Sesión del Club de lectura del Centro Cultural de La Malagueta sobre Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite.
Sesión del Club de lectura del Centro Cultural de La Malagueta sobre Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite.
Asombrología
Jürgen Habermas aseveraba en Pensamiento postmetafísico que “no es posible una ruptura innovadora con las formas de saber acreditadas y las costumbres científicas sin innovación lingüística”; sea o no la poesía una forma de saber –que lo es, sobre todo en cuanto al conocimiento que el mismo poema produce, como precisa Valente–, es obvio que no cabe forma alguna de ruptura estética sin ese trabajo de raíz con el lenguaje. Julio Prieto lleva ya tiempo embarcado en ese empeño; en este último libro, Mínimos informes, el autor ahonda inteligentemente en la anfibología de la palabra informe en español, que apela tanto a un escrito con forma determinada como a lo que carece de ella. Pero de su gusto por la plurisigificación de los términos y de los títulos sabíamos ya por Sedemas (2006), poemario donde se agolpaban los sentidos “sé de más” y “sed de más”. Las palabras tienen en su mundo lírico una hiperextensión significante, que el tratamiento formal acrecienta por conexión, amalgama, derivación morfológica, calambur o uso de neologismo, entre otros procedimientos. Y el resultado no solo es más lenguaje; es, sobre todo, más poesía.
Estos Mínimos informes se construyen gracias a un proceder que al creador Prieto siempre le ha interesado tanto como al notable investigador de literatura latinoamericana que también es: la hibridez genérica, el entendimiento del hecho literario como un espacio libre de reglas y vallados de género, o donde la única regla es la de cautivarse (asombrarse + quedar preso) al escribir como única posibilidad de que quien lee caiga también en la trampa conceptual. Prieto mezcla en este libro poema y prosa, apunte onírico y reflexión aforística, narración y microensayo, sombra y sueño, delirio, derelicción y deliquio, en aras de una expresividad desbordante. Francisca Noguerol, comentando el libro que Prieto dedicase a la obra (anti)narrativa de Macedonio Fernández, De la sombrología. Seis comienzos en busca de Macedonio Fernández (2010), escribe que Prieto abandona el marco académico y “contesta a su amigo Daniel Attala en relación a la objeción que este le hizo sobre el recurso del ‘maquillaje’ en Adriana Buenos Aires. Para ello, imagina una conversación de café entre los dos utilizando como base de su explicación la huella del Quijote en el proyecto novelístico macedoniano”. No es poco atrevimiento dentro de los estrechísimos márgenes que la monografía universitaria deja a la imaginación, así que imaginemos las posibilidades de Prieto cuando se inventa un tipo de escritura con campo abierto por delante: un logos asombroso, una asombrología epistémica.
No hay más reglas ni órdenes en la escritura de Prieto que los que él mismo se impone, por ejemplo en la estructura del libro. En la primera sección, la ausencia de punto final en los poemas expresa una suspensión de la temporalidad, la intención de mostrar que el poema no termina, vinculado a la indefinición cronológica del sueño: un texto en suspenso, interminado, abierto. Un espacio textual donde todo puede ser otra cosa o darse la vuelta por completo, como en el brutal poema “Campo”, una pieza extraordinaria. En la segunda parte, “Del amor y los verbos performativos”, la escritura compacta de la anterior se rompe, quebrantando también el antropocentrismo (apréciese la sabiduría del poema “Copernicano”) y problematizando la expresión y la necesidad de expresión (“Culinaria”). Del onirismo pasamos a una reflexión en parte metapoética sobre las capacidades limitadas de creación de un código lingüístico que ha perdido parte de su poder a causa del adocenamiento verborreico de una era histórica de tantos mensajes como escaso contenido. La tercera sección, “Inframínimos (Absurdos consentidos)”, comienza con una poética del “auto-stopismo”, que enlaza por el sonido las ideas de la errancia deambulatoria, la autopsia y la necesidad de parar al yo. De ahí se pasa a algunos experimentos texto-autoriales, como el “Google Translate Poem” y otros ejercicios de apropiacionismo, en la senda de la literatura contemporánea más conceptual, para terminar en roturas erráticas y en inusitados y jugosos juegos de palabras.
