Cómo vivir. Qué hacer
[Texto leído en Neo3, Barcelona, marzo 2007, mesa redonda sobre censura y autocensura]
Caso 1.
Me llamo Jesús de los Dolores. Tengo 20 años. ¿Qué sería capaz de hacer por publicar? No por escribir, que es lo de menos, sino por publicar. Soy parecido al Max Frisch joven: “Yo escribía para los periódicos, y me sentía orgulloso cuando se imprimían mis cosillas. El afán de hacerme valer, creo yo, fue la primera cosa mía que le decepcionó. Yo necesitaba ganar dinero. Eso, por descontado, él lo entendía, pero lo que yo escribía le resultaba penoso. Me animó a dibujar” (M. Frisch, Montauk; Laetoli, Pamplona, 2006, p. 28). Me gusta el poema de Wallace Stevens: “Cómo vivir. Qué hacer”.
Sé que no puedo ser demasiado original. Los experimentos son incompatibles con los comités de lectura y los jurados de los premios literarios. Tengo mucha literatura dentro, pero la dejaré para después, para dentro de unos años. Ahora lo que tengo que hacer es escribir un pelotazo, algo que me catapulte enseguida a los medios, a la fama y a las grandes editoriales. El riesgo para después, para más tarde. A ver, qué dicen los suplementos: Guerra Civil, memoria histórica. Ah, no, esto es la sección de Nacional. El suplemento literario está aquí. Anda, qué curioso: Guerra Civil, memoria histórica.
Caso 2.
Me llamo Jesús de los Dolores. Tengo 45 años. Gané un premiecillo, salté a la discretísima fama de centro cívico y diarios provinciales. Una vez le di la mano a Juan Cruz en una fiesta, y Herralde se me acercó en un hotel de Barcelona, confundiéndome con Muñoz Molina. Ahora tampoco puedo publicar lo que me gustaría, los editores me obligan a recortar partes de mis novelas porque me dicen, textualmente, que son demasiado literarias. Mi agente me va sugiriendo los temas sobre los que debo escribir, los personajes que debería quitar, el tono de las escenas de sexo. Porque ahora meto un huevo de sexo, vende mucho, lo he visto en las páginas de contacto de los periódicos, las únicas que no pierden nunca espacio, esas páginas llenas de microcuentos y definiciones stendhalianas de un trazo. Cómo vivir, qué hacer, qué escribir. Mi próxima novela va a ser hiperviolenta, por lo visto eso mola mucho a los jóvenes. Y si matas a un cura o a un imán con la suficiente mala leche te aseguras salir en todos los periódicos y en el Estrafalario ése del Rioyo. He encontrado una cita que me ha gustado mucho en un libro que me encontré tirado por la calle, de un tal Félix Duque, con ese nombre cómo va a vender una mierda: “en el nihilismo no pasa nada, ni nada puede inquietar a quien cumple con su ‘deber’ de ‘buen ciudadano’: última añagaza de un Orden en que la idea misma de ‘civilización’ (…) ha dejado ya de tener sentido. El nihilismo no es sino la manifestación última de una metafísica cuyo ideal de redonda y plena autorreferencialidad se plasmaba fenoménicamente en el automovimiento, o sea, en el perpetuum mobile del ourános griego y, modernamente, en la ‘máquina perfecta’” (F. Duque, El cofre de la nada. Deriva del nihilismo en la modernidad; Abada, Madrid, 2006, p. 80).
Eso es lo que funciona, la máquina total, el mercado continuo. Lo he visto en las páginas de economía de los periódicos, esas páginas llenas de cuentos de terror disfrazados de novelas. Pastoriles.
Caso 3.
Me llamo Jesús de los Dolores. Tengo 70 años y una tesis doctoral sobre mi obra. Soy casi como el Frisch adulto: “Me asusto levemente cuando alguien a quien no conozco me habla de repente y se revela como lector. ¿Qué hacer? A menudo valoran lo que hoy día ya no quiero escribir, y entonces me siento como un traidor. Entonces, por lo general, finjo que tengo prisa. También suele ocurrir, claro está, que alguien, un borracho en un bar, me dé la lata, o por lo menos lo intente. Da por supuesto que estoy entusiasmado conmigo mismo. (…) Al hombre le encona en realidad, no mi manera de pensar, sino el éxito” (op. cit., p. 49). Era normal que al fin las cosas funcionaran. 50 años plegándome por completo a las exigencias del mercado, a las advertencias de mis amigos, a las órdenes de mi agente, a las recomendaciones de los editores, tenían que producir un buen resultado, un gran final. Tenía que hacedlo, comprendedme. No podía dejar de salir. No podía rechazar el aparecer, el estar a costa de lo que fuera. Hubo que tocar puertas. Que vender amigos. Que dejar editores tirados. Que hacer llamadas por la noche. Pero era necesario, todo era necesario: la máquina era imprescindible, y no podía pararse. Eso sí. No he podido escribir literatura. No he tenido tiempo. Y ahora que lo tengo, no recuerdo cómo se hace. A los veintipocos lo tenía claro, pero tanto tiempo aparcando las buenas ideas puede hacer que éstas desparezcan. Lo he visto en las necrológicas de los periódicos, esa sección llena de grandes relatos. Qué hacer. Cómo vivir. Qué escribir. Todo eso ya no importa. Tengo un nombre. Pero os lo advierto: antes de disolverme en la nada, después de una vida siguiendo cerrilmente fórmulas de éxito, tópicos manidos y tradiciones anacrónicas, os lo advierto: una vida de éstas, en cualquiera de mis resurrecciones, voy a empezar a escribir literatura, voy a hacer libros de riesgo, y os vais a cagar.
