domingo, 26 de abril de 2020

Dadas las circunstancias



Paco Inclán, Dadas las circunstancias. Zaragoza: Jekyll&Jill, 2020. / Hay quien piensa que Paco Inclán toma sus vivencias y les introduce unas gotas de ficción para hacer sus libros. Algo me dice que no es así; sospecho que, en realidad, es justo al revés: Inclán toma un lugar y una anécdota, puede que reales, puede que conocidos de primera mano (o no) y, desde ahí, comienza a ovillar y fabular y tejer posibilidades hasta que localidad y anécdota quedan indisolublemente unidos, como si hubieran sido paridos así desde el principio de los tiempos. Alguna pista ofrece al explicar en la página 69 que sus modos de investigación no son los convencionales: no es un modo de abrirse al encuentro de lo inesperado, sino de reconocer que “investigación” aquí es lo mismo que “ficción”. / Todos los libros de Inclán son extraterritoriales —que no globales— e insertan los mapas donde sucede cada historia; aunque las geografías son distintas y están bien re-construidas, hay un aire de familia de lo humano a punto de fracasar, o recién fracasado, que une todos los cuentos: “a ciertas horas, el mundo se parece demasiado” (p. 57), sostiene una frase memorable. / El lenguaje, que se supone vía de comunicación, lo es aquí de distorsión: tortilogos, erralengua. Muchos de sus personajes, ya desde el monje tibetano de Tantas mentiras (2015), están lost in translation y de ese equívoco comunicativo surgen otros tipos de encuentros. Esa devoción lingüística de Inclán puede moverle a estructurar un cuento sobre el filo entre las dos acepciones de la misma palabra, como sucede con la anfibológica “escatología”, que le permite acercarse a la figura de Arnau de Vilanova en tonos tan quevedianos como impredecibles. Otro ejemplo es ese delirante congreso sobre el idioma esperanto al que Inclán supuestamente acude y que tanto me ha recordado —por el humor y los paraísos artificiales— a “Badajoz”, el fascinante relato de Robert Juan-Cantavella incluido en Proust Fiction (2005), también basado en la lectura delirante de la realidad de un congreso académico escrito desde el otro lado del espejo. Con “Viaje al país del esperanto” y “Badajoz” se puede dar un taller sobre las posibilidades de dinamitar los límites entre realidad y ficción desde la calidad literaria —detalle que no pocas veces se olvida al cruzar ese transitado río—. Juan-Cantavella hace en ocasiones periodismo gonzo; Inclán, en cambio, utiliza el gonzo como género literario, como forma donde sus semánticas chapotean felices y rotundas. / Si aparece la merecidísima segunda edición, estaría bien corregir el apellido Burke por Bourke en la página 82. / En resumen, Inclán hace crítica social geopolítica disfrazada de crónica humorística implacable con el propio narrador de la historia. Es lo contrario de la autoficción, vestido de autoficción. / Lo mejor de esta intuición mía sobre su naturaleza estructuralmente ficcional es que, incluso si es falsa o despistada, me hace disfrutar el doble de sus libros. Déjenme permanecer en el error. / La voz del narrador de los libros de Inclán puede parecer sencilla o accesible al lector no avisado, por la empatía que despierta, pero es una diabólica obra de arte: la de un escritor tan bueno que teme parecer soberbio y se hace pasar por otro más enrollado y humano, al que le cae la vida en lo alto. / Es una literatura singular, humana hasta la médula, brillante. Aquí tiene un fan duradero.





[Relación con la editorial: ninguna. Relación con el autor: ninguna]

sábado, 4 de abril de 2020

Poliantea 4


No quise casarme con ella. Así que todo terminó en la graduación, como se veía venir, y ella se marchó, creo que a España, con su título en literatura comparada; una chica alta y preciosa, de ojos oscuros, y no mucho después estaban en el correo las fotos de su boda. El novio no sólo era científico cognitivo, incluso se me parecía físicamente. Así que cuando me escribió unos pocos años después para decirme que le abandonaba supe que todo había terminado entre nosotros.

