domingo, 18 de mayo de 2008

Ricardo Menéndez Salmón: el monstruo está dentro

Previa
No sé si últimamente me complico demasiado la vida con las reseñas. Para hacer ésta he leído –antes, durante y después de la lectura de Derrumbe–: No Country for old Men, de Cormac McCarthy y La noche feroz (KRK, Oviedo, 2006), del propio Menéndez Salmón (RMS en adelante); he terminado Gritar (Lengua de Trapo, Madrid, 2007), que tenía a medias, he releído La ofensa (Seix Barral, 2007) y partes de Los demonios de Dostoievski y de El corazón de las tinieblas de Conrad. El motivo de leer a McCarthy es, obviamente, que es considerado como el continuador de lo que Faulkner empezara y tiene al mal como eje de su narrativa; parejos eje y maestro tiene RMS, por lo que creo que hay varios puntos de enlace entre sus obras.

Habrá quien se pregunte: ¿merece la pena leer y releer tanto para hacer la reseña de un solo libro y, en concreto, para reseñar éste? La respuesta, en el primer caso, es sí, por supuesto. Releer y leer cosas nuevas siempre merece la pena, es un ejercicio valioso en sí mismo. Además, lo bueno de releer es que se descubren cosas curiosas. El episodio de la visita al circo en Derrumbe y la llamada nocturna equivocada (pp. 99-105) estaban en Gritar, reunidos como relato bajo el significativo título de “El terror”.

La respuesta a la segunda pregunta, si ha merecido o no la pena hacerlo para esta novela de RMS, supongo que se deducirá de lo que viene a continuación.



Obertura
Reconozco que mi lado de crítico malvado (de vez en cuando me sale) sonrió al leer que la nueva novela de Ricardo Menéndez Salmón iba a versar sobre un asesino en serie. ¿Tu quoque, fili mi?, pregunté para nadie, ¿también tú vas a venderte al mercado, como han hecho algunos de tus mayores, vas a traicionar tu leyenda de autor exigente por conservar las inesperadas ventas masivas? El miedo se arrastró aún cuando en las dos primeras páginas el planteamiento recordaba al de un capítulo de CSI (antes de la primera pausa publicitaria, presenciar un hecho violento y conocer el modus operandi del criminal). Pero no, falsa alarma, por fortuna. A las pocas páginas se reconoce al autor de La ofensa y comienza la larga serie de pistas que hacen de este libro un ahondamiento en los temas favoritos de RMS: la inutilidad del conocimiento para la mejora de la vida social (y acaso personal) y la consideración del mal como el elemento más definitorio de lo humano. Aprovecho para decir que Derrumbe me parece una novela mucho más ambiciosa y sólida que La ofensa.


Conrad – Kurt / Kurtz – el horror

El mal es su propia expectativa.
Mortenblau

Uno de los símbolos más añejos del conocimiento lo presenta como un viaje. El viaje es la metáfora que sustenta la Bildungsroman o novela de aprendizaje (de construcción, según la raíz alemana), y es la imagen preferida también de RMS. Kurt, el protagonista de La ofensa, es descrito “en su viaje hacia el corazón de la nada” (La ofensa, p. 76). Manila, el sentencioso detective de Derrumbe, determina: “Estamos tratando del Mal, con mayúscula. Una de las palabras más cortas; uno de los viajes más largos” (p. 34). Los protagonistas de los libros de RMS llevan a cabo viajes circulares al abismo de sí mismos, al conocimiento consistente en el no-conocimiento, en el aprendizaje no de la decepción, sino de la incertidumbre. Esperan llegar a la sabiduría de Rousseau o Kant, que ven al hombre como el Buen Salvaje, como un ser probo, ético y responsable, que lleva la ley moral en su corazón bajo el cielo estrellado, y acaban viendo al mal absoluto, al horror total del hombre en un viaje –más conradiano o de Dostoievski que de Céline– al fin de la noche.

RMS comparte una convicción con Hobbes, Joseph Conrad o J. G. Ballard, entre otros: el corazón del hombre (o su interior psicológico, o su alma, o su inconsciente; opte cada cual por el concepto con que se sienta más cómodo) es el lugar del horror. En cada uno de nosotros, según este pesimismo antropológico, hay un animal atávico y terrible, cuyo apetito
[1] es capaz de las peores cosas. Del mismo modo que el Kurtz de El corazón de las tinieblas, “Kurt descubrió el reverso (…) de aquel horror padecido diez meses atrás hasta aceptar que pavor y fiereza no tienen patria, y que anidan en todos los corazones por igual: franceses, alemanes, rusos, americanos, japoneses, españoles, qué más da, es la sucia materia del hombre la que está sobre la balanza, su corrupción, su vileza, su arrogancia de animal idólatra, no su patronímico ni su credo ni sus gustos culinarios” (La ofensa, p. 89). El Kurtz de Conrad muere, en la versión cinematográfica de Coppola, con la palabra horror en los labios; para RMS “nada deja tanta huella como el aprendizaje del horror” (La noche feroz, p. 30). Creo que la homofonía de los nombres no es casual, desde luego. Pero el pesimismo no ha decaído en Derrumbe, más bien todo lo contrario, como puede verse en esta excelente y conradiana frase: “fue como si Valdivia ya pudiera adivinar [en su hija] el implacable rostro de la gran bestia mostrando su cadavérico señuelo, la voz de la sangre y la tiniebla, el perro carnicero que, huesos adentro, a todos habitaba y consumía” (p. 111). Recordemos la cita de Dostoievski que abre la novela: “el terror es la maldición del hombre”. O el hombre mismo.

Roberto Bolaño escribía en Estrella distante que su personaje Carlos Weider “encarnaba el mal casi absoluto”. En la última literatura es frecuente que esta descripción coincida siempre con los oficiales nazis del Holocausto o con el retrato de las personas que generan, sostienen o ayudan a dictaduras militares en Latinoamérica, como el caso de Weider. Frente a esa dimensión, más política o comprometida, según casos, RMS opta por un modelo psicológico, individual, de portador del mal, que actúa solo pero que, en realidad, encarna todo el mal sociológico de la época, el criminal soterrado que la agresiva sociedad capitalista, basada en un modelo competencial de superviviente que se presenta como el rol básico a desempeñar. También es interesante traer a colación otra frase de Bolaño, ensayística esta vez: en un artículo de Entre paréntesis escribe que “el crimen parece ser el símbolo del siglo XX”; RMS parece entender que también lo será del XXI. Entremos en el examen de ese individuo epítome del terror, de ese aleph del mal absoluto.


Asesinos en serie: posibles modelos
La mañana hacía pensar en el decorado de una película de terror. (…) El fantasma de Jack el Destripador sesteaba en cada esquina.
RMS, La ofensa

Monstruo es una palabra gastada” (p. 32), dice en Derrumbe uno de los personajes, y tiene mucha razón; nuestro imaginario de los malvados está tan saturado que es difícil crear un asesino original y creíble; ni siquiera la realidad suele superar a la ficción, en estos casos. Decenas de años de cine policíaco y novela negro, primero, y de archivillanos y asesinos en serie después, de El estrangulador de Boston a Natural Born Killers o Seven, pasando incluso por teleseries como Dexter, nos han dejado sin imaginación.

Por ello, ciertos aspectos utilizados por RMS para su psicópata en Derrumbe (no es el primer psicópata que hay en su obra
[2], por cierto) nos recuerdan, inevitablemente, a otros. En Henry, retrato de un asesino (Henry: Portrait of a Serial Killer, John McNaughton, 1986), el asesino recomienda a su nuevo cómplice no repetir ni lugar ni manera de asesinato, para que la policía no pueda seguir el rastro ni establecer un perfil psicológico. En el caso del asesino de Derrumbe, “el instrumental del horror era amplísimo: navajas para rasurar el vello púbico, corbatas para estrangular, una Star del calibre 9, un bote de ácido para desfigurar un rostro, un hacha para decapitar” (pp. 27-28). En El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, Jonathan Demme, 1991), el asesino deja larvas de insectos en la boca de los cadáveres; aquí el psicópata “introdujo bajo la lengua del cadáver el homenaje de una mariposa viva” (p. 36). La relación que tiene Mortenblau (tal es su nombre) con su madre recuerda a la de Sylar, el archivillano de la exitosa serie Héroes, con la suya. Pero quizá el mayor parecido sea con el Chigurh de No Country for old Men, de McCarthy. En primer lugar, el hecho de que la fisonomía del asesino no sea clara, de que no haya un retrato definido del mismo, de modo que el lector pueda ampararse en un retrato imaginario. Por otro lado, como vio agudamente la crítica del Guardian Adam Mars-Jones[3], Chigurh es un esteta, un “artista” de la muerte, que estudia cuidadosamente a las víctimas y genera un escenario para cada ejecución, amén de intentar ser “original” (palabra que utiliza uno de los policías al ver cómo ha matado Mortenblau a una mujer con una pelota de golf). Manila se sorprende ante la palabra utilizada por su compañero: “Manila sopesó la originalidad como concepto. En arte, se solía considerar una de las marcas del genio” (p. 29). De eso se trata, de una deliberada actitud estética, tanto en el psicópata de McCarthy como en el de RMS.


El protector
Frente a la figura del archivillano, nos encontramos que cada vez aparece más depauperada la figura de su antítesis, del personaje anticlimático que debería ser el detective, el policía. Los asesinos, sobre todos los psicópatas, son personas inteligentes y brillantes (vgr., el John Doe de Seven, la película de David Fincher, que es un superdotado que además escribe, como el de RMS), son admirables y cultos
[4]; el desafuero llega a su extremo en la serie televisiva Dexter, donde el asesino en serie es una persona… entrañable. Frente a su poderío simbólico, el policía suele ser un inepto, un perdedor, alguien quizá brillante pero patético. Como suele decir el filósofo José Luis Molinuevo, la representación icónica del mal siempre suele ser más potente que la del bien. Los malos son bellos, arrolladores, visten de primera marca, como el Bateman de American Psycho (Bret Easton Ellis, 1991; novela vertida al cine en 2000 por Mary Harron), o llevan uniformes de gran impacto visual. En el cine, sobre todo, su puesta en escena es mucho más elaborada y contundente que la del pobre policía que intenta detenerle, normalmente el estereotipo de policía perdedor, divorciado, al borde del alcoholismo y decepcionado con el sistema. Algunos agentes de policía descritos por RMS están descritos con un asco y una prevención (ver pp. 151-153) que choca frente al cariño o el cuidado con que se describe al propio asesino. Como explica Edmundo Paz Soldán, hablando de los detectives de Bolaño, pero en términos que podemos extrapolar a los detectives que se oponen a los serial killers, “no hay ninguna nostalgia por los detectives tradicionales del género (…) Esas figuras, que servían para dar fe de la inteligibilidad del universo y de la autoridad de la razón para desbrozar el caos en torno nuestro, existen ahora para decirnos que la razón ha sido derrotada, y para articular una reflexión existencialista en que el mundo se revela sin sentido”[5]. Parece estar hablando, también, de la novela de RMS, donde la concepción es exactamente la misma, lo que podría animar –aunque no es este el lugar de hacerlo– a hablar de un Angst epocal, de una cosmovisión negativa sobre las posibilidades de la razón y el orden que une a una multitud de escritores en diversas partes del mundo: sin dificultad podríamos extender estos razonamientos a escritores como Chabon, Franzen (clarísima esta actitud en su Ciudad 27, 1988), Roncagliolo, Ellroy, Lorenzo Silva, Ballard, Villoro, Fuguet, Egolf, DeLillo, el citado McCarthy y un inacabable etcétera.

El detective, por tanto, se configura como la propuesta triste y humana ante la evidencia de la inhumanidad brillante y excepcional, creativa en su destrucción, germinadora en su actitud extintiva, del psicópata. En ese sentido, también Manila tiene paralelismos con el detective Bell de No Country for old Men; aunque Manila no es un geezer, es más joven, también contempla con distancia el mal, reflexiona gravemente sobre él, y asistimos al relato de sus sueños nocturnos. Ambos están acabados, uno por viejo y otro por otros motivos. La postura de Bell no es muy diferente de la del Bartleby de Melville, o quizá es más negativa: no actúa porque no quiera, sino porque piensa que, filosóficamente, no se puede hacer nada contra un mal de esa naturaleza: “you aint goin to do nothing about it. That´s what you’re goin to do”
[6]. La humanidad devastada de ambos es el punto emotivo de enlace con el lector.


Pasadizos entre Derrumbe y otras obras de RMS

1)
“no pudo evitar una punzada de vergüenza al contemplar a su familia varada allí con sus pequeños fracasos, sus pequeños anhelos y sus pequeños miedos, como extraños que no lo estuvieran despidiendo a él, sino a su doble, a su sosia, a un usurpador vestido con un traje de buen paño que no le sentaba del todo mal” (La ofensa; p. 24).
“aquel que fue junto a él, bajo él, en él, sobre él; su exacto reflejo, su doble, su sosia, la forma irresoluble de ese acertijo que llaman vida” (Derrumbe; p. 26).

2)
El alma, hasta hoy, nadie la ha visto. (La noche feroz, p. 26).
(…) pueden seguir pronunciando palabras como alma (…) (La ofensa, p. 56).
Manila aún no se atrevía a emplear la palabra alma. (Derrumbe, p. 47)

3)
El león, que sonreía de forma casi imperceptible, menos solemne que irónico, heredero de la vieja y mayestática Esfinge, parecía demandar de Kurt una respuesta urgente. (La ofensa, p. 114).
Al volver a mirar el televisor descubrió al león erguido delante de los tres muchachos (…) Y lo miraba a él. Buscaba sus ojos con una larvada promesa de ferocidad” (Derrumbe, p. 142).

4)
porque, al fin y al cabo, aunque parezca poca cosa, un nombre es lo que somos (La ofensa, p. 92).
todos estaban desnudos bajo su nombre (…) porque prestado era el nombre que llevaban (Derrumbe, p. 108)

5)
y las estrellas allá arriba, ajenas, sin astucia, bólidos fríos (La noche feroz, p. 81).
admiró el discurrir de aquellos bólidos fríos, ajenos a la angustia humana (Derrumbe, p. 47)

6)
Los siameses pigópagos de Nairobi agonizan (Gritar, p. 22)
Los tres amigos llevaban días leyendo en la prensa y oyendo en la televisión que los siameses pigópagos agonizaban (Derrumbe, p. 84).


Lucha contra el hiperconsumo
Derrumbe, no sé si conscientemente o no, tiene también elementos de contacto con Fight Club (El club de la lucha), la novela de Palahniuk publicada en 1996 y llevada paroxísticamente a la gran pantalla por David Fincher en 1999. La segunda parte de Derrumbe abandona el tema del psicópata por el del terrorista, encarnado esta vez en un grupo de tres chicos, autodenominados Los Arrancadores, y que actúan contra el exceso hiperconsumista de la sociedad (como luchan los jóvenes de El club de la lucha contra las compañías de crédito, encabezados por el anarcoide Durden). Mientras que el protagonista bipolar de El club de la lucha quiere abandonar su vida, alterada por el consumismo obsesivo para decorar su casa (“nesting instinct”
[7], sintetiza Palahniuk), los tres terroristas de Derrumbe “pensaron en Corporama como en un insulto de la abundancia y se amotinaron. El exceso los inspiró en el terror. El hartazgo los enardeció” (p. 77). El filósofo César Rendueles ha estudiado recientemente la trama de la versión cinematográfica de Fight Club, esclareciendo esa lucha contra el exceso hiperconsumista, y relacionándola con la obra de J. G. Ballard, especialmente con Rascacielos[8]. RMS tiende sus puentes más bien al protagonista de Los demonios, de Dostoievski, novela donde, como es sabido, se narra (de una forma casi naïf, como apuntó Borges con acierto), un caso de terrorismo perpetrado por un grupo ruso de idealistas de izquierda[9]. El hecho, como recuerda Moisés Mori, estaba basado en un atentado real, donde Iván Ivanov había muerto a manos del grupo liderado por Nechaev (trasunto del Verhovenski de Los demonios)[10], y para Dostoievski, tan religioso, tanto mal sólo podía concebirse si los terroristas tenían un diablo en su interior. También aluden los tres terroristas de Derrumbe a La condición humana, sin esclarecer (en un buen detalle intelectual) si la referencia es a la novela procomunista, ma non troppo (Vargas Llosa dixit) de Malraux, o al ensayo de Hanna Arendt; suponemos que por la condición de estudiantes de Filosofía de los jóvenes (p. 79) se hace al segundo, pero quién sabe, mejor dejar ciertas cosas en una sabia indefinición.

La cuestión es que los tres jóvenes “descubrieron, casi sin darse cuenta, la fascinación de la violencia” (p. 80), como le había pasado también al Kurt de La ofensa: “un poco de aquel sentimiento viril de posesión y ruptura, de violación infinita que parecía adueñarse de los roncos gritos de estímulo de sus compatriotas, le hizo sentir en el pecho un atisbo de esa calidez que según las crónicas antiguas embarga a los conquistadores en el ejercicio de sus empeños y afanes” (p. 41). Del mismo modo que Kurt es un soldado sin mucho ardor guerrero, “la cólera que les procuraba la sociedad, la estulticia, la decadencia de su época” es “un móvil laxo” (Derrumbe, p. 80) para los tres jóvenes. Pero, a pesar de todo, Kurt combate y ellos llevan a cabo actos terroristas. Puede que el autor quiera decir con esto que la fascinación interior que la violencia procura, sobre todo a los jóvenes, genera la abundancia de violencia gratuita que ellos mismos producen o la que consumen, vía libros, películas o videojuegos. En este caso, su odio a la sociedad en la que viven (Promenadia, que ya estaba en otras obras de RMS como La noche feroz, y que es, ahora más que nunca, Gijón
[11]) les hace elegir rápidamente la palabra que van a utilizar como mantra, terror: “les pareció una palabra tan redonda, tan viril, tan diáfana como un dardo de luz en el agua de un pozo” (p. 81).

