sábado, 29 de noviembre de 2008

La Autonovela. Pasadizos entre los últimos libros de Lolita Bosch y Julián Rodríguez





En los dos libros de Mondadori que citaré hay varias referencias a las causalidades. En general, no me gustan mucho las casualidades, ni el azar como asunto narrativo –creo que su abundancia en la narrativa actual podría ser una desgraciada herencia de Paul Auster, que tiene otras facetas más interesantes–. Para mí las coincidencias tienen el escaso encanto de los números capicúas: son hechos que se leen igual desde los dos lados. Uno dice: “mira, un capicúa”, y luego da un trago a su refresco. Uno se entera de que nació en el mismo año que su interlocutor, y acto seguido piensa en la lista de la compra. Por si acaso en un futuro inmediato las casualidades se demuestran científicamente como hechos de suma (o alguna) relevancia, hago constar que La familia de mi padre, de Bosch, y Cultivos, de Rodríguez, están publicados en Mondadori. Y que los tres libros, si incluimos Esto que ves es un rostro (Sexto Piso, 2008), de Bosch, tienen como trasunto semántico principal la figura del padre. Aquí acaban las coincidencias entre los libros; centrémonos ahora en los pasadizos entre ellos.
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Ni España ni yo somos así. El hispanista Julio Ortega ha expuesto en alguna ocasión que la narrativa española joven más interesante se caracteriza por ser una narrativa española sin España. Los códigos territoriales han sido vencidos por una concepción narrativa globalizada y tendente a buscar y a buscarse en espejos diferentes, plurinacionales, que incluyen también lecturas e influencias de otras lenguas y países. En su último y excelente ensayo, Mentiras contagiosas, Jorge Volpi defiende su derecho a insertarse en otras tradiciones: “Quizás la nacionalidad de un autor revele claves sobre su obra, pero ello no indica –o al menos no tiene por qué indicar– que esté fatalmente condenado a hablar de su entorno, de los problemas y referentes de su localidad, o incluso de sí mismo. La ficción literaria no conoce fronteras: si ello es visto como un triunfo de la globalización y del mercado es porque no se comprende la naturaleza abierta de la literatura”[1].
Cultivos, entre otros varios propósitos, se plantea como el intento de narrar unas tierras extremeñas, de contar una historia, la de las personas aún atadas a la agricultura y a la tierra, para a partir de ahí lanzarse a lo universal. Sin solución de continuidad se pasa de Ceclavín a Londres o a Nueva York. En medio no está España, es una idea que ni siquiera aparece en todo el libro. Cultivos es una novela glocal, como lo es La familia de mi padre. “Por esto ahora que he vuelto y me he detenido dando un salto silencioso para plantarme en tierra firme, como una cigüeña cuando aterriza, he revisado el trazo sino en una historia. De una herencia extraña, compacta y transparente, y he podido escribir: yo no nací en un lugar sino en una historia”[1], escribe Bosch. Pero la extraterritorialización de Bosch va más allá de su adscripción deliberada a unos registros literarios o a unos códigos nacionales elegidos. Se aferra a lo literario sustancial, al lenguaje: México, por ejemplo, no penetra sólo por las referencias históricas y semánticas de un libro como Insólita ilusión, insólita certeza, que puede leerse como un manual histórico del México maravilloso en paralelo al México real, a la fantasía hiperreal en que este país hermano consiste; México penetra en la obra de Lolita Bosch por el lenguaje, y así modismos como “jalar” (p. 16) se anudan a la memoria catalana y a los poemas en catalán de Maragall como un todo irresuelto: quizá la narrativa española contemporánea sea, precisamente, esa voluntad de no resolver, de no disolver, de no absolver: de considerar al mundo como un tejido de hilos diferentes que se entrecruzan, y no un rompecabezas donde cada país esconde sus cubos para que no se rocen con los demás. Ya no es la narrativa, la obra literaria, un jardín de senderos que se bifurcan, sino el propio mundo.
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Imagen. Las minuciosas descripciones rurales de Julián Rodríguez en Cultivos, hechas con una exquisitez tal que nos permite ver la escena, son sustituidas en La familia de mi padre por las fotografías tomadas por la propia Bosch. Ambos libros son ejercicios de memoria, de memoria familiar, para ser más exactos. Para Rodríguez la memoria tiene un componente estético, y su visualidad es literaria, es una imagen forjada de palabras. Para Bosch, lo importante no es la imagen, o el lugar concreto, sino la historia que subyace y el simbolismo que arroja esa instantánea sobre la historia total. En la página 55 se reproduce un paisaje yermo y se escribe: la nada: un lugar vacío donde hubo algo que no puede ser remplazado”. Es la ausencia familiar –y la desaparición del legado familiar, manifestada en la inundación de la colonia industrial creada por el antepasado– lo que interesa contar, no el lugar en sí. “Yo no nací en un lugar sino en una historia”, sostiene Bosch, y si citamos tanto la frase es porque es una especie de mantra que se repite numerosas veces a lo largo de La familia del padre y es, en buena medida, una auténtica poética de la obra. Frente a la preocupación simbólica, Rodríguez sí se preocupa por el lugar. Y es curioso que un dedicado estudioso de la fotografía como él la descarte para contar su historia: para él procesar la descripción es recrearla en el tiempo, rehacer la imagen originalmente en el único lugar posible para reconstituirla: la mente del lector. Bosch parece decir: “de aquello nada queda, lo que queda es esto, donde los gestos y los hombres operan por ausencia”. Rodríguez parece decir: “es absurdo buscar aquel lugar, ya no existe, pero voy a intentar situarle a usted en él”. Para Bosch la imagen (fotográfica) es un instrumento más para documentar la historia, como lo era para Sebald o para David Eggers, que también han incluido imágenes en sus novelas, presumiblemente para darles un lugar, para acotar aquello que tienen de reales, para conferir verismo. Para Rodríguez, la imagen que cuenta es aquella que la literatura es capaz de formar en la mente. No importa correr el riesgo de que cada lector acabe teniendo una imagen distinta de los mismos hechos: para Rodríguez, esa singularidad intercambiable es precisamente la esencia nuclear de la memoria. Para Bosch, como para Santiago Alba, la imagen es el “alma exterior, un ‘espíritu’ desprendido y emancipado del cuerpo y reproducible por medios industriales: la imagen”
[2]; para Rodríguez, como para Barthes, “la imagen (…) es la cosa misma”[3].
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ya no se trata de matar al padre
sino de adivinar su nombre real
Gonzalo Escarpa, No haber nacido

