María Salvador
El origen de la simetría; Icaria, Barcelona, 2007.
Ernesto García López
El desvío del otro; Devenir, Madrid, 2008
Aparecen dos poemarios simétricos, ambos centrados (o descentrados) en el tema de la identidad, pero uno de ellos desde lo femenino y otro desde lo masculino pero con poemas hacia lo femenino. El primero es de María Salvador (Granada, 1986), y el segundo de Ernesto García López (Madrid, 1973). Ambos, desde los títulos se proponen una indagación de la identidad dividida, uno desde la alteridad (el de García López, titulado significativamente El desvío del otro) y el otro desde la especularidad (El origen de la simetría). Hay mucha diferencia entre ambas formas de abordar lo identitario: la alteridad supone la voluntad de abandonar el yo, de localizar el otro o los otros interiores (o crear un espacio interior para los demás, como sucede claramente en el poema “Inquilino”), mientras que la idea especular de simetría que domina el poemario de Salvador hace referencia a la autorreflexión, a la tensión del sujeto hacia sí mismo. En este sentido, es más abierto el de García López y más cerrado o intimista el de Salvador. Hay más dolor social, más compromiso, en el de García López y más dolor íntimo, más concentración de experiencia arrojada al espejo, en el de Salvador. Hay más cesión de espacio al otro sexo en el de García López y más preocupación por el sexo con el otro en el de Salvador. Hay tono reflexivo y meditante en El desvío del otro y un interesante estiramiento o retorsión de las posibilidades expresivas en El origen de la simetría. También son diferentes las intertextualidades: filosóficas y antropológicas, en el poemario de García López; musicales y pop en el de Salvador. Unidos por el tema, diferentes en su adscripción estética, ambos son, cada uno en su estilo y de cualquier forma, interesantes.
Álvaro Colomer, Guardianes de la memoria. Recorriendo las cicatrices de la vieja Europa; Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 2008.
no té repós lo qui té fer viatge
Ausiàs March
Este libro es el primero que leo de Álvaro Colomer, pero seguro que no es el último, porque Guardianes de la memoria me ha parecido excelente. Configurado como una serie de reportajes periodísticos sobre ciudades europeas, asoladas por el horror hasta convertirse en ejemplos antonomásicos de ciudades marcadas, el interés del libro crece conforme se avanza en la lectura porque nos damos cuenta del tamaño de nuestra ignorancia –al menos de la mía– en lo tocante a ciertos hechos y lugares que, de puro nombrados hasta la saciedad, damos por supuestos y sabidos sin ahondar en lo que significan en realidad, ni en conocer la problemática social o política que los rodea. Quienes han ido a Oswiecim ya sabrán dos cosas que la mayoría de los europeos ignoran: primero, que Auschwitz no puede encontrarse como tal en ningún mapa, es el nombre antiguo de la ciudad; segundo, que el campo de concentración no está en Alemania, sino en Polonia. Desactivar este tipo de errores comunes sobre las cicatrices geográficas es uno de los objetivos de Colomer; dar una imagen completa, lo más imparcial y documentada posible, de los hechos que convirtieron en simbólicas esas ciudades para toda la Humanidad, es otro. Y ahí es donde de verdad el libro enriquece al lector, pues hasta quienes han ido a Lourdes quizá ignoren la historia de la ciudad y el escaso poder del alcalde; quienes estén ahítos de escuchar el nombre de Guernika descubrirán aquí multitud de hechos históricos y consecuencias de los mismos que habían pasado por alto; sabrán que aún existe una superviviente de Auschwitz, y que Colomer comió con ella; conocerán la verdadera historia de Chernóbil en un espeluznante y brillante reportaje que obtuvo el Internacional Award for Excellence in Journalism en 2007, y conocerán, con no poca sorpresa, que muchos transilvanos no tienen ni idea de quién es el conde Drácula. Lo que más me ha gustado del libro, amén de su excelente estilo, a medias entre lo literario descriptivo y lo periodístico informativo, es la capacidad de su autor para sumergirse en otras culturas, en otras tierras, y actuar en su interior con la distancia del extraño, pero con la cercanía del realmente interesado en comprender el lugar que se visita. Algunas ciudades, marcadas para siempre por el estigma de las cosas terribles que ocurrieron en ellas, divididas entre los rendimientos económicos del dolor y la necesidad de distanciarse del pasado para sobrevivir, necesitan de historias reales, de aproximaciones no tópicas que intenten recoger todas sus tensiones y dimensiones, todas las perspectivas humanas y sociológicas que las explican en su dolorosa singularidad. Estas cinco, al menos, tuvieron la suerte de que Colomer apostó por ellas.