Otro aspecto fascinante de Mínimos informes es lo que denominaríamos su visión metamórfica, su juego de capas de observación que van mutando de forma biológica, como en los poemas “Simbiosis”, “Metamorfosis” o “Pasado”. Analicemos la estratigrafía óptica de este último texto: el sujeto poético está en un lecho compartido con más personas; un joven guionista le alcanza una revista, en ella hay una tira gráfica, que se convierte en un dibujo animado, que se transforma “en otra cosa” y luego deviene película, proyectada en la pared frente al lecho; la película es parte de una trilogía que el sujeto parlante ha “visto en otro sueño”, una filmografía exclusivamente onírica que revela que el sueño mismo es algo visible y que su argumento acontece en pantallas alternativas, “como si viviéramos una vida onírica paralela”. La capacidad de ver de estos poemas de Prieto no cae en la hipertrofia visual o la “locura de ver” (Christine Buci-Glucksmann) característica de la posmodernidad, que Prieto ha traído a colación en un excelente trabajo sobre la poesía de Mario Montalbetti (de hecho, es muy posible que el poema “Cajas” de Prieto dialogue con las Cajas de Montalbetti, publicadas en esta misma editorial). Nada hay aquí de rendición al espectáculo global: la visualidad de Mínimos informes está cuestionada, se pone en duda por la enmarcación onírica y por una temprana prevención respecto al sujeto elocutorio, definido en estos términos: “la fugaz Unidad perceptivo-afectiva que por ahora y sin que sirva de precedente llamaré Yo”. Si nos damos cuenta, muchos de los poemas carecen de yo, y cuando lo hay, lo que le sucede es inaudito, imposible, no plausible, y el narrador no entiende lo que ocurre. Es una realidad no informable, no hay un testimonio veraz que transmitir. Lo que se nos comunica es la forma –informe, proteica, variable– en que el lenguaje se va encarnando en cada caso. Y lo que “ven” mente y lenguaje es también cuestionado: “¿El pensamiento se puede ver o es lo que hace ver?”.
Las citas y referencias más o menos ocultas (Ionesco, Vallejo, Lope, Ulises Carrión), siempre dirigidas a nombres que quisieron expandir las fronteras de la literatura; los deslizamientos deliberados de lugares comunes (“la vida es un baile de lágrimas”, “un ignorante ilegal”); las dudas léxicas (“¿encajando? ¿cajeando?”); la escritura como campo minado, las erratas taxonomizadas, así como las traducciones infieles (“Reverso”, “Traducciones del sueco”), configuran una escritura tortilógica (Jiménez Heffernan), desviada, deliberadamente equívoca (en la línea de las malas escrituras latinoamericanas estudiadas por Prieto), que entiende que el error puede ser más fructífero que el acierto. En la lectura que hice en mi blog Diario de lecturas del anterior libro de Julio Prieto, Marruecos (2018), decía que las materias abolidas y los trabajos de filología perdidos que componían la secuencia lírica parecían “la descripción de una pérdida, pero en realidad señala[n] el comienzo del hallazgo”. Creo que Mínimos informes va en esa misma senda de logro fortuito y deliberado a la vez, mitad encuentro surrealista y mitad pesquisa benjaminiana de lo (aparentemente) banal y quebradizo. Hay una poética de la quiebra aquí; una estética de quebranto familiar, de quiebra semántica, de falla subjetiva, de grieta sintáctica, de quiasmo, de cómo deshacer quinientos libros, de quiénes, de quién sabe. Quienquiera que sea el sujeto poético de este libro, escribe mejor y peor que Julio Prieto, y el descubrimiento de que esas dos operaciones que parecen opuestas resultan ser una y la única posible, es el gran acierto de este libro.
[Relación con el autor: no nos conocemos personalmente. Relación con la editorial: ninguna]
Hace siete años decidí sentarme a reflexionar sobre varias cuestiones que me rondaban: si en este y otros países el analfabetismo prácticamente ha sido erradicado; si hay, según las estadísticas, más personas lectoras que nunca, ¿por qué me daba -y me da- la impresión de que cada vez hay menos mentes capaces de leer textos densos, llenos de ideas -ensayos poderosos, novelas ambiciosas, libros de poemas verbal y estructuralmente complejos, artículos de enjundia- y que disfruten leyéndolos? (la parte del goce es la más importante de la frase) ¿Por qué, pensaba y pienso, muchas lecturas obligatorias de enseñanza secundaria y bachillerato -no todas- tienden hacia la nadería más absoluta y privilegian libros simplones? ¿Son tontos los alumnos, o más bien los tratamos como tontos? ¿Es verdad que estamos más distraídos que antes? ¿Es cierto que no nos concentramos, o quizá es que nos concentramos de otro modo -o en otras ocupaciones-? ¿Les gusta leer a los profesores de lengua y literatura? ¿Hay mucha pose lectora en redes sociales, que no se corresponde con un crecimiento paralelo del nivel intelectual de la sociedad? ¿Estamos formando lectores correctamente? ¿Qué ideas podrían darse para mejorar esa formación?