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15 comentarios hasta ahora:
Carlos dijo...
Personalmente, lo que menos verosímil se me hace del texto es el tercer monólogo. No creo que la insatisfacción sea precisamente un rasgo característico del "tipo" que nos presentas.
9:33 PM
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Vicente Luis Mora dijo...
Bueno, yo pensaba, evidementemente, en una insatisfacción puramente literaria. Los abundantes representantes de este especimen están, como dices, bastante satisfechos de sí mismos, pero les entra un extraño nerviosismo cuando ven en otros la literatura que les gustaría haber escrito a ellos. por eso ya no leen nada...
10:48 AM
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Pablo García Casado dijo...
querido vicente: He visto reflejado en tu texto una gran parte de los males de nuestra generaciòn. Creo que nos hemos fascinado con la posibilidad de estar en el mercado, pero para la gran economía somos sólo un pequeño y purulento forúnculo. Le damos tanta importancia al hecho de aparecer que dejamos a un lado lo que verdaderamente nos da satisfacciones: el momento de escribir y el momento en que nos leen. Sé que entre esos dos momentos hay mucha política -entendido en sentido amplio-, pero a veces nos preocupamos demasiado por la temperatura de la piscina cuando lo que deberíamos hacer es nadar.La gran mayoría de los que aparecen en tu blog, como la mayoría de quienes esceriben, son mejores personas que la gente que te puedes encontrar en otros órdenes de la vida.Gente que dedica su tiempo de forma gratuita a dar lo mejor de sí mismos sin esperar, apenas, otro premio que el de satisfacer a un hipotético lector. Sé que en este foro se dirimen cuestiones de mayor calado intelectual que mi comentario. Pero también es de recibo señalar nuestra generosidad como escritores y como críticos a cambio un puñado de arena. suyo siempre, Pablo García Casado
7:59 PM
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Vicente Luis Mora dijo...
Gracias, Pablo. Creo que tienes razón en lo que dices. La poesía en general -y desde luego este blog en particular- se hace por amor al arte. Y al espectador del arte, claro que sí. Por cierto, me atrae esa imagen del forúnculo, no está mal ser un grano en el culo del sistema. Un abrazo.
9:46 PM
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Iban Zaldua dijo...
Excelente aproximación, Vicente Luis. Pero la pregunta es: ¿se puede escapar realmente de todo eso? Yo, sinceramente, soy pesimista al respecto.Copio un fragmento de la introducción del libro de Dubravka Ugresic "Gracias por no leer" (aunque igual no haría falta, porque seguro que lo conocéis):"¿Qué le queda, pues, al escrito? ¿Fingir que no se entera y aceptar la eternidad en términos fatalistas como medida de valor? ¡La eternidad, sí, sí! Y eso que la esperanza media de vida de un libro es de unos treinta años en tiempos de paz (menos en guerra), antes de que las bacterias del papel lo hagan papilla. ¿Fijar su rumbo a partir de una justicia literaria superior? ¡La justicia, sí, sí! Cuando al lector se le engatusa con todo lo que se le pone delante de las narices: poderosas cadenas de librerías, tiendas de aeropuertos y amazon.com.El escritor que no acepta las reglas del mercado muere, así de sencillo. El lector que no acepta lo que el mercado le ofrece está condenado al ayuno literario o a la relectura. El escritor y su lector (los dos personajes por y para quienes existe la literatura) viven hoy una existencia semiclandestina. El mercado literario está regido por los productores de libros, pero producir libros no significa exactamente producir literatura".Hasta aquí la cita de Ugresic. En cuanto a la intervención de Pablo García Casado, estoy de acuerdo en general, con algún pero a lo de que "la mayoría de quienes escriben, son mejores personas que la gente que te puedes encontrar en otros órdenes de la vida": lo dudo mucho. Y además, no me importa demasiado si son mejores o peores (siempre que no me toquen de vecinos en la escalera): como lector, lo que quisiera que hicieran es un buen libro. De hecho, casi me atrevería a invertir la afirmación y decir que entre los escritores anda(mos) lo peorico del género humano, pero seguramente me estaría pasando y, además, me llevaría demasiado espacio argumentarlo.Un saludoIban Zaldua.
11:43 AM
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Anónimo dijo...
¿Dónde el caso de la gente -digámoslo así- más honesta? Hay quienes escribimos y publicamos sin perder el culo por el mercado. Más aún, sin saber si se es leído, siquiera, por alguien.Y la curiosidad: ¿por qué no interesamos a quienes critican el mercadeo antiliterario?Toto
2:31 PM
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enlejaniadesoles dijo...
Yo como no tengo publicación alguna me lo puedo tomar de forma menos dramática. Pero digame señor Vicente el pelotazo de su amigo en qué consiste, que también uno tiene ansia de fama. Y mejor, no me digas como hacía M. Frisch para ganar el dinero que necesitaba. Un abrazo, en tono jocoso.
3:09 PM
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Anónimo dijo...
