jueves, 14 de diciembre de 2023

La voz interior en la narrativa contemporánea en español


El trabajo sobre la voz interior en literatura que comenzó en 2020 con la publicación en Studi Ispanici del artículo 'Voz interior y dialogismo cerebral en la poesía española contemporánea' se completa con este texto publicado en la revista Cultura, lenguaje y representación: "La voz interior y su relación cognitiva con la voz autorial en la narrativa contemporánea en español". Es de acceso libre y en él vuelvo sobre el tema de esa voz mental (que no todos oyen), presente desde antiguo en la filosofía, la literatura y la ciencia. En el artículo caracterizo narratológicamente los distintos usos de la voz interna de los personajes, cito a Carmen María López y su estudio sobre la voz en las obras de Javier Marías, recuerdo la teoría de Mariano Peyrou de que el monólogo interior "ni es monólogo, ni es interior", expongo los 5 tipos de diálogo interior que existen según los neuropsicólogos, comento algunas discusiones "ultraneuróticas" (Borja Bagunyà) de algunas novelas actuales, describo algún caso concreto (Sònia Hernández, Cristina Fernández Cubas, Miguel Ángel Hernández Navarro, Juan Goytisolo, etc.) y propongo la categoría del "neurotú" narrativo para ciertos casos intradiscusivos de empleo de la segunda persona del singular.

Puede descargarse aquí: 

https://www.academia.edu/111383159/La_voz_interior_y_su_relaci%C3%B3n_cognitiva_con_la_voz_autorial_en_la_narrativa_contempor%C3%A1nea_en_espa%C3%B1ol

 o en:

https://www.e-revistes.uji.es/index.php/clr/article/view/6634/7866

 (La ilustración es de Kasamatsu Shiro, Into the Woods, 1955).

domingo, 10 de diciembre de 2023

¿Por amor al arte?

 

Christopher Orchard, Precarious 2

 

“El oficio de las letras es a pesar de todo el único en el que se puede, sin hacer el ridículo, no ganar dinero”.

Jules Renard, Diario, 1906, en Notas sobre el oficio de escribir. Trad. Abel Vidal. Palma de Mallorca: José de Olañeta Editor, 2015, p. 50.

 

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Algunas notas sobre el trabajo cultural en la actualidad, resultado de la lectura conjunta de los libros de Remedios Zafra, El entusiasmo (Anagrama, 2017) y William Deresiewicz, La muerte del artista. Cómo los creadores luchan por sobrevivir en la era de los billonarios y la tecnología (Capitán Swing, 2021):

 

  • Pérdida del techo institucional y de sus beneficios y garantías.
  • Conversión de la persona creativa en producto de sí misma: empresaria de su yo entendido como marca.
  • Falacia del concepto de long tail y triunfo del principio the winner takes it all (no hay sitio para todos, sólo para pocos).
  • El estado natural del artista es la precariedad, justificada por algunas voces de los grupos de poder de varios modos: el artista tiene “dedicación trascendental al arte”, o “la cultura es tan importante que no se paga”.
  • Aumento de visibilidad de las obras culturales (no de su práctica, ni de su remuneración, porque se regalan), que no repercute en la mejora de la situación económica, porque no genera prestigio.
  • Aprovechamiento del entusiasmo (Remedios Zafra) de las personas creadoras para que cedan y compartan gratuitamente su trabajo.
  • Captación comercial de las obras más populares, sin importar su calidad, incluso por la institución artístico-literaria.
  • Desvaloración del resultado: el artículo, la foto, la película o el libro se sumergen en un mundo de millones de piezas indistintas, de oferta únicamente movida por la novedad, por la última agregación.
  • Búsqueda de la distinción procedente de la celebridad (firme o pasajera, viral o duradera) y rechazo a la tradición cultural: “Las encuestas muestran […] que el 81% de los estadounidenses quiere escribir un libro algún día […] No estaría mal que esa cantidad de personas quisiera leer un libro algún día” (Desierewicz, p. 223).
  • Generar la sensación de que, si no produces, no existes.
  • Surgimiento de la insolidaridad gremial: si no lo haces tú, lo hará otro (materializado en insolidaridad laboral: desaparición de los sindicatos y de la autoorganización frente a la empresa o el patrono).