El orden de lectura de los libros de Bosch sería el de publicación, porque parece ser el de escritura y el lógico desde el punto de vista psicoanalítico. Esto que ves es un rostro sería, en términos celianos (de Camilo José Cela, Oficio de tinieblas, 5), la purga de un corazón, tras la desaparición del padre. La familia de mi padre es lo que Freud llamaría la elaboración del duelo, un largo proceso compuesto de elementos irracionales (la decisión de rastrear la historia familiar) y racionales: el uso de la Historia para contar la historia que se necesita contar. En el primer acto / paso / libro, se trata de combatir el dolor, de exorcizarlo mediante un exabrupto, canalizado a través del monólogo y el torrente de conciencia; en el segundo, de aceptar el hecho de la desaparición y de comprender la exacta significación que el desaparecido ha tenido para uno. Hablo de los libros de Bosch y hablo de toda la literatura de la supervivencia y hablo de todas y cada una de nuestras experiencias personales al perder a alguien.
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Estos dos libros de Bosch y Rodríguez, a los que podríamos sumar otros libros de autores tan diversos como Mario Bellatin, Ray Loriga, Robert Juan-Cantavella, Vila-Matas, Juan Bonilla o Félix Romeo, fundan un género literario que podríamos denominar Autonovela. La Autonovela sería el punto de encuentro de la autoficción con la metaliteratura, donde los materiales autobiográficos y las reflexiones constructivas generan un tipo de libro que supone la escritura de uno, con un mayor o menor grado de ficción y teoría, según autores. La Autonovela tendría, por tanto, dos requisitos: una escritura total o parcialmente autobiográfica, y la autoconsciencia dentro del libro respecto a la construcción de esa experiencia vital (que puede ser la de uno, o que puede ser la de uno en relación a la experiencia de alguien muy cercano, como la de Amarillo de Romeo o La familia de mi padre de Bosch). La Autonovela es una de las salidas a la crisis de la novela, y es una especie de testimonio psicoanalítico, deja en el papel el rastro de la terapia del escritor a la hora de afrontarse, la hora de confrontarse, bien en el espejo del propio libro, bien en el espejo de otra persona, oponiendo dos biografías paralelas. La Autonovela no sería tanto un libro del yo como de la conciencia de la dislocación del yo, de su dispersión: si hay algo que montar es porque está fragmentado, si hay que construir una historia de uno es porque la unidad subjetiva es una ficción, una construcción narrativa de la identidad. “De nuevo, yo”, escribe Rodríguez (Cultivos, p. 27), y la cursiva es una metáfora visual de la distancia: implica que el yo es una cuestión, es un tema, algo de lo que hablar y por lo tanto algo ajeno a uno, o parcialmente ajeno, de lo que se puede escribir “a la debida distancia”. La Autonovela admite la confesión, la fabulación bajo la especie de otro, la anotación documental (de ahí la presencia habitual de fotografías o documentos reales), el testimonio, la entrevista. La Autonovela es mejor cuanto menos narcisista y más autocrítica. Una de sus intenciones es no olvidar, que es otra forma de fijar la identidad, a través de la memoria (de otros sobre uno y de uno sobre los otros). Por su difícil encaje con la novela convencional, los autores tienden a justificar(se) en el propio libro el por qué de este modo de abordar la narración identitaria, sembrando el texto de apelaciones a la decisión primigenia, al proceso escriturario (Julián Rodríguez), a la relación con los editores (Bosch), a la condición anfibia y a la frágil frontera entre ficción y realidad, eso que Eduardo Lago ha llamado realidad porosa en alguno de sus Autocuentos de Ladrón de mapas. La Autonovela es hoy el campo de batalla donde transcurre esa eterna lucha incruenta entre la literatura y la vida, entre los libros y la experiencia autobiográfica o, más bien, en el conflicto interno de los libros (los escritos y los leídos) como experiencia autobiográfica.