Lo veo complicado.Veo complicado que alguien que es capaz de firmar un bodrio, con la única intención de poder ir a las ferias y salir en Qué leer, esté realmente capacitado para hacer literatura de verdad.Me parece muy complicado que alguien que consigue renunciar a sus verdaderos impulsos y necesidades artísticas para sucumbir ante el mercado, tenga verdaderos impulsos y necesidades artísticas.A fin de cuentas, el arte es un acto de fe, y es irrenunciable.
4:54 PM
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Vicente Luis Mora dijo...
Querido y anónimo amigo, tienes razón en parte: sí, es verdad que alguien con talento difícilmente renunciará a escribir bien. Pero en el sistema actual de publicación de narrativa, no es nada difícil que alguien se pase cerca de 10 ó 15 años con una maestra en el cajón, por ser demasiado literaria, demasiado larga o demasiado difícil para las editoriales de prosa. Y ese autor puede decir: bueno, pues escribo algo más ligero, me sitúo, y después la publico. Y ocurrir que, efectivamente, escriba una ligereza, la publique, y siga sin encontrar jamás editor para su novelón maestro, por seguir siendo difícil o hiperliterario. Y tirarse la vida así, publicando in/dignidades. El caso más frecuente es el del novelista que empieza bien, con un par de buenas novelas, para dar de pronto con un "tono" o un "tema" que resultan exitosos; entonces no suele importante, para mantener ese éxito, rebajar sus pretensiones artísticas. Eso está a la orden del día. Luego hay un tercer grupo, el de autores que nunca han escrito nada bueno y que nunca lo harán, y que sin embargo escalan rápidamente hasta los puestos más altos de las listas de ventas. Ellos son hoy la literatura, no los otros, para los medios de comunicación -y algunos editores descerebrados, o sólo preocupados por el negocio-. Así nos va, y así está el panorama. Saludos.
6:23 PM
rafayiyo dijo...
¿Por qué no hablamos de los buenos libros y nos olvidamos de lo demás? No merece la pena tanta lamentación y tanta ansiedad (que no la coja un psicoanalista, que le parecerá envidia sublimada o algo así...) Yo lo tengo muy claro: cada uno que escriba como pueda o quiera, que como lector ya separaré el grano de la paja... Siempre ha sido más o menos así: ¿alguien se sorprende todavía? Pese a todo, no me digáis que el que se empeña no logra publicar, tanto si lo suyo es buenísimo (raro, pero hay) como malísimo (a miles). ¡Si hoy publica todo el mundo! ¡Basta de quejas apocalípticas y a escribir y/o a leer! Y otra cosa: ojo con huir del mercado y caer en el solipsismo del purismo adolescente, que tan malo es uno como otro...
11:09 PM
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Vicente Luis Mora dijo...
Sabía yo que este tema levanta ampollas. Por cierto, Iban. Ya sé que andas ocupado, pero ¿por qué no expones, siquiera sintéticamente, los motivos por los que crees que los escritores somos seres especialmente execrables? Si tú das tu opinión, yo doy la mía -que hasta ahora no he dado...-.Un abrazo,Vicente
9:10 AM
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genaro dijo...
Predata: Me olvidé de firmar un comentario anterior, lo hago ahora, aunque no creo que importe demasiado.A Rafayiyo. Tienes mucha razón, la cosa es bastante simple. Ahora: “solipsismo del purismo adolescente”.No hay tampoco que confundir las cosas. El proceso artístico es anterior al mercado, y ahí debe permanecer. Lo dijo Gamoneda ya antes: “La experiencia de la emisión -o la recepción- de la poesía, intensifica mi vida y yo vivo esta intensificación como una forma de placer”.El mercado es posterior, insisto.Cuando Gimferrer, embajador de sí mismo, escribió algunas de sus joyas como L’espai desert, no creo que estuviese pensando en las ventas; eso no quita que una vez terminadas las obras, se tuviese que negar a la promoción y difusión de las mismas. Pero eso, viene después.Por machacar un poco en lo ya dicho, no entiendo demasiado como alguien con verdadera “pasión” por la literatura es capaz de escribir algo que no le gustaría leer, pudiendo hacerlo mejor; aunque sí entienda que hay que comer, y que el ego a veces juega muy malas pasadas.
10:23 AM
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Litvan dijo...
Supongo que hay de todo, Vicente. Gente que publica sin problemas, en editoriales potentes, y que es buena. Gente que publica en esas mismas editoriales, pero sin ninguna calidad. Gente buena con sus textos en el cajón (o en el ordenador). Gente que se cree buena simplemente porque tiene sus textos en el cajón (o en el ordenador). Gente que elabora currículos literarios como el que acumula méritos para un puesto en la administración. Gente que es consciente de que rebaja su calidad sólo por publicar. Gente que NO es consciente de que ha rebajado su calidad (o que simplemente NO tiene más calidad que ofrecer). Gente muy joven que cree que abre caminos nunca abiertos y que desdeña a los de 30 años que aún no han publicado. Gente muy joven y muy interesante. Gente muy trillada y muy metida en las instituciones y muy bien colocados. Gente muy trillada, pero también a veces muy interesante. Premios amañados y premios justos. Resentidos y generosos. Frustrados y geniales. Orgullosos e inseguros. En fin, toda una fauna ésta de la literatura, no mejor ni peor que el resto de las faunas humanas... Conclusión: leamos y escribamos... lo demás es, en gran parte, azar.Saludos.