 

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“Mientras hablaba con su jefe parecía que realmente tenía un plan. Pero ¿ahora qué? ¿Iba a convertirse en una directora de cine de renombre? ¿A postular a un fondo audiovisual para perderlo otra vez? ¿Para perderlo mejor? ¿Desde cuándo perseguir los sueños se había convertido en un gerente de operaciones tan opresivo? Ojalá fuera miedo.”; Paulina Flores, Isla Decepción; Barcelona: Seix Barral, 2021, p. 44.

 

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En su novela Una pareja feliz (Tres hermanas, 2021), Mar Gómez Glez describe sin ambages las condiciones en las que se desenvuelve una pareja de creadores (guionista él, dramaturga ella), en Estados Unidos. La autora describe el mismo panorama que Deresiewicz: “Las exageradas rentas sólo podían entenderse por una generación de padres enriquecidos, quienes creían que dando a sus hijos todas las oportunidades, esos hijos que habían engendrado años atrás, cuando no se cuestionaba el crecimiento económico ad infinitum, acabarían triunfando” (Una pareja feliz, p. 150). Y, en la página siguiente: “Los más guapos, los más listos o los más resentidos de cada pueblo se mudaban a LA para probar suerte, sin tener en cuenta las mentiras históricas de la tierra del milk and honey. Aquella era una tierra durísima en donde constantemente se borraba la historia para que el mito del éxito sobreviviera y, con él, uno de los salarios más bajos del país”. Si Deresiewicz apuntaba que, más que el talento o la suerte, son los contactos los que acaban abriendo puertas en las industrias culturales (estadounidenses, pero no sólo), la protagonista de la novela de Mar Gómez apunta: “tragándonos el orgullo, revivíamos amistades y acudíamos a las fiestas a las que nos invitaban en busca de una tarjeta con un número de teléfono, un nombre o una recomendación que facilitase la entrada a algún despacho” (p. 152).

 

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“-A veces me pone triste pensar que es casi imposible ganarse la vida con algo creativo o cultural en España —decía siempre Erika—, a no ser que seas el hijo de alguien. O que tus padres tengan pasta. Mucha pasta.”

Carlo Padial, Contenido. Barcelona: Blackie Books, 2023, p. 18.

 

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 Ilustración de @imaiages, tomada de aquí

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“Curiosamente, siguiendo el análisis de Tokumitsu (2014), los empleos que suelen asociarse al seguimiento de una pasión —creativos, estas, académicos— caen en condiciones laborales cada vez menos favorables, como los contratos temporales o los malos salarios. Si no existe el trabajo y sólo venimos a divertirnos, la ganancia para el trabajador, lejos de traducirse en una remuneración económica justa, debe provenir del placer que trabajo genera por sí mismo (el jefe no contrata empleados sino que le permite desarrollarse), situación que, en un régimen capitalista 24/7 sin límites espaciales y temporales, abre las puertas al trabajo sin descanso.”

Emmanuel Godínez Burgos, Sea usted exitoso. Dinámicas del éxito y del fracaso en la sociedad contemporánea. Salamanca: Delirio, 2016, p. 72.

 

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El escritor Carlos Manuel Álvarez en su muro de Facebook, 11/03/2022:

«Me piden un cuento de siete cuartillas para una editorial italiana. Tiene que ser inédito. Yo no escribo ni cuento ni cosas de siete cuartillas, pero bueno, a ver, ¿cuáles son los honorarios? Respuesta: "No habrá compensación ni para nosotros los traductores ni para ustedes porque es un proyecto que tiene como objetivo darlos a conocer en Italia. Si te parece bien este proyecto que es casi como una oportunidad para los escritores españoles y de América Latina podemos hablar del proyecto y del tema del relato". No me jodas. ¿Quién te dijo que yo quiero que me den a conocer? ¿Y si me ofrecen, en cambio, un proyecto que me va a dar a desconocer? Sería mejor. Cada vez que me dicen que no hay dinero porque ya me están haciendo un favor de otra manera me dan ganas de mandar un word vacío y decir que lo publiquen así, que es una instalación con el inmejorable título de "La retórica inflamada del mutismo", que lo traduzcan del silencio del español al silencio del italiano, ¿verdad? Esto me ha pasado varias veces, incluso cuando pagan, como un fotógrafo gringo que quería un prólogo para su libro de los campos de Cuba y básicamente, después de dos versiones, pedía más sudor, más guateque, más jolgorio festinado. Él sí pagaba, y bien, pero lo mandé pa la pinga porque dijo que me estaba perdiendo la oportunidad de salir en un libro que se publicaría en Europa y Estados Unidos. Perdón, te estás perdiendo tú la oportunidad de que yo piense tus fotos. No necesito que me descubran. Yo ya estoy descubierto desde antes de cualquier cosa, me fueron dadas las posibilidades del hombre. Afortunadamente me traducen a esas lenguas en editoriales maravillosas y con traductores y editores exquisitos, pero si no me tradujeran, nunca, ni siendo inédito, ni en Cárdenas ni en Manhattan, he dejado de vivir en el corazón del mundo, en el meridiano de cualquier encrucijada cultural.»

 

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“Trabajaba cada vez por menos. Gratis es la forma

cristalina, me decía, más pura del trabajo”

 

Erika Martínez, Chocar con algo (Pre-Textos, 2017, p. 26)

 

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«“No puede ser un hábito de la mayoría de los actores de la industria relegar al autor en nombre de la cultura. La cultura no necesita de las editoriales para existir. A las editoriales las necesita el mercado. Donde hay una industria hay un negocio. Los autores y autoras tenemos derecho a ser parte de ese negocio”, concluye Maqueira.», Silvina Friera, “Cuánto deberían cobrar por su trabajo los escritores y escritoras: Presentan el primer tarifario de referencia”, Página 12, 30/04/2022

 

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Forges

 

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“[…] cabe plantearse qué ocurre con nuestra forma de hablar cuando se impone la percepción de que la posibilidad de vida intelectual pasa por estar siempre a la vista o por el miedo a desaparecer”, Javier Pérez Alós, “El intelectual precario”, El País, 08/11/2022.

 

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Tokumitsu: “Al enmascarar los mecanismos explotadores del trabajo que alimenta, DWYL (haz lo que amas) es, de hecho, la herramienta ideológica más perfecta del capitalismo. Hace a un lado el trabajo de los demás y disfraza nuestro propio trabajo a nosotros mismos. Esconde el hecho de que se le conociéramos todo nuestro trabajo como trabajo, podríamos establecer límites apropiados para este, demandando una compensación justa y horarios humanos que permitan tiempo para la familia y el ocio.”

En Godínez Burgos, Sea usted exitoso, p. 100.

 

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“Como decía, sacarme de contexto siempre me gustó, por eso a veces, en aquel empleo, pensaba no tanto en la precariedad sino en lo increíble de formar parte de algo que me parecía grande”.

Azahara Alonso, Gozo. Madrid: Siruela, 2023, p. 19.

 

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“Alimentar un sistema apoyado en el entusiasmo y en la suficiencia de un pago inmaterial es otro factor que nos resulta tristemente familiar. Bien promoviendo la resignación o bien sustentándose en la idealización de prácticas vocacionales, afectivas y altruistas, allí habita mucha precariedad feminizada, ese terrorífico mito de las mujeres que ya están pagadas con el ‘amor que reciben’”.

Remedios Zafra, El entusiasmo, p. 200.

 

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“ […] nosotros si siquiera teníamos dinero suficiente para pagar el alquiler de nuestra pequeña buhardilla de mierda, que parecía salida de una peli portuguesa. El piso era tan pequeño que no podíamos ni discutir. No había casi puertas con las que dar portazos, ni ángulo o cuarto al que desaparecer en plan dramático después de soltar alguna frase fuera de tono”.

Carlo Padial, Contenido, p. 146.

 

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“Ahora sigo habitando un carísimo minipiso en el centro de una ciudad donde no me gusta vivir, mi nuevo trabajo está a veinte kilómetros, a seis paradas de tren y dos de metro, a más de una hora de distancia. Se puede aprovechar ese tiempo para leer o responder mensajes pendientes, pero prefiero ponerme al día en un parque y no encogida entre personas tristes en general y contentas en particular porque han alcanzado a tiempo el tren de las 8.12”.