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Notas

[1] Lolita Bosch, La familia de mi padre; Mondadori, Barcelona, 2008, p. 15.
[1] Jorge Volpi, “La obsesión latinoamericana”, Mentiras contagiosas; Páginas de Espuma, Madrid, 2008, p. 183.
[2] Santiago Alba Rico, Leer con niños; Caballo de Troya, Madrid, 2007, p. 157.
[3] R. Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso; Círculo de Lectores, Barcelona, 1997, p. 199.

39 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por la reseña.
Me permito sugerir algún otro pasadizo hacia la literatura francesa. Menciona usted "la autoconsciencia dentro del libro respecto a la construcción de esa experiencia vital (que puede ser la de uno, o que puede ser la de uno en relación a la experiencia de alguien muy cercano).
Precisamente para dar cuenta de este segundo aspecto ("la experiencia de uno en relación a la experiencia de alguien muy cercano"), la crítica francesa utiliza la etiqueta de "relato de filiación", ya sea pensando en el padre real (Annie Erneaux, con su novela La place), o en un padre figurado (Pascal Quignard, con Tous les matins du monde, sobre el músico Marin Marais, con música de Jordi Savall en la adaptación al cine).
No he leído aún la novela de Bosch, pero, por lo que usted menciona, las analogías con Annie Ernaux deben de ser muchas. También la escritora francesa intercala fotografías entre la narración. En una de sus novelas ("L'Usage de la photo"),Erneaux muestra las fotografías que ha sacado de la ropa tirada por el suelo antes de acostarse con su amante. Tras la fotografía viene la historia, el comentario (fundamentalmente sobre el deseo). Y sobre la imposibilidad de recuperar el deseo en la foto o en la narración.
Saludos.

Vicente Luis Mora dijo...

Muy interesante la referencia. Muchas gracias! Saludos

Ana dijo...

Hola Vicente,

Gracias por la reseña. Tengo unas dudas. En un post anterior decías que la narrativa actual se dividía en: tardomodernidad, postmodernidad y pangea. Tengo claro que la autonovela no estaría englobada en la tardomodernidad pero ¿de las otras dos categorías, dónde quedaría englobada?

Otra pregunta: ¿"Dietario voluble" de Vila-Matas sería autonovela y "Exploradores del abismo" y "Bartleby y compañía" serían metaliteratura, no?
Saludos

Vicente Luis Mora dijo...

La pertenencia de una obra a la posmodernidad o a Pangea no responde exactamente a una temática, sino a un modo de afrontar la estructura del libro y su textualidad. Todos los ejemplos citados en el post son posmodernos. La única obra pangeica que se me ocurre de este tipo podría ser, con matices, "GR-83", de Jorge Carrión.

No he leído Dietario Voluble. La tetralogía de Vila-Matas, en efecto, sería autonovela, no solo el Bartleby.