11:24 AM
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Sergi Bellver dijo...
Para demostrar mi voto de brevedad (una epifanía reciente) voy a obviar todo lo que iba a decir con mi habitual abuso de la metáfora y suscribiré al 99% lo que han dicho rafayiyo y litvan.pd: has (hemos) salido ganando con la versión en blogspot, Vicente.Dale recuerdos a Eduardo García y a su maleta parabólica, de mi parte.
3:42 PM
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Anónimo dijo...
¿i donde se situa el autor del blog en esos retratos sucesivos? ¿o no se siente reflejado i definido en ninguino?
i-masclet
4:08 PM
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Iban Zaldua dijo...
Bien. Una de las razones por las que se me ocurre que los escritores no solemos ser buenas personas es por el síndrome de "mataría a mi madre por hacer un buen chiste", es decir, la tendencia a recurrir a la realidad que nos circunda (familiar, amistades, conocidos... empezando por nosotros mismos, claro está) para fundar o alimentar nuestras ficciones; creo que de esto pecan los cultivadores de casi todos los géneros (poesía, novela, relato etc.), con la posible excepción del ensayo (pero ni de eso estoy seguro). Pienso que es inevitable (escribimos desde lo que vivimos, por una parte, y desde lo que leemos, por otra; perdonad el topicazo), pero no deja de ser peligroso y, en demasiadas ocasiones, doloroso para quienes rodean al escritor: a veces no nos paramos a considerar las consecuencias. O nos paramos, durante un instante, pero continuamos, porque mataríamos a nuestra madre por un buen chiste. Ya habrá tiempo de arrepentirse más adelante.
Relacionado con esto: el egoísmo, la dedicación suprema a la propia obra. No hay más que recordar cómo trataron, yo qué sé, Juan Ramón Jiménez o Bertolt Brecht a sus mujeres. Etc. Aunque en esto no haya quizá diferencias con las demás artes, para qué nos vamos a engañar. Por otra parte la envidia, sobre todo la insana, y el rencor son sentimientos muy comunes entre los escritores, grandes, medianos y pequeños: es un mundo muy competitivo, desde hace mucho además, desde antes que se inventara el mercado tal y como lo conocemos hoy; no hay más que leer a Marcial para darse cuenta de lo que digo. Hasta un apóstol del desvanecimiento literario y de la humildad como Robert Walser tenía sus momentos de debilidad en ese sentido, como lo demuestran algunos de los comentarios que le hacía a Carl Seelig en sus paseos (cfr. Paseos con Robert Walser, editorial Siruela).
De acuerdo, es posible, como han comentado más arriba, que la fauna literaria no sea ni “mejor ni peor que el resto de las faunas humanas”, pero en todo caso los que practican la literatura serían peores gentes por contraste, es decir, por contraste con una actividad que se tiene por sublime y generosa (“el arte es un acto de fe, y es irrenunciable”, decían más arriba; en fin, yo también tengo mis dudas sobre el carácter sagrado de la literatura -y del arte en general-, pero, bueno, por hoy las voy a dejar apartadas). Sin embargo, asumiendo que es así, que la Literatura (con mayúsculas) es una actividad tan noble y sobrehumana, la práctica social de los que la hacemos posible es tan burdamente humana, que no podemos parecer sino peores de lo que realmente somos. O quizá lo seamos, a fin de cuentas.
9:57 AM
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vicente luis mora dijo...
1) Para i-masclet: nunca me encontré en el primer retrato; no estoy, evidentemente, en el segundo, y espero no identificarme jamás con el tercero. Si ocurre o crees que ocurre, avísame. Saludos
2)Para Iban: gracias por tu estupendo post. Mi opinión no difiere mucho de la tuya en cuanto a la descripción del estereotipo de escritor torturador (Montauk, el libro que cito de Frisch, es especialmente significativo a ese respecto), pero creo que el hecho de que seamos conscientes de ese peligro hace que, en ocasiones -espero que muchas-, la tentación de hacer daño a los próximos y prójimos desaparezca. Lo de la competitividad es cierto, Iban, pero: ¿en qué profesiones no la hay? ¿Acaso no hablan mal unos cerrajeros de otros, unos abogados de otros; acaso no habla de chanchullo el médico que ha perdido la plaza fija frente a otro? No podemos caer en el ingenuismo. Observa cómo se tratan diariamente entre sí políticos y periodistas de distintos partidos o grupos mediáticos: comparadas con ésas, nuestras trifulcas son juegos de niños. Mirando hacia atrás, veo que entre los escritores he encontrado algunas (bueno, bastantes) malas personas, pero también he encontrado personas excelentes y casi modélicas, sobre todo entre escritores hispanoamericanos, bastante más humildes que los patrios. En la nuestra hay de todo, como en todas profesiones. Pero el perfil medio de mis mejores amigos responde a estos caracteres:
a) Buen o excelente escritor.
b) Autocrítico o muy autocrítico.
c) Sin agente literario, sin aspiraciones de gran público y sin ínfulas.
d) Considera el resto de cosas de la vida más importantes que la escritura.
e) Serían incapaces de jugármela o jugársela a alguien a quien aprecian por conseguir algo en el mundo literario.
Espero que ellos me consideren a mí dentro de un grupo de parecidas características.
