jueves, 22 de junio de 2017

Noticia de libros recientes




Jorgenrique Adoum, Los cuadernos de la tierra; Ultramarinos, Barcelona, 2016.



Aunque uno es más proclive al tono y a la forma de las entregas finales del poeta ecuatoriano Jorge Enrique o Jorgenrique Adoum (1926-2009), como Prepoemas en postespañol (1973), ha sido un placer descubrir en toda su plenitud esta importante parte de su producción, Los cuadernos de la tierra, a la que dedicó buena parte de su trabajo literario. Algunos estudiosos han señalado que esta parte de la obra de Adoum es más nerudiana, frente a la última más vallejiana que citábamos al principio, y hay algo del Canto general de Neruda en estos cuadernos térreos de Adoum, aunque -personalmente- me parece más cercano, eficaz y contenido el riego por goteo del poeta ecuatoriano que el aspersor de grandilocuencias del chileno. Los cuadernos de la tierra son épica pura, y eso es lo primero que puede sorprender al lector actual: Alfonso Reyes decía que la obra épica se conseguía por elevación y asfixia, primero del escritor y luego de los lectores. Aunque a ratos este libro deja a los lectores sin oxígeno, una vez superado el mal de altura el resultado es más que grato. Es difícil decidirse por una muestra en concreto, pero entre las grandes bellezas que pueden espigarse en Los cuadernos de la tierra, elijo ésta para que el lector pueda tener una idea de la propuesta de Adoum:




Aprovecho para felicitar a la editorial Ultramarinos, que está haciendo un lento y escogido trabajo de edición, tan cuidado en lo formal como valiente en lo tocante a la selección de libros y autores. 







Ángel Cerviño, Exogamia; Liliputienses, Cáceres, 2017.

Transcribo un extracto de un texto que preparo sobre Ángel Cerviño: «Las ‘Tomas falsas’ añadidas a esta versión no sólo la enriquecen cualitativa y cuantitativamente […], sino que tejen líneas con otras partes de la obra de Cerviño; pienso, por ejemplo, en ‘Lagar’, última parte de ‘Impersonal’ (2015), y su obsesivo tratamiento del espacio escénico; un asunto éste del 'drama em gente' pessoano que retoma el autor gallego en estas tomas falsas y también en la espléndida parte “XXIII” de “Exogamia”, donde un espectador-narrador asiste a la delirante representación interpretada por un perro, una pieza donde Beckett se encuentra con Kafka o con los perros expresivos del Robert Walser de La rosa (1925). En “¿Salpica Dios como un expresionista abstracto?” también aborda el autor el tema escénico, a partir de una cita de John Barth, y apunta su voluntad de construir “una polifonía mal controlada”, dentro de un proyecto general: “la poesía -y, por añadidura, toda escritura que se precie de serlo- entendida como campo de pruebas del lenguaje”, para añadir en la página siguiente: “teatro de sombras, juegos de lenguaje: vivir a salto de código”. Del mismo modo que César Aira, Ángel Cerviño va sembrando sus obras creativas de todas las herramientas críticas y conceptuales que son necesarias para comprenderlo. Es el mago que muestra sus trucos y, aun así, asombra al lectoespectador.»







Pedro Provencio, Un curso sobre verso libre; Libros de la resistencia, Madrid, 2017.



Agradezco, asimismo, que mi primer Maestro no escribiera en verso libre, pues habría tenido la tentación de creer que el verso libre es mucho más fácil de escribir que el verso tradicional, mientras que ahora sé que es infinitamente más difícil.

W. H. Auden, “Hacer, saber y juzgar”[1]



Este original libro es un aporte capital sobre uno de los puntos basales de la poesía moderna, el verso libre, aunque el autor sabe retrotraer cuidadosamente su presencia en poéticas más antiguas. Provencio es uno de los estudiosos más interesantes de la poesía contemporánea, si bien no de los más conocidos; creo que lo primero suyo que leí fue una guía didáctica de lectura tan completa que parecía otra cosa, Poesía española contemporánea (1939-1989), publicada por Akal en 1993. Un curso sobre verso libre está construido de un modo muy inteligente, como un diálogo entre el profesor de un curso libre y la única alumna matriculada en el mismo, sostenido durante tres  sesiones. Esta estrategia conversacional permite a Provencio un método mayéutico de exponer el conocimiento (menos vertical que el socrático), pero también un hábil medio de exponer las reticencias o alternativas al propio discurso, apuntando también mediante la oposición de ideas las posibilidades que podrían quedar fuera del mismo. Para Provencio, el verso libre busca “una lengua particular, un idiolecto” (p. 60). Tras aceptar, como la preceptiva clásica de la métrica, que es una excepción al régimen estrófico marcado por el poema, añade que un verso libre no debe ser contado o computado silábicamente de un modo que coincida con el número estricto de sonidos, tónicos o no, sino que “ni su número de sílabas ni sus combinaciones inevitables de tónicas o átonas son pertinentes: la fonética básica es la misma, porque se escribe en la misma lengua, pero la marca discursiva sobre la prosodia, no” (p. 27). Es, en consecuencia, un régimen de libertad que se debe a la concepción del poema, y no a la del verso común o más frecuente o regulador de ese poema.



