miércoles, 29 de octubre de 2008

Firma digital invitada: Javier Moreno


El poeta y narrador Javier Moreno (1972), sobre el que podéis ver más información aquí, me parece una de las voces últimas más interesantes, por lo distinto y ambicioso de su planteamiento creador y por la original ejecución de sus propuestas. Acaba de publicar la novela Click en Candaya y en breve sale el poemario Acabado en diamante (La Garúa), con prólogo de un servidor. Ambos son excelentes y recomendables libros, que unidos al interesante libro de versos Cortes publicitarios, del que dimos cuenta tanto en el blog como en La luz nueva, y a propuestas narrativas como La Hermogeníada (2006), nos presentan a un escritor que dará que hablar en el futuro. Lo que publicamos ahora es la original ponencia que Moreno presentó en el encuentro NEO3, recientemente celebrado en Barcelona, organizado por Eloy Fernández Porta. El texto da una muestra sobrada de la diversidad de las inquietudes intelectuales de Moreno, que bailan entre la matemática a cuya enseñanza se dedica profesionalmente, la filosofía griega y la literatura atómica. Espero que os guste.



Érase una vez, o la metáfora como principio cosmológico

Por Javier Moreno


Empezaré como empiezan casi todas las cosas, con un mito. Hay un mito de origen gnóstico según el cual el mundo, tal y como lo conocemos, procede del error cometido por un demiurgo en la copia de la escritura divina. San Agustín, no sabemos si conocedor de dicho mito (aunque para Harold Bloom una obra puede influir en el autor sin necesidad de haberla leído), insiste en el asunto con su visión del diablo como simium dei, como el simio de Dios, un imitador simiesco que le pone rostro -y pelo- al demiurgo gnóstico antes citado. No sabemos si los astrónomos saben de gnosticismo o han leído a San Agustín (puede ser, mi profesor de mecánica cuántica guardaba en el cajón de la mesa de su despacho un ejemplar del 'Cántico espiritual' de San Juan de la Cruz), pero el último grito cosmológico afirma que el universo comenzó por una violación de la simetría, cuando una partícula de materia descubrió que, ahí enfrente, no estaba su antipartícula, sino más bien otra cosa. Podemos comenzar afirmando entonces (y aquí la religión parece estar al lado de la ciencia) algo así como que 'in principium error fuit', al principio fue el error, la dislexia o, para seguir con la escuela de Yale: el misreading. El mono imita al hombre, lo simula, se hace pasar por él (recordemos muy a propósito la etiqueta de la famosa botella de anís). Entre simium y simil puede establecerse no una relación etimológica sino una deslectura. Nuestro demiurgo gnóstico lee en algún rincón de la escritura divina Simium dei y transcribe 'similar dei', semejante a dios. Al principio fue el error, ya dijimos, un error que guarda cierta semejanza con el origen, con la imagen original. Se ha producido una sustitución, la imagen real (porque hay que suponer que en el libro divino está escrita la realidad, que él mismo es la realidad) por la imagen figurada. Pero... ¿no es ésta una de las posibles definiciones del tropo fundamental, de la metáfora? Acabamos de pasar del dominio de la cosmogonía al de la retórica, que no es poca cosa. El simio, nuestro simio, sigue (re)escribiendo y anota ahora lo siguiente en su cuaderno moleskine o en su archivo de word: 'al principio fue la metáfora'. Y de ahí, nosotros, lectores, podemos sacar algunas conclusiones y alguna que otra pregunta.


