Pola Oloixarac, Las teorías salvajes; Entropía, Buenos Aires, 2008.
Leo últimamente novelas que me hacen pensar sobre el tremendo grado de autoconsciencia desde el que escriben los narradores últimos. Autores que no sólo conocen la tradición, sino también los modos de construcción (y de posible destrucción) de las tradiciones de las que son naturales y/o de aquellas a las que se vuelven afines. Autores que una vez denominé metaepistemológicos[1], conscientes del entorno epocal estético y filosófico en que van a aparecer sus libros. Autores conscientes igualmente del mercado y del ambiente cultural o literario donde van a insertarse sus textos devenidos productos. Autores conscientes de las limitaciones o capacidades de los críticos literarios que les esperan, afilando sus cuchillos o recortando las espinas a las rosas. Autores sabedores de las complicidades e inconveniencias de las redes sociales en línea. Están todos esos autores hiperconscientes y luego está Pola Oloixarac.
Esta novela, que próximamente se publicará en España por Alpha Decay, se comienza con una sonrisa de suficiencia y se acaba con una mueca de asombro. Al principio parece una novela provocadora, escrita con la norma al uso de la autoficción suave: la narradora se llama Rosa Ostreech (p. 195), donde Rosa y Pola pueden tener el mismo juego que Kafka y Samsa (apareciendo además una Pola al final de la novela y una K. que da pábulo a la primera interpretación). Esta narradora es joven, tiene el pelo negro y ha sido estudiante de filosofía en Buenos Aires, como la autora. Esto, cierto tono pedantesco y cool en las conversaciones de los jóvenes aprendices de filósofos descritos en las primeras páginas, sumado a una ambientación sexual directa y descarnada, nos hacen pensar en un primer momento que podríamos estar ante una novela modernita, eso que los críticos que no saben mucho de posmodernidad llaman novela posmoderna, confundiendo la terminología por “novela superficial, dirigida al impacto fácil en ciertos ambientes y perseguidora del que dirán falsamente estremecido” (algo que es todo lo contrario a lo que yo entiendo por novela posmoderna, que aludiría más bien a la solidez de un Pynchon). Como digo, es posible comenzar con esta sonrisa de condescendencia Las teorías salvajes. Pero esa sonrisa cesa muy pronto y deja lugar a una sensación de perplejidad que más tarde se transforma, como antes decía, en asombro.
A ello ayudan algunos elementos, a poco que uno se detenga a pensar. Por ejemplo: pensemos qué es una primera novela. Una opera prima narrativa es para el escritor aspirante un rito social de paso, es el gesto con el que alguien que antes no era escritor (desde la perspectiva de los demás) pasa a obtener la aquiescencia de la tribu mallarmeana[2], dentro de un sistema convencional de representaciones: soy porque publico, sois porque me leéis; un juego de egos donde el yo grupal acepta incluir al yo extraneus que se aproxima con su novela bajo el brazo (una novela que, para colmo, desarrolla una teoría salvaje de las “transmisiones yoicas”). Pues bien, en un libro destinado a ese rito de iniciación, el concepto antropológico de rito de paso es el término con el que se abre la primera frase de la primera página de la primera novela de la autora, un “rito de pasaje” al que se hace mucha e inteligente referencia a lo largo del texto. El gesto de brutal autoconciencia, y no pienso pedir disculpas por la comparación, me recuerda al comienzo de A Portrait of the Artist as a Young Man (1914) de James Joyce, que comienza la narración con la adquisición infantil del lenguaje del protagonista. Oloixarac sustituye la toma de conciencia del lenguaje por Stephen por la toma de conciencia de la novela de sí misma, del lugar que va a ocupar en el sistema ego/logo/falogocéntrico de las representaciones literarias, y lo hace desde una perspectiva antropológica que no va a abandonar nunca la novela. Una antropología del conflicto y de la tensión entre tecnología y ancestralidad. En nuestros lares, Eloy Fernández Porta ha explicado bien cómo lo primitivo se integra con naturalidad en la mentalidad contemporánea a través del Ur-rock y las metáforas del atavismo; DeLillo dejaba caer en White Noise que “cuanto mayor es el avance científico, más primitivos son los temores”[3]. Oloixarac continúa en su novela esta tradición etnográfica con acertado pulso, a medio camino entre el darwinismo de un Dawkins y las antropologías inventadas según el método borgiano de Tlön y Uqbar, y el modo en que los miedos y la brutalidad ciega de los trols (que sólo son miedosos activos) se enraiza en las grietas del ciberespacio.