Juan Carlos Márquez dijo...

Al hilo de lo que comenta Ana, una pregunta, Vicente:

¿Crees que un texto más o menos pangeico puede tener trama?

Los textos posmodermos doy por supuesto que sí. Corrígeme si me equivoco, por favor. Me interesa mucho saber donde enmarcar algunos rasgos, muchos, de mi escritura que no tienen acomodo en la tardomodernidad.

Vicente Luis Mora dijo...

Pues claro que sí, Juan Carlos. Los textos "únicamente basados en el estilo, sosteniéndose en la nada", que comentase Flaubert en su correspondencia, son en realidad proyectos modernos, por no decir medievales: "haré un poema de la pura nada", decía Guillermo de Aquitania. Bromas aparte, no recuerdo un libro publicado en los 5 últimos años, sea tardomoderno, posmoderno o pangeico sin trama. Las categorías, repito, operan más sobre la estética de la obra que sobre el contenido. Las historias, con variaciones, suelen ser las mismas: chico encuentra chica, chico es asesino en serie, chica viaja alrededor del mundo (en carromato o en avión) y mientras va forjando su personalidad, etc, etc. Lo importante es el modo artístico de confrontar esas historias. En "La luz nueva" hago un estudio detallado de las tres categorías y de sus posibles incidencias textuales, si te interesa. Saludos.

Juan Carlos Márquez dijo...

Gracias, Vicente, compraré y leeré tu libro antes de que aparezcan, si no lo han hecho ya, textos tardopangeicos. Me vendrán muy bien tus aclaraciones y, de paso, me mantendrán unos días alejado de la lectura de ficciones (si no, cualquier día de estos voy a entrar en el metro lanza en astillero).

Saludos.

Vicente Luis Mora dijo...

Gracias, Juan Carlos. Lamento tener que remitirme a mi libro, con lo que parece que te invito u obligo a comprarlo, pero es que son un montón de páginas e ideas, y creo que ahí las armé de la manera conveniente. Saludos.

Anónimo dijo...

Hola, Vicente.
Damián Tabarovsky trabaja en una línea no-argumental.
Quizá Chejfec, en sus últimos libros, también.
Abrazo, Jordi C.

Vicente Luis Mora dijo...

No sé en qué libros Tabarovsky trabaja el no-argumento, desde luego la "Autobiografía" lo tiene. Buscaré los otros. De Chejfec no he leído nada, no puedo opinar. A ver si encuentro algo de él aquí en la FIL de Guadalajara. Gracias, Jordi.

Anónimo dijo...

La hija de la amante de A. M. Homes, en Anagrama, ¿lo sería también, no? Corrígeme.

Abrazos,
P.

Vicente Luis Mora dijo...

No he leído ese libro de Homes, Paul, con lo cual serás tú quien me corrija a mí. Abrazos.

Anónimo dijo...

Todo tiene argumento: me refiero a que se trabaja conscientemente en su dispersión y autoboicoteo.
Abrazo, J.C.

Ana dijo...

Este post está resultando francamente interesante por la información aportada sobre "Literatura" o "Teoría de la literatura".

Gracias a todos,

Esther Cabrales dijo...

Me gusta Gonzalo Escarpa. Es un juglar tan guapo...

Vicente Luis Mora dijo...

Demasiado guapo, diría yo. Cuando lees con él, todas las miradas están siempre sobre su persona, aunque tú te pongas un vestido de luces.

Bromas aparte, es un buen poeta (haceros con ese nuevo librito, publicado en Ediciones Delirio de Salamanca), una entrañable persona, y una de las personas más dotadas que he visto para la lectura de poesía en público. Creo que a partir de ahora le pagaré para que vaya a mis bolos y lea por mí, mi cotización subirá como la espuma ;)

Saludos.

Juan Carlos Márquez dijo...

No, si al final los poetas hasta vais a tener grupis. Y los cuentistas, como siempre, a dos velas...

Vicente Luis Mora dijo...

Sí, Juan Carlos, pero seguro que a los cuentistas os dan algo por los libros. De hecho, uno de los pocos libros por los que he cobrado algo fue por mi libro de cuentos. Los poetas, como le explicaba el otro día a un periodista, estamos en el lugar más bajo de la pirámide del arte. Aplastados por ella.

Saludos.

Anónimo dijo...

