T. S. Eliot habló del horror de los hombres huecos en The Hollow Men, y tan terrible como esa imagen me parece la de los textos huecos, los libros que han perdido el significado. En sus Mitologías de invierno, Pierre Michon imagina a un monje guerrero capaz de montar un ejército y ejecutar una matanza sólo para apoderarse de un ejemplar de los Salmos con cuya lectura ha disfrutado. Al conseguirlo finalmente, comienza a releerlo pero “de repente, ya no tiembla, ya no ríe, está triste, tiene frío, busca en el texto algo que ha leído y ya no encuentra, en la imagen, algo que ha visto y ha desaparecido”[1]. José María Merino cuenta en “Los libros vacíos” la historia de un enloquecido personaje –que puede verse como paciente de un extraño síndrome Quijano o como un exasperado profesor de Hermenéutica–, que llega aterrado a una librería porque sufre un terrible mal: comenzó a leer En busca del tiempo perdido y “aquel libro no parecía el mismo que yo creía haber recordado”[2]. Había perdido algo, se había vaciado de metáfora (o, como resume Michon en su relato medievalista, “el libro no está en el libro”). Para el personaje, En busca del tiempo perdido contenía de pronto sólo chismes de snobs franceses, y La isla del tesoro era una magra historia de la piratería. Jorge Luis Borges, en un relato que ya hemos citado, “La cámara de las estatuas”, habla de un misterioso libro blanco, del que “no se pudo descifrar su enseñanza, aunque la letra era clara”[3]. La pérdida de significado en los libros es un mal terrible, una ceguera pasiva donde la invidencia pasa a situarse en el objeto, no en el sujeto lector. Es el libro el que no ve, pese a que nosotros recorremos sin dificultad las letras. Todos estos cuentos pueden leerse como metáforas de la privación del sentido, de la necesidad de la interpretación, de la libertad lectora –y seguramente lo son–. Toda escritura es un acto de libertad, y la lectura también. Los textos huecos son una metáfora tan pavorosa como la de los no-libros, los libros quemados, los libros perdidos, los que se hicieron polvo o fueron pasto de ratas. Todos nos alejan de la posibilidad de acceder a su significado, de alimentar nuestra imaginación. Dice Bloom que las obras maestras o fuertes se alimentan de la restricción de sentido, y Aira recuerda, con parte de razón, que no se deben dar textos claros a los niños, “porque a los niños les encanta, los hechiza la palabra que no entienden”[4]. En los textos huecos –por eso son angustiosos– todo lo que hay es claro y sin embargo ha desaparecido lo nuclear, la enseñanza, aquello (inteligible o hermético) que constituía su sustancia misma. La receta que se nos prescribe es la obviedad, lo fácil, lo evidente, lo visible, lo vendible. Todo parece en estos tiempos apelar a la accesibilidad, a la falta de misterio; la nueva Edad Media, de los media, nos conduce por su falta de (auto)crítica al resplandor vacío, al texto hueco, a la imposibilidad de interpretación porque el texto tiene electroencefalograma plano, porque la historia del saber ya no es más, como apuntaba Blumenberg, la historia de sus metáforas; porque las palabras, contradiciendo a Nietzsche, ya parecen decir sólo lo que dicen, son materia desvestida, píxeles ardientes. La literatura es misterio contra lo deliberadamente claropaco, penumbra contra la oscuridad, luz negra (Sánchez Robayna), apuesta invisible (Méndez Rubio), enigma que sostiene la escritura (Blanchot), “cosa para andar en lo oculto” (Valente), (in)significado. Guardémonos de los textos claros, pues todos están huecos, como la cabeza de Pinocho antes del milagro de la literatura.
[1] Pierre Michon, “Tristeza de Columbkill”, Mitologías de invierno; Alfabia, Barcelona, 2009, p. 44.
[2] J. M. Merino, “Los libros vacíos”, en J. J. Muñoz Rengel, Perturbaciones. Antología del relato fantástico actual; Salto de Página, Madrid, 2009, p. 31.
[3] J. L. Borges, Historia universal de la infamia; en Obras Completas; tomo I, Emecé Editores, Buenos Aires, 1989, p. 336.
[4] C. Aira, entrevistado en Letras Libres, noviembre 2009, p. 48.
10 comentarios:
su texto me ha hecho pensar en cómo sería la vida sin lenguaje como función (aunque la idea ya me rondaba de antes). Me pregunto: ¿y si no tener función del lenguaje significara que el agente o sujeto hablante tuviera tantas funciones que la función en sí misma desapareciera? Partiendo de la hipótesis de que lo que vale para todo deja de tener función se hace omnipresente. ¿Cómo sería un espacio en el que las ideas no existan? Se me ocurre como posibilidad plantear la confusión de éstas por la asignación de tantos significados como personas existan. ¿Cómo se podría desarrollar la comunicación en un marco así, en el que cada cuál tiene un lenguaje intrínseco no conocido para el resto de los otros? Alguien me planteó que la variable que me faltaba era el contexto, que esas personas terminarían comunicándose por las situaciones del contexto. Entonces ahora me pregunto: ¿qué maneras hay de eliminar el contexto en la comunicación? Pensé en otras dos posibilidades: a través de la eliminación de la prosodia y la puntuación en la expresión del lenguaje; y la otra a través de la violencia, con la agresión al otro. ¿Qué opina usted al respecto?
¿Mera palabrería o todo esto dicho tiene algún tipo de sentido?
Le agradezco su lectura.
Me parece una gran entrada. Un alegato tan didáctico como contundente sobre la literatura como generadora de significado. Tal vez estas reflexiones se obvien por sabidas, el inconveniente es que lo que se da por sabido es lo primero que suele olvidarse.