Azahara Alonso, Gozo. Madrid: Siruela, 2023, p. 202.

 

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[Viñeta de Riki Blanco]

 

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el gato va a morir / eso es seguro

la culpa según el vete

rinario es de la a

limentación / mala de supermer

cado verdad? / podemos operarlo

pero nada garantiza su supervi

vencia / serían 215€ los medi

camentos aparte / adiós

gato me gustó darnos

calor estos años perdón

por la comida

y por la pobreza / la consulta son

45€ la inyección

30€ se paga a

parte

 

José Daniel Espejo, Perro fantasma. Barcelona: Candaya, 2023, p. 65.

 

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Autoemprendimiento

“Es hora para mí —y para ti— de tomar una elección de las grandes marcas, una lección que es verdadera para cualquier persona que esté interesada en lo que se necesita para sobresalir y prosperar en el nuevo mundo del trabajo. Sin importar la edad, sin importar la posición, sin importar la empresa en la que estemos, todos nosotros necesitamos entender la importancia del branding. Somos los CEO’s de nuestras propias compañías: Yo Inc. para estar en el negocio hoy en día, nuestro trabajo más importante es ser el publicista en jefe de la marca llamada Tú.”

Tom Peters, “The Brand called You”, 1997, citado en Emmanuel Godínez Burgos, Sea usted exitoso, 2016, p. 67.

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“Alerta roja: hay que producir conocimiento.

Amorosamente, con sensibilidad y cariño, los autónomos nos exprimimos, los unos a los otros, hasta la última gota. Te propongo una participación puntual en una newsletter a cambio de cincuenta euros brutos. Quince mil caracteres por 40 euros brutos. Levántate un sábado a las seis, haz un viaje en tren de tres horas, participa en el gran coloquio de una organización reformista y toma el camino de vuelta esa misma tarde sin haber ganado un euro. Te pago la reseña de un cómic a 10 euros brutos (no te olvides de enviar la factura, que nos conocemos).

Nos conocemos.

Nos apoyamos.

Nos hundimos. Juntos. Las manos entrelazadas.”

Eloy Fernández Porta, Los brotes negros. En los picos de ansiedad. Anagrama, 2022, pp. 85-86.

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“Y es que el encargo parte siempre de una necesidad ajena, de criterios y puntos de vista que sólo con esfuerzo podemos hacer nuestros. Es primordial resistirse o, mejor dicho: sustraerse, rehuir la respuesta, el requerimiento. El encargo es un engaño sutil: nos hace sentir importantes —falsamente importantes—, porque nos convierte en medio de la importancia ajena, en instrumento para su realización. El encargo crea un campo magnético donde la naturaleza de los distintos elementos que trabajan para él queda reducida fatalmente, supeditada a un cumplimiento que, por lo demás, apenas nos devuelve algo de la energía que le dimos.”

Jordi Doce, Todo esto será tuyo (Cuaderno de notas 2014-2019]. Valencia: Pre-Textos, 2021, p. 23.

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En el horror del emprendimiento ajeno

 


Deresiewizc habla de las “empresas creativas”, esas no siempre malintencionadas compañías que “engloban software, diseño de productos, medios de comunicación, publicidad, moda y tal vez aquellas artes que requieren grandes inversiones en bienes como la arquitectura y la producción de películas, pero no son el arte en sí” (La muerte del artista, p. 137), y explica su modelo de funcionamiento, que por lo común consiste en precarizar aún más a personas creativas, salvo raras excepciones.

