Pauls, Alan (2018). Trance. Buenos Aires: Ampersand.
Muchos son los libros devorados sobre la lectura, sobre
el hecho de leer como práctica sostenida a lo largo de una vida, pero pocos
tienen el plástico equilibrio de Trance, de Alan Pauls (Ampersand,
2018).
Llama la atención cómo el prosista argentino es
capaz de tejer de nuevo la “continuidad entre libro y mundo” (p. 24), rota por
la mala vista y por la cesura entre el culturalismo del lector adulto y la
inocencia inmersiva consustancial al lector niño.
Como en todo lector obsesivo, la práctica se llena
de mitos propios y de ajenos pensados como propios; así sucede con esa imagen
de Pauls antes de saber leer con un libro en las manos, sostenido al revés, que
piensa suya y acaba encontrando luego en los Diarios de Ricardo Piglia.
Es decir: el mito lector como una otredad (la de un yo
reelaborado) erigida sobre una otredad (la de Piglia) alzada sobre una otredad
(la propia de la lectura, pues leemos siempre a los demás; leerse a uno mismo
se llama “corregir”).
Ese fantástico equilibro de Trance es el
arco trazado entre las nervaduras biológicas de la lectura in extenso como
plataforma de crecimiento vital y la lectura como fuente de conocimiento y
cultura.
Entre la aventura libérrima y la referencia erudita:
Es decir, entre la historia de un yo y la histeria
de sí.
La situación ideal de lectura para Pauls es un
avión (a nadie le importa, pero la mía es a bordo de un tren; de hecho, es en
un tren a Madrid donde leo el libro de Pauls), porque la lectura en trance que
describe se basa en la privación sensorial, en el vaciado de todo lo demás.
La lectura se basa en una carencia: la de
interrupciones (no de distracciones, que es otra cosa, porque a veces es la
propia lectura la que distrae, al tiempo que abstrae, llevándonos a otros
pasajes, y ése es el secreto de su poder de seducción).
La interrupción es lo exterior al libro, parece
decir Pauls, mientras que la distracción es siempre interior, psicológica, con
vocación imaginativa.
La lectura como perpetuum
mobile, el único que no contradice la segunda ley de la termodinámica. Leer como mise en abyme: “Leer
(como pensar) es un verbo architransitivo, cuyo horizonte de objetos no tiene
límite” (p. 42).
Leer como
una suerte de enfermedad mental, una compulsividad que nos otorga un asidero
inestable, perecedero e irrenunciable, y cuya discontinuidad extendida es una
metáfora de nuestra propia identidad (como lectores y como no lectores).
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[Relación con editorial y autor: ninguna]
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