicar mucho esto, pero sí me llama mucho la atención cómo, por ejemplo en un ensayo crítico sobre la autoexplotación que el sistema nos impone, una vez publicado y reconocido su valor a través de premios y/o reseñas de gente conocida, acaba haciendo que el autor se sienta muy feliz; todo su poder crítico queda neutralizado desde ese momento, al ser vendido le pone su punto final: ahora ya tienes el reconocimiento, ya entraste por todos los aros para que todo siga igual.
Cuando se trata de una expresión más íntima, poética si prefieres, la publicación convierte al libro en un objeto separado del verdadero autor, en ese sentido no deja de resultarme paradójica esta época en la que, con el mismo empeño en que se rechaza lo subjetivo, se ensalza el poder de la firma, la autoría como autoridad.
Para mí uno es escritor cuando escribe, no cuando publica, y en ese sentido me gusta diferenciar entre escribir como lo que llamo “una manera de vivir” o una “forma de vida”, que son cosas muy diferentes. Si es posible, en esta cultura desértica, es mejor que no dependan las lentejas de hacer lo que más te gusta. Otra cosa es la necesidad de comunicación, de llegar al otro, pero ese es un tema más desolador todavía, que no creo que la “publicación”, la “visibilidad”, ni las nuevas tecnologías, solucionen.
Disculpa si me extendí mucho y gracias por tus palabras.
Un saludo,
Marisa

Vicente Luis Mora dijo...

Buenas, Marisa, gracias por venir y gracias también por tu comentario, aunque no estoy del todo de acuerdo con alguna de las cosas que dices. Por ejemplo, disiento en lo de escribir / publicar. Uno es escritor cuando lo leen los demás y pueden enjuiciar si lo es o no, creo recordar que decía Thomas Bernhard. Mientras escribes -sobre todo, si no tienes ningún libro publicado- no eres escritor: estás aprendiendo a escribir, o estás redactando un borrador, si ya has publicado. Digamos que cuando escribes sólo eres escritor en potencia. "Son los demás los que te hacen escritor", acabo de recordar la cita más o menos exacta de Bernhard. Y esto vale para las personas que publicaron sus libros póstumamente, o que murieron casi inéditos, como Emily Dickinson; en realidad, ellos son la mejor prueba posible del argumento: hasta que fueron publicados, ni siquiera sabíamos que existían.

Respecto a lo del libro premiado, no tengo que defender a nadie, pero te devuelvo el argumento visto desde otra perspectiva: si ese ensayo no se publica y no se difunde (el premio es una vía legítima de difusión), ¿cómo íbamos a conocer las ideas que contiene? La publicidad obtenida no desactiva las ideas expresadas en él; a mi juicio, más bien las distribuye, las reactiva, las hace llegar más lejos, les da visibilidad, las introduce en la conversación general. ¿No es eso lo que quiere un ensayista, que sus ideas circulen y puedan ser leídas y discutidas?

Un saludo, Marisa, y muchas gracias por compartir tu sensata y bien expresada opinión.

marisa dijo...

Pero existían aunque no lo supiéramos, como con tantas otras cosas en otros ámbitos. Somos un modo de ver, más que un modo de ser vistos.
Sí, son posiciones muy contrapuestas, supongo que ambas respetables, aunque creo que
la tuya está más asentada. Y desde luego, está bien dudar sobre las propias tanto como sobre las contrarias.
No sé si es sensato pero es una opinión sincera, y sin ánimo de ofender a nadie, sólo quería decir que el sistema lo engulle todo, incluidas esas vías legítimas y sin alternativa.
Ya no molesto más. Gracias otra vez.
Marisa

Vicente Luis Mora dijo...

No molestas en absoluto, Marisa, es un placer dialogar contigo. Un saludo y hasta la próxima.

Manuel G. dijo...

Habría que diferenciar la vicisitud de los textos de la vicisitud de los autores, ya que aquí parece que los hacemos una cosa indisoluble. En la vicisitud del autor caben las quejas humanas, pero no en la del texto, porque su destino es amoral o neutro, y sólo cuentan unos azares, o la calidad del texto.

