lunes, 26 de agosto de 2024

Novelas entre lenguas

 


Christine Brooke-Rose, Entre. Trad. J. Casri. Piel de Zapa, 2024.

Sería interesante realizar un análisis de literatura comparada entre Between (1968, traducida como Entre para Piel de Zapa por J. Casri) y Larva. Babel de una noche de San Juan (1983) de Julián Ríos, reeditada en 2021 por Jekyll&Jill con su excelencia habitual. Las coincidencias comienzan por el hecho de que tanto la inglesa Christine Brooke-Rose como el español Julián Ríos son figuras extraterritoriales, que abandonaron sus países de origen para residir en Francia. Y se acentúan los parecidos cuando comenzamos a leer: Brooke-Rose, escritora y teórica de la literatura, lleva a cabo un sugerente experimento multilingüe que hace con el párrafo lo que Ríos con la palabra: explorar nuevas posibilidades de sexo (inter)lingüístico (“e allora las lenguas confraternizan en un frenesí de fornicación” (Brooke-Rose, p. 175, Julián Ríos publicó en 1991 La vida sexual de las palabras), aunque si Brooke-Rose trabaja la alternancia de código lingüístico o code-switching idiomático-paragráfico, Ríos, que también lo usó, trabajaba especialmente el neologismo tanto intra como interidiomático. Between y Larva tienen mucho de “tradición con traducción”, como decía Ríos, y de hecho Entre acoge como personajes centrales a dos traductores inmersos en una relación de infidelidad, traditores sentimentales que van acudiendo a congresos internacionales para hacer traducción simultánea -y para reírse, de paso, del nulo provecho de tales cónclaves y congresos, ya sean geopolíticos o culturales-. En las dos novelas la repetición es una clave estética (y también de tempo, cronológica, en Entre), además de un rasgo de estilo, y hay una preocupación por la materialidad (Entre, p. 198) o la carnalidad de la lengua (Juan-Cantavella señalaba en Larva “el profundo afán distorsionador que anima hasta a la última de las unidades fónicas que dan carne a su cuerpo torrencial”[1]). También, por supuesto, hay diferencias; mientras que, como dice Max Hidalgo Nácher, “Ríos se inscribe explícitamente […] en una tradición moderna”[2], la obra de Brooke-Rose “es la réplica perfecta ante la acusación de la caída de la literatura posmoderna en la vacuidad formal” (Casri, en su prólogo a Entre, p. 14).

Mención aparte merece la excelente tradución de J. Casri, teniendo en cuenta que en la novela de Brooke-Rose no se utiliza el verbo to be, y por tanto el traductor ha debido evitar en su versión tanto el verbo ser como el estar, y la complejidad intelingüística, señalada por M. Carmen África Vidal Claramonte: “La novela de Brooke-Rose se convierte así en un entramado de impurezas, sentidos varios, huecos y pliegues”, por lo que la estudiosa proponía una “traducción rizomática”[3], consciente de su naturaleza de exploración entre lenguas y también entre hablas. Algo que Casri ha sabido realizar, a la luz de algunos fragmentos que he leído de la versión original inglesa (que no “en inglés”, puesto que el inglés era solo la lengua de escritura más usada en el original).


Entre y Larva son obras inteligentes, lúdicas, gamberras, arriesgadas, con lógicos altibajos, no aptas para todo tipo de estómago lector, y requieren -oh, execrable crimen- del esfuerzo de quien lee, en un tiempo donde la literatura ha pasado a considerarse como el más sencillo de los placeres no culpables, y donde pedir al lector algo más allá mantenerse despierto aterra a la mayoría de las editoriales. Disfrutar de este tipo de novelas, por tanto, es ejercer el arte de la más saludable -y gozosa, a mi juicio- resistencia.

[Relación con autora y editorial: ninguna] 



[1] Citado en Daniel Escandell, “Prado sin Ríos: espacios en el canon metaliterario de la narrativa de la memoria”, Ogigia. Revista electrónica de estudios hispánicos, n. 21, 2017, [pp. 5-24], p. 10.

[2] Max Hidalgo, “Julián Ríos y la contemporaneidad literaria: cosmopolitismos de una España fuera de sus castillas”, Tropelías: Revista De Teoría De La Literatura Y Literatura Comparada, (8), [pp. 216-236], p. 231.

[3] M. Carmen África Vidal Claramonte, “Hacia una traducción ‘escribible’: Between, de Christine Brooke-Rose”, CLINA, vol. 1, n. 1, 2015, [87-97], p. 94.

jueves, 1 de agosto de 2024

Monos, complejidad, IA, Shakespeare y poesía

 


Javier Adrada de la Torre, Ensayo sobre una cebolla infinita. Valencia: Pre-Textos, 2024.