A una de esas empresas, más o menos ficticia —creo vislumbrar el posible modelo— dedica Carlo Padial su última novela, Contenido (Blackie Books, 2023), un crudo e hilarante relato de toda la estupidez contemporánea, idiocia que, vista de golpe, al leer su novela, resulta realmente escandalosa por su variedad, sofisticación e inverosímil cantidad. La novela está narrada desde el punto de vista de Moisés, un millennial criado de niño en una secta New Age mallorquí, que al llegar a Barcelona entra a trabajar en una secta de otro tipo, Zenfire, una de esas empresas digitales vendehúmos con ínfulas, que se presenta como “un Walden digital” (p. 161) con trabajadores mileuristas que se creen ejecutivos coreanos: “Los sueldos eran muy bajos, y aun así la gente jugaba a simular que estaba en las oficinas de Google o de Apple” (p. 153). Contenido destripa los desoladores entresijos de esa bisagra en la que coinciden el mundo analógico y el real, ese filo sanguinolento que divide los despidos y las tendencias, la precariedad y el filtro Valencia, el descontento y los vídeos de gatitos, la atención y el acoso. Padial entra en el teatro del bajopijerío cultureta con el bisturí del humor, sin dejar títere con cabeza, analizando la sociedad del siglo 21 en general y la barcelonesa en particular, criticando la falta de creatividad de los creativos digitales, los perfiles de narcisismo autista, la mentecatez (mentecatech) de los empresarios tecnológicos que se creen visionarios hasta que un cambio del algoritmo los devuelve a la casa de sus padres, los trabajadores precarioentusiasmados, los trepas pasivo-agresivos (parafraseando aquel título de Mario Muchnik, a veces lo peor no son los jefes), la infantilización colectiva, el uso acrítico de términos en inglés para disfrazar el trabajo desempeñado, la idiotez de la masa complacida 2.0, el odio arbitrario alimentado por las empresas de contenidos (¿cuántas venganzas y peleas nos ofrece Instagram al día?), y un sinnúmero de fantoches y zarandajas de todo pelaje que necesitaban pasar por el humor narrativo, a veces chestertoniano y a veces canalla, de Padial. Un retrato que será estudiado por los sociólogos del siglo 22 para averiguar cómo una sociedad pudo llegar —con las debidas excepciones, entre las que esperamos encontrarnos quien esto escribe y quien lo lee— a ser tan gilipollas.

 

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“Eso es porque no lo comparas con cómo me iría si la edición no estuviera muerta y si el dinero no se hubiera marchado y si los editores todavía se dedicaran a editar; mi generación está jodida —no somos la experiencia de la inmigración, no somos la experiencia de la asimilación—, somos la primera generación nada, no tenemos nada de que escribir y nadie que lo lea, todo el mundo está demasiado ocupado tecnologizándose y demasiado agobiado sacándose títulos”.

Joshua Cohen, Cuatro mensajes nuevos. Traducción de Javier Calvo. Madrid: De Conatus, 2019, p. 115.

 

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“Al artista se le desprecia un poco porque no gana dinero, pero él, por su parte, comete el error de envanecerse de ello.”

Jules Renard, Diario, 1905, p. 40.

 

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“A esta tarea literaria no puedo entregarme por completo, tal como habría de ser, y ello por diversas razones. Aparte de mi situación familiar, no podría vivir de la literatura debido al lento proceso de elaboración de mis trabajos y a su carácter especial. Por añadidura, mi salud y mi carácter me impiden dedicarme a una vida que, en el mejor de los casos, sería incierta. Por consiguiente, estoy empleado en una compañía de seguros sociales. Ahora bien, estas dos profesiones jamás pueden soportarse mutuamente ni permitir una felicidad común. La menor felicidad en una se convierte en una enorme desgracia para la segunda. Si una noche logro escribir algo bueno, al día siguiente no consigo hacer nada en la oficina. Este continuo contraste empeora cada vez más. En la oficina cumplo externamente con mis obligaciones, pero no así interiormente. Y toda obligación interna no cumplida se convierte en una desgracia, que ya no se mueve de mí”.

Franz Kafka, Diarios, anotación de 28 de marzo de 1911 (Galaxia Gutenberg, 2000, traducción de Andrés Sánchez Pascual y Joan Parra Contreras).

 

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Gran final: 

 

Poema de Gabriela Wiener, tomado de su libro Una pequeña fiesta llamada Eternidad (Madrid: La Bella Varsovia, 2023):

 

 

 

TENGO QUE ESCRIBIR UNA COLUMNA

 

Cuando es Navidad

me cuesta andar por la calle

y no quedarme mirando

las lonchas de jamón ibérico

de los anuncios.

