viernes, 17 de abril de 2009

Viaje contra espacio, de Jorge Carrión

Antes de entrar en el libro de Carrión, os pongo sobre aviso de cosas que he publicado en otros sitios y que a lo mejor son de vuestro interés:

En la revista Ínsula, un largo artículo sobre la trayectoria poética de Olvido García Valdés que posiblemente sea lo menos malo que he hecho sobre poesía española contemporánea: “Olvido García Valdés: cartas de la vidente”, Ínsula nº 748, abril 2009, pp. 4-8.

En la revista Viajes National Geographic del mes de abril, un reportaje sobre la visita que hice a los parques naturales de Arizona y Utah: el Gran Cañón del Colorado, el Glenn Canyon, Monument Valley... Las fotos -hechas por un profesional, claro- son absolutamente impresionantes.

En el Quimera de abril, un diccionario irreverente de autores surrealistas contemporáneos.

En Clarín (la revista española, no la publicación argentina), también del mes de abril, un artículo a dos manos con José Ángel Cilleruelo, sobre el concepto de tiempo.

Es curiosa la coincidencia de la publicación de los cuatro artículos en el mismo mes, cuando han ido escribiéndose durante el último año. Espero que alguno de ellos sea de vuestro agrado.






Jorge Carrión, Viaje contra espacio. Juan Goytisolo y W. G. Sebald; Iberoamericana, Madrid, 2009

Lo que sigue no es un análisis del libro de Jorge Carrión en sentido estricto. No estoy capacitado para ello porque no conozco ni la obra de Goytisolo ni la de Sebald con la profundidad con que Carrión las conoce, que entiendo máxima, al provenir el libro de su tesis doctoral. En consecuencia, serán los expertos en Goytisolo y Sebald quienes deban hacer una lectura crítica de la crítica de Carrión. A mí me interesan hoy otros aspectos de este ensayo, como por ejemplo la luz que arroja sobre la propia obra del autor –un caso parecido al de Gil de Biedma y sus textos de El pie de la letra, tan importantes por su relación con la poética de Biedma como por su visión sobre los puntuales autores abordados–. Pero antes deberíamos esbozar, cuanto menos, una somera nota informativa sobre el libro.

Tras una clarificadora introducción, el ensayo se desarrolla mediante una habilidosa estructura sucesiva: en breves capítulos, se van alternando estudios de los mismos o parecidos temas en Goytisolo y Sebald, que van justificando, creo que sobradamente, el “atrevimiento metodológico” de mezclar dos autores distintos de dos lenguas, sin utilizar los instrumentos del comparativismo crítico. Como partidario que soy del atrevimiento, sobre todo metodológico, creo que el experimento de Carrión (que en manos más academicistas hubiera terminado en una interminable dialogía de párrafos en alemán con otros en español), no sólo funciona a la perfección, sino que establece un interesante modo de poner a conversar tradiciones. Algo propicio y útil cuando ambas tradiciones, tanto la de Sebald como la de Goytisolo, consisten precisamente en sacudir con furibundo sentido crítico la tradición propia: “Ésta es otra concordancia entre los proyectos literarios de Goytisolo y Sebald: ambos se sienten parte de una tradición de escritores de su misma nacionalidad que escribieron contra sus patrias respectivas; ambos lo han hecho contra el espacio diseñado por sendas dictaduras fascistas y las tradiciones ideológicas que las sustentan” (p. 126). Carrión aborda dos autores que tienen en común el viaje, la condición nómada, la perspectiva autoconsciente sobre la narración viajera (el metaviaje), la posición crítica ante la tradición cultural e histórica de sus culturas de origen, la preocupación por el idioma como re/generador de sentido mediante su deconstrucción ideológica, la construcción del yo como una obra dinámica (una diatopía), la inteligencia lectora y observadora, el ser humano como eje final de sus –muy distintas– poéticas. De ahí que la elección de Carrión me parezca correcta, ya que, a pesar de las obvias diferencias entre ambos (véase p. 158), Goytisolo y Sebald tienen más cosas en común que, por ejemplo, Goytisolo y Marsé.