 

Monos, complejidad, IA, Shakespeare y poesía

 

Goats and monkeys!

Shakespeare, Othello, 4, 1

 

Are they laughing at us–these creatures? " said Hewet after a time, as the cries of monkeys rang near by.

Virginia Woolf, Melymbrosia

 

Van a permitirme que antes de entrar en el análisis de este libro les recuerde un par de cosas sobre el algorithmic information content (AIC), término bajo el que se describe la complejidad algorítmica. Una de las propiedades del AIC es que su complejidad es menos cuantitativa de lo que a primera vista podríamos pensar. Es decir: no por introducir más variables obtenemos necesariamente un resultado más complejo. Un posible ejemplo es el de los fractales: su discutible cualidad infinita no los vuelve más complejos, pues en realidad son el mismo patrón repetido, lo que implica escasa complejidad. Lo que suele causar el exceso de variables introducido en un sistema es su colapso, como se ha descubierto recientemente en el ámbito de la inteligencia artificial. En cambio, unos pocos elementos combinados con sabiduría y buen hacer pueden tener una complejidad fuera del alcance de las variaciones y las permutaciones. ¿Por ejemplo?

El ejemplo que se suele poner en estos casos son las obras de Shakespeare. Lo explicaba muy bien Murray Gell-Mann, quien fuera uno de los fundadores del Santa Fe Institute, un centro de ciencia de los sistemas complejos:

 

This property of AIC, which leads to its being called, on occasion, "algorithmic randomness,” reveals the unsuitability of the quantity as a measure of complexity, since the works of Shakespeare have a Lower AIC than random gibberish of the same length that would typically be typed by the proverbial roomful of monkeys.[1]

 

Esta propiedad del AIC, que lo ha llevado a denominarlo, en alguna ocasión, “azar algorítmico”, revela la inadecuación de la cantidad como medida de complejidad, de la misma forma que las obras de Shakespeare tienen un nivel más bajo de AIC que el azaroso guirigay de la misma extensión que sería normalmente tecleado por la proverbial habitación llena de monos.

 

Pero… ¿qué habitación es esa? Para dar el siguiente paso, necesitamos otra traducción, en este caso de un artículo sobre probabilidad matemática del científico francés Émile Borel:

 

Concevons qu'on ait dressé un million de singes à frapper au hasard sur les touches d'une machine à écrire et que […] ces singes dactylographes travaillent avec ardeur dix heures par jour avec un million de machines à écrire de types variés. […] Au bout d'un an, [leurs] volumes se trouveraient renfermer la copie exacte des livres de toute nature et de toutes langues conservées dans les plus riches bibliothèques du monde.[2]

 

Imaginemos que se ha entrenado a un millón de monos para que golpeen al azar las teclas de una máquina de escribir y que [...] estos monos mecanógrafos trabajen con ahínco diez horas al día con un millón de máquinas de escribir de distintos tipos. [...] Al cabo de un año, [sus] volúmenes contendrían la copia exacta de los libros de toda naturaleza y de todos los idiomas conservados en las bibliotecas más ricas del mundo.

 

Jorge Luis Borges recoge una idea parecida para teorizar acerca de cómo reunir una Biblioteca Total, partiendo de un relato de Kurd Lasswitz, “La biblioteca universal”, aunque había visto algún antecedente en este pasaje del tratado de Cicerón Sobre la naturaleza de los dioses:

 

No entiendo cómo quien estima que esto ha podido ocurrir no piensa también que, si se reunieran en alguna parte innumerables réplicas de nuestras veintiuna letras —de oro o como quiera que fuesen—, podrían formarse con ellas, al ser arrojadas a tierra, los Anales de Enio, de modo que pudieran leerse de seguido... Y es que no sé si la suerte podría ser tan eficaz ni siquiera en el caso de un solo verso.[3]

 

Un fragmento que parece un “precursor” borgiano, desde luego. Y luego el argentino añade que Thomas Henry “Huxley […] dice que media docena de monos, provistos de máquinas de escribir, producirán en unas cuantas eternidades todos los libros que contiene el British Museum [bastaría, en rigor, con un solo mono inmortal]”[4]. Es una atribución falsa, que Borges recoge de una cadena de transmisiones erróneas, puesto que en la época en que Thomas Henry Huxley escribió sobre la posibilidad de que unos monos reescribiesen el salmo 23 no había máquinas de escribir. Parece que el autor de esa frase concreta es en realidad el A. S. Eddington de The Nature of the Physical World (1929): “If an army of monkeys were strumming on typewriters they might write all the books in the British Museum”[5].


