viernes, 21 de abril de 2023

Manifiesto del Día Internacional del Libro



La lluvia en el desierto

 Vicente Luis Mora

 

Yo sólo vine a ver brotar

mi casa en el desierto.

Eduardo García, La vida nueva

 

Si mirásemos en este instante dentro de nuestro cerebro, la sorpresa sería monumental. Junto a terrenos activos, regados por las conexiones neuronales, encontraríamos vastos desiertos, extensiones secas y polvorientas que ocupan grandes territorios en nuestra cabeza, zonas vacías, carentes de cualquier forma de vida. Seguramente, si nos fuese dada la posibilidad de hacer ese viaje a nuestro interior, nos preguntaríamos cómo podríamos remediar esos secanos, esas circunvoluciones devastadas, esos piélagos sin nada de valor. La solución es más fácil de lo que pensamos: basta con leer.

         Los buenos libros irrigan nuestro interior, fertilizan las regiones del terreno mental, hacen florecer zonas cerebrales hasta entonces yermas e inactivas. Algunas obras literarias, más complejas, conectan además unos sectores con otros, funcionan como ríos que unen y enriquecen zonas o unidades distantes y aisladas. Los primeros libros que leemos en la infancia actúan como gotas de lluvia, o como rocío fertilizador; los demás, tanto en la adolescencia como en la madurez, nos sirven de canales de irrigación y fecundidad; los primeros amplían o ensanchan el mundo, las siguientes lecturas lo adensan, lo vuelven más complejo y comprensible. Son necesarias largas cadenas de obras literarias para terraformar y habitar como es debido la mente y sobrellevar la existencia.

         Leído cierto número de libros, que habría que cuantificar caso por caso (los necesarios, en resumen), un individuo se vuelve persona, un ser con raciocinio propio y con singularidad pensante. Conforma un terreno mental que no se parece a ningún otro, como no hay dos ciudades idénticas. Una persona introspectiva y leída implica un cerebro en cuyo interior unas partes reflexionan sobre las demás y se desarrollan con la estimulación mutua.

A lo largo de los años me he arrepentido de algunos hechos, y también de cosas que nunca hice, pero jamás me he arrepentido de ninguna lectura. Hasta las malas nos enseñan: por qué me molesta esto, por qué me parece mal escrito. He disfrutado de cada obra, porque la lectura es en sí un disfrute absoluto: desde que abres un libro y empiezas a recorrer palabras, no sabes qué va a pasar, pero un mundo comienza a construirse ante tus ojos y dentro de tu cerebro. Es un acontecimiento prodigioso, del que no puedes despegar la vista: cada palabra, cada frase, abren un nuevo río en tu mente. Y cada página, estés de acuerdo con ella o no, ya te ilustre o te indigne, te alegre o te sorprenda, fertiliza una parte de ti que estaba muerta o que nunca había vivido. Cada libro hace crecer tu mente y a ti con ella. Es como la lluvia en el desierto. Te convertirá en alguien más inteligente, más crítico, con más elementos de juicio para juzgar a los demás y para juzgarte. Umberto Eco decía que “quien no lee, a los setenta años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”. Así es. Y, además, quien no lee es alguien que solo tiene una idea… y no es suya. ¿No es mejor disfrutar de múltiples vidas y asegurarnos de que nuestras ideas son, realmente, nuestras?


 

 

 

1 comentario:

Ivonne dijo...

Maravillosa descripción de la lectura. Muchísimas gracias.