Carrión hace una observación en las primeras páginas que delimita el tipo de viaje en el que su propia literatura, de La brújula (2006) a Australia. Un viaje (2008) se inserta: la del metaviaje, que parte de “la exagerada auto-conciencia del género” (p. 17). Ya hablamos de esto en nuestra
hipercrítica de Australia, así que no abundaré mucho sobre ello. Pero Viaje contra espacio es el “hipotexto” que venía sustentando, desde el principio, el resto de elaboraciones, tanto teóricas como prácticas, de Carrión sobre el metaviaje. El hecho de aparecer en último lugar no opaca su carácter originario. Es durante la investigación sobre Goytisolo y Sebald, que se remonta -según el autor declara en la nota final- a 2002, cuando Carrión opone a los sistemas geonarrativos de Sebald y Goytisolo el suyo propio, en una mecánica de oposición, si cabe, bastante goytisolosebaldiana. El hecho de que Australia aborde el asunto de la emigración de manera central, y sin embargo Viaje contra espacio no lo toque más que para Sebald, apelando a que ese tema tiene ya un desarrollo suficiente –y así es– en el trabajo de Marco Kunz (Juan Goytisolo: metáforas de la migración; Verbum, 2003), es también significativo de hasta qué punto la obra de Carrión y su paralela investigación teórica están entrelazadas y generan tensión textual entre sí. Según algunos, esta es una constante de la narrativa mutante, y puede que así sea, pero estoy demasiado cerca para verlo con claridad y arrogarme una distancia que no poseo. En todo caso, el resultado en Viaje contra espacio es una codificación de los presupuestos con los que Carrión aborda su obra narrativa: el desplazamiento físico, acompañado de una documentación previa y posterior (tanto libresca como virtual, sobre todo a través del Google Earth), el entendimiento del viaje como modo de explorar un tema concreto (la inmigración española a Australia, por ejemplo), sin abandonar lo que tiene de viaje al interior de la propia conciencia (p. 25), el intento de ahondar en lo posible en la cultura del lugar estudiado, evitando la prosa de estampa, repensando el propio lenguaje utilizado, y volcando luego la experiencia sobre la tradición española, con una postura crítica. Sin embargo, tampoco debemos caer en una trampa habitual: creer que es verdad lo que dice el autor sobre su obra. Más bien es una cuestión de deseo, una proyección psicológica de lo que Carrión quiere que pensemos sobre su modo de hacer literatura. Él lo sugiere hablando de Chateubriand y Sebald; sobre el último, apunta: “éste construye la tradición desde donde quiere ser leído. Desde donde debe leerse” (p. 110). Tenemos que estar vigilantes, por tanto, y tomar todas esas coordenadas como puntos teóricos de partida, pero no de llegada. Son en realidad los libros de creación los que confiesan, casi nunca de forma explícita, su orilla de destino. Es obviedad sabida: lo más importante de un libro no es lo que dice, sino lo que calla. Lo dije hablando de Rodrigo Fresán: las influencias más importantes que ha recibido, los autores más importantes para él, son quizá aquellos de los que nunca habla. Sebald, según Carrión, tiene como hipotexto constante a Celan y quizá a Mandelstam, pero no los menciona apenas en sus obras. Del mismo modo, hay que estar atentos al ruido crítico que Carrión genera sobre el metaviaje, para después intentar cazar lo esencial, que puede ser, o no, la tradición metaviajera que Carrión dice seguir. Pero algo sí podemos esclarecer, sin temor a equivocarnos: hay un aire de familia entre la obra de Carrión y las de Goytisolo y Sebald. De hecho, en su página web puede visitarse su Proyecto Asebald. De forma que, para terminar, podría completarse un párrafo del autor de esta manera: “los periplos de Goytisolo [, Carrión] y de Sebald, aunque apunten parcialmente hacia el regreso necesario, sacuden en su trayectoria la presunta inmovilidad y unidad de lo real. Buscan reconciliarse con lo propio y sólo lo consiguen en una pequeña parte; insatisfactoriamente” (p. 164). Por fortuna, en sus obras la insatisfacción es una sensación interna, psíquica, que no tiene nada que ver con la experiencia de lectura, más que satisfactoria.