Un abrazo, Iban.
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[Texto leído en Neo3, Barcelona, marzo 2007, mesa redonda sobre censura y autocensura]
Caso 1.
Me llamo Jesús de los Dolores. Tengo 20 años. ¿Qué sería capaz de hacer por publicar? No por escribir, que es lo de menos, sino por publicar. Soy parecido al Max Frisch joven: “Yo escribía para los periódicos, y me sentía orgulloso cuando se imprimían mis cosillas. El afán de hacerme valer, creo yo, fue la primera cosa mía que le decepcionó. Yo necesitaba ganar dinero. Eso, por descontado, él lo entendía, pero lo que yo escribía le resultaba penoso. Me animó a dibujar” (M. Frisch, Montauk; Laetoli, Pamplona, 2006, p. 28). Me gusta el poema de Wallace Stevens: “Cómo vivir. Qué hacer”.
Sé que no puedo ser demasiado original. Los experimentos son incompatibles con los comités de lectura y los jurados de los premios literarios. Tengo mucha literatura dentro, pero la dejaré para después, para dentro de unos años. Ahora lo que tengo que hacer es escribir un pelotazo, algo que me catapulte enseguida a los medios, a la fama y a las grandes editoriales. El riesgo para después, para más tarde. A ver, qué dicen los suplementos: Guerra Civil, memoria histórica. Ah, no, esto es la sección de Nacional. El suplemento literario está aquí. Anda, qué curioso: Guerra Civil, memoria histórica.
Caso 2.
Me llamo Jesús de los Dolores. Tengo 45 años. Gané un premiecillo, salté a la discretísima fama de centro cívico y diarios provinciales. Una vez le di la mano a Juan Cruz en una fiesta, y Herralde se me acercó en un hotel de Barcelona, confundiéndome con Muñoz Molina. Ahora tampoco puedo publicar lo que me gustaría, los editores me obligan a recortar partes de mis novelas porque me dicen, textualmente, que son demasiado literarias. Mi agente me va sugiriendo los temas sobre los que debo escribir, los personajes que debería quitar, el tono de las escenas de sexo. Porque ahora meto un huevo de sexo, vende mucho, lo he visto en las páginas de contacto de los periódicos, las únicas que no pierden nunca espacio, esas páginas llenas de microcuentos y definiciones stendhalianas de un trazo. Cómo vivir, qué hacer, qué escribir. Mi próxima novela va a ser hiperviolenta, por lo visto eso mola mucho a los jóvenes. Y si matas a un cura o a un imán con la suficiente mala leche te aseguras salir en todos los periódicos y en el Estrafalario ése del Rioyo. He encontrado una cita que me ha gustado mucho en un libro que me encontré tirado por la calle, de un tal Félix Duque, con ese nombre cómo va a vender una mierda: “en el nihilismo no pasa nada, ni nada puede inquietar a quien cumple con su ‘deber’ de ‘buen ciudadano’: última añagaza de un Orden en que la idea misma de ‘civilización’ (…) ha dejado ya de tener sentido. El nihilismo no es sino la manifestación última de una metafísica cuyo ideal de redonda y plena autorreferencialidad se plasmaba fenoménicamente en el automovimiento, o sea, en el perpetuum mobile del ourános griego y, modernamente, en la ‘máquina perfecta’” (F. Duque, El cofre de la nada. Deriva del nihilismo en la modernidad; Abada, Madrid, 2006, p. 80).
Eso es lo que funciona, la máquina total, el mercado continuo. Lo he visto en las páginas de economía de los periódicos, esas páginas llenas de cuentos de terror disfrazados de novelas. Pastoriles.
Caso 3.
Me llamo Jesús de los Dolores. Tengo 70 años y una tesis doctoral sobre mi obra. Soy casi como el Frisch adulto: “Me asusto levemente cuando alguien a quien no conozco me habla de repente y se revela como lector. ¿Qué hacer? A menudo valoran lo que hoy día ya no quiero escribir, y entonces me siento como un traidor. Entonces, por lo general, finjo que tengo prisa. También suele ocurrir, claro está, que alguien, un borracho en un bar, me dé la lata, o por lo menos lo intente. Da por supuesto que estoy entusiasmado conmigo mismo. (…) Al hombre le encona en realidad, no mi manera de pensar, sino el éxito” (op. cit., p. 49). Era normal que al fin las cosas funcionaran. 50 años plegándome por completo a las exigencias del mercado, a las advertencias de mis amigos, a las órdenes de mi agente, a las recomendaciones de los editores, tenían que producir un buen resultado, un gran final. Tenía que hacedlo, comprendedme. No podía dejar de salir. No podía rechazar el aparecer, el estar a costa de lo que fuera. Hubo que tocar puertas. Que vender amigos. Que dejar editores tirados. Que hacer llamadas por la noche. Pero era necesario, todo era necesario: la máquina era imprescindible, y no podía pararse. Eso sí. No he podido escribir literatura. No he tenido tiempo. Y ahora que lo tengo, no recuerdo cómo se hace. A los veintipocos lo tenía claro, pero tanto tiempo aparcando las buenas ideas puede hacer que éstas desparezcan. Lo he visto en las necrológicas de los periódicos, esa sección llena de grandes relatos. Qué hacer. Cómo vivir. Qué escribir. Todo eso ya no importa. Tengo un nombre. Pero os lo advierto: antes de disolverme en la nada, después de una vida siguiendo cerrilmente fórmulas de éxito, tópicos manidos y tradiciones anacrónicas, os lo advierto: una vida de éstas, en cualquiera de mis resurrecciones, voy a empezar a escribir literatura, voy a hacer libros de riesgo, y os vais a cagar.