Hay que hacer notar que, si no me equivoco, Derrumbe es la primera novela española que introduce una variante no territorial del terrorismo. Como explicaba Julián Jiménez Heffernan en un ensayo sobre la novelística española que toca el tema, los propósitos ideológicos que mueven las historias centradas en el terrorismo patrio acuden siempre a la relación de éste con la tierra, con el terruño localista y heideggeriano a defender
[12]. Así, desde luego, funcionan las novelas estudiadas por Heffernan (La cuadratura del círculo, de Pombo; Momentos decisivos, de Félix de Azúa, y Volver al mundo, de González Sainz); pero también funcionan con esa lógica novelas posteriores que abordan el tema, como La fiesta del asno, de Juan Francisco Ferré, o España, de Manuel Vilas, por no hablar de los relatos de Iban Zaldua. Sólo se me ocurre, como posible antecedente de terrorismo no vinculado a la tierra (aunque sí vinculado a lo atávico, a las costumbres de la tierra), a Sapo, el terrorista que combate contra la Semana Santa sevillana en Nadie conoce a nadie (1996), de Juan Bonilla. Pero la trama terrorista de Derrumbe es, hasta donde conozco, una novedad, sustentada única y exclusivamente en la lucha contra el ultracapitalismo, una descripción de un terrorismo global –antiglobalizador, suponemos–, metafísico, en el sentido de más allá de la tierra concreta.


Desconsolatione philosophiae

La verdadera significación de un crimen está en su condición de ruptura de la fe
con la comunidad humana.
Joseph Conrad, Lord Jim


En un artículo titulado “Filosofía. Desconsolatione philosophiae”, Javier Muguerza pone en crisis el concepto de la materia y, retorciendo el quizá ingenuo título de Boecio (480-526), plantea el fracaso de la razón[13] y hace del autocuestionamiento de la propia Filosofía y del concepto de realidad (íbidem, p. 181) la clave del proceso intelectual, intentando evitar, sin conseguirlo, parecer pesimista al respecto. Menéndez Salmón, a mi juicio (y como yo mismo), vive en similar dicotomía: ama la Filosofía, pero duda de que ésta sea capaz de dar respuestas a sus/las preguntas fundamentales. “Nadie, ni siquiera el filósofo más sutil, ha podido encontrar un sentido preciso a ese absurdo que es la voluntad humana” (La ofensa, p. 109). En Derrumbe asistimos a este diálogo:

-Es como la vida. –dijo Manila.
-Como la vida. –Repitió el Inspector.
-El sentido de la vida es su carencia.
-Entiendo. Es usted filósofo.
-A ratos. (p. 21)


Un filósofo que sostiene que no hay sentido, sino carencia del mismo, es evidentemente un filósofo muy autocrítico, muy consciente de la inutilidad estructural de hacerse las grandes preguntas. “No encontraba consuelo; no encontraba sentido; no encontraba sino un frío atroz” (La ofensa, p. 53). Para sus personajes, lo divino no existe, lo humano demiúrgico tampoco y estamos, pura y simplemente, en manos del azar: “comprendió que el asombro, al fin y al cabo, es una categoría de lo cotidiano, y que sólo hay un dios, el azar, y que sólo existe una religión, la casualidad, y que cualquier otra interpretación de la vida y de sus accidentes no sólo está abocada al fracaso, sino que condena a la más absoluta ceguera” (La ofensa, p. 132). “¿Es esto lo que aquí se dirime? ¿Una cuestión de orden? (…) Un accidente. Una fatalidad. ‘El rostro del azar es ciego y voluptuoso’. ¿Un versículo? ¿Un epigrama? ¿Un consejo paterno? ¿Lo dijo el oráculo de Delfos, un novelista contemporáneo, una galletita china de la suerte?” (Derrumbe, p. 34). La filosofía, los treinta siglos de sabiduría humana, incapaces de explicar el sentido de la violencia[14]. El hombre azotado por las oscuras fuerzas del caos. Un sistema en que la Filosofía no da consuelo; un mundo como lugar shakespeariano, lleno de ruido y furia: “dedujo que el mundo era un lugar extraño, confuso y lleno de recovecos en los que la vida y la muerte jugaban una partida obscena” (Derrumbe, p. 17); “el mundo era un teatro de soflamas y ruido” (La ofensa, p. 28); “el mundo se estaba transformando en algo parecido a la balsa de la Medusa” (Derrumbe, p. 43; aprovecho para decir que el mundo no sería tan malo si de verdad fuera tan fácil encontrar policías que conocieran el cuadro de Géricault), y podemos encontrar más manifestaciones del mismo tenor en otros lugares de la obra de RMS[15].


Cierre
Puede que sorprenda a muchos que alguien con educación literaria clásica, formado e interesado primordialmente en los grandes nombres del XIX y principios del XX, también guste del fragmento como forma constructiva. Puede que sorprenda a muchos que un novelista que no pocos etiquetan como no-mutante o como anti-mutante (dependiendo del grado de odio o recelo contra este grupo), sea tan tecnológico, mediático y científico como lo es RMS
[16]. A mí no me sorprende. Lo vengo diciendo: así es el mundo que nos rodea, científico, hipertecnificado, casi convertido en simulacro (una palabra frecuente en el léxico de RMS) por la acción de los mass media y las nuevas formas de conocimiento (excelente la reflexión sobre los parques temáticos, que convierte a RMS en un George Saunders serio), un mundo donde la información nos llega fragmentariamente, de forma sincopada y trunca, como en pastillas. RMS es un escritor inteligente, y consciente por ello de que hacer hoy una novela a la decimonónica, con capítulos muy largos, sólo tiene cabida (salvo ciertas excepciones) en una novela de ciencia ficción, porque la realidad, hoy, es ya otra cosa.

Como muchas otras veces en su obra, el cierre de Derrumbe es circular. En La ofensa, Kurt muere al volver al lugar del horror. Pero ya se había advertido antes, en cierto punto de la novela: “si pudiésemos admirar el dibujo de los pasos de un hombre (…) nos sorprendería descubrir que, tras tantas idas y venidas, tras tantas tentativas de viaje, a menudo el final de trayecto conduce a un lugar no muy alejado del punto de partida” (La ofensa, pp. 109-110). La figura del Uroboros está siempre presente en la narración, sobre todo en lo que tiene la figura mitológica de dentellada a sí misma. Hay retornos, sí, tan eternos como indefectiblemente violentos. Hay una secuencia inacabable de terrores, como si la vida fuese pasar de una situación terrible a otra. El “derrumbe” del que habla la novela es, a mi juicio, el de nuestra civilización, que espolea por su civismo impuesto (la idea es de Ballard) y ultratranquilizador al animal salvaje que llevamos dentro. Uno de los escasos personajes humanos y con sentido común de este libro, la madre de Vera, sentencia al volver una noche a su casa: “vivimos en Bizancio”. La caída del hombre a la existencia desolada, cruel y cainita; la debacle de los dioses y los valores, y el derrumbe de la civilización occidental a manos de sí misma, son los temas de esta novela terrible, que consolida a Ricardo Menéndez Salmón como uno de los autores más sólidos, profundos e interesantes de nuestros días.





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Notas
[1] Es muy significativa la cita de Spinoza que abre la muy faulkneriana novela de RMS La noche feroz: “(…) y lo que se llama ‘causa final’ no es otra cosa que el apetito humano mismo, en cuanto considerado como el principio o la causa primera de alguna cosa”. Esta novela me ha recordado mucho, por varios motivos, a La noche del cazador, de David Grubb.
[2] Está también el José Mendoza de “El placer de los extraños”, en Gritar.
[3] http://books.guardian.co.uk/reviews/generalfiction/0,,1635183,00.html.
[4] Como los oficiales nazis retratados por Steiner, Litell y Vollmann, el asesino es un hombre culto, que lee a Montaigne, Huysmans y Kafka (Derrumbe, p. 45). Este tópico del “mal culto” es abordado en la propia novela: “Manila (…) pensó en la belleza. En su inutilidad frente al mal. Cimabue vencido por Gilles de Rais. Beethoven pisoteado por Hitler en Auschwitz. Versos de Rimbaud abrasados en Hiroshima. El aria final de las Variaciones Goldberg no le trajo calma” (Derrumbe, p. 27). También es curioso pensar, en La noche feroz, la relación entre el grado de cultura del asesino respecto al entorno.
[5] Edmundo Paz Soldán, “Roberto Bolaño: Literatura y apocalipsis”, PRL. Primera Revista Latinoamericana de Libros; septiembre / noviembre 2007, p. 4.
[6] Cormac McCarthy, No Country for old Men; Vintage Books, New York, 2006, p. 160.
[7] La expresión de Palahniuk alude, oblicua e inteligentemente, al síndrome del nido que sienten algunos mamíferos (incluidas algunas mujeres embarazadas) de preparar una casa para la criatura en gestación. En el caso de las madres, surge al quinto mes de embarazo.
[8] César Rendueles, “En la lucha final”, en S. Zizek, Jorge Alemán y César Rendueles, Arte, ideología y capitalismo; Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2008, pp. 85-86.
[9] Los demonios es una referencia constante en la obra de RMS. Una de sus frases abre Derrumbe, y el profesor Homero, de La noche feroz, la tiene siempre sobre la mesa de su escuela (p. 31).
[10] M. Mori, Estampas rusas. Un álbum de Ivan Turgueniev; KRK, Oviedo, 2007, p. 209.
[11] Así lo ha reconocido, sin ambages, el propio autor en una entrevista en El comercio, 22/04/2008.
[12] Julián Jiménez Heffernan, “Tierra: Terror: Error. Tres crónicas de heroísmo errado”, De Mostración. Ensayos sobre descompensación narrativa; Antonio Machado Libros, Madrid, 2007.
[13] J. Muguerza, “Filosofía. De inconsolatione philosophiae”, en Miguel Ángel Quintanilla (ed.): Diccionario de filosofía contemporánea; Editorial Sígueme, Salamanca, 1984, p. 167.
[14] “De todos los placeres que conoce el hombre, ninguno mayor que el de causar dolor (…) Y el hecho de que los filósofos no hayan encontrado todavía una razón convincente, decisiva, irrefutable, para justificar esa característica de la naturaleza humana, es uno de los misterios más hondos que existen” (La noche feroz, p. 57).
[15] “Lo que comprendí de forma diáfana, como si hasta entonces mis ojos hubieran vivido ocultos tras unas gafas mal graduadas es que, si se observa con atención, el mundo es un lugar tan extraño que hemos de corregir nuestra mirada de modo constante para que el terror no nos invada en la mesa del desayuno, en las reuniones de trabajo o mientras practicamos el sexo una vez por semana”; Ricardo Menéndez Salmón, “La vida en llamas”; Gritar; Lengua de Trapo, Madrid, 2007, p. 15. “Hasta la más pedestre filosofía enseña que la vida se parece más a un cuadro de El Bosco que a un bucólico desayuno sobre la hierba” (La ofensa; pp. 29-30).
[16] De la recepción de una tecnología de la comunicación, la primera proyección de cine de la historia, se habla en el relato “Las noches de la condesa Bruni”, de Gritar, y en La ofensa.

71 comentarios:

Vicente Luis Mora dijo...

Por cierto: por contener gemelos, circo y sensación de final de época, es recomendable esta canción como banda sonora para la lectura de la reseña (o del libro):
http://www.youtube.com/watch?v=7gdIvC86tdk

Jordi Roldán dijo...

Apabullante.

Difícil a través de las palabras y de su razonamiento en bruto, responder a las preguntas fundamentales a estas alturas de la partida, aunque hacen de soporte a lo que la ciencia y la técnica proporciona.
La filosofía, la literatura ponen el exoesqueleto y el conocimiento científico la estructura interna. De una forma extraña se complementan. Creo que nadie es capaz de responder al por qué.
El tema de la violencia es el límite de toda explicación, tal vez porque los paradigmas todavía no sean los adecuados, y nada es tan descarnado como lo que sucede.
Dejo una referencia de un libro escrito por un psiquiatra (habría que hablar ya de neurociencia y sus derivados) que tuve la suerte de tener como profesor en la universidad. Ha escrito varios libros. En el que traigo a colación desgrana algunas bases de la agresividad de nuestra especie en todas sus etapas (desde niños a adultos) y creo que aporta algo de luz al tema que tan brillantemente has expuesto. Por supuesto habla del cómo biológico pero no responde a los motivos de Chigurh, por ejemplo [por cierto no entendí el sueño final del "marshall"]

ANATOMIA DE LA AGRESIVIDAD HUMANA. DE LA VIOLENCIA INFANTIL AL BE LICISMO. ADOLF TOBEÑA (De Bolsillo; o en Galaxia Gutemberg).

Muy bueno Vicente.

Vicente Luis Mora dijo...

Bueno, como dice el propio RM Salmón en "La noche feroz", todas las relaciones entre un padre y un hijo son mitológicas. El sueño de Bell, si recuerdas, habla sobre su padre. No hay que comprenderlo, es un mito, una manera de atarse a algo seguro en un momento de declive en su vida, cuando todo lo demás ha perdido sentido. A mí me encantó. Será que también echo de menos a mi padre.

Saludos, L'H.

Anónimo dijo...

El personaje de Conrad se llama Kurtz, supongo que es una pequeña errata.

Antartica dijo...

Me ha encantado esta reseña. Tanto, que la he leído varias veces (de hecho, soy un poco decimonónica y me cuesta leer en pantalla. Me frustra no poder hacer anotaciones al margen).

Me han llamado la atención tres temas en especial. El primero, la caracterización del asesino, tanto en esta novela como en sus antecedentes. Cito: "el hecho de que la fisonomía del asesino no sea clara, de que no haya un retrato definido del mismo, de modo que el lector pueda ampararse en un retrato imaginario”. En efecto, todo es más terrorífico en el imaginario propio (especialmente aquello que el autor se niega a nombrar y ocupa, así, en un espacio alternativo al tranquilizador binomio cultura-lenguaje). Por otra parte, la falta de definición de la fisonomía del asesino promueve, en cierto modo, que el lector pueda incluso verse a sí mismo reflejado en ese espacio vacío, al rellenarlo de su propio significado. La figura del asesino funcionaría como una especie de espejo Lacaniano, por decirlo de algún modo, una (per)versión del lector. No se si esto que digo tiene mucho sentido.

Por otra parte, o relacionado con lo anterior, la estereotipada figura del policía que intenta desentrañar el misterio/fascinación que produce el Mal. Cito de nuevo: "En el cine, sobre todo, su puesta en escena [la del asesino] es mucho más elaborada y contundente que la del pobre policía que intenta detenerle, normalmente el estereotipo de policía perdedor, divorciado, al borde del alcoholismo y decepcionado con el sistema”. Como tú mismo aludes al cine y a la novela de McCarthy en varias ocasiones, no he podido evitar establecer un pasadizo mental que me ha llevado a Fargo y a la entrañable figura de la policía que interpreta Frances McDormand en esa película.

Ya termino. El tercer tema que me ha seducido en esta reseña es el del cuestionamiento de la Filosofía como proveedora de respuestas a las preguntas más fundamentales. Sigo pensando en este último punto, aunque creo que será ineludible otro pasadizo mental que me llevará hasta Baudrillard. Ya veremos.

Antartica dijo...

P.S. Se me ha olvidado comentar que el título de la reseña me ha recordado al libro de Julia Kristeva titulado Etrangers à nous-mêmes (Paris: Fayard, 1989).

Hautor dijo...

Uno de los libros más interesantes de la temporada, sí señor. Antes del 11-S la literatura (y la humanidad) parecía haber olvidado lo que era el mal. El mal era un vestigio del pasado que encarnaba (como tú dices) de vez en cuando en oficiales nazis. Estoy convencido de que es el gran tema, no sé si de este siglo, pero sí de la década. Enzensberger (El perdedor radical), J. P. Dupuy (Avions-nous oublié le mal?) son sólo dos ejemplos de los libros que vienen y vendrán. Efectivamente, hay mucho de McCarthy en Salmón. Eso sí... Me extraña que no hayas comentado nada de los zapatos que deja el asesino cada vez que comete un crimen. ¿No te suena de algo este tema de los zapatos?

Vicente Luis Mora dijo...

Corregido el mispelling de Kurtz, no sé cómo me ha pasado. Si leéis la larga entrada que tengo sobre El duelo de Conrad (ahora mismo no recuerdo si en este blog o en el antiguo), veréis que también deslizaba un Kurz entre los Kurtz, qué cosa más rara.

Hautor, me tienes en ascuas con lo de los zapatos, la cuestión es que me suena, pero no me acuerdo. Dinos algo.

Natalia C.V. dijo...

Echo de menos un antecedente, una huella en el recorrido inverso de la obra de RMS, el viejo y demente sexagenario Winter y la Casa de los Zurdos (recordemos que es espacio físico de mal en Derrumbe). Una vez más el círculo ficcional de RMR; la vuelta al lugar de donde se salió.
No es un león, pero el animal (perro o caballo)"turbias voces de perro y caballos al galope resonaron sin pausa en el teatro de sus oídos" espolea el ¿alma? ("la negrura interna, trepando por las ramas de su terco esqueleto, jugando a ser la matrona de su ruina física") del viejo "mendigo pedófilo".
Y el mal. Y el hombre.
Panóptico (Ricardo Menéndez Salmón, 2001) arroja mucha luz sobre Derrumbe o acaso dibuja un bucle; lo cierto es que estamos ante una gran novela vista a través de una lupa exquisita: la reseña es magnífica.

Vicente Luis Mora dijo...

Lo que son las cosas, precisamente hoy le preguntaba a RMS si tendría algún ejemplar de Panóptico, que desde el título me parece muy sugerente. Cuando la lea, añadiré algo a este post, todas mis reseñas son incompletas y en marcha, work in progress esperando ser algo decente cuando tenga sesenta años y haya leído y pensado lo suficiente. Gracias, Natalia.

Hautor dijo...

¿No estará discutiendo RMS -así, entre líneas- con AFM, a propósito de los zapatos? ¿Zapatos-horror vs zapatos-pop?