En Las teorías salvajes hay mucha filosofía y mucha antropología, pero lo que más hay es botánica aplicada. La autora se explaya en una taxonomía de personajes cuyos clados o ramas evolutivas arrancan en la historia argentina de los setenta y llegan a las especies actuales, todo ello revisado con una incorrección política que, como pude imaginar al leerla y he comprobado después recorriendo las redes, ha creado una polémica considerable en su país. Es normal. Me imagino una novela similar en nuestro panorama literario (vgr., una novela que dando por sentado que el franquismo fue nefasto y sin entrar siquiera a revisar ese período cuestionase, con altas dosis de provocación y sentido del humor, los defectos y contradicciones de la izquierda o las izquierdas españolas durante la transición), y casi puedo leer los sambenitos e insultos de todo tipo que recibiría el autor o autora. Muchos optarían por escandalizarse en vez de pensar en la posible carga de revisionismo autocrítico que tal gesto podría conllevar (creo que esto fue lo que pasó, en otros términos, con la injusta recepción crítica que tuvo la a mi juicio excelente novela de Jorge Volpi El fin de la locura). Como no soy argentino, ni conozco bien la historia reciente de Argentina, más allá de ciertas lecturas enciclopédicas superficiales y de lo que aparece en las muchas novelas argentinas que he leído (todas muy homogéneas al respecto, de ahí que haya detectado inmediatamente la heterodoxia de Las teorías salvajes), no quiero ni puedo extenderme más sobre este tema, ya de sobra discutido en su país de origen. Sólo apuntar que los escritores, en sociedades democráticas, deberíamos ser libres para escribir de lo que queramos, y como queramos, y que desde luego Oloixarac también piensa de ese modo y ha ejercido su libertad con creces. Y eso es sano, esté uno de acuerdo o no con lo que Oloixarac dice, porque habrá que recordar –a estas alturas– que las novelas más interesantes suelen ser aquellas que nos despiertan parcial indignación, las que no nos dejan indiferentes, las que rompen, como decía Kafka, el manto de hielo de nuestro interior. A mí me ponen de los nervios a veces Céline o Bernhard, y no pienso dejar de leerlos por ello.
Las teorías salvajes ha sido definida por varios lectores como un roman philosophique, y desde luego el pensamiento es uno de sus hilos conductores, sobre todo la dialéctica Hobbes-Rousseau, y está llena de citas expresas (algunas apócrifas) y de referencias ocultas. Así, cuando la autora escribe “un hombre con una teoría es alguien que tiene algo por gritar” (p. 23), puede estar aludiendo al Adorno que en Minima moralia concluía sentenciosamente que “a los filósofos les resulta siempre difícil guardar silencio”. La filosofía política y la filosofía del lenguaje aparecen por doquier, más o menos visibles. Cuando el pensamiento aparece tanto en una novela, puede ser un valor añadido o una peligrosa carga de profundidad. Explorémoslo en el caso de Las teorías salvajes. La primera parte de la novela, que llega hasta la página 155, está escrita con un tono metaliterario (cf. la nota al pie en p. 53) donde lo ensayístico doblega a lo narrativo; quiero decir que Oloixarac en esta zona describe los personajes y sus andanzas como si fueran ideas en un ensayo, con el mismo tipo de construcción sintáctica. Los sentimientos al expresarse devienen filosofemas y las dudas proposiciones lógicas bajo el principio de bivalencia, ustedes ya me entienden. Lo que podría verse como una rémora se ve pronto como una elección interesante, porque la segunda parte, páginas 156 a 175, es una lección magistral de narración en el sentido tradicional, deliberada e irónicamente moderna. Es una inteligente forma escogida por la autora para decir: “sé hacer esto también, y aquí tienen la prueba, pero yo estoy ya en otra cosa”, con lo que podemos sumar otro rasgo de autoconciencia nuclear de esta obra.
