sábado, 29 de marzo de 2014

Veinte formas de peinarse



Rafael Espinosa, La regata de las comisuras; Kriller71, Madrid, 2014.


Agradezco a Kriller ediciones su trabajo francotirador destinado a ensanchar el panorama de poesía recomendable. Tras el acceso a la obra de Robert Bringhurst, comentado aquí hace unas semanas, la antología La regata de las comisuras me ha permitido conocer a Rafael Espinosa (Lima, 1962), dejándome anonadado algunos fogonazos de su lírica, a los que vuelvo una y otra vez cuando preciso dosis de  asombro: “Lo que cuenta no es gramatical”; “En la mañana, soy refractario / a la música de las esferas”; “Este es mi paseo, este es mi mundo / y ni él me lo puede arrebatar / ni yo me lo puedo apoderar”, o esta maravilla:

Gusta de las calles desiertas. Resuelven

ontológicamente la oposición

campo/ciudad.

Sí, la poesía de Espinosa, capaz de hacernos ver de pronto paisajes rurales dentro de lo urbano, es desconcertante, incluso deliberadamente desconcertante; pero la clara fascinación que nos produce no surge en absoluto de una oscuridad inextricable ni de una provocación gratuita, sino de una rara mezcla de elementos: ráfagas irracionales se mezclan con menciones contundentes a lo concreto o a las leyes científicas, de modo que nos vemos sacudidos por lo exacto y lo delirante al mismo tiempo, casi sin solución de continuidad: “Una sola forma de sacrificio / para veinte formas de peinarse. / Y confundir qué es materia / y qué es mente mientras se palpa una hebra / de pelo para ser guardada” (p. 41). Como apunta en su prólogo José Carlos Yrigoyen, Espinosa “recurre a elementos radicalmente antipoéticos cuya fusión, en la mayoría de los casos, produce alegorías que representan (…) situaciones y sensaciones sin renunciar a ser claramente visibles y concretas” (p. 9), deteniendo lo invisible en su transcurso, como la primera vez que alguien fotografió un relámpago. Las menciones de esta lírica a la mente y al cerebro, que salpican varios textos recopilados, demuestra un auténtico conocimiento de cómo el poeta percibe lo real para desfigurarlo a continuación, sin olvidar su concreción material y sin dejar de reencantar el objeto elegido y procesarlo hacia otros modos del entendimiento. Si bien los últimos textos recogidos en la antología tienen menos fuerza que los primeros, bastan poemarios como Amados transformadores de corriente (2010), incluido en esta edición por completo, para convertirlo en lectura no sé si recomendable u obligatoria.

 .

[Relación con autor y editorial: ninguna]

domingo, 16 de marzo de 2014

Kaufman a la inversa

La semana pasada volví a ver "Synecdoche New York", de Charlie Kaufman, y se me ocurrió darle la vuelta al espléndido monólogo que tiene lugar casi al final, para ver si seguía funcionando contado del revés. Y sí, vaya si funciona:

"Ahora ya no estás. Son las 7.44. Ahora, estás aquí, son las 7.43. Ahora estás aquí, viendo pasar el tiempo. Conduciendo. Sin ir a parte alguna ni venir de ningún lado. Sólo piensas en conducir, mientras descubres que nadie te mira y que nunca nadie lo ha hecho, mientras pierdes tus características una a una, mientras el mundo te olvida y reconoces tu fugacidad, mientras te despojas de ellos, de tu belleza y de tu juventud, mientras mueren y pasan al más allá, mientras la gente que te adora deja de adorarte. Camina. Ya es hora de que lo entiendas. Todo era tuyo. Sus manos rojas y toscas. Su pelo gris y lacio. Toda su soledad. Todas sus penas eran tuyas. Así que tú eres Adele, Hazel, Claire, Olive. Todos somos todos, cada uno es todos. Los detalles apenas importan. Esa es la experiencia de todos. La de todos y cada uno. Has luchado por existir y ahora te deslizas silenciosamente hacia la nada. Te das cuenta de que no eres especial. Decepcionante. Entendido. Vivido. Se ha quedado atrás lo que una vez fue un emocionante y misterioso futuro."

domingo, 9 de marzo de 2014

Libros menudos y rarezas destacables





José María Micó, Clásicos vividos; Acantilado, Barcelona, 2013.
José María Micó, Caleidoscopio; Visor, Madrid, 2013.

Si pensara en otro posible título para Clásicos vividos, se me ocurriría Caleidoscopio, y si pensara en una rúbrica alternativa para este poemario no estaría muy lejos un término que aunase la contemporaneidad vivida desde el legado de los clásicos. Hasta ese punto están entrelazados y son coherentes estos dos libros, si bien su raíz es distinta: Clásicos vividos aglutina diversas lecturas de nombres del canon, desde Ausías March a Federico García Lorca, y Caleidoscopio es un poemario extraño, que hace honor a su título en cuanto “conjunto diverso y cambiante” de temas, tonos y asuntos. A destacar entre esta diversidad la serie de poemas “Momentos”, una brillante recuperación del flanêur baudelairiano desde una visión crápula y rabiosamente actual. En Clásicos vividos, y haciendo constar que en Micó la erudición siempre encuentra un modo de aliarse con la amenidad, me ha parecido especialmente aguda la comparación entre el Guzmán de Alfarache y el Lazarillo; muchas veces abordada, en pocas alcanza esta precisión conceptista: “Lázaro es un ‘pobreto’ que malvive entre Salamanca y Toledo; con el Guzmán de Alfarache, la picaresca se hace internacional y delictiva. A un hijo de la desdicha lo sucede ‘un hijo del ocio’ (…); a un desarraigado, un desgarrado” (p. 36). También se puede encontrar en estas páginas un vibrante recuerdo de Rubén Darío y otro punto de engarce con Caleidoscopio: una explicación del autor de la influencia de Juan Ramón en su obra, que le da pie a un pequeño recorrido por la misma.