Anónimo dijo...

Magnífica reseña. El tema se presta. El autor también. La lágrima que contiene al mundo quizás muestre un fondo en el que el mal comparta mesa con el bien. Ese cuerpo que frente a lo Peor claudica (en La ofensa) también dice algo de nuestro recinto de bondad.
¿El aburrimiento y el "civismo impuesto" son el detonante de algo en la realidad, o sus síntomas se muestran sólo en el terreno de la literatura?

Saludos.

Oche.

Vicente Luis Mora dijo...

Respecto a tu última pregunta, Oche, me remito a un texto que saldrá en julio, dentro del catálogo de una exposición sobre J. G. Ballard que tendrá lugar en el CCCB de Barcelona. Ahí desarrollo este tema a la luz de la obra del narrador inglés, que es quien, a mi juicio, mejor ha visto y desarrollado el tema.

Jordi Roldán dijo...

Gracias Vicente por la explicación, porque me quedé inquieto con ese final. Había sido todo tan evidente desde el principio que el sueño me descolocó.
Tienes razón, para él todo ha perdido sentido, sin embargo y a pesar de estar de vuelta de todo, no es el típico quemado con su trabajo, es algo más especial, una especie de sabio que finalmente ha distinguido que puede o no puede cambiar. Me inspiró mucha ternura.

Vicente Luis Mora dijo...

A mí me inspiró, más bien, sentimientos contrapuestos: una parte de ternura, sí, pero por otro lado, no puedo olvidar que al final se rinde. Y eso no me parece bien, supongo que es cuestión de temperamento personal. Entre su postura y la del Manila de "Derrumbe" (no puedo concretar más, para no revelar sorpresas de la trama), me quedo con la de Manila sin dudar. A veces es mejor el rostro que hay debajo de la caperuza del loco que el del sabio que se quita los problemas de encima. Saludos.

Jordi Roldán dijo...

No sé si se quita los problemas de encima o aplica la máxima de Sun - Tzu: evita la batalla que no puedas ganar (el "speech" que se marca al inicio es una declaración de intenciones). El hecho que me redime con el personaje es que si te acuerdas, entra en la habitación del motel intuyendo que Chigurh está en ella y sin embargo se arriesga a enfrentarse a él, cuando ya no le quedaba ningún motivo para hacerlo.
Bueno, al menos es la interpretación que le doy.
Saludos

Vicente Luis Mora dijo...

Hombre, yo creo que sí tenía un motivo: es sheriff, e intenta resolver el caso. Su trabajo es entrar en esa habitación. Pero bueno, no tiene mayor importancia. Saludos.

Juan Carlos Márquez dijo...

Impagable el post, este recorrido-ensayo por el horror (añado dos viajes a este completísimo itinerario de asesinos y detectives: M, el vampiro de Dusseldorf (que en principio iba a titularse "Asesinos entre nosotros", pero cuyo título cambio porque ya se sabe cómo andaba Alemania por aquellos años) y El Cebo)) bajo el paraguas de "Derrumbe". Con estas claves, la lectura de la novela, que aguarda en mi mesilla, será seguramente más intensa. Muchas gracias, Vicente.

Anónimo dijo...

Hola Vicente (y a todos),

Sencillamente decirte que muy bueno este paseo por el túnel del horror. Te recomiendo, aunque supongo que a estas alturas ya le habrás incado el diente, es al LAwrence Block y la saga del detective Sccuder.

Saludos
p.c.

Anónimo dijo...

Continuando con los temas alrededor de Derrumbe, esto a lo mejor aumenta la información:

Relato de RMS, de 2006, aparecido en el blog de la AEN.

http://escritoresnoveles.wordpress.com
/2006/11/19/el-terror
-relato-inedito-de-ricardo-menendez-salmon/


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El Terror

Cuando el teléfono suena, miro el reloj, sus dígitos fosforescentes dentro de un vidrio. Son las cuatro de la madrugada.

-La hora del lobo -digo en voz alta.

Comprendo que estoy descolgando el auricular como si el tránsito del sueño más profundo a la más atenta de las vigilias hubiera sido automático, parecido a pulsar un interruptor. Comprendo que estoy pensando eso con total claridad: el hecho palmario, evidente, incontrovertible, de que soy una especie de interruptor que alguien o algo enciende y apaga a voluntad.

Al otro lado de la línea escucho una voz de mujer. Es una voz joven, grave, con acento del sur. Prestando fondo a la voz, cuyas palabras no consigo descifrar, se oye música electrónica, tres únicas notas que se repiten de modo hipnótico: sube-baja-sube, sube-baja-sube, sube-baja-sube. El sonido es nítido, parece que estuviera aquí mismo, en el centro de nuestra habitación.

De pronto distingo lo que la voz dice:

-Papá.

Sé que mi hija está durmiendo plácidamente en su cama, pero aun así pregunto:

-¿Vera?

-Papá, creo que le ha reventado el corazón. Creo que al chico le ha reventado el corazón.

-¿Con quién hablo? ¿Vera?

Sube-baja-sube, sube-baja-sube, sube-baja-sube filtra el tubo, mientras mi mujer me aprieta el brazo y pregunta qué sucede.

-¿Vendrás a ayudarme? ¿Lo harás?

La voz ha perdido su acento. Un velo de lágrimas parece atenazarla.

Ahora percibo una voz de varón, una voz que dice “deprisa, joder, deprisa”, y pronuncia el nombre de Carla. Dos veces: “Carla, Carla.”

-Papá.

-No soy tu papá. Soy…

-Papá, al chico le ha reventado el corazón. Había bebido mucho y luego tomó un puñado de pastillas. ¿Lo entiendes? Está muerto. Muerto encima de mi cama.

Entiendo que es la hora del lobo, el instante decisivo de la lucha entre la oscuridad y el alba, el sube-baja-sube de las tinieblas y la luz.

-Carla -digo-. ¿Eres tú, Carla? Escucha. Tranquilízate. No temas. No soy tu padre, pero no temas. Dime tu nombre, pronúncialo, Carla, déjame oírlo para que así podamos hablar.

-Papá -dice la voz-. Papá, soy Carla y el chico está muerto, con el corazón reventado por culpa de esa mierda.

Entonces cuelga.

Permanezco así, en pijama, viva imagen de la estupefacción, con el auricular pegado a la oreja y mi mujer rodeando mi brazo como si fuera una almohada.

-Era una chica -digo-. Estaba en una fiesta y alguien se ha muerto encima de su cama. Drogas y alcohol.

Mi mujer se limita a respirar pausadamente, el sube-baja-sube de su pecho llenando los segundos.

-Estaba aterrada. Llamaba a su padre.

Llamadas perdidas. Voces de socorro abortadas, llegando a oídos que nada pueden hacer. Mensajes para nadie. Algo que uno imagina sólo sucede en las películas o en los libros. Como Bartleby, el escribiente de Melville, que trabajó en la Oficina de Cartas Muertas de Washington y albergó hasta el final de sus días toda esa pena en su corazón.

Mi mujer se levanta, se recoge el pelo, se pone la bata. La noche ya está gastada; el sueño, condenado. Bajamos de la mano hasta la cocina, como dos enamorados, y me siento a la mesa mientras ella prepara café.

Es bueno charlar entre las cuatro paredes de nuestra vida en común, de pronto alterada por esa muchacha que tiene un muerto encima de su cama. Me apetece despertar a mi hija Vera, decirle que corra a hablar con nosotros ahora que puede, ahora que estamos ante ella y tenemos oídos para sus palabras.

Mi mujer enciende el televisor y escucho decir: “Un suicida se equivoca de número de teléfono y es salvado por un sacerdote.”

Hoy veremos amanecer aquí. Recibiremos los primeros rayos de sol como una especie de bendición, veremos cómo entran por el ventanal orientado al este y recorren lentamente el suelo y la escudilla de nuestro perro, admiraremos cómo trepan por los muebles y los electrodomésticos hasta tocarnos manos y cabello, inflamarnos de vida, calentar nuestra piel.

Muy a lo lejos, apenas audible, el canto de un ave.

Escucho el rugido de mis intestinos. Escucho el murmullo de la carne de mi mujer mientras se ajetrea con la mermelada, la fruta, los bizcochos. Escucho todo este ruido que hacemos en nuestra pequeña vida condenada a desaparecer, todo el sube-baja-sube de nuestros míseros esqueletos.

-Sin azúcar, por favor -informo como un visitante educado mientras me abrazo al cuerpo de mi mujer como a una tabla de náufrago.

Ricardo Menéndez Salmón

© 2006

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c.m.

Anónimo dijo...

Otras caras del terror. Posibilidades del exterior.

“Piensa que estoy loco, pero es posible, quiero decir que tan sólo consideraras la posibilidad de los films como una forma de vida maligna que llegó a la Tierra hará unos cien años, y que gradualmente ha llegado a dominar no sólo nuestros sentimientos si no también nuestros pensamientos. Se alimentan de nosotros, nos han obligado a inventarlos, y darles la materia de su existencia, que es celuloide, o más recientemente, cinta. Quizá entiendas mejor lo que digo si comparas su deseo de succionarnos como una tenia dentro de nuestras tripas. Un gusano planar alimentándose de la tierra, esquilmando las ciudades, el campo, los mares y las montañas.”

(E. L. Doctorow, Ciudad de Dios)

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c.m.

Vicente Luis Mora dijo...

Querido Carlos, ese relato es el que digo que aparecía en "Gritar", y que ahora forma parte (por la página 102, no tengo ahora mismo el libro a mano), de "Derrumbe". Un texto estupendo, por cierto. En "Circular" también describo a un hombre que está noche, solo en su casa mirando en la tele, y recibe una llamada equivocada de una mujer, que intenta decirle algo íntimo, personal. Ella está conduciendo, y por los problemas de cobertura él no puede decirle que no la oye bien. A los pocos segundos, ella tiene un accidente de tráfico. Él escucha por el móvil como el coche sale de la carretera y se estrella, hasta que se hace el silencio. Ella había llamado con la opción de número desconocido. Él ni siquiera puede avisar a la policía para decirles que una mujer acaba de tener, en alguna parte del país, un accidente de tráfico.

Anónimo dijo...

Ambos textos podrían haber sido pasajes del mejor Lynch.

Oche

Vicente Luis Mora dijo...

Guau, qué piropo! Me hubiera bastado con que dijeras "del peor Lynch". Abrazos.

Anónimo dijo...

Fuga

El mal es un punto de vista. El senador Palpatine camina describiendo círculos, mientras el joven lo mira sin decir nada. Si ha alcanzado el interior de los ojos, el resto del mundo queda contaminado para siempre. Está dentro de una casa, al final de un incendio que siempre está en su primera llama. Al final de una carretera perdida, en un pasillo sin luz. Dos ancianos pasando por debajo de una puerta hasta ese momento que no se dice, dice sin detenerse en ningún lado de la habitación. Continúa, y es así como siempre ha sucedido. Está en el dinero que no tememos usar, y con el que soñamos sonreír. Estuvo aquí antes que nosotros. No hay forma de esconderse si quiere encontrarte. No hay que saber nada más.

DLG dijo...

Me habéis recordado al pop rock visceral de Fernando Alfaro ("Pop d de anuncio de móviles"):

Juanjo habla con su mujer por el móvil sin parar,/
ella conduce siempre a gran velocidad,/
se oye de repente un estruendo de metal,/
ahora se oye la radio, y ya no se oye más.

Anónimo dijo...

¿qué es lo propio de lo temible en cuanto tal, de lo temible que comparece cuando tenemos miedo? El ante qué del miedo tien el carácter de lo amenazante. Lo amenazante comprende varias cosas: 1.Lo compareciente tiene la forma de condición respectiva de lo perjudicial. Se muestra dentro de un contexto respeccional. 2.Esta perjudiciabilidad apunta hacia un determinado ámbito de cosas que pueden ser afectadas por ella. En cuanto así determinada, ella misma viene de una zona bien determinada. 3. La propia zona y lo que desde ella viene son experimentados como "inquietantes". 4. Lo perjudicial, en cuanto amenazante no está todavía en una cercanía dominable, pero se acerca. En ese acercarse, la perjudicialidad irradia y cobra su carácter amenazante. 5. Este acercamiento acontece dentro de la cercanía. Lo que puede ser dañino en grado máximo y se acerca, además, constantemente, pero en la lejanía, no se revela en su temibilidad. Pero, acercándose en la cercanía, lo perjudicial es amenazante: puede alcanzarnos, o quizás no. A medida que se acerca, se acrecienta este "puede, pero a la postre quizás no". Es terrible, decimos. 6. Esto significa que lo perjudicial, al acercarse en la cercanía, lleva en sí la abierta posibilidad de no alcanzarnos y pasar de largo, lo cual no aminora ni extingue el miedo, sino que lo constituye.

Martin Heidegger.

Anónimo dijo...

Sobre la territorialidad internacional de la violencia, además del agente secreto de Conrad, la revisión de los demonios de Dostoyevski a cargo de Coetzee, y las continuas reflexiones de Don DeLillo sobre el terrorista (en relación con la literatura, y su posibilidad de alteración de la realidad); la referencia puntual a Palahniuk me ha llevado a pensar en los talleres de escritura peligrosa de Tom Spanbauer. Siempre he pensado que sus libros son, una vez tras otra, variaciones sobre la experiencia de compartir secretos, como los que expuso y a los que se vio expuesto en los del escritor de Pocatello. Las alusiones a Faulkner, McCarthy, y la violencia presente en la prosa de Spanbauer podría servir de complemento/contrapunto a Derrumbe.

“Aparentemente puede no parecer algo peligroso o atrevido, pero lo es. Cuando las palabras que uno cree verdaderas sobre sí mismo finalmente se escriben, consiguen un poder que ya no controla exclusivamente el escritor. Estas palabras dejan ver a todo el que las lee el corazón desnudo del escritor, se convierten en entidades separadas, un documento inacabado sobre quien las escribe.”


http://en.wikipedia.org/wiki/Tom_Spanbauer


She breaks your heart


http://www.laweekly.com/
index.php?option=com_
lawcontent&task=view&id=3590&Itemid=9

Tartas perfectas y escritura peligrosa. Rodrigo Fresán, en El País

http://www.elpais.com/articulo/
semana/Tartas/perfectas/
escritura/peligrosa/
elpepuculbab/20070505elpbabese_2/Tes

REPORTAJE: LA ESCUELA DEL RIESGO
Tartas perfectas y escritura peligrosa

RODRIGO FRESÁN 05/05/2007
El Método Spanbauer de escritura consiste en poner el dedo en la llaga. En hurgar en el propio dolor y extraer las emociones. Ése y otros recursos con los que implica al lector en un viaje narrativo lleno de baches, apariciones, incógnitas y esfuerzos que funden realidad e imaginación, liberándolos. Es un método que sólo le sirve a él, un autor irrepetible.
Como Paul Bowles, Richard Brautigan, William Burroughs, Donald Barthelme, James Purdy (al que tan sólo en pocas ocasiones recuerda un poco) o Kurt Vonnegut, Tom Spanbauer es una de esas contadas, felices e inspiradas anomalías dentro del paisaje de las letras norteamericanas. No puede decirse que Spanbauer encaje dentro de los parámetros de la literatura gay contemporánea más lírica o costumbrista o de aquella que se dedica a repasar con frialdad de documental caliente los estragos causados por la plaga del sida. Spanbauer (Pocatello, Idaho, 1946) es uno de esos escritores que parecen empezar y terminar en sí mismos y que no dejarán escuela no porque no se los admire sino porque se les sabe únicos y, por lo tanto, toda intención de emularlo degradaría en involuntaria parodia.
Esto no le ha impedido a Spanbauer comandar desde hace años, en Oregón, uno de los talleres literarios más prestigiosos del que han salido firmas como Chuck Palahniuk. Es allí donde Spanbauer predica -a partir de lo que aprendió de ese otro raro llamado Gordon Lish, descubridor y formador de Raymond Carver- el evangelio de lo que ha definido como dangerous writing (escritura peligrosa). El revelar, más o menos minimalísticamente, con la más confesional de las primeras personas, aquello que más te asuste o te avergüence o te arrepientas de haber hecho o pensado hacer o, simplemente, haber pensado. Hallar así lo que él ha bautizado como "el sitio que duele". Esto que para muchos sonará a maniobra ingenua o truco inofensivo consigue -según Spanbauer, sólo cuando se llega al fondo de todas las cosas- "verdaderos desprendimientos del yo". Y el ejemplo perfecto de ellos es, para Spanbauer, el relato The Harvest de Amy Hempel, también discípula de Lish, desgraciadamente muy poco conocida para el lector en castellano (Tusquets publicó tan sólo uno de sus libros, Razones para vivir, en 1989).
Es Palahniuk -en un ensayo sobre Hempel que escribió para The L. A. Weekly- quien enumera y recorre los diferentes stages del Método Spanbauer. El primero se llama Caballos y tiene que ver con la utilización de motivos recurrentes a lo largo de un viaje narrado. No renunciar a los caballos que se cabalgan, pero sí transformarlos en otra cosa sin perder el aria del galope original. Algo así. El segundo paso es Quemarte la lengua y consiste en decir algo de manera incorrecta, retorcerlo, despreciando los clichés para que el lector avance más lento y se vea obligado a leer cuidadosamente. Lo siguiente es ser consciente del Ángel que registra: escribir sin emitir juicios y dejar que sea el lector quien saque sus propias conclusiones a partir de los elementos dispares y distorsionados que le entrega el autor. El último mandamiento tiene que ver con Escribir sobre el cuerpo y que el blah-blah-blah de lo que puede llegar a decir un personaje sea reemplazado por sensaciones físicas: olores, sabores, roces y dolores. ¿Se encuentra todo esto -se hace práctica la teoría- en Lugares remotos (1988), El hombre que se enamoró de la luna, La ciudad de los cazadores tímidos y en Ahora es el momento. Seguramente sí. Pero también es cierto que obedecer al detalle las instrucciones de un escritor impar no tiene por qué producir resultados asombrosos. Lo de antes: no hay receta que garantice la maestría de Spanbauer en otros. Porque Spanbauer es, también y sobre todo, la experiencia vivida y aprendida.
"La ficción es aquella mentira que suena más verdadera que la realidad", concluye Spanbauer. Y -en su propio site- lo explica así: "Cuando alguien le preguntaba a mi madre cómo conseguía esa corteza tan dorada y perfecta a la hora de hornear sus tartas, ella, como toda respuesta y sin decir ni una palabra, se limitaba a frotar sus dedos contra el pulgar. Así enseño yo. Todo pasa por cierta sensación indescriptible. No es que yo sepa algo que el estudiante ignora. Cada estudiante de literatura es, también, un estudiante de la vida. Yo también soy un estudiante. Los buenos escritores son los que saben reconocer esto último. Mi tarea es generar un ambiente seguro. Es terrorífico sacar algo afuera y leerlo en público. Y tengo que saber oír al corazón roto, la rabia, lo bochornoso y saber actuar acorde, respetando el modo en que cada uno de los estudiantes se relacionan con ello. Y permitirles que se equivoquen. En el error hay un tesoro. Y si se toca la nota incorrecta las suficientes veces, esa disonancia puede convertirse en la voz de los ángeles. Y una vez que ese estudiante está curtido y listo, recién entonces saco mis uñas y juego a ser el abogado del diablo, el policía malo, el tonto irrelevante... Yo aspiro a la excelencia. Y sólo se accede a ella una vez que has perdido el miedo a ser quien eres".
Así -de eso tratan todos sus libros- para Spanbauer la ficción es transformarse primero para después, desde el centro del sitio que duele, asumir como propia, junto al lector, la verdad de aquel dicho: lo que no te mata te fortalece. Y además -seguro, porque entonces es el momento- te hace escribir mejor.