Y, para ir concluyendo, la tercera parte resuelve varios de los hilos planteados en las otras dos y, sobre todo, pone sobre el tapete una imagen notable, una perfecta utilización de una metáfora tecnológica (el Google Earth) para abordar con ella asuntos en apariencia tan lejanos como la memoria histórica, la conciencia de la periodicidad, la conversión de los lugares en espacios afectivos y simbólicos, y la dificultad de la representación veraz. De hecho, el propio Google Earth no es una representación fiable y temporalmente homogénea de nuestro mundo; como ha expuesto Anna Munster, “the Google Earth visual experience is strangely situated between abrupt temporal glitches and near real-time user interaction”[4]. Oloixarac ha comprendido bien ese funcionamiento –seguramente porque lo conoce, como interesada que es en estos temas de cibercultura que para mí son fundamentales si queremos entender qué está pasando-, y su superposición literaria de una Buenos Aires 2.0 virtual, democratizada por la participación multitudinaria y emocional, sobre la Buenos Aires analógica (no real, porque reales son las dos), me parece un hallazgo estremecedor. Porque deducimos que la operación apropiadora que los protagonistas de la novela hacen sobre las imágenes bonaerenses del Google Earth es, precisa y autoconscientemente, la que la propia novela hace respecto a su entorno: una operación de rescritura espacial y discursiva, realizada sin complejos, de la historia reciente de un país y de sus procedimientos socioculturales de escritura, inscripción y descripción de la experiencia colectiva.
Toda primera novela tiene fallos, y quizá en Las teorías salvajes la parte de las ideas es más sobresaliente que la narrativa, que en ocasiones hila dificultosamente con aquélla. De momento, Oloixarac ha demostrado que es una notable pensadora con buenas dotes para la narrativa, que tendrá que ir apuntalando en lo sucesivo. Pero, ¿no hubiera sido demasiado pedir, en una opera prima, que ambas cosas estuvieran equilibradas? ¿Ante qué clase de monstruo estaríamos si en una primera narración la autora demuestra virtuosismo narrativo y alta capacidad intelectual? No hay prisa para encontrar al próximo Gombrowicz o la nueva Iris Murdoch. Demos tiempo al tiempo y disfrutemos de las muchas cosas notables de Las teorías salvajes, que no es poco.
En suma, una novela provocadora, valiosa, polémica, con la que no hace falta estar de acuerdo, cuya mayor incorrección es la transparencia con la que deja fluir su gélida y atroz inteligencia.
[Relación del crítico con la autora: ninguna
Relación con las editoriales Entropías y Alpha Decay: ninguna]
[1] En algún momento de esta reseña. Otro crítico también ha detectado parecida pulsión en la obra de Antonio José Ponte: cf. Néstor E. Rodríguez, “La mirada epistemological en la poética literaria de Antonio José Ponte”, Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, vol. 33, nº 3, primavera 2009.
[2] Un eco mallarmeano en la novela de Oloixarac podría encontrarse aquí: “uno difícilmente puede considerar relevantes cosas que no dependen directamente de libros o su desciframiento” (p. 80).
[3] Don DeLillo, Ruido de fondo; Seix Barral, Barcelona, 2006, p. 215.
[4] A. Munster, “Welcome to Google Earth”, en Arthur Kroker y Marilouise Kroker, Critical Digital Studies: a Reader; University of Toronto Press, Toronto, 2008, p. 401.
12 comentarios:
Vicente, gracias por esta entrada y por la anterior, aunque no opiné, porque me aclaras cosas y me haces buscar otras.
Saludos.
...tanto Porta como tú sois una referencia clara para dos chicos (chico y chica respectivamente) que como nosotros querrían dedicar sus esfuerzos personales y académicos a trabajar de este modo en algo así. Somos gente de veintipocos años entusiasmados por descubrir que perfiles laborales (y existenciales) como estos existen y que algo del tipo se puede llegar a hacer.
Vicente.
Aquí desde Buernos aires, feliz de que alguien haya leído la novela como la leí yo. Como la sentí yo.