Lo importante es que para Provencio, todo rigor proviente de la autoconsciencia (p. 15), y por ello una de las características del versolibrismo es precisamente su sana ruptura con el régimen general de versificación, evitando la musiquilla de la tradición mal leída; Álvaro García lo expresaba así en su ensayo Poesía sin estatua: “Siglos de endecasílabos [...] han logrado que hoy casi cualquier escritor de versos pueda hacerlos de corrido como un balbuceo más de escritura no distanciada de su argumento, no sometida en el fondo a rigor, puesto que algunas formas métricas o estróficas están ya de sobra incorporadas al sistema de expresiones viciadas o de expresiones fijas. […] Para un oído familiarizado con la métrica, hacer versos medidos puede ser una forma de balbuceo academicista, algo así como una segunda piel del balbuceo expresivo del individuo”[2]. Siguiendo un patrón formalista, diríamos que el verso libre busca la desautomatización del discurso lírico, su reactivación como forma consciente alternativa, no sólo a la tradición, no sólo la expresión contemporánea, sino incluso alternativa a los otros versos del mismo poema en que está incluido. De un modo similar lo veía Pierre Bourdieu, analizando el campo literario francés del XIX: “(…) las luchas que se desarrollan en cada uno de los diferentes campos llevan a aislar poco a poco el principio esencial de lo que define propiamente cada arte y cada género, la ‘literalidad’, como dicen los formalistas rusos […] Así por ejemplo, despojando la poesía, con el verso libre, de rasgos como la rima o el ritmo, la historia del campo sólo permite que subsista una especie de extracto de alta concentración (como en Francis Ponge) de las propiedades más idóneas para producir el efecto poético de desbanalización de las palabras y las cosas, la ostranenia de los formalistas rusos, sin recurrir a técnicas socialmente designadas como ‘poéticas’”[3]. Sin embargo, y esta es una de las aportaciones más interesantes del libro de Provencio, en la poesía clásica también hay algunos ejemplos de “extralimitación” (el libro apunta algunos de Garcilaso y Góngora, pp. 59 y 79), de lucha del significante contra el significado, de forma que el verso libre no nace contra la poesía clásica, sino aprovechando los recursos expresivos de una pequeña parte -la mejor- de la misma. Como aquélla, el verso libre no “desdibuja el metro”, sino que “busca otro dibujo” (p. 80), dentro de una deliberada (p. 156) concepción de la poesía entendida como “prosodia imprevisible […] el arte de sobrepasar discursivamente los límites del discurso” (p. 85).



El libro de Provencio es muy exhaustivo; diferencia entre varios tipos de verso libre, dando ejemplos de todos ellos y discutiéndolos con ejemplos; ahonda en las singularidades del versículo; hace guiños jakobsonianos analizando una página de publicidad (pp. 104-105); revisa el concepto de ritmo[4] y lleva a cabo una lectura global del tema del versolibrismo, en la que las dudas están incorporadas a la forma dialógica del discurso. La libertad reflexiva de Un curso de verso libre podría ser el resultado de aplicar formalmente al ensayo los principios del verso libre al poema, si me permiten la forzada comparación. Juan Ramón Jiménez decía: “en el poema en verso libre […] todo es del poeta. No así en otro género de composiciones donde es la rima quien dirige y tuerce el desarrollo natural del poema: las ideas vienen de la mano del consonante, en tanto que cuando éste falta, como sucede en el verso libre, no hay bastón en el que apoyarse y la poesía debe sostenerse sola”[5]


Y el ensayo también.


[1] W. H. Auden, “Hacer, saber y juzgar”, Los señores del límite. Selección de poemas y ensayos (1927-1973); Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2007, p. 402.

[2] Álvaro García, Poesía sin estatua. Ser y no ser en poesía; Pre-Textos, 2005, pp. 170-71.

[3] Pierre Bourdieu, Las reglas del arte; Anagrama, Barcelona, 1995, p. 210.

