domingo, 2 de febrero de 2020

El crítico como viajero del tiempo



Sabe mal terminar el libro de un coetáneo, poner el punto final a la última publicación de una escritora actual y viva; personas quizá conocidas y/o bienllevadas del crítico, quizá asistentes a los mismos espacios, acaso amistades, y darse cuenta de que esa novedad editorial, incluso aunque “esté bien”, y suele estarlo —porque el crítico de cierta edad ya se equivoca poco al escoger los libros—, no acaba de ser un libro excelente; sabe mal entender que el leído no es un libro reseñable; ser de inmediato consciente, en el mismo momento de cerrar el volumen, que no es un libro a destacar, ni a elogiar en exceso.


El motivo de esa indiferencia instantánea es que la lectura crítica, sobre todo cuando viene asistida por cierta experiencia, no es sincrónica (perteneciente a un tiempo concreto), sino diacrónica, y de un modo consciente se realiza desde la futurible trayectoria completa del autor leído. El crítico lee a esa novelista o a ese poeta desde el futuro de su carrera, se anticipa mentalmente unos lustros o décadas, y desde allí, con una frialdad más objetiva que la que permite el presente, juzga de forma “retrospectiva”, comprendiendo con claridad que ese reluciente libro de hoy será mañana un simple jalón más en la bibliografía autorial, un hito de mediana valía, intercalado entre otros mejores y otros peores. El futuro, ese jardín congelado, es el distante emplazamiento desde el que emite (o no emite) el crítico su veredicto, veredicto o silencio que siempre le resultan fríos, por no decir gélidos, al escritor ardientemente enamorado de su última creación.



1 comentario:

JUAN POST™ dijo...

Supongo que lo mismo le ocurrió al crítico peruano José Miguel Oviedo al reseñar la obra de Vargas Llosa años antes del Boom...