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15 comentarios hasta ahora:
Carlos dijo...
Personalmente, lo que menos verosímil se me hace del texto es el tercer monólogo. No creo que la insatisfacción sea precisamente un rasgo característico del "tipo" que nos presentas.
9:33 PM
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Vicente Luis Mora dijo...
Bueno, yo pensaba, evidementemente, en una insatisfacción puramente literaria. Los abundantes representantes de este especimen están, como dices, bastante satisfechos de sí mismos, pero les entra un extraño nerviosismo cuando ven en otros la literatura que les gustaría haber escrito a ellos. por eso ya no leen nada...
10:48 AM
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Pablo García Casado dijo...
querido vicente: He visto reflejado en tu texto una gran parte de los males de nuestra generaciòn. Creo que nos hemos fascinado con la posibilidad de estar en el mercado, pero para la gran economía somos sólo un pequeño y purulento forúnculo. Le damos tanta importancia al hecho de aparecer que dejamos a un lado lo que verdaderamente nos da satisfacciones: el momento de escribir y el momento en que nos leen. Sé que entre esos dos momentos hay mucha política -entendido en sentido amplio-, pero a veces nos preocupamos demasiado por la temperatura de la piscina cuando lo que deberíamos hacer es nadar.La gran mayoría de los que aparecen en tu blog, como la mayoría de quienes esceriben, son mejores personas que la gente que te puedes encontrar en otros órdenes de la vida.Gente que dedica su tiempo de forma gratuita a dar lo mejor de sí mismos sin esperar, apenas, otro premio que el de satisfacer a un hipotético lector. Sé que en este foro se dirimen cuestiones de mayor calado intelectual que mi comentario. Pero también es de recibo señalar nuestra generosidad como escritores y como críticos a cambio un puñado de arena. suyo siempre, Pablo García Casado
7:59 PM
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Vicente Luis Mora dijo...
Gracias, Pablo. Creo que tienes razón en lo que dices. La poesía en general -y desde luego este blog en particular- se hace por amor al arte. Y al espectador del arte, claro que sí. Por cierto, me atrae esa imagen del forúnculo, no está mal ser un grano en el culo del sistema. Un abrazo.
9:46 PM
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Iban Zaldua dijo...
Excelente aproximación, Vicente Luis. Pero la pregunta es: ¿se puede escapar realmente de todo eso? Yo, sinceramente, soy pesimista al respecto.Copio un fragmento de la introducción del libro de Dubravka Ugresic "Gracias por no leer" (aunque igual no haría falta, porque seguro que lo conocéis):"¿Qué le queda, pues, al escrito? ¿Fingir que no se entera y aceptar la eternidad en términos fatalistas como medida de valor? ¡La eternidad, sí, sí! Y eso que la esperanza media de vida de un libro es de unos treinta años en tiempos de paz (menos en guerra), antes de que las bacterias del papel lo hagan papilla. ¿Fijar su rumbo a partir de una justicia literaria superior? ¡La justicia, sí, sí! Cuando al lector se le engatusa con todo lo que se le pone delante de las narices: poderosas cadenas de librerías, tiendas de aeropuertos y amazon.com.El escritor que no acepta las reglas del mercado muere, así de sencillo. El lector que no acepta lo que el mercado le ofrece está condenado al ayuno literario o a la relectura. El escritor y su lector (los dos personajes por y para quienes existe la literatura) viven hoy una existencia semiclandestina. El mercado literario está regido por los productores de libros, pero producir libros no significa exactamente producir literatura".Hasta aquí la cita de Ugresic. En cuanto a la intervención de Pablo García Casado, estoy de acuerdo en general, con algún pero a lo de que "la mayoría de quienes escriben, son mejores personas que la gente que te puedes encontrar en otros órdenes de la vida": lo dudo mucho. Y además, no me importa demasiado si son mejores o peores (siempre que no me toquen de vecinos en la escalera): como lector, lo que quisiera que hicieran es un buen libro. De hecho, casi me atrevería a invertir la afirmación y decir que entre los escritores anda(mos) lo peorico del género humano, pero seguramente me estaría pasando y, además, me llevaría demasiado espacio argumentarlo.Un saludoIban Zaldua.
11:43 AM
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Anónimo dijo...
¿Dónde el caso de la gente -digámoslo así- más honesta? Hay quienes escribimos y publicamos sin perder el culo por el mercado. Más aún, sin saber si se es leído, siquiera, por alguien.Y la curiosidad: ¿por qué no interesamos a quienes critican el mercadeo antiliterario?Toto
2:31 PM
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enlejaniadesoles dijo...
Yo como no tengo publicación alguna me lo puedo tomar de forma menos dramática. Pero digame señor Vicente el pelotazo de su amigo en qué consiste, que también uno tiene ansia de fama. Y mejor, no me digas como hacía M. Frisch para ganar el dinero que necesitaba. Un abrazo, en tono jocoso.
3:09 PM
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Anónimo dijo...