Sigo pensando en el tema del argumento: de la dispersión, de la multiplicación, del boicoteo del argumento.
Creo que "Circular", "España" y "Todo lleva carne" podrían ser los ejemplos de un camino muy siglo XXI de trabajar la multiplicación argumental de un modo que nos lleva al límite de la novela; sobre todo si por novela se entiende algo que posee suficientes nexos simbólicos y conceptuales como para asegurar su unidad.
¿Qué opinas?
Jordi C.

Anónimo dijo...

Hola a todos.
Yo también leo muy bien, Vicente, por si te hace falta alguien entre bambalinas recitando mientras tú abres y cierras la boca jejeje. Es cosa de coordinarnos... Pero es en serio, que conste.

Abrazos. Toto.

Juan Carlos Márquez dijo...

Sí, si que lo has expresado bien, Vicente: los cuentistas cobramos "algo" y los poetas estáis aplastados por la pirámide del arte y, insisto, por las grupis. Bueno, por lo menos, mal que bien, vamos publicando nuestras neuras.

Vicente Luis Mora dijo...

Interesante pregunta, Jordi. En cuanto regrese a mi casa y a cierta tranquilidad intento contestar, ahora no podría sino salir del paso. Abrazos.

Anónimo dijo...

Pues yo te encuentro muy guapo Vicente, y me encanta tu acento, desprende mucha sensualidad, aunque te prefiero sin la barba... ¿cuándo es la próxima presentación de tu libro?

Saludos,

Una lectora

Ibrahim B. dijo...

Particularmente interesantes me resulta lo que Jordi C. comenta al respecto del argumento. Os dejo con un remix de citas sobre este tema y su puesta en relación con el capitalismo de ficción.

Saludos

Vicente Luis Mora dijo...

Otoño del año que viene, creo. Os mantendré al corriente y me quitaré la barba...

Esther Cabrales dijo...

Eso de los grupis me desconcierta un poco...

¿la pirámide es de cemento o de gomaespuma?

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo con la lectora anónima.

Es más, cuando Don Vicente dice Roland Barthes, se pone muy muy sexy.

Benjy, el poeta memo, de parte de su hermana.

Ana dijo...

Me he perdido con lo último que ha dicho Jordi "Todo tiene argumento".

Pensaba que la novela fragmentada (por oposición a la novela convencional:
a)No tenía argumento.
b)La realidad no puede ser narrada.
c) Los personajes del XXI se definirán más por sus relaciones sociales y de consumo que por su psique.

Anónimo dijo...

Quizás sea una contradicción en los términos eso de literatura con noargumento. Argumento hay siempre, por muy eludido o mínimo que sea.

Anónimo dijo...

Alguna vez ha dicho Piglia que él admite todo de la destrucción, por decirlo de algún modo, de la novela, menos los personajes. Su existencia aseguraría, pues, la pervivencia de "lo novelesco".
Si entendemos "argumento" en su sentido más básico, siempre se discurre, siempre se cuenta, narra, analiza, banaliza, deconstruye, carnavaliza algo. Siempre hay algo argumental. Sin embargo, la disgregación de las acciones, la multiplicación de espacios, personajes, escenas, anécdotas, etc., puede difuminar tanto el argumento que puede convertirlo en suma de argumentos sin puntos de unión, o casi sin ellos.
En otras palabras, el protagonismo de Martín Marco, finalmente, en La Colmena; o las metáforas biológicas e históricas de Sebald en Los emigrados, es decir, los elementos que cohesionan y unifican sendos relatos modernistas o "tardomodernos", podrían estar desapareciendo en artefactos que se presentan como novelas o como libros de cuentos con entidad novelesca, tales como los citados Circular y Todo lleva carne, y al menos los tres últimos libros de ficción de Vilas, particularmente el último.
No sé si me he explicado mejor...
Saludos desde Narbonne, donde acabo de descubrir la nueva revista francesa "Books", que recomiendo.
Jordi C.

Vicente Luis Mora dijo...