[4] Acerca del ritmo Provencio ha publicado también un interesante artículo incluido en Miguel Casado (ed.), Cuestiones de poética en la actual poesía en castellano; Iberoamericana / Vervuet, Madrid, 2009.


[5] JRJ en Ricardo Gullón, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez; Sibila / Fundación BBVA, Sevilla, 2008, p. 93.




Extracto de un trabajo en marcha sobre José Ángel Cilleruelo, que aparecerá en otoño:



Además, Formas débiles contiene algún gesto de virtuosismo técnico escondido: en su sección “Túneles”, que está compuesta de 14 sonetos blancos (14 x 14 líneas), el primer y el último soneto son palindrómicos, y se leen, verso por verso, con el mismo contenido expuesto en orden inverso. La palabra “túnel” aparece en los 14 poemas, haciendo de túnel entre ellos, y en cada poema está incluida en un verso distinto, por orden del primero al último: sólo hay que ver el número que titula cada poema y sabremos en qué verso estará la palabra “túnel”. De este modo, cuando llegamos al final del túnel textual -esto es, al final del poema 14-, que a su vez es el trasunto de un túnel real entre una calle y un mercado, vemos el principio del túnel, que está en el primer poema. Este tipo de constricciones, casi oulipianas (véase otro ejemplo en “Veinticuatro sílabas”), son pequeños auto-desafíos de Cilleruelo, que los deja ahí, más o menos ocultos, al alcance de ese detective que, según Piglia, es el crítico literario (Crítica y ficción 15).





[Relación con las editoriales: ninguna. Relación con los autores: ninguna con Adoum, cordial con Ángel Cerviño, ninguna con Provencio, amistad con Cilleruelo]




domingo, 18 de junio de 2017

El creciente papel del lector


Hoy se publica este reportaje de Lorena Oliva en La Nación de Buenos Aires, donde participo junto a otros expertos en temas de lectura, editoriales, tecnología y crítica. 


http://www.lanacion.com.ar/2033950-los-lectores-al-poder-del-ultimo-eslabon-al-centro-de-la-escena





Reproduzco las respuestas enteras que di al medio, por si fuesen de interés para alguien.




- ¿Cómo dialoga este reposicionamiento de la figura del lector con otra figura relevante, la del crítico? ¿Y con otras figuras, como las del editor o el autor?



Cualquiera puede opinar sobre libros, pero no todas las opiniones valen igual; yo puedo opinar sobre la rotura de una pierna, pero mejor que la trate un médico traumatólogo. Hay distintos grados de competencia lectora, y decir “este libro me gusta” es como decir que la integral de Riemann es un dibujo muy bonito. Las redes sociales crean en nosotros la falsa impresión de que debemos opinar o tener una opinión sobre todo, cuando eso no es cierto; en temas literarios, por ejemplo, la opinión seria y consciente requiere de una formación previa: un trabajo de años y años de lecturas y de lecturas sobre lecturas. Con esto no desmerezco la opinión libre de un lector sobre el libro que lee, me limito a no glorificarla, a darle su lugar (el lícito derecho a compartir sus gustos lectores), recordando que hay otros lugares. Todo crítico es lector -esencialmente-, pero no todo lector es crítico. El crítico literario no sólo nace, también se hace; debe tener un don y desarrollarlo a lo largo de años con esfuerzo y dedicación y autocrítica. Creo que un crítico sólido, como Ron Charles, que trabaja para el Washington Post, puede utilizar con acierto YouTube para difundir sus mensajes, como él lo hace, con gracia y tino. Pero por cada Ron Charles hay diez mil personas que hacen en la red un discurso plano sobre los libros. Los críticos literarios no tienen sustituto, como no lo tienen los escritores, ni los editores, ni los traductores. De todos los trabajos de la industria del libro, esos cuatro son los únicos insustituibles: puedes distribuir sin distribuidor, vender sin librero, encontrar sello sin agente y editar sin impresor, gracias a la técnica. Pero el trabajo de escritura, el editorial (mejorar un manuscrito y editarlo correctamente para su circulación), el de traducción y el de crítica sólo pueden ser realizados a la perfección por personas competentes y expertas, con una trayectoria y una formación a sus espaldas. El lector no puede sustituir al crítico, porque sus trabajos son diferentes: el del crítico, simplificando mucho, es analizar la obra y aconsejar al lector, ayudando a clarificar el panorama o contexto literario en el que aparece una novedad. El trabajo del lector es leer.



- ¿Qué aspectos propios del mundo editorial podrían estar incidiendo en el creciente protagonismo de la figura del lector?