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De El Boomeran(g). Bitácora de J. F. Fogel.
Publicado el 31/7/2007 a las 11:00
LECTURA PELIGROSA DE VERANO
Limpiando mi despacho –tarea de verano- encuentro un recorte de prensa. Un artículo de Rodrigo Fresán en el suplemento Babelia del diario El País con fecha del 5 de mayo de 2007. Supongo que los suscriptores lo pueden encontrar en línea. El título: "Tartas perfectas y escritura peligrosa".
Sospechaba que contenía algo fuerte. La lectura tranquila, lectura que procura el verano, lo confirma en una segunda etapa. Me explico: Fresán habla de Tom Spanbauer, escritor norteamericano que tiene su taller de literatura para enseñar el dangerous writing (escritura peligrosa), herramienta imprescindible, parece, de la literatura minimalista. No tengo opinión sobre Spanbauer, nunca lo he leído. Pero siguiendo a Fresán encontré en una segunda etapa un artículo de Chuck Palahniuk, ex-alumno de Spanbauer hablando del taller.
Este segundo artículo se publicó en el LA Weekly y, cómo decirlo, se trata de un artículo como uno escribe pocos en su vida: es una declaración de fe. La expresión de un creyente. Palahniuk explica que cada taller dura diez semanas. El trabajo consiste en reducir a pedacitos un cuento The harvest (la cosecha) de Amy Hempel. Tampoco he leído a Spanbauer y Hempel, pero no importa; el artículo es meramente un pretexto para explicar el método de la escritura peligrosa. Según este método, se cocina el minimalismo con cuatro ingredientes:
1. Los caballos. Hay que pensar en las películas del oeste: un carro que atraviesa la obra del principio al fin utiliza los mismos caballos a pesar de que no ocupan el centro de la historia. En una obra de ficción hay que tener a sus caballos para crear algo sin perder una línea de fondo.
2. Las lenguas quemadas. Una torpeza, un cliché, una palabra equivocada detienen al lector. Cometer el error de escribir lo que no se debe escribir es como hablar con la lengua quemada: la audiencia pierde la continuidad del relato. En el minimalismo la más mínima falta es una catástrofe.
3. Grabar como un ángel. El autor no puede pronunciarse, ni de manera subliminal, sobre lo que cuenta. No existen buenos o malos. Solo hay hechos, acciones y apariencias.
4. Escribir sobre el cuerpo. No se debe hablar a la inteligencia del lector con conceptos e ideas sino a sus tripas con sensaciones físicas de olor, textura, color, etc.
Cuando leo el método definitivo para escribir, no lo creo, ni un instante. Pero tampoco puedo negar mi fascinación frente a una persona que pretende tener el secreto de la creación.

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c.m.

Ernesto García López dijo...

Me uno a la felicitación, Vicente, por este post tan riguroso. Sin duda has buceado en toda una genealogía del mal (o del horror o como queramos denominarlo) que nos impone preguntas severas sobre la condición humana, ya sea desde la ventana de lo oscuro (como sería este caso), o desde la luz y la belleza.
Me gustaría aportar un nombre literario más a esta genealogía. En 2002 la novela ganadora del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral fue "Satanás" del autor colombiano Mario Mendoza. Para quién no la haya leído, tan sólo esbozar que se trata de un viaje por el mal dentro de la cotidianeidad en un marco como Bogotá. Pero no se trata de un recorrido por estancias más o menos trilladas (veáse narcotráfico, paramilitares, etc.), no, estamos ante un libro donde lo extraño, lo inquietante, se solapa con la realidad social circundante. Leyendo este post, me puse a repasar sus páginas y, creo, conecta bien con los distintos argumentos que has ido desgranando con rigor de crítico.
Lo dicho, felicitaciones.

Vicente Luis Mora dijo...

No conozco la novela de Mendoza (Mario), pero es que la novelística colombiana, de Vallejo a Roncagliolo pasando por Gamboa o Abad Facioline, es un descenso a los infiernos de lo real; observa el título que Gabriel Vásquez dio a su antología de relatistas colombianos: "Al filo de la navaja: 10 cuentos colombianos" (UNAM, México, 2008). El problema es que para lo que nosotros es ficción -salvo, por desgracia, el tema del terrorismo-, para los colombianos es cotidianidad. Saludos, Ernesto.

Anónimo dijo...

J. Derrida: "La historia de la metafísica es un querer -oirse- hablar absoluto"

(La voz y el fenómeno, Pre-Textos,Valencia, 1985, p. 165)

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Supongo que será inevitable al haber leído sobre la criminalidad culta, y después de Heidegger, que aparezca algún comentario sobre Arendt (y el famoso libro sobre el mal). El párrafo que sigue algo tiene que ver con la visión moderna (de 1934), las cámaras y las pantallas, desde un lado opuesto, o no tanto.

"La fotografía se halla fuera de la zona de la sentimentalidad. Posee un caracter telescópico; se nota que el proceso es visto por un ojo insensible e invulnerable. Retiene tanto a la bala en su trayectoria como al ser humano en el instante en que una explosión lo despedaza." (Ernst Junger, "Sobre el dolor", Tradución A. Sánchez Pascual)
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c.m.

Antonio Jiménez Morato dijo...

Ronca estará encantado de saber que ahora es Colombiano. En fin, habrá que decirle que tire su pasaporte peruano a la basura.

Vicente Luis Mora dijo...

Usted perdone, don Antonio, ha sido un lapsus. En efecto, Santiago Roncagliolo nació en Lima en 1975 y es tan colombiano como yo. Disculpen el error.

Anónimo dijo...

En un poema de Michael Ondaatje de Handwriting, (supuestamente es una versión de un proverbio cingalés) dice -cito de memoria, no tengo el libro ahora a mano-:

"Nunca construyas una casa con tres puertas alineadas una detrás de otra. Un demonio podría entrar hasta el centro de tu casa, de tu vida."

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Alrededor de la sustancia del mal, de los límites del conocimiento filosófico, coloco unos fragmentos de una entrevista reciente a Chantal Maillard, y de un par de reseñas sobre libros de pensamiento oriental. Si os interesa los pongo en su totalidad, pero ya nos saldríamos del interior del monstruo, casi seguro. Un saludo.

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De una entrevista a Chantal Maillard por María Luisa Blanco. 16-06-07

http://www.elpais.com/articulo/
semana/creo/corazon/tengo/
elpepuculbab/20070616elpbabese_1/Tes


"El gran pecado de Occidente es la tristeza"
"La filosofía es voluntariosa, requiere indagación. La poesía es receptiva, requiere un decaimiento de la voluntad"
(...)
P. Afirma que tiene problemas con los conceptos tradicionales. ¿La historia del pensamiento occidental es tramposa?
R. Lo que es tramposo es la metafísica cuando uno piensa que lo que cuenta metafísicamente es la realidad. La filosofía, cuando no se aplica a objetos como el arte, la ciencia etcétera, es una lógica aplicada al ámbito del saber y ahí no hay problema. Pero cuando la lógica se aplica en ámbitos que rebasan el conocimiento, es un juego parecido al del ajedrez: tienes unas piezas y se juega en el tablero, pero si pretendes que ese tablero es la realidad exterior, es tramposo. Juegos metafísicos los hay en todas partes, pero la trampa es creer en los grandes conceptos, cuando creemos que las palabras dicen algo de lo concreto. Lo concreto es singular, y los conceptos son universales, la poesía trae a la pantalla lo singular, y la filosofía juega con los universales, ésa es la diferencia. Yo intento, y lo hago a partir de Husos e Hilos, tropezar continuamente con los conceptos. El lenguaje está plagado, tanto en Oriente como en Occidente, de conceptos y yo los cuestiono.
P. Husos e Hilos, ¿qué quiere significar con una y otra palabra?
R. Los husos son parte de una geografía mental, lo que visualmente corresponde a cada estado de ánimo. Los veo como un haz de fibras y cada una de ellas es un hilo mental. Podemos saltar de un huso a otro según cambien los estados de ánimo, y al cabo del día, vamos cambiando y saltamos de uno a otro.
P. ¿Habla de la vida, de nuestra vida?
R. Sí. No concibo una filosofía que hable continuamente en tercera persona. El pensamiento debe recuperar a la persona concreta, al singular que está viviendo con sus emociones. Si la teoría pierde de vista al sujeto concreto, no funciona, y yo intento recuperarlo con el material de mi propia vida.
P. ¿Qué quiere contar?
R. En general, la dificultad de saberse en el mundo y como sujeto. Toda mi vida he observado mi propia mente y mi capacidad de ver el mundo. Todo lo que he escrito ha sido desde la necesidad de observar la capacidad de conocer. A través de mi indagación en la filosofía india descubrí que cualquier cosa que observes terminará siendo observada dentro de la propia mente, por lo tanto, cualquier contenido es mental, cualquier cosa que puedas mirar es un pensamiento, y si queremos extrapolarlo a realidades que están fuera de la mente nos equivocamos. Eso el budismo lo tiene muy claro.
P. Eso es lo que cuenta en Benarés y en sus Diarios indios.
R. Sí, en ambos hay una toma de conciencia de nuestra imposibilidad para saltar sobre nuestra sombra que es nuestra mente, no podemos ir más allá de ella. Grandes palabras como Dios, verdad, mundo o realidad, no son más que pensamientos y esos son los hilos, imágenes-pensamiento que van pasando. En Hilos, hay un personaje que tropieza con los conceptos, los cuestiona, pero cada vez que lo hace, se paraliza y termina siendo el personaje "Cual", un interrogativo y un genérico, que aparece en la segunda parte del libro. "Cual" quiere decir ¿quién soy?
(...)
P. Su escritura habla del sujeto, de lo que nos pasa.
R. Me cuesta hablar de ello en el lenguaje ordinario. Mi manera de contarlo es en la escritura. Es verdad que la filosofía tiene muy poco trato con el dolor, se ha escrito mucho más poéticamente sobre él, pero no tengo problemas en desnudarme, en expresarme en los detalles mínimos cuando escribo. Con el cuaderno estoy a solas conmigo y sé que, escribiendo, llego a mucha gente porque la experiencia del dolor es la experiencia de todos. (...)
P. ¿Qué le ha dado el pensamiento oriental?
R. La idea de que todo lo que pasa por la mente tiene el mismo estrato y es de la misma naturaleza. Que los pensamientos forman sentimientos y por tanto éstos son sentimentales, y que la paz se encuentra en otro sitio. (...)
R. La tristeza es el gran pecado de Occidente y uno de los grandes pecados que deben ser evitados en Oriente. Es uno de los síntomas del deseo y si la erradicamos, la paz y el amor son posibles. Me considero una gran pecadora occidental porque la tristeza me define, y mi horizonte es el logro de su erradicación aun en los máximos dolores. Oriente es más ducho en esa erradicación, tiene tradición y sistemas en su haber para procurarlo. Nosotros a eso lo hemos llamado la sumisión del indio. Yo creo en cambio que es un camino de comprensión y la mejor manera de estar en el mundo. No tienen grandes logros tecnológicos, pero mire dónde vamos nosotros por ese lado. Y ahora estamos exportándolo a India y a Oriente en general. Ése es otro gran pecado de Occidente: la necesidad de colonizar. De Occidente y de Oriente Próximo, de todos los monoteísmos. La India no ha tenido nunca esa necesidad. Uno de sus pecados es el síndrome de Estocolmo: su admiración por el colonizador. La aceptación del otro siempre ha sido una virtud en ellos, han aceptado las creencias ajenas, pero ahora también están aceptando y emulando las formas de vida de Occidente(...)
P. ¿Tiene esperanza?
R. No. Creo que hay que erradicarla, la esperanza es parte del deseo.

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http://www.elpais.com/articulo/ensayo/mundos/Buda/elpepuculbab/20040918elpbabens_9/Tes


CRÍTICA
Los mundos de Buda
CHANTAL MAILLARD 18/09/2004


Cuando, en 1740, en su Tratado de la naturaleza humana, David Hume se propuso demostrar la insustancialidad del yo, no sabía que un pensador indio, de nombre Nagarjuna, lo había hecho con el mismo rigor y desde planteamientos similares, unos quince siglos antes. Tampoco sabía Kant que aquel filósofo había reducido al absurdo las cuestiones metafísicas desarrollando las mismas antinomias que él había utilizado en su primera Crítica (1789) para demostrar la inoperancia de la razón en ese ámbito. Y, por supuesto, Wittgenstein estaba lejos de suponer que el tal Nagarjuna había desarticulado el lenguaje metafísico diecisiete siglos antes de que él enunciase la frase lapidaria que concluye el Tractatus: "De lo que no se puede hablar, mejor es callarse".(...)


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http://www.elpais.com/articulo/
ensayo/verdad/discurso/
elpepuculbab/
20070825elpbabens_2/Tes

CRÍTICA
La verdad del discurso
CHANTAL MAILLARD- El País. 25/08/2007


(...)
Hace poco menos de tres siglos, un empirista británico llamado John Locke consideró que aquello a lo que llamamos "yo" no era otra cosa que el soporte de unas impresiones. Esto dio lugar, poco después, a que David Hume demostrara la improcedencia de la idea de sustancia y lo hizo, curiosamente, con argumentos similares a los que utilizaron los budistas para sostener la teoría de la impermanencia. Hasta finales del siglo XX, sin embargo, no se les ocurrió a los filósofos europeos, ni siquiera a los más idealistas, pensar que sus afirmaciones acerca de la realidad pudiesen ser igualmente transitorias y, por lo tanto, tan poco verdaderas como las demás cosas de este mundo. La actualidad del pensamiento de Nagarjuna, como ha sabido mostrar acertadamente Juan Arnau en el epílogo a su traducción, reside en su consideración de la realidad (cosas, personas y discursos) como encrucijadas, como encuentros fugaces. La identidad (y la noción de verdad que lleva aparejada) sólo es posible, al fin y al cabo, en el lenguaje matemático. Sólo allí, sin referente, es donde A puede ser idéntico a A.

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c.m.

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el post, lo he disfrutado mucho y ahora me queda una duda, para empezar con Ricardo Menéndez Salmón, que obra me recomendarias?

(Siento no poner tildes pero este teclado no tiene).

Un saludo
Stiletto

conde-duque dijo...

"Apabullante", "magnífica reseña", "impagable post", "post tan riguroso", "rigor de crítico"...
No me gusta entrar en polémicas, pero esto me parece ya excesivo. O estáis todos de coña o algo huele a podrido en Dinamarca o el rey está pero que muy desnudo.
Es apabullante tanta unanimidad.
¿De verdad a esto lo consideráis una buena reseña? Después de leerla no tengo ni puta idea de qué va el libro ni sé nada del autor ni consigo aventurar si me apetecería leerlo o no.
Yo sólo he visto a un teórico o reseñista hinchando mucho el pecho y desplegando las plumas como un pavo real para demostrar que lee mucho (ni que fuera el único) y que sabe rastrear influencias y captar semejanzas entre dos libros del autor. Es cierto: sabe hacerlo.
Pero después de ese ejercicio de prestidigitación... ¿qué? Nada, cero, el vacío. Bueno, sí, los aplausos del respetable.
Que los autores (el del libro y de la crítica) se sientan complacidos con este tipo de juego lo puedo entender, pero ¿los lectores?
De verdad, no quiero molestar, pero me parece hasta ridículo.
Es difícil decir tan poco en tantos párrafos. Sólo una idea clara (vale, son dos): "la inutilidad del conocimiento para la mejora de la vida social (y acaso personal) y la consideración del mal como el elemento más definitorio de lo humano". Lo demás son ideas prestadas o pegotes, comparaciones, cosas metidas con calzador o cogidas con pinzas.
Mucho nombre, mucho título, mucho dato, mucha cita, mucha erudición todoterreno (importante que no falten las dosis oportunas de apocalípticos e integrados), pero nada de finura o agudeza lectora, de sensibilidad estética, de inteligencia verdadera (esa "luz natural" que decían los clásicos, espontánea, no mero ladrillo eruditesco)... en fin, todo eso que uno admira en los grandes críticos literarios como Walter Benjamin y que nos hace disfrutar más de los libros (léanse, por ejemplo, sus ensayos sobre Proust o sobre Kafka, verdaderas "iluminaciones" de textos).
O sea, que menos lobos. Que al menos sirva este contrapunto para equilibrar un poco la cosa.
Que el rey está -al menos- en calzoncillos.
Un saludo.

