viernes, 2 de abril de 2021

Memorables depósitos de imágenes

 

 

Ángel Cerviño, La explotación industrial del gusano de la seda. Madrid: RIL Ediciones. Col. Aérea Carmenère, 2021.

Juan Andrés García Román, Poesía fantástica (Resumen primero 2007-2019). Eds. Juan Carlos Reche y Erika Martínez. Valencia: Pre-Textos, 2017.

 

 

Creo que una de las cosas más conmovedoras de todo el arte es que lo ha hecho alguien, y que ese alguien no es como yo.

Amy Smillan, pintora

(citada en Limbo, de Dan Fox)

 

Listado de elementos en común —dentro de una gozosa y enorme disparidad— que tienen Ángel Cerviño y Juan Andrés García Román.

 

1. Son poetas extraordinarios. En todos los sentidos. En el de excelentes, en el de raros o extraños, y en el de radicales. Esto último quiere decir que son poetas sin contemplaciones, poetas quizá en el más exigente sentido de la palabra. Esto no significa que sean mejores que otros —aunque son mejores que muchos—, sólo implica que son ellos mismos, siendo su forma de ser extraordinaria.

 

2. Sus libros de poemas son memorables depósitos de imágenes. En cada página hay un vértigo, un testimonio de un modo de mirar —no las cosas, sino el lenguaje y la imagen de las cosas—. Hay una elevación, digamos, de tercer grado. Dos pequeñas muestras, de las infinitas posibles: “se pliega como biombo mi yo acebrado” (Cerviño, La explotación del gusano de la seda); “Los muertos son buzos de la tierra” (García Román, Poesía fantástica).

 

3. Cierta escenografía del sujeto que reverbera en la disposición elocutiva del discurso. Cerviño tiende al teatro, y García Román a la ópera. Pero a ambos les interesa esa elocución performática de la palabra poética, dispuesta ante un escenario que queda ubicado antes del lector… y en el que sin embargo no hay máscara, no hay yo enmascarado, sino una dispositio nueva para la palabra. Es decir, se crea una habilidosa tríada de lugares de enunciación: el poema, la escenificación del poema, la lectura. Es una forma de estos autores de decir que la palabra es un acontecimiento que sucede ante su propia mente, primero, luego en su redacción y luego y al final en nuestra mente. El teclado —la pluma— como médium, el papel como ouija.

 

4. La ironía. En una excelente reseña de La explotación del gusano de seda, José Antonio Llera escribe que el libro de Cerviño

 

se levanta sobre la ironía como estrategia compositiva global, que impregna, como ya se ha dicho, todo el libro. Hablo aquí de la ironía no como antífrasis, sino como la entendían los románticos alemanes, sobre todo Schlegel: un procedimiento nos lleva a la autoconciencia artística y a la distancia crítica con respecto de la obra; a lo que Paul de Man denominó parábasis permanente. En esta posición dialéctica caben aforismos, anécdotas y toda clase de citas, desde Nietzsche a la Biblia (insertadas al modo de David Markson, me atrevería a decir).[1]

 

En su momento, Juan Andrés García Román dedicó un texto al eje ironía/paradoja en la paradoja actual, reivindicando lo que la ironía tenía, tradicionalmente —desde cierta tradición, claro— de juego de lenguaje puesto en relación “con el devenir humano y su ser hacia la muerte”[2]; esto es, una ironía cargada de sentido y que se constituye como una fuerza contra la superficialidad de los actos, los gestos y las palabras. Una manera de estar ante el lenguaje que huye de las falsas solemnidades, para hundirse en lo importante sin ínfulas, ni mano en el pecho mientras se escribe.

 

Sus líricas, las de Cerviño y la de García Román, son ironías afiladas, como cuchillos dirigidos a la entraña.

 


5. Hay una poeta, Olga Novo, que tiene características concomitantes con las de estos dos poetas. Si no la incluimos en igualdad de condiciones es porque Novo cae a veces en piezas menores, en poemas anticlimáticos que ensombrecen o afean sus libros, en mi opinión. Eso sí: sin duda alguna, los mejores poemas de Novo están a la altura de los mejores de García Román y Cerviño. 

En los tres, esos grandes instantes son una extraña conjunción de acierto estético, sublime formal y retracción del sentido: ni sabemos qué demonios sucede en el poema, ni nos importa.

 

 

 

 

6. Y sin embargo, Cerviño y García Román son dos (conjuntos de) voces disímiles. Voc(acion)es muy distintas. Sus polifonías no se entreveran, no hay coro. Son dos polos opuestos, pero de imanes diferentes. García Román es un imaginista neorromántico, que dice atacar el sublime mientras lo mastica. Cerviño es un posvanguardista, porque su tradición no es sólo literaria, sino en notable grado artística, plástica, conceptual. Para ambos el lenguaje es un arma cargada de pasado, pero sus objetivos, en el sentido de sus víctimas propiciatorias, son diferentes. García Román quiere matar al ser. Cerviño quiere matar al yo.

 

7. A mí la disparatada ambición de estos dos poetas —llegar hasta el final, nada menos— me parece emocionante. Los admiro, con profunda gratitud. Me parece asombrosamente hermoso que en medio de una humanidad presa de patas en lo instrumental haya personas que se dediquen con tan tierna radicalidad a velar por el lenguaje mediante el más cálido de los cuidados: su disección salvaje, su autopsia.

 

Están locos. Y aquí siempre los estaremos esperando.

 

 

 

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[Relación con los autores: muy cordial. Relación con las editoriales: ninguna con RIL, en Pre-Textos he publicado seis libros.]



[1] José Antonio Llera, “Retablo de ventrílocuos”, El Cuaderno, marzo 2021, https://elcuadernodigital.com/2021/03/24/retablo-de-ventrilocuos/.

[2] Juan Andrés García Román, (2013): “Ironías y paradojas: la soportable levedad del decir”, en Luis Bagué Quílez y Alberto Santamaría (eds.), Malos tiempos para la épica. Última poesía española (2001-2012); Instituto Alicantino de Cultura Juan-Gil Albert / Visor, Madrid, [pp. 103-121], p. 104.