Un acercamiento a la mímesis fantasmática, o por qué el poeta viene del mono


Un corolario inmediato de lo anterior rezaría que no hay "bellas metáforas", sino "errores interesantes". Una pregunta no menos inmediata podría enunciarse de la siguiente manera: ¿cómo sabemos cuándo y dónde se ha producido el error? La respuesta en principio resultaría sencilla: basta con consultar el original, la fuente, la escritura divina. Pero ahí está el problema... ¿Dónde encontrar ese paraíso textual, la lengua adánica, sueño de cabalistas y motivo de especulación de ese otro cabalista emboscado que es Walter Benjamin? Naturalmente, en ninguna parte. Y aquí es donde mi mono particular, el que transcribe, no la escritura divina -demasiado para su body- sino la del simio-diablo-demiurgo, se apunta al carro benjaminiano para decir que la única manera de conseguir algo parecido es cometer todos los errores, es decir insistir en las malas copias o, siendo más concretos, que la única manera de conocer la manzana paradisíaca es elaborar todas las metáforas posibles a partir de una sencilla manzana, de la manzana del almuerzo o de la que uno encuentra en el cajón del supermercado. Proliferación ad infinitum de las malas copias, ése es el método al que se aplica con dedicación y disciplina mi simio particular, un misreading de la musa tradicional y clásica que en mi caso se parece bastante más a uno de esos chinos estajanovistas encerrado en un estrecho cubículo, aplicado a la imitación, a la simulación de la escritura de los maestros: Borges, Cortázar, Gombrowicz, Valente, Matsuo Basho, Anne Carson, etc. Naturalmente las copias de "mi chino", como pasaré a llamarlo -con toda confianza- a partir de este momento, son "malas copias", su Borges se acaba pareciendo demasiado a Ballard o su Valente a un teorema de Heisenberg. Son "malas copias" asimismo en un sentido platónico. Casi nunca pretende la imitación fiel de lo real sino que, fiel a su infidelidad (ya hemos dicho que su método consiste en la prolija reiteración del error), insiste en el simulacro, en el phantasma que no admite parangón con un modelo real. Mi chino lee esa frase de Deleuze donde el filósofo afirma que el simulacro nace cuando uno de los términos en la serie de las copias se aleja del modelo; y (re)escribe que 'la manzana adánica es el atractor extraño de la serie de iteradas en que consiste cada una de las metáforas de la manzana de supermercado'. Como ven, un auténtico lío.

Pero no anda solo en esto, mi chino. Basta con remontarse a los griegos. Pondré algunos ejemplos. Cuando el daimon de Platón estaba a punto de transcribir a la perfección un diálogo platónico, entonces se equivocaba y terminaba por escribir un mito. Cuando el ídem de Aristóteles se aplicaba a la transcripción de la poética -tal y como debía aparecer en el texto divino-, sin saber por qué, acababa hablando de biología (¿qué es, si no, eso de géneros y especies y la tragedia entendida como un ser vivo?). Cuando Coleridge transcribía en su poema Kubla Khan la maravilla de aquel sueño de belleza perfecta alguien vino a golpearle en la puerta, un sencillo granjero de Porlock, el pueblo donde a la sazón residía el poeta, para pedirle ayuda en un asunto nada poético: el parto de una marrana. Ningún autor está a salvo de ese daimon -humano o divino- que estorba la escritura. Es preciso, pues, insistir en ello, nuestra única certeza: al principio fue la metáfora.


Imagen y metáfora, o cómo decir dos cosas al mismo tiempo


La metáfora es movimiento
El movimiento es imagen
La imagen es metáfora
Se cierra el círculo

Otra imagen
(Acabado en diamante)

La diferencia entre imagen y metáfora no es sino una cuestión de perspectiva, de paralaje. Puede decirse que la imagen no es más que una metáfora visual y que, por tanto, cumple la condición de la metáfora, la de ser una -mala- copia. Pero una mala copia, recordemos, no de un original -imposible- sino de otra mala copia, de otra mala copia, etc. Hay que evitar leer un poema con la pretensión del que busca desentrañar un mensaje cifrado -el original-, desestimar la idea de que la poesía -con todas sus metáforas- no es más que la distorsión y el encriptado de un mensaje más o menos complejo. No se trata de rascar en busca del premio escondido. Nada de eso. Si así lo pretendemos, quedaremos decepcionados por el perenne: SIGA BUSCANDO. Más bien entender un poema consistiría en poner de relieve las fuerzas que chocan y que acaban configurando la forma del poema, algo así como el plano de inmanencia del que el poema resulta la línea de fuga. Uno no comprende nunca un poema. Uno, a lo sumo, construye una constelación de sentidos (de copias que simulan ser los originales), sentidos que se desplazan en el tiempo y en los espacios (epistemológicos, subjetivos, etc). La imagen resulta entonces un pasaje (recordemos el sentido original de la metáfora como desplazamiento, como transporte) con el que viajar en el espacio y en el tiempo. Digo pasaje y mi chino -como siempre- me traiciona y copia 'interface'. La escena de la creación de la Sixtina como paradigma y epítome de desplazamiento, el que va de lo humano a lo divino, solventado a través de esa interfaz de carne y hueso llamado Miguel Ángel. Al fin y al cabo, si atendemos a la definición de la RAE de interface (o interfaz), podremos leer lo siguiente:

Interfaz: conexión física y funcional entre dos sistemas o aparatos diferentes.

De nuevo algo muy parecido a la metáfora. Del mismo modo puede afirmarse que el neurotransmisor es el interface entre el axón y la dendrita (otra vez el vacío instalado en el espacio más íntimo de la conciencia, el que separa dos neuronas). Otra vez el salto en el vacío, el desplazamiento, la metáfora, como el tránsito de lo analógico a lo digital que se produce en el cliqueo sobre el ratón. El poema, entonces, como detención, o mejor, como fijación de una 'cadena de búsqueda'.

Pero agreguemos más voces a nuestra teoría, es decir, sigamos acumulando errores.

La poeta canadiense Anne Carson dice en su 'Ensayo sobre aquello en lo que más pienso':

¿En qué consiste el placer de la metáfora?
Aristóteles dice que la metáfora hace que la mente se
experimente a sí misma
en el acto de cometer un error.
Él se imagina la mente moviéndose sobre una superficie plana
de lenguaje ordinario
cuando de pronto
esta superficie se rompe o se complica.
Lo inesperado emerge.

Y un poco más adelante:

Hay un proverbio chino que afirma,
El pincel no puede escribir dos caracteres de un solo trazo,
Y sin embargo
esto es justo lo que hace un buen error.

Pensemos en la metáfora, entonces, como en esa inesperada manera de escribir, de decir dos cosas al mismo tiempo, algo parecido a lo que ocurre con esos fotones capaces de atravesar las dos hendijas practicadas en una placa metálica. La poesía como lenguaje cuántico.

Traeremos junto a nosotros, para acabar con este apartado, a uno de los pocos autores que en nuestra lengua se han ocupado de elaborar una teoría coherente acerca de la imagen: el poeta cubano José Lezama Lima. No voy a glosar aquí su compleja poética. Simplemente recuperaré dos nociones que vienen a cuento y que emparentan con lo que se viene hablando. Lezama entiende la metáfora como modo de encuentro de los seres, una manera de mostrar las diferencias y al mismo tiempo de tender puentes entre las cosas. El poema no puede ser, sin embargo, un mero aglomerado de metáforas. Para que el poema cuaje, éstas metáforas deben apuntar a algo exterior al poema, algo que podría asociarse a la línea de fuga deleuziana y que él denomina 'imagen'. La imagen sería ese atractor extraño hacia el cual se orientan las metáforas, el imán que orquesta los fragmentos que componen el poema.


Poesía y publicidad, o por qué no todos los gatos son pardos

Naturalmente la poesía comparte no pocas cosas con la publicidad. Ambos, el poema y el anuncio publicitario, son atractores de una serie de imágenes/metáforas, fijaciones -como decíamos hace un momento- de una cadena de búsqueda (casi siempre inconsciente). La manzana de la que hablábamos, la manzana paradisíaca es también la manzana a la que aspira la publicidad (nuestras manzanas son más manzanas que las de la competencia, llevan en sí un plus de 'manzanidad', etc). Pero hay una diferencia a mi juicio esencial entre la poesía y la publicidad. Mientras que la poesía es un fin en sí misma (uno lee un poema de un autor y se da por satisfecho o, como mucho, corre a comprar el libro que lo contiene) el anuncio publicitario es un medio que persigue un objetivo ajeno a su propio entramado retórico. El lenguaje publicitario tiene algo de vicario, señala a algo nítido, algo que podemos encontrar fácilmente en el estante de un supermercado o tras el cristal impoluto de un concesionario de automóviles. La cadena de imágenes/metáforas publicitarias (la cadena de búsqueda) puede que incorpore un elevado número de influencias y conexiones culturales; el problema es que convergen demasiado rápido al objeto susceptible de ser consumido, ahorrándonos así la falta de inmediatez y, por tanto, el misterio de la poesía.