Vicente Luis Mora dijo...

Stiletto, puedes comenzar perfectamente por Derrumbe, y seguir hacia atrás, en orden cronológico. Con las obras coherentes -y la RMS lo es bastante- da igual la dirección de la flecha del tiempo. Saludos.

Conde-Duque, mi intención, desde hace mucho tiempo -a lo mejor es que es la primera cosa mía que lees- es huir precisamente del tipo de reseña descriptivista y puramente filológica a que suelen dedicarse casi todos los demás. Para eso vas a tener decenas de reseñas del libro en todos los suplementos y revistas del país: trabajos clónicos que van a decir las pertinentes obviedades para las que les formatean en la carrera de Filología Hispánica. Yo me dedico a otra cosa -aunque puedo hacer lo otro cuando quiera, y de hecho alguna vez lo hago-. Pero abrí este blog para tener la libertdo de escribir lo que me diera la gana, al margen de las líneas de interpretación al uso, y es lo que pienso seguir haciendo. No voy a perder el tiempo diciendo lo que hasta un alumno de primero de carrera diría sobre estilo, adjetivos, estructura de la obra, etc. Saludos y lamento molestarte.

conde-duque dijo...

¿Reseña descriptivista o filológica? No, por Dios, de esas tampoco.
Hablaba de lectura inteligente, viva, espontánea, valiente, libre, ni más ni menos que un punto de vista personal o una "experiencia" lectora en un momento determinado (desde dentro y en presente, si se quiere); no una reseña sepultada en datos y erudición que se va por las ramas y no deja ver nada del objeto. Sólo eso. Lo importante debe ser el texto que se comenta, no las gesticulaciones del comentarista.
Por supuesto cada uno hace las reseñas como le parece, faltaría más. No pretendo negar eso. Era un simple desquite ante tanta aclamación en los comentarios, que me parecía un pelín sonrojante; si no, ni habría abierto la boca.
Como decía un ex presidente, sin acritud.

Anónimo dijo...

Jordi Carrión en su blog propone una nueva dinámica para los encuentros literarios. Copio "Creo sinceramente que este tipo de encuentros deberían empezar a movilizar a la gente como lo hacen los festivales musicales de verano. Neo3, después del verano, por ejemplo, sería una buena oportunidad para crear esta nueva dinámica… La sesión de videoliteratura de Eloy y Agustín, más la vidilla propia de un congreso… Habría que promover la idea"

http://www.jorgecarrion.com/blog/
2008/05/22/desde-malaga/

Ya es eso. Para lo mismo, lo de siempre.
Lo de siempre ha dado un resultado impresionante ¿probamos otra cosa?

No sé si una crítica al uso abre paso a contenidos, en apariencia dispares, como "M, el Vampiro" o M de Maillard.

Lenguaje, referentes de imágenes-pensamiento, tomados como correspondientes a realidades objetivas, inmutables (retratadas en las definiciones)

Resulta no es así, parece

entonces, el mal no es exterior. No sería aquello "Tú vampiro, yo bueno" Yo bueno porque no soy vampiro y vampiro es demonio y demonio es el mal. El malo es otro por ser otro.

250.000 copiándose "El malo es el otro", pobre otro, mejor no le vean.


Tenemos colonialismo, guerras mundiales, 11-S y más, por aquí. No lo han hecho otros, es la humanidad, y sigue. Pasan siglos y no cambia. Lo pensado para evitarlo no funciona. A menos los humanos mutemos


Las buenas torturas de la inquisición contra los enemigos del alma: mundo, demonio, carne.
La ilustración tampoco los ha considerado mucho, creo.

Si el mal no está fuera, está dentro. No hemos dedicado demasiada atención a ese "dentro" (carga de significación, juegos de imágenes)

Esa poca atención explica nos limitemos a copiarnos unos a otros: apabullante, me ha encantado, magnífico, impagable post

Comienza uno, se añade otro, copiar y pegar, copiar y pegar.

Vicente Luis Mora dijo...

Estimado Conde-Duque, respeto su opinión. La próxima vez intentaré ser más inteligente o meter anónimos con insultos hacia mi trabajo, para evitar que el blog parezca complaciente. Saludos

Anónimo dijo...

(De la entrevista a Ricardo Menéndez Salmón en El síndrome Chéjov. Las preguntas pertenecen a Miguel Ángel Muñoz.)

La entrevista es bastante más larga pero sustanciosa.

http://elsindromechejov.blogspot.com/

http://elsindromechejov.blogspot.com/2008/05/
ricardo-menndez-salmn-todo-lenguaje-se.html


19 mayo 2008
Ricardo Menéndez Salmón: "Todo lenguaje se funda sobre una derrota evidente: la vocación de nombrar lo innombrable".




"Todos los escritores que admiro han sido escritores de obsesiones. Las obsesiones generan relaciones que van más allá de la vida presente de cada individuo, dibujando redes íntimas que atentan contra la naturaleza del tiempo, que es, por definición, irreversible. En realidad, yo siempre he escrito el mismo libro, uno que, bajo el aspecto del relato o la estructura de la novela, gira alrededor de unas pocas preguntas fundamentales: ¿por qué existen el dolor y el mal en el mundo?, ¿posee la belleza una capacidad redentora?, ¿cómo podemos sobrevivir al sinsentido de la existencia?"



"Un libro es el precipitado de muchas impresiones previas. En una literatura tan concéntrica y centrípeta como la mía, donde los textos se realimentan y los topoi se repiten una y otra vez, es relativamente sencillo encontrar en cada nuevo libro el desarrollo de ideas esbozadas con anterioridad. El tema de la identidad, por ejemplo, es una constante en mi escritura: identidades impostadas, identidades especulares, identidades duplicadas."

4. ¿Cómo funciona para ti la Historia como motor literario?

"La Historia es el lugar donde las cosas suceden, y como tal, un inmenso depósito narrativo a disposición de quien quiera asomarse a él. Un amigo historiador dice que todo está ya contado en Ilíada, Odisea, las 33 obras que conservamos de los tres trágicos griegos y la Biblia. Si eso fuera cierto, querría decir que la literatura, como tal, no hace más que repetirse, que entreglosarse, por usar la expresión de Montaigne, y que los millones de libros que se han escrito no son sino variaciones y notas al pie a propósito de las historias transmitidas en esos textos seminales. La Historia, en cualquier caso, se me antoja un laboratorio inmejorable para el escritor. Basta acercarse a lo que sucede cotidianamente, a lo que hoy es suceso y mañana se habrá convertido en reliquia, en objeto de hermenéutica, para comprender que todos los escritores, lo aceptemos o no, pertenecemos a la escuela realista."



8. Defines a Kurt en La ofensa como un «gestor de la nostalgia»; a Balboa en «Gritar» como un «gestor del ruido»; a Baumann en «Eternidad» como un «gestor de la belleza»; el protagonista de «Los mares recuperados» se define como un «gestor de la memoria»; y Wellington en «El manuscrito Chiavistelli» es visto como un «gestor de la felicidad». Hay algo enigmático para ti en ese sustantivo, y que define de algún modo la condición de tus personajes, obligados a esa reapropiación y gestión de la personalidad disuelta.

"La RAE define gestionar como «hacer diligencias conducentes al logro de un negocio o de un deseo cualquiera». Los negocios y deseos de mis personajes son difíciles (la belleza, la felicidad) e incómodos (la nostalgia, el ruido), pero siempre irrenunciables (la memoria). Al fin y al cabo, podríamos definir al escritor como un gestor de palabras."



13. Muchos de los personajes de Gritar son proyectos de artistas, futuros escritores, carne de frustración. Sin embargo, no los tratas desde una perspectiva metaliteraria actual, sino más bien al modo de la literatura centroeuropea de entreguerras. ¿Qué papel tiene el artista en tu literatura?

"El artista es un resistente, un enfermo y un inútil. Es un resistente porque su motor creativo es el inconformismo; es un enfermo porque lo ha ganado la tristeza de un mundo en el que no encuentra sentido pero acerca del cual se obstina en reflexionar; es un inútil porque lo que hace no le ayuda a ser feliz ni le convierte en más sabio. Resistente, enfermo e inútil, el artista es, por lo tanto, un cuerpo peligroso en una sociedad que quiere gente aquiescente, sana y efectiva. Creo que, en definitiva, el artista es un revelador de todo aquello que las distintas encarnaciones del poder desearían que se mantuviera en penumbra."



18. Un párrafo de Derrumbe: «Glenn Gould interpretando a Bach. Pensó en la belleza. En su inutilidad frente al mal. Cimabue vencido por Gilles de Rais. Beethoven pisoteado por Hitler en Auschwitz. Versos de Rimbaud abrasados en Hiroshima. El aria final de las Variaciones Goldberg no le trajo la calma. Así que volvió a las fotos». De nuevo la inutilidad de la cultura frente al mal. Pero Bach sigue vivo, y Rimbaud, y Beethoven, más allá de las ruinas históricas en las que su eco quedó y quedará silenciado. La capacidad redentora de la belleza, más que un camino contrapuesto a la maldad, ¿no la acompaña en una ruta paralela, que no tiene porqué desacreditar a aquella?

Yo no contrapongo belleza y maldad, simplemente tomo nota de que la primera nada pueda contra los poderes de la segunda, salvo consolarnos ocasionalmente. En realidad, lo que a mí me obsesiona no es tanto que belleza y maldad sean rutas paralelas, como insinúas, sino que coexistan en la misma conciencia. En La vida de los otros hay una escena en la que Dreyman, el dramaturgo vigilado por la Stasi, interpreta al piano una sonata. Al otro lado del espejo, el espía Wiesler está escuchando. Dreyman dice entonces: «Nadie puede escuchar esta música de verdad y ser al mismo tiempo una mala persona». El espectador, reconfortado, acepta que, desde ese instante, algo ha cambiado en el interior de Wiesler, que sus horas como miembro de una organización asesina están contadas (...) Quizás, como al Dreyman de La vida de los otros, nos aterra pensar que el arte carece de una dimensión salvífica, que al escuchar a Stravinski la maldad pueda permanecer indemne. Pero algo me dice que, de existir, ese infierno urdido por las religiones sería un lugar lleno de bibliotecas."



"El uso de la elipsis, por otro lado, me parece un elemento crucial, ya no en esta novela, sino, en general, en mi narrativa. Cada vez me interesan más los escritores que hacen de la elipsis un vehículo narrativo de privilegio, como en su momento lo fue Kawabata o como ahora lo puede ser McCarthy. La elipsis no sólo es fascinante como instrumento que exime al escritor de tener que explicarlo todo, sino que apuesta por un lector constructivo, inteligente, activo, comprometido con una obra que, como la vida, deja habitaciones vacías, desamuebladas."

22. Al leer Derrumbe se lleva uno la sorpresa de que uno de sus capítulos es, con apenas cambios, el relato «El terror», que aparecía en Gritar. Si ese relato funcionaba como cuento, en la novela funciona perfectamente como capítulo, lo que nos hace plantearnos los límites, que a veces los cuentistas delimitan demasiado, entre cuento y novela, pero también nos demuestra la relación cada vez mayor que hay entre la novela y el relato, su trasvase de técnicas. Cuéntanos las circunstancias y el porqué de esa inclusión.

"El trasvase fue de la novela al libro de relatos y el culpable —llamémosle así— de ese viaje fue Fernando Clemot, editor de Paralelo Sur, para cuyo número de junio del 2007, una especie de dossier acerca de la narrativa española contemporánea, me solicitó un relato inédito. En aquel momento yo no tenía nada que ofrecerle, pero mientras estaba enfrascado en la corrección de Derrumbe me di cuenta de que, en medio de la novela, había un texto que poseía entidad propia como relato. Como curiosidad quizá merezca la pena contar que hay una novela extraordinaria, Sangre sabia, de Flannery O’Connor, que está construida sobre una serie de relatos publicados independientemente."

23. La segunda parte de la novela recuerda al DeLillo de Ruido de fondo, por su temática y su manera de enfrentar el análisis literario de los miedos sociales. ¿Qué autores o novelas han marcado la concepción y escritura de esta novela?

"DeLillo es, para mí, el lector más privilegiado de nuestro tiempo, algo así como el Kafka contemporáneo. Nadie como él ha sabido descifrar la entraña del nuevo milenarismo y anticipar los miedos actuales: el terrorismo en Jugadores o El hombre del salto; la muerte en Ruido de fondo y Body art; el simulacro en Fascinación y Submundo. Y en todas ellas, por supuesto, la amenaza tecnológica. Me siento honrado con la comparación. Dostoievski es otro de los pilares que sustentan Derrumbe. La lectura de Los demonios me conmocionó. Confieso que mi personaje literario favorito de todas las épocas es Stavrogin. Creo que Los demonios es un texto decisivo para comprender el mundo desde 1860 hasta nuestros días, uno de esos libros que demuestran que la gran literatura es siempre contemporánea."

--

c.m.

Unknown dijo...

vicente, leída tu interesante crítica pero no todos los comentarios que ha suscitado (disculpa, pues, si repito algo ya dicho), siento la tentación de añadir una posibilidad. la de DERRUMBE como versión patria de EL HOMBRE DEL SALTO, si bien menos explicativa y aún más simbólica, más entregada a la reelaboración en forma de mito que a la descripción del paisaje tras la batalla (ahí es quizá donde ligeramente me chirría: al asesinato como bella arte de este siglo XXI, de SEVEN a SAW, lo mismo que a la destrucción terrorista de una ciudad, le falta la distancia de que sí gozaba el nazismo en LA OFENSA). delillo, incluso amis, dejan que las acciones hablen por sus pilotos suicidas. rms prefiere inventar su propio terrorismo, pero al hacerlo acaba mostrándose decimonónico, en efecto dostoievskiano: sus arrancadores son en el mejor de los casos cosecha 1970s, hay en ellos una ingenuidad política y no el nihilismo aniquilador que parece de rigor en nuestro miedo contemporáneo. de forma paralela, aunque se trate de dos niveles diferentes de sugerencia, prefiero el horror inenarrable e inenarrado de kurtz a la imagen del león. mortenblau es en exceso majestuoso, hermoso, poderoso. y sí, el mal presenta esa capacidad de seducción. ¿pero para todos nosotros (pues a eso apunta la relación con la mujer de manila)? ¿y no resulta tramposo limitar la suciedad al ámbito de las vidas no asesinas? en fin, que llevo días lidiando con las ideas que me ha generado la novela. notable circuito el suyo, desde luego, aunque alguna conexión me falla. un saludo.

Vicente Luis Mora dijo...

Querido Milo, es un lujo tenerte por aquí. Gracias por tus opiniones; en realidad, yo no puedo responder, porque sería RMS quien debe hacerlo. Tu lectura de "Derrumbe" es consistente y seria, y apunta una serie de elementos que pueden ser objeto de debate (pero insisto, con el autor, ya que haces preguntas muy directas). Sólo hay uno que yo he mencionado en mi reseña: en efecto, cuando veo un libro o una película donde lo casposo y cutre asola sólo la vida de la gente de bien, mientras que los asesinos y sociópatas son maravillosos y bellos, algo salta en mi sentido arácnido. Me chirría. Sé, Molinuevo nos lo tiene enseñado hasta la saciedad, que las representaciones icónicas del mal son casi siempre más poderosas que las del bien, pero:

1) eso quizá puede corregirse, y a veces se hace: en V de Vendetta o en Indiana Jones, por ejemplo -lamento este último ejemplo, bastante underpop pero significativo-, el modelo no negativo (aunque en V de Vendetta es un modelo problemático, pronto abordaremos este tema) es mucho más potente que el representado por el mal.

2) Esa hiperrepresentación del mal puede esconder cierta complacencia con sus fines; una cosa es aceptar la parte diabólica que todos tenemos dentro y dialogar con ella (Jung dice que no hay individuación sin aceptación de la parte de sombra del Sí Mismo), y otra plantear que la peor parte es la que vale, y que todo lo positivo, toda la gente que actúa dignamente y sin molestar a los demás, es plana, sórdida y cutre. Hum. No, no estoy de acuerdo. Entramos en cuestiones éticas, pero es que la literatura es una cuestión ética, y esos modelos inflados de representación del mal, planteados como lo estético sublime, me dan mala espina, Milo. El nazismo era, en sí mismo, un modelo de representación hiperestetizante, que triunfó en gran parte por su estudiado poder icónico. Estas cargas de profundidad oscura me parecen, resumiendo un poco a lo bruto, un fracaso del humanismo bien entendido, una vindicación parabólica e inconsciente del antihumanismo, un planteamiento de la violencia extrema como algo inevitable y comprensible, justo en los tiempos históricos en que menos lo necesitamos. Saludos y bienvenido, Milo.

Unknown dijo...

gracias, vicente. y sí, parte de lo que comento se ha de transformar en preguntas de cara a la entrevista que estoy por hacerle al autor, disculpa si se me ha escapado en forma de monólogo externo. el caso es que muy interesante tu réplica, me lleva a recordar que bateman también era majestuoso y hermoso y terrible, pero no chirriaba. quizá porque ellis se distanciaba de él, caso de acercarse interponía una cortina de ironía, mientras que mortenblau tiende a mostrarse trágico, incluso barroco si me lo permites. no creo que haya complacencia por parte de rms, desde luego. sí una excesiva preocupación por el dichoso abismo nietzscheano. es decir, ¿el fracaso humanista acontece a priori? ¿rms se contagia de él al querer analizarlo y/o representarlo? ¿de ahí el pesimismo que destila la obra? en ese sentido, LA OFENSA se mostraba más limpia, menos cargada en sus polos negativos. pero, a la vez, DERRUMBE salpica con más fuerza, ¿no crees?

Vicente Luis Mora dijo...