Me ha gustado el símil de las palabras como "píxeles ardientes" que (se entiende) no queman, palabras desterradas.
Saludos
Cómo me gusta lo que has escrito, Vicente, y qué sabios son los niños.
Saludos
Soy incapaz de profundizar tanto sin contradecirme. Así que, siempre será un misterio para mí lo que aquí se diga, y aunque esto sea una evidencia, el moderador aún puede impedirla.
¡Hola!
Me parece un texto de gran calidad, las citas muy bien escogidas y afortunadas.
Pero hay dos aspectos escurridizos en él:
”[4]. En los textos huecos –por eso son angustiosos– todo lo que hay es claro y sin embargo ha desaparecido lo nuclear, la enseñanza, aquello (inteligible o hermético) [lo inteligible y lo hermético no son contrarios, así que tomo la disyunción como inclusiva] que constituía su sustancia misma."
"Guardémonos (sic) de los textos claros, pues todos están huecos, como la cabeza de Pinocho antes del milagro de la literatura."
Creo que no se termina (no termino) de ver:
a) Cómo identificar, como lectores, un texto hueco (o un producto cultural hueco) de otro que no lo es. De hecho, según lo que indicas, parece que ésa es la angustia del personaje de Merino: cómo una obra maestra de la literatura se convierte de repente en un folletín. Digo: ¿el texto se ha vaciado o lo han vaciado (críticos, el propio lector, la "Historia")? Peor aún la siguiente, ¿se han convertido productos tradicionalmente huecos en productos "rellenos" cual Bollycao?
b) ¿Por qué un texto literario debería contener algo así como una enseñanza?
c) ¿Por qué, si se acepta la finalidad pedagógica de la literatura, ésta viene dada AHORA por medio del hermetismo y no precisamente por la claridad, como podría ser en los exempla medievales?
d) El concepto de la "sustancia" del libro. ¿Qué es eso? En realidad el concepto de "sustancia" es bastante problemático de por sí.
Un saludo, os dejo con un bello poema de Paul Celan que creo que trata desde el "en sí" todo este asunto.
Raúl.
Habla
------
Habla también tú,
habla el último,
di tu sentencia.
Habla —
Pero no separes el No del Sí.
Dale a tu sentencia también el sentido:
dale la sombra.
Dale sombra suficiente,
dale tanta
como sepas repartida en torno a ti entre
medianoche y mediodía y medianoche.
Esta semana voy a estar un poco ausente, aunque voy a entrar de vez en cuando para aprobar comentarios. Cuando pueda respondo. Saludos y gracias.
Hola.
Muy interesante el post y los comentarios.
En esto que comentas sobre los textos huecos veo, además de la influencia del mercado (junto a ella más bien), la influencia que ha tenido la cultura de masas en el arte que parece que ha llevado al artista a perseguir al público a cualquier precio. Esto es claro en el mundo de la música, que se ha banalizado sobremanera y donde las propuestas interesantes, o son apocalípticas en el sentido de Eco, o tienen que negociar continuamente con el mercado como es el caso de REM y Radiohead (nada que ver con lo que era la música hace un siglo). En la literatura no era tal el influjo, pero una década de bestsellers que han reventado techos de venta, ha mi parecer lo ha dejado todo temblando y la calidad literaria se resiente. Veremos que pasa tras la crisis.
Abrazo.
...Vicente Luis, ésta es una entrada sin duda frondosa, rica, con miles de caminos o de puertas que apenas has entreabierto...
...Mientras la leía (sobre todo al hilo de lo que dice Aira) me he acordado de un texto que publicó Daniel Pennac en el suplemento literario de "La Repubblica" (cuyo tema creo que luego trató en un ensayo sobre la educación) en el que contaba su frontal oposición a esos textos en los que se "adaptan" "Grandes Obras de la Literatura" (El Quijote, La Biblia, La Odisea, etc.) para niños. Cuenta (y yo lo comparto plenamente porque también me pasó) su frustación cuando alguna simpática tía le regalaba una de esas obras literarias previamente digeridas por un pedagogo para que la mente del niño fuera capaz de encontrar sin sobresaltos y sin angustias el significado oculto en esas grandes obras...
...Para mí fue un "shock" brutal leer "La insoportable levedad del ser" con doce años, y, sin duda, se me escaparon muchas cosas de ella, intuí otras y entendí de forma muy distorsionada algunas otras. Sin embargo fue un nutriente que me mantuvo infectado durante años. Lo sorprendente fue que, cuando volví a leerla diez años después, mi lectura no fue ni mucho menos TAN diferente de la que hice con doce años...
...Un abrazo...
Vicente, me complace haber leído tu texto casi por obra del azar: Comparto plenamente tu opinión y voy más allá: la literatura que no parte de la lengua viva de donde procede cae en ese (in)significado que mencionas. Es decir, creo que la poesía (es mi campo) forma parte del habla y por tanto es un hecho coloquial. Así lo establece Octavio Paz y lo matiza Jorge Rodríguez Padrón.
La poesía no puede explicarse con hechos de significado, porque el significado es una abstracción, es un hecho del sistema lingüístico abstracto. En cambio, el sentido es un hecho vivo que le da carga expresiva al lenguaje poético. No "entender" a Ezra Pound no significa no disfrutar de sus poemas. ¿explicaríamos un amanecer?, como él arguía. No: le daríamos sentido a un amanecer, hasta el punto que amaneceríamos en el poema.
Felicidades por tu texto nada hueco. Me conecta.
Abrazos, Antonio Arroyo.
Estoy con unos temas estos dias (perdon por los acentos) que me impiden participar en el debate. Gracias a todos y saludos.
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