Se te entiende mejor y tu punto de vista es muy sugestivo, Jordi. Pero pensémoslo de esta manera (evitando pensarme como autor implicado en la cuestión): si estos autores están escamoteando o disfrazando el argumento, mediante los mecanismos que citas, ¿no sería un medio de ocultar su importancia? ¿No sería un indicio de su lugar nuclear en la narración, en vez de un modo de negarlo? Eso fue lo que pensé leyendo "Vidas de santos", de Fresán, otro libro que podrías haber introducido, como también podrían citarse "Dibujos animados" de Félix Romeo, "Sentimental" de Pàmies o algún libro de Alberto Fuguet. Tuve la sensación de que el argumento era tan importante que Fresán quería esconderlo a toda costa, a través de todo tipo de trucos y efectos. Sería un tema interesante para estudiarlo a fondo. Hazlo tú, que sólo estás con tres millones de cosas a la vez ;) En serio, tu intuición debería desarrollarse de forma sistémica en la narrativa actual, para ver a dónde nos conduce. Te animo a que la pregunta sobre el argumento sea obligatoria en las entrevistas que de vez en cuando coordinas o realizas. De ese modo se podría hacer un mapa de opiniones. Sería curioso ver la diferencia entre la opinión de un escritor sobre este tema y su comportamiento real. Abrazos, Jordi.

Ana dijo...

Hola,

Jordi, sí te he entendido mejor esta vez.

Gracias a los dos, Jordi y Vicente, por estos dos últimos intercambios de opinión.

A decir verdad, hay una gran diferencia entre la imagen estereotipada que dan algunos medios de comunicación de vosotros y luego cuando se os empieza a leer.
La principal diferencia, diría yo, la gran profundidad de vuestras posiciones, gustos, etc,

Al principio de empezar a frecuentar vuestros respectivos blogs me sorprendió encontrar reseñas de distintos libros donde el nexo común era el hartazgo que os producía la autoficción y metaliteratura cuando se asumían irreflexivamente.

Saludos,

Vicente Luis Mora dijo...

Ojo, Ana, no he hablado de este tema con Jordi, y no sé cómo andará él, pero yo también estoy harto de Autonovela, como lo estuve de la autoficción, su género mayor. En este post me limito a describir una realidad, no a valorarla; la valoración debería de ir caso por caso. He valorado sólo los libros de Rodríguez y Bosch porque me parecen válidos. En concreto, "Esto que ves es un rostro", de Bosch, es de lo mejor que he leído últimamente. Pero en otros de los casos que cito la autoficción, autonovelada o no, me aburre ya hasta la náusea. Me pasa como crítico de narrativa lo que sólo me pasaba antes como crítico de poesía contemporánea: abro el libro esperando ver el rostro del autor en cualquier momento -me refiero a su yo pueso por escrito, no a su foto-. En no pocos de los autores que cito en el post, su parte autoficcional es la peor de su carrera.

Es una moda peligrosa -Loriga, por lo que he leído en la prensa, acaba de apuntarse también-, porque implica hacer novelas o libros con lo mínimo. Se toma a uno mismo como modelo y a escribir. Hum... me interesaba más Montaigne haciendo eso. Un lector inteligente me decía el otro día por mail que autoficción es lo que hacen los narradores cuando no tienen nada que contar. Bueno, no es exactamente tan radical el tema, pero no niengo que por ahí camina la cosa a veces. Hay cierta huida de la ficción en la narrativa española contemporánea, y esto puede ser más indiciario de su decadencia que otros cantos de cisne que hemos oído antes. De los practicantes de la autonovela, unos sacarán petróleo de la experiencia, y nos darán caca de la vaca. Los menos serán los primeros. Los otros harán una especie de blog publicado en libro, una de esas bitácoras tan populares en Internet donde mentes bobaliconas nos cuentan, agotadoramente, la detallada nadería de su sentimentalidad.

Todo eso pasará, como ríos contaminados camino del mar.

Me gustaría saber tu opinión sobre esto, Jordi, saber si tú también estás tan aburrido como yo. Y otra pregunta que te hago, Jordi: salvo raras excepciones, en lo que vengo leyendo de autores latinoamericanos esta manía es bastante infrecuente, o al menos lo parece. Tú que lees más latinoamericana que yo, ¿tienes la misma sensación de que la autoficción es un problema o fiebre peninsular, heredado quizá de cierta narrativa anglosajona?

Saludos, Ana.

Ana dijo...

Vicente,

Creo que no me he explicado bien.

Mi comentario no se refería a esta última reseña sobre el libro de Bosch y el de Rodríguez.

Mi comentario era más general y personal y venía al hilo de lo que habiais comentado Jordi y tu.