Gottfried Benn, Morgue; Zut, Málaga, 2008
Tuve, como supongo que tuvieron todos los poetas, una época nihilista. Ignoro cuánto suele durar de promedio; en mi caso, el nihilismo duró treinta y dos años, desde los tres hasta los treinta y cinco. En ese camino me acompañaron una serie de autores con quienes tenía una enorme afinidad sentimental: Quevedo, Bernhard, Musil, Nietzsche, Cioran, y cuanto Jacques el fatalista me topaba por el camino. Entre mi escogida compañía de nihilistas tuvo un lugar indiscutible Gottfried Benn, una de las personas más desesperanzadas que quizá hayan existido, con quien tanto quise durante años. Los coqueteos de Benn con el nazismo (bueno, sí, podría hablarse de romance) dilataron hasta 1948, como explica Jesús Munárriz al prologar su excelente versión de Morgue, el reconocimiento que le era debido como renovador de la poesía alemana. Benn escribía memorablemente en su ensayo La poesía necesita espacio interior que: “La poesía precisa de cierto margen de experimentación. Suele aceptarse sin más que la ciencia utilice fuerzas de trabajo e incluso medios públicos durante años y años de investigación, aun cuando no se sabe de antemano si esto dará algún fruto; ni siquiera se levantan críticas cuando, tras varios años, se comprueba que tal labor no ha producido ningún resultado importante. Eso mismo puede exigir, y con mayor razón, el arte”. Benn era un excelente ensayista y pensador (su cumbre quizá sea Das Moderne Ich, publicado por Pre-Textos como El yo moderno y otros ensayos en 1999, con traducción del gran experto en nihilismo Enrique Ocaña), y aún no tiene el reconocimiento en nuestro país que merece. Recientemente creo que Reina Palazón ha editado una Obra completa de Benn traducida al español, pero no me ha sido posible encontrarla. En cualquier caso este tipo de esfuerzos, a los que se suma ahora Zut (editorial de la muy interesante revista homónima), irán contribuyendo a darle al autor de Morgue el lugar que merece.
Morgue es un poemario publicado, inexplicablemente, en 1912. Si uno coloca en una mesa el Diario de una enfermera, de Isla Correyero, Los heridos graves, de Julieta Valero, y el manuscrito sin fechar de Morgue, diría que son de la misma época. El estilo es muy diferente en los tres casos, por supuesto, pero hay una contemporaneidad lógica en el caso de las poetas españolas, pero asombrosa en el caso de Benn. Si alguien publicase hoy un poema como éste:
CICLO
La muela solitaria de una puta
muerta sin identificar
tenía un empaste de oro.
Las restantes faltaban ya cual si hubieran ido
a una cita secreta.
El encargado de los cuerpos se la arrancó,
la malvendió y se largó al baile.
Porque, según decía,
al polvo sólo el polvo ha de volver.
