Defensa
Estimados miembros del Tribunal, Sr. Director, señores y señoras,
Tenía intención de no leer nada, y de improvisar esta defensa de viva voz, algo que entiendo que uno no sólo puede, sino que quizá deba hacer, si las circunstancias lo permiten. Sin embargo, el hecho de saber con antelación que cuando tuviera que dirigirme a ustedes volvería de mi segundo viaje intercontinental en 14 días, me hizo pensar que a lo mejor mis condiciones físicas no eran las más apropiadas para lanzarme a la aventura de la improvisación. He dicho físicas porque las mentales nunca me han permitido, en realidad, tales alegrías, siendo mi incapacidad cognitiva algo estructural y no coyuntural. Por no querer que mi estado físico desluzca, aún más de lo ya previsible, mi intervención, decidí escribir este texto. Texto que tiene una sola virtud: la de ser breve.
En uno de los extras añadidos al deuvedé de la película de Alfonso Cuarón Children of Men (2006), el filósofo Slavoj Zizek hace un corto comentario de algunos aspectos de la excelente película. Dice el pensador esloveno que una de las cosas del filme que más le gustan es el final, cuando la mujer y el niño, única esperanza de la raza humana, quedan solos flotando en el océano, buscando la salvación en un pequeño bote. Zizek vierte aquí una fantástica metáfora sobre el sujeto contemporáneo: “El bote –dice– no tiene raíces, flota donde vaya. Ese es para mí el significado de la maravillosa metáfora de la barca: la condición para renovarse es cortar las raíces”. Con esto se expresan varias cosas: primero, que las metáforas líquidas son las que mejor definen nuestra contemporaneidad, como ya viese Bauman. Segundo, que un sujeto desarraigado no tiene por qué ser algo nefasto, inconveniente o maligno. Quizá, como deja entrever Zizek, sólo mediante el corte de aquellas cosas que nos amarran podemos ser libres, aunque esto implique ser libres para elegirlas de nuevo, si bien esta vez de forma voluntaria. Para algunos, la desintegración del sujeto contemporáneo es una falacia, algo inventado por los filósofos para seguir acudiendo a congresos. Para otros es una evidencia, sí, aunque categorizan el fenómeno como algo negativo, exhibiendo sus cuitas a modo de canto melancólico por una unidad perdida. Esta investigación me ha hecho conocer un tercer grupo, un nutrido e interesante colectivo formado por muchos pensadores y artistas para quienes esa descomposición, por el contrario, es una oportunidad única. Nos permite la preciosa posibilidad de rehacernos, de (re)construirnos, despojándonos de numerosas adherencias históricas, ideológicas, políticas, religiosas, metafísicas, económicas, culturales, psicológicas, que nos habían sido impuestas sin pedirnos opinión. En esto la sociedad europea y la norteamericana, curiosamente, coinciden. Para la lógica social estadounidense, el ciudadano tiene el derecho de reinventarse a sí mismo, de levantarse de nuevo y hacerse tantas veces como desee. La sociedad europea, más sabia pero también más conservadora en términos de identidad, apela a la necesidad de que nos sintamos realizados. Me encanta esa expresión, porque significa que venimos de estar irrealizados, de no tener realización, palabra que define el Diccionario de la Real Academia como “acción y efecto de realizar o realizarse”. Es algo hermoso: significa que, en tanto que no nos realizamos, no tenemos realidad. Dicho en otras palabras: si no nos inventamos, no somos. El poeta y editor Sergio Gaspar acaba de publicar un notable libro de poemas, Estancia, donde escribe:
(…) Nuestra tarea
es levantar un hogar que se derrumba
–lo llamaremos identidad– con fragmentos
de recuerdos no necesariamente vividos.[1]