Y el verbo se hizo carne (enlatada)

El antropólogo Jean Pierre Vernant muestra en sus libros la interdependencia y la homología de las estructuras políticas y religioso-filosóficas en la Grecia antigua. Así prueba hasta qué punto la isegoría (equiparación del discurso de los ciudadanos en el ágora o plaza pública) está vinculada al nacimiento del logos filosófico. Es curioso que otro momento de resurgimiento de la filosofía (sobre todo la neoplatónica) como es el Renacimiento italiano coincida a su vez con un nuevo tipo de democratización, no ya de la palabra, sino de la visión y, con esto quiere decirse, de la perspectiva y de los tipos representados. Los pintores renacentistas combinan el retrato nobiliario con el de modestos trabajadores. El mismo Pietro Aretino llega a lamentar esta proliferación de tipos 'mediocres' en las pinturas cuando afirma que 'hasta los sastres y los carniceros aparecen vivos en la pintura'. Creo que lo que se viene denominando como cultura pop no supone sino un nuevo 'Renacimiento' en el sentido de una democratización que va más allá de los tipos y que llega a la esencia de la imagen. El paradigma de cuanto se afirma puede encontrarse en la portada del Sgt. Pepper's, de los Beatles. Recodemos la imagen: junto a los divos de Liverpool aparecen Bob Dylan, E. A. Poe, Cassius Clay, Shirley Temple, Carlos Marx, y un largo etcétera. Cuando un pintor renacentista pinta a un sastre nada impide que éste siga siendo en esencia un sastre, el pintor hace notar aquello que es un sastre y que lo distingue precisamente de otro trabajador manual o de un burgués o un cortesano. En el universo pop las esencias se desdibujan, sin embargo. Un sencillo trabajador puede convertirse en un superhéroe, tras una metamorfosis que dejaría boquiabierto al mismísimo Ovidio. Micky Mouse y Albert Einstein se abrazan y danzan al compás de Milli Vanilli, olvidando las terribles consecuencias que producen el encuentro de partícula y antipartícula.



El aleph e internet, o por qué Borges no necesita levantar la cabeza

Borges imaginó el aleph, ese objeto esférico donde uno podía contemplar toda la existencia. El mismo año de la muerte del autor argentino, Tim Berners-Lee, un físico que trabajaba para el CERN, ubicado en Ginebra, anda desarrollando la World Wide Web o, lo que es lo mismo, internet, tal y como hoy lo conocemos. Borges, a su vez, nace en el momento en el que un matemático alemán, George Cantor, desarrolla su teoría de los números transfinitos. Cantor demuestra que existen dos tipos distintos de infinitos, el infinito numerable, al que denomina alef sub cero, y otro infinito, no numerable, continuo, que llama alef sub uno. Es fácil probar que ese infinito no numerable es el mismo que el que constituyen las cadenas infinitas de ceros y unos. Coincidencias en el espacio y en el tiempo. Borges es enterrado en el cementerio de Ginebra. Otra vez, como sucedía con las novelas de Verne, un objeto que nace en la imaginación del hombre, una estructura antropológica que quizás pueda rastrearse hasta las especulaciones del Museo mitológico en su perdido tratado acerca de la esfera, acaba haciéndose real. Tim Berners-Lee cumple el sueño del autor argentino. Ha surgido un nuevo ser, la red, un ser que reconfigura nuestra manera de relacionarnos y de aprender, un ser que, como el conjunto de Cantor, posee la potencia del continuo (¿qué es una página web, en el fondo, sino una sucesión de ceros y unos?). El alef sub uno de Cantor, el aleph de Borges, la WWW de Berners-Lee. Si el filósofo norteamericano Walter Watson clasifica las épocas de la humanidad en ónticas, epistemológicas y semánticas, quizás internet suponga el impulso definitivo que nos permita pasar de esta época semántica a una nueva época óntica (lo digital, en contraposición -o complementariedad- con lo analógico, sería ese nuevo ser del que estamos hablando), época que requeriría del poeta una reinvención de la analogía o, dicho de otra manera, de conexiones dentro de ese nodo de simultaneidad que es el aleph. El clickeo sobre la interface, ese nuevo tacto, se nos aparece entonces como el 'como' poético, una herramienta metafórica cuya importancia sólo empezamos a atisbar.