E. L. Doctorow, Andrew’s Brain (2014)


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Recibí su libro. Desde que lo abrí hasta que lo cerré he reído sin parar. Lamentablemente, no pude leerlo.

Groucho Marx, a otro humorista que le envió un libro.


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 Ello no puede ser motivo de sorpresa si tenemos en cuenta que tuvieron que pasar varios siglos antes de que se pusiera en funcionamiento un servicio postal regular, y que cerca de dos siglos después el Lord Chief Justice, sir Matthew Hale, quien creía a pies juntillas en la brujería, condenaría a la telegrafía por considerarla una invención del diablo.

Bram Stoker, Famosos impostores (1910)



El viejo K***, marido tierno y amoroso, mas padre desmemoriado, solía preguntarle a su mujer: “Dime, querida, por favor, ¿quién es el padre de nuestro hijo pequeño? No logro acordarme. Otras veces: “Me acaba de venir a la cabeza el nombre del padre de nuestro hijo, el segundo”.

P. A. Viázemski

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Yo podría haber sido una leyenda. O una epopeya, si nos hubiéramos juntado unos cuantos. 

José Luis Cuerda, del filme Amanece que no es poco


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Adorné la habitación con flores, que bajaba a coger por la noche, y no me las comía ni nada.  

Marie Darrieusecq, Marranadas (1996)


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El señor Rowe apenas se había vuelto para dar cuenta de su decepción, cuando el carirredondo hombre de negro (Colerigde) entró y disipó todas las dudas sobre el asunto al comenzar a hablar. No dejó de hacerlo mientras estuvo allí; ni lo ha hecho desde entonces, que yo sepa.

William Hazlitt, Mi primer conocimiento de los poetas (1823)


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Basta ya, señores, que hay víctimas. Han matado ustedes al digno señor López. Basta, por Dios. Ahora veo tambalearse al honorable señor Meléndez. Basta... Soy el juez de campo. No disparen más, caballeros... El honor ha quedado a salvo. Lo aseguro yo. Soy el único superviviente.    

Wenceslao Fernández Flórez, sobre los duelos

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—Diógenes—respondió Pantagruel—, queriendo un día distraerse, visitó a los arqueros que competían en tiro al arco. Entre ellos había uno tan torpe, imperito e inhábil que, cuando le correspondía disparar, todos los espectadores se apartaban por miedo a que los hiriese. Tras haberlo visto una vez disparar con tanta perversidad que su flecha cayó a más de una vara de la diana, al segundo disparo, cuando la gente se apartaba bien lejos, a un lado y otro, Diógenes corrió a colocarse de pie, contra el blanco, afirmando que aquel lugar era el más seguro, porque el arquero antes heriría otro lugar que el blanco, siendo el blanco lo único que quedaba al resguardo del disparo.

François Rabelais, Pantagruel (1564)

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Hammer era tres años mayor que Beard [...] Aunque caminaba arqueado, como un vaquero cansado de la silla, todavía jugaba al squash y recorría solo con una mochila las altas tierras. O decía que lo hacía. Después de pasar un tiempo en su compañía, Beard a menudo se imponía una dieta que duraba muchas horas.
Ian McEwan, Solar (2010)


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Toda afirmación de importancia ha sido dicha antes por alguien que no la descubrió.
 Whitehead

