domingo, 23 de junio de 2019

El trance lector de Alan Pauls




Pauls, Alan (2018). Trance. Buenos Aires: Ampersand.

Muchos son los libros devorados sobre la lectura, sobre el hecho de leer como práctica sostenida a lo largo de una vida, pero pocos tienen el plástico equilibrio de Trance, de Alan Pauls (Ampersand, 2018). 


Llama la atención cómo el prosista argentino es capaz de tejer de nuevo la “continuidad entre libro y mundo” (p. 24), rota por la mala vista y por la cesura entre el culturalismo del lector adulto y la inocencia inmersiva consustancial al lector niño. 


Como en todo lector obsesivo, la práctica se llena de mitos propios y de ajenos pensados como propios; así sucede con esa imagen de Pauls antes de saber leer con un libro en las manos, sostenido al revés, que piensa suya y acaba encontrando luego en los Diarios de Ricardo Piglia. 


Es decir: el mito lector como una otredad (la de un yo reelaborado) erigida sobre una otredad (la de Piglia) alzada sobre una otredad (la propia de la lectura, pues leemos siempre a los demás; leerse a uno mismo se llama “corregir”).


Ese fantástico equilibro de Trance es el arco trazado entre las nervaduras biológicas de la lectura in extenso como plataforma de crecimiento vital y la lectura como fuente de conocimiento y cultura. 


Entre la aventura libérrima y la referencia erudita:


Es decir, entre la historia de un yo y la histeria de sí.


La situación ideal de lectura para Pauls es un avión (a nadie le importa, pero la mía es a bordo de un tren; de hecho, es en un tren a Madrid donde leo el libro de Pauls), porque la lectura en trance que describe se basa en la privación sensorial, en el vaciado de todo lo demás.


La lectura se basa en una carencia: la de interrupciones (no de distracciones, que es otra cosa, porque a veces es la propia lectura la que distrae, al tiempo que abstrae, llevándonos a otros pasajes, y ése es el secreto de su poder de seducción).


La interrupción es lo exterior al libro, parece decir Pauls, mientras que la distracción es siempre interior, psicológica, con vocación imaginativa.


La lectura como perpetuum mobile, el único que no contradice la segunda ley de la termodinámica. Leer como mise en abyme: “Leer (como pensar) es un verbo architransitivo, cuyo horizonte de objetos no tiene límite” (p. 42).


Leer como una suerte de enfermedad mental, una compulsividad que nos otorga un asidero inestable, perecedero e irrenunciable, y cuya discontinuidad extendida es una metáfora de nuestra propia identidad (como lectores y como no lectores). 


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[Relación con editorial y autor: ninguna]


 


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