Observando a su vez la escritura como un modo de memoria artificial (algo de lo que ya se dio cuenta Platón), la red supone una ampliación exponencial de nuestra 'memoria', un exocerebro artificial que ofrece posibilidades casi infinitas. Obras de netart como las de Cristophe Bruno (estoy pensando, en particular, en 'fascinum', donde se nos muestra en tiempo real las 10 imágenes más vistas por los internautas en 7 países distintos -entre ellos, el nuestro-) ayudan a entender la web como un ser dotado de alguna manera de conciencia al que se pudiera por tanto psicoanalizar. Internet -junto al disco duro de nuestro PC- como una conciencia y una memoria extendida, y por tanto poetizable, novelable. Una posibilidad añadida para poetas y novelistas, sólo una posibilidad, pero, desde luego, nada desdeñable. El contenido de nuestra carpeta de 'incoming' de e-mule o nuestro listado de 'favoritos' puede decir tanto o más de nosotros que la manera como sujetamos la cucharilla del café o el contenido de nuestra biblioteca.

Pero no se alarmen los más conservadores, ni lancen las campanas al vuelo los profetas de la ultimísima vanguardia. No olviden que todo el tiempo hemos estado hablando de metáforas; de errores, por tanto. Todo esto, señoras y señores... Ustedes ahí, yo aquí, estas palabras... Todo esto no es más que un afortunado error.

Javier Moreno





10 comentarios:

Luna Miguel dijo...

Su lectura de Clik (bang) en La Central fue acogedora. I. B, acertó en invitarme.


(A pesar de que una se vuelve loca en esa librería y quiere tocarlo, olerlo y leerlo todo


–leer es siempre lo último-)

Vicente Luis Mora dijo...

sí, la Central dan ganas de robarla en bloque. Saludos.

Javier García dijo...

mientras leo con calma el post (me interesa mucho javier moreno, gracias por publicarlo, vicente) aviso: descubrí el otro día en mallorca otra librería de las de robar en bloque, literanta. qué preciosidad.
(y en valencia hay otra, pero como valencia es mi casa no se vale).

Anónimo dijo...

¿cuál es la de valencia?

cgamez dijo...

Impresionante la entrada e impresionante el autor.

Desgraciadamente, se amplía la infinita lista de lecturas pero no lo hace el bucle temporal (aunque gracias Vicente).

Un saludo.

Oscar Sáenz dijo...

Estuve en la lectura de este texto en el NEO3 y agradezco enormemente su publicación en este post para poder analizarlo mejor y comprenderlo. Grande Javier Moreno, un poetazo.

Javier García dijo...

valdeska, anónimo.

Anónimo dijo...

para

Anónimo dijo...
¿cuál es la de valencia?

viernes, octubre 31, 2008 11:01:00 AM

dos opciones posibles entre muchas

Valdeska, calle del Mar, cerca del edificio Bancaja de plaza de Tetuán. O Railowski, en Grabador Esteve.

Vicente Luis Mora dijo...

Las de Valencia no las conozco, pero Literanta es, por varias razones, de las mejores librerías del país. Yo de mayor quiero vivir allí, dentro.

J. J. Murillo dijo...

La revista El sofá rojo se inaugura con un relato inédito de Esteban Gutiérrez Gómez, autores de El laberinto de Noé.