[El último párrafo de ese artículo de Borges, por cierto, pasará casi literalmente a su relato “La biblioteca de Babel”; comparemos los dos fragmentos:

 

Yo he procurado rescatar del olvido un horror subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de libros corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira. (“La biblioteca total”, 1939)

 

[los impíos] Hablan (lo sé) de “la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira”. (“La biblioteca de Babel”, Ficciones, 1944)[6]]

 

El efecto acrisolador de cualquier texto de Borges hace que se olvide que la acuñación reconocible del problema de los monos mecanógrafos más precisa es la arriba apuntada de Émile Borel. En cualquier caso el teorema simiesco ha tenido un gran éxito de difusión tanto en la bibliografía matemática, como en la filosófica y literaria. Y este largo preámbulo tiene como motivo presentar su última encarnación hasta la fecha, el interesante y valiente libro de poemas de Javier Adrada de la Torre, Ensayo sobre una cebolla infinita (2024, aunque en la cubierta hay un juego textual con los nombres del título y del autor, como pueden ver en la imagen, en el ISBN ese es el título oficialmente registrado).


El libro de poemas de Adrada de la Torre, aunque trata sobre varios asuntos, tiene como elemento nuclear un suceso real: el experimento llevado a cabo en 2002 en el Poington Zoo de Devon, Inglaterra, por el cual unos estudiantes de la Universidad de Plymouth pusieron a prueba el experimento de los primates mecanógrafos, y pusieron en las manos de Elmo, Gum, Heather, Holly, Mistletoe y Rowan, seis monos del zoo, sendas máquinas de escribir. Su objetivo era comprobar si los macacos tecleaban algo de Shakespeare o, en su defecto, de Murakami. Los resultados fueron los predecibles: tras aporrear algunas letras sueltas, los monos defecaron y orinaron sobre las máquinas y Rowan destrozó la suya con una piedra, actos que quizá podrían ser vistos como algún tipo de metáfora sobre la literatura.

Bromas aparte, este teorema de los monos shakespearianos tiene desarrollos conceptuales potencialmente sólidos sobre diversas cuestiones (entre otras, la conciencia, la probabilidad, el lenguaje y la imaginación creativa) y Javier Adrada de la Torre extrae un notable jugo de la paradoja. Y lo hace porque tiene la formación precisa para ello. Hace un par de semanas expuse en un curso de verano de la Universidad de Valencia sobre poesía actual que una de sus líneas más interesantes es precisamente lo que llamo “poesía teórica”, que está escrita por personas con formación mayoritariamente procedente de la teoría de la literatura, de la filología, o de la teoría del arte (María do Cebreiro, Ángel Cerviño, Juanpe Sánchez López, Berta García Faet, José Alcaraz, Julio César Galán, Juan Gallego Benot, Fernando Soriano, Ruth Llana, María Salgado, Juan de Beatriz, Mayte Gómez Molina, Javier García Rodríguez, Erika Martínez, Pol Guasch, Marta del Pozo, Juan F. Rivero, Francisco Jota-Pérez, María García Díaz y varios nombres más), aunque también de la científica (Agustín Fernández Mallo, Javier Moreno, Juanjo de Tierra o, años atrás, el astrofísico Carlos Briones) que desarrollan una línea similar de escritura con temas o retórica textual teóricos, en la línea de la narrativa de teoría-ficción estudiada por David Viñas Piquer (y su grupo de investigación), Javier García Rodríguez y Cristina Gutiérrez Valencia, línea de la que ya hemos hablado aquí (y sobre la cual habrá más noticias en unos meses). A este numeral creciente de creadores que encuentran en la teoría un modo de analizar la realidad desde una perspectiva en las antípodas del realismo ingenuo dominante en la poesía española de finales del XX y principios del XXI se suma Adrada con su Ensayo sobre una cebolla infinita (de hecho, Adrada desmonta el paradigma realista ingenuo de un plumazo: “no se contempla la realidad / se crea realidad al contemplar”, p. 12) aunque, en su caso, abunda la guasa sobre algunas búsquedas postuladas como científicas.