Estos fenómenos, que pueden parecer extraños a algunos, si no producto de la ciencia ficción, son habituales y hasta obsesivos en la literatura española de la posmodernidad, término este que hemos entendido para la tesis –a diferencia de nuestra costumbre y con voluntad clarificadora– en su definición puramente historiadora, diacrónica, periodizadora. Los más de doscientos poemas que hemos recogido al final de la tesis, los miles de ejemplos narrativos y líricos citados en el texto, recogen esta preocupación y la atan, nítidamente, al espejo como símbolo de esa descomposición subjetiva, de la puesta en crisis de la identidad, algo que hace apenas siglo y medio era un indiscutido término de partida y hoy un espinoso punto de llegada. Es curioso que en un mundo donde parece que la pantallas han sustituido a la contemplación directa, un objeto antiguo, plano, analógico, discreto, barato y que suele pasar desapercibido, como el espejo, pueda guardar tanta carga significativa respecto a lo que somos, llegando a constituir, como vemos en el estudio, nuestra auto percepción, al decirnos todos los días quiénes somos a nosotros mismos. En este punto la influencia de la imagen y los medios de comunicación ha sido determinante. En una novela recién aparecida, el escritor Germán Sierra resume el proceso de este modo:
La autorización por la imagen se ha convertido en el medio universal para colonizar la subjetividad. Sin embargo, sus métodos y efectos no han sido analizados hasta muy recientemente porque, a pesar de todo, y quizá como parte fundamental de su estrategia intrínseca, la influencia de la imagen artificial en la subjetividad fue –y todavía es– tratada como un símbolo de frivolidad intelectual en lugar de ser reconocida como un efecto de la narrativa social dominante.[2]
Nuestro trabajo intenta demostrar que la imagen ya no puede ser vista con esa frivolidad a la hora de estudiar la determinación de nuestra identidad. Más allá de que nos reconozcamos en las fotos de nuestros álbumes, o en la propia imagen contemplada en el espejo, lo cierto es que no podernos vernos ni reconocernos si no es mediante una imagen externa, de la proyección de nuestra cara en otro medio, en los medios, o en un azogue. En todo caso nuestro rostro es inaccesible sin una ayuda tecnológica exterior, de una reproducción de nuestra cara que no se corresponde con la realidad. En el caso del espejo, la repetición no es exacta porque nos devuelve una imagen inversa, donde derecha e izquierda están intercambiadas; en el caso de las reproducciones mecánicas, sean digitales o fotográficas, tampoco hay exactitud porque la pixelización o la impresión fotográfica son procesos electrónicos o químicos que operan por ajustes de color y sombras, y no devuelven nunca la imagen real, sino una aproximación plausible y detenida, estanca, de nuestro rostro; rostro que es sin embargo dinámico y se altera con la respiración y el parpadeo cada pocos segundos. Antes del Photoshop, toda imagen era ya, en cierta forma, una manipulación estructural. La detención de un proceso caracterizado por el movimiento y la mutación incesante. La conclusión de esta infidelidad nuclear es terrible: no tenemos acceso inmediato y fidedigno a lo que somos. Y esto es algo que han advertido, intuitiva o reflexivamente, la inmensa mayoría de poetas y narradores contemporáneos que escriben en castellano.
El marco de posibilidades de la tesis doctoral era de una enorme amplitud; el número de libros del período en estudio es casi inimaginable: más de un millón de volúmenes. Ese número irracional nos permite decir sin exageración que esta tesis es sólo una de las cientos de miles de tesis doctorales posibles que pueden componerse sobre este tema y ese espectro, sin repetir ninguno de los poemarios o novelas en estudio. Cuatro generaciones de doctorandos pueden hacer estudios sobre el espejo en la literatura reciente en castellano sin rozarse sus observaciones ni colidir sus campos de trabajo. En nuestra selección se ha optado por incluir a autores significativos y a otros que no lo son tanto; a autores vivos y a autores muertos; a autores que están en horas bajas de su carrera y a otros que están en su cénit, como Mario Bellatin. A poetas poco conocidos y a clásicos. Esta variedad era para mí obligada, ya que si quería demostrar que la presencia de la identidad desintegrada, a través del tema o el motivo del espejo, era una constante en la literatura en castellano de la posmodernidad, tenía que poner ejemplos de todas las posibilidades, líneas, edades, estilos y tonos de la narrativa y la poesía actual. Hacer un seguimiento del tema solamente en autores de primera línea hubiera supuesto falsear la homogeneidad de la disolución subjetiva en toda la amplitud de eso que Alfonso Reyes llamaba la experiencia literaria.