Comencé a pensar, escribir, leer y a conversar con docentes, bibliotecarios y editores, y llené 500 folios, de los cuales he quitado y eliminado material hasta dejarlos en los 105 que aparecen publicados en este pequeño tomo de Vaso Roto Ediciones (he colocado un lápiz para comparar el tamaño), que se distribuye en librerías la semana que viene. Creo que sus propuestas no os dejarán indiferentes.
Entrevista en Canal Sur Radio, con Manuel Mateo Pérez: https://www.canalsur.es/radio/programas/la-mirada-desatada/detalle/14600339.html?video=2083278
Entrevista en La Opinión de Málaga, con Víctor A. Gómez: https://www.laopiniondemalaga.es/cultura-espectaculos/2024/09/25/vicente-luis-mora-escritor-textos-108502929.html
En el último número de Cuadernos Hispanoamericanos se publica este artículo, donde intento explorar las líneas de fuga renovadoras de la narrativa española contemporánea, ahondando en algunas voces concretas.
Se puede leer también en la web de la revista: https://cuadernoshispanoamericanos.com/estrategias-de-renovacion-de-la-narrativa-espanola/
“Estrategias de renovación de la narrativa española”, Cuadernos Hispanoamericanos, 888, septiembre de 2024, pp. 48-51.
Luis Carlos Barragán Castro (2024). Parásitos perfectos. Buenos Aires: Caja Negra.
[…] el olor a información rancia llenaba el aire y el cielo.
Luis Carlos Barragán
Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline publicaron el artículo “Cyborgs and space” (1960) en la revista Astronautics, donde definían al cyborg “como una entidad que incorpora componentes exógenos extendiendo la función de control autorregulatoria del organismo a fin de adaptarlo a nuevos ambientes”[1]. Este artículo fue la carta de nacimiento de un concepto, el de cyborg, que tendría numerosa bibliografía –de la cual el título más conocido es, como sabemos, el Manifiesto Cyborg (1985) de Donna Haraway–, y que daría pie a otras figuras posteriores, como el simbionte (Andy Clark, Natural Born Cyborgs, 2003; Fernando Broncano, La estrategia del simbionte, 2012) o el holobionte: “Un holobionte es un conjunto biológico formado por un organismo complejo que se relaciona íntimamente con otros organismos y microorganismos en mutua colaboración y dependencia”[2]. En los últimos tiempos asistimos a una proliferación de estudios sobre estas cuestiones en general y sobre sus dimensiones culturales en particular, que son obviamente las que más nos interesan. Podríamos citar direcciones teóricas y creativas a veces muy diversas, pero con puntos en común: las “creaciones simpoéticas” estudiadas por Francisca Noguerol[3], los Latin American Multispecies Studies de Azucena Castro y Oscar Sebastian Tellini, las biopoéticas de Eduardo Kac a Mónica Nepote y Maricela Guerrero (estudiadas por Roberto Cruz Arzábal), la filosofía transhumanista (v. Antonio Diéguez, Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano, Herder, 2017), la “sintaxis vegetal” descrita por Jesús Aguado[4], el pensamiento de las plantas estudiado por Stefano Mancuso o Michael Marder, el principio de “Dynamic Holism” de Matthew Sims, la idea del “planeta no lineal” de Briggs y Peat (1990, citado por Alex Saum y Álvaro Llosa Sanz[5]), la hipótesis Gaia de Margulis y su continuación en la Tierra viviente (Atalanta, 2021) de Stephan Harding, la “Liternatura” estudiada por Gabi Martínez, el ensayo Homo tenuis (2019) de Francisco Jota-Pérez, los trabajos teóricos y las novelas de Germán Sierra (especialmente la novela The Artifact, aquí comentada), los estudios sobre el Symbiotic Turn, el “giro desantropocéntrico” apuntado por Javier Moreno para varias novelas actuales, que utilizan narradores no humanos (algo que también ha apuntado Cristina Gutiérrez Valencia; Gonzalo Santos habla de "giro postantropocéntrico"), la “biosemiosis” de Arturo Morales Campos[6], la “atención vibrátil” de Jesús Cano Reyes, las teorías sobre inteligencia y materiales de Laura Tripaldi (Mentes paralelas, 2023) las teorías sobre el Alienoceno, las “MIRMECOLOGÍAS - Afinidades entre hormigas, plantas, humanos y máquinas” –un proyecto comisariado por Miguel Mesa del Castillo y Enrique Nieto en el Centro Párraga de Murcia–, o las obras del artista Maximilian Prüfer, mediante la técnica del Naturantypie, que elabora en colaboración con insectos y otros organismos.