Bueno, es que RMS me parece un autor -como buen moderno, en el mejor sentido del término, que es-, profundamente nihilista y volcado al pesimismo. Basta leer "La noche feroz". Sus modelos son Bernhard y Dostoievski, y el Faulkner más atávico, no por casualidad. En ese sentido, se destila a priori en "Derrumbe", como apuntas, la experiencia del mal. Pero creo que la parte nueva (el acercamiento al mal desde el punto de vista de un psicópata) se le va éticamente de las manos, queda demasiado hechizado por su personaje. Mortenblau vive como un artista y muere como un estoico: su resignación en el momento final me recuerda a la de Séneca, por ejemplo. Muere como el psicópata de Seven, exactamente igual (no quiero desvelar detalles de la trama), lo único que cambia es el lugar. Ambos criminales están deificados, dejan en mantillas con su inteligencia a sus mediocres oponentes y actúan como dioses, todo lo que sucede está previsto y anticipado por ellos.

Insisto: esta hipermotivación -se dé donde se dé- me escama, me preocupa. Genera la imagen de que ser un asesino implacable, sujeto a ciertos ritos embellecedores de cada crimen, puede ser un modelo de triunfo, una imagen exitosa y envidiable, algo "cool". Y lo peor es que los modelos generan imitación, siempre me acuerdo de aquellas dos adolescentes cafres de Cádiz que mataron a una compañera de clase "porque queríamos ser famosas". Por no hablar de los ya casi habituales colgados que se visten de negro, se ponen sus gafas de sol y cargados de armas irrumpen en un campus norteamericano matando a diestro y siniestro. ¿No es significativo -me pregunto sin aludir a nadie, sin echar la culpa a nadie en concreto- que esos chicos "se adornen", se "vistan" para cometer sus crímenes, se sujeten a una representación estetizante y archiconocida para matar a discreción? ¿No es tan importante la imagen que quieren dar como el acto que hacen? ¿Es casual que se graben en vídeo antes o durante la matanza? ¿No quiren, en el fondo, un biopic sobre sus vidas, en el que salgan guapos?

Bueno, estas son preguntas incómodas de hacer, y sobre todo incómodas de responder. Pero como artista, como escritor que lleva dos años escribiendo una novela sobre otra forma de mal absoluto, tengo muy presentes estas cuestiones, y sólo espero que algún día nadie pueda decir que mi acercamiento al mal se contaminó de su poder de fascinación. A este respecto, supongo que soy un antiguo, un desfasado griego helénico: yo quiero que las cosas mejoren.

Espero no tener que pedir perdón por ello.

Será interesante leer esa entrevista a RMS, Milo. Tenme al tanto.

josé luis molinuevo dijo...

Tengo que pedir disculpas por intervenir sin haber leído todavía la obra de RMS, que Vicente, como tantas otras, me ha descubierto.Pero se ha cruzado tu cita con una entrada de mi blog expresando una preocupación estética no tan lejana. Lo cierto es que el debate ha alcanzado una altura envidiable, al menos para los ámbitos académicos.
Sólo una pregunta. ¿Cómo plantearíamos hoy esa relación entre ética y literatura? La propuesta de lo bello y sublime como símbolo de lo bueno tiene una tradición nefasta y la prueba está en la estética nazi, los fanatismos religiosos, y los discursos políticos más empalagosos de la democracia en período de elecciones.
Y, sin embargo, cabe una recuperación de la belleza ahora que, como dice Kundera, no parecen quererla los artistas. Yo, al menos, lo intento.
Me atrevo a sugerir que el mejor servicio ético que puede hacernos una obra es el de ayudarnos a formar un criterio estético.

Vicente Luis Mora dijo...

Totalmente de acuerdo, José Luis. No se trata de generar "buenismos", ni de recuperar la belleza en un sentido romántico o, mejor dicho, prerromántico, renacentista. La interrelación de ética y estética (que ya estaba en el subtítulo de mi ensayo "Singularidades") es un terreno pantanoso, crítico y críptico, pero precisamente por eso es el lugar teórico donde estar.

Lo mejor sería establecer ejemplos concretos, ya que si nos metemos en las categorías nos perdemos: si apelo a lo "bello contemporáneo" o a lo "socialmente útil", nos enzarzamos en debates nominalistas del tipo: "¿qué es lo bello? ¿qué es lo contemporáneo? ¿qué es lo útil?", en plan debate televisivo, relativizante y posmoderno. Creo que podemos hacer cosas más sugestivas que un "59 segundos" de estética, y quizá la forma sea razonar sin abandonar lo concreto.

Por ejemplo, abramos un abanico de posibilidades narrativas. Imaginemos que vamos a escribir un libro sobre -invento en este instante- el conflicto de Darfur (el de Eduardo Lago que saldrá en otoño irá, en parte, sobre eso), o ambientado en la antigua Yugoslavia, o Yugoeslavia, ya ni me acuerdo cómo se escribe. Imaginemos un "señor de la guerra" local, que hace contrabando de armas y que se aprovecha de la situación de conflicto, un poco a lo Kurtz de Conrad. Bien: posibles modelos de representación:

1) Tipo Torrente: gordo, seboso, desaliñado, sudoroso, mal hablado, rijoso y sucio. Rodeado de partisanos armados, también desaliñados en su aspecto, con las camisas por fuera, barba de tres días y fumadores. La palabra más compleja que utiliza en sus diálogos es "silenciador".

2) Tipo malo de James Bond: pensemos en el Jano de "Goldeneye". Correcto, formado en algún ejército, lo dejó tras un consejo de guerra. Viste con corrección, pero sin alharacas ni preciosismos. Lenguaje directo e irónico, es un cínico integral, responde a quien le acusa de aprovecharse del conflicto serbio con frases del tipo: "quien esté libre de pecado...", y sus réplicas se sustentan en sonrisas irónicas. Posiblemente tiene un defecto físico, una cicatriz, o una perceptible cojera.

3) El hombre de Oxford. Elegante, distinguido, está en el tráfico de armas como pudiera estar en el mundo del arte, al modo de un exquisito somelier de restaurante de cinco estrellas. Viste de Armani y se rodea de un grupo de paramilitares con uniforme propio, oscuro, ribeteado con detalles de cromo. Actúa bajo el amparo de una sociedad limitada con un logo visualmente poderoso, grabado en los uniformes de sus súcubos, y con nombre comercial de resonancias clásicas, por ejemplo "Utópica". Razona filosóficamente su presencia en los Balcanes, arguyendo que la guerra es un cáncer estructural de Occidente y que él es solamente la proteína que alimenta los nódulos malignos. Su novia es una modelo espectacular, y sus cuerpos, como los de los paramilitares que les rodean, son producto del gimnasio y la cirugía estética. Cita el Ricardo III de Shakespeare y los parlamentos de Antígona para justificar los crímenes realizados para obtener el poder, y escucha Mahler mientras paladea un caldo italiano en la terraza de su espectacular palacete a las orillas del Lago Como, mientras su venus desciñe su vestido de Chanel.

De acuerdo. Todos sabemos que la realidad no ofrece más que los dos primeros modelos, más bien el primero que el segundo. ¿Qué obliga a los escritores de todo el mundo a elegir, sistemáticamente, el tercero? ¿Por qué esa galvanización, esa idolatría, esa transustanción del mal en una forma divina, hiperhumana, en una variante pret-à-porter del Übermensch nietzscheano?

Resumo: si el novelista desea reproducir la realidad o, mejor expresado, hacer un personaje creíble, ¿por qué adoptar el tercer modelo? ¿qué justifica el sacrificio de la credibilidad, de la verosimilitud? Esa es mi pregunta.

Anónimo dijo...

Creo que Alfred Hitchcock en La Soga lo clava. Frente el personaje encarnado por John Dall, que pertenece sin duda a esta tercera categoría nos esncontramos con un James Stewart que manteniendo también esas mismas características, con la solera que da la madurez, se presenta durante el tramo final de la película como el verdadero modelo ético y estético, descubriendo la sordidez y la tontería, con Arendt, que en última instancia sostiene a la maldad.

Un saludo.

Oche.

Anónimo dijo...

La parodia de todo eso es el Actor Secundario Bob. Nadie puede quere tomarlo como modelo.

josé luis molinuevo dijo...

La respuesta es impecable y un ejemplo de criterio estético. Pero no debería desdeñarse el ejemplo nº3 pues, como dicen nuestros amigos, has "clavado" un "señor de la guerra" posmoderno. Los hay y son los peores. ¿De dónde salen? ¿Son ése mi semejante, mi hermano, de Baudelaire? ¿Quién y cuándo puede ver a Bob en el espejo?

Jordi Roldán dijo...

Por dar otro punto de vista (un tanto marciano en este caso como diría AFM)
Existe también una estética bioquímica de la violencia, del armazón cerebral que son los cimientos del edificio, sin los cuales no se podría explicar el comportamiento, los ornamentos del exterior. Lo violento no deja de ser una costumbre humana y como tal intrínseca a nosotros mismos. Existen bases biológicas y factores genéticos que explican conductas agresivas o que ayudan a su formación. Es estética anatómica macroscópica, y microscópica de neurotransmisores y genes. Por ejemplo, se habla de la relación entre el déficit de serotonina (sustancia que ayuda a reducir la irritabilidad y la conducta violenta) y con cierto tipo de conducta agresiva (el prozac a parte de para la depresión también se utiliza en conductas agresivas)
Hay una estética de la fisiología molecular, de déficits o excesos de neuromoduladores, neurotransmisores y demás, estética directa y cruda. No sé, algo así como neuroestética.

Vicente Luis Mora dijo...

Estamos totalmente de acuerdo, LHDA (por cierto, tus iniciales o las iniciales de tu blog coinciden con las de un ácido lisérgico, de ahí tu voluntad marciana, imagino). No es de no asumir nuestra violencia estructural de lo que estamos hablando, hay que pactar con la sombra, como he escrito más arriba. Hablamos de modelos de representación, por un lado, y de qué hacemos con la violencia extrema, injusta, innecesaria y gratuita. Este tipo de violencia es muy graciosa, graciosísima, hasta que uno la sufre en sus propias carnes o en la de alguien que quiere. Yo, por desgracia, la he sufrido en el segundo caso, en un par de amigos próximos, y te aseguro que el "acontecimiento real", ver esa violencia de cerca y comprobar sus verdaderos efectos en la carne, trastoca por completo las fantasías de violencia cool y hace reflexionar. Y por eso me preocupa cuánto de lo que se hace (no tanto en literatura como en los modelos de representación que de verdad calan: cine y videojuegos) tiene efectos más allá del arte o de la diversión, y genera consecuencias que acaban dejando su huella en la piel real de personas reales. Posibilidades:

1) ¿Todo? (es decir: ¿esa representación tiene efectos inmediatos y generalizados, lanzando a la calle a los adolescentes a matar?) Por supuesto que no, habría que ser imbécil o muy ingenuo para pensar eso: se supone que la gente discierne, incluidos los maleables niños y adolescentes.

2) ¿Nada? ¿No hay ningún efecto, absolutamente ninguno, consciente o inconsciente, en nadie? Hum... ¿seremos tan ingenuos?

3) El lugar intermedio: ése es el problema, aquí empieza el debate ético. ¿Hacemos ética de mínimos, reducimos las posibilidades o, como no tenemos claras las lindes, nos lanzamos alegremente a representar como fascinante, cool, elegante y deseable la violencia extrema sobre el prójimo? Aquí es donde está el debate, todo lo demás son zarandajas y hurtar la madre del cordero.

Ahora que lo pienso, me parece que entre el material dejado fuera de Pangea (unos cientos de folios) tengo estudios, estadísticas y datos referidos a esto, a ver si los busco, para no hablar en términos abstractos, y seguir ateniéndonos a lo concreto. Saludos.

Jordi Roldán dijo...

Pues por donde has señalado van los tiros Vicente.
Yo trabajo en un hospital, imagínate si estoy sesgado en la visión de las cosas...me parece que todo el mundo tendrá un cáncer, un infarto, o son unos psicópatas del copón.
En palabras de A.Damasio (neurocientífico. Ha escrito El error de Descartes, por ejemplo), tenemos la gran responsabilidad de asegurar que la cultura y el desarrollo individual se ajusten adecuadamente a todos estos rasgos que tenemos todos.
El comportamiento violento es una red diversa donde intervienen moléculas, emociones, cultura (cine, videojuegos, lecturas...), entorno...
Me temo que las preguntas de tu punto 3 son afirmaciones, al menos para mi.

PD: no había pensado lo de las iniciales. Pero bueno, en realidad soy Jordi, Jordi Roldán, en el título de mi blog está el nombre propio. Lo que pasa es que lo de Arles me trae buenos recuerdos, por eso no lo acabo de cambiar.
Saludos.

Vicente Luis Mora dijo...

Ya sé que tu nombre es Jordi, creo que alguna vez he dejado algún mensaje en tu blog, al que entro, como a muchos otros, de vez en cuando. Si trabajas en un hospital, ya sé que piensas como yo: es muy fácil ver ciertos toros desde la barrera de la ficción, la carne auténtica es otra cosa, ¿verdad? Saludos, Jordi.

Anónimo dijo...

A mitad de los años ochenta aparecio en EEUU "People of the lie", un libro que se tradujo como El mal y la mentira. M.Scott Peck es también autor del libro The Road Less Traveled. En su momento fue bastante leído e influyó en el trabajo de Frank Miller de la época.



http://www.amazon.com/People-Lie-Hope-Healing-Human/dp/0684848597

Reseña en inglés del libro

http://www.suite101.com/article.cfm/ritual_abuse/87593

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Los gatillos los aprietan los individuos
por M. Scott Peck

La especialización es una de las mayores ventajas de los grupos. Hay formas en que los grupos pueden funcionar con mucha mayor eficiencia que los individuos. Porque sus empleados están especializados como ejecutivos y diseñadores y fabricantes de herramientas y líneas de montaje, la General Motors puede producir una enorme cantidad de autos. El hecho de que yo tenga el conocimiento y el tiempo para dedicarme a escribir este libro es el resultado directo del hecho de que yo soy un especialista dentro de nuestra comunidad, y dependo absolutamente de agricultores, mecánicos, editores y libreros para mi bienestar. Mal puedo decir que la especialización es negativa. Por otra parte, estoy totalmente convencido de que gran parte del mal de nuestro tiempo está relacionado con la especialización y que necesitamos desesperadamente desarrollar una actitud de desconfianza y cautela hacia ella, con el mismo grado con que tratamos los reactores nucleares.

La especialización contribuye a la inmadurez de los grupos y su potencial para el mal a través de diferentes mecanismos. Por el momento me restringiré a la consideración de uno sólo de ellos: la fragmentación de la conciencia. Si en la época de MyLai, paseándome por los corredores del Pentágono, me hubiera detenido a hablar con los responsables de dirigir la manufactura de napalm y su transporte a Vietnam, y si hubiera cuestionado a esos hombres sobre la moralidad de la guerra y, por lo tanto, de la moralidad de su ocupación, éste es el tipo de respuesta que invariablemente habría recibido: "Ah, apreciamos su preocupación, ya lo creo, pero creo que nosotros no somos la gente con quienes usted debe hablar. Esta no es la sección que corresponde... No determinamos cómo y dónde se las usará. Eso corresponde a planeamiento. Tiene que hablar con ellos, al otro lado del corredor." Y si yo hubiera seguido esta indicación, y expresado los mismos conceptos, la gente de planeamiento me habría dicho: "Ah, sabemos que hay temas muy graves en discusión, pero creo que están más allá de nuestra esfera. Nosotros simplemente determinamos como se realizará la guerra... no si se llevará a cabo o no. Los militares sólo hacer lo que se les ordena hacer. Estos grandes temas se deciden en la esfera de la Casa Blanca, no aquí. Es allá donde debe llevar sus preocupaciones". Y así sucesivamente.

Siempre que los roles de los individuos en un grupo se tornan especializados, se hace posible y fácil que el individuo pase la carga moral a otra parte del grupo. De esa manera, no sólo el individuo abandona su conciencia, sino que la conciencia del grupo como un todo puede llegar a fragmentarse y diluirse hasta dejar de existir.


*M. Scott Peck, conocido psiquiatra estadounidense, escritor y autor de "La nueva psicología del amor". Fue jefe del grupo que investigó las atrocidades cometidas en MayLai, Vietnam. Tomado de "El mal y la Mentira", Emecé editores.

El nal y la mentira
M. Scott Peck
Emece Editores

ISBN:950-04-0774-4

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M. Scott Peck

http://en.wikipedia.org/wiki/M._Scott_Peck

http://www.mscottpeck.com/index.html



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--Un prototipo desactivado de señor de la Guerra

http://www.imdb.com/title/tt0399295/

http://www.labutaca.net/films/41/elsenordelaguerra.htm

Robert Hare

http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_Hare

http://www.hare.org/


En Redes #438, últimas preguntas de Eduard Punset a Robert Hare

El enlace a la entrevista completa

http://www.acosomoral.org/Hare1.htm



Eduard Punset: La ultima pregunta es casi irrelevante después de todo lo que hemos dicho. Iba a preguntarte por qué han tardado tanto los expertos en diferenciar el comportamiento de los psicópatas del resto de los criminales.

Robert Hare: La pregunta no es irrelevante, y de hecho es una pregunta muy importante. Me gustaría tener una buena respuesta, pero sólo te daré algunas ideas. Tendemos a pensar que las otras personas piensan de la misma manera que nosotros, y nos gusta creer que la gente es buena.

Eduard Punset: Que la gente es inherentemente buena.

Robert Hare: Pensamos que si se les da una oportunidad todo irá bien. Algunas personas creen que si les damos un cachorro de perro, un abrazo y un instrumento musical, ya estarán bien. No estarán bien. Esto es parte del problema.

Eduard Punset: No todo el mundo es inherentemente bueno: esto es difícil de aceptar.