Lo veo complicado.Veo complicado que alguien que es capaz de firmar un bodrio, con la única intención de poder ir a las ferias y salir en Qué leer, esté realmente capacitado para hacer literatura de verdad.Me parece muy complicado que alguien que consigue renunciar a sus verdaderos impulsos y necesidades artísticas para sucumbir ante el mercado, tenga verdaderos impulsos y necesidades artísticas.A fin de cuentas, el arte es un acto de fe, y es irrenunciable.
4:54 PM
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Vicente Luis Mora dijo...
Querido y anónimo amigo, tienes razón en parte: sí, es verdad que alguien con talento difícilmente renunciará a escribir bien. Pero en el sistema actual de publicación de narrativa, no es nada difícil que alguien se pase cerca de 10 ó 15 años con una maestra en el cajón, por ser demasiado literaria, demasiado larga o demasiado difícil para las editoriales de prosa. Y ese autor puede decir: bueno, pues escribo algo más ligero, me sitúo, y después la publico. Y ocurrir que, efectivamente, escriba una ligereza, la publique, y siga sin encontrar jamás editor para su novelón maestro, por seguir siendo difícil o hiperliterario. Y tirarse la vida así, publicando in/dignidades. El caso más frecuente es el del novelista que empieza bien, con un par de buenas novelas, para dar de pronto con un "tono" o un "tema" que resultan exitosos; entonces no suele importante, para mantener ese éxito, rebajar sus pretensiones artísticas. Eso está a la orden del día. Luego hay un tercer grupo, el de autores que nunca han escrito nada bueno y que nunca lo harán, y que sin embargo escalan rápidamente hasta los puestos más altos de las listas de ventas. Ellos son hoy la literatura, no los otros, para los medios de comunicación -y algunos editores descerebrados, o sólo preocupados por el negocio-. Así nos va, y así está el panorama. Saludos.
6:23 PM
rafayiyo dijo...
¿Por qué no hablamos de los buenos libros y nos olvidamos de lo demás? No merece la pena tanta lamentación y tanta ansiedad (que no la coja un psicoanalista, que le parecerá envidia sublimada o algo así...) Yo lo tengo muy claro: cada uno que escriba como pueda o quiera, que como lector ya separaré el grano de la paja... Siempre ha sido más o menos así: ¿alguien se sorprende todavía? Pese a todo, no me digáis que el que se empeña no logra publicar, tanto si lo suyo es buenísimo (raro, pero hay) como malísimo (a miles). ¡Si hoy publica todo el mundo! ¡Basta de quejas apocalípticas y a escribir y/o a leer! Y otra cosa: ojo con huir del mercado y caer en el solipsismo del purismo adolescente, que tan malo es uno como otro...
11:09 PM
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Vicente Luis Mora dijo...
Sabía yo que este tema levanta ampollas. Por cierto, Iban. Ya sé que andas ocupado, pero ¿por qué no expones, siquiera sintéticamente, los motivos por los que crees que los escritores somos seres especialmente execrables? Si tú das tu opinión, yo doy la mía -que hasta ahora no he dado...-.Un abrazo,Vicente
9:10 AM
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genaro dijo...
Predata: Me olvidé de firmar un comentario anterior, lo hago ahora, aunque no creo que importe demasiado.A Rafayiyo. Tienes mucha razón, la cosa es bastante simple. Ahora: “solipsismo del purismo adolescente”.No hay tampoco que confundir las cosas. El proceso artístico es anterior al mercado, y ahí debe permanecer. Lo dijo Gamoneda ya antes: “La experiencia de la emisión -o la recepción- de la poesía, intensifica mi vida y yo vivo esta intensificación como una forma de placer”.El mercado es posterior, insisto.Cuando Gimferrer, embajador de sí mismo, escribió algunas de sus joyas como L’espai desert, no creo que estuviese pensando en las ventas; eso no quita que una vez terminadas las obras, se tuviese que negar a la promoción y difusión de las mismas. Pero eso, viene después.Por machacar un poco en lo ya dicho, no entiendo demasiado como alguien con verdadera “pasión” por la literatura es capaz de escribir algo que no le gustaría leer, pudiendo hacerlo mejor; aunque sí entienda que hay que comer, y que el ego a veces juega muy malas pasadas.
10:23 AM
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Litvan dijo...
Supongo que hay de todo, Vicente. Gente que publica sin problemas, en editoriales potentes, y que es buena. Gente que publica en esas mismas editoriales, pero sin ninguna calidad. Gente buena con sus textos en el cajón (o en el ordenador). Gente que se cree buena simplemente porque tiene sus textos en el cajón (o en el ordenador). Gente que elabora currículos literarios como el que acumula méritos para un puesto en la administración. Gente que es consciente de que rebaja su calidad sólo por publicar. Gente que NO es consciente de que ha rebajado su calidad (o que simplemente NO tiene más calidad que ofrecer). Gente muy joven que cree que abre caminos nunca abiertos y que desdeña a los de 30 años que aún no han publicado. Gente muy joven y muy interesante. Gente muy trillada y muy metida en las instituciones y muy bien colocados. Gente muy trillada, pero también a veces muy interesante. Premios amañados y premios justos. Resentidos y generosos. Frustrados y geniales. Orgullosos e inseguros. En fin, toda una fauna ésta de la literatura, no mejor ni peor que el resto de las faunas humanas... Conclusión: leamos y escribamos... lo demás es, en gran parte, azar.Saludos.