5 comentarios:

Laura dijo...

Esta entrada ha suscitado (como toda la literatura de Carrión) un gran interés.

Vicente Luis Mora dijo...

Esta entrada ha obtenido, como toda la literatura de Carrión, como a veces la literatura de Goytisolo, un generalizado interés, una de cuyas muchas formas es el silencio, roto solo por la voz discordante de alguna voz que demuestra su altura intelectual con el sarcasmo de baja intensidad. Una respuesta muy habitual en nuestros lares, by the way. Las obras se quedan, los sarcasmos desaparecen en poco tiempo.

Jesus Andres dijo...

Vicente, ¿por que no republicas esta entrada?
La coicidencia con la muerte de Ballard la relegó demasiado pronto.
Particularemente, y Ballard me interesa, creo que algunos aspectos de Carrión se pasan por alto. En concreto los que ligan su obra a la vivencia.
Hay autores que cuentan sus vivencias y hay otros cuya vivencia es su obra. Luego se limitan a contarla. (Sin que por ello una u otra sean prerefibles).
Leí La brújula y creo que Carrión esta en la segunda opción.
Para él más que un género es su propia vida. Tu lo defines: “la exagerada auto-conciencia del género”, quizás digamos lo mismo.
Me sorprende, la escasez de fotografías en su obra, la poca que conozco. Más después de saber que estudia a Sebald, cuando Vértigo, imposible de encontrar en español, ha marcado estilo.
Voy a aprovechar para releer tu crítica de Australia.
Un saludo.

Vicente Luis Mora dijo...

No creo que haga falta republicarla, esto no es un periódico de una sola hoja donde tengas que quedarte con lo primero que ves. Hay varias entradas antiguas que sien generando conversación; ¡incluso en el blog antiguo! Lo que ocurre es que este es el tipo de libros que no pueden generar mucha discusión hasta que no se han leído. Mi función es animar a la lectura del volumen, no sustituirla. Saludos, Jesús.

Manuel G. dijo...

El tema es muy atractivo: la concepción del lugar literario.
No es igual el lugar cuando se vive en él, que cuando se visita como experiencia estética, lúdica etc. Sería lo vivo y animado, frente al escenario de cartón piedra.

Desde que leí cosas sobre la concepción del paisaje para los nativos americanos -por ejemplo la de los apaches- la mística que para los Occidentales tienen lugares como Monument Valley se me ha derrumbado como pueril y pobre; me parece ahora casi un fraude. Hoy poco menos que nos reímos de los escenarios de ópera wagnerianos. Pero el paralelismo con la visión del oeste americano que tenemos puede ser pertinente.

Incluso en las más sentidas visiones del oeste, la que pergeñaron los pioneros, el western, la literatura norteamericana... hay una especie de opacidad o incomunicación con el paisaje, visto como espectacular, pero mudo, silencioso, yerto. Frente a un paisaje rico, vivo, locuaz, incluso agradecido y maternal, para los nativos...

¿Maternal el polvoriento desierto de los westerns?. Pues si, un paraiso lleno de vida.

Es muy sorprendente lo opuestas que puede ser las concepciones de un mismo lugar. Habría que ser consciente de que se puede profundizar infinitamente más. Lo digo por los escritores de viaje, que rara vez hacen otra cosa más que llevar sus prejuicios y pobres clichés precocinados a los sitios. Válido tanto para el paisaje geográfico, como para el paisaje humano.