Maximilian
Prüfer, Honey Picture 1
Otro hito en este campo de experimentación y análisis de creciente importancia es la colección “Efectos colaterales” de la editorial argentina Caja Negra, que tiene varias obras que podrían incluirse en esta línea, como la excelente novela El vasto territorio (2023) de Simón López Trujillo, de la que ya hablamos aquí, o el libro que vamos a comentar hoy, Parásitos perfectos (2024), del colombiano Luis Carlos Barragán Castro. Parásitos perfectos es un conjunto de cuentos de imaginación proverbial, donde se desarrollan historias con distintos protagonistas, salvo algún caso puntual (los dos últimos relatos, por ejemplo), pero que tienen en común algunos elementos: la ambientación en un futuro próximo que posibilita tecnologías biomecánicas, micoelectrónicas o biodigitales aún lejanas (por fortuna); la consideración de la vida como un continuo deslizante entre la técnica y varios reinos de la naturaleza (animal, fungi, vegetal y monera); la forma monstruosa como un modo de abandonar la norma social, y por tanto una posibilidad de vida al margen; la consideración del cuerpo como algo esencialmente mejorable y, sobre todo, la inversión de la antigua relación entre huésped y parásito a favor de lo parasitario, quitando al huésped parasitado su condición privilegiada.
El sufrimiento psicológico suele presentarse mediante la metáfora del cuerpo imperfecto, correlato de una experiencia vital frustrante, que intenta sanarse mediante la infección o completarse mediante los biocultivos, la cirugía, los implantes biomecánicos o los parásitos electrónicos. En estas páginas hallamos personas que ya no aman, porque están conectadas a deidades ancestrales; pilotos que ya no necesitan socializar, porque pueden conectarse prostáticamente con su nave; conductoras criticadas por su físico que deciden vivir en el interior de coches construidos como hambrientos crustáceos gigantes; parásitos que simbolizan la adicción, delincuentes que venden información como droga, relatos que unen la leyenda del anticristo con la llegada de la singularidad de la inteligencia artificial, etc.
Algunos relatos son realmente espléndidos, como “Centípode azul” –un cuento bello y terrible donde la posibilidad de editar los propios recuerdos gracias a un ciempiés biomecánico incrustado en el cerebro da lugar, al mismo tiempo, a la más hermosa plasticidad literaria y al encuentro brutal con el trauma–; “Parásitos perfectos” –una pieza de imaginación fastuosa donde los cuerpos se dejan habitar por toda clase de infecciones, parásitos y hongos como forma de embellecimiento físico, que acaba alegorizando el amor como infección contagiosa–, o el excelente “Simbiosis”, que sirve como pieza cumbre del libro y como poética expandida del mismo.
Como los relatos son bastante largos, recomiendo leer Parásitos perfectos a sorbos, alternándolo con otros libros de otros géneros, para ir disfrutando poco a poco su contenido. Desde ahora, este volumen se incorpora a mi conciencia expandida, como una forma tan placentera como monstruosa de exocerebro.
[Relación con autor y editorial: ninguna]
[1] Diego Parente y Andrés Pablo Vaccari (2019), “El humano distribuido. Cognición extendida, cultura material y el giro tecnológico en la antropología filosófica”, Revista de Filosofía 44 (2), [pp. 279-294], p. 288.
[2] Roberto Cruz Arzábal, “Poéticas para resistir el Capitaloceno: Forma literaria y biopoéticas en la literatura mexicana contemporánea”, MLN, 138: 2, March 2023 (Hispanic Issue), pp. 460-476], p. 465.
[3] Francisca Noguerol, “Monstruos cotidianos en el siglo XXI. Territorios en transformación”, en Alfonso García Morales y Jesús Gómez de Tejada (eds.), Historia y ficción en el cuento hispanoamericano de los siglos XX y XXI. Homenaje a Carmen de Mora. Berna: Peter Lang, 2024, pp. 243-264.
[4] Jesús Aguado, Heridas que se curan solas. Aforismos sobre la poesía. Madrid: Libros de la resistencia, 2020, p. 32.
[5] Saum-Pascual, Alex y Álvaro Llosa Sanz (2023). “Futuros: imaginarios, redes y prácticas digitales en la cultura española. Un catálogo de posibles”, Journal of Spanish Cultural Studies, 24:1, 1-8, DOI: 10.1080/14636204.2023.2173889.
[6] Arturo Morales Campos, “La materialidad de la biosemiosis: biología y cognición”, La Colmena: Revista de la Universidad Autónoma del Estado de México, 121, 2024, pp. 13-24.