Seguramente se le acusaría de ser un imitador de Violeta Rangel o de Roger Wolfe, cuando en realidad el literal alemán, escrito hace cien años, es así de directo y crudo: “Denn, sagte er, / nur Erde solle zur Erde werden”. Benn dejó anacrónica y atrasada, con este poemario, a toda la poesía alemana de su tiempo, como ocurre sólo con algunos maestros antiguos, por usar la expresión de otro nihilista ya citado. Su posición no era habitual, tanto desde el punto de vista práctico como desde el teórico; basta ver alguna de sus opiniones contundentes: “Por consiguiente el artista es, como usted observa con gran agudeza, un ser falto de experiencia, infecundo espiritualmente, un completo estúpido como persona: no vincula sus experiencias con su vida, sino más bien con su obra; se mantiene alejado de la vida, y es una buena estrella la que finalmente hace que todo le parezca un juego en el que puede vencer y que puede abandonar”; según escribiera en una de sus cartas a Oelze. Partidario de la desaparición mallarmeana o eliotiana del autor en la obra (“ocúltate, tu máscara es tu obra”), Benn hace en Morgue un estremecedor retrato de la naturaleza humana, de la que censura su caducidad y escaso valor mediante las metáforas del cuerpo, ese cuerpo que él conoció tan bien como médico especialista en enfermedades venéreas: “yo vivo frente al cuerpo, y en su centro / están pegadas las vergüenzas por doquier”. Su persona casi nunca está, ni siquiera en elipsis, y los poemas semejan a veces puros informes médicos donde lo único cercano al propio Benn es la crudeza analítica, notarial, de la mirada. Hay una brutal y oscura belleza en estos poemas durísimos, implacables, que nos arrojan a la cara una luz negra sobre la condición del ser humano: “noche en silencio. Casa silenciosa. / Pero yo soy de los astros más calmos, / yo también lanzo aún mi propia luz / hacia mi propia noche”.
En ¿La poesía ha de mejorar la vida?, otro interesante ensayo, dejó esta frase memorable, que suscribirían muchos poetas posteriores a él, desde Brecht a Riechmann: “La poesía no mejora, pero hace algo mucho más importante: transforma”. Amén.
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4 comentarios:
"And I stare... But...
I can't find myself
I can't find myself
I can't find myself
I can't find myself
I got lost in someone else."
R.S.
Vicente, para ejemplificar un poco más podría poner alguna comparativa textual entre María Salvador y Ernesto García López. Me parece muy interesante lo que planteas, y unos versos -si puede ser y no vulneras niguna ley- creo aportarían bastante. O un enlace donde visualizar poemas de ambos.
Gracias!
Deseos son órdenes, Manolo. Por una casualidad increíble, los dos poemas que transcribo están en la página 47 de los respectivos poemarios.
1. Semántica de la simetría, especular, de María Salvador ("El origen de la simetría", Icaria, 2008):
acción # I
Con un mechero de cocina, me sitúo frente al espejo. Me deshago de toda ropa. La piel brilla bajo la luz de un tubo fluorescente. Me invade un ligero sudor mientras enciendo el mechero; compruebo en su reflejo cómo arde. A modo de respuesta, las venas que rodean la clavícula se avivan y traspasan, azules, todo velo. Vuelvo a encenderlo. Acerco la llama a la zona que rodea el ombligo y pronto percibo el olor a vello quemado. La carne encuentra el rojo en su estratigrafía, graduando el dolor que se aproxima a paso lento. Cierro los ojos; no soy capaz de seguir contemplando la escena reflejada. Los sentidos se recrean en mi laceración, proyectando nebulosas en el párpado cerrado. Por momentos deseo mirar y descubrir que es otra la que sufre, pero no cedo. Deslizo el mechero hacia la izquierda; recorro esa cartografía que tan bien conozco. Despacio, mi vientre se convierte en fuego, y el dolor es insoportable. Apago el mechero y me despojo de él. Suspiro profundamente; ya estoy lista.
Entonces abro los ojos, y me miro.
Mi cuerpo ya no es deforme.
2. Alteridad: poema “Inquilino”, de E. García López, El desvío del otro; Devenir, Madrid, 2008:
No sé qué llevo en medio,
ni detrás,
ni a mi lado, soy réplica
de otro y otro
se mueve en mí reptando
a través
de estas palabras. Dejo
el silencio
abierto, la caldera
preparada,
desnudas las holandas
por si alguien
necesita llegar
y quedarse.
Saludos.
gracias vicente!
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