Robert Hare: No es que sean inherentemente malos, es que algunas personas son más difíciles de socializar que otras. Y los psicópatas se encuentran entre los que son más difíciles. Pero uno de los problemas que existen para tratar esta enfermedad en concreto es que es difícil reconocerlos. Yo di una conferencia en Gales, antes de venir aquí, que tenía el título de “Serpientes vestidas con Traje” y hablaba del psicópata que no está en la cárcel, sino el que está en el equipo de gestión, o es un comercial, o es un marido o esposa. Son personas que no reconocemos, pero las víctimas sí las reconocen. Normalmente cuando acabo de dar una conferencia me dicen cosas como “acabas de describir a una persona que está en mi vida pero que no está en la cárcel”. Los gobiernos y la sociedad quieren una salida fácil, y una salida fácil es decir que todos estos problemas son económicos o sociales. Si invirtiéramos más dinero todo el mundo estaría bien, pero esto no es así. En un mundo utópico el psicópata sobresaldría, ya que sería el predador, porque eso es lo que hacen, se aprovechan de las personas. Podemos tener una utopía perfecta y seguiría habiendo psicópatas.

Eduard Punset: Y esto es políticamente incorrecto.

Robert Hare: Sí y no nos gusta utilizar el término psicópata, aunque están en todas las áreas donde se puede obtener algo: desde pozos con agua, tierras de labranza o allá donde haya poder o prestigio. Donde se pueda obtener dinero habrá un psicópata bien vestido e inteligente que le atrae estas cosas y que lo hará muy bien para conseguirlo. De manera que hay muchas áreas: negocios, política, etc, en las que el psicópata inteligente encontrará un hogar muy confortable.
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c.m.

Anónimo dijo...

Añadiría yo, la repercusión en las mentes adolescentes que producen esos personajes a medio camino entre la ficción y la realidad que son los estrellas de la música pop. Gente como Manson o Snoop Dogg calan bastante más que, pongamos, un personaje de ficción total como Sylar. Y es así, Vicente, hasta un niño de siete años discierne, de acuerdo, el problema puede ser el de los modelos de excelencia a los que el estrato más joven, menos formado, de una sociedad tiende. Difícil hacerles creer, ya, que el antónimo de malo es bueno y no tonto, pringado, etc.

Considero que una de las reflexiones más radicales que se han realizado en los últimos años acerca de la violencia, de la ultraviolencia más bien, fue la película Funny Games de Michel Haneke, (hablo de la primera, la del 97, del remake no sé nada) un intento de mostrar por medio del cine eso que Vicente ha apuntado: la verdadera cara de la violencia gratuita, esa que en la realidad no tiene ni puta gracia.

Saludos.

Oche.

Anónimo dijo...

"Con la espada de Orión
el cazador se alzó
y conquistó el mundo
con furia y gracia,
Por el nací,
por el moriré,
por el perderé
nombre, condición y prestigio.
Muerte antes que debilidad,
antes que desesperación,
antes que ganacia.
Muerte antes que deshonor,
muerte antes que no muerte,
muerte antes que fuego sin llama
- todo esto prometo
oh grendel, gran kahn,
para servir y proteger
sobre la marea interminable de la muerte
- con tu palabra en mi corazón,
tus ojos en mi rostro
y tus colmillos en mi mano,
por mi mismo

Vivat grendel"

(juramento Grendel)

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“La existencia de Grendel es lamentable. Ardió con una intensidad que raramente se encuentra en la sociedad. Tristemente, a menudo no entendemos las chispas que prenden tales infiernos y debemos sufrir su voracidad en vez de beneficiarnos de su inagotable calor y energía. Desdichadamente, Grendel siempre ha existido.

Es el demonio de la mediocridad de la sociedad.”
Matt Wagner

--

http://en.wikipedia.org/wiki/Grendel_(comics)

Grendel FAQ

http://www.totallyevil.net/grendel/index.html


La espada de Orión

http://laespadadeorion.blogspot.com

Grendel en España

http://laespadadeorion.blogspot.com/2005/09/el-grendel-que-vimos-parte-primera.html
http://laespadadeorion.blogspot.com/2005/09/el-grendel-que-vimos-parte-segunda.html
http://laespadadeorion.blogspot.com/2005/09/el-grendel-que-vimos-parte-tercera.html

Las eras de Grendel

http://laespadadeorion.blogspot.com/2006/03/las-tres-eras-de-grendel.html

http://laespadadeorion.blogspot.com/2006/03/grendel-la-era-hunter-rose.html

http://laespadadeorion.blogspot.com/2006/03/el-ciclo-grendel.html

http://laespadadeorion.blogspot.com/2006/03/la-era-grendel-tales.html



MATT WAGNER: EL AÑO QUE FUIMOS GRENDEL (Gijón, 2001) Exposición
Darko Macan/ Norman Fernández/ Paco I. Taibo II...Ed. Ayto de Gijón. 177 págs. 17 x 24 cm. Indice: El Evangelio según Grendel.los Grendel Apócrifos. El hombre detrás de la máscara. Catálogo de comics y originales expuestos…

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Grendel Zone en Dark Horse Comics

http://www.darkhorse.com/zones/grendel/

Un fan site de lo más completo

www.vivatgrendel.com

Extensa entrevista a Matt Wagner sobre el universo Grendel

http://vivatgrendel.proboards80.com/
index.cgi?board=interviews

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Un estudio sobre la naturaleza de la agresión, en palabras de Matt Wagner. El "ciclo Grendel" es tan largo que hay para repartir en las tres tipologías de violencia -y aún más allá- citadas. Desde un Hunter Rose sofisticado a lo Hannibal Lecter a descerabrados borrachos, ex-soldados violentos, pasando por iglesias con demonios infiltrados.

Muy buena calidad media general, algunas historias especialmente singulares como Guerra de Clanes, entre otras.

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El adversario, de Carrere, ¿otro ejemplo del mal interior?

Hugh Laurie afirmó en una entrevista que una de las diferencias que encuentra con Inglaterra es que en Estados Unidos se aprecia y valora de otra forma la inteligencia. Es probable que dentro de una fantasía, uno prefiera un archienemigo inteligente antes que una despreciable bacteria para finalizar su existencia, una conspiración internacional antes que una queja (El padre de Blancanieves, de Gopegui) para que la vida cambie a peor y empiecen las preguntas. "Existence is still the job", que diría Saul Bellow... Un saludo.

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c.m.

Anónimo dijo...

"ganaNcia", por supuesto.

Mil perdones.

Anónimo dijo...

Creo que del debate se pueden rescatar algunas evidencias, y a mí, al menos, me gustaría dejar constancia de dos de ellas, que en realidad, como verás, son una sola. No por perogrullescas creo que son menos importantes de recordar:

1) Es obvio que el mal gusta. Las 56 entradas a día 30 de mayo de tu lectura de Derrumbe certifican que el mal gusta como obsesión y gusta como sustancia dialéctica. El mal es un tema infeccioso que a nadie deja indiferente. Esa, y no otra, fue mi intención al crear un personaje como Mortenblau, por otro lado heredero de un personaje previo, Winter, que aparecía en Panóptico, novela que publiqué en 2001. Sí me gustaría precisar que la caracterización de Mortenblau (en mi opinión más cercano al Doctor Manhattan de Watchmen –alejado del mundo pero al tiempo inmensamente doliente, un aspirante a Ubermensch sin el asilo del cinismo, en realidad un recluso del inmenso poder de su soledad– que al Bateman de American Psycho –un personaje tan amoral que es imposible concebir un ajuste de cuentas que lo ataña–) no entiendo que legitime una lectura admirativa por parte del autor hacia lo que su modelo representa. Ya Hume nos previno contra la
tentación de pasar de enunciados descriptivos a enunciados prescriptivos; esto es, del Ser al Deber Ser. Ricardo Menéndez Salmón se siente fascinado ante los sociópatas de Funny games, pero si tuviera que juzgarlos en el tribunal de su conciencia pediría para ellos la misma horca que para los genocidas de Nuremberg. Cuando Ricardo Menéndez Salmón visitó Auschwitz no lo sedujo la hermosura germánica de ningún demonio atávico, sino que se le puso un nudo en la garganta contemplando los peldaños desgastados por el peso de personas que se habían convertido en lluvia de ceniza sobre los campos de remolacha polacos.

2) La segunda evidencia, consecuencia de la primera, es que la prueba de que el mal es un agujero negro es que pocas, muy pocas entradas, hablan sobre el personaje que, para mí, durante la redacción de Derrumbe, no sólo constituía el corazón emocional del libro, sino su esqueleto ético. Me refiero, por descontado, a Manila. Que Manila haya sido devorado por Mortenblau en la atención de los lectores, creo que indica bien a las claras que la deformación está dada ya en el ojo de quien lee, pues sería arrogancia del escritor suponer que su poder es tanto como para generar un sentido unánime de lectura. Para mí, en lo más íntimo de mi yo creador, Manila somos todos nosotros, con el cielo estrellado sobre nuestras cabezas (recuérdese la visita al planetario, al hombre tendido sobre la tierra al modo de un modelo kieferiano musitando “Paz”) y la ley moral dentro del pecho. Yo, que no soy kantiano en mi vida práctica, me atreví a darle este
rango en la novela a mi malhadado policía, a quien, hasta donde entiendo, la justicia poética de su crítica de la razón práctica reconcilia, incluso a través del asesinato, con cierta idea de cordura; esto es, de humanidad.

Un fuerte abrazo, amigo. Que no decaiga,
Ricardo

Anónimo dijo...

56 entradas y eso que el objeto, en la reseña, no se dejaba ver.

57: el mismo autor.
Me lleva a la censura estéticadel blog del profesor molinuevo.

No me es difícil imaginar algo parecido: "Será legal –dicen-, refiriéndose a un determinado comportamiento [la intervención de Ricardo Menéndez Salmón] pero no es estético"

A Baudelaire no me lo imagino teniendo en mente ese lector, ese hermano


Interesante la reflexión de Hugh Laurie, cm.

Un capítulo de los Simpsons sale el hermano del actor secundario. Son los hermanos Crane


La psicopatía de Hare como diagnóstico social. Psicopatía, desorden antisocial de personalidad.

Aquello de, bueno, es un psicópata, yo sano, más bien no. Más bien: todos psicópatas, hermanos


Diría que al actor secundario Bob me lo podría encontrar cualquier día en el espejo si no estoy atento. Si ocurre espero reconocerlo, transmutarlo en Krusty (John Wayne Gacy sin disfraces)



Ralph Wiggum

Anónimo dijo...

¿no fue el agente Cooper el que al final se encuentra a Bob en el espejo, haciendo un gasto realmente innecesario de pasta dental? Hasta ese modelo de serenidad tibetana puede reflejar su antípoda, su desemejante, (su primo).

Laura Palmer.

Anónimo dijo...

Mira que interesante

Lynch sobre Bob

Anónimo dijo...

(Completando demoliciones, otros pasados)


CRÍTICA: LIBROS - Perfil
El terrorismo globalizado

RAFAEL CONTE 07/06/2008

La reciente aparición de su gran novela, La ofensa (2007), del escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), fue bastante sorprendente, aunque ya era previsible para quien conociera su obra anterior, bastante abundante -aunque reducida al ámbito regional-, lo que muestra que no se trataba de un recién nacido, caído del cielo, sin más. Pues sus principios fueron bastante trabajosos, y ya duraban casi más de diez años, cargados de libros, entre novelas, ensayos, teatro, poemas, y una larga serie de colaboraciones en revistas y periódicos regionales. Filósofo de formación, periodista, editor, cargado de premios y honores, sus principios fueron bastante trabajosos, antes de dar el salto a escala nacional con esta penúltima novela ya citada.

Menéndez Salmón es sobre todo filósofo, un hombre cargado de cultura y dotado de un estilo propio, expresionista, fuerte, de inspiración sobre todo germánica, trágico, pero que suele tropezar casi siempre con problemas para una solución narrativa eficaz. Por ello sus primeras novelas resultan fragmentarias, faltas de narratividad, con lo que brilla mucho más en los relatos cortos -Los caballos azules (2005), que fue lo primero que me llamó la atención de él- mientras sus novelas iniciales, La filosofía en invierno (1999), Panóptico (2001), Los arrebatados (2003) y La noche feroz (2006), no acaban de conseguir la fluidez narrativa necesaria.

Tras conseguir su obra maestra con La ofensa, donde la potencia metafórica suple con creces esa falta de narratividad, logrando una estructura narrativa total (trata de cómo la presencia del terror separa en el alma del héroe, un soldado alemán durante la II Guerra Mundial, la sensibilidad de la moralidad, ésa es la verdadera "ofensa"), ahora se inclina por otro también relacionado, el del terror, que la otorga una frase de Dostoievski, "el terror es la maldición del hombre" (en Los demonios) que coloca como lema de esta nueva novela, en la que sin embargo le perjudica su falta de ilación narrativa y resulta excesivamente fragmentada y hasta desarticulada.

En una ciudad del norte, denominada Promenadia, hay en asesino en serie, que suele dejar un zapato desparejado al lado de sus crímenes, es objeto de una persecución por parte de sus víctimas, de cinco policías, de tres enloquecidos, y de una serie de circunstancias, que suelen apuntar a su nombre real, Mortenblau, que es como se titula la primer parte de libro, que sigue con la exploración de la locura, 'El mundo bajo la caperuza de un loco' y cierra con una desarticulación familiar, 'Padres sin hijos', con rastros autobiográficos. La novela está muy desarticulada, pues se compone de fragmentos narrativos, por lo general escritos en presente, con una simultaneidad que interrumpe continuamente el hilo de la narración. Con lo que se comunica el terror pero se desarticula al mismo tiempo. Novela muy bien escrita, muy trágica, con evidente fuerza expresiva, pero que no alcanza la perfección de la anterior

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Un mundo casi diabólico

JOSÉ ANDRÉS ROJO 07/06/2008


Descomposición. Decadencia. Copias de copias. Simulacro. Vacío de sentido. Sociedad impúdica. Cualquiera de estos términos serviría para definir el mundo que Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) levanta en Derrumbe (Seix Barral), su última novela. "Hay en el libro una vocación de contemporaneidad absoluta", dice. Su anterior obra, La ofensa, que sirvió para darle visibilidad, contaba de la Segunda Guerra Mundial: un tiempo lejano, unos personajes de otras latitudes, el horror propio de un conflicto devastador. Hay pues un enorme salto. De la marcha del 19º Cuerpo Blindado del 6º Ejército, cuando los nazis avanzan sobre Francia, a Promenadia, una ciudad imaginaria al lado del mar, en la que un asesino en serie causa estragos y donde vuela por los aires un inmenso parque temático.

Hay, sin embargo, muchos paralelismos entre ambas novelas. Uno de ellos es la escritura. Cuidada hasta la exasperación, como pulida durante largas horas de trabajo artesanal. "Soy escritor a jornada completa, estoy en esto las 24 horas del día", explica Menéndez Salmón. "Pero el acto físico de escribir es ocasional, puedo pasar mucho tiempo sin hacerlo. La escritura me deja exhausto. Trabajo cada página, cada párrafo, cada frase. Como si fuera una pieza musical, estoy muy pendiente del sonido de cada palabra y de la composición general".

Son ya muchos los años que Menéndez Salmón lleva dedicando la jornada completa a la literatura. A las palabras y a las ideas. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo, en su primera novela, La filosofía en invierno (KRK, 1999), ya ensayaba la fórmula de mezclar sus dos grandes vocaciones, y lo hacía adentrándose en la vida de Baruch Spinoza. "Los libros que me interesan tienen que estar llenos de misterio y de ideas, de imaginación y belleza", comenta. Su trayectoria no tiene mucho que ver con la de otros narradores de su generación. Con una sofisticada cultura, no sólo es amigo de elaborar mucho su escritura sino que tampoco tiene inconveniente alguno en reconstruir la Amsterdam que habitaba Spinoza o la Toscana en la que convivieron Botticelli, Perugino o Leonardo, o localizar a Nietzsche en un café de Génova durante los aciagos días de su locura. Es un tipo que lleva con naturalidad sus aires centroeuropeos por los valles de Asturias.

"Para esta nueva novela he trabajado mucho los diálogos", cuenta Menéndez Salmón. "No los había frecuentado mucho en mis anteriores novelas y quería que fueran tan rotundos como los que hace Cormac McCarthy. Así que he vuelto a leerlo con mucha atención. Nadie habla en la vida real como hablan sus personajes. Lo que me importaba, de todas formas, era su verosimilitud: que fueran coherentes en el contexto de la novela. Pasa también con Faulkner. Ningún tonto habla en la calle como hablan los tontos de Faulkner".

Hay paralelismos en sus dos últimas novelas en la meticulosa construcción de las frases, pero también sus estructuras se parecen mucho. "He trabajado con una estructura ternaria. Tres partes, cada una distinta de la otra, y un narrador omnisciente. Lo que admiro de Kafka es que cuando lo lees no puedes salir de los márgenes de la página. El mundo real queda abolido, y puedes abandonarte a la lectura". Ricardo Menéndez Salmón trabaja cada libro como si fuera "un artefacto". Cuida cada situación, la elabora minuciosamente, la coloca en un punto específico. "Soy heredero en ese sentido de la novela negra", admite, "sé muchas cosas que el lector no sabe". Por eso ese afán de disponer cuidadosamente las piezas para atrapar al lector, y meterlo en la vorágine de unas imágenes que muchas veces incomodan por su brutalidad.

"En Derrumbe he querido construir un mundo casi diabólico. Y me interesaba entrar en la primera parte de manera directa, ir muy rápido, que no hubiera puntos muertos. Y mostrar las dos caras del espejo. De un lado, el asesino; del otro, sus víctimas y sus perseguidores". Ahí está Mortenblau, con su extrema frialdad y su locura por los zapatos de sus víctimas y sus espantosos crímenes. Están los perseguidores desalentados y una extraña historia de amor.

"En la segunda parte la escritura se remansa", explica Menéndez Salmón, "y es mucho más reflexiva". El protagonismo se desplaza de Mortenblau a una banda de jóvenes terroristas. "Ahí quise contar qué era lo que los movilizaba. Transmitir su hartazgo ante una sociedad de la náusea, esta especie de nueva Bizancio. Me aterra la violencia como respuesta. Como ejercicio de purismo. Lo llevan tan lejos, en su caso, que al enfrentarse al mundo quieren borrarlo y no les importa, en el camino, borrarse también ellos mismos".