11:24 AM
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Sergi Bellver dijo...
Para demostrar mi voto de brevedad (una epifanía reciente) voy a obviar todo lo que iba a decir con mi habitual abuso de la metáfora y suscribiré al 99% lo que han dicho rafayiyo y litvan.pd: has (hemos) salido ganando con la versión en blogspot, Vicente.Dale recuerdos a Eduardo García y a su maleta parabólica, de mi parte.
3:42 PM
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Anónimo dijo...
¿i donde se situa el autor del blog en esos retratos sucesivos? ¿o no se siente reflejado i definido en ninguino?
i-masclet
4:08 PM
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Iban Zaldua dijo...
Bien. Una de las razones por las que se me ocurre que los escritores no solemos ser buenas personas es por el síndrome de "mataría a mi madre por hacer un buen chiste", es decir, la tendencia a recurrir a la realidad que nos circunda (familiar, amistades, conocidos... empezando por nosotros mismos, claro está) para fundar o alimentar nuestras ficciones; creo que de esto pecan los cultivadores de casi todos los géneros (poesía, novela, relato etc.), con la posible excepción del ensayo (pero ni de eso estoy seguro). Pienso que es inevitable (escribimos desde lo que vivimos, por una parte, y desde lo que leemos, por otra; perdonad el topicazo), pero no deja de ser peligroso y, en demasiadas ocasiones, doloroso para quienes rodean al escritor: a veces no nos paramos a considerar las consecuencias. O nos paramos, durante un instante, pero continuamos, porque mataríamos a nuestra madre por un buen chiste. Ya habrá tiempo de arrepentirse más adelante.
Relacionado con esto: el egoísmo, la dedicación suprema a la propia obra. No hay más que recordar cómo trataron, yo qué sé, Juan Ramón Jiménez o Bertolt Brecht a sus mujeres. Etc. Aunque en esto no haya quizá diferencias con las demás artes, para qué nos vamos a engañar. Por otra parte la envidia, sobre todo la insana, y el rencor son sentimientos muy comunes entre los escritores, grandes, medianos y pequeños: es un mundo muy competitivo, desde hace mucho además, desde antes que se inventara el mercado tal y como lo conocemos hoy; no hay más que leer a Marcial para darse cuenta de lo que digo. Hasta un apóstol del desvanecimiento literario y de la humildad como Robert Walser tenía sus momentos de debilidad en ese sentido, como lo demuestran algunos de los comentarios que le hacía a Carl Seelig en sus paseos (cfr. Paseos con Robert Walser, editorial Siruela).
De acuerdo, es posible, como han comentado más arriba, que la fauna literaria no sea ni “mejor ni peor que el resto de las faunas humanas”, pero en todo caso los que practican la literatura serían peores gentes por contraste, es decir, por contraste con una actividad que se tiene por sublime y generosa (“el arte es un acto de fe, y es irrenunciable”, decían más arriba; en fin, yo también tengo mis dudas sobre el carácter sagrado de la literatura -y del arte en general-, pero, bueno, por hoy las voy a dejar apartadas). Sin embargo, asumiendo que es así, que la Literatura (con mayúsculas) es una actividad tan noble y sobrehumana, la práctica social de los que la hacemos posible es tan burdamente humana, que no podemos parecer sino peores de lo que realmente somos. O quizá lo seamos, a fin de cuentas.
9:57 AM
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vicente luis mora dijo...
1) Para i-masclet: nunca me encontré en el primer retrato; no estoy, evidentemente, en el segundo, y espero no identificarme jamás con el tercero. Si ocurre o crees que ocurre, avísame. Saludos
2)Para Iban: gracias por tu estupendo post. Mi opinión no difiere mucho de la tuya en cuanto a la descripción del estereotipo de escritor torturador (Montauk, el libro que cito de Frisch, es especialmente significativo a ese respecto), pero creo que el hecho de que seamos conscientes de ese peligro hace que, en ocasiones -espero que muchas-, la tentación de hacer daño a los próximos y prójimos desaparezca. Lo de la competitividad es cierto, Iban, pero: ¿en qué profesiones no la hay? ¿Acaso no hablan mal unos cerrajeros de otros, unos abogados de otros; acaso no habla de chanchullo el médico que ha perdido la plaza fija frente a otro? No podemos caer en el ingenuismo. Observa cómo se tratan diariamente entre sí políticos y periodistas de distintos partidos o grupos mediáticos: comparadas con ésas, nuestras trifulcas son juegos de niños. Mirando hacia atrás, veo que entre los escritores he encontrado algunas (bueno, bastantes) malas personas, pero también he encontrado personas excelentes y casi modélicas, sobre todo entre escritores hispanoamericanos, bastante más humildes que los patrios. En la nuestra hay de todo, como en todas profesiones. Pero el perfil medio de mis mejores amigos responde a estos caracteres:
a) Buen o excelente escritor.
b) Autocrítico o muy autocrítico.
c) Sin agente literario, sin aspiraciones de gran público y sin ínfulas.
d) Considera el resto de cosas de la vida más importantes que la escritura.
e) Serían incapaces de jugármela o jugársela a alguien a quien aprecian por conseguir algo en el mundo literario.
Espero que ellos me consideren a mí dentro de un grupo de parecidas características.
Un abrazo, Iban.
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