Sobre el creciente papel del lector creo que es muy significativo que el último premio Formentor haya recaído en Alberto Manguel, por su “minuciosa recreación del arte de leer”, según declaró el jurado. Parece que el lector en nuestros días no sólo intenta reemplazar al crítico, también lo intenta con el escritor. Quizá es el signo de estos tiempos del selfie: la gente no quiere un libro, sino un espejo; quieren verse a sí mismos, llevando al extremo aquella actitud “adolescente” que, según Terry Eagleton, tienen los lectores poco formados y primerizos: “me gusta este libro, porque me identifico con sus personajes” -una de las causas clave del éxito de Bridget Jones, entre otros incontables ejemplos-. Quizá el libro perfecto de esta época narcisista en que vivimos sea el libro de un youtuber que nunca había leído libros: “sólo voy a leer el libro que yo mismo escriba, o el que escriba basándose en mí un escritor contratado”. El último caso genera un chiste memorable, del cual hay varios casos en España: las personas que han publicado un libro, sin haber leído jamás uno, ni siquiera el propio.





- ¿Qué le aporta esta novedad -que promueve conversaciones más de tipo horizontal- al mundo del libro, con dinámicas tradicionalmente más verticales?



Creo que se ha incrementado lo que suele llamarse “la conversación” respecto al libro; lo que no tengo tan claro es que hablar más sobre libros, o hacerlo con más gente, estimule la lectura o incremente la venta de ejemplares. Creo que simplemente se cambia el lugar de la antigua charla sobre “qué es lo último que has leído” (en la actualidad completamente sustituida por “cuál es la última serie que has visto”): al ver que sus intereses lectores no son satisfechos por las charlas entre amigos, los lectores buscan interlocutores y cómplices en línea, para departir con ellos acerca de sus lecturas en blogs, chats, redes sociales, plataformas, etcétera.



En el mundo editorial, veo cierto pánico ante una serie de cambios tan amplia y todos los frentes; algunas editoriales han reaccionado negándose a hacer ningún cambio, lo que me parece un error, y otras lo han cambiado todo (una equivocación todavía mayor). Sí detecto una creciente preocupación por el eco de la actividad propia en internet, con mayor presencia de editoriales activas en las redes sociales: es obvio que un vendedor tiene que acercarse a los potenciales compradores. Algunos editores dicen que ese esfuerzo no merece la pena y que se vende un libro por cada 500 seguidores en Twitter, pero nunca se preguntan cuántos libros venden por cada 500 médicos, carpinteros o pescadores. Para colocar ejemplares lo primero es hacerle saber a los posibles interesados que publicas libros.



Veo nervios en la industria ante estos lectores que comienzan a tener iniciativa. Algunas editoriales reaccionan bien, y envían ejemplares a libreros influyentes (incluso recogiendo sus opiniones en las fajas o solapas de cubierta), a blogueros y a booktubers. Me parece lógico, si yo fuera editor lo haría, siempre que editara libros que pueden interesar a un booktuber adolescente.



- ¿Estamos ante un fenómeno que ocurre necesariamente propiciado por el impacto de las TIC?



Las TIC no se mueven solas, alguien las mueve detrás, y creo que tras ellas hay conocedores del mundo editorial que actúan guiados por intereses económicos, lo que es normal, porque en el mundo del libro todos han vivido siempre del negocio… menos los escritores. Otis Chandler, el fundador de la pionera red social de lectores Goodreads, es ingeniero informático y empresario, y su familia fue editora del periódico Los Angeles Times. Los empresarios tomaron el control de las grandes editoriales en los años 80 y 90, como señaló André Schiffrin, y ahora lanzan plataformas de lectores. Lo que intento decir es que estas “tecnologías de y para lectores” no son autogestionadas, no son asociaciones benéficas de amantes de las letras que intenten saltarse intermediarios, sino diseños empresariales que ven un hueco de mercado (tanto Goodreads, como Bookish o The Copia venden libros y / o publicidad). Es cierto que dan servicio a los lectores y establecen canales de comunicación entre ellos, y entre lectores y escritores, pero no son filántropos. Como bien apunta un artículo de Forbes sobre Goodreads, su objetivo es romper las antiguas jerarquías económicas para imponer otras.



Las técnicas en sí no son un problema; yo llevo haciendo videorreseñas desde 2008, seis o siete años antes de la aparición del fenómeno booktuber. YouTube se fundó hace 12 años, nada menos. Creo que el vídeo tiene muchas posibilidades para la difusión de la crítica -y también para la crítica de la difusión-. Creo que en este boom del “lector activo” hay otros motivos más allá de la técnica, que expongo en la siguiente respuesta.



- ¿Dice algo este rol más activo del lector sobre el contexto socio-cultural global?