Vuestros dos comentarios reflejaban una honda preocupación y a mí me hicieron pensar sobre la imagen estereotipada que yo me había hecho de vosotros (principalmente por las noticias que leí en la prensa sobre la "famosa generación", la novela fragmentada y todo eso). Esta imagen estaba relacionada con un artículo de Javier Marías en el País titulado "Debo preocuparme". En ese artículo Marías venía a coincidir con lo que el lector que comentas te envió por correo electrónico, que en el cine o en la literatura (en el artículo de Marías se basaba principalmente en películas y de manera indirecta en la literatura) cuando no se tiene nada que decir, cuando no se quieren trabajar los personajes etc pues se habla de eso. Claro el artículo de Marías era muy, muy divertido.

Esa imagen estereotipada y superficial que me había formado de vosotros fue derrumbándose poco a poco cuando empecé a leeros, en un primer momento en vuestros respectivos blogs (con los cuales estoy aprendiendo bastante). Ahí fue donde me dí cuenta de la profundidad de vuestros ideas, gustos, etc.

En esas primeras semanas de frecuentar vuestros blogs creo que coincidió una reseña tuya sobre una obra creo recordar que se llamaba "Hotel posmoderno" y Jordi hizo una reseña del libro de Armando L. Castañeda "Guía de Barcelona para sociópatas". Éstas eran las reseñas a las que aludía en mi anterior post.

Saludos,

Anónimo dijo...

Hola Vicente,
¿Qué consideras autonovela de lo escrito por Bonilla?
Gracias
Hugo G.

Anónimo dijo...

Buenas noches.
Para mí la única literatura realmente de interés y valía artística es aquella que se realiza a conciencia: de la historia literaria y de la Historia, con una voluntad crítica, es decir, de cortocircuito (de la historia y de la Historia). En este sentido, me interesa la literatura que utiliza la autoficción para convertirla en un problema. Por eso me pareció más valiosa la última novela de Cercas que la antepenúltima: porque en "La velocidad de la luz" la muerte irrumpía en la vida familiar del narrador Cercas y eso tenía unas consecuencias estrictamente literarias, que estaban ausentes en "Soldados de Salamina".
En ese sentido, de lo que he leído en esa línea últimamente, de literatura española, me han hecho pensar las novelas de Manuel Vilas y de Robert,porque el "auto" de la "novela" no es piloto automático, sino calibración constante, reajuste, investigación.
Sobre literatura hispanoamericana: la novela de Rivera Garza es "autoficción", pero es muy desafiante y sofisticada, una vuelta de tuerca a tener en cuenta; la de Alan Pauls también lo parece, pero me resultó menos interesante; Chejfec trabaja en ese terreno, pero con otro género, el relato de viajes, aunque el género se difumine; Fabián Casas trabaja la autoficción en sus relatos, con grandes resultados, en cuento y nouvelle; César Gutiérrez también, pero más experimentalmente, más radical; por no hablar de César Aira, el rey del tema. Pero he citado a seis autores para quienes lo autoficcional, insisto, es un problema, no una fórmula o una solución a nada.
Saludos.
Jordi C.

Vicente Luis Mora dijo...

Estoy de acuerdo; ya en el post digo que lo que me interesa del practicante de un género (éste de la autonovela o cualquier otro) es que ponga en cuestión ese género, que lo someta a crisis. Porque esa tensión es en sí misma una lucha contra la facilidad, contra la comodidad de sujetarse a un estándar fabricado por otros, sin aportar nada por sí. Saludos, Jordi.

Anónimo dijo...

De acuerdo.
Supongo que los ejemplos que te he puesto de América Latina demuestran que también se practica allí; pero claro está que las literaturas argentina, colombiana o mexicana son tan complejas y ricas como la española, de modo que es casi imposible estar tan al día con las lecturas que se pueda afirmar con propiedad que se trata de una tendencia similar.
Héctor Abad, en Colombia, por ejemplo, ha utilizado la "autonovela" como ejercicio de memoria personal y de indagación en el dolor... Victoria de Stefano, en Venezuela, está más cerca de una Woolf en su también autoficción...
Pensando en el tema, no obstante, se me ocurría que precisamente lo más inteligente ahora, de no tener una perspectiva crítica y radical sobre la propia autoficción, es no practicarla. Efectivamente: si no sabes de qué escribir, sigue leyendo y pensando y ya surgirá, pero no te fuerces a escribir lo que "el espíritu de tu época", en el peor sentido de la expresión, te sugiere.
Jordi C.

Ana dijo...

¡Gracias a los dos!

Con estas aclaraciones voy teniendo las ideas más claras.