martes, 3 de julio de 2018

La autonovela de Miguel Ángel Hernández

En La literatura egódica (2013) acuñé uno de esos neologismos que voy planteando, a veces con alguna fortuna y casi siempre sin ella: “autonovela”. Allí describía la autonovela como el lugar de encuentro entre la metanovela y la autoficción, describiéndola como el marco conceptual donde podrían incluirse diversos libros (de Negra espalda del tiempo de Javier Marías a Mate jaque, de Javier Pastor, por ejemplo), que tienen en común cuatro elementos: un esquema autofictivo, un paralelismo constante entre la reelaboración subjetiva y la elaboración del propio libro en curso, una autocrítica psicoliteraria y un contenido tan clavado en la realidad que podría causar efectos directos (y no siempre agradables) en el entorno personal y familiar del escritor. A estos títulos —en el ensayo se citan algunos más, y también podríamos añadir el reciente Clavícula de Marta Sanz—, viene a sumarse ahora El dolor de los demás (Anagrama, 2018), de Miguel Ángel Hernández Navarro, un libro que reúne estas cuatro características (ver págs. 152, 271 y 279 y siguientes, en lo tocante al marco metaficcional) y que ejerce la sana autocrítica apuntada, ejercida desde varios puntos de vista: la desconfianza en la reconstrucción del pasado, las dudas sobre la propia capacidad (p. 67), la angustia ante la posible impostura (pp. 235-37), la sospecha de que “la escritura nunca llega al fondo de las cosas” (p. 188), la conciencia de la gravedad de remover el dolor ajeno (p. 31), y un sano y necesario etcétera. La autonovela me parece un microgénero muy interesante por encarnar el pequeño reino de los temores y de las dudas en un entorno demasiado seguro a veces de sí, y siempre es atractivo y valioso ver a un escritor hecho y derecho como Hernández Navarro dudar y bajarse de cualquier pedestal, presentándose con humildad a sí mismo con las vacilaciones de un aprendiz, como si estuviera a punto de comenzar.



[Relación con el autor: muy cordial. Relación con la editorial: ninguna.]

2 comentarios:

LIU dijo...

HHhH, de Laurent Binet adopta esta estructura. Publicada en 2010, le llevó diez años elaborarla.
Saludos,

Anónimo dijo...

Me ha recordado esta entrada a algunas de las respuestas de Hemingway a la célebre entrevista de George Plimpton, que justo releí recientemente, a propósito de la mención que de ella hace García Márquez en su Introducción del volumen de cuentos del estadounidense publicado por DEBOLS!LLO. La entrevista se puede encontrar fácilmente en Internet. No quisiera incurrir en spam.

(Sobre la autoficción, por decirlo de alguna manera, real; aunque esto sea paradójico porque una ficción en tanto que reelaboración de la memoria seguramente no pueda ser considerada como algo definitivamente real —pero obviamente hay formas de lograr que las personas de la vida real se sientan aludidas):

Plimpton: ¿Podría decirnos algo acerca del proceso de conversión de un personaje de la vida real en un personaje de ficción?

Hemingway: Si explicara cómo se hace eso, sería un manual para los abogados especializados en casos de difamación.

[...]

Plimpton: -¿Ha descrito alguna vez una clase de situación de la que usted no tuviera conocimiento personal?

Hemingway: Es una pregunta extraña. ¿Por conocimiento personal se refiere usted a conocimiento carnal? En ese caso, la respuesta es afirmativa. Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal y a veces parece disponer de conocimientos inexplicables, que podrían provenir de experiencias familiares o raciales olvidadas. ¿Qué es lo que hace que las palomas mensajeras vuelen como lo hacen, de dónde saca su coraje un toro de lidia, o un sabueso su olfato?

Sobre los temores acerca del auténtico valor de la literatura (si acaso lo hay, o hubiera):

[...]

Plimpton: Finalmente, una pregunta fundamental: ¿cuál cree usted que es la función de su arte? ¿Por qué una representación de los hechos en vez de los hechos mismos?

Hemingway: ¿Por qué preocuparse por eso? A partir de las cosas que han ocurrido y de las cosas tal como existen y de todas las cosas que uno conoce y de todas aquellas que no puede conocer, uno hace algo por medio de su invención, algo que no es una representación sino una cosa nueva más real que cualquier otra real y viva, y uno le da vida, y si la hace suficientemente bien, también le da inmortalidad. Por eso uno escribe, y por ninguna otra razón conocida. Pero, ¿acaso no hay muchas razones que nadie conoce?

Un saludo.

Iván A.T.