Este “viralector” o lector viral, cuyas legiones de fans nos asombran, me parece un síntoma del individualismo creciente que nos acucia; no hay mucha diferencia entre hacerse un selfie para Instagram (donde alguien se sueña supermodelo, sin serlo) y hacer un comentario sobre libros (donde alguien se piensa crítico literario, sin serlo). La propaganda mediática nos dice que podemos ser lo que queramos; inconscientes de que apenas podremos ser lo que nos dejen, nos lanzamos a exportar nuestra individualidad al universo. No creo que los jóvenes booktubers sean un hecho negativo, pero tampoco hay que santificarlo. Es parte de un fenómeno mayor: el incesante hipercomentario global, el enjambre humano que ha roto a dar opiniones sobre cualquier tema.

domingo, 4 de junio de 2017

jueves, 25 de mayo de 2017

Entrevista por Ernesto Castro


El joven filósofo Ernesto Castro me ha realizado una extensa entrevista, en la que aborda casi todos los libros que he escrito -trabajo ímprobo a estas alturas, y que le agradezco- y los comenta y me hace preguntas al respecto. Además, hablamos de crítica literaria, me animo a plantear las líneas estéticas de fuga de la literatura actual, intento buscar lo que serían actualmente en literatura modelos similares al "conceptual institucional" de un Haacke, me pregunta sobre cuestiones de campo, expongo los mecanismos de la "institucionalización inversa" en que puede caer un crítico de la cultura, comentamos fenómenos de inmigración y globalización cultural, Ernesto me pregunta por la nueva poesía, y, lo que es más difícil aún, sobre el futuro.


domingo, 7 de mayo de 2017

Nota sobre Hologramas y la narrativa española actual











Teresa Gómez Trueba, y Carmen Morán Rodríguez, Hologramas. Realidad y relato del siglo XXI; Trea, Gijón, 2017.


No me es posible reseñarla, pero al menos quiero dejar constancia de la salida de esta importante monografía, que resume con bastante acierto varias de las líneas de fuga de la narrativa española de lo que va de siglo. Las autoras, que suman cada una sus propias preocupaciones y enfoques, a veces claramente detectables, también logran un tercer discurso, superador o sintético de sus posiciones, que constituye una de las mayores riquezas del volumen. Su propósito es claro y Hologramas se ajusta a él: “aunque muy diferentes entre sí, todas las novelas de las que hablaremos […] se hallan incardinadas en una corriente de sospecha ante la realidad y su enunciación” (p. 56). Y así es, y una de las virtudes del volumen es demostrar que esa corriente de sospecha -no “frankfurtiana”, salvo excepciones puntuales- es mucho más extendida de lo que pudiera pensarse, y quizá es hija de estos tiempos de espectáculo, simulacro y postverdad en los que nos encontramos.

Entre los puntos fuertes de la monografía, las autoras entran al trapo del uso y el abuso de lo metaficcional; examinan -con alguna reserva, pero, en general, con demasiada benevolencia- en la epidemia de autoficcionalidad o “hibridez”, como ellas prefieren denominar al fenómeno; prefieren hábilmente hablar de la distinción entre discurso y realidad, en vez de distinguir entre ficción y no-ficción, para apreciar la “creciente fluidez entre compartimentos” (p. 156); hacen una excelente lectura de las relaciones de la literatura actual con la tecnología, la televisión y la fotografía, y llevan a cabo una necesaria recuperación de la figura del novelista Mariano Antolín Rato como antecesor necesario en el XX de algunos fenómenos literarios del XXI. En efecto, antes de Loriga y Casavella, Antolín Rato había llevado a cabo un claro movimiento de apertura a otras realidades literarias, y está por estudiar su huella en los contemporáneos y en las añadas siguientes.

Como reparo, pondría la excesiva presencia de Javier Cercas en el volumen, inversamente proporcional a sus méritos literarios -a mi juicio, por supuesto-. Para una segunda edición sugeriría a las autoras una referencia a los complejos juegos metaficcionales con los cuatro narradores que Ramón Buenaventura en NWTY (2013, que a su vez traen causa de los narradores de su novela El año que viene en Tánger), añadir a la parte de “falsos documentales” una referencia a La fórmula Miralbes (2016) de Braulio Ortiz Poole, y a Los últimos días de Adelaida García Morales (2016) de Elvira Navarro (imagino que el volumen se cerró antes de la aparición de estos libros), y sería conveniente rectificar el apellido de Rafael Pérez Estrada, llamado “López Estrada” en la p. 241.

En suma, es el de Gómez Trueba y Morán Rodríguez un manual más que útil para entender lo que ha cambiado y crecido en este siglo la narrativa española actual.