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El lado suburbano de Dios me desagradaba, y su retrato, en el manual del catecismo, aumentaba el desagrado: un señor hirsuto, encaramado en una nube y sujetando relámpagos en la mano como los electricistas, al cual nadie, con un poco de sentido común, abriría la puerta si lo encontrase de pie sobre el felpudo. Era imposible imaginarlo en la sala con mi familia: las visitas entrando en un torbellino de besos efusivos, dando con ese vagabundo desharrapado, la turbación de mi padre
-Le presento a Dios, señora Ángela
   el vagabundo que se levanta de la nube con un asomo de delicadeza inesperada, extendía una palma inmensa dudosa que obligaba a las visitas a limpiarse disimuladamente con el pañuelo, a pasar de la tarde en compañía de un ser extrañísimo que, en vez de hablar, endilgaba profecías en un lenguaje laberíntico, se jactaba de haber dejado morir a su propio hijo, se despedía
-Hasta mañana si yo quiero
Antonio Lobo Antunes


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¿Noé construyó un arca y salvó a todas las criaturas de Dios en 40 días, y Paul Haggis no puede hacer una película en 65?

De la serie Entourage (2006)

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Una tarde me encontré a Carlina; estaba más llenita y pensé, como todos en la colonia, en un embarazo de tres meses. Nada de eso. Amira me contó, con sádica precisión de cosmetóloga, que le habían encontrado una lombriz en los intestinos. Había sido flaca gracias a la tenia enroscada en su cuerpo. ¿Podía haber algo más aberrante que un organismo? La antigua Carolina, la que tuve dormida en mis brazos, me pareció deseable y repugnante. ¿No hay modo de saltarse las flemas, los vómitos de hiel, los cuerpos descompuestos?, me pregunté al entrar en la Facultad. En comparación con tantas especialidades donde hay glándulas y secreciones, la oftalmología se alzaba como una abstracción fascinante donde las mujeres no eran esbeltas gracias a una víbora.

Juan Villoro, El disparo de argón (1991)

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Nadie debe leer un artículo sobre el que campee la estirada e insoportable I, que indica que detrás de aquél vendrán otros...

Wenceslao Fernández. Flórez


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Ella, como buena telefonista, me dijo que sí.

Ramón Irigoyen
 
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Está ofendido, no logra hacerse oír ni por el hombre más tonto del mundo.

Elías Canetti, Hampstead (1994)

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La resistencia del maestro, sin embargo, debía ser escasa, ya que [...] se cansaba él antes de pegar que Oliver de recibir. Este alumno, por cierto, acabó sublimando su masoquismo con la creación de una librería especializada en poesía, operación mediante la que consiguió arruinar a varios familiares y amigos, comenzando por él mismo.

Vicenç Pagès Jordà, Los jugadores de whist (2009)

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Un miembro escribió una obra de teatro titulada El hombre que aburrió a todo el mundo [...] La obra considera el dilema de un hombre al que siempre que abría la boca para hablar se le decía que era un tostón. Por fin, el hombre en cuestión se aprovecha de su idiosincrasia exhibiéndose en un escenario como “El Mayor Aburridor del mundo”, pero la policía prohíbe el espectáculo porque la muchedumbre que hace cola para adquirir entradas demuestra que su aburrimiento es un fraude, si es capaz de interesar a tanta gente.
B. F. Skinner, Walden Dos (1948)

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A veces sucedía que alguien, al visitar a la señora Jitrovó por la mañana, se la encontraba estirada en la cama. Mientras, azorado, el visitante buscaba con los ojos un sitio para sentarse, oía decir: “No, en esa butaca no, es de Pushkin; no, en ese sofá no, es de Zhukovski; no, en esa silla no, es la silla de Gógol. Sentaos en mi cama, es el sitio de todos”.

Serena Vitale, El botón de Pushkin (1999)


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Al final del segundo acto, el muchacho preguntó con tono respetuoso a Pushkin -quería impresionar favorablemente a su ídolo, darle a entender que ya conocía y frecuentaba les gens du métier- si tendría el placer de volver a verlo en el miércoles literario del escritor X. “No frecuento ese tipo de casas desde que soy un hombre casado”, le contestó.

Serena Vitale, El botón de Pushkin (1999)

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En cuanto a vivir, los sirvientes pueden hacerlo por nosotros.

Villiers de L'isle-Adam