sábado, 7 de noviembre de 2020

El testigo

 

 

Chema Madoz

 

Hace años perdí el Documento Nacional de Identidad —término que me sorprendió la primera vez que lo oí de niño, pensé que debía llamarse Documento de Identidad Nacional, pero ésa es otra historia—. En aquella época —tampoco hay que hacerse daño ubicándola temporalmente con exactitud—, extraviar el DNI era un engorro, pues solía ser más necesario que hoy, cuando sólo es preciso para enchufarlo a un lector digital y desesperarte haciendo trámites administrativos que incluyen golpes en la mesa, juramentos en idiomas recién inventados y navegadores que se empeñan en atascarse en el último momento, cuando parece que la página va a emitir el PDF de que todo está bien. No sé de qué estaba hablando ya. Ah, sí, del DNI perdido. Lo busqué, me preocupé, lo dejé estar y, al final, tuve que ir a comisaría a sacarme uno nuevo, tras pagar la preceptiva multa. Pues bien, semanas o meses o quizá años después rastreé por los estantes de los anaqueles un libro en concreto que me había dejado a medio leer, para buscar un dato. Y ahí estaba, el *** del DNI perdido, haciendo de marcapáginas, con mi careto de veinteañero barbilampiño mirándome con expresión de yo tampoco entiendo qué hago aquí.

 

 


 

La editorial Fórcola ha publicado un pequeño y paladeable ensayo de Massimo Gatta, Breve historia del marcapáginas, con traducción de Amelia Pérez de Villar. Es uno de esos libros de arena (movediza), en cuyo interior caes tan pronto como te sitúas sobre ellos; basta abrir cualquier página y allí comenzarás a sumergirte en su erudición, sus anécdotas y demás virtudes con que aborda la microhistoria carlo-ginzburgiana de los separadores o marcapáginas. Nunca he sido fetichista con los libros, pero sí lo fui durante varios años con los puntos de lectura, que coleccioné con fervor y de los que llegué a cazar piezas espléndidas. Con el tiempo se me pasó la fiebre, pero sus rescoldos se han reavivado al leer el librito de Gatta, que hace un recorrido por la historia y las historias del separador; recorrido que incluye un interesante paseo por numerosas obras de arte que han ido señalando las marcas utilizadas para recordar el punto exacto por donde vamos leyendo: dedos, manos, papeles sueltos, telas más o menos ricas y adornadas, e incluso objetos inesperados y viandas grasientas que harán al lector sensible llevarse las manos a la cabeza. Por cierto, que eché de menos, dentro de la hermosa selección de pinturas sobre manos en libros, el famoso óleo de El Greco retratando a Paravicino. Pero eso es sólo muestra de que esta del marcapáginas es una bella historia que seguiremos escribiendo.

 

El marcapáginas señala la aparición del tiempo sobre el libro, establece un diálogo material entre el dueño y el texto, como el testigo de las carreras de relevos, donde el corredor/lector —nosotros— es siempre el mismo. Es el hito que a veces señala por dónde vamos leyendo y que, una vez acabada la lectura, suele marcar un punto relevante de la obra, el lugar donde éste nos lega algo para el futuro. Ese punto marcado es el primero que abriremos cuando volvamos al volumen, tiempo después, y lo haremos precisamente para saber qué destacamos anclando ahí el señalador, que párrafos enfatiza, qué jalón ha querido determinarse con su presencia vertical. En cierta forma, el marcapáginas es una manera de la crítica.

 

 

 Marcapáginas de Alma editorial - foto de Librería La buena letra

 

 

Incluyo a continuación la entrada Paravicino o la crítica del blog decreciente que sostuve en El Boomerang (http://www.elboomeran.com/blog-post/1506/16593/vicente-luis-mora/11-paravicino-o-la-critica/), publicada el el 11/10/2015:

 

 Paravicino o la crítica

 


 

Este óleo de El Greco retrata a Hortensio Félix Paravicino, y es considerado uno de los mejores retratos realizados por el autor. Sobre esta obra escribió un poema Luis Cernuda, “Retrato de poeta” (en un claro gesto de desdoblamiento, según Rafael Alarcón Sierra[1]), poema que contenía estos versos:

 

Amigo, amigo, no me hablas. Quietamente

Sentado ahí, en dejadez airosa,

La mano delicada marcando con un dedo

El pasaje en el libro, erguido como a escucha

Del coloquio un momento interrumpido,

Miras tu mundo y en tu mundo vives.

 

 


 

El detalle al que se refiere Cernuda nos muestra el camino de la crítica literaria, a la que correspondería actuar como esa mano: silenciosa, suave, sensualmente, debería hallar su camino hacia el centro del libro.

 

 

 

 

[1] R. Alarcón Sierra, Vértice de llama. El Greco en la literatura hispánica, Universidad de Valladolid, 2014, pp. 119ss.

 

 

 

 

 

 

1 comentario:

Ilkhi Carranza dijo...

Ha sido una delicia leer esta entrada sobre el separador y la crítica. Yo suelo hacer ex professo xilograbados para marcar determinadas páginas de algunos libros.

"El marcapáginas es una manera de la crítica" estoy totalmente de acuerdo contigo.

Saludos.