La tercera parte de la novela es la más emocional. Cuenta la relación de un padre con su hija, con sus correspondientes episodios descarnados, llenos de una sexualidad mecánica y perversa. "En una novela salen también los miedos más personales", confiesa Ricardo Menéndez Salmón. Durante la escritura de Derrumbe esperaba el nacimiento de su hija, que terminó llamándose Vera, como la chica del libro, la que se queda sin ese novio que cae cuando desencadena con sus amigos la voladura del inmenso parque temático de Promenadia.

"Me llama la atención que vivamos en un mundo en el que los padres han perdido a los hijos. La otra situación nos resultaba más familiar: la de los niños que al perder a sus padres crecen en orfanatos o tienen que buscarse la vida como pueden. Lo que ocurre ahora es distinto: llega un momento en que la comunicación se rompe y unos y otros se convierten en extraños. Ya no hablan la misma lengua". Ricardo Menéndez Salmón también lo cuenta en Derrumbe. La pesadilla del padre que asiste perplejo e impotente al abismo infranqueable que súbitamente se abre entre él y su hija.

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c.m.

Anónimo dijo...

(Y también, como conserva o manantial, envasado al vacío)

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REPORTAJE: LIBROS - Ensayo
Lo monstruoso no caduca

SANTIAGO LUCENDO 07/06/2008

Dios mío, Dios mío, es un muñeco roto!", dijo la matrona tras asistir al nacimiento de los hermanos Eckhart. Las palabras iban dedicadas a John, el segundo de los idénticos que "emergió del vientre de su madre sin la parte inferior de su cuerpo por debajo del costillar". A pesar de las dificultades Mr. Johny sobrevivió y pasó a formar parte de la leyenda del cine veinte años más tarde en Freaks (La parada de los monstruos, 1932). En 1931, Tod Browning le daría la bienvenida, tras pagarle un billete de tren en primera, invitándole a sentarse a su lado durante el rodaje, cuenta David J. Skal en Monster Show. Johny habría de compartir cartel con otra serie de prodigios tales como el Príncipe Randian, un individuo sin brazos ni piernas, el microcéfalo Schlitze o las hermanas Hilton, siamesas unidas por la cadera. Browning prometió que sería "la película de horror definitiva", "pedí algo horrible, y lo he conseguido", constató el productor Irving Thalberg tras leer el guión. Esta y otras muchas anécdotas sobre los protagonistas, el proceso de producción y el escándalo que generaron películas como Freaks lo recoge Skal a lo largo de su particular historia cultural del horror, finalmente traducida al castellano en Valdemar. Asimismo coincide con la publicación de dos antologías de relatos libres sobre Drácula y Frankenstein por parte de la editorial 451, demostrando una vez más que lo monstruoso no caduca. Desde El gabinete del doctor Caligari, pasando por los cómics de terror de E. C. en los cincuenta y hasta las novelas de Stephen King, Skal incide en la estrecha relación entre los monstruos de la ficción y la realidad contemporánea, especialmente en Norteamérica. Monster Show hace hincapié en algunos momentos críticos del siglo XX y establece un paralelismo entre los horrores de la guerra y la pantalla, pero también se refiere a otro tipo de crisis y eventos como el terror generado en los ochenta por el sida y que coincidió con una presencia cada vez mayor de sangre en las pantallas.


Los monstruos aparecen y reaparecen constantemente y en cada mutación nos enseñan lo peor y lo mejor de nuestro tiempo

Freaks, a pesar de haberse convertido en una película de culto en una época más reciente, no obtuvo entonces el éxito esperado y se saltó, siguiendo a Skal, la única regla inviolable de Hollywood, la de obtener beneficios. Los personajes de Freaks eran demasiado reales, su tratamiento ambiguo entre la compasión y la explotación tampoco favoreció el éxito. Cuenta Skal que de todo el reparto tan sólo Johny Eyck, también llamado "medio hombre", y el enano Angelo Rositto "manifestaron su afecto por el director en años posteriores". No ocurrió así con los éxitos de Drácula (Tod Browning, 1931) y Frankenstein (James Whale, 1931), una pareja que demostraría a lo largo de los años su rentabilidad desde que comenzara una de las principales oleadas de terror cinematográfico en la década de los treinta y de manos de la Universal, seguidos de cerca por la momia, el hombre lobo o el hombre invisible. Fue precisamente el éxito taquillero de Drácula lo que concedió a Browning la confianza de los productores para llevar a cabo Freaks, su descalabro definitivo. La diferencia fundamental entre los clásicos monstruos de la Universal y Freaks era que estos últimos no respetaban la distancia que separaba el terror del terror-arte, imprescindible para el disfrute.

Las imágenes del vampiro en Drácula, basadas en la adaptación teatral de John Balderston y Hamilton Deane para Broadway, cuyos avatares también cuenta Skal, así como la criatura de Mary Shelley, demostraron ser siempre eficaces y mucho más rentables que Freaks, no sólo en aquellas primeras producciones sino en cualquiera de sus versiones, juntos en sesión doble o por separado. A pesar de que ambos han sido estereotipados en unas máscaras muy concretas, precisamente las que esos mismos éxitos difundieron en los años treinta a través de los rostros de Bela Lugosi y Boris Karloff, continuos ejercicios de estilo han ido versionando y recreando a esos monstruos en variaciones que han crecido en progresión geométrica, demostrando que más allá de sus disfraces de Halloween todavía están lejos de agotarse.

De un modo parecido al fanfiction, o fanfic, por el cual los fans de personajes de relatos originales continúan sus historias libremente, Drácula y Frankenstein son probablemente los personajes que más han crecido fuera de sus novelas. A menudo se afirma que Drácula nunca se ha dejado de imprimir, pero lo que es mucho más significativo es que se trata de una novela que genera nuevas lecturas en vez de agotarlas, como señala Ken Gelder en Reading the Vampire. Drácula, al igual que Frankenstein, nunca se ha dejado de reescribir, las versiones y ensayos centuplican en volumen a los originales y se extienden en un rizoma ingobernable. Lejos de lo que se suele afirmar, el poder cautivador de estos monstruos no reside en su vinculación a un supuesto "inconsciente colectivo" o a "la noche de los tiempos", sino a su fuerza como imágenes que plantean conflictos contemporáneos. El secreto de su éxito y supervivencia a lo largo de estos años reside en la capacidad de transformación y adaptación al presente. No sólo en las lecturas críticas de sus textos originales, sino a través de las continuas reescrituras y continuaciones. Los monstruos aparecen y reaparecen constantemente y en cada mutación nos enseñan lo peor y lo mejor de nuestro tiempo, sus cualidades son a menudo rasgos de humanidad exagerados, como el egoísmo del vampiro o la frustración del monstruo de Frankenstein, pero en el momento que intentamos reducirlos se escapan de sus creadores o simplemente resucitan en otro lugar.

Los dos volúmenes de reciente publicación por parte de la editorial 451 recogen algunas de estas nuevas revisiones por parte de escritores contemporáneos editados por Fernando Marías. No se trata tanto de nuevas versiones de los clásicos como los testimonios inéditos de personajes olvidados, actualizaciones de sus motivos así como de relatos que libremente evocan alguna de sus facetas. La niña que arroja margaritas al lago, en una de las escenas más memorables del filme Frankenstein de James Whale, cuenta su versión de la historia en El Lago, de Espido Freire, antes de terminar ahogada en el fondo detrás de sus margaritas. Un lúcido Rendfield, el loco al servicio de Drácula que ha sido interpretado por Klauss Kinski o Tom Waits, se hace de rogar ante un psicólogo en busca de información en Vampiros en Weimar de Ricardo Menéndez Salmón. En Carta dirigida a las novias de Drácula, el Conde escribe desde Londres relatando a sus compañeras la estancia en la capital británica y sus encuentros con Oscar Wilde o el propio Jack el Destripador. Al contrario que en la novela de Bram Stoker en la que todos daban su versión de la historia menos el monstruo, el vampiro toma aquí la palabra.

Desde la novela de Fred Saberhagen La voz de Drácula (The Dracula tape, 1975), donde el Conde contaba en una grabación lo ocurrido en la novela de Stoker adelantándose en su fórmula a Entrevista con el vampiro (1976) de Anne Rice, muchas han sido las ficciones que se han puesto del lado del monstruo. En La voz de Drácula el vampiro se explayaba a gusto, como lo hacía la criatura frente a su creador Victor Frankenstein, justificando sus acciones frente a la barbarie de los cazavampiros o del propio Victor respectivamente, y llamando la atención sobre dónde estaba lo monstruoso. Cuenta Skal en Monster Show que Johny Eyck dijo al final de sus días: "Si quiero ver Freaks, lo único que tengo que hacer es mirar por la ventana".

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Monster Show. Una historia cultural del horror. David J. Skal . Traducción de Óscar Palmer. Valdemar. Madrid, 2008. 576 páginas. 22 euros. Drácula. Fernando Marías (editor). Carmen Posadas, José María Merino, Ricardo Menéndez Salmón, Gustavo Martín Garzo, Eduardo Lago, Raúl Guerra Garrido, Cristina Cerrada, Santiago Sequeiros. 451. Madrid, 2008. 148 páginas. 24,50 euros. Frankenstein. Fernando Marías (editor). Lourdes Ventura, Santiago Sequeiros, Paula Izquierdo, Espido Freire, Ángeles Caso, Pilar Adón, Lola Beccaria, Irene Gracia. 451. Madrid, 2008. 185 páginas. 24,50 euros.

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c.m.

Anónimo dijo...

Twin Peaks, vi capítulos sueltos. Cosas de casa.

Llamo a Rafaella Carrá para saber quién era Bob. Spoila, spoila spoilame spó -me responde.


Laura,
Hasta ese modelo de serenidad tibetana puede reflejar su antípoda, su desemejante, (su primo) Genial.

Steve Urkel

Anónimo dijo...

El Cultural

Derrumbe
Ricardo Menéndez Salmón
Seix Barral. Barcelona, 2008. 189 páginas, 17’50 euros.


Media docena de novelas –algunas aparecidas en editoriales de limitada difusión– es un conjunto suficiente para analizar la obra del escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) sin las prevenciones y cautelas que suele suscitar la obra de un novel cuya trayectoria posterior es imposible predecir. Derrumbe –que hubiera sido preferible titular Derrumbamiento– presenta numerosas afinidades, en temática y estilo, con obras anteriores del autor, y confirma plenamente sus virtudes y también sus insuficiencias. La primera de las tres partes en que se divide el relato está planteada como una historia de crímenes –un thriller de marcado carácter cinematográfico por la sucesión entrecortada de sus breves secuencias y sus abruptas elipsis– y, más precisamente, sobre el motivo de un asesino múltiple, un serial killer como los que tantas veces ha explotado el cine. Es comprensible que el autor haya arrancado utilizando esquemas narrativos reconocibles para atraer la atención del lector –sin renunciar a la descripción de escenas de brutal y sádica violencia–, porque en la segunda parte el hilo narrativo irá desflecándose, haciéndose más abstracto, apuntando a ideas más que a tipos y acciones y acentuando los elementos que ya desde el principio desrealizaban la historia y la colocaban en un estrato predominantemente conceptual, como los nombres: el lugar se llama Promenadia y en los personajes coexisten Manila, Vera, Gudesteiz, Mara, Mortenblau, Valdivia y otros, ayudando a configurar lo que Kulechov llamó una geografía ideal, compuesta por lugares reales que se agrupan en un conjunto imposible.

Por otra parte, la historia del asesino múltiple tiene su paralelo en la que invade la segunda parte de la obra, centrada en los crímenes y sabotajes del trío de jóvenes denominado Los Arrancadores, que a su vez desarrolla otras analogías y correlatos: si en la primera historia Manila acaba perdiendo a su mujer y al bebé que esperaba, en la segunda se habla de una mujer embarazada que aborta por haber ingerido las agujas que Los Arrancadores han depositado en diversas botellas de leche. También hay prolepsis que refuerzan la trabazón del conjunto. El temor oculto y en apariencia incomprensible de Manila acerca de Mara, que “podría dejar de amarlo, escapar de su lado, buscar el consuelo de otras manos” (p. 24), tiene en realidad una función premonitoria. Pero lo que proporciona unidad a los diferentes motivos temáticos que se mezclan en Derrumbe es sobre todo su núcleo conceptual, que se inscribe en la tradición –novelesca y también filosófica– del llamado “crimen gratuito”, cuyo origen puede fijarse en Dostoyevski y que ha interesado luego a numerosos escritores, desde Gide y Camus hasta Bret Easton Ellis. Sólo que los personajes del escritor ruso (Svidrigailov, Stavrogin), el Lafcadio de Gide en Les caves du Vatican o el Meursault de Camus en L’étranger no eran meros soportes para introducir en los respectivos relatos la idea del mal en abstracto, y el Patrick Bateman de Ellis –cuya presencia se hace notar en algunas páginas de extremada crueldad– representaba la cara oscura y subte- rránea de una sociedad opulenta, aspecto que tampoco ha interesado a Menéndez Salmón, que, al desgajar deliberadamente su relato de cualquier contorno reconocible, sin insistir tampoco en el perfil psicológico de los personajes, ha podado buena parte de la efectividad potencial de la historia. Por eso, ni Mortenblau ni Los Arrancadores –cuyos motivos para actuar se reducen a “la cólera que les procuraba la saciedad, la estulticia, la decadencia de su época” (p. 80)– logran interesarnos a fondo, y sólo algunas escenas, como el ensueño de Mara al recordar al hombre del autobús, u otras entre Valdivia y Vera, permiten entrever los entresijos de algunos personajes, no suficientemente delineados.

La prosa de Menéndez Salmón, con una leve tendencia al barroquismo culto, se acomoda bien al estilo narrativo del autor, aunque a veces ostente cierta desmesura (“había conseguido soportar la bofetada sin que su centro de gravedad se viera alterado”, p. 146) y caiga en algún uso innecesario (“sobretodo” por ‘abrigo’, pp. 155, 159) o erróneo (“la espuela […] por ensalmo reconvertida en llave metálica”, p. 135; ¿por qué no ‘convertida’, sin más?). Con todo, Derrumbe no es una novela vulgar, aunque nos deje un poso de insatisfacción.

Ricardo SENABRE

Anónimo dijo...

Pues a mí no me gusta nada. Demasiado solemne, demasiado pretencioso. A mí me molesta lo que a ti te gusta: que nos oculte información sobre los personajes y sobre los porqués de que actúen como lo hacen, pues ellos son lo verdaderamente interesante del mundo que construye el autor.

No llegas a entender a los chavales de los alfileres ni al asesino ni a la mujer embarazada...: me parece un poco atrevido el recurso fácil de dejar que sea el lector el que imagine cuando la misión del buen escritor debe ser guiarte para que, sin necesidad de explicarte, tú entiendas. Pero eso sólo lo hacen los buenos. En Derrumbe las elipsis son más efectistas que efectives, más estéticas que cargadas de sentido.

Además, se ve demasiado la arquitectura de la prosa, suena muy forzada casi todo el rato, poco natural salvo excepciones.

Para mí es una novela tramposísima, pretendidamente poética, pretendidamente profunda, que supuestamente se dedica a reflexionar nada menos que sobre el mal, sobre la insatisfacción de las sociedades contemporáneas, sobre el miedo... y en realidad no lo hace.

Construye un relato en el que la mayoría de sus personajes son planos (se salvan, para mí, algunos momentos de Vera y Valdivia, pero ni por asomo se salvarían ni Manila ni los chavales), pero es cierto que todo tiene un aire muy posmoderno, muy nihilista, muy guay. Pero es trampa. Es como una peli mala de Won Kar Wai, mucha estética y poca, por no decir ninguna, sustancia.

No sé qué le ven algunos críticos, supongo que el panorama está tan mal que han empezado a salvar a cualquiera.

Anónimo dijo...

Es muy tarde para participar en esta discusión, así que he publicado hace pocos días mi propia lectura de la novela, haciendo referencia a este post. Espero que pueda interesaros. Un saludo, Vicente.

Vicente Luis Mora dijo...

Gracias, Pablo, como verás Blogger ya había enlazado automáticamente tu página. Gracias.

Anónimo dijo...

Curioso el mundo de la crítica española en medios de comunicación y su (aparentemente) absoluta falta de criterio. Ricardo Menéndez Salmón, el autor de Derrumbe, ha sido elegido por La Vanguardia como el escritor menor de 40 años con mayor proyección en español, junto a Isaac Rosa y Juan Gabriel Vásquez, al tiempo que Derrumbe, en El País, era escogido como uno de los 30 libros del año en todos los géneros, como la quinta mejor novela publicada en español en 2008 (contando a uno y otro lado del Atlántico y a escritores vivos y muertos), y como la mejor novela del año escrita por un autor menor de 40 años en español. Unos días después, El Mundo no lo considera ni siquiera entre los diez autores más relevantes del año. De modo parecido, God & Gun, de Rafael Sánchez Ferlosio, es escogido como segundo mejor libro del año por El País, y primero en la categoría de ensayo entre 57 votantes, mientras que en El Mundo ni siquiera aparece entre los diez mejores ensayos del 2008. Que me lo expliquen.

Un lector despistado

Vicente Luis Mora dijo...

Por fortuna, los críticos no somos unos seres clonados que respondamos a idénticos estímulos. A cada crítico le gustan más unas cosas que otras (aunque lo de la falta de criterio en la crítica periodística puedo compartirlo hasta cierto punto y con excepciones). Para lo de RMS se me ocurren sólo explicaciones peregrinas, de las que no tengo ninguna prueba.

Lo de Sánchez Ferlosio ninguneado en El Mundo tiene fácil explicación: ha sido columnista de El País durante varios lustros, y ahora creo que lo es del ABC. Si sabe cómo funcionan los periódicos españoles, sabrá lo reacios que son a publicitar a autores "de la competencia".

Saludos.