martes, 18 de junio de 2019

No borrar: una poética de trabajo

Hace unos días me encontré con un destello de suerte con el que no contaba. Se me había ocurrido una idea para trenzar una línea de trabajo, a la vez creativa y de investigación, pero no terminaba de encontrar el ajuste entre la teoría y la práctica. Frente a la escasez de ejemplos recopilados, la red teórica era frondosa y clara, a la vez amplia y huérfana de un corpus más extenso al que envolver y al que dar forma. Me tenía preocupado el asunto, porque suele sucederme al revés: partir de cientos de casos, de textos, de libros, sobre los que debo ir construyendo inductivamente una hipótesis.
            Pero la suerte llegó de un modo inesperado. Al introducir en un documento antiguo un dato de actualización, tecleé el párrafo y luego me dejé ir por el archivo, avanzando páginas y páginas, sólo por la curiosidad de saber qué había ido almacenando lustros antes en sus 360 folios. Vi algún artículo ya publicado, un par de capítulos insertos en libros colectivos, y luego una foresta inculta de citas y reflexiones que se extendía durante páginas y páginas. Y allí, en un sector acotado bajo un nombre genérico, estaba. Allí, a lo largo de unas veinte páginas, se extendía el corpus de decenas de novelas, relatos y poemas que tan arduamente necesito ahora. En su momento dejé de añadir elementos a esa zona del archivo, tras años de paciente labor recolectora, porque consideré que era un páramo textual superfluo, y que no me iba a añadir nada. Hoy parece un hermoso campo de trigo listo para la cosecha.

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El añorado físico y humanista Jorge Wagensberg explica, en parte, el porqué de este trabajo inconsciente de ayer para hoy desde una perspectiva científica, al examinar los distintos procederes funcionales de la selección natural y de la selección cultural. En la primera, decía el científico, “preservar lo superfluo es […] muy frecuente en la selección natural aunque francamente muy raro en la selección cultural. La única condición para que la naturaleza retenga lo superfluo es que no moleste, es decir, que no complique ninguna función vital”, mientras que la selección cultural tiende a eliminar lo que no funciona desde un primer momento. “Es un matiz fundamentalísimo de la selección natural: la solución precede al problema”, aclara Wagensberg, que pone el ejemplo de las plumas en los dinosaurios: “Está claro que un animal (una especie) no puede esperar treinta mil años a que le salgan las plumas si resulta que el clima se hace bruscamente frío y húmedo. Sólo se adaptan los que en su día retuvieron una novedad entonces aparentemente inútil”[1]. Cuando escribimos o trabajamos intelectualmente, para no saturarnos tendemos a borrar, a eliminar, con el deseo de no perdernos en la intrincada selva documental y evitar que nos atosiguen las referencias. Pero, quizá por autodidactismo, siempre opté por guardar en otra parte, por acumular sin tirar, por acopiar copias, por sostener el síndrome Diógenes como si fuese una virtud. Gracias a esa mala costumbre, más propia de la selección natural que de la cultural, de guardar lo innecesario, encontré lo superfluo antiguo convertido en riqueza presente, en ventaja evolutiva aprovechable. Había compilado los ejemplos antes de construir la luz teórica capaz de iluminarlos.
            Los pingüinos utilizaron sus alas vestigiales para una nueva función biológica: nadar. El falso pulgar del panda rojo, los huesos de los vertebrados (de antiguos reservorios de calcio a esqueleto flexible para permitir tamaños más grandes y movimientos más veloces), lejanos colores de camuflaje convertidos en armas de seducción, o viceversa, son otros casos naturales de exaptación, término que dieron Stephen Jay Gould y Elizabeth Vrba en 1982 a esta estructura biológica readaptada evolutivamente. La naturaleza conserva lo antiguo por si, en algún caso, vuelve a cobrar vigencia y sentido. Otras veces se pierde.
Quizá lo que hoy eliminas por sobrante sea lo deseado dentro de diez o veinte años.
No borrar: una poética exaptiva.






[1] Jorge Wagensberg, Yo, lo superfluo y el error. Barcelona: Tusquets, 2009, p. 54.

2 comentarios:

Ilkhi Carranza dijo...

Es interesantísimo el neologismo exaptation propuesto por los paleontólogos Stephen J. Gould y Elisabeth S. Vrba en su magnífico ensayo titulado Exaptation-a missing term in the science form publicado en 1982. Qué bien definieron este neologismo cuando escribieron: "Adaptations have functions, exaptations have effects".

Yo también me he encontrado con textos que escribí en el pasado y que ahora me sirven para algo muy diferente de aquello para lo que fue escrito.
Gracias por recordarme a estos dos paleontólogos excepcionales, y que te sea fructífera la cosecha de trigo literario.

Vicente Luis Mora dijo...

Gracias a ti por tu lectura, siempre.