No sé si esto tiene algo que ver

con la situación del periodismo global,

pero hace tres días

que no me baño.

 

No tengo tiempo.

 

Debo entregar una columna.

Hijos: dos.

Agua caliente: poca.

En invierno se acaba rapidísimo.

La chimenea devora pellets

como un monstruo insaciable.

Cada dos por tres

hay que ir al Leroy por más pellets

y a Wester Union a mandar plata a Perú.

 

Lo que quiero decir es que trabajo

con poncho en Europa,

como Chavela Vargas,

soy una montaña de jerséis

y mantas de las que brotan

mis pequeños dedos tecleadores,

por eso todo lo que sale de mi pluma

empieza a ser cavernoso.

Me gustaría escribir

pero no tengo tiempo

porque debo escribir.

 

Si no fuera periodista, eso sí, seguro,

no tendría estos pelos de momia inca.

Paso demasiado tiempo

con la cabeza apoyada en algo,

en una idea, en un párrafo,

en un cojín, en algo que no cierra y que enmaraña.

No me peino. No tengo tiempo.

 

Ayer fui al Ali

a comprar pan en pantuflas

y le debo 50 céntimos.

Gracias al invierno

me vale con ponerme el abrigo

encima del pijama

y mandar mails de trabajo

mientras camino.

 

Salgo tan terriblemente desarreglada

a buscar a mi hija al cole

que me veo en el cristal del vagón

y pienso en el tema literario del doble.

Mi hija espera estar un poco lejos

de la puerta del cole

para darme un beso.

 

Me paso todo el camino en metro

desenredando la bola de pelo de mi cabeza

como si estuviera en la ducha

y soltando hilachas de cabello roto por el suelo.

 

Igual es una experiencia demasiado personal

que no tiene nada que ver con el oficio,

la profesión, los sueldos precarios,

pero a esta hora de la temprana tarde,

cuando aún fermentan

las lentejas en mi estómago,

una mujer latina como yo

me mira desde su duermevela

y no sé si va o vuelve del curro,

porque seguro ponemos la misma cara cansada

de ida como de vuelta.

Hacemos click cuando ambas

miramos que he dejado

una alfombra de pelos bajo mis pies.

Es la señal.

Camino sobre ellos hasta la puerta del tren

y salgo de allí,

con otra pelusa gorda

que no puedo desprender de mi mano

y así me paso varios minutos

sacudiendo los dedos en el aire

sin poder echarla de mí,

como si mis desechos

quisieran seguirme

hasta el fin del mundo.

 

El otro día una amiga periodista

freelancer

me decía: una trabaja y trabaja,

y no le pagan.

Lo que es peor, le dije,

yo ni trabajo y no me pagan.

 

Me gustaría trabajar pero no tengo tiempo.

Me gustaría cobrar pero tampoco tengo tiempo.

Debo entregar una columna.

O sea, me toma más tiempo

hacer una factura

o preguntar varias veces

cuándo me van a pagar

que gastarme la plata

que no me pagan por un artículo.

Todo se queda en mi mente.

La columna, la factura, la pasta.

 

Me he dado cuenta

de que me sale más a cuenta

permanecer absolutamente improductiva

que producir algo absolutamente impagable.

 

No sé si esto tiene algo que ver

con la crisis del papel o la posverdad,

pero estoy comiendo más arroz

y pasta que nunca en mi vida.

No quiero sonar miserabilista ni populista,

el ser humano es algo más que basura,

pero no voy a seguir quejándome.

No tengo tiempo.

Debo escribir una columna.

 

Es Navidad

y como cada año desde que me hice freelance,

me cuesta caminar por la calle

y no abrir las cajas vacías de las smart TV

de la basura pensando

que se han olvidado la tele dentro.

Claro que así no es toda mi vida,

no siempre estoy superada,

no siempre no tengo sindicato,

ni tiempo,

no siempre mi agente literaria

me dice que no hay un euro

para mí.

 

Una vez al día reviso mis privilegios,

que tengo por millones.

Por ejemplo, escribir este poema

me está saliendo caro, carísimo.