Si una obra maestra se pierde en el ordenador de su autor, o tiene que tardar 100 años en abrirse paso, a nadie importa. Importa cuando ya es reconocida, no antes. ¿A quien le importaría la vida perra de Joyce si no hubiera escrito unas cuantas obras maestras...o que Kafka cobrara algo o no?

Si ni siquiera importa con Joyce y Kafka, ¿quien lloraría por los autores de malos textos?

Manuel G. dijo...

Habría que diferenciar la vicisitud de los textos de la vicisitud de los autores, ya que aquí parece que los hacemos una cosa indisoluble. En la vicisitud del autor caben las quejas humanas, pero no en la del texto, porque su destino es amoral o neutro, y sólo cuentan unos azares, o la calidad del texto.

Si una obra maestra se pierde en el ordenador de su autor, o tiene que tardar 100 años en abrirse paso, a nadie importa. Importa cuando ya es reconocida, no antes. ¿A quien le importaría la vida perra de Joyce si no hubiera escrito unas cuantas obras maestras...o que Kafka cobrara algo o no?

Si ni siquiera importa con Joyce y Kafka, ¿quien lloraría por los autores de malos textos?

Vicente Luis Mora dijo...

Es normal que a otras personas no les importen los infortunios de los demás, o el hecho de que cobren o no cobren. Pero, lo mejor, habría que preguntarles a ellos, a ver qué les parecía. O a Harriet S. Weaver, la señora que fue mecenas de Joyce durante un tiempo, para que pudiera escribir. Sin ella, o sin el hermano de Joyce, que también le prestó dinero para poder dedicarse a la literatura, hoy no podríamos leer sus libros.

Saludos, Manuel.

Manuel G. dijo...

¿Pero y si Joyce hubiera sido un mal escritor, elogiaríamos que alguien le prestara dinero para escribir malos libros? Tendríamos un caso anónimo de un bohemio con deudas. Todo se sostiene porque al final, a posteriori, lo único que cuenta es el valor del libro, y si no, nada importa.


Mira, a Bukowski lo salvó un editor que apostó a pagarle un sueldo el resto de su vida si dejaba su alienante trabajo en Correos ...jeje... ahora lo podemos ver como un acierto.

https://www.youtube.com/watch?v=4x-HRSmWHtU

Vicente Luis Mora dijo...

Pero si nadie está negando que lo que "queda" es el libro, Manuel, completamente de acuerdo. Sólo que ningún libro existiría, ni malo ni bueno, sin que su autor, en un determinado momento, haya encontrado el modo de conciliar dos cosas: el alimento y la escritura. Creo que en el fondo coincidimos. Un saludo y gracias por venir.

Manuel G. dijo...

A pesar de todo muchos grandes libros han sido escritos en precario. Y quizás si todo estuviera reglado no ocurrirían muchas de esas increíbles vicisitudes para que se escriban los libros.

¿Y si, por ejemplo, esta reivindicación única del escritor profesional nos lleva a una academización o cosas peores? :)

Bonifacio Álvarez dijo...

“¿Quién paga, si desaparecen los objetos?”

Me pregunto algo… ¿No será que, al popularizarse y masificarse las copias (las físicas, y los plagios pop, adocenados), los objetos desaparecen por su calidad mediocre, revolución digital aparte? ¿No habremos estado intentando vivir de sucedáneos caseros, alimenticia y culturalmente?

Quizás es una ocurrencia burda. Pero he visto que en muchos mercadillos callejeros se amontonan a un ridículo precio de 1 euro, CD de carcasa medio rota, toscas cintas de casete, VHS obsoletos, tristes DVD de cine impersonales de los que regalan los periódicos, novelas de kiosco amarillentas y de letra minúscula… todo en un batiburrillo sin clasificar, como si fueran el mismo soporte y mismo arte.
Nunca se ve allí un incunable miniado de grueso papel de filigrana al trasluz (obviamente), y apenas algún disco de vinilo sin rayar y dentro de su empaque (de esos, nadie hace limpieza salvo que los paguen bien).

La gente se deshace (por muy poco) de algo por lo que no sufre nada al deshacerse. Y quizá por eso tampoco lo quiere pagar bien, creo yo. Y encima ahora lo puede lograr gratis de manera digital, y sin generar basura, es cierto. Pero yo creo que el problema viene de antes.