Aquí mucha crítica se quedó sentada sobre lo histórico reciente (inevitable) o sobre si la facultad de la calle Puán o no (inevitable II) . Y para mí eran dos lecturas limitadas, de chiquitaje, de cabotaje.
Por suerte la novela toma vuelo internacional, y se la puede leer así, como la leiste vos. Tiene alas.
Respecto de la narrativa, creo que tenés razón; aunque la leí hace un año y aún ronda en mi cabeza la escena del robo al profesor y la alumna por un par de pobres tipos; parece cine y uno se ríe de las frases medio espantado. Es un segundo de narración que quedará n mi memoria.
Te felicito por la crítica, y celebro se lea así la novela
Eduardo de Buenos Aires.
Interesante invitación a leer el libro. Se agradece esta recensión (un buen texto, pero no dejas del todo claro en qué radica la polémica del libro de Oloixarac). No soy argentino, pero tengo cierto interés (no sólo literario) en el país y he seguido la evolución social y política de Argentina en las últimas décadas (mi abuelo nació en Buenos Aires; mi bisabuelo hizo la ruta inversa a la que hoy hacen los argentinos). Argentina es, me parece, un caso trágico. En fin, el libro cae seguro, gracias.
Respecto a lo que dices de Bernhard y Céline, pienso que Céline es un escritor de un solo libro (enorme), "Viaje....". Lo demás puede tener cierto interés, pero...cansa. En cambio, Bernhard es un escritor de muchos libros que son el mismo libro, pero nunca cansa (opinión personal). Saludos.
Clément: no creo que Argentina sea un caso trágico. En todo caso es, como todo otro país o como cualquier otro país, la historia de una imposibilidad.
Vicente: una pregunta sobre lo tangencial. ¿a qué se debe que aclares tu relación o la falta de relación con los autores de los libros criticados? ¿el posible conocimiento de alguien o incluso la cercanía social o el posible intercambio de opiniones con algún autor, invalidan una intervención crítica sobre una obra? Pregunto esto sinceramente interesado en tu respuesta.
Estimado anónimo, aquí explico las razones por las que aclaro si hay amistad con los autores y editoriales: http://vicenteluismora.blogspot.com/2009/09/cerval-y-etica-critica.html
Un saludo
Gracias Vicente, sumamente ilustrativo el enlace e, incluso, muy interesante el debate posterior que disparó. Quizá debas evaluar la posibilidad de incluir un enlace permanente a esa discusión cada vez que aclaras tu relación con un autor y/o editorial para que no se te moleste siempre preguntando lo mismo como supongo que quizá te suceda. Uno de los problemas del blog justamente es esa rabiosa temporalidad de sus escritos, la falta de categorización y el archivo por simple fecha de publicación. Eso funciona bien sólo en el caso de los diarios personales pero no cuando se discuten ideas (¿a qué otra cosa podrá aspirar la crítica más que a discutir ideas y procedimientos?) que no suelen cambiar con el paso de los meses si no más bien, simplemente desarrollarse.
Vicente:
Mil gracias por darme a conocer esta autora!
Somos ya unos cuantos que estamos deseosos y ansiosos de que aparezca en Alpha Decay para hincar el diente a "Las teorías salvajes". Ahora todavía un poco más.
Un abrazo y saludos Dillingerianos.
...traigo
sangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
TE SIGO TU BLOG
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
AFECTUOSAMENTE:
LUIS MORA
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE CABALLO, LA CONQUISTA DE AMERICA CRISOL Y EL DE CREPUSCULO.
José
ramón...
Bravo, qué buena entrada Vicente...
sólo una pregunta: si son tantos los escritores españoles que advierten la ausencia de una perspectiva verdaderamente crítica sobre el pasado franquista, ¿por qué no la escriben?¿Quién será el que tenga el valor de hacerlo?
¿Habrá alguno que lo haga, a sabiendas de que muy probablemente no vaya a vender?
Con el pasado franquista sí hay novelas críticas, centenares, diría yo. Yo hablaba más bien de crítica hacia la izquierda de la época, algo que hay menos o que aborda el tema con menos displicencia que la que utiliza Oloixarac en su novela. Saludos y gracias por venir.
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