1) No me gusta mucho la visión que da
Cronenberg de Carl G. Jung en A Dangerous
Method (2011), donde aparece despojado casi por completo de su visionaria potencia
intelectual, pero al menos ha sabido utilizar bien el poder que daba el
humanista suizo a los símbolos. Vamos a examinar la presencia de dos de ellos
en la película. Observemos esta imagen:
La cuidada ubicación de los espejos (el
espejo mayor, donde aparece ella como imagen del deseo, duplicada; el azogue pequeño,
frente a Jung, empequeñeciendo su imagen o recortándola como lecho de Procusto)
justo cuando el psicoanalista está reconociendo su sentimiento de escisión (divided), dice más sobre la complejidad
de la psique humana y su capacidad de interpretación que muchos de los diálogos
de la película. La imagen libidinal de Sabine, en camisón y sentada en la cama
donde acaban de hacer el amor, rodea en
su duplicación a Carl, que aparece además “recogido”, contraído sobre sí mismo
mientras declara su culpabilidad y su sentimiento de división interna. Fractura
interior que también asola a Sabine, claro, doctora y paciente a un tiempo (la
poeta Concha García escribía en Cuántas
llaves: “Me hinco en la cama y soy una / con la conciencia escindida”). Pero
aquí la grieta interna que Cronenberg quiere enfatizar no es tanto la de Sabine
–sin dejar de mostrarla– como la de Jung; la doble imagen de Sabine acorrala a
Jung justo en el momento en que se declara trapped,
atrapado, por la infidelidad marital con ella y los posibles efectos sobre su
trayectoria profesional. El uso del espejo por Cronenberg es soberbio para “duplicar
la duplicación” y mostrar la myse en
abîme del sujeto. Recordemos el célebre pasaje de los diarios de André
Gide, que tanto interesase a Lacan y Dallenbach:
Escribo
sobre este pequeño mueble de Anna Shackleton que se hallaba en mi habitación de
la calle de Commailles. Era allí donde solía trabajar; me gustaba, porque, en
el espejo doble del secreter, situado
por encima del tablero en que me apoyaba para escribir, me veía escribiendo; me
miraba entre frase y frase; mi imagen me hablaba, me escuchaba, me hacía
compañía, me mantenía enfervorizado.[1]
El
espejo que engrandecía el ya de por sí desatado ego de Gide es utilizado por
Cronenberg persiguiendo el efecto contrario: empequeñecer el ego, mostrarlo mínimo
y recortado frente al enorme poder sexual de Sabine. Este plano, que dura
apenas unos cuatro o cinco segundos, acumula pues todos estos sentidos: el
achicamiento del papel sexual de Jung, la representación espacial e icónica del
poder agrandado de Sabine, la escisión psíquica de los dos, el acorralamiento simbólico
de Carl, su recogimiento o contracción corporal ante la trampa o cul de sac existencial en que se
encuentra, su sentimiento de culpa ante el adulterio.
[1] A. Gide, Journal 1889-1939; París, Gallimard,
1948, p. 252; citado en Lucien Dällenbach, El relato especular; Visor
Distribuciones, Madrid, 1991, pp. 22-23. Dällenbach apunta en nota un aforismo de
Valéry donde se expresa a la perfección –siempre a su juicio– el narcisismo de
Gide: “Un espejo en el que nos miramos, ante el que nos vienen deseos de
hablarnos, sugiere, explica el extraño texto: Dixit Dominus Domino meo..., confiriéndole sentido” (op. cit., pp.
28-29).
2) Segundo fotograma:
+en+Clark+University,+1909.jpg)
.
.
6 comentarios:
Has llegado hasta el último detalle de la observación, hasta el nundo donde dos mentes que divergieron y fueron excepcionales llegaron a no encontarse porque en el fondo, ambas, sabían que ambas propuestas eran posibles, el ego de cada uno de ellos no engrandeció el proyecto.
Gracias, Concha. Sí, a veces los egos matan o mutilan. Pero creo que el de Jung era un ego menos castrante. Por supuesto es una posición personal, afectiva, indefendible. Abrazos
Sabía de tu obra, por algunos libros, pero no conocía tu blog… Me quedo
Repasando publicaciones anteriores, coincido contigo: Garcilaso fue una pieza clave en la literatura española contemporánea.
En el presente, tras leerlo –con detenimiento- y examinar las imágenes, me ha llegado a la memoria –a modo de flash back- una escena de “La Pequeña”. Aunque, el trasfondo sea –completamente- distinto.
En el primer fotograma, me acomodo a “Dixit Dominus Domino meo…, Añadiendo tus apreciaciones dualidad-culpabilidad. En el segundo, la fractura entre su amistad-pensamiento, recae –justo- en la conciencia de la libertad. En un plano, con una perspectiva magistral, en el que el elemento de discordia es la medianera perfecta. Saludos,
Ann@
PD. Estás invitado a mi blog… Memoria Perdida. Gracias
Gracias, Anna. Muchos saludos
que buen detalle el que realizas en esta entrada, es preciso lo que tu nos relatas, es algo que se ve el ego, el super yo que encaminado cada vez crece mas.
LA humanidad se encuentra llena de ese sentimiento, y a muchos se nos olvida de donde salimos.
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