Nuestro acercamiento a los textos ha sido tan variado como los textos mismos; hemos utilizado el análisis filológico de rigor, pero también hemos querido utilizar la mitocrítica o el asedio filosófico a los ejemplos cuando nos ha parecido pertinente, a la hora de esclarecer el sentido de los mismos o de ampliar el horizonte de exploración. El hecho de que el tema de fondo que rastreábamos, la disolución del sujeto contemporáneo, hubiera sido muy estudiado desde las perspectivas filosófica y psicoanalítica, nos ha animado a ello, en aras de intentar hacer sentido de los textos además de hacerles la autopsia filológica. Como el paciente estaba muerto no ha protestado mucho, pero esperemos que se valide o al menos se perdone nuestro procedimiento forense.
Uno de los puntos más interesantes para mí de la investigación ha tenido lugar al enfrentarme a ese mito mutante que es el mito de Narciso. Un mito que ha sabido adaptarse a todas las épocas, y que ha llegado a nuestra posmodernidad de un modo casi contradictorio a su nacimiento clásico. Si en sus primeros tiempos Narciso era el prototipo del sujeto pleno, encantado de conocerse, lleno de sí y enamorado de su propio ser, el narcisismo contemporáneo se caracteriza por la capacidad del yo disuelto de adorar todas y cada una de sus múltiples manifestaciones[3]. Hay un microcuento muy conocido de Juan José Arreola que dice “la mujer que amé se ha convertido en un fantasma y yo soy el lugar de sus apariciones”. Si sustituimos la figura de la mujer amada por la del yo, podemos vislumbrar una idea muy aproximada de lo que sería este Narciso posmoderno, fantasmal, repetido hasta la saciedad en decenas de poemas y textos narrativos actuales en castellano.
En estos once años de investigación he visto miles de espejos o de extrañamiento ante los mismos en los textos, no sólo españoles, sino también hispanoamericanos y extranjeros que he leído[4]. Antaño, en todas las lenguas y culturas el espejo ha demostrado su condición arquetípica para reflejar el problema de la subjetividad y hogaño se revela como un instrumento estético insustituible a la hora de metaforizar o canalizar las carencias y crisis de la identidad contemporánea. Su poder simbólico es tal que a veces le da la vuelta a la escritura y se convierte no en herramienta utilizada por ella, sino en metáfora de la misma. Un ejemplo lo tenemos en otro libro publicado en 2009, el libro de relatos de Flavia Company Con la soga al cuello, donde uno de sus personajes dice: “Uno acaba por tener necesidad de relatarse a sí mismo delante de los demás. Uno acaba por necesitar esa especie de espejo”[5]. La literatura en castellano de la posmodernidad es un juego literario de espejos en que los azogues del texto reflejan el otro eco visual donde el propio escritor contempla su experiencia de ficción. Hacer una distinción de todas las formas posibles de uso literario del espejo, así como categorizar todas las formas o tipologías subjetivas producto de esas utilizaciones, ha sido otro de los objetivos de la tesis y el que más tiempo me ha llevado, seguramente, por la variedad de posibilidades utilizadas y el estrecho grado de imbricación entre ellas.
Respecto a la conclusión final más importante, la de que los sujetos somos ficción o hemos constituido la realidad que somos a partir de un proceso ficcional, de un storytelling que nos construimos a voluntad –y quizá a nuestra plausible imagen y semejanza–, entiendo que es difícil de aceptar. Lo es para mí, personalmente, y lo es para cualquier persona. Es duro pensar que somos una nada espesa, un nadie cárnico, siguiendo la cruda metáfora de Metzinger[6], alrededor del cual hemos levantado un constructo de personalidad para sobrevivir. Un relato subjetivo. Pero si nos paramos a pensarlo, si hacemos un alto en el camino y descendemos con humildad y consciencia a nuestro interior, nos daremos cuenta de que muchos de nuestros comportamientos y actitudes ante los demás o ante la propia existencia son fruto de un conjunto de factores, entre los cuales nuestra voluntad y la voluntad de los otros (es decir, los relatos propios y ajenos que cuentan lo que somos) son parte fundamental, son aquello que nos edifica. Las personas cambian con el tiempo; lo hacen realmente, y cambian mediante lentísimos procesos de inversión o reversión ficcional. Personas que de niños creían en las hadas, en el ratoncito Pérez o en los gnomos crecen y se racionalizan; adolescentes que piensan que masturbarse puede dejarles ciegos se vuelven escépticos de mayores. Personas que creen de jóvenes que la fidelidad es un valor se comportan de mayores con una actitud muy próxima al sexo libre. Y al revés, adolescentes rijosos y alérgicos al compromiso desarrollan luego actitudes de máxima fidelidad. Centrándonos en estos dos últimos casos, diremos que los primeros creen que aquello que les contaron sobre la fidelidad era un cuento chino, frente al cual construyen los suyos propios. Los segundos consideran