Luz Pichel, Cativa en su lughar / Casa pechada; Progresele, Ibiza, 2013.

El diccionario de la RAE diferencia entre reescribir, que sería volver a escribir lo ya redactado, y rescribir, que es “contestar, responder por escrito a una carta u otra comunicación”. La poeta gallega Pichel (Alén, 1947) ha llevado a cabo en Cativa en su lughar una compleja operación revisora a partir de un poemario anterior, Casa pechada (2006); en esa operación estarían involucradas tanto la reescritura como la rescritura (ambos términos, curiosamente, no están incluidos en el diccionario).

El resultado es un libro de poemas poco convencional, puesto que la edición de la recién nacida editorial Progresele incluye el poemario en español (con algunas variantes léxicas) y a continuación el poemario original en gallego, separados por unas excelentes “Notas para un poemario refeito” a cargo de la poeta y estudiosa María Salgado, que ayudan a entender, junto al prólogo de la propia Pichel, la compleja operación de este libro. El lector puede encontrar, amén de una poesía telúrica y muy en contacto con lo raíz geográfica y humana del ser, un interesante juego entre el gallego, el castellano y el castrapo, un dialecto local intermedio entre ambas lenguas. Como explica Salgado, “usar una lengua de frontera, escribir desde donde no hay regla pero sí hay cuerpo y diferencia, es proceder también a reescribirlo todo, y diferente. De ahí que Casa pechada no pudiera ser simplemente traducida y reeditada, sino escrita, otra vez” (p. 118). En ese sentido, Cativa en su lughar es, además de una reescritura, una rescritura o respuesta al texto original, a la luz de otro idioma y del paso del tiempo. Del mismo modo en que Juan Ramón utilizaba la j en vez de algunas gés, Pichel decide conservar en español la gheada del castrapo cambiando la g por el “gh” –de ahí el lughar del título–, que tiene una especial pronunciación en el dialecto; igualmente mantiene algunas particularidades de acentuación características de esa zona de Galicia (“eramos” por “éramos”, vgr.).

Entrando en el diálogo entre ambas versiones, al comparar el original gallego con la recreación castellana diríase que la expresión se vuelve más compleja, o más derramada. En algunos textos parece que el trabajo reescritor de Pichel a partir del poema gallego ha originado repensamientos de ideas, en un desarrollo que motiva que algunos textos sean más largos o más complejos en castellano que en el original. Lo que no hace a uno mejor que otro, sino dos poemas distintos, complementarios, y auténticas reescrituras: “una posición, otro texto” (p. 10), acuña la autora. Además, el presente volumen incluye una colección de breves poemas excéntricos, configurados por las pequeñas definiciones glosadas que la autora incorpora en las páginas pares de la versión castellana, dirigidas a explicar palabras provenientes del castrapo. Estas glosas acaban convirtiéndose en derrames léxicos de particular eficacia expresiva que rompen el discurso original del libro y traen a primera línea de importancia el lenguaje con el que aquél se escribe. Un ejemplo de estos aerolitos de filología libre: “Intrusos hay que cuélanse de costado en lo manifiesto de una multitude. En la soledade de la plaza y comparando, conviene lo saber. Falsos amighos son y abundan. Eso pasa con llano, que no se identifica, tú no fíes”. O explicando el término “zoar”: “(…) todo eso son bestias zoantes en medio de la neghranoche. Zoan/tropía, ya es otro voc/hablo, más de cadelo, más de clan, más de poeta. Zocada precisa poco comento, es gholpe con el zueco al rapaciño, para el aprendizaje” (p. 24). Ruptura textual, ruptura léxica, ruptura de la secuencia poemática, ruptura acentual y, por último, ruptura interior, clara –por oscuramente– explicada.




David Vegue, Genealogía del sueño; Sol y sombra poesía, Santander, 2013.
Ana Gorría, La soledad de las formas; Sol y sombra poesía, Santander, 2013.
Vicente Gutiérrez Escudero, En la última mano; Sol y sombra poesía, Santander, 2013.

Para terminar, me gustaría ponderar los tres lanzamientos de la pequeña pero cuidada colección de plaquettes de poesía Sol y sombra, radicada en Santander y con minúscula distribución, pero que merece la pena seguir. En la última mano, de Vicente Gutiérrez Escudero, es un ejercicio de apropiacionismo literario en el que el autor ha tomado decenas de líneas de la novela de Norman Bogner Séptima avenida y las ha convertido en un curioso poemario circular. David Vegue ha sido un descubrimiento para mí y para otras personas, y recomiendo vivamente su diverso y sólido Genealogía del sueño, deseando poder contar pronto con un poemario largo que recoja estos excelentes poemas. Ana Gorría no es ningún descubrimiento; a pesar de su edad es una poeta conocida y respetada, dueña de una o varias voces contenidas, meditadas, y capaces. En La soledad de las formas presenta un conjunto de poemas en prosa donde la reflexión sobre el lenguaje y sus límites se “aloja” en el cuerpo bucal, llevando a cabo un análisis a medias intelectual y corporal sobre las relaciones menos evidentes entre boca y lenguaje, tema que también han abordado en alguna ocasión Jesús Aguado o Peter Handke.

Acabo transcribiendo uno de los poemas de David Vegue, "Ley de la termodinámica":

 



[Relación con las editoriales: ninguna. Relación con los autores: ninguna; correspondencia sobre sus libros con Ana Gorría y José María Micó].