Ensayo sobre una cebolla infinita destaca por varios elementos: su desparpajo tonal, su bien urdido sistema de referencias teóricas (que incluye varias de las mencionadas en el comentario sobre la paradoja de los monos mecanógrafos), la ausencia de signos de puntuación, los recursos textovisuales (como el “leukós”, según la terminología de Túa Blesa en Logofagias, entre otras estrategias), las notas al pie (características de la poesía teórica, como demostramos en la citada ponencia valenciana) y cierto escepticismo sobre las posibilidades del conocimiento humano, ligado simbólicamente al comportamiento de los seis monos ante sus máquinas de escribir. Esta prevención sobre los frutos del intelecto se extiende al lenguaje y, por supuesto, al lenguaje poético. Para Adrada, “el texto es un perro callejero / que busca a tientas a su madre / por las calles de una ciudad en llamas” (p. 9), y hay tres divertidas piezas donde retrata de forma despiadada al “último poeta romántico de occidente”, definido como “ser mitológico” (p. 24). Sin embargo, la propia expresión literaria tiene condición de mal y remedio a la vez, como sabemos por Derrida, y el resultado son piezas memorables como la que Adrada dedica a John Cage y su interpretación de las 840 Vexations de Erik Satie, que es un modo muy inteligente de regresar a la obsesión combinatoria y al tema las posibilidades de las mónadas significantes de crear nuevo sentido, estableciendo un paralelismo entre las teclas del piano y las de la máquina de escribir:

 


El libro juega con citas apócrifas, con juegos textuales (el poema de la p. 44 repite el soneto CXV de Shakespeare, liberándolo en unos versos de las vocales y en otros de las consonantes, como si hubiese tecleado por un mono, mostrando que la deliberación más precisa no resulta muy lejana del azar), con retorsiones de Chat GPT, que supuestamente habría creado la imagen de “una cebolla infinita / como representación del / absurdo palimpsesto / de capas / estéticas / que habitamos mediante el lenguaje” (p. 37), aunque yo prefiero la imagen de Wisława Szymborska, de la cebolla como entidad cebollísima, sin contradicción en su interior, sin entrañas: “Ser no contradictorio la cebolla […] / Fuga centrípeta. / Eco concertado en coro”[7]. Ambas imágenes, en realidad, son complementarias. El hecho de que Adrada juguetee con la poesía anacrónica del “último poeta romántico” (o “románico”, como erratea hábilmente en el delirante poema “Clitoria”), es precisamente un juego de capas sobre cierta tradición literaria, criticada al tiempo que se la supera, mostrando que la historia de la literatura es también una estructura cebollosa unas veces, otras cebollina, que casi siempre se repite. “Esclavos para siempre de una forma” (p. 43), los monos humanos están obligados a perseverar en el lenguaje creativo, parece decir Adrada, a medias entre el hallazgo y el invierno del descontento, aunque aquí la moneda ha caído por la parte de la cara.

La dicción de Adrada es bastante despojada, aunque tiene algunos momentos de notable pulso épico, y quizá se le pueda achacar cierta descoordinación entre la preocupación teórica por el lenguaje y su acuñación poética, algo normalizada e informativa en bastantes tiradas de versos. El motivo, supongo, es que Ensayo sobre una cebolla infinita se propone más como ejercicio conceptual (la palabra “ensayo” en el título no puede ser casual en un libro donde nada lo es) que como un desbordamiento lingüístico al uso. No es nada fácil aherrojar ambas dimensiones, la intelectual y la lírica, y creo que no se le pueda exigir ese virtuosismo a un autor que presenta como primer libro esta andanada brutal y bienhumorada a la vez. Tiempo habrá de ver cómo evoluciona Javier Adrada, pero su futura evolución se presume darwinista, feraz, prometedora. 
 
 
[Relación con el autor: ninguna. Relación con la editorial: publiqué con ella seis libros.]


[1] Murray Gell-Mann, “What is complexity?” Complexity, vol. 1, n. 1, 1995.

[2] Émile Borel, "La mécanique statique et l'irréversibilité", Journal de Physique Théorique et Appliquée vol. 3, n. 1, 1913, pp. 189–196.

[3] Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses. Trad. y ed. Ángel Escobar . Madrid: Gredos, 1999, p. 233.

[4] Jorge Luis Borges, “La biblioteca total”, Sur, n. 59, agosto de 1939, pp. 13-16.

[5] Glenn Branch, “Wild(er-Smith) Fantasies about Huxley”, National Center for Science Education, 16/03/2016, https://ncse.ngo/wilder-smith-fantasies-about-huxley

[6] Jorge Luis Borges, Obras completas. Tomo I. Buenos Aires: Emecé, 1989, p. 470.

[7] Wisława Szymborska, “Cebolla”. Trad. Carlos Marrodán Casas, en El gran número. Fin y principio y otros poemas. Ed. Maria Filipowicz-Rudek y Juan Carlos Vidal. Madrid: Hiperión, 1997, p. 134.