que la historia de una relación no puede escribirse sin el compromiso de la exclusividad. Otras veces, personas de mentalidad conservadora o apolítica en su juventud, viendo las injusticias sociales, se conciencian y se hacen de izquierdas en la edad adulta; frente a ellos, hay quien, como Jorge Luis Borges, comienza pirómano, declarándose anarquista spenceriano individualista, para acabar de anciano bombero, pagando las cuotas de un partido conservador, en un gesto de escepticismo, según sus propias palabras. Las personas cambian. Unas más, otras menos, lo que nos induce a pensar que hay una rescritura. Si los seres humanos fuéramos un software, seríamos un programa de código abierto, susceptible de evolución, adaptación y reforma. Esas “mejoras” se producen mediante la inserción voluntaria de nuevos discursos internos con los que intentamos convencernos a nosotros mismos de que debemos evolucionar. Hasta nuestra perspectiva sobre nosotros y nuestros sentimientos de la infancia varían. Todo lo que nos atañe está sujeto a rescritura y a una ficción controlada. Hace apenas un mes ha salido a las librerías un ensayo de Agustín Fernández Mallo, titulado Postpoesía, donde el autor escribe: “la ficción se pertenece a sí misma, al universo genésico que despliega. En otras palabras: decir que una obra de arte está basada en hechos reales es inconsistente con el presupuesto óntico de la misma. Así las cosas, hasta el género biográfico es ficción”[7]. Cito tantos libros recientes de forma deliberada, para intentar mostrarles que esto, que el proceso discursivo reflejante, no va a parar, que la sucesión de libros que aceptan la disolución de la identidad no va a detenerse, no puede detenerse, porque es un proceso que viene de lejos y que se está acelerando con el paso del tiempo, del mismo modo que la expansión del universo. Pero volviendo a la cita de Fernández Mallo y su asociación entre biografía y ficción, no podemos negar la evidencia de que es una realidad tan cierta como terrible. Aceptarla ha sido duro para mí, y ha sido no un prius teórico, no una idea consistente que tuviese en 1998, cuando comencé esta investigación, sino el resultado de la misma. La demoledora conclusión. Llevo estudiando el sujeto de modo sistemático desde hace once años; de modo intuitivo y carente de sistema desde que tengo uso de conciencia, como todos los que estamos aquí, porque todos crecemos metaexistencialmente, preguntándonos cada poco el sentido de nuestra vida y de nuestra pertenencia al cosmos. La pregunta quién soy yo es la más frecuente de nuestras existencias, y comienza cada mañana, como apuntamos en la tesis, cuando nos colocamos frente al espejo y aceptamos inconscientemente los minúsculos cambios faciales y corporales producidos durante las últimas 24 horas[8]. Esa de quién soy yo es una pregunta hasta cierto punto obsesiva. Hacer una investigación obsesiva sobre una obsesión, si se paran a pensarlo, es algo absolutamente disparatado, y sostenerla durante once años un atrevimiento que se paga muy caro. El que la mantiene lo paga con la bajada al mäelstrom individual, con un descensus ad ínferos que tiene poco de homérico y mucho de epiléptico, pues deja al viajero interior temblando ante la nada de la propia existencia. También lo pagan, y mucho, las personas que rodean al investigador, aquellas que tienen que soportar que aquél a quien quieren salga totalmente desolado del cuarto de trabajo, hundido, sin ser capaz de mirarlos después de la horrible experiencia de haberse mirado sin piedad a sí mismo. Hoy es un día feliz para mí por muchos motivos, pero entre ellos descuella el dar fin a este proceso enfermizo de investigación. Hoy vuelvo a una existencia normal, en la que preguntarme por el sentido del sujeto será una ocupación ocasional, un trabajo de domingos por la tarde o de períodos fiscales, como lo es para el resto del mundo, como lo era para mí antes de 1998. Pero mi angustia sostenida durante tantos años ha dejado varios cadáveres por el camino, además del propio. Por eso no quiero hoy dar las gracias, lo que quiero hacer aquí y en este momento es pedir perdón. [Aquí vinieron los agradecimientos] Y por último, creo que es justo pedirles perdón a ustedes, miembros del Tribunal, por hacerles leer un original de 650 páginas, de seguro lleno de errores, imprecisiones y ausencias. No tengo nada más que decir. Sólo que voy a escuchar con toda atención las recomendaciones, censuras, sugerencias e incluso posibles insultos que vayan a dirigirme. También les animo a que, si lo consideran oportuno, me lancen cualquier objeto contundente que tengan a mano, como modo de demostración palmaria de su enojo, rogándoles –eso sí– puntería en el lanzamiento, no vaya a ser que resulte herido alguno de los asistentes por culpas sólo a mí debidas. Sin más, muchas gracias de nuevo por las recomendaciones que van a hacerme y que tendré en cuenta para mejorar el original, y gracias también a ustedes por su atención.
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Notas.
[1] Sergio Gaspar, Estancia; DVD Ediciones, Barcelona, 2009, p. 15.
[2] G. Sierra, Intente usar otras palabras; Mondadori, Barcelona, 2009, p. 32.
[3] “El Yo se convierte en un espejo vacío a la fuerza de asociaciones y de análisis, una estructura abierta e indeterminada que reclama más terapia y anamnesia. Freud no se equivocaba cuando, en un texto célebre, se comparaba con Copérnico y Darwin, por haber infligido uno de los tres grandes “mentís” en la megalomanía humana. Narciso ya no está inmovilizado ante su imagen fija, no hay ni imagen, nada más que una búsqueda interminable de Sí Mismo, un proceso de desestabilización o flotación psi”; Lipovetsky, La era del vacío (1983), Anagrama, Barcelona, 1996, p. 56.
[4] Un ejemplo más que acaba de aparecer: “entró en la habitación, se dirigió al espejo, esto tenía que verlo, tenía que ver el rostro del idiota ridículo al que se le había ocurrido acoger aquella sensación extraña de disgusto. Y ante el espejo apareció, en efecto (…) y se ofreció una sonrisa conmiserativa, pobre yo que estás ahí dentro, acaudillando pamplinas. ¿Cómo se te ocurre?, se preguntó, le preguntó al extraño impreso en el azogue”; Juan Bonilla, “Un gran día para tus biógrafos”, Tanta gente sola; Seix Barral, Barcelona, 2009, pp. 14-15.
[5] Flavia Company, “Con luz verde”, Con la soga al cuello; Páginas de Espuma, Madrid, 2009, p. 30.
[6] “La ilusión es irresistible. Detrás de todo rostro hay un yo. Vemos una señal de conciencia en cada ojo que parpadea e imaginamos algún espacio etéreo detrás del cráneo, encendido por patrones móviles de sentimiento y pensamiento (…) Pero cuando miramos, ¿qué vemos en ese espacio detrás del rostro? El hecho descarnado es que no hay nada salvo sustancia material, carne, sangre, huesos y cerebro (…) Miramos en una cabeza abierta, contemplando cómo late el cerebro, el modo en que el cirujano escarba y prueba y se entiende con absoluta certeza que no hay nada más que eso. No hay nadie allí”; Thomas Metzinger, Being No One. The Self-Model Theory of Subjectivity; MIT Press, Cambrigde, 2004.
[7] Agustín Fernández Mallo, Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma; Anagrama, Barcelona, 2009, p. 198.
[8] “Tus círculos, mis círculos, dar vueltas / alrededor del mismo equivocarse. / Envidio, sin embargo, tu memoria. / La facultad de cada tres segundos / olvidar quien he sido / y volver a mirarnos como extraños”; I. Pelegrín, “Tres segundos”, Óxido; Pre-Textos, Valencia, 2008, p. 44.
17 comentarios:
Este es el Tema, sin duda.
Si el sujeto se entiende sólo como una completa ficción, nada habría en él que pueda tomarse como serio o verdadero. No sería nada más que marketing de si mismo. Constatado esto, no habría espacio para la credulidad.
¿Cómo tomarse en serio el tono lamentoso que decías, en poesía, si es sólo otro ingrediente más en la construcción?.
Lo trágico, o el sufrimiento, han servido siempre para dar peso e importancia. Pero si no queda ni eso, entonces... ¿hay que reirse en el fondo de Auschwitz?
Ah, y enhorabuena por la tesis. Te habrás quedado tranquilo.
A propósito de las imágenes y lo que percibimos de ellas:
EL ESPEJO CHINO.
Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.
Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.
(Jean Claude Carriére)
No he podido evitar acordarme de Nietzshe y su defensa del nihilismo activo cuando has hablado de ese tercer grupo que ve en la desintegración del sujeto contemporáneo más signos positivos que negativos. Y de Sartre inyectándole al existencialismo humanismo con la identificación entre decisión e invención. Del Proteo de della Mirandola, De Heidegger y la condición proyectiva del Dasein. Del cualsea, del bloom , del hombre sin atributos. Infinidad de ejemplos del tipo sobre todo de un siglo y medio para acá, como bien has dicho. Aunque creo que, como en todo, la cosa no está igual para todos, dados los condicionantes circunstanciales: geográficos, económicos, sociales, políticos, y también genéticos. Que hay quien se puede construir un personaje con mayor libertad que su vecino. Que hay estratos sociales mucho más líquidos que otros.
Un saludo.
Oche
Me da mucho miedo el trailer. Creo que lo más terrorífico de nuestro mundo, somos nosotros mismos. Es el hombre el verdadero monstruo. He sentido horror con las imágenes de violencia física, pánico al ver a la niña embarazada, espanto con el llanto del bebé...
Voy a denunciarte por allanamiento de MORAda:Acabo de coger de mi buzón el último número de EÑE. Tiene buena pinta, y no es lo habitual.
Vicente,
Enhorabuena por haber terminado la tesis, por la defensa y por tu nuevo grado de doctor.
Saludos,
No creo que te ayude a pulir los puntos ciegos de tu tesis, pero me ha hecho recordarla:
http://www.youtube.com/watch?v=UVtt79Y5_kk
Y enhorabuena, por cierto
Ante todo, felicidades por la defensa.
No voy ni a tratar de competir con el esfuerzo continuado de 11 años de una personalidad disgregada, Sólo unos breves apuntes.
1) ¿Has utilizado el concepto de conciencia que tienen hoy en día los neurólogos para tu tesis? Leyendo la defensa me da la impresión de que sí.
2) Tal vez el sujeto se disgregue de forma más pronunciada en un futuro, pero me parece que la conexión nodal, la interacción mútua y la pertenencia colectiva no tribal van a ir a más, y no me parece nada mal.
3) Esto es para Manuel G. Lo trágico se puede sustentar en la mirada. Los testimonios de Auschwitz se sentían culpables por lo que vieron y necesitaron narrarlo sin conocer en profundidad la personalidad de los que sufrían. Si me apuras, fueron miradas casi instantáneas (flashes) de una tragedia colectiva que intentaron componer porque les atormentaban.
Un saludo a todos y felicidades reiteradas Dr Mora (eso suena a SF).
Disculpad que no conteste a ningún comentario, pero ando liado de viaje. Gracias por las felicitaciones, la verdad es que no os podéis imaginar la sensación de libertad que tengo en estos momentos. Saludos a todos.
enhorabuena vicente. prometen ser 650 páginas llenas de cosas apasionantes.
Sumo mi enhorabuena a la de los anteriores. ¿Habrá forma de hacerse con un ejemplar de
la tesis?
Un saludo,
Igor
Enhorabuena, Vicente, por tu exposición.
He likado a mi blog un fragmento:
http://www.alfaguara.santillana.es/blogs/elhombre
Y gracias por la cita.
Un abrazo
Agustín
Perdona mi ignorancia, pero cuál eran el tema y título de tu tesis? Está prevista su publicación?
He leído con mucha atención tu defensa porque me sentí identificada con lo que dices al principio sobre las raices y con más cosas que no creo interese enumerar.
Además de felicitarte, comprender que te sientas libre al término de esta ingente tarea, sólo decirte que su lectura me ha traido la primera impresión que tuve al conocerte en aquella mesa redonda de Sevilla.
Gracias por todo lo que transmites.
Maravillosa defensa. Hay